domingo, 15 de marzo de 2015

LA INICIACIONES SUPERIORES (Parte 1)

LA INICIACIONES SUPERIORES

(Parte 1)


Será más sencillo este asunto para el estudiante si divide en dos grupos las cuatro etapas del Sendero del Adeptado y coloca las tres primeras en el primer grupo.
Durante estas tres etapas llega a la perfección la conciencia búdica,
y en la cuarta iniciación entra el candidato en el plano nirvánico,
ocupándose de allí en adelante en ascender firmemente por los cinco subplanos inferiores del nirvánico, donde el ego tiene su ser.

También puede considerarse la cuarta iniciación como una etapa intermedia, pues se dice que entre la primera y la cuarta iniciación transcurren ordinariamente siete vidas y otras siete entre la cuarta y la quinta. Sin embargo, este número puede aumentar o disminuir, según dije antes, y el período de tiempo efectivamente empleado en la mayoría de los casos no es muy largo, pues las vidas se suceden una a otra sin intermedios en el mundo celeste.

En la terminología budista se llama arhat al que ha recibido la cuarta iniciación, y significa el capaz, el benemérito, el venerable, el perfecto. Los hinduistas le llaman el paramahamsa, el que está más allá del hamsa. Los libros orientales encomian muchísimo al iniciado en cuarta porque conocen que se halla en altísimo nivel.                

En la simbología cristiana está la cuarta iniciación representada por las angustias sufridas en el huerto de Getsemaní, la crucifixión y la resurrección de Cristo; pero como hay algunas etapas preliminares se puede simbolizar más completamente la cuarta iniciación con todo cuanto se dice que sucedió durante la semana llamada santa.
El primer acontecimiento fue la resurrección de Lázaro, que siempre se conmemora el Sábado de Pascua aunque según el Evangelio ocurrió una o dos semanas antes.
El domingo de Ramos se celebra la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén.
El lunes y martes predicó varios sermones en el templo;
el miércoles lo traicionó Judas Iscariote;
el jueves instituyó la Sagrada Eucaristía;
en la noche del jueves al viernes, compareció ante Pilatos y Herodes;
el viernes fue crucificado; el sábado permaneció en el sepulcro, y
en el primer instante del domingo para siempre triunfante resucitó de entre los muertos.
Todos estos pormenores del drama de la Pasión están relacionados con lo que realmente sucede en la cuarta iniciación.
Cristo hizo algo insólito y prodigioso al resucitar a Lázaro en sábado, y en consecuencia gozó poco después de su único triunfo terrenal, porque las gentes acudieron presurosas al saber que había resucitado a un muerto, y le esperaron a la salida de la casa de Lázaro, cuando se dirigía a Jerusalén, para aclamarlo con entusiasmo y tratarlo como todavía en Oriente tratan a quien consideran santo. El pueblo le siguió entusiásticamente hasta Jerusalén, y Cristo aprovechó entonces aquella oportunidad para aleccionar a la multitud que se había congregado en el templo deseoso de verle y oírle. Este es un símbolo de la realidad, porque el iniciado atrae algún tanto la atención pública y cobra cierto grado de popularidad y simpatía. Después hay siempre un traidor que se revuelve contra él y tergiversa cuanto ha dicho y hecho, de modo que aparece como un malvado a la vista de las gentes.

Dice Ruysbroek sobre el particular:
«A veces se ven estos infelices privados de todos los bienes terrenos, separados de sus amigos y parientes, abandonados por sus mismos discípulos, menospreciada y desconocida su santidad, calumniadas todas las obras de su vida, rechazados y desdeñados por sus compañeros y afligidos por diversas enfermedades.»

A esto sigue una lluvia de vilipendios, denuestos y mal­tratos, y la abominación del mundo. Después la escena del huerto de Getsemaní, cuando el Cristo se siente desfallecer al verse en completo abandono y a poco la befa y el escarnio en público y la crucifixión. Finalmente el grito desde la cruz:
«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
La señora Blavatsky dice en La Doctrina Secreta, que el verdadero significado de la exclamación de Cristo es: «¡Dios mío, Dios mío, cómo me glorificas!» No soy capaz de comprobar cuál de ambas traducciones es la exacta, pero las dos entrañan una profunda verdad.

Una de las características de la cuarta iniciación es que al candidato se le deja enteramente solo. Primeramente ha de quedarse solo en el mundo físico, pues todos sus amigos y parientes se revuelven contra él a causa de malas inteligencias, y aunque más tarde resplandezca la justicia, entretanto sufre el candidato la animadversión general del mundo que se declara contra él. Quizás no sea ésta la más penosa prueba; pero tiene un aspecto interno que consiste en experimentar por un momento la condición llamada avichi, que significa «sin vibración».

El estado de avichi no es como vulgarmente se cree una especie de infierno, sino una condición en la cual el hombre está absolutamente solo en el espacio y se siente separado de toda vida, incluso de la del Logos. Sin duda es la más espantosa experiencia por que puede pasar un ser humano. Dícese que tan sólo dura un momento; pero quienes la han sufrido declaran que es de muchísimo mayor duración, porque en aquel plano ya no existen ni el tiempo ni el espacio.
A mi entender, tan terrible experiencia produce dos resultados:
-que el candidato pueda simpatizar con quienes por efecto de sus acciones caen en el estado de avichi y
-que aprenda a permanecer separado de todos los objetos externos, así como convencerse de que es esencialmente uno con el Logos y de lo ilusorio del sentimiento de soledad.

Hubo quienes cayeron en este horrendo estado y retrocedieron hasta el extremo de tener que repetir su obra de iniciación; mas para quien sin desmayo la resiste, es la prueba, aunque sumamente terrible, de muy admirable beneficio, por lo que si bien se le puede aplicarla la exclamación:
« ¿Por qué me has abandonado?» también le conviene la de: « ¡Cómo me glorificas!» al salir triunfante el candidato de la prueba.

La cuarta iniciación difiere de las demás en su extraño doble aspecto de sufrimiento y victoria.

Las tres primeras iniciaciones están respectivamente simbolizadas en el cristianismo por el Nacimiento, el Bautismo y la Transfiguración; mas para simbolizar la cuarta fueron necesarios varios sucesos. La Crucifixión con todos los sufrimientos que la precedieron sirvió para simbolizar el aspecto aflictivo, mientras que el aspecto gozoso está representado por la Resurrección y el triunfo sobre la muerte.

En esta etapa siempre hay sufrimiento físico, astral y mental,
ludibrio de las gentes,
hostilidad del mundo aparente fracaso;
pero también hay siempre en los planos superiores, el esplendente triunfo desconocido para el mundo exterior.

La especial índole del sufrimiento que aflige al candidato en esta cuarta iniciación elimina cuantos residuos kármicos puedan interponerse todavía en su camino, y la paciencia y alegría con que lo soporte contribuirán valiosamente a fortalecerle el carácter y ayudarle a determinar su grado de utilidad en la obra que le aguarda.

Una antigua fórmula egipcia describe como sigue la Crucifixión y Resurrección que simboliza la efectiva iniciación: «Después el candidato quedará atado sobre la cruz de madera, morirá y será sepultado y descenderá al mundo inferior, pero al tercer día resucitará de entre los muertos.»
En aquellos tiempos no resurgía el candidato del sarcófago en que en estado de éxtasis se le había depositado, hasta pasados tres días con sus noches y parte del cuarto. Entonces resurgía al aire libre por el lado oriental de la pirámide o templo, a fin de que los rayos del sol naciente le dieran en el rostro y acabaran de despertarle de su largo sueño.

El antiguo proverbio que dice «no hay corona sin cruz» puede interpretarse en el sentido de que sin el descenso del hombre a la materia, sin atarse a ella como a una cruz, sería imposible para él resucitar y recibir la corona de gloria. Así es que por la limitación y el sufrimiento obtiene la victoria.

Imposible nos es describir la resurrección. Cuantas palabras empleáramos empañarían su esplendor y blasfemia parecería aun el intento de descripción. Sin embargo, cabe afirmar que equivale a la completa victoria sobre todas las tristezas, tribulaciones, dificultades, tentaciones y pruebas. Es un triunfo imperecedero porque lo ha logrado por conocimiento y fortaleza de ánimo.

Recordemos cómo proclamó el Señor Buda su liberación.
«Muchas mansiones de vida me alojaron, y siempre inquirí quién había forjado aquellas prisiones de los sentidos atestadas de aflicción. ¡Penosa fue mi incesante lucha! Pero ahora ya te conozco, constructor de este tabernáculo. Nunca volverás a erigir estas murallas de dolor ni a colocar la parhilera de los desengaños ni a empotrar traviesas en la arcilla. Derruida está tu casa y cuarteada la viga maestra. ¡La ilusión la construyó! Así pasaré seguramente a obtener la liberación.»

Desde esta cuarta etapa es consciente el arhat en el plano búdico aunque actúe en el físico, y al dejar este último durante el sueño o el éxtasis, se transfiere su conciencia a la inefable gloria del plano nirvánico. Al recibir la cuarta iniciación ha de tener ya el candidato un vislumbre de conciencia nirvánica, como al recibir la primera tuvo una momentánea experiencia del plano búdico. Mas ahora sus cotidianos esfuerzos han de propender al enaltecimiento y ampliación de su conciencia nirvánica. Esta labor es prodigiosamente difícil, pero poco a poco se capacitará para adelantar su obra en este inefable esplendor.

Al principio se verá completamente desorientado y sentirá como la primera impresión una vehemente intensidad de vida, que le sorprenderá no obstante estar familiarizado con el plano búdico.
También se sorprendió, aunque no tanto, cada vez que anteriormente fue ascendiendo de uno a otro plano. Cuando por vez primera me transporté con plena conciencia al plano astral desde el físico, noté que la vida es allí mucho más amplia que cuanto conocía en la tierra, y exclamé: «Yo me figuraba que sabía qué era la vida, pero no la conocía.»

Al pasar al plano mental se redobló la sorpresa, pues si el astral era hermoso más lo es todavía el mental y al entrar en el causal fue todavía mayor, de modo que a cada ascenso se repite la sorpresa sin que ninguna conjetura predisponga a ella, pues siempre es la vida en el nuevo plano mucho más estupendamente gloriosa y feliz que cuanto cabe imaginar y no hay palabra que la describa.

Los orientalistas europeos tradujeron la palabra nirvana por aniquilación, porque significa «apagar con un soplo», como se apaga la llama de una vela. Sin embargo, nada más opuesto a la verdad. Seguramente es la aniquilación de todo cuanto en el mundo físico conoce el hombre, porque ya no es tal hombre sino Dios en el hombre, un Dios entre otros Dioses aunque menor que Ellos.

Imaginémonos el universo entero henchido por un inmenso torrente de vívida luz que con determinado propósito fluyera irresistiblemente hacia adelante, y que fuese comprensible y estuviese enormemente concentrada, pero absolutamente sin esfuerzo ni violencia. Al principio sólo notaríamos un sentimiento de bienaventuranza y veríamos únicamente la intensidad de la luz; pero poco a poco advertiríamos que aun en aquella constante refulgencia hay puntos o núcleos más brillantes en los que la luz adquiere una nueva cualidad a propósito para percibirla desde los planos inferiores cuyos habitantes no podrían si este auxilio sentir su refulgencia. Después echaríamos de ver que aquellos núcleos de mayor brillantez a manera de soles subsidiarios son los excelsos Seres, los Espíritus planetarios, los potentes Ángeles, los Señores del Karma, los Dianchoanes, Budas, Cristos. Maestros y otros muchos de quienes ni siquiera sabemos los nombres, por cuyo medio fluye la luz y la vida a los planos inferiores.

Poco a poco, según nos vamos acostumbrando a esta maravillosa realidad, echamos de ver que somos esencialmente unos con todos estos Seres, aunque estamos muy por debajo de la cumbre de su esplendor. Nos percatamos de que somos parte del Único residente en todos Ellos y en todos los puntos del espacio, de que también constituimos un foco del que si bien a muy inferior nivel fluye asimismo la luz y la vida sobre los que están, no lejos de ella porque todos son parte de ella y nada hay fuera de ella, sino lejos de comprenderla y experimentarla.



Fragmento del libro 
"Los Maestros y el Sendero" por Leadbeater


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