LOS
ESPIRITUS DE LA NATURALEZA
(Parte I)
Aunque con ciertas
restricciones, ejercen
grande influencia los espíritus de la naturaleza a quienes debemos considerar
como los habitantes autóctonos de la tierra, expulsados de diversas partes de
ella por la invasión del hombre, análogamente a lo ocurrido con los animales
salvajes.
De la propia suerte que éstos, los espíritus de la naturaleza, evitan por completo las
ciudades populosas y todo lugar en que se reúnen muchedumbres humanas, por lo que allí apenas
se nota su influencia.
Pero en los tranquilos
parajes rurales, en bosques y campos, en las montañas y en alta mar, están
siempre presentes los espíritus de la naturaleza, su influencia es poderosa y
omnipenetrante, de la propia manera que el perfume de la violeta embalsama el
ambiente aunque se oculte entre la hierba.
Los espíritus de la naturaleza constituyen una evolución aparte,
completamente distinta hoy por hoy de la evolución humana.
Todos estamos familiarizados con la trayectoria de la segunda
Oleada de Vida a través de los tres reinos elementales hasta llegar al
mineral, del que asciende por el vegetal y el animal para alcanzar la
individualidad en el nivel humano. También sabemos que una vez lograda esta
individualización, el progreso de la humanidad nos lleva gradualmente a las
etapas del Sendero y después en progresión ascendente al Adepto y a las
gloriosas posibilidades de un más allá. Esta es nuestra línea de
desenvolvimiento, pero no hemos de incurrir en el error de creer que es la
única.
Aun en este nuestro
mundo, la vida divina fluye impelentemente por diversas corrientes, de las
cuales la nuestra es tan sólo una, y en modo alguno la más importante en
orden. Comprenderemos esto mejor, recordando que la humanidad en su
manifestación física ocupa solamente una pequeña parte de la superficie
terrestre, mientras que hay entidades situadas en el correspondiente nivel de
otras líneas de evolución, que no sólo pueblan la tierra más densamente que el
hombre, sino que además moran en la dilatadísima planicie del mar y los campos
del aire.
LÍNEAS DE EVOLUCIÓN.- En la presente etapa,
vemos que las diversas corrientes a que hemos aludido fluyen paralelamente,
aunque por lo pronto de todo punto distintas. Por ejemplo, los
espíritus de la naturaleza no han sido ni serán nunca individuos de una
humanidad como la nuestra; y sin embargo, la vida que en ellos mora dimana del
mismo Logos solar de que dimana la nuestra y a El volverá como la nuestra.
Hasta llegar al nivel mineral, las corrientes pueden considerarse
paralelas; pero tan pronto como al trasponer el punto de conversión suben por
el arco ascendente, aparece la divergencia.
La etapa mineral es, por
supuesto, aquella en que la vida está más profundamente sumida en la materia
física; pero si bien algunas corrientes retienen formas físicas en las
diversas etapas ulteriores de su desenvolvimiento, haciéndolas según adelantan
más a propósito para la manifestación de su vida interna, hay otras corrientes que desde luego desechan la materia densa y
durante el resto de su desenvolvimiento en este mundo usan cuerpos constituidos
exclusivamente por materia etérea. Así una de dichas corrientes o colectividad de entidades, luego
de pasar por la etapa mineral, no se transporta al reino vegetal, sino que toma
vehículos de materia etérea para morar en el interior de la corteza terrestre
y en el seno de las compactas rocas. Muchos estudiantes no aciertan a comprender como es posible que
haya seres vivientes que moren en el seno de las rocas o en el interior de la
corteza terrestre. Sin embargo, los seres
dotados de vehículos etéreos no tropiezan con la más leve dificultad para
moverse, ver y oír en la masa de la roca, porque la materia física sólida es su
natural ambiente y su peculiar habitación, la única a que están acostumbrados
y en la que se encuentran como en su propia casa. No es fácil formar exacto
concepto de estos vagos seres inferiores que actúan en amorfos vehículos
etéreos; pero poco a poco van evolucionando hasta llegar a una etapa en que si
bien habitan todavía en el seno de las rocas compactas, se acercan más a la
superficie de la tierra, en vez de enmadrigarse en lo más hondo de la corteza;
y los más evolucionados de entre ellos son capaces de mostrarse eventualmente
al aire libre durante un corto tiempo. A estos seres se les ha visto y más frecuentemente oído en las
cavernas y minas. La literatura medieval les dio
el nombre de gnomos.
En las condiciones
ordinarias no es visible a los ojos físicos la etérea materia de sus cuerpos,
por lo que cuando se muestran visiblemente es porque o se han revestido de un
velo de materia física, o quien los ve ha excitado su perceptibilidad sensoria
hasta el punto de afectarle las ondas vibratorias de los éteres superiores y
ver así lo que normalmente no percibe.
No es rara ni difícil de lograr la temporánea excitación de la
facultad visual que se necesita para percibir a los espíritus de la naturaleza;
y por otra parte, la materialización es cosa fácil para seres situados muy
cerca de los límites de la visibilidad. Así es que se les podría ver con mayor
frecuencia de la que se ve, a no ser por su arraigada repugnancia a la
vecindad de los hombres.
En la siguiente etapa de
su evolución se convierten en hadas, que suelen morar como nosotros en la
superficie de la tierra, aunque todavía con cuerpo etéreo.
Después de esta etapa pasan a ser espíritus aéreos en el reino
de los devas o ángeles, según explicaremos más adelante. La oleada de vida en el
reino mineral no sólo se manifiesta por medio de las rocas que constituyen la
corteza terrestre, sino también por medio de las aguas oceánicas; y así como
las rocas dejan pasar a través de ellas las inferiores formas etéreas, todavía
desconocidas para el hombre, que moran en el interior del globo terráqueo,
asimismo las aguas dan paso a otras inferiores formas etéreas que tienen su
morada en las profundidades del mar.
En este caso, también la
siguiente etapa de evolución nos ofrece formas más definidas, aunque todavía
etéreas, que moran entre dos aguas y muy raras veces se muestran en la
superficie.
La tercera etapa (correspondiente
a la de las hadas en los espíritus terrestres) nos da la enorme hueste de
espíritus acuáticos que con su juguetona vida pueblan las dilatadas llanuras
del océano. Las entidades que siguen
estas líneas de evolución, toman cuerpos de materia exclusivamente etérea y no
entran en los reinos vegetal, animal y humano; pero hay otros espíritus de la
naturaleza que antes de su diversión pasan por los reinos vegetal y animal.
Así en el océano hay una corriente de vida cuyas nómadas, al
salir del reino mineral, entran en el vegetal en forma de algas, y luego pasan
por los corales, esponjas y los enormes cefalópodos de entre dos aguas, para
después emparentar con los peces y convertirse más tarde en espíritus
acuáticos. Estas entidades conservan
el denso vehículo físico hasta muy alto nivel; y de la propia manera observamos
que las hadas terrestres no sólo proceden de las filas de los gnomos, sino
también de las capas inferiores del reino animal, pues hay una línea de
evolución que roza ligeramente el reino vegetal en forma de hongos, y después
pasa por las bacterias y animálculos de diversas especies a los insectos y
reptiles, para ascender al hermoso orden zoológico de las aves, de donde al
cabo de muchas encarnaciones ornitológicas entra en la todavía más bella
comunidad de las hadas. Hay otra línea de
evolución que proviene del reino vegetal, donde asume la forma de hierbas y
gramíneas, y después toma en el reino animal la de hormigas y abejas, hasta
convertirse por fin en seres etéreos que, análogos a las abejas, zumban y revolotean
en torno de plantas y flores, en la producción de cuyas numerosas variedades
influyen notablemente hasta el punto de servir de auxilio sus funciones para la
especialización y cultivo de los vegetales.
Sin embargo, conviene
distinguirlos cuidadosamente para evitar confusiones. Los diminutos seres que
cuidan de las flores, pueden dividirse en dos grandes clases con numerosas
variedades en ambas. La primera clase son los elementos propiamente dichos, porque no
obstante su belleza, son tan sólo formas mentales y en modo alguno seres
vivientes. Más bien cupiera decir que son
criaturas de vida temporánea, pues si bien activísimos y muy atareados durante
su corta vida, no reencarnan ni evolucionan, y una vez terminada su obra se
desintegran y disuelven en la atmósfera circundante, lo mismo que les sucede a
nuestras formas mentales. Son formas mentales de los ángeles o devas encargados
de la evolución del reino vegetal. Cuando a uno de estos devas se le ocurre una
nueva idea relacionada con alguna de las especies de plantas confiadas a su
cuidado, emite una forma mental con el determinado propósito de realizar dicha
idea. Generalmente la forma
de su pensamiento es un modelo etéreo de la planta en cuestión, o bien una
diminuta criatura que ronda por la planta mientras se forman los capullos y va
gradualmente dándoles la configuración y colores que el deva ideó para la
flor. Pero tan luego como la planta adquiere su completo crecimiento o se
explaya la flor, termina la tarea del elemental, quien, según hemos dicho, se
desvanece entonces extinguido ya su poder, porque la única alma que lo animaba
era la voluntad de realizar la tarea terminada. Sin embargo, se ven en torno
de las flores otros diminutos seres, verdaderos espíritus de la naturaleza, de
los que hay muchas variedades. Una de las más comunes tiene forma parecida a la
de los pájaros-moscas y se les suele ver zumbando en rededor de las flores a
modo de abejas.
Estas menudas y hermosas
criaturas no serán nunca humanas por que no siguen nuestra línea de evolución.
La vida que los anima ha pasado por hierbas y gramíneas tales como la cebada y
el trigo en el reino vegetal y por las hormigas y abejas en el reino animal,
hasta alcanzar la etapa de diminutos espíritus de la naturaleza, que más tarde
se convertirán en las hermosas hadas de cuerpos etéreos, que viven en la superficie
de la tierra.
Posteriormente serán
salamandras o espíritus del fuego, y luego se convertirán en sílfides o
espíritus del aire, con cuerpos astrales en vez de etéreos, para pasar por
último al reino de los devas.
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