martes, 8 de septiembre de 2015

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 24

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 24
Carta del Mahatma K.H. a A. P. Sinnett.


CARTA Nº 24 

CARTA Nº 24 
LAS FAMOSAS "CONTRADICCIONES"
Recibida en otoño de 1882.
Espero que tendrá en cuenta mi extraordinaria obediencia al haberme esforzado laboriosamente y en contra de mis deseos, en compilar argumentos en favor del demandante con referencia a las contradicciones alegadas. Como ya he dicho en otro lugar, no me parece que valga la pena preocuparse de ellas; aunque, por el momento, confunden mis ideas sobre el Devachán y sobre las víctimas de accidente. Porque no me atormentan es por lo que nunca, hasta ahora, tuve en cuenta su sugerencia de que debería tomar nota de ellas.
En esta etapa de nuestra correspondencia, incomprendidos como en general parecemos ser, incluso por usted mismo, mi leal amigo, puede que valga la pena y que sea útil para los dos que se le ponga en conocimiento de ciertos hechos —hechos muy importantes— relacionados con el adoptado. Tenga presente, pues, los puntos siguientes:
(1) Un adepto —el más elevado como el más humilde— lo es sólo durante el ejercicio de sus poderes ocultos.

(2) En el momento en que esos poderes sean necesarios, la voluntad soberana abrirá la puerta al hombre interno (el adepto), que sólo puede emerger y actuar libremente a condición de que su carcelero —el hombre externo esté total o parcialmente paralizado, según sea el caso; a saber: ya sea (a) mental y físicamente;
(b) mental, pero no físicamente;
(c) físicamente, pero no por completo mentalmente;
(d) ni lo uno ni lo otro, pero con un velo akásico interpuesto entre el hombre externo y el interno.

(3) El más mínimo uso de los poderes ocultos exige pues, un esfuerzo tal como usted verá ahora. Podemos compararlo al esfuerzo muscular interno de un atleta preparándose para utilizar su fuerza física. Igual que no es probable que un atleta esté siempre recreándose hinchando sus venas por anticipado antes del levantamiento de un peso, de la misma manera puede suponerse que un adepto no mantendrá su voluntad en constante tensión y al hombre interno en plena actuación cuando no exista una necesidad perentoria para ello.
Cuando el hombre interno descansa, el adepto se convierte en un hombre corriente, limitado a sus sentidos físicos y a las funciones de su cerebro físico.
La práctica intensifica la intuición de éste pero es incapaz de lograr que estos sentidos sean supersensibles. El adepto interno siempre está dispuesto, siempre está alerta, y eso basta para nuestros propósitos. En momentos de descanso, pues, sus facultades también descansan.
Cuando me siento a comer, o cuando me visto, leo o me ocupo en cualquier otra cosa, no estoy pensando ni siquiera en los que están cerca de mí; y Djual Khool puede romperse fácilmente la nariz hasta sangrar al tropezar en la oscuridad contra un madero, como le ocurrió la otra noche (precisamente porque en lugar de interponer una "película" había paralizado tontamente todos sus sentidos externos mientras hablaba con un amigo distante) y yo permanecía plácidamente ignorante del hecho. Yo no estaba pensando en él, y de ahí mi ignorancia.

De lo que antecede, usted muy bien puede deducir que un adepto es un mortal común en todos los momentos de su vida diaria, excepto en aquellos en que esté actuando el hombre interno.
Una a esto el desagradable hecho de que nos está prohibido utilizar ni una sola partícula de nuestros poderes en relación con los Eclécticos (por lo cual usted tiene que estarle agradecido a su Presidente y sólo a él), y que lo poco que se hace es, como si dijéramos, de contrabando, y después construya en seguida el siguiente silogismo:
Cuando K.H. nos escribe no es un adepto.
Un no adepto —es falible.
Por lo tanto, K.H. puede cometer errores con mucha facilidad:
Errores de puntuación —que cambiarán a menudo y totalmente todo el sentido de una frase;
errores idiomáticos —muy probable que ocurran, especialmente cuando se escribe tan apresuradamente como lo hago yo; errores que surgen de vez en cuando, de una confusión de términos que yo tenía que aprender de usted —puesto que usted es el autor de los términos "rondas" —"anillos" —"anillos terrestres", etc. Ahora bien, en relación con todo esto le ruego que me permita decir que, después de haber leído yo mismo cuidadosamente, una y otra vez, nuestras "Famosas Contradicciones", y después de habérselas dado a leer a M. y luego a un adepto superior cuyos poderes no están bajo tutelaje del Chohan, sino que han sido puestos a buen recaudo por El, para evitar que los malgaste en objetivos inmerecidos de su predilección personal, después de haber hecho todo esto, este adepto me dijo lo siguiente:
"Todo es perfectamente correcto. Sabiendo lo que usted quiere decir, y como cualquier otra persona que conozca la doctrina, no puedo encontrar en esos fragmentos sueltos nada que pudiera ser realmente contradictorio. Pero, puesto que muchas frases son incompletas y los temas están dispersos sin orden alguno, no me sorprende que sus 'chelas laicos' encuentren fallos en ello. Sí; es necesaria una exposición más clara y explícita".

Ese es el mandato de un adepto, y lo cumpliré; trataré de completar la información en atención a usted.
En un solo y único caso, —señalado en sus páginas y en mis respuestas (12A) y (12B) la última— el "demandante" tiene derecho a ser escuchado, pero no lo tiene ni siquiera a un cuarto de penique por daños y perjuicios, puesto que, legalmente, nadie —ni el demandante ni  el demandado— tiene derecho a alegar ignorancia de la ley; también en las Ciencias Ocultas los discípulos laicos deberían estar obligados a conceder el beneficio de la duda a sus instructores en los casos en que, debido a la gran ignorancia de ellos en esa ciencia, es más que probable que interpreten mal su significado, ¡en lugar de acusar a sus instructores, de golpe y porrazo, de incurrir en contradicción'.

Ahora pido que se haga constar que, con relación a las dos frases señaladas respectivamente 12A y 12B, existe una comprensible contradicción sólo para aquellos que no están familiarizados con ese principio. Usted no lo estaba y por eso me declaro "culpable" de una omisión, pero "no culpable de una   contradicción. E incluso con relación a lo primero, esa omisión es tan pequeña que, al igual que la muchacha acusada de infanticidio, al ser conducida ante el juez, dijo en su defensa que el bebé era tan pequeñito que no valía la pena llamarle "bebé", —yo podría aducir lo mismo por mi omisión si no tuviera ante mis ojos su terrible definición de que estoy "sirviéndome de mi ingeniosidad". Bien; lea las explicaciones dadas en mis "Notas y Respuestas", y juzgue.

Y a propósito, mi buen Hermano: hasta ahora yo no había sospechado que existiera en usted una capacidad tal para defender y excusar lo inexcusable, como lo demostró en mi defensa del ahora famoso "ejercicio de ingeniosidad". Si el artículo (contestación a C.C. Massey) ha sido escrito con el espíritu que usted me atribuye en su carta, y si yo o alguno de nosotros tiene más "inclinación a tolerar las maneras más sutiles y engañosas para conseguir un fin", de lo que se admite en general como honorable por parte del europeo amante de la verdad y leal, (¿se incluye al señor Hume en esta categoría?) —en verdad que no tiene usted ningún derecho a excusar semejante modo de proceder, ni siquiera en mí; ni de considerarlo "simplemente de la misma naturaleza que las manchas en el sol", puesto que una mancha es una mancha, se encuentre en el refulgente astro o en un candelabro de bronce. Pero está usted equivocado, mi querido amigo. No hubo ninguna manera sutil ni engañosa de comportamiento para sacarla de la dificultad creada por el estilo ambiguo de ella y por su ignorancia del inglés —no por su ignorancia del tema— lo cual no es lo mismo y cambia totalmente el aspecto de la cuestión.

Tampoco yo era ignorante del hecho de que M. le había escrito a usted con anterioridad sobre el tema, puesto que fue en una de sus cartas (la penúltima antes de que yo tomara este asunto de sus manos) en la cual él se refirió por primera vez al tema de las "razas" y habló de las reencarnaciones. Si M. le dijo a usted que estuviera alerta para no confiar demasiado implícitamente en Isis, fue porque le estaba enseñando la verdad y el hecho, y porque en la época en que fue escrito el pasaje nosotros no habíamos decidido todavía instruir al público indistintamente. El le dio a usted varios de esos ejemplos —con sólo que usted quiera volver a leer su carta— añadiendo que si tal y tal frase se hubieran escrito de tal y tal manera, explicarían mucho mejor los hechos ahora meramente esbozados.
Por supuesto, "a C.C.M." el pasaje debe parecerle equivocado y contradictorio porque es desconcertante, tal como dice M. Muchos son los temas tratados en Isis que ni siquiera a H.P.B. se le permitió conocer por completo; sin embargo, no son contradictorios, aunque sean "desconcertantes".
Obligarla a decir —como hice yo— que el pasaje criticado era "incompleto, caótico, vago . . . mal hecho, como muchos otros pasajes de esa obra", fue un "franco reconocimiento, suficiente, yo diría, para satisfacer al crítico más excéntrico. En cambio, admitir que "el pasaje estaba equivocado" hubiera añadido una falsedad inútil, pues yo sostengo que no está equivocado, puesto que si bien oculta la verdad total, no la desfigura en los fragmentos que de esa verdad se dan en Isis. De lo que se trataba en la crítica de C.C.M. no es que él se lamentara de que no se hubiera dado toda la verdad, sino de que la verdad y los hechos de 1877 fueran considerados como errores y contradicciones en 1882; fue ese punto —perjudicial para toda la Sociedad, para sus chelas internos y "laicos" y para nuestra doctrina— el que tenía que ser mostrado bajo sus verdaderos colores; es decir, se había de mostrar como una total falsa interpretación debida al hecho de que la doctrina "septenaria" todavía no había sido divulgada en el mundo en la época en que Isis se escribió.
Y así es como se mostró. Siento que usted no encuentre "muy satisfactoria" la respuesta de ella, escrita bajo mi directa inspiración, porque esto sólo me demuestra que, hasta el presente, decididamente, usted no ha comprendido la diferencia entre los principios sexto y séptimo y el quinto, o sea, entre las Mónadas = Egos inmortales y las Mónadas = Egos astrales y personales. La sospecha se ve corroborada por lo que H—X expone en su crítica de mi explicación al final de su "carta" en el número de septiembre; la carta de usted, que tengo ante mí, completa la evidencia de esto. No cabe duda de que el "verdadero Ego es inmanente a los principios superiores que reencarnan" periódicamente cada mil, dos mil, tres mil años o más.
Pero el Ego inmortal, la "Mónada Individual", no es la mónada personal, que es el quinto  principio; y el pasaje de Isis no respondía a los reencarnacionistas orientales, que sostienen en esa misma obra, Isis —(si al menos la hubiera usted leído hasta el final)— que la individualidad o "Ego" inmortal tiene que reaparecer en cada ciclo —pero los reencarnacionistas occidentales, especialmente los franceses, enseñan que es la mónada personal o astral, el "moi fluídique", el manas o mente intelectual, en resumen, el quinto principio, el que reencarna cada vez.

Así pues, si usted lee una vez más el pasaje de Isis citado por C.C.M. y lo compara con la "Crítica de la Vía Perfecta", tal vez descubra que H.P.B. y yo teníamos toda la razón al sostener que en el pasaje citado sólo se aludía a la "mónada astral".
Y hay también un "choque" todavía más "decepcionante" para mi mente al ver que usted se niega a reconocer en la mónada astral al Ego personal —(mientras que todos nosotros la denominamos, sin lugar a dudas, por ese nombre y así la hemos llamado durante milenios)— que el que usted pudo experimentar en la suya al encontrarse con esa mónada bajo su propio nombre en el Fragmento sobre la Muerte, de E. Levi.
La "mónada astral" es el "Ego personal" y, por lo tanto, nunca reencarna tal como los espiritistas franceses quisieran, excepto en "circunstancias excepcionales"; en cuyo caso, reencarnando no se convierte en un cascarón, pero si tiene éxito en su segunda reencarnación, lo llegará a ser y luego, gradualmente, perderá su personalidad, después de haber sido vaciado, por así decirlo, de sus atributos mejores y más elevados por la mónada inmortal o "Ego Espiritual" durante su última y suprema lucha. El "choque de sentimientos" debería ser, pues, por mi parte, ya que realmente sólo "parecía ser otro ejemplo de la diferencia entre los métodos orientales y occidentales" pero no fue así, no en este caso por lo menos. Puedo comprender fácilmente, mi querido amigo, que en la fría condición en que usted se encuentra (mentalmente), esté usted dispuesto a calentarse incluso a los rayos del sol de una pira funeraria sobre la cual se estuviera llevando a cabo un sutti  (Antigua costumbre india de quemar a la viuda en la pira funeraria del esposo.) viviente; pero, ¿por qué, por qué llamar a esta pira un Sol y disculpar su mancha, —el cadáver?
La carta dirigida a mí y que usted, por delicadeza, no se permitió leer, era para que la leyera atentamente y fue enviada con ese propósito. Yo quería que usted la leyera.
Su sugerencia respecto a la nueva tentativa artística de G.K. es ingeniosa, pero no lo suficiente como para ocultar las blancas hebras de la negra insinuación jesuítica. Sin embargo, G.K. se dejó atrapar en ella; "Nous verrons, mus verrons!", dice la canción francesa.
Presentando sus más humildes salaams (Saludo ceremonioso de los orientales.) —G. Khool dice que usted "ha descrito incorrectamente el curso de los acontecimientos con relación al primer retrato". Lo que él dice es lo siguiente: (1) "el día que ella llegó", no le pidió a usted que "le diera un pedazo de" etc.
(Carta 28) sino después de que usted comenzara a hablarle de mi retrato, que ella dudaba mucho que usted pudiera conseguir. Fue sólo después de haber hablado de ello durante media hora en el salón que da a la calle —ustedes dos formando los dos puntos superiores del triángulo, cerca de la puerta de su despacho, y su señora el punto inferior (él dice que estaba allí)— cuando ella le dijo a usted que lo intentaría.
Fue entonces cuando ella le pidió a usted "un pedazo de papel blanco grueso" y usted le dio un trozo de papel de cartas fino que había sido tocado por una persona muy antimagnética.
Sin embargo, él dice que hizo lo mejor que pudo. Al día siguiente, cuando la señora S. hubo visto el papel, justamente 27 minutos antes de que él lo hiciera, él llevó a cabo su trabajo. No fue "una hora o dos antes", como usted dice, pues él había dicho a la "V.D." que se lo dejara ver a su esposa precisamente antes del desayuno. Después del desayuno ella le pidió a usted un trozo de cartulina de Bristol y usted le dio dos trozos, ambos marcados, y no uno, como usted dice. La primera vez que ella lo intentó fue un fracaso, dice él, "con la ceja parecida a una sanguijuela", y sólo se terminó por la tarde, mientras usted estaba en el Club, en una cena a la cual la vieja Upasika no quiso asistir. Y fue de nuevo él, G.K., el "gran artista", el que tuvo que hacer desaparecer la "sanguijuela" y corregir el turbante y los rasgos, y el que hizo que "se pareciera al Maestro" (él insiste en llamarme así, aunque en realidad ya no es mi discípulo) puesto que M., después de estropearlo, no quiso tomarse el trabajo de corregirlo y prefirió irse a dormir. Y finalmente, me dice que, a pesar de que yo me tomé a broma el retrato, el parecido es bueno, sólo que hubiera sido mejor si el sahib M. no hubiera intervenido en él, y si a él, a G.K. se le hubiera permitido usar sus propios métodos "artísticos". Ese es su relato, y por eso no está satisfecho con la explicación de usted, y así se lo dijo a Upasika, la cual le contó a usted algo muy diferente. Y ahora a mis notas.

(1)
Hume se ha sentido impulsado a buscar contradicciones en algunas cartas que se refieren a la evolución del hombre, pero conversando con él yo siempre sostuve que no se trataba en absoluto de contradicciones, sino que se deben simplemente a una confusión sobre rondas y razas —una cuestión de interpretación de palabras. Luego él pretendió creer que usted ha construido la filosofía a medida que iba avanzando, y que sorteó las dificultades inventando muchas más razas de las que en principio se habían estudiado, cuya hipótesis yo siempre he puesto en evidencia como absurda.
(1)(Respuestas de K.H. a las "Famosas Contradicciones"; los números corresponden a los que aparecen en el texto de las Preguntas del señor Sinnett. Véase la Carta anterior n° 24)
Todo eso no me preocupa mayormente. Pero como ellas le facilitan a nuestro mutuo amigo una buena arma contra nosotros, la cual es probable que utilice cualquier día de esa manera tan desagradable que le es propia, prefiero explicarlo una vez más —con su amable aquiescencia.

(2)
No he vuelto a copiar aquí los pasajes sobre las víctimas de accidentes citados en mi carta del 12 de agosto y que están en aparente contradicción con las correcciones de mi Carta sobre Teosofía. Usted ya se ha expresado a propósito de estas citas en el reverso de mi carta de fecha 12 de agosto: —
(2)
Desde luego, desde luego; es nuestro modo habitual de sortear las dificultades. Siendo nosotros mismos un "invento", recompensamos a los inventores inventando Razas imaginarias. Hay una buena cantidad de cosas más que se nos acusa de haber inventado. Bien, bien, bien; de todos modos hay una cosa que no se nos acusará jamás de haber inventado, y esa es el mismo Señor Hume. Inventar algo como él trasciende los más elevados poderes Siddhis que conocemos.
Y ahora, mi buen amigo, antes de que sigamos adelante, le ruego que lea el apéndice n° [A].
Ha llegado ya el momento de que usted nos conozca tal como somos. Solamente para probarle a usted, ya que no a él, que nosotros no hemos inventado esas Razas, para su utilidad expondré lo que nunca ha sido explicado antes. Le explicaré a usted todo un capítulo entero del libro de Rhys Davids sobre el Buddhismo, o mejor dicho, sobre el Lamaísmo que, en su natural ignorancia, él considera ¡como una corrupción del Buddhismo! Puesto que esos señores —los orientalistas— se atreven a dar al mundo sus soi-dísant traducciones y comentarios de nuestros libros sagrados, que los teósofos pongan en evidencia la gran ignorancia de esos pundits86 (Título que se da a los sabios en la India. N.T.) "mundanos", dando al público las verdaderas doctrinas y explicaciones de lo que ellos                  considerarían una teoría absurda y fantástica.

(3)
"Puedo comprender fácilmente que se nos acuse de contradicciones e incongruencias, e incluso hasta de escribir una cosa hoy y negarla mañana. Si usted pudiera saber tan sólo cómo escribo mis cartas y el tiempo de que dispongo para dedicarlo a ellas, tal vez se sentiría menos crítico, si no menos exigente.—"
 (3)
Y por el hecho de que yo admita la aparente o superficial contradicción (e incluso eso sólo en el caso de alguien que, como usted, conoce tan poco de nuestras doctrinas), ¿es esa una razón para considerarlas realmente contradictorias? Supóngase que yo hubiera escrito en una carta anterior: "la luna no tiene atmósfera", y luego siguiera hablando de otras cosas; y le dijera en otra carta:
"porque la luna tiene una atmósfera propia", etc., no hay duda de que se me acusaría de decir hoy negro y mañana blanco. Pero, ¿dónde podía un cabalista ver contradicción entre las dos frases? Puedo asegurarle que no la vería, porque un cabalista que sabe que la luna no tiene atmósfera que se corresponda en ningún aspecto con la de nuestra tierra, sino que tiene una atmósfera propia, totalmente distinta de lo que sus hombres de ciencia llamarían atmósfera, también sabe que igual que los occidentales, nosotros, los orientales y especialmente los ocultistas, tenemos nuestra propia manera de expresar los pensamientos, tan sencilla para nosotros en su implícito significado como lo es la suya para ustedes.
 Supongamos que os empeñáis en enseñar astronomía a vuestro mandadero. Hoy le decís: "mira cuan gloriosamente se está poniendo el sol; fíjate con qué rapidez se mueve, cómo sale y cómo se pone, etc; y al día siguiente tratáis de inculcarle la idea de que el sol está relativamente inmóvil, y que es sólo nuestra tierra la que le pierde de vista, y luego vuelve a aparecer a la visión del sol en su movimiento diurno; y diez contra uno a que si su alumno tiene sesos en la cabeza, le acusará de flagrante contradicción a usted mismo. ¿Sería esto prueba de que usted ignora el sistema heliocéntrico? ¿Y podría acusársele a usted, con justicia, de "escribir una cosa hoy y negarla mañana", aunque su sentido de lealtad le impulse a admitir que usted "puede entender fácilmente" el por qué de la acusación?
Escribiendo, pues, mis cartas tal como lo hago, unas cuantas líneas ahora y unas cuantas palabras dos horas más tarde; teniendo que volver a coger el hilo del mismo tema, tal vez con una docena o más de interrupciones entre el principio y el final, no puedo prometerle nada parecido a la exactitud occidental. Ergo —la única "víctima de accidente", en este caso, soy yo. El inocente pero riguroso interrogatorio al que me está sometiendo usted —y contra el cual no tengo nada que objetar— y el propósito, absolutamente premeditado por parte del  señor Hume, de cogerme en falta siempre que pueda —procedimiento considerado sumamente legítimo y honrado en la ley occidental, pero ante el cual nosotros, salvajes asiáticos, nos oponemos de la manera más contundente— ha proporcionado a mis colegas y Hermanos una elevada opinión de mi propensión al martirio. En su opinión me he convertido en una especie de Simeón el estilita indo-tibetano. Atrapado en la parte inferior de la curva del signo de interrogación de Simla, y empalado en él, me veo predestinado a mantener el equilibrio en la cúspide del semicírculo, por miedo a resbalar y a caer en cada movimiento incierto, tanto hacia adelante como hacia atrás. —Tal es la actual posición de este humilde amigo. Desde que emprendí la extraordinaria tarea de enseñar a dos discípulos ya crecidos, con cerebros en los que los métodos de la ciencia occidental habían ido cristalizando durante años, y uno de los cuales está bastante deseoso de aceptar las nuevas enseñanzas iconoclastas pero que, sin embargo, necesita que sean     desarrolladas minuciosamente, mientras que el otro no las recibirá sino a condición de que se agrupen los temas tal como él quiere que se agrupen, y no en su orden natural —he sido considerado por todos nuestros Chohanes como un lunático. Y se me ha preguntado seriamente si mis primeros contactos con los "Pelings" occidentales no habrán hecho de mí un semi-Peling y no me habrán convertido en un visionario "dzing-dzing". Todo esto ya era de esperar. No me quejo; sólo explico un hecho y pido humildemente que se me conceda crédito, confiando solamente que no se interpretará de nuevo como una manera "sutil y engañosa" de eludir una nueva dificultad.

 (4)
Ese pasaje fue el que me indujo a pensar que tal vez podría ser que alguna de las primeras cartas hubiera sido en sí la "víctima del accidente".
Pero sigamos con el caso del demandante:—

(5)
"La mayoría de aquellos a los que usted puede llamar —si le place— candidatos al Devachán, mueren y renacen sin recuerdos en el Kama-Loka. . . Difícilmente puede llamarse recuerdo a un sueño suyo, a alguna escena particular o a varias, en cuyos estrechos límites usted encontraría incluidas unas cuantas personas. .. etc. Llámelo el recuerdo personal de A.P. Sinnett, si puede". Notas al dorso de la mía a la Vieja Dama:
(5) Cada entidad cuádruple que acaba de desencarnar —tanto que muriera de muerte natural como violenta, por suicidio o accidente, mentalmente sana o loca, joven o vieja, buena, mala o indiferente— pierde todo recuerdo en el momento de la muerte, y mentalmente es — aniquilada; duerme su sueño akásico en el Kama-Loka. Este estado dura desde unas cuantas horas (rara vez menos), días, semanas, meses —algunas veces, hasta varios años. Todo esto según la entidad, según su estado mental en el momento de la muerte, según su clase de muerte, etc.
Este recuerdo volverá (a la entidad o Ego) poco a poco y gradualmente hacia el final de la gestación, y todavía más lentamente, pero de forma mucho más imperfecta e incompleta, al cascarón; y volverá en su totalidad al Ego en el momento de su entrada en el Devachán.
Y ahora, siendo éste un estado determinado y producido por su vida pasada, el Ego no se precipita en éste de repente, sino que se va sumergiendo en él gradualmente, sin sacudidas. En los albores de esa etapa aparece esa vida (o mejor dicho, esa vida es vivida, una vez más, por el Ego) desde su primer día consciente hasta el último. Desde el acontecimiento más importante hasta el más insignificante, todos son clasificados ante la visión espiritual del Ego; sólo que, al contrario de lo que sucede con los acontecimientos de la vida real, sólo permanecen los que son escogidos por el nuevo viviente (perdone la palabra) manteniéndose fiel a algunas escenas y a algunos actores, los cuales se quedan permanentemente —mientras que todo lo demás se esfuma y desaparece para siempre o bien se reintegra a su creador —el cascarón.
Trate ahora de comprender en sus efectos esta ley altamente importante por ser tan altamente justa y retributiva. Nada queda de ese Pasado que ha vuelto a renacer, excepto lo que el Ego ha experimentado espiritualmente —aquello que evolucionó y vivió por y a través de sus facultades espirituales, ya sea amor u odio. Todo lo que estoy ahora tratando de describir en realidad es indescriptible. Igual que ni dos hombres, ni siquiera dos fotografías de la misma persona, ni tampoco dos hojas se parecen entre sí línea por línea, tampoco son iguales dos estados en el Devachán. A menos que se trate de un adepto que pueda experimentar ese estado en su periódico Devachán, ¿cómo puede esperarse que uno se forme una imagen correcta del mismo?

 (6)
"Ciertamente, una vez que el nuevo Ego ha renacido en el Devachán retiene, durante un tiempo proporcionado a su vida terrestre, el "recuerdo completo de su vida espiritual en la Tierra".
La larga carta sobre el Devachán.
(6) Por lo tanto, no existe contradicción al decir que una vez renacido en el Devachán el Ego "conserva durante un tiempo proporcional a su vida terrestre, un recuerdo completo de su vida (Espiritual) en la Tierra." ¡De nuevo aquí la sola omisión de la palabra "Espiritual" produjo un malentendido!

(7)
"Todos aquellos que no han resbalado y caído en el fango del pecado y de la bestialidad irredimibles —van al Devachán", Ibid.
166
(7)
Todos aquellos que no se hunden en la octava esfera van al Devachán. ¿Dónde está la dificultad o la contradicción?

(8)
"En cada caso (el Devachán) es un paraíso idealizado de la propia creación del mismo Ego, construido y llenado por parte de él con las escenas de los múltiples incidentes, y atestado de personas que él esperaría encontrar en esa esfera de compensadora felicidad." Ibid.
(8)
Repito que del Estado de Devachán se puede decir o explicar tan poco (aunque se diera una minuciosa y gráfica descripción del estado de un ego tomado al azar) al igual que todas las vidas humanas en masa no podrían ser explicadas por medio de la "Vida de Napoleón" o de cualquier otro hombre.
Existen millones de estados diferentes de felicidad y de sufrimiento, estados emocionales que tienen su origen tanto en las facultades y sentidos físicos como espirituales, de los que sólo sobreviven los últimos.
Un honrado trabajador se sentirá de diferente manera de cómo se siente un honesto millonario. El estado de la señorita Nightingale diferirá considerablemente del de una joven novia que fallece antes de la consumación de lo que ella considera como su felicidad. Estas dos personas aman a sus respectivas familias; la filántropa, a la humanidad; la joven hace de su futuro esposo el centro del universo; el melómano no conoce otro estado superior de embeleso y felicidad que la música —la más divina y espiritual de las artes.
El Devachán se va confundiendo desde su grado más elevado al menos elevado —mediante escalonamientos imperceptibles; si bien, desde el último peldaño del Devachán el Ego se encontrará a menudo en el estado más tenue de Avitchi el cual, hacia el final de la selección espiritual de los acontecimientos puede convertirse en un "Avitchi" bona fide.
Recuerde: todo sentimiento es relativo. No existe ni bien ni mal, ni felicidad ni sufrimiento per se.
La dicha trascendente y evanescente de una adúltera que con su acción destruye la felicidad de un esposo, no deja de ser espiritualidad a pesar de su naturaleza criminal.
Si un remordimiento de conciencia (este último siempre se deriva del 6° principio) se ha sentido solamente una vez durante el período de felicidad y amor realmente espiritual nacido en el principio 6° y en el 5°, no importa cuán contaminados estén los deseos del 4° principio o Kamarupa —entonces este remordimiento de conciencia debe sobrevivir y acompañará incesantemente las escenas de amor puro. No necesito entrar en detalles, puesto que un experto fisiólogo como veo que es usted, difícilmente necesitará que su imaginación o su intuición sean inspiradas por un observador psicológico de mi categoría.
Busque en las profundidades de su conciencia y de su memoria, y trate de ver cuáles son las escenas que tienen mayores posibilidades de afirmarse en usted; cuando las presencia una vez más se da cuenta de que las está reviviendo de nuevo; y que, atrapado en sus redes usted habrá olvidado todo lo demás —esta carta, entre otras cosas, puesto que en el curso de los acontecimientos ella entrará mucho más tarde en el escenario de su vida resucitada. Yo no tengo derecho a investigar su vida pasada. Cada vez que he captado un vislumbre de ella he apartado, invariablemente, mi mirada porque tengo que ocuparme sólo del actual A.P. Sinnett (que es también "una nueva invención" e incluso mucho más que el ex-A.P.S.).
Sí; Amor y Odio son los únicos sentimientos inmortales; pero las gradaciones de tonos a lo largo de siete por siete escalas del teclado completo de la vida, son innumerables. Y puesto que esos dos sentimientos —(¿o me atreveré a decir para ser exacto y aún a riesgo de ser mal interpretado otra vez, esos dos polos del "Alma" humana, la cual es una unidad?)— configuran el futuro estado del hombre, tanto para el Devachán como para el Avitchi, entonces la variedad de esos estados también debe ser inexhaustible
y esto nos lleva a su queja o acusación número:

(9)
"Ni tampoco podemos llamarle recuerdo completo, sino más bien un recuerdo parcial. X. El amor y el odio son los dos únicos sentimientos inmortales, los únicos supervivientes del naufragio del Ye-dhamma, o mundo fenomenal. Imagínese, pues, a usted mismo en el Devachán rodeado de aquellos a los que usted ha amado con ese amor inmortal, con las sombras de las escenas familiares relacionadas con ellos como telón de fondo, y un vacío perfecto para todo lo demás relacionado con su anterior vida social, política y literaria." Carta precedente: es decir. Notas.
(9)
—pues, habiendo eliminado de su vida pasada los Ratigans y los Reeds, que con usted no han trascendido nunca los límites de la parte inferior de su quinto principio con su vehículo —el kama— ¿qué es esto sino el "recuerdo parcial" de una vida? Las líneas marcadas con el más rojo de sus lápices también quedan eliminadas. Porque, ¿cómo puede usted discutir el hecho de que para un Wagner, un Paganini, el Rey de Baviera y tantos otros verdaderos artistas y melómanos, la música y la armonía sean motivo del más profundo amor y veneración espiritual? Con su permiso, no cambiaré una sola palabra del inciso 9.

(10)
"Puesto que la percepción consciente de la propia personalidad en la Tierra es tan sólo un sueño evanescente, esa sensación será igualmente la de un sueño en el Devachán —sólo que cien veces más intensa." La larga carta sobre el Devachán.
(10)
Es una lástima que usted no haya acompañado sus citas con comentarios personales. No puedo comprender en qué sentido tiene usted algo que decir de la palabra "sueño". Por supuesto, tanto la bienaventuranza como el sufrimiento no son más que un sueño; y cuando son puramente espirituales, se "intensifican".

(11)
". . . un melómano que pasa eones deleitándose escuchando las sinfonías divinas tocadas por imaginarios coros y orquestas angélicos". Larga Carta sobre el Devachán. Véase (9) X ante.
Vea mis notas 10 y 11 sobre Wagner, etc.
Usted dice:
(11)
Contestada.

(12 A)
"En ningún caso, pues, a excepción de los suicidas y de los cascarones, existe posibilidad alguna para cualquier otro de ser atraído a una sesión espiritista". Notas.
(12 V)
"En el margen dije raramente, pero no he pronunciado la palabra nunca". Apéndice a la mía del 12 de agosto.
(12 A y 12 B)
Si —en respuesta a las objeciones hechas por el señor Hume, quien mediante cálculos estadísticos, con la evidente intención de echar por tierra nuestras enseñanzas, sostenía que, después de todo, los espiritistas tenían razón y que la mayoría de las apariciones de sus sesiones eran realmente "Espíritus" —yo tan sólo hubiera escrito: "En ningún caso, pues, a excepción de suicidas y cascarones" —y aquellos accidentados que mueren llenos de alguna pasión terrenal absorbente— " existe posibilidad alguna para nadie más, etc. etc", ¿hubiera yo estado completamente acertado y hubiera sido pukka (Pukka o pucka, significa en el lenguaje coloquial de la India, auténtico, fiable. N.T.) como "profesor"?
¡Y pensar que usted, ansioso como estaba de aceptar doctrinas que contradicen, desde el principio al fin, algunos de los puntos más importantes de la ciencia física, hubiera consentido, a instigación del señor Hume, mostrarse quisquilloso por una simple omisión! Mi querido amigo: permítame señalar que el simple sentido común debería haberle susurrado al oído que el que un día dice: "en ningún caso entonces, etc.", y unos días más tarde niega haber pronunciado jamás la palabra nunca, no sólo no es un adepto, sino que debe estar afectado por un reblandecimiento del cerebro o por cualquier otro "accidente".
Excepcionalmente, decía en el margen, pero no pronuncié la palabra “nunca”; y esto se refiere al margen de las pruebas de su carta n° 11; ese margen —o más bien, para evitar una nueva acusación— ese pedazo de papel sobre el que yo había escrito algunas observaciones referentes al tema y había pegado con cola al margen de su prueba —que usted ha cortado, así como también las cuatro líneas de poesía. El por qué lo ha hecho, lo sabe usted mejor que nadie. Pero la palabra nunca se refiere a ese margen.
Aunque me declaro "culpable" de un pecado, y es el de un vivo sentimiento de irritación contra el señor Hume después de haber recibido su triunfante carta-estadística; la respuesta a la cual, halló usted incorporada a la suya cuando le envié por escrito los elementos para su respuesta a la carta del señor Khandalawaia, que había usted devuelto a H.P.B. Si yo no me hubiera irritado probablemente no hubiera sido culpable de omisión. Este es ahora mi Karma.
Yo no tenía que haberme enojado ni haber perdido el control de mí mismo; pero aquella carta suya creo que era la séptima o la octava de esa clase que yo había recibido durante aquella quincena. Y debo añadir que nuestro amigo posee el medio más perverso que yo nunca haya conocido de utilizar su intelecto formulando los más inesperados sofismas para excitar los nervios de la gente. Con el pretexto de un estricto y lógico razonamiento lanzará ataques disimulados a su antagonista —cada vez que no pueda encontrar un punto vulnerable, y luego, al ser sorprendido y descubierto, responderá de la manera más inocente: "¡Pero qué pasa, si es por su propio bien, y usted debería sentirse agradecido! Si yo fuera un adepto siempre sabría lo que mi corresponsal quiere decir realmente", etc. etc. Al ser un "adepto" en algunas pequeñas cosas, yo sé lo que él dice realmente, y que viene a ser lo que sigue:
si le revelamos toda nuestra filosofía dejando aclarada cualquier incongruencia, sin embargo, ni siquiera así daría resultado. Porque tal como se dice en la observación expresada en los versos hudibrasianos siguientes:
"Estas pulgas tienen otras pulgas para picarlas,
Y éstas —sus pulgas ad infinitum......"
—así ocurre con sus objeciones y sus argumentos. Explíquele algo y encontrará un fallo en la explicación; trate de satisfacerle demostrándole que, después de todo, ésta era correcta y él se arrojará contra su oponente acusándole de haber hablado demasiado despacio o demasiado deprisa. Es una tarea IMPOSIBLE —y yo renuncio. Que dure hasta que todo caiga por su propio peso. El dice: "No puedo besar las plantas de ningún Papa", olvidando que nadie le ha pedido nunca que lo haga. "Puedo amar, pero no puedo adorar", me dice. Exageración —él no puede amar a nadie, a nadie que no sea A.O. Hume, y no ha amado jamás. Y que, en verdad, casi podría exclamarse: "¡Oh, Hume, —exageración es tu nombre!" —se ve en lo que transcribo a continuación de una de sus cartas:
"Si no por otra razón, yo amaría a M. por su total devoción hacia usted, y a usted siempre le he amado. (!) Incluso cuando más enojado estaba con usted —pues uno es siempre más sensible con aquellos que más quiere— incluso cuando estaba plenamente convencido de que era usted un mito, aún entonces mi corazón se sentía inclinado hacia usted, como ocurre a menudo cuando se trata de un personaje manifiestamente ficticio". ¡Una sentimental Becky Sharp, escribiendo a un amante imaginario, difícilmente podría expresar mejor sus sentimientos!  La próxima semana me ocuparé de sus preguntas científicas. En la actualidad no estoy en mi casa, sino bastante cerca de Darjee-ling, en la Lamasería, el lugar que anhela la pobre H.P.B.
Pensaba irme a finales de septiembre pero me parece que va a ser algo difícil debido al chico de Nobin. Además, lo más probable es que tenga que entrevistarme en persona con la Vieja Dama si M. la trae aquí. Y tiene que traerla —o perderla para siempre— al menos por lo que a la tríada física se refiere. Y ahora, adiós. Y de nuevo le ruego que no asuste a mi muchacho — puede resultarle útil algún día— sólo que, no lo olvide —sólo es una apariencia.
Suyo,
K.H.


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