sábado, 2 de marzo de 2019

Versos Áureos. Pitágoras


Versos Áureos
Pitágoras

Honra, en primer lugar,
y venera a los dioses inmortales,
a cada uno de acuerdo a su rango.
Respeta luego el juramento,
y reverencia a los héroes ilustres,
y también a los genios subterráneos:
cumplirás así lo que las leyes mandan.
Honra luego a tus padres
y a tus parientes de sangre.
Y de los demás, hazte amigo
del que descuella en virtud.
Cede a las palabras gentiles
y no te opongas a los actos provechosos.
No guardes rencor
al amigo por una falta leve.
Estas cosas hazlas
en la medida de tus fuerzas,
pues lo posible se encuentra
junto a lo necesario.
Compenétrate en cumplir
estos preceptos,
pero atente a dominar
ante todo las necesidades
de tu estómago y de tu sueño,
después los arranques
de tus apetitos y de tu ira.
No cometas nunca
una acción vergonzosa,
Ni con nadie, ni a solas:
Por encima de todo,
respétate a ti mismo.
Seguidamente ejércete
en practicar la justicia,
en palabras y en obras,
Aprende a no comportarte
sin razón jamás.
Y sabiendo que morir
es la ley fatal para todos,
que las riquezas,
unas veces te plazca ganarlas
y otras te plazca perderlas.
De los sufrimientos que caben
a los mortales por divino designio,
la parte que a ti corresponde,
sopórtala sin indignación;
pero es legítimo que le busques remedio
en la medida de tus fuerzas;
porque no son tantas las desgracias
que caen sobre los hombres buenos.
Muchas son las voces,
unas indignas, otras nobles,
que vienen a herir el oído:
Que no te turben ni tampoco
te vuelvas para no oírla s.
Cuando oigas una mentira,
sopórtalo con calma.
Pero lo que ahora voy a decirte
es preciso que lo cumplas siempre:
Que nadie, por sus dichos o por sus actos,
te conmueva para que hagas o digas
nada que no sea lo mejor para ti.
Reflexiona antes de obrar
para no cometer tonterías:
Obrar y hablar sin discernimiento
es de pobres gentes.
Tú en cambio siempre harás
lo que no pueda dañarte.
No entres en asuntos que ignoras,
mas aprende lo que es necesario:
tal es la norma de una vida agradable.
Tampoco descuides tu salud,
ten moderación en el comer o el beber,
y en la ejercitación del cuerpo.
Por moderación entiendo
lo que no te haga daño.
Acostúmbrate a una vida sana sin molicie,
y guárdate de lo que pueda atraer la envidia.
No seas disipado en tus gastos
como hacen los que ignoran
lo que es honradez,
pero no por ello
dejes de ser generoso:
nada hay mejor
que la mesura en todas las cosas.
Haz pues lo que no te dañe,
y reflexiona antes de actuar.
Y no dejes que el dulce sueño
se apodere de tus lánguidos ojos
sin antes haber repasado
lo que has hecho en el día:
"¿En qué he fallado? ¿Qué he hecho?
¿Qué deber he dejado de cumplir?"
Comienza del comienzo
y recórrelo todo,
y repróchate los errores
y alégrente los aciertos.
Esto es lo que hay que hacer.
Estas cosas que hay
que empeñarse en practicar,
Estas cosas hay que amar.
Por ellas ingresarás
en la divina senda de la perfección.
¡Por quien trasmitió a nuestro
entendimiento la Tetratkis
la fuente de la perenne naturaleza.
¡Adelante pues!
ponte al trabajo,
no sin antes rogar
a los dioses que lo conduzcan
a la perfección.
Si observares estas cosas
conocerás el orden
que reina entre los dioses inmortales
y los hombres mortales,
en qué se separan las cosas
y en qué se unen.
Y sabrás, como es justo
que la naturaleza es una
y la misma en todas partes,
para que no esperes
lo que no hay que esperar,
ni nada quede oculto a tus ojos.
Conocerás a los hombres,
víctimas de los males
que ellos mismos se imponen,
ciegos a los bienes
que les rodean,
que no oyen ni ven:
son pocos los que saben
librarse de la desgracia.
Tal es el destino
que estorba el espíritu
de los mortales,
como cuentas infantiles
ruedan de un lado a otro,
oprimidos por males innumerables:
porque sin advertirlo
los castiga la Discordia,
su natural y triste compañera,
a la que no hay que provocar,
sino cederle el paso
y huir de ella.
¡Oh padre Zeus!
¡De cuántos males
no librarías a los hombres
si tan sólo les hicieras
ver a qué demonio obedecen!
Pero para ti, ten confianza,
porque de una divina raza
están hechos los seres humanos,
y hay también la sagrada naturaleza
que les muestra
y les descubre todas las cosas.
De todo lo cual,
si tomas lo que te pertenece,
observarás mis mandamientos,
que serán tu remedio,
y librarán tu alma
de tales males.
Abstente en los alimentos como dijimos,
sea para las purificaciones,
sea para la liberación del alma,
juzga y reflexiona
de todas las cosas y de cada una,
alzando alto tu mente,
que es la mejor de tus guías.
Si descuidas tu cuerpo para volar
hasta los libres orbes del éter,
serás un dios inmortal, incorruptible,
ya no sujeto a la muerte.

LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA. (diagrama)


LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA. (Parte II)


LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA

 UNA EVOLUCION APARTE

(Parte II)

SOLAPACIONES.- El trámite de la oleada de vida de uno a otro reino no se efectúa en rigurosa continui­dad, sino que se nota mucha latitud en la variedad, y así quedan no pocos huecos o solapaciones entre los reinos. Esto se ve más claramente en nuestra lí­nea de evolución, porque la vida que llega a los ni­veles superiores del reino vegetal no pasa nunca a los inferiores del animal, sino que por el contrario, entra en éste por etapas bastante adelantadas. Así, por ejemplo, la vida que anima un robusto árbol fo­restal no descenderá jamás a animar un enjambre de mosquitos, ni siquiera una familia de roedores o de rumiantes. Estas formas animales están ani­madas por la porción de oleada de vida que salió del reino vegetal en el nivel de la dalia o del dien­te de león. En todo caso se ha de recorrer la escala evoluti­va; pero parece como si la parte delantera de un reino fuese paralela a la zaguera del reino inmedia­tamente superior, de suerte que el tránsito de uno a otro se puede efectuar por distintos niveles según los casos.
La corriente de vida que entra en el rei­no humano esquiva por completo las etapas infe­riores del reino animal; esto, es que la vida que ha de alcanzar el reino humano nunca se manifiesta en forma de insectos ni reptiles. Antiguamente en­tró en el reino animal por el nivel de los enormes saurios antediluvianos; pero ahora pasa directa­mente de las superiores formas vegetales a la de los mamíferos.
De la propia suerte, cuando se indivi­dualizan los más adelantados animales domésticos, no han de humanizarse necesariamente por vez primera en la forma de primitivos salvajes.
El siguiente diagrama muestra en ordenación si­nóptica algunas de estas líneas evolutivas, aunque en modo alguno las contiene todas, pues sin duda hay otras no observadas todavía, con multitud de maneras de pasar de una a otra por distintos nive­les. Así es que el diagrama se contrae a un amplio bosquejo del plan. Según se infiere del diagrama, en la última eta­pa convergen todas las líneas de evolución, o por lo menos para nuestra ensombrecida vista no hay distinción entre la gloria de los altísimos seres, aun­que acaso si fuese mayor nuestro conocimiento po­dríamos completar el diagrama.
De todos modos, sabemos que así como el reino humano está el grandioso reino de los ángeles o devas, y que la en­trada en este reino es una de las siete puertas que se abren ante los pasos del Adepto. Este mismo reino de los devas es la etapa superior de la evolución de los espíritus de la naturale­za, aunque en esto vemos otro ejemplo de los sal­tos o solapaciones a que antes aludimos, porque el Adepto entra en el reino dévico por la cuarta eta­pa, sin pasar por las tres inferiores, mientras que el espíritu de la naturaleza entra en el reino dévico por la primera etapa, o sea la de los devas inferiores.
Al entrar en el reino dévico recibe el espíritu de la naturaleza la divina chispa de la tercera oleada de vida y logra así la individualidad, como la logra el animal cuando entra en el reino humano. Ade­más, de la propia suerte que el animal sólo puede individualizarse poniéndose en contacto con el hombre, análogamente el espíritu de la naturaleza, para lograr la individualización, ha de ponerse en contacto con el ángel, servirle de ayudante y traba­jar para complacerle, hasta que aprenda a trabajar como los ángeles. En rigor, los más adelantados espíritus de la naturaleza no son seres humanos etéreos o astrales, porque todavía no están individualizados, pero son algo más que un animal etéreo o astral, pues su grado de inteligencia es muy superior al de los animales, y en muchos puntos igual al del común de la humanidad. Por otra parte, los espíritus de la naturaleza de orden ínfimo tienen limitadísima in­teligencia, por el estilo de la de los pájaros-moscas, mariposas o abejas a que tanto se parecen. Según se ve en el diagrama, los espíritus de la naturaleza abarcan un amplio segmento del arco de evolución, incluyendo etapas correlativas con todas las de los reinos vegetales, animal y humano, hasta casi en la que hoy está nuestra raza. Algunos tipos inferiores de espíritus de la natu­raleza no tienen nada de estéticos; pero también ocurre lo mismo con las especies inferiores de rep­tiles de insectos. Hay tribus de espíritus de la naturaleza, no desarrollados todavía, de gustos grose­ros, y por lo tanto, su aspecto está en correspon­dencia con su etapa de evolución. Las informes masas con enormes y rojas fauces que viven en las nauseabundas emanaciones eté­reas de la sangre y del pescado podrido, son tan horribles a la vista como a la sensación de toda per­sona de mente pura. Igualmente repulsivas son las entidades rojinegras, semejantes a crustáceos rapa­ces, que planean sobre los lupanares, y los mons­truos parecidos al octopus que apetecen regodear­se en los vapores alcohólicos de las orgías y festines del beodo. Sin embargo, por muy repugnantes que sean estas arpías, no son dañinas de por sí ni se pondrán en contacto con el hombre, a menos que se degrade al nivel de ellas esclavizándose a sus ba­jas pasiones. Tan sólo los espíritus de la naturaleza de estas especies inferiores y repulsivas se acercan voluntariamente al hombre vulgar. Otras de la misma cla­se, pero algo menos materiales, se gozan en bañar­se en las groseras vibraciones levantadas por la có­lera, avaricia, crueldad, envidia, celos y odio.
Quie­nes cedan a estos innobles sentimientos, se expo­nen a estar constantemente rodeados por las corro­ñosas coluvies del mundo astral, que unos a otros se atropellan con tétricas ansias de antesaborear un arrebato pasional, y en su ceguera hacen cuanto pueden para provocarlo o intensificarlo. Apenas cabe creer que tan horrosas entidades pertenezcan al mismo reino que los simpáticos y jubilosos espí­ritus de la naturaleza que vamos a describir.