domingo, 22 de noviembre de 2015

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 29

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 29
Carta del Mahatma Morya a A. P. Sinnett.



CARTA Nº 29
Contestando a la suya, tendré que escribir una carta más bien larga. Para empezar, puedo decirle lo siguiente: el señor Hume piensa y habla de mí en una forma que merece comentarse sólo por lo que afecta al estado de ánimo con que se propone pedirme instrucción filosófica.
Me preocupa tan poco su aprecio como a él mi descontento. Pero, prescindiendo de su superficial falta de amabilidad, reconozco plenamente la bondad de sus intenciones, sus aptitudes, su utilidad potencial. Vale más que nos pongamos a la obra sin más discusiones y, mientras él persevere, me encontrará dispuesto a ayudarle, pero no a adularle ni a discutir.
El ha interpretado tan mal el espíritu en que ambos, la nota y la P.D. fueron escritos que, de no haberme hecho contraer durante los últimos tres días una deuda de profunda gratitud por lo que está haciendo en favor de mi pobre vieja chela, nunca me habría tomado la molestia de ofrecer lo que podrá parecer una excusa o una explicación, o ambas cosas. Sea como sea, esa deuda de gratitud es tan sagrada que ahora hago por ella lo que podría haber rehusado hacer incluso por la misma Sociedad: solicito la autorización de los sahibs (Sahib es el título que emplean los indios y los persas al dirigirse a los europeos.) para poner en su conocimiento ciertos hechos. El más sagaz de los funcionarios ingleses no está familiarizado todavía con nuestras maneras indo-tibetanas. La información que ahora se ofrece podría ser de utilidad en nuestro trato futuro. Tendré que ser sincero y hablar claro, y el señor Hume tendrá que excusarme. Una vez que se me obliga a hablar debo decirlo TODO —o no decir nada.
No soy un gran erudito, sahibs, como mi bendito Hermano; sin embargo, creo conocer el valor de las palabras. Y si ello es así, entonces no acierto a comprender qué pudo haber en mi postdata que pudiera haber provocado la mordaz desaprobación del señor Hume contra mí.
Nosotros, habitantes de las cabañas indo-tibetanas, no nos peleamos nunca (esto es en respuesta a algunos pensamientos expresados sobre esta cuestión). Las peleas y las discusiones las dejamos para aquellos que, incapaces de calibrar una situación a primera vista se ven obligados, por este motivo, antes de tomar su decisión final, a analizarlo y a considerarlo todo, detalle por detalle, una y otra vez. Por lo tanto, cuandoquiera que nosotros —al  menos aquellos que somos dikshita— le parecemos a un europeo "inseguros de nuestros actos", a menudo puede ser debido a la siguiente peculiaridad. Aquello que la mayoría de los hombres considera como una "realidad", a nosotros puede parecemos sólo un simple RESULTADO, una segunda intención que no es digna de nuestra atención, atraída generalmente sólo por hechos primordiales. La vida, estimados sahibs, aún cuando sea indefinidamente prolongada, es demasiado corta para que agobiemos nuestros cerebros con detalles pasajeros —con simples sombras. Al observar el desarrollo de una tormenta, fijamos nuestras miradas en la Causa que la produce y dejamos a las nubes a los caprichos del viento que las configura. Teniendo siempre a mano —en los casos en que esto es absolutamente necesario— los medios para trabar conocimiento con los detalles menores, nos ocupamos únicamente de los hechos principales. Por tanto, difícilmente podríamos estar absolutamente equivocados, como a menudo nos acusan ustedes, porque nuestras conclusiones jamás se basan sobre datos secundarios, sino en el conjunto de la situación.
En cambio, la mayoría de los hombres —incluso entre los más intelectuales— que dedican toda su atención al testimonio de las apariencias y de la forma externa, incapaces como son de penetrar a príori hasta el corazón de las cosas, sólo se sienten demasiado inclinados a juzgar equivocadamente la situación en general, y no descubren sus errores hasta que ya es demasiado tarde. Debido a una política complicada, a debates y también a lo que ustedes llaman, si no me equivoco, conversaciones mundanas, controversias y discusiones de salón, el sofisma ha llegado ahora a ser en Europa (y por lo tanto entre los anglo-indios) "el ejercicio lógico de las facultades intelectuales", mientras que, para nosotros, no traspasó nunca su primitivo estado de "razonamiento ilógico" y las discutibles e inciertas premisas de las cuales se derivan la mayor parte de las conclusiones y de las opiniones, se establecen y se aceptan en el acto de inmediato. Por otra parte, nosotros, ignorantes asiáticos del Tibet, acostumbrados a seguir el pensamiento de nuestro interlocutor o corresponsal antes que las palabras con que lo expresa —en general nos preocupamos muy poco de la exactitud de sus expresiones. Ahora bien, este prefacio les parecerá a ustedes tan ininteligible como inútil, y tal vez se pregunten:
¿A dónde quiere ir a parar con todo esto? Paciencia, se lo ruego, porque tengo que decir algo más antes de llegar a nuestra explicación final.
Unos pocos días antes de abandonarnos, Koot´Hoomi me dijo, hablando de ustedes, lo siguiente: "Me siento cansado y desanimado por estas discusiones que no acaban nunca.
¡Cuanto más me esfuerzo en explicarles a los dos las circunstancias que nos gobiernan y que ponen tantos obstáculos entre nosotros para una relación sin trabas, menos me entienden! Incluso desde su aspecto más favorable, esta correspondencia siempre será insatisfactoria y, a veces, hasta exasperante. Porque nada que no sea una entrevista personal en la que pudiera existir una discusión y una respuesta inmediata a las dificultades intelectuales a medida que se presentan, les satisfará por completo. A veces es como si nos interpeláramos por encima de un barranco infranqueable y como si tan sólo uno de nosotros viera a su interlocutor. En realidad, en ninguna parte de la naturaleza física existe un abismo entre montañas tan desesperadamente infranqueable y obstructivo para el viajero como este abismo espiritual que les mantiene lejos de mí".
Dos días más tarde, cuando su "retiro" se había decidido, al irse me pidió: "Cuidarás de mi obra? ¿Tratarás de que no se desmorone?" Se lo prometí. ¡Qué es lo que yo no hubiera prometido en aquel momento! En cierto lugar que no debe mencionarse nunca a los extraños, existe un precipicio angosto, atravesado por un frágil puente de fibras entrelazadas, por debajo del cual corre un torrente impetuoso. El miembro más valiente de vuestros clubs alpinos difícilmente se atrevería a cruzarlo, porque el puente cuelga como una tela de araña, y parece podrido e infranqueable. Pero no lo es; y el que se atreva a afrontar el riesgo y tenga éxito — como lo tendrá si es justo que lo tenga— llegará a un desfiladero de incomparable belleza panorámica, —a uno de nuestros lugares y hasta alguna de nuestras gentes, de los cuales y de las cuales no existen datos ni informes de los geógrafos europeos. A un tiro de piedra de la vieja Lamasería, se yergue la antigua torre en cuyo interior se han gestado generaciones de Bodhisatvas. Allí es donde descansa ahora, aparentemente sin vida, vuestro amigo —mi hermano, la luz de mi alma, a quien hice la solemne promesa de cuidar de su obra durante su ausencia. Y yo les pregunto: ¿es verosímil que sólo dos días después de su retiro, yo, su fiel amigo y hermano, pudiera haber demostrado, injustificadamente, descortesía hacia sus amigos europeos? ¿Qué razón hubo, y qué pudo haber causado semejante impresión al señor Hume e incluso a usted mismo? A causa de una o dos palabras absolutamente mal interpretadas y que fueron mal aplicadas por él. Lo demostraré.
¿No creen ustedes que, de haberse cambiado la expresión utilizada "llegando a odiar al sutphana" por la de "llegando a sentir nuevamente momentos de antipatía" o de momentánea irritación, esta sola frase habría cambiado maravillosamente los resultados?
Si la frase se hubiera expresado así, el señor Hume difícilmente hubiera encontrado una oportunidad para negar el hecho en forma tan terminante como lo hizo.
Porque en eso él tiene razón, y la PALABRA es incorrecta.
Es una afirmación perfectamente justa cuando dice que un sentimiento tal como el odio nunca ha existido en él. Queda por ver si será también capaz de protestar contra la afirmación en general. Confesó el hecho de que se sentía "irritado" y que se apoderó de él un sentimiento de desconfianza hacia H.P.B.
Esta "irritación", que ahora él no negará, duró varios días.
¿Dónde se encuentra, pues, la expresión equivocada?
Admitamos, además, que la palabra utilizada fuera una palabra incorrecta. Entonces, ya que él es tan escrupuloso en la selección de las palabras, y desea tanto que éstas expresen siempre el sentido exacto, ¿por qué no se aplica a sí mismo la misma regla? Lo que podría ser fácilmente perdonado a un asiático ignorante del idioma inglés y que, además, nunca tuvo por costumbre seleccionar sus expresiones por las razones antes mencionadas, y porque no podía ser mal interpretado entre su gente, debería ser inexcusable en un inglés culto y letrado. En su carta a Olcott escribe: "El (yo) o ella (H.P.B.) o los dos, embrollaron tanto e interpretaron tan mal una carta escrita por Sinnett y por mí, que eso hizo que recibiéramos un mensaje totalmente fuera de lugar, dadas las circunstancias, lo que necesariamente creó desconfianza".
Solicito humildemente permiso para hacer una pregunta —¿cuándo ni ella ni yo, ni los dos, vimos, leímos y, como consecuencia "embrollamos e interpretamos mal" la carta en cuestión?
¿Cómo podíamos, ni ella ni yo, haber embrollado lo que ella no había visto nunca y a lo que yo, al no tener ni el deseo ni el derecho de investigar y de inmiscuirme en un asunto que atañe tan sólo al Chohan y a K.H. —nunca presté la menor atención?
¿Les informó ella en su día, que yo tuve que enviarla a la habitación del señor Sinnett con el mensaje? Yo estaba allí, respetados Sahibs, y puedo repetirles cada palabra que ella dijo. Con su modo habitual excitado y nervioso, ella le gritó al señor Sinnett, que estaba solo en la habitación: "¿Qué es eso?... ¿Qué han estado haciendo, qué han estado diciendo a K.H. para que M. (mencionándome a mí) estuviera tan enojado —y me dijera que me preparase para ir a establecer nuestra Sede Central en Ceilán?" Estas fueron las primeras palabras que ella dijo, demostrando así que no sabía nada con certeza, y que todavía se le había dicho menos, y que hacía simples suposiciones de lo que yo le   había dicho. Lo que le dije, simplemente, fue que haría mejor en prepararse para lo peor, y partir para instalarse en Ceilán, y no cometer la tontería de temblar de ese modo a cada carta que se le diera para enviar a K.H.; y que, por mi parte, pondría punto final a ese asunto  del correo, a menos que ella aprendiera a controlarse mejor de lo que lo hacía. Le dije estas palabras, no porque yo tuviera algo que ver con SM carta o con cualquier otra carta, ni tampoco como consecuencia de ninguna carta enviada, sino porque se daba el caso de que vi el aura que rodeaba la nueva Ecléctica y a ella misma, un aura sombría y llena de malos presagios; y es entonces cuando la mandé para que se lo comunicara así al señor Sinnett, no al señor Hume. Mi observación y mi mensaje la trastornaron del modo más ridículo, (debido al desgraciado estado de alteración de sus nervios) y el resultado fue la escena que ya conocemos. ¿Es a causa de los fantasmas del desprestigio teosófico, evocados por su trastornado cerebro, por lo que ahora se la acusa —junto conmigo— de haber embrollado e interpretado mal una carta que ella no había visto nunca? Dejo a juicio de mentes superiores a las de los asiáticos si hay una sola palabra en la afirmación del señor Hume que pudiera aceptarse como correcta, (y yo aplico ahora el término al verdadero significado de toda la frase, no simplemente de cada palabra). Y si se me permite preguntar sobre la exactitud de la opinión de alguien tan sumamente superior a mí en educación, inteligencia y agudeza en la percepción de la eterna idoneidad de las cosas —en vista de lo antes expuesto— ¿por qué se me habría de considerar "absolutamente equivocado" por la siguiente afirmación?: "He visto crecer también una repentina antipatía (entiéndase irritación), producida por la desconfianza (el señor Hume lo ha confesado y ha empleado idéntica expresión en su respuesta a Olcott — le ruego que compare la cita de su carta tal como se menciona más arriba) el día que yo la envié a ella con el mensaje a la habitación del señor Sinnett".
¿Es esto inexacto? Y además, "ellos saben lo excitable y alterada que ella se encuentra, y este sentimiento hostil por parte de él resultaba casi cruel. Durante días, él apenas la miró y mucho menos le habló, —y ello fue  motivo de un gran dolor innecesario para su naturaleza hipersensible. ¡Y cuando el señor Sinnett se lo dijo, él negó el hecho! . . ." Esta última frase, que en la página 7 iba seguida de muchas otras verdades similares, la arranqué con el resto, conforme lo puede averiguar por medio de Olcott, quien le dirá que, originalmente, había 12 páginas y no 10, y que él envió la carta con muchos más detalles de los que usted puede encontrar ahora en ella, porque él ignora lo que yo he hecho, y por qué lo hice. No queriendo recordar al señor Hume detalles que él ya había olvidado hace tiempo y que no guardaban relación con el caso que tratamos, yo  arranqué la página y borré la mayor parte del resto. Sus sentimientos ya habían cambiado y yo me sentía satisfecho.
Ahora la cuestión no estriba en si al señor Hume "le importa un rábano" que me gusten o no sus sentimientos, sino más bien si estaba seguro de los hechos para escribir a Olcott tal como lo hizo, diciéndole que yo había malinterpretado por completo sus verdaderos sentimientos.
Yo digo que no lo estaba. El no puede evitar que yo me sienta "disgustado", así como yo no puedo preocuparme de hacerle sentir en forma diferente de la que siente ahora, especialmente porque a él "le importa un rábano si me disgustan o no sus sentimientos". Todo esto es pueril; y  aquel que está deseoso de aprender los medios de servir a la humanidad, y se siente capaz de interpretar los caracteres de otras personas, debe empezar, ante todo, por aprender a conocerse a sí mismo para apreciar su propio carácter en su verdadero valor. Y me atrevo a decir que él no lo ha aprendido   todavía. Y tiene que aprender también en qué casos determinados los resultados pueden llegar a ser, a su vez, importantes causas primarias, cuando el resultado se convierte en un Kyen. De haberla odiado con el más feroz de los odios, él no hubiera podido torturar sus nervios, extremadamente sensibles, con mayor efectividad de lo que lo hizo, aunque "seguía apreciando a la querida anciana". Ha procedido así, inconscientemente, con los que más quiso y consigo mismo, y lo volverá a hacer más de una vez en el futuro; y sin embargo, su primera reacción será siempre la de negarlo, porque, desde luego, es completamente inconsciente del hecho, pues en estos casos la extrema bondad de su corazón queda por completo anulada y paralizada por otro sentimiento que, si se le menciona, también negará. Sin desanimarme ante sus epítetos de "ingenuo" y "Don Quijote", fiel a la promesa hecha a mi bendito Hermano, le hablaré de ello, le guste o no; porque ahora que él ha demostrado francamente sus sentimientos, tenemos que entendemos o romper las relaciones.
Esto no es "una amenaza semi-velada", como él dice, porque "una amenaza en un hombre es como el ladrido de un perro" —no significa nada. Digo que, a menos que él no entienda hasta qué punto es inaplicable a nosotros el criterio conforme al cual está acostumbrado a juzgar a la gente occidental de su propia sociedad, significará simplemente una pérdida de tiempo para mí o para K.H. enseñarle, y para él aprender. Nosotros no consideramos nunca una amistosa advertencia como una "amenaza", ni tampoco nos sentimos irritados cuando se nos hace. Dice que, personalmente, no le importa lo más mínimo "si los Hermanos rompen mañana las relaciones con él"; razón de más, pues, para que lleguemos a un entendimiento. El señor Hume se enorgullece de pensar que nunca tuvo "espíritu de veneración" por nada, aparte de sus propios ideales abstractos. Somos perfectamente conscientes de ello. Ni tampoco, probablemente, podría sentir ninguna veneración por nadie ni por nada, ya que toda la veneración de que es capaz su naturaleza está —centrada en sí mismo. Esto es un hecho y es la causa de todos los disgustos de su vida. Cuando sus numerosos "amigos" oficiales y su propia familia dicen que eso es amor propio, se equivocan y dicen una verdadera tontería. El es demasiado intelectual para ser engreído: es, simple e inconscientemente, la personificación del orgullo. No tendría veneración ni siquiera para con su propio Dios, si ese Dios no fuera de su propia creación y hechura; y ésta es la causa por la que nunca pudo sujetarse a ninguna doctrina establecida y por la que tampoco se someterá jamás a una filosofía que no salga totalmente equipada de su propio cerebro, igual que la Saraswati griega o Minerva lo hizo del de su padre. Esto puede aclarar el hecho de por qué, durante el breve período de tiempo de mi instrucción, rehusé proporcionarle otra cosa que no fueran pseudo problemas, indicaciones y enigmas para resolver por sí mismo. Porque sólo cuando su propia y extraordinaria capacidad para captar la naturaleza de las cosas le demostrara claramente que debe ser así, él creería, ya que esto encaja con lo que él concibe como matemáticamente exacto.
Si acusó —¡y tan injustamente!— a K.H. por quien siente verdadero afecto —de sentimientos "irascibles" por su falta de respeto hacia él, es porque formó su ideal de mi Hermano a su propia imagen. El señor Hume nos acusa de tratarle ¡de haut en bas! (Con desdén.) Si supiera que un honrado limpiabotas vale tanto a nuestros ojos como un honrado rey, y que un barrendero inmoral es mucho mejor y más digno de excusa que un emperador inmoral, nunca hubiera proferido semejante falsedad. El señor Hume se lamenta (mil perdones —"se burla", es el término apropiado) de que nosotros mostremos deseos de humillarle. Me atrevo a sugerir, muy respetuosamente, que esto es absolutamente al revés. Es el señor Hume (de nuevo en forma inconsciente y cediendo a un hábito de toda la vida) el que trató de la manera más desconsiderada a mi hermano en cada carta que le escribió a Koot´Hoomi. Y cuando ciertas expresiones que denotaban un orgulloso espíritu de auto-glorificación y confianza en sí mismo, y que alcanzaban la cima de la vanidad humana, fueron observadas y suavemente rechazadas por mi Hermano, el señor Hume tergiversó de inmediato el significado de ellas, y acusando a K.H. de haberlo interpretado mal, lo llamó para sus adentros envanecido y "petulante". ¿Le acuso yo de falta de equidad, de injusticia o de cosas peores? Indudablemente, no. Pues hombre más íntegro, sincero y bondadoso nunca lo hubo en los Himalayas. Conozco acciones suyas que su propia familia y esposa ignoran por completo —tan nobles, bondadosas y grandes, que ni siquiera su propia vanidad llega a valorar por completo. De modo que cualquier cosa que él pudiera decir o hacer no puede disminuir mi respeto hacia él. Pero, a pesar de todo esto, me veo obligado a  decirle la verdad, y aún cuando esa parte de su carácter tiene toda mi admiración, su vanidad nunca obtendrá mi aprobación —lo cual, repito, al señor Hume le importa un rábano; pero esto  tiene poca importancia, desde luego. El hombre más sincero y franco de la India, el señor Hume, es incapaz de tolerar una contradicción; y ya sea esta persona Deva o mortal, él no puede apreciar, ni siquiera admitir sin protesta alguna, las mismas cualidades de sinceridad en cualquier otro que no sea él mismo. Tampoco se le puede hacer confesar que alguien en este mundo pueda saber mejor que él algo que haya estudiado y sobre lo cual haya formado su opinión. "Ellos no se pondrán de acuerdo para trabajar juntos del modo que a mí me parece mejor", se lamenta de nosotros en su carta a Olcott, y esa sola frase nos revela la clave de todo su carácter; nos proporciona la más clara visión interna del funcionamiento de sus sentimientos íntimos. Como él cree que tiene derecho a considerarse injustamente agraviado por una negativa tan "egoísta" y "mezquina" para trabajar bajo su dirección, en el fondo de su corazón no puede evitar considerarse como el hombre más generoso e indulgente que, en lugar de estar resentido por nuestra negativa está sin embargo "dispuesto a continuar trabajando a su manera (la nuestra)". Y esta irreverencia nuestra por sus opiniones no puede ser de su agrado; y de este modo nace el sentimiento de esta gran injusticia que cometemos con él, y que se convierte en proporcional a la magnitud de nuestro "egoísmo" e "irascibilidad". De ahí su desencanto y el sincero dolor que siente al encontrar a la Logia y a todos nosotros tan por debajo del nivel de su ideal. El se burla de mi defensa de H.P.B. y, cediendo a un sentimiento indigno de su naturaleza olvida, desgraciadamente, que la suya es, en verdad, la disposición que justifica que amigos y enemigos le llamen "el protector de los pobres" y otros nombres parecidos y que, sus enemigos entre otros, no dejan nunca de aplicarle estos epítetos; y que, lejos de alcanzarle como un insulto, ese sentimiento caballeroso que le ha impulsado siempre a tomar la defensa de los débiles y de los oprimidos y a reparar los daños hechos por sus colegas —como en el último caso en el asunto de la disputa con el Municipio de Simla— le cubre con un manto de gloria imperecedera, tejido con la gratitud y el afecto que le tiene el pueblo que él defiende con tanta valentía. Ustedes dos actúan bajo la extraña impresión de que podemos preocuparnos, e incluso de que lo hacemos, por cualquier cosa que pueda decirse o pensarse de nosotros. Aclaren sus ideas y recuerden que el primer requisito, incluso para un simple faquir, es el de entrenarse para permanecer tan indiferente al dolor moral como al sufrimiento físico. A nosotros nada puede causarnos dolor o placer personal. Y lo que digo ahora es más bien para hacer que ustedes nos comprendan a NOSOTROS antes que a ustedes mismos, lo cual es la ciencia más difícil de aprender. Que la intención del señor Hume —llevado de un sentimiento tan pasajero como precipitado, y debido a una sensación de creciente irritación contra mí, a quien acusó del deseo de "humillarle"— fue la de vengarse con un sarcasmo irónico y, por consiguiente, (para la mente europea) insultante para mí —es tan cierto como que erró el tiro. Si yo hubiera estado ignorante, o más bien, si hubiera olvidado el hecho de que nosotros, los asiáticos, estamos totalmente desprovistos del sentido del ridículo que es el que impulsa a la mente occidental a caricaturizar las mejores y más nobles aspiraciones de la humanidad —todavía podría sentirme ofendido o halagado por la opinión del mundo, pero en este caso me habría sentido más bien halagado que otra cosa. Mi sangre Rajput no me permitiría jamás ver que se ofenda a una mujer en sus sentimientos sin defenderla —aunque sea una "visionaria", y aunque la ofensa que ahora llaman "imaginaria" no sea más que otra de sus "fantasías"; y el señor Hume conoce bastante nuestras tradiciones y costumbres como para estar suficientemente enterado de este remanente de sentimiento de caballerosidad para con nuestras mujeres, en nuestra raza, por lo demás tan degenerada. Por consiguiente, afirmo que, tanto si él esperaba que los epítetos satíricos me alcanzaran y me hirieran, como si era consciente del hecho de que estaba apostrofando a una columna de granito —el sentimiento que lo impulsó era indigno de su más noble y mejor naturaleza, ya que en el primer caso había que considerarlo como un mezquino sentimiento de venganza, y en el segundo como una puerilidad. Luego, en su carta a O., él se queja o denuncia (deben ustedes disculpar la cantidad limitada de palabras inglesas de que dispongo) la actitud de "semi-amenaza" de romper con ustedes que imagina descubrir en nuestras cartas. Nada podría ser más erróneo. Nosotros no tenemos más intención de romper con él que la que tendría un ortodoxo hindú de abandonar la casa que está visitando, a menos que se le diga que su compañía ya no es grata. Pero cuando se le insinúa esto último, él se marcha. Lo mismo sucede con nosotros. El señor Hume se enorgullece en grado sumo de repetir que no siente personalmente ningún deseo de vernos, ni curiosidad por conocemos; que nuestra filosofía y nuestra enseñanza no le pueden beneficiar en lo más mínimo, a él que ha aprendido y conoce todo lo que se puede aprender; que no le importa un comino que rompamos con él o no, ni le preocupa nada si estamos satisfechos de él o no. ¿Cui bono, pues? Entre la (por él imaginada) deferencia que esperamos de su parte y esa combatividad injustificada que por parte suya puede degenerar cualquier día en una cerrada pero auténtica hostilidad, existe un abismo, y no hay siquiera una actitud intermedia que el Chohan pueda percibir. Aunque no se le puede acusar ahora, como en el pasado, de no ser indulgente ante las circunstancias y ante nuestras propias leyes y reglas particulares, sin embargo, él siempre está precipitándose hacia esa oscura zona intermedia de la amistad donde la confianza está oscurecida y las negras sospechas e impresiones erróneas nublan todo el horizonte. Soy como era y conforme era y soy, así probablemente seré siempre —el esclavo de mi deber hacia la Logia y hacia la humanidad; no sólo me lo han enseñado, sino que estoy deseoso de subordinar toda preferencia por los individuos, al amor por la raza humana. Por lo tanto, es gratuito acusarme a mí, o a cualquiera de nosotros, de egoístas o de sentir deseos de considerarles o de tratarles a ustedes como unos "despreciables Pelingis", y de querer "cabalgar en asnos" sólo porque somos incapaces de encontrar caballos adecuados. Ni el Chohan ni K.H., ni yo mismo, hemos subestimado nunca los méritos del señor Hume. Ha prestado servicios inapreciables a la Sociedad y a H.P.B. y él solo es capaz de hacer de la Sociedad un instrumento eficaz para el bien. Cuando se deja guiar por su alma espiritual no se puede encontrar hombre mejor, más puro y más bondadoso. Pero cuando su quinto principio se alce con irreprimible orgullo, siempre le haremos frente y pediremos explicaciones.
Inconmovible ante su excelente consejo mundano sobre cómo deberían ustedes hacer acopio de pruebas de nuestra realidad, o de cómo deberían ponerse de acuerdo para trabajar en común del modo que a él le parece mejor, yo me mantendré impasible hasta que no reciba órdenes en contra. Con relación a su última carta (la del señor Sinnett), por más que usted se exprese con las frases más agradables, está sin embargo sorprendido, y en cuando al señor Sinnett, decepcionado de que ni yo autorice los fenómenos ni tampoco ninguno de nosotros dé un paso hacia ustedes. No puedo evitarlo, y cualesquiera que sean las consecuencias, no cambiará mi actitud hasta el regreso de mi Hermano entre los vivos. Usted sabe que los dos amamos a nuestro país y a nuestra raza; que miramos a la Sociedad Teo. como una gran potencialidad para su bien en manos adecuadas. Que mi hermano se ha alegrado de la identificación del señor Hume con la causa y de que yo le he dado a ello un gran valor —pero solamente el debido. Y por eso, deberían darse cuenta de que, sea lo que fuere lo que podamos hacer para que usted y él estén más cerca de nosotros, lo haremos de todo corazón.
Pero, con todo, si hay que elegir entre nuestra desobediencia a la más ligera insinuación de nuestro Chohan —en cuanto al momento en que podemos ver a cualquiera de ustedes, o en cuanto a lo que podemos escribir, o cómo, o dónde— y la pérdida del buen concepto en que nos tienen, exponiéndonos al sentimiento de su más fuerte animosidad, e incluso a la disolución de la Sociedad, no vacilaríamos ni un instante. Esto puede considerarse irrazonable, egoísta, petulante y ridículo; puede ser tachado de jesuítico, y puede que se eche sobre nosotros toda la culpa, pero la ley es la LEY para nosotros, y ningún poder puede dispensamos ni un ápice de nuestro deber. A usted le dimos la oportunidad de conseguir todo lo que deseaba mejorando su magnetismo, señalándole un ideal más noble en el que pudiera trabajar, y al señor Hume se le indicó lo que él ya sabía: de qué manera puede favorecer inmensamente a varios millones de sus semejantes. Elijan según su mejor criterio. Su elección ya está hecha, lo sé —pero el señor Hume aún puede cambiar de idea más de una vez; yo seré el mismo para mi grupo y mi promesa, cualquiera que sea la decisión que él tome. Tampoco dejamos de apreciar las grandes concesiones que él ha hecho ya; concesiones tanto más grandes, según nuestro modo de ver, por cuanto que él está menos interesado en nuestra existencia y violenta sus sentimientos con la única esperanza de poder beneficiar a la humanidad. Nadie, en su lugar, se hubiera amoldado a la situación con tan buen talante como él lo hace, ni hubiera mantenido tan estrictamente la declaración "de los objetivos primordiales" en la reunión del 21 de agosto; y al mismo tiempo que "demostraba a la comunidad indígena que los miembros de la clase dirigente" también están deseosos de promover los encomiables proyectos de la S.T., él espera la oportunidad de alcanzar nuestras  verdades metafísicas. Ha hecho ya un bien inmenso y, sin embargo, no ha recibido nada a cambio. Tampoco espera nada. Le recuerdo que la presente es una contestación a todas sus cartas y a todas sus objeciones y sugerencias, y he de añadir que tiene usted razón y que, a pesar de todo "el apego terrenal de usted", mi bendito Hermano les tiene realmente en mucha estima, a usted y al señor Hume, y este último, me complazco en reconocerlo, tiene algunos buenos sentimientos para él, aunque no es como usted y es realmente "demasiado orgulloso para buscar su recompensa en nuestra protección". Solamente que, donde usted se equivoca y se equivocará siempre, mi querido señor, es cuando acaricia la idea de que los fenómenos puedan llegar a convertirse en una "máquina poderosa" para sacudir las bases de las creencias erróneas en la mente occidental. Nadie lo creerá jamás, excepto los que lo comprendan por ellos mismos, hagan ustedes lo que hagan. "Convénzanos y después convenceremos al mundo", dijo usted una vez. Ustedes quedaron satisfechos, y ¿cuáles son los resultados? Y yo quisiera imprimir en sus mentes la profunda convicción de que nosotros no deseamos que usted ni el señor Hume demuestren al público que existimos realmente. Dése cuenta, por favor, del hecho de que mientras los hombres duden existirá curiosidad y deseo de investigación, y de que la investigación estimula la reflexión que engendra el esfuerzo; pero deje que nuestro secreto se popularice, y no sólo no se derivará ningún bien para la sociedad escéptica, sino que nuestra intimidad estaría constantemente amenazada, y tendría que ser constantemente protegida a costa de un inmoderado exceso de poder. Tenga paciencia, amigo de mi amigo. El señor Hume necesitó años para matar los pájaros suficientes para completar su libro; y no les exigió que abandonaran sus frondosas arboledas y fueran hasta él, sino que tuvo que esperar a que llegaran y le permitieran disecarlos y etiquetarlos; así pues, deben tener paciencia con nosotros. ¡Ah, Sahibs!, si ustedes pudieran solamente catalogarnos y etiquetarnos y exponernos también a nosotros en el Museo Británico, entonces, indudablemente, el mundo de ustedes podría tener la absoluta, la disecada verdad.
Y así, como de costumbre, todo vuelve al punto de partida. Ustedes han estado persiguiéndonos alrededor de sus propias sombras consiguiendo apenas, de vez en cuando, un vislumbre fugaz de nosotros, pero sin llegar jamás lo suficientemente cerca para escapar del sombrío esqueleto de la duda que les pisa los talones y que se enfrentará con ustedes en el porvenir. Temo que sea así hasta el final del capítulo, ya que no tienen paciencia para leer el volumen hasta el final. Porque están tratando de penetrar las cosas del espíritu con los ojos carnales, de doblegar lo inflexible conforme a su imperfecto modelo de lo que debería ser y, al ver que no se doblega, ustedes están casi dispuestos a destruir ese modelo y —a despedirse para siempre del sueño.
Y ahora, unas pocas palabras de explicación como despedida. El memorándum de O. que produjo resultados tan desastrosos y que fue un caso quid pro cuo único en su especie, se escribió el 27. En la noche del 25, mi amado Hermano me dijo que, habiendo oído decir al señor Hume, en la habitación de H.P.B., que él nunca le había oído afirmar a O. que éste nos había visto personalmente, y también habiéndole oído añadir que, de decírselo Olcott, él tenía suficiente fe en el hombre para creer lo que le dijera, —él, K.H. pensó pedirme que yo fuera a decirle a O. que lo hiciera así, creyendo que al señor Hume le gustaría conocer algunos de los detalles. Los deseos de K.H. son —ley para mí. Y ésta es la razón de por qué el señor Hume recibió aquella carta de O. cuando sus dudas ya habían sido aclaradas. Al mismo tiempo que entregaba mi mensaje a O. satisfice su curiosidad en cuanto a la Sociedad de ustedes, y le dije lo que pensaba sobre ella. O. me pidió permiso para enviarle a usted estas anotaciones, y yo se lo di. Este es, pues, todo el secreto. Por razones personales, yo quería que usted supiera lo que yo pensaba de la situación, pocas horas después de que mi bien amado Hermano se retirase de este mundo. Cuando recibió usted la carta, mis sentimientos habían cambiado algo y modifiqué bastante el memorándum, como antes le dije. Como sea que el estilo de O. me había hecho reir, añadí mi post-scriptum que se refería sólo a Olcott, pero no obstante, ¡el señor Hume se lo aplicó por completo a sí mismo!
Dejemos eso. Cierro la carta más larga que jamás he escrito en toda mi vida; pero ya que lo hago por K.H. —me siento satisfecho. Aunque el señor Hume no lo crea, el "modelo del adepto" está protegido en —no en Simla, y yo trato de mantenerme a su altura, por muy pobre que pueda ser como escritor y corresponsal.
M.