domingo, 6 de septiembre de 2020

 

LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA

Charles W. Leadbeater

 Parte VI

 Espíritus del agua. - Por numerosas que sean las hadas de la superficie de la tierra, casi siempre ale­jadas de la vecindad del hombre, son todavía más numerosas las hadas marinas, nereidas o espíritus del agua que moran en la superficie del mar. Hay tantas variedades como en la tierra.

Los espíritus de la naturaleza del Pacífico difieren de los del Atlántico, y de unos y otros del Mediterráneo.

Las especies que juguetean en el indescriptible azul luminoso de los mares tropicales son muy distintas de las que saltan por entre la espuma de los grises mares del norte. Diferentes también son los espíri­tus de los lagos, ríos, cascadas y cataratas, pues tie­nen más puntos de analogía con las hadas terres­tres que con las nereidas de alta mar. Sus formas son variadísimas, aunque con más frecuencia remedan la humana. En general pro­penden a tomar formas más amplias que las hadas de los bosques y las montañas, pues, así como éstas son diminutas, las nereidas, asumen la forma y es­tatura humanas.

A fin de evitar errores conviene insistir en el proteico carácter de los espíritus de la naturaleza, que tanto los de la tierra como los del agua pueden aumentar o disminuir su tamaño a voluntad y to­mar la forma que les plazca.

Teóricamente no hay restricción en esta facul­tad, pero en la práctica tiene sus límites, aunque muy amplios. Un hada de medio metro de estatura puede acrecentarla hasta la de un hombre de 1,84 m., pero el esfuerzo para ello sería demasiado vio­lento y sólo podría sostenerlo unos cuatro minutos. A fin de asumir una forma distinta de la propia, el espíritu de la naturaleza ha de concebirla claramente, y sólo será capaz de mantenerla mientras su mente esté fija en ella, pues tan pronto como distraiga el pensamiento recobrará su natural aparien­cia.

Aunque la materia etérea pueda moldearse fácil­mente por el poder del pensamiento, no se plasma con tanta rapidez como la astral.

Cabe decir que la materia mental obedece instantáneamente al pensamiento, y la materia astral le sigue en orden de rapidez, de modo que el observador vulgar no ad­vierte la diferencia; pero en cuanto a la materia eté­rea, la visión del hombre que la posea puede notar sin dificultad el aumento o disminución de las for­mas con ella plasmadas.

Una sílfide cuyo cuerpo es de materia astral, cambia de forma con relampagueante rapidez. El hada, cuyo cuerpo es etéreo, aumenta o disminuye de tamaño con relativa rapi­dez, pero no instantáneamente.

Pocos espíritus terrestres son de estatura gigan­tesca, y en cambio ésta es la estatura ordinaria de los del mar. Las hadas de la tierra suelen entrete­jerse imaginariamente prendas de indumentaria humana, y se muestran vestidas de extraños gorros, fajas y chaquetas; pero nunca he visto seme­jantes figurines en los habitantes del mar.

Casi todas las nereidas tienen la facultad de al­zarse de su peculiar elemento y flotar o volar en corto trecho por el aire. Se complacen en juguetear entre la espuma o en cabalgar sobre los escollos.

No sienten tanta repugnancia por el hombre como sus hermanas terrestres, acaso por las menores ocasiones que se le deparan al hombre de tratar con ellas.

No descienden a mucha profundidad del agua y nunca se sumergen más allá del alcance de la luz, de modo que siempre queda considerable espacio entre sus dominios y los de las menos evolucionadas criaturas de entre dos aguas.

 

Hadas de agua dulce. - Algunas especies muy her­mosas habitan en las aguas interiores, donde el hombre no ha posibilitado aún su existencia. Des­de luego que los residuos fabriles y fecales que contaminan las aguas próximas a las ciudades populo­sas les disgustan; pero no hacen objeción contra las turbinas y aceñas que funcionan en comarcas tran­quilas, pues a veces se las ha visto solazándose en la corriente de un molino. Parece que gozan especialmente en las cascadas, cataratas y saltos de agua, tal como sus hermanas marinas se recrean en la espuma de las olas. El gus­to que las cascadas les proporcionan es aliciente bastante para que a veces arrostren la odiada presencia del hombre. Así en el río Niágara se ven algunas durante el verano, aunque generalmente acostumbran a mantenerse en el centro de las cataratas y en las corrientes rápidas del río.

Como las aves de paso, en el invierno abandonan las aguas septentrionales que se hielan duran­te algunos meses, y van en busca de más templados climas. Si bien no les importan las heladas y el frío no las afecta, les disgusta ver perturbadas sus ordi­narias condiciones de vida.

Las que comúnmente habitan en los ríos, se trasladan al mar cuando se hielan las aguas fluviales, al paso que a otras les re­pugna el agua salada y prefieren emigrar a lejanos parajes en vez de refugiarse en el océano.

Una interesante variedad de nereidas son los es­píritus de las nubes, que pasan casi toda su vida en "las aguas que están en el firmamento".

Debería­mos considerarlos como el eslabón de tránsito en­tre los espíritus del agua y los del aire. Sus cuerpos son de materia etérea, como los de las nereidas, pe­ro pueden permanecer muchísimo tiempo fuera del agua.

Sus formas suelen ser de gran tamaño y de estructura de malla. Se parecen algo a ciertas variedades de nereidas, y cuando el cielo está despejado gustan de sumergirse en el mar. Su habitual residencia es el luminoso silencio de las nubes, que por pasatiempo favorito modelan en fantásticas formas o las disponen en las seriadas filas a que llamamos cielo aborregado.

 

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