LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA
Charles
W. Leadbeater
Parte
V
Romanticismo de las hadas. - Tienen las
hadas una imaginación envidiable por lo fértil, y en los ratos de recreo con
sus compañeras se complacen en idear todo linaje de fantásticos escenarios y
románticas situaciones. Puede entonces compararse el hada a un niño que relata cuentos
a sus compañeros, aunque con la ventaja sobre el niño de que como las demás
hadas tienen visión etérea y astral inferior, todas las
ideas y personajes del cuento toman forma visible para los oyentes en el
transcurso de la relación. Sin duda que muchos de estos cuentos nos parecerán pueriles y
de muy limitada y extraña finalidad, porque la inteligencia del hada actúa en
dirección distinta de la nuestra; más para ellas son vívidamente reales y
motivo de inagotable deleite. El hada que denota extraordinario
talento en imaginar narraciones se aquista el afecto y consideración de sus
compañeras, sin que jamás le falten auditorio y séquito. Cuando algún
ser humano vislumbra un grupo así de hadas, lo juzga según sus rutinarios
prejuicios y toma al hada principal por un rey o reina según la figura que en
aquel momento asuma el hada. En realidad, el reino de los espíritus de la naturaleza no
necesita régimen alguno de gobierno, excepto la inspección general que
sobre ellos ejercen los devarrajas y sus subordinados, sin que se den cuenta de
esta inspección más que los espíritus de la naturaleza muy adelantados.
Su actitud respecto del hombre. - La mayor parte de los espíritus de la naturaleza repugnan y
evitan la compañía del hombre, y no es extraño que
así sea, pues para ellos el hombre es un devastador demonio que destruye y
despoja por doquiera que pasa.
A sangre
fría y a veces entre horribles tormentos mata el hombre a las hermosas
criaturas de que los espíritus de la naturaleza gustan cuidar.
Abate los
árboles, siega las hierbas, arranca las flores y desidiosamente las echa para
que se marchiten. Suplanta la amable vida en el seno de la naturaleza con sus
horribles ladrillos y cementos, y la fragancia de las flores con los mefíticos
vapores de sus manipulaciones químicas y el ensuciador humo de sus fábricas.
¿Es extraño
que las hadas nos miren con horror y se aparten de nosotros como nos apartamos
de un reptil ponzoñoso?
No sólo
devastamos cuanto más amable es para las hadas, sino que la mayor parte de
nuestros hábitos y emanaciones les desagradan. Envenenamos el suavísimo aire
con repugnantes vapores de alcohol y humo de tabaco.
Nuestras
inquietas e indómitas pasiones levantan un continuo flujo de corrientes
astrales que las perturba y enoja con el mismo disgusto que tendríamos nosotros
si nos vaciaran encima un cubo de agua infecta.
Para los espíritus
de la naturaleza la cercanía del hombre ordinario equivale a estar bajo la
furia de un huracán que soplara en una sentina. No son ángeles con el perfecto
conocimiento a que acompaña la perfecta paciencia, sino que son como niños
inocentes y algunos de ellos cual juguetones gatitos excepcionalmente
inteligentes.
Por otra
parte ¿es extraño que nos repugnen, rechacen y eviten si por costumbre
ultrajamos sus más nobles y elevados sentimientos?
Se conocen
dos casos en que, a causa de excesiva intrusión o molestia por parte del
hombre, mostraron las hadas notoria malicia y se desquitaron del daño. Esto denota
que, por lo general, no obstante, las insoportables provocaciones del hombre,
rara vez se encolerizan las hadas, pues su acostumbrado procedimiento de
repeler a un intruso es hacerle víctima de alguna broma a menudo puerilmente pesada,
pero nunca gravemente dañosa.
Se gozan en
extraviar o engañar al intruso, haciéndole perder el camino al cruzar un
pantano, manteniéndolo, dando vueltas de círculo toda la noche mientras cree
que anda en derechura o forjándole la ilusión de que ve palacios y castillos en
donde no hay tales. Varios cuentos y leyendas sobre esta curiosa característica de
las hadas subsisten tradicionalmente entre los aldeanos de casi todas las
comarcas montesinas.
Hechizo. - Las hadas se valen eficazmente en sus tretas y burlas de la
maravillosa facultad que tienen de hechizar a quienes ceden a su influencia, de
modo que mientras están sujetos al hechizo, sólo ven y oyen lo que las hadas
les sugieren al igual del hipnotizado que únicamente ve, oye, palpa, gusta y
huele lo que el magnetizador desea. Sin
embargo, los espíritus de la naturaleza no tienen la hipnótica facultad de
dominar la voluntad humana, excepto cuanto se trata de gentes de pobre
entendimiento que ceden a un invencible terror durante el cual queda en
suspenso la voluntad. Las hadas no tienen otro poder que el de alucinar los sentidos,
pero en esto son indiscutiblemente maestras y no han faltado casos en que
hechizaron de golpe a gran número de gentes.
Los
juglares de la India efectúan con el impetrado auxilio de las hadas sus más
sorprendentes suertes, entre ellas la del cesto o aquella otra en que el
juglar lanza aire arriba una cuerda que se coloca y mantiene tirante en el
espacio sin apoyo alguno, hasta que desaparece luego de saltar por ella el
prestidigitador.
Los
circunstantes están en este caso colectivamente alucinados y se figuran que
presencian una serie de sucesos que no han ocurrido en realidad. El poder del hechizo consiste sencillamente en forjar una
vigorosa imagen mental y proyectarla después en la mente del hechizado. A la generalidad de los hombres les parecerá eso casi imposible
porque nunca lo intentaron ni tienen idea de cómo se realiza. La mente del hada no es tan amplia como la del hombre; pero
está acostumbradísima a forjar imágenes y proyectarlas en ajenas mentes, porque
tal es una de las principales tareas de su vida cotidiana. No es extraño
que con tan continuada práctica sean las hadas expertas en esta operación, que
resulta mucho más sencilla para ellas cuando como en el caso de los juglares
índicos, se ha de reproducir centenares de veces la misma imagen, hasta que
cada pormenor se traza sin esfuerzo a consecuencia del hábito.
Para
comprender bien cómo se hace esto, debemos recordar que
las imágenes mentales tienen realidad, pues son construcciones de materia mental,
y que la línea de comunicación entre la mente y el cerebro físico pasa por las
contrapartes astral y etérea de este mismo cerebro, pudiendo interceptarse la
comunicación por medio de un obstáculo colocado en cualquier punto intermedio. Algunos
espíritus de la naturaleza suelen concurrir a las sesiones espiritistas con
objeto de remedar engañosamente los fenómenos físicos. Quienes
hayan frecuentado dichas sesiones recordarán casos de bromas y burlas sin
malicia, que denotan casi siempre la presencia de un espíritu de la naturaleza,
aunque también cabe atribuirlas a un difunto que en vida fue lo bastante
casquivano para creer que divierten las tonterías y no ha tenido aún tiempo de
adquirir sabiduría.
Ejemplos de amistad. - Por otra
parte, hay ejemplos en que algunos espíritus de la naturaleza han contraído
amistad con seres humanos, ofreciéndoles cuanta ayuda estaba en su poder
prestarles, como en las conocidas narraciones de las sirvientas escocesas o
las hadas que encienden el fuego de las cenicientas. También
hubo casos, aunque rarísimos, en que un hombre predilecto de las hadas fue
admitido a presenciar sus festines y compartir durante algún tiempo su género
de vida. Dícese que los animales silvestres se acercan confiadamente a
los yoguis indios porque instantáneamente conocen que son amigos de todo ser
viviente. De la propia manera, las hadas se agrupan en torno del hombre
que entra en el Sendero de Santidad, pues notan que sus emanaciones son menos
tormentosas y más agradables que las de los hombres cuya mente está aún fija en
los negocios mundanos. A veces se ha visto que las hadas se acercan a los niños pequeñuelos
y les muestran mucho afecto, especialmente a los de viva imaginación y propensos
al ensueño, pues son capaces las hadas de ver y complacerse en las formas
mentales de que el niño se rodea.
También
hubo casos en que las hadas tomaron vivo cariño a un pequeñuelo sumamente
simpático e intentaron llevárselo a sus moradas con el sincero propósito de
librarlo del que les parecía horrible destino de crecer y vivir entre el vulgo
de los hombres. En las narraciones demóticas hay algo referente a
suplantaciones de niños, aunque también obedecen a otras causas de que más
adelante hablaremos. Ha habido épocas, más a menudo en el pasado que en el presente,
en que algunas variedades de hadas, análogas en forma y tamaño al hombre, se
complacían en materializarse con cuerpos físicos temporáneos, pero definidos, a
fin de ponerse por este medio en deshonestas relaciones con las mujeres de su
elección. En esto se basan las antiguas leyendas mitológicas de faunos y
sátiros, aunque también se refieren a seres de una evolución subhumana, de
todo punto distinta de la etérea.