LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 24
Carta del Mahatma
K.H. a A. P. Sinnett.
CARTA Nº 24
CARTA Nº 24
LAS FAMOSAS
"CONTRADICCIONES"
Recibida en otoño
de 1882.
Espero que tendrá
en cuenta mi extraordinaria obediencia al haberme esforzado laboriosamente y en
contra de mis deseos, en compilar argumentos en favor del demandante con
referencia a las contradicciones alegadas. Como ya he dicho en otro lugar, no
me parece que valga la pena preocuparse de ellas; aunque, por el momento,
confunden mis ideas sobre el Devachán y sobre las víctimas de accidente. Porque
no me atormentan es por lo que nunca, hasta ahora, tuve en cuenta su sugerencia
de que debería tomar nota de ellas.
En esta etapa de
nuestra correspondencia, incomprendidos
como en general parecemos ser, incluso por usted mismo, mi leal amigo,
puede que valga la pena y que sea útil para los dos que se le ponga en
conocimiento de ciertos hechos —hechos muy importantes— relacionados con el
adoptado. Tenga presente, pues, los puntos siguientes:
(1) Un adepto —el más elevado como el más
humilde— lo es sólo durante el ejercicio
de sus poderes ocultos.
(2) En el momento
en que esos poderes sean necesarios, la voluntad soberana abrirá la puerta al
hombre interno (el adepto), que sólo puede emerger y actuar libremente a
condición de que su carcelero —el hombre externo esté total o parcialmente
paralizado, según sea el caso; a saber: ya sea (a) mental y físicamente;
(b) mental, pero no
físicamente;
(c) físicamente,
pero no por completo mentalmente;
(d) ni lo uno ni lo
otro, pero con un velo akásico interpuesto entre el hombre externo y el
interno.
(3) El más mínimo
uso de los poderes ocultos exige pues, un esfuerzo tal como usted verá ahora. Podemos
compararlo al esfuerzo muscular interno de un atleta preparándose para utilizar
su fuerza física. Igual que no es probable que un atleta esté siempre
recreándose hinchando sus venas por anticipado antes del levantamiento de un
peso, de la misma manera puede suponerse
que un adepto no mantendrá su voluntad en constante tensión y al hombre interno
en plena actuación cuando no exista una necesidad perentoria para ello.
Cuando
el hombre interno descansa, el adepto se convierte en un hombre corriente,
limitado a sus sentidos físicos y a las funciones de su cerebro físico.
La práctica
intensifica la intuición de éste pero es incapaz de lograr que estos sentidos
sean supersensibles. El adepto interno
siempre está dispuesto, siempre está alerta, y eso basta para nuestros propósitos.
En momentos de descanso, pues, sus
facultades también descansan.
Cuando me siento a
comer, o cuando me visto, leo o me ocupo en cualquier otra cosa, no estoy pensando
ni siquiera en los que están cerca de mí; y Djual Khool puede romperse fácilmente
la nariz hasta sangrar al tropezar en la oscuridad contra un madero, como le
ocurrió la otra noche (precisamente porque en lugar de interponer una
"película" había paralizado tontamente todos sus sentidos externos
mientras hablaba con un amigo distante) y yo permanecía plácidamente ignorante
del hecho. Yo no estaba pensando en él, y de ahí mi ignorancia.
De lo
que antecede, usted muy bien puede deducir que un adepto es un mortal común en
todos los momentos de su vida diaria, excepto en aquellos en que esté actuando
el hombre interno.
Una a esto el
desagradable hecho de que nos está prohibido utilizar ni una sola partícula de
nuestros poderes en relación con los Eclécticos (por lo cual usted tiene que
estarle agradecido a su Presidente y sólo a él), y que lo poco que se hace es,
como si dijéramos, de contrabando, y después construya en seguida el siguiente
silogismo:
Cuando
K.H. nos escribe no es un adepto.
Un no
adepto —es falible.
Por lo tanto, K.H.
puede cometer errores con mucha facilidad:
Errores de puntuación
—que cambiarán a menudo y totalmente todo el sentido de una frase;
errores idiomáticos
—muy probable que ocurran, especialmente cuando se escribe tan apresuradamente
como lo hago yo; errores que surgen de vez en cuando, de una confusión de
términos que yo tenía que aprender de usted —puesto que usted es el autor de
los términos "rondas" —"anillos" —"anillos
terrestres", etc. Ahora bien, en relación con todo esto le ruego que me
permita decir que, después de haber leído yo mismo cuidadosamente, una y otra
vez, nuestras "Famosas Contradicciones", y después de habérselas dado
a leer a M. y luego a un adepto superior cuyos poderes no están bajo tutelaje
del Chohan, sino que han sido puestos a buen recaudo por El, para evitar que
los malgaste en objetivos inmerecidos de su predilección personal, después de
haber hecho todo esto, este adepto me dijo lo siguiente:
"Todo
es perfectamente correcto. Sabiendo lo que usted quiere decir, y como cualquier
otra persona que conozca la doctrina, no puedo encontrar en esos fragmentos
sueltos nada que pudiera ser realmente contradictorio. Pero, puesto que muchas
frases son incompletas y los temas están dispersos sin orden alguno, no me
sorprende que sus 'chelas laicos' encuentren fallos en ello. Sí; es necesaria
una exposición más clara y explícita".
Ese es el mandato
de un adepto, y lo cumpliré; trataré de completar la información en atención a
usted.
En un solo y único
caso, —señalado en sus páginas y en mis respuestas (12A) y (12B) la última— el
"demandante" tiene derecho a ser escuchado, pero no lo tiene ni
siquiera a un cuarto de penique por daños y perjuicios, puesto que, legalmente,
nadie —ni el demandante ni el demandado—
tiene derecho a alegar ignorancia de la ley; también en las Ciencias Ocultas los
discípulos laicos deberían estar obligados a conceder el beneficio de la duda a
sus instructores en los casos en que, debido a la gran ignorancia de ellos en
esa ciencia, es más que probable que interpreten mal su significado, ¡en lugar
de acusar a sus instructores, de golpe y porrazo, de incurrir en contradicción'.
Ahora pido que se
haga constar que, con relación a las dos frases señaladas respectivamente 12A y
12B, existe una comprensible contradicción sólo para aquellos que no están
familiarizados con ese principio. Usted no lo estaba y por eso me declaro
"culpable" de una omisión, pero "no culpable de una contradicción. E incluso con relación a lo
primero, esa omisión es tan pequeña que, al igual que la muchacha acusada de
infanticidio, al ser conducida ante el juez, dijo en su defensa que el bebé era
tan pequeñito que no valía la pena llamarle "bebé", —yo podría aducir
lo mismo por mi omisión si no tuviera ante mis ojos su terrible definición de
que estoy "sirviéndome de mi ingeniosidad". Bien; lea las explicaciones
dadas en mis "Notas y Respuestas", y juzgue.
Y a propósito, mi
buen Hermano: hasta ahora yo no había sospechado que existiera en usted una
capacidad tal para defender y excusar lo inexcusable, como lo demostró en mi
defensa del ahora famoso "ejercicio de ingeniosidad". Si el artículo
(contestación a C.C. Massey) ha sido escrito con el espíritu que usted me
atribuye en su carta, y si yo o alguno de nosotros tiene más "inclinación
a tolerar las maneras más sutiles y engañosas para conseguir un fin", de lo
que se admite en general como honorable por parte del europeo amante de la
verdad y leal, (¿se incluye al señor Hume en esta categoría?) —en verdad que no
tiene usted ningún derecho a excusar semejante modo de proceder, ni siquiera en
mí; ni de considerarlo "simplemente de la misma naturaleza que las manchas
en el sol", puesto que una mancha es una mancha, se encuentre en el
refulgente astro o en un candelabro de bronce. Pero está usted equivocado, mi
querido amigo. No hubo ninguna manera sutil ni engañosa de comportamiento para
sacarla de la dificultad creada por el estilo ambiguo de ella y por su
ignorancia del inglés —no por su ignorancia del tema— lo cual no es lo mismo y
cambia totalmente el aspecto de la cuestión.
Tampoco yo era
ignorante del hecho de que M. le había escrito a usted con anterioridad sobre
el tema, puesto que fue en una de sus cartas (la penúltima antes de que yo
tomara este asunto de sus manos) en la cual él se refirió por primera vez al
tema de las "razas" y habló de las reencarnaciones. Si M. le dijo a usted que estuviera alerta
para no confiar demasiado implícitamente en Isis, fue porque le estaba
enseñando la verdad y el hecho, y porque en la época en que fue escrito el
pasaje nosotros no habíamos decidido todavía instruir al público
indistintamente. El le dio a usted varios de esos ejemplos —con sólo que
usted quiera volver a leer su carta— añadiendo que si tal y tal frase se
hubieran escrito de tal y tal manera, explicarían mucho mejor los hechos ahora
meramente esbozados.
Por supuesto,
"a C.C.M." el pasaje debe parecerle equivocado y contradictorio
porque es desconcertante, tal como dice M. Muchos son los temas tratados en Isis que ni
siquiera a H.P.B. se le permitió conocer por completo; sin embargo, no son
contradictorios, aunque sean "desconcertantes".
Obligarla a decir
—como hice yo— que el pasaje criticado era "incompleto, caótico, vago . .
. mal hecho, como muchos otros pasajes de esa obra", fue un "franco
reconocimiento, suficiente, yo diría, para satisfacer al crítico más excéntrico.
En cambio, admitir que "el pasaje estaba equivocado" hubiera añadido
una falsedad inútil, pues yo sostengo que no está equivocado, puesto que si
bien oculta la verdad total, no la desfigura en los fragmentos que de esa
verdad se dan en Isis. De lo que se trataba en la crítica de C.C.M. no es que
él se lamentara de que no se hubiera dado toda la verdad, sino de que la verdad
y los hechos de 1877 fueran considerados como errores y contradicciones en
1882; fue ese punto —perjudicial para toda la Sociedad, para sus chelas
internos y "laicos" y para nuestra doctrina— el que tenía que ser
mostrado bajo sus verdaderos colores; es decir, se había de mostrar como una
total falsa interpretación debida al hecho de que la doctrina "septenaria" todavía no había sido divulgada
en el mundo en la época en que Isis se escribió.
Y así es como se
mostró. Siento que usted no encuentre "muy satisfactoria" la
respuesta de ella, escrita bajo mi directa inspiración, porque esto sólo me demuestra que, hasta el presente, decididamente,
usted no ha comprendido la diferencia entre los principios sexto y séptimo y el
quinto, o sea, entre las Mónadas = Egos inmortales y las Mónadas = Egos
astrales y personales. La sospecha se ve corroborada por lo que H—X expone
en su crítica de mi explicación al final de su "carta" en el número
de septiembre; la carta de usted, que tengo ante mí, completa la evidencia de
esto. No
cabe duda de que el "verdadero Ego es inmanente a los principios
superiores que reencarnan" periódicamente cada mil, dos mil, tres mil años
o más.
Pero
el Ego inmortal, la "Mónada Individual", no es la mónada personal,
que es el quinto principio; y el pasaje
de Isis no respondía a los reencarnacionistas orientales, que sostienen en esa
misma obra, Isis —(si al menos la hubiera usted leído hasta el final)— que la
individualidad o "Ego" inmortal tiene que reaparecer en cada ciclo
—pero los reencarnacionistas occidentales, especialmente los franceses, enseñan
que es la mónada personal o astral, el "moi fluídique", el manas o
mente intelectual, en resumen, el quinto principio, el que reencarna cada vez.
Así
pues, si usted lee una vez más el pasaje de Isis citado por C.C.M. y lo compara
con la "Crítica de la Vía Perfecta", tal vez descubra que H.P.B. y yo
teníamos toda la razón al sostener que en el pasaje citado sólo se aludía a la
"mónada astral".
Y hay
también un "choque" todavía más "decepcionante" para mi
mente al ver que usted se niega a reconocer en la mónada astral al Ego personal
—(mientras que todos nosotros la denominamos, sin lugar a dudas, por ese nombre
y así la hemos llamado durante milenios)— que el que usted pudo experimentar en
la suya al encontrarse con esa mónada bajo su propio nombre en el Fragmento sobre
la Muerte, de E. Levi.
La
"mónada astral" es el "Ego personal" y, por
lo tanto, nunca reencarna tal
como los espiritistas franceses quisieran, excepto en "circunstancias
excepcionales"; en cuyo caso, reencarnando no se convierte en un cascarón,
pero si tiene éxito en su segunda reencarnación, lo llegará a ser y luego,
gradualmente, perderá su personalidad, después de haber sido vaciado, por así
decirlo, de sus atributos mejores y más elevados por la mónada inmortal o
"Ego Espiritual" durante su última y suprema lucha. El
"choque de sentimientos" debería ser, pues, por mi parte, ya que
realmente sólo "parecía ser otro ejemplo de la diferencia entre los
métodos orientales y occidentales" pero no fue así, no en este caso por lo
menos. Puedo comprender fácilmente, mi querido amigo, que en la fría condición
en que usted se encuentra (mentalmente), esté usted dispuesto a calentarse
incluso a los rayos del sol de una pira funeraria sobre la cual se estuviera
llevando a cabo un sutti (Antigua costumbre
india de quemar a la viuda en la pira funeraria del esposo.) viviente; pero,
¿por qué, por qué llamar a esta pira un Sol y disculpar su mancha, —el cadáver?
La carta dirigida a
mí y que usted, por delicadeza, no se permitió leer, era para que la leyera atentamente
y fue enviada con ese propósito. Yo quería que usted la leyera.
Su sugerencia
respecto a la nueva tentativa artística de G.K. es ingeniosa, pero no lo
suficiente como para ocultar las blancas hebras de la negra insinuación
jesuítica. Sin embargo, G.K. se dejó atrapar en ella; "Nous verrons, mus
verrons!", dice la canción francesa.
Presentando sus más
humildes salaams (Saludo
ceremonioso de los orientales.) —G.
Khool dice que usted "ha descrito incorrectamente el curso de los
acontecimientos con relación al primer retrato". Lo que él dice es lo
siguiente: (1) "el día que ella llegó", no le pidió a usted que
"le diera un pedazo de" etc.
(Carta 28) sino
después de que usted comenzara a hablarle de mi retrato, que ella dudaba mucho
que usted pudiera conseguir. Fue sólo después de haber hablado de ello durante
media hora en el salón que da a la calle —ustedes dos formando los dos puntos
superiores del triángulo, cerca de la puerta de su despacho, y su señora el
punto inferior (él dice que estaba allí)— cuando ella le dijo a usted que lo
intentaría.
Fue
entonces cuando ella le pidió a usted "un pedazo de papel blanco
grueso" y usted le dio un trozo de papel de cartas fino que había sido
tocado por una persona muy antimagnética.
Sin embargo, él
dice que hizo lo mejor que pudo. Al día siguiente, cuando la señora S. hubo
visto el papel, justamente 27 minutos antes de que él lo hiciera, él llevó a
cabo su trabajo. No fue "una hora o dos antes", como usted dice, pues
él había dicho a la "V.D." que se lo dejara ver a su esposa precisamente
antes del desayuno. Después del desayuno ella le pidió a usted un trozo de
cartulina de Bristol y usted le dio dos trozos, ambos marcados, y no uno, como
usted dice. La primera vez que ella lo intentó fue un fracaso, dice él,
"con la ceja parecida a una sanguijuela", y sólo se terminó por la
tarde, mientras usted estaba en el Club, en una cena a la cual la vieja Upasika no quiso asistir. Y fue
de nuevo él, G.K., el "gran artista", el que tuvo que hacer
desaparecer la "sanguijuela" y corregir el turbante y los rasgos, y
el que hizo que "se pareciera al Maestro" (él insiste en llamarme
así, aunque en realidad ya no es mi discípulo) puesto que M., después de estropearlo,
no quiso tomarse el trabajo de corregirlo y prefirió irse a dormir. Y
finalmente, me dice que, a pesar de que yo me tomé a broma el retrato, el
parecido es bueno, sólo que hubiera sido mejor si el sahib M. no hubiera
intervenido en él, y si a él, a G.K. se le hubiera permitido usar sus propios
métodos "artísticos". Ese es su relato, y por eso no está satisfecho
con la explicación de usted, y así se lo dijo a Upasika, la cual le contó a
usted algo muy diferente. Y ahora a mis notas.
(1)
Hume
se ha sentido impulsado a buscar contradicciones en algunas cartas que se
refieren a la evolución del hombre, pero conversando con él yo siempre sostuve
que no se trataba en absoluto de contradicciones, sino que se deben simplemente
a una confusión sobre rondas y razas —una cuestión de interpretación de
palabras. Luego él pretendió creer que usted ha construido la filosofía a medida
que iba avanzando, y que sorteó las dificultades inventando muchas más razas de
las que en principio se habían estudiado, cuya hipótesis yo siempre he puesto
en evidencia como absurda.
(1)(Respuestas
de K.H. a las "Famosas Contradicciones"; los números corresponden a
los que aparecen en el texto de las Preguntas del señor Sinnett. Véase la Carta
anterior n° 24)
Todo eso no me
preocupa mayormente. Pero como ellas le facilitan a nuestro mutuo amigo una
buena arma contra nosotros, la cual es probable que utilice cualquier día de
esa manera tan desagradable que le es propia, prefiero explicarlo una vez más
—con su amable aquiescencia.
(2)
No he
vuelto a copiar aquí los pasajes sobre las víctimas de accidentes citados en mi
carta del 12 de agosto y que están en aparente contradicción con las
correcciones de mi Carta sobre Teosofía. Usted ya se ha expresado a propósito
de estas citas en el reverso de mi carta de fecha 12 de agosto: —
(2)
Desde luego, desde
luego; es nuestro modo habitual de sortear las dificultades. Siendo nosotros
mismos un "invento", recompensamos a los inventores inventando Razas
imaginarias. Hay una buena cantidad de cosas más que se nos acusa de haber inventado.
Bien, bien, bien; de todos modos hay una cosa que no se nos acusará jamás de
haber inventado, y esa es el mismo Señor Hume. Inventar algo como él trasciende
los más elevados poderes Siddhis que conocemos.
Y ahora, mi buen
amigo, antes de que sigamos adelante, le ruego que lea el apéndice n° [A].
Ha llegado ya el
momento de que usted nos conozca tal como somos. Solamente para probarle a usted,
ya que no a él, que nosotros no hemos inventado esas Razas, para su utilidad
expondré lo que nunca ha sido explicado antes. Le explicaré a usted todo un
capítulo entero del libro de Rhys Davids sobre el Buddhismo, o mejor dicho,
sobre el Lamaísmo que, en su natural ignorancia, él considera ¡como una
corrupción del Buddhismo! Puesto que esos señores —los orientalistas— se
atreven a dar al mundo sus soi-dísant traducciones y comentarios de nuestros
libros sagrados, que los teósofos pongan en evidencia la gran ignorancia de
esos pundits86 (Título
que se da a los sabios en la India. N.T.) "mundanos", dando al público las verdaderas
doctrinas y explicaciones de lo que ellos considerarían una teoría
absurda y fantástica.
(3)
"Puedo
comprender fácilmente que se nos acuse de contradicciones e incongruencias, e incluso
hasta de escribir una cosa hoy y negarla mañana. Si usted pudiera saber tan
sólo cómo escribo mis cartas y el tiempo de que dispongo para dedicarlo a
ellas, tal vez se sentiría menos crítico, si no menos exigente.—"
(3)
Y por el hecho de
que yo admita la aparente o superficial contradicción (e incluso eso sólo en el
caso de alguien que, como usted, conoce tan poco de nuestras doctrinas), ¿es
esa una razón para considerarlas realmente contradictorias? Supóngase que yo hubiera escrito en una
carta anterior: "la luna no tiene atmósfera", y luego siguiera
hablando de otras cosas; y le dijera en otra carta:
"porque
la luna tiene una atmósfera propia", etc., no hay duda de que se me
acusaría de decir hoy negro y mañana blanco. Pero, ¿dónde podía un cabalista
ver contradicción entre las dos frases? Puedo asegurarle que no la vería,
porque un cabalista que sabe que la luna no tiene atmósfera que se corresponda
en ningún aspecto con la de nuestra tierra, sino que tiene una atmósfera
propia, totalmente distinta de lo que sus hombres de ciencia llamarían
atmósfera, también sabe que igual que los occidentales, nosotros, los
orientales y especialmente los ocultistas, tenemos nuestra propia manera de
expresar los pensamientos, tan sencilla para nosotros en su implícito significado
como lo es la suya para ustedes.
Supongamos que os empeñáis en enseñar astronomía a vuestro
mandadero. Hoy le decís: "mira cuan gloriosamente se está poniendo el sol;
fíjate con qué rapidez se mueve, cómo sale y cómo se pone, etc; y al día
siguiente tratáis de inculcarle la idea de que el sol está relativamente
inmóvil, y que es sólo nuestra tierra la que le pierde de vista, y luego vuelve
a aparecer a la visión del sol en su movimiento diurno; y diez contra uno a que
si su alumno tiene sesos en la cabeza, le acusará de flagrante contradicción a
usted mismo. ¿Sería esto prueba de que usted ignora el sistema heliocéntrico?
¿Y podría acusársele a usted, con justicia, de "escribir una cosa hoy y
negarla mañana", aunque su sentido de lealtad le impulse a admitir que
usted "puede entender fácilmente" el por qué de la acusación?
Escribiendo,
pues, mis cartas tal como lo hago, unas cuantas líneas ahora y unas cuantas
palabras dos horas más tarde; teniendo que volver a coger el hilo del mismo
tema, tal vez con una docena o más de interrupciones entre el principio y el
final, no puedo prometerle nada parecido a la exactitud occidental. Ergo —la única
"víctima de accidente", en este caso, soy yo. El inocente pero riguroso
interrogatorio al que me está sometiendo usted —y contra el cual no tengo nada
que objetar— y el propósito, absolutamente premeditado por parte del señor Hume, de cogerme en falta siempre que
pueda —procedimiento considerado sumamente legítimo y honrado en la ley
occidental, pero ante el cual nosotros, salvajes asiáticos, nos oponemos de la
manera más contundente— ha proporcionado a mis colegas y Hermanos una elevada
opinión de mi propensión al martirio. En su opinión me he convertido en una
especie de Simeón el estilita indo-tibetano. Atrapado en la parte inferior de
la curva del signo de interrogación de Simla, y empalado en él, me veo
predestinado a mantener el equilibrio en la cúspide del semicírculo, por miedo
a resbalar y a caer en cada movimiento incierto, tanto hacia adelante como
hacia atrás. —Tal es la actual posición de este humilde amigo. Desde que
emprendí la extraordinaria tarea de enseñar a dos discípulos ya crecidos, con
cerebros en los que los métodos de la ciencia occidental habían ido
cristalizando durante años, y uno de los cuales está bastante deseoso de
aceptar las nuevas enseñanzas iconoclastas pero que, sin embargo, necesita que
sean desarrolladas minuciosamente,
mientras que el otro no las recibirá sino a condición de que se agrupen los
temas tal como él quiere que se agrupen, y no en su orden natural —he sido
considerado por todos nuestros Chohanes como un lunático. Y se me ha preguntado
seriamente si mis primeros contactos con los "Pelings" occidentales
no habrán hecho de mí un semi-Peling y no me habrán convertido en un visionario
"dzing-dzing". Todo esto ya era de esperar. No me quejo; sólo explico
un hecho y pido humildemente que se me conceda crédito, confiando solamente que
no se interpretará de nuevo como una manera "sutil y engañosa" de
eludir una nueva dificultad.
(4)
Ese
pasaje fue el que me indujo a pensar que tal vez podría ser que alguna de las
primeras cartas hubiera sido en sí la "víctima del accidente".
Pero
sigamos con el caso del demandante:—
(5)
"La
mayoría de aquellos a los que usted puede llamar —si le place— candidatos al
Devachán, mueren y renacen sin recuerdos en el Kama-Loka. . . Difícilmente
puede llamarse recuerdo a un sueño suyo, a alguna escena particular o a varias,
en cuyos estrechos límites usted encontraría incluidas unas cuantas personas.
.. etc. Llámelo el recuerdo personal de A.P. Sinnett, si puede". Notas al
dorso de la mía a la Vieja Dama:
(5) Cada entidad cuádruple que acaba de
desencarnar —tanto que muriera de muerte natural como violenta, por suicidio o
accidente, mentalmente sana o loca, joven o vieja, buena, mala o indiferente—
pierde todo recuerdo en el momento de la muerte, y mentalmente es — aniquilada;
duerme su sueño akásico en el Kama-Loka. Este
estado dura desde unas cuantas horas (rara vez menos), días, semanas, meses
—algunas veces, hasta varios años. Todo esto según la entidad, según su estado
mental en el momento de la muerte, según su clase de muerte, etc.
Este
recuerdo volverá (a la entidad o Ego) poco a poco y gradualmente hacia el final
de la gestación, y todavía más lentamente, pero de forma mucho más imperfecta e
incompleta, al cascarón; y volverá en su totalidad al Ego en el momento de su
entrada en el Devachán.
Y
ahora, siendo éste un estado determinado y producido por su vida pasada, el Ego
no se precipita en éste de repente, sino que se va sumergiendo en él gradualmente,
sin sacudidas. En los albores de esa etapa aparece esa vida (o mejor dicho, esa
vida es vivida, una vez más, por el Ego) desde su primer día consciente hasta
el último. Desde el acontecimiento más importante hasta el más insignificante,
todos son clasificados ante la visión espiritual del Ego; sólo que, al contrario
de lo que sucede con los acontecimientos de la vida real, sólo permanecen los
que son escogidos por el nuevo viviente (perdone la palabra) manteniéndose fiel
a algunas escenas y a algunos actores, los cuales se quedan permanentemente
—mientras que todo lo demás se esfuma y desaparece para siempre o bien se
reintegra a su creador —el cascarón.
Trate ahora de
comprender en sus efectos esta ley altamente importante por ser tan altamente
justa y retributiva. Nada queda de ese Pasado que ha vuelto a renacer, excepto lo que el
Ego ha experimentado espiritualmente —aquello que evolucionó y vivió por y a
través de sus facultades espirituales, ya sea amor u odio. Todo lo que estoy ahora tratando de describir
en realidad es indescriptible. Igual que ni dos hombres, ni siquiera dos
fotografías de la misma persona, ni tampoco dos hojas se parecen entre sí línea
por línea, tampoco
son iguales dos estados en el Devachán. A menos que se trate de un
adepto que pueda experimentar ese estado en su periódico Devachán, ¿cómo puede
esperarse que uno se forme una imagen correcta del mismo?
(6)
"Ciertamente,
una vez que el nuevo Ego ha renacido en el Devachán retiene, durante un tiempo
proporcionado a su vida terrestre, el "recuerdo completo de su vida
espiritual en la Tierra".
La
larga carta sobre el Devachán.
(6) Por lo tanto,
no existe contradicción al decir que una vez renacido en el Devachán el Ego "conserva durante un tiempo
proporcional a su vida terrestre, un recuerdo completo de su vida (Espiritual)
en la Tierra." ¡De nuevo aquí la sola omisión de la palabra
"Espiritual" produjo un malentendido!
(7)
"Todos
aquellos que no han resbalado y caído en el fango del pecado y de la
bestialidad irredimibles —van al Devachán", Ibid.
166
(7)
Todos
aquellos que no se hunden en la octava esfera van al Devachán. ¿Dónde está la
dificultad o la contradicción?
(8)
"En
cada caso (el Devachán) es un paraíso idealizado de la propia creación del
mismo Ego, construido y llenado por parte de él con las escenas de los
múltiples incidentes, y atestado de personas que él esperaría encontrar en esa
esfera de compensadora felicidad." Ibid.
(8)
Repito
que del Estado de Devachán se puede decir o explicar tan poco (aunque se diera
una minuciosa y gráfica descripción del estado de un ego tomado al azar) al
igual que todas las vidas humanas en masa no podrían ser explicadas por medio
de la "Vida de Napoleón" o de cualquier otro hombre.
Existen
millones de estados diferentes de felicidad y de sufrimiento, estados
emocionales que tienen su origen tanto en las facultades y sentidos físicos
como espirituales, de los que sólo sobreviven los últimos.
Un honrado
trabajador se sentirá de diferente manera de cómo se siente un honesto millonario.
El estado de la señorita Nightingale diferirá considerablemente del de una
joven novia que fallece antes de la consumación de lo que ella considera como
su felicidad. Estas dos personas aman a sus respectivas familias; la
filántropa, a la humanidad; la joven hace de su futuro esposo el centro del
universo; el melómano no conoce otro estado superior de embeleso y felicidad
que la música
—la más divina y espiritual de las artes.
El Devachán se va
confundiendo desde su grado más elevado al menos elevado —mediante escalonamientos
imperceptibles; si bien, desde el último peldaño del Devachán el Ego se
encontrará a menudo en el estado más tenue de Avitchi el cual, hacia el final
de la selección espiritual de los acontecimientos puede convertirse en un
"Avitchi" bona fide.
Recuerde: todo sentimiento es relativo. No
existe ni bien ni mal, ni felicidad ni sufrimiento per se.
La dicha
trascendente y evanescente de una adúltera que con su acción destruye la
felicidad de un esposo, no deja de ser espiritualidad a pesar de su naturaleza
criminal.
Si un
remordimiento de conciencia (este último siempre se deriva del 6° principio) se
ha sentido solamente una vez durante el período de felicidad y amor realmente
espiritual nacido en el principio 6° y en el 5°, no importa cuán contaminados
estén los deseos del 4° principio o Kamarupa —entonces este remordimiento de
conciencia debe sobrevivir y acompañará incesantemente las escenas de amor puro. No necesito entrar
en detalles, puesto que un experto fisiólogo como veo que es usted,
difícilmente necesitará que su imaginación o su intuición sean inspiradas por
un observador psicológico de mi categoría.
Busque en las
profundidades de su conciencia y de su memoria, y trate de ver cuáles son las
escenas que tienen mayores posibilidades de afirmarse en usted; cuando las
presencia una vez más se da cuenta de que las está reviviendo de nuevo; y que,
atrapado en sus redes usted habrá olvidado todo lo demás —esta carta, entre
otras cosas, puesto que en el curso de los acontecimientos ella entrará mucho
más tarde en el escenario de su vida resucitada. Yo no tengo derecho a investigar su vida pasada. Cada vez que he
captado un vislumbre de ella he apartado, invariablemente, mi mirada porque
tengo que ocuparme sólo del actual A.P. Sinnett (que es también "una nueva
invención" e incluso mucho más que el ex-A.P.S.).
Sí; Amor y
Odio son los únicos sentimientos inmortales; pero las gradaciones de tonos a lo largo de siete por siete escalas del
teclado completo de la vida, son innumerables. Y puesto que esos dos sentimientos
—(¿o me atreveré a decir para ser exacto y aún a riesgo de ser mal interpretado
otra vez, esos dos polos del "Alma" humana, la cual es una unidad?)—
configuran el futuro estado del hombre, tanto para el Devachán como para el
Avitchi, entonces la variedad de esos estados también debe ser inexhaustible
y esto nos lleva a
su queja o acusación número:
(9)
"Ni
tampoco podemos llamarle recuerdo completo, sino más bien un recuerdo parcial.
X. El amor y el odio son los dos únicos sentimientos inmortales, los únicos
supervivientes del naufragio del Ye-dhamma, o mundo fenomenal. Imagínese, pues,
a usted mismo en el Devachán rodeado de aquellos a los que usted ha amado con
ese amor inmortal, con las sombras de las escenas familiares relacionadas con
ellos como telón de fondo, y un vacío perfecto para todo lo demás relacionado
con su anterior vida social, política y literaria." Carta precedente: es
decir. Notas.
(9)
—pues, habiendo
eliminado de su vida pasada los Ratigans y los Reeds, que con usted no han trascendido nunca los límites de la parte inferior
de su quinto principio con su vehículo —el kama— ¿qué es esto sino
el "recuerdo parcial" de una vida? Las líneas marcadas con el más rojo de sus lápices
también quedan eliminadas. Porque, ¿cómo puede usted discutir el hecho de que
para un Wagner, un Paganini, el Rey de Baviera y tantos otros verdaderos
artistas y melómanos, la música y la armonía sean motivo del más profundo amor
y veneración espiritual? Con su permiso, no cambiaré una sola palabra del
inciso 9.
(10)
"Puesto
que la percepción consciente de la propia personalidad en la Tierra es tan sólo
un sueño evanescente, esa sensación será igualmente la de un sueño en el
Devachán —sólo que cien veces más intensa." La larga carta sobre el
Devachán.
(10)
Es una lástima que
usted no haya acompañado sus citas con comentarios personales. No puedo
comprender en qué sentido tiene usted algo que decir de la palabra
"sueño". Por supuesto, tanto la bienaventuranza como el sufrimiento
no son más que un sueño; y cuando son puramente espirituales, se
"intensifican".
(11)
".
. . un melómano que pasa eones deleitándose escuchando las sinfonías divinas
tocadas por imaginarios coros y orquestas angélicos". Larga Carta sobre el
Devachán. Véase (9) X ante.
Vea
mis notas 10 y 11 sobre Wagner, etc.
Usted
dice:
(11)
Contestada.
(12
A)
"En
ningún caso, pues, a excepción de los suicidas y de los cascarones, existe
posibilidad alguna para cualquier otro de ser atraído a una sesión
espiritista". Notas.
(12 V)
"En
el margen dije raramente, pero no he pronunciado la palabra nunca".
Apéndice a la mía del 12 de agosto.
(12 A y 12 B)
Si —en respuesta a
las objeciones hechas por el señor Hume, quien mediante cálculos estadísticos,
con la evidente intención de echar por tierra nuestras enseñanzas, sostenía
que, después de todo, los espiritistas tenían razón y que la mayoría de las
apariciones de sus sesiones eran realmente "Espíritus" —yo tan sólo
hubiera escrito: "En ningún caso, pues, a excepción de suicidas y
cascarones" —y aquellos accidentados que mueren llenos de alguna pasión
terrenal absorbente— " existe posibilidad alguna para nadie más, etc.
etc", ¿hubiera yo estado completamente acertado y hubiera sido pukka (Pukka
o pucka, significa en el lenguaje coloquial de la India, auténtico, fiable.
N.T.) como
"profesor"?
¡Y pensar que
usted, ansioso como estaba de aceptar doctrinas que contradicen, desde el
principio al fin, algunos de los puntos más importantes de la ciencia física,
hubiera consentido, a instigación del señor Hume, mostrarse quisquilloso por
una simple omisión! Mi querido amigo: permítame
señalar que el simple sentido común debería haberle susurrado al oído que el
que un día dice: "en ningún caso entonces, etc.", y unos días más
tarde niega haber pronunciado jamás la palabra nunca, no sólo no es un adepto,
sino que debe estar afectado por un reblandecimiento del cerebro o por cualquier
otro "accidente".
Excepcionalmente,
decía en el margen, pero no pronuncié la palabra “nunca”; y esto se refiere al
margen de las pruebas de su carta n° 11; ese margen —o más bien, para evitar
una nueva acusación— ese pedazo de papel sobre el que yo había escrito algunas
observaciones referentes al tema y había pegado con cola al margen de su prueba
—que usted ha cortado, así como también las cuatro líneas de poesía. El por qué
lo ha hecho, lo sabe usted mejor que nadie. Pero la palabra nunca se refiere a
ese margen.
Aunque me declaro
"culpable" de un pecado, y es
el de un vivo sentimiento de irritación contra el señor Hume después de
haber recibido su triunfante carta-estadística; la respuesta a la cual, halló
usted incorporada a la suya cuando le envié por escrito los elementos para su
respuesta a la carta del señor Khandalawaia, que había usted devuelto a H.P.B. Si yo no me hubiera irritado probablemente
no hubiera sido culpable de omisión. Este es ahora mi Karma.
Yo no tenía que
haberme enojado ni haber perdido el control de mí mismo; pero aquella carta
suya creo que era la séptima o la octava de esa clase que yo había recibido
durante aquella quincena. Y debo añadir que nuestro amigo posee el medio más
perverso que yo nunca haya conocido de utilizar su intelecto formulando los más
inesperados sofismas para excitar los nervios de la gente. Con el pretexto de
un estricto y lógico razonamiento lanzará ataques disimulados a su antagonista
—cada vez que no pueda encontrar un punto vulnerable, y luego, al ser
sorprendido y descubierto, responderá de la manera más inocente: "¡Pero
qué pasa, si es por su propio bien, y usted debería sentirse agradecido! Si yo
fuera un adepto siempre sabría lo que mi corresponsal quiere decir
realmente", etc. etc. Al ser un "adepto" en algunas pequeñas
cosas, yo sé lo que él dice realmente, y que viene a ser lo que sigue:
si le
revelamos toda nuestra filosofía dejando aclarada cualquier incongruencia, sin
embargo, ni siquiera así daría resultado. Porque tal como se dice en la observación expresada
en los versos hudibrasianos siguientes:
"Estas
pulgas tienen otras pulgas para picarlas,
Y
éstas —sus pulgas ad infinitum......"
—así ocurre con sus
objeciones y sus argumentos. Explíquele algo y encontrará un fallo en la explicación;
trate de satisfacerle demostrándole que, después de todo, ésta era correcta y
él se arrojará contra su oponente acusándole de haber hablado demasiado
despacio o demasiado deprisa. Es una tarea IMPOSIBLE —y yo renuncio. Que dure
hasta que todo caiga por su propio peso. El dice: "No puedo besar las
plantas de ningún Papa", olvidando que nadie le ha pedido nunca que lo
haga. "Puedo amar, pero no puedo adorar", me dice. Exageración —él no
puede amar a nadie, a nadie que no sea A.O. Hume, y no ha amado jamás. Y que,
en verdad, casi podría exclamarse: "¡Oh, Hume, —exageración es tu
nombre!" —se ve en lo que transcribo a continuación de una de sus cartas:
"Si no por
otra razón, yo amaría a M. por su total devoción hacia usted, y a usted siempre
le he amado. (!) Incluso cuando más
enojado estaba con usted —pues uno es siempre más sensible con aquellos que más
quiere— incluso cuando estaba plenamente convencido de que era usted un mito,
aún entonces mi corazón se sentía inclinado hacia usted, como ocurre a menudo
cuando se trata de un personaje manifiestamente ficticio". ¡Una
sentimental Becky Sharp, escribiendo a un amante imaginario, difícilmente
podría expresar mejor sus sentimientos!
La próxima semana me ocuparé de sus preguntas científicas. En la
actualidad no estoy en mi casa, sino bastante cerca de Darjee-ling, en la
Lamasería, el lugar que anhela la pobre
H.P.B.
Pensaba irme a
finales de septiembre pero me parece que va a ser algo difícil debido al chico
de Nobin. Además, lo más probable es que tenga que entrevistarme en persona con
la Vieja Dama si M. la trae aquí. Y
tiene que traerla —o perderla para siempre— al menos por lo que a la tríada
física se refiere. Y ahora, adiós. Y de nuevo le ruego que no asuste a mi
muchacho — puede resultarle útil algún día— sólo que, no lo olvide —sólo es una
apariencia.
Suyo,
K.H.
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