LA INICIACIONES SUPERIORES
(Parte 1)
Será más sencillo este asunto
para el estudiante si divide en dos grupos las cuatro etapas del Sendero
del Adeptado y coloca las tres primeras en el primer grupo.
Durante estas tres etapas llega
a la perfección la conciencia búdica,
y en la cuarta iniciación entra
el candidato en el plano nirvánico,
ocupándose de allí en adelante
en ascender firmemente por los cinco subplanos inferiores del nirvánico, donde
el ego tiene su ser.
También puede considerarse la cuarta iniciación como
una etapa intermedia, pues se dice que entre la primera y la cuarta iniciación
transcurren ordinariamente siete vidas y otras siete entre la cuarta y la
quinta. Sin embargo, este número puede aumentar o disminuir, según dije antes,
y el período de tiempo efectivamente empleado en la mayoría de los casos no es
muy largo, pues las vidas se suceden una a otra sin intermedios en el mundo
celeste.
En la terminología budista se
llama arhat al que ha recibido
la cuarta iniciación, y significa el capaz, el benemérito, el venerable, el
perfecto. Los hinduistas le llaman el paramahamsa, el que está más
allá del hamsa. Los libros orientales encomian muchísimo al iniciado en
cuarta porque conocen que se halla en altísimo
nivel.
En la simbología cristiana está
la cuarta iniciación representada por las angustias sufridas en el huerto de
Getsemaní, la crucifixión y la resurrección de Cristo; pero como hay algunas etapas preliminares se puede simbolizar más
completamente la cuarta iniciación con todo cuanto se dice que sucedió durante
la semana llamada santa.
El primer acontecimiento fue la
resurrección de Lázaro, que siempre se conmemora el Sábado de Pascua aunque
según el Evangelio ocurrió una o dos semanas antes.
El domingo de Ramos se celebra
la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén.
El lunes y martes predicó
varios sermones en el templo;
el miércoles lo traicionó Judas
Iscariote;
el jueves instituyó la Sagrada
Eucaristía;
en la noche del jueves al
viernes, compareció ante Pilatos y Herodes;
el viernes fue crucificado; el
sábado permaneció en el sepulcro, y
en el primer instante del
domingo para siempre triunfante resucitó de entre los muertos.
Todos estos
pormenores del drama de la Pasión están relacionados con lo que realmente
sucede en la cuarta iniciación.
Cristo hizo algo
insólito y prodigioso al resucitar a Lázaro en sábado, y en consecuencia gozó
poco después de su único triunfo terrenal, porque las gentes acudieron presurosas
al saber que había resucitado a un muerto, y le esperaron a la salida de la
casa de Lázaro, cuando se dirigía a Jerusalén, para aclamarlo con entusiasmo y
tratarlo como todavía en Oriente tratan a quien consideran santo. El pueblo le
siguió entusiásticamente hasta Jerusalén, y Cristo aprovechó entonces aquella
oportunidad para aleccionar a la multitud que se había congregado en el templo
deseoso de verle y oírle. Este es un símbolo de la realidad, porque el iniciado
atrae algún tanto la atención pública y cobra cierto grado de popularidad y
simpatía. Después hay siempre un traidor que se revuelve contra él y tergiversa
cuanto ha dicho y hecho, de modo que aparece como un malvado a la vista de las
gentes.
Dice Ruysbroek sobre el
particular:
«A veces se ven estos infelices
privados de todos los bienes terrenos, separados de sus amigos y parientes,
abandonados por sus mismos discípulos, menospreciada y desconocida su santidad,
calumniadas todas las obras de su vida, rechazados y desdeñados por sus
compañeros y afligidos por diversas enfermedades.»
A esto sigue una lluvia de
vilipendios, denuestos y maltratos, y la abominación del mundo. Después la escena
del huerto de Getsemaní, cuando el Cristo se siente desfallecer al verse en
completo abandono y a poco la befa y el escarnio en público y la crucifixión.
Finalmente el grito desde la cruz:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?»
La señora Blavatsky dice en La
Doctrina Secreta, que el verdadero significado de la exclamación de Cristo
es: «¡Dios mío, Dios mío, cómo me
glorificas!» No soy capaz de comprobar cuál de ambas traducciones es la
exacta, pero las dos entrañan una profunda verdad.
Una
de las características de la cuarta iniciación es que al candidato se le deja
enteramente solo. Primeramente ha de quedarse solo en el mundo físico, pues todos sus
amigos y parientes se revuelven contra él a causa de malas inteligencias, y aunque
más tarde resplandezca la justicia, entretanto sufre el candidato la
animadversión general del mundo que se declara contra él. Quizás no sea ésta la
más penosa prueba; pero tiene un aspecto interno que consiste en experimentar
por un momento la condición llamada avichi, que significa «sin vibración».
El estado de avichi no es
como vulgarmente se cree una especie de infierno, sino una condición en la cual
el hombre está absolutamente solo en el espacio y se siente separado de toda
vida, incluso de la del Logos. Sin duda es la más espantosa experiencia por que
puede pasar un ser humano. Dícese que tan sólo dura un momento; pero quienes la
han sufrido declaran que es de muchísimo mayor duración, porque en aquel plano
ya no existen ni el tiempo ni el espacio.
A mi entender, tan
terrible experiencia produce dos resultados:
-que el candidato
pueda simpatizar con quienes por efecto de sus acciones caen en el estado de avichi y
-que aprenda a
permanecer separado de todos los objetos externos, así como convencerse de que
es esencialmente uno con el Logos y de lo ilusorio del sentimiento de soledad.
Hubo
quienes cayeron en este horrendo estado y retrocedieron hasta el extremo de
tener que repetir su obra de iniciación; mas para quien sin desmayo la resiste,
es la prueba, aunque sumamente terrible, de muy admirable beneficio, por lo que
si bien se le puede aplicarla la exclamación:
« ¿Por qué me has abandonado?» también le
conviene la de: « ¡Cómo me glorificas!» al salir
triunfante el candidato de la prueba.
La cuarta
iniciación difiere de las demás en su
extraño doble aspecto de sufrimiento y victoria.
Las tres primeras
iniciaciones están respectivamente simbolizadas en el cristianismo por el Nacimiento, el Bautismo y la Transfiguración;
mas para simbolizar la cuarta fueron necesarios varios sucesos. La Crucifixión con todos los sufrimientos que la
precedieron sirvió para simbolizar el aspecto aflictivo, mientras que el
aspecto gozoso está representado por la Resurrección y el triunfo sobre la
muerte.
En
esta etapa siempre hay sufrimiento físico, astral y mental,
ludibrio
de las gentes,
hostilidad
del mundo aparente fracaso;
pero
también hay siempre en los planos superiores, el esplendente triunfo
desconocido para el mundo exterior.
La especial índole
del sufrimiento que aflige al candidato en esta cuarta iniciación elimina
cuantos residuos kármicos puedan interponerse todavía en su camino, y la
paciencia y alegría con que lo soporte contribuirán valiosamente a fortalecerle
el carácter y ayudarle a determinar su grado de utilidad en la obra que le
aguarda.
Una antigua fórmula egipcia describe como sigue la Crucifixión y
Resurrección que simboliza la efectiva iniciación: «Después
el candidato quedará atado sobre la cruz de madera, morirá y será sepultado y
descenderá al mundo inferior, pero al tercer día resucitará de entre los
muertos.»
En
aquellos tiempos no resurgía el candidato del sarcófago en que en estado de
éxtasis se le había depositado, hasta pasados tres días con sus noches y parte
del cuarto. Entonces resurgía al aire libre
por el lado oriental de la pirámide o templo, a fin de que los rayos del sol
naciente le dieran en el rostro y acabaran de despertarle de su largo sueño.
El antiguo proverbio que dice «no hay corona sin cruz» puede
interpretarse en el sentido de que sin el descenso del hombre a la materia, sin
atarse a ella como a una cruz, sería imposible para él resucitar y recibir la
corona de gloria. Así es que por la limitación y el sufrimiento obtiene la
victoria.
Imposible nos es describir la
resurrección. Cuantas palabras empleáramos empañarían su esplendor y blasfemia
parecería aun el intento de descripción. Sin embargo, cabe afirmar que equivale
a la completa victoria sobre todas las tristezas, tribulaciones, dificultades,
tentaciones y pruebas. Es un triunfo imperecedero porque lo ha logrado por conocimiento
y fortaleza de ánimo.
Recordemos cómo proclamó el Señor Buda su
liberación.
«Muchas
mansiones de vida me alojaron, y siempre inquirí quién había forjado aquellas
prisiones de los sentidos atestadas de aflicción. ¡Penosa fue mi incesante
lucha! Pero ahora ya te conozco, constructor de este tabernáculo. Nunca
volverás a erigir estas murallas de dolor ni a colocar la parhilera de los
desengaños ni a empotrar traviesas en la arcilla. Derruida está tu casa y
cuarteada la viga maestra. ¡La ilusión la construyó! Así pasaré seguramente a
obtener la liberación.»
Desde
esta cuarta etapa es consciente el arhat
en el plano búdico aunque actúe en el físico, y al dejar este último durante el
sueño o el éxtasis, se transfiere su conciencia a la inefable gloria del plano
nirvánico. Al recibir la cuarta iniciación ha de tener ya el candidato un vislumbre de conciencia nirvánica, como
al recibir la primera tuvo una momentánea experiencia del plano búdico. Mas
ahora sus cotidianos esfuerzos han de propender al enaltecimiento y ampliación
de su conciencia nirvánica. Esta labor es prodigiosamente difícil, pero poco a
poco se capacitará para adelantar su obra en este inefable esplendor.
Al principio se
verá completamente desorientado y sentirá como la primera impresión una
vehemente intensidad de vida, que le sorprenderá no obstante estar
familiarizado con el plano búdico.
También se sorprendió, aunque
no tanto, cada vez que anteriormente fue ascendiendo de uno a otro plano. Cuando por vez primera me transporté con
plena conciencia al plano astral desde el físico, noté que la vida es allí
mucho más amplia que cuanto conocía en la tierra, y exclamé: «Yo me figuraba que sabía qué era la vida, pero no
la conocía.»
Al
pasar al plano mental se redobló la sorpresa, pues si el astral era hermoso más
lo es todavía el mental y al entrar en el causal fue todavía mayor, de modo que
a cada ascenso se repite la sorpresa sin que ninguna conjetura predisponga a
ella, pues siempre es la vida en el nuevo plano mucho más estupendamente
gloriosa y feliz que cuanto cabe imaginar y no hay palabra que la describa.
Los orientalistas europeos tradujeron
la palabra nirvana por aniquilación, porque significa «apagar con un soplo»,
como se apaga la llama de una vela. Sin embargo,
nada más opuesto a la verdad. Seguramente es la aniquilación de todo cuanto en
el mundo físico conoce el hombre, porque ya no es tal hombre sino
Dios en el hombre, un Dios entre otros Dioses aunque menor que Ellos.
Imaginémonos el universo entero henchido por un
inmenso torrente de vívida luz que con determinado propósito fluyera
irresistiblemente hacia adelante, y que fuese comprensible y estuviese
enormemente concentrada, pero absolutamente sin esfuerzo ni violencia. Al
principio sólo notaríamos un sentimiento de bienaventuranza y veríamos
únicamente la intensidad de la luz; pero poco a poco advertiríamos que aun en
aquella constante refulgencia hay puntos o núcleos más brillantes en los que la
luz adquiere una nueva cualidad a propósito para percibirla desde los planos
inferiores cuyos habitantes no podrían si este auxilio sentir su refulgencia.
Después echaríamos de ver que aquellos núcleos de mayor brillantez a manera de
soles subsidiarios son los excelsos Seres, los Espíritus planetarios, los
potentes Ángeles, los Señores del Karma, los Dianchoanes, Budas, Cristos.
Maestros y otros muchos de quienes ni siquiera sabemos los nombres, por cuyo
medio fluye la luz y la vida a los planos inferiores.
Poco
a poco, según nos vamos acostumbrando a esta maravillosa realidad, echamos de
ver que somos esencialmente unos con
todos estos Seres, aunque estamos muy por debajo de la cumbre de su esplendor. Nos percatamos de
que somos parte del Único residente en todos Ellos y en todos los puntos del
espacio, de que también constituimos un foco del que si bien a muy inferior
nivel fluye asimismo la luz y la vida sobre los que están, no lejos de ella
porque todos son parte de ella y nada hay fuera de ella, sino lejos de
comprenderla y experimentarla.
Fragmento del libro
"Los Maestros y el Sendero" por Leadbeater
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