sábado, 7 de marzo de 2020

LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA. Charles W. Leadbeater, Parte V


LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA


Charles W. Leadbeater

Parte V

Romanticismo de las hadas. - Tienen las hadas una imaginación envidiable por lo fértil, y en los ratos de recreo con sus compañeras se complacen en idear todo linaje de fantásticos escenarios y román­ticas situaciones. Puede entonces compararse el ha­da a un niño que relata cuentos a sus compañeros, aunque con la ventaja sobre el niño de que como las demás hadas tienen visión etérea y astral infe­rior, todas las ideas y personajes del cuento toman forma visible para los oyentes en el transcurso de la relación. Sin duda que muchos de estos cuentos nos pa­recerán pueriles y de muy limitada y extraña finalidad, porque la inteligencia del hada actúa en di­rección distinta de la nuestra; más para ellas son vívidamente reales y motivo de inagotable delei­te. El hada que denota extraordinario talento en imaginar narraciones se aquista el afecto y conside­ración de sus compañeras, sin que jamás le falten auditorio y séquito. Cuando algún ser humano vislumbra un grupo así de hadas, lo juzga según sus rutinarios prejui­cios y toma al hada principal por un rey o reina se­gún la figura que en aquel momento asuma el ha­da. En realidad, el reino de los espíritus de la natu­raleza no necesita régimen alguno de gobierno, ex­cepto la inspección general que sobre ellos ejercen los devarrajas y sus subordinados, sin que se den cuenta de esta inspección más que los espíritus de la naturaleza muy adelantados.

Su actitud respecto del hombre. - La mayor parte de los espíritus de la naturaleza repugnan y evitan la compañía del hombre, y no es extraño que así sea, pues para ellos el hombre es un devastador demo­nio que destruye y despoja por doquiera que pasa.
A sangre fría y a veces entre horribles tormentos mata el hombre a las hermosas criaturas de que los espíritus de la naturaleza gustan cuidar.
Abate los árboles, siega las hierbas, arranca las flores y desi­diosamente las echa para que se marchiten. Suplan­ta la amable vida en el seno de la naturaleza con sus horribles ladrillos y cementos, y la fragancia de las flores con los mefíticos vapores de sus manipu­laciones químicas y el ensuciador humo de sus fá­bricas.
¿Es extraño que las hadas nos miren con ho­rror y se aparten de nosotros como nos apartamos de un reptil ponzoñoso?
No sólo devastamos cuanto más amable es para las hadas, sino que la mayor parte de nuestros há­bitos y emanaciones les desagradan. Envenenamos el suavísimo aire con repugnantes vapores de alco­hol y humo de tabaco.
Nuestras inquietas e indó­mitas pasiones levantan un continuo flujo de corrientes astrales que las perturba y enoja con el mismo disgusto que tendríamos nosotros si nos va­ciaran encima un cubo de agua infecta.
Para los es­píritus de la naturaleza la cercanía del hombre or­dinario equivale a estar bajo la furia de un huracán que soplara en una sentina. No son ángeles con el perfecto conocimiento a que acompaña la perfecta paciencia, sino que son como niños inocentes y al­gunos de ellos cual juguetones gatitos excepcional­mente inteligentes.
Por otra parte ¿es extraño que nos repugnen, rechacen y eviten si por costumbre ultrajamos sus más nobles y elevados sentimientos? 
Se conocen dos casos en que, a causa de excesiva intrusión o molestia por parte del hombre, mostra­ron las hadas notoria malicia y se desquitaron del daño. Esto denota que, por lo general, no obstante, las insoportables provocaciones del hombre, rara vez se encolerizan las hadas, pues su acostumbrado procedimiento de repeler a un intruso es hacerle víctima de alguna broma a menudo puerilmente pe­sada, pero nunca gravemente dañosa.
Se gozan en extraviar o engañar al intruso, haciéndole perder el camino al cruzar un pantano, manteniéndolo, dando vueltas de círculo toda la noche mientras cree que anda en derechura o forjándole la ilusión de que ve palacios y castillos en donde no hay tales. Varios cuentos y leyendas sobre esta curiosa característica de las hadas subsisten tradicionalmente entre los aldeanos de casi todas las comarcas mon­tesinas.

Hechizo. - Las hadas se valen eficazmente en sus tretas y burlas de la maravillosa facultad que tienen de hechizar a quienes ceden a su influencia, de mo­do que mientras están sujetos al hechizo, sólo ven y oyen lo que las hadas les sugieren al igual del hip­notizado que únicamente ve, oye, palpa, gusta y huele lo que el magnetizador desea. Sin embargo, los espíritus de la naturaleza no tienen la hipnótica facultad de dominar la voluntad humana, excepto cuanto se trata de gentes de po­bre entendimiento que ceden a un invencible terror durante el cual queda en suspenso la voluntad. Las hadas no tienen otro poder que el de aluci­nar los sentidos, pero en esto son indiscutiblemen­te maestras y no han faltado casos en que hechiza­ron de golpe a gran número de gentes.
Los juglares de la India efectúan con el impetra­do auxilio de las hadas sus más sorprendentes suer­tes, entre ellas la del cesto o aquella otra en que el juglar lanza aire arriba una cuerda que se coloca y mantiene tirante en el espacio sin apoyo alguno, hasta que desaparece luego de saltar por ella el prestidigitador.
Los circunstantes están en este ca­so colectivamente alucinados y se figuran que pre­sencian una serie de sucesos que no han ocurrido en realidad. El poder del hechizo consiste sencillamente en forjar una vigorosa imagen mental y proyectarla después en la mente del hechizado. A la generali­dad de los hombres les parecerá eso casi imposible porque nunca lo intentaron ni tienen idea de cómo se realiza. La mente del hada no es tan amplia co­mo la del hombre; pero está acostumbradísima a forjar imágenes y proyectarlas en ajenas mentes, porque tal es una de las principales tareas de su vida cotidiana. No es extraño que con tan continuada práctica sean las hadas expertas en esta operación, que re­sulta mucho más sencilla para ellas cuando como en el caso de los juglares índicos, se ha de reprodu­cir centenares de veces la misma imagen, hasta que cada pormenor se traza sin esfuerzo a consecuen­cia del hábito.
Para comprender bien cómo se hace esto, debe­mos recordar que las imágenes mentales tienen realidad, pues son construcciones de materia men­tal, y que la línea de comunicación entre la mente y el cerebro físico pasa por las contrapartes astral y etérea de este mismo cerebro, pudiendo intercep­tarse la comunicación por medio de un obstáculo colocado en cualquier punto intermedio. Algunos espíritus de la naturaleza suelen concu­rrir a las sesiones espiritistas con objeto de reme­dar engañosamente los fenómenos físicos. Quienes hayan frecuentado dichas sesiones recordarán ca­sos de bromas y burlas sin malicia, que denotan ca­si siempre la presencia de un espíritu de la natura­leza, aunque también cabe atribuirlas a un difunto que en vida fue lo bastante casquivano para creer que divierten las tonterías y no ha tenido aún tiem­po de adquirir sabiduría.

Ejemplos de amistad. - Por otra parte, hay ejemplos en que algunos espíritus de la naturaleza han contraído amistad con seres humanos, ofreciéndo­les cuanta ayuda estaba en su poder prestarles, co­mo en las conocidas narraciones de las sirvientas escocesas o las hadas que encienden el fuego de las cenicientas. También hubo casos, aunque rarísimos, en que un hombre predilecto de las hadas fue admitido a presenciar sus festines y compartir du­rante algún tiempo su género de vida. Dícese que los animales silvestres se acercan confiadamente a los yoguis indios porque instantá­neamente conocen que son amigos de todo ser vi­viente. De la propia manera, las hadas se agrupan en torno del hombre que entra en el Sendero de Santidad, pues notan que sus emanaciones son me­nos tormentosas y más agradables que las de los hombres cuya mente está aún fija en los negocios mundanos. A veces se ha visto que las hadas se acercan a los niños pequeñuelos y les muestran mucho afecto, especialmente a los de viva imaginación y propen­sos al ensueño, pues son capaces las hadas de ver y complacerse en las formas mentales de que el niño se rodea.
También hubo casos en que las hadas tomaron vivo cariño a un pequeñuelo sumamente simpático e intentaron llevárselo a sus moradas con el since­ro propósito de librarlo del que les parecía horri­ble destino de crecer y vivir entre el vulgo de los hombres. En las narraciones demóticas hay algo re­ferente a suplantaciones de niños, aunque también obedecen a otras causas de que más adelante habla­remos. Ha habido épocas, más a menudo en el pasado que en el presente, en que algunas variedades de hadas, análogas en forma y tamaño al hombre, se complacían en materializarse con cuerpos físicos temporáneos, pero definidos, a fin de ponerse por este medio en deshonestas relaciones con las mujeres de su elección. En esto se basan las antiguas le­yendas mitológicas de faunos y sátiros, aunque también se refieren a seres de una evolución sub­humana, de todo punto distinta de la etérea.


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