LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA
Charles W. Leadbeater
Los espíritus de la naturaleza del Pacífico difieren de los del
Atlántico, y de unos y otros del Mediterráneo.
Las especies que juguetean en el indescriptible azul luminoso de
los mares tropicales son muy distintas de las que saltan por entre la espuma de
los grises mares del norte.
Diferentes también son los
espíritus de los lagos, ríos, cascadas y cataratas, pues tienen más puntos de
analogía con las hadas terrestres que con las nereidas de alta mar. Sus formas son variadísimas, aunque con más frecuencia remedan la
humana. En general propenden a tomar formas más amplias que las hadas de los
bosques y las montañas, pues, así como éstas son diminutas, las nereidas,
asumen la forma y estatura humanas.
A fin de evitar errores conviene insistir en el proteico
carácter de los espíritus de la naturaleza, que tanto los de la tierra como los
del agua pueden aumentar o disminuir su tamaño a voluntad y tomar la forma que
les plazca.
Teóricamente no hay restricción en esta facultad, pero en la
práctica tiene sus límites, aunque muy amplios. Un hada de medio metro de
estatura puede acrecentarla hasta la de un hombre de 1,84 m., pero el esfuerzo
para ello sería demasiado violento y sólo podría sostenerlo unos cuatro
minutos. A fin de asumir una
forma distinta de la propia, el espíritu de la naturaleza ha de concebirla
claramente, y sólo será capaz de mantenerla mientras su mente esté fija en
ella, pues tan pronto como distraiga el pensamiento recobrará su natural
apariencia.
Aunque la materia etérea pueda moldearse fácilmente por el
poder del pensamiento, no se plasma con tanta rapidez como la astral.
Cabe decir que la materia mental obedece instantáneamente al
pensamiento, y la materia astral le sigue en orden de rapidez, de modo que el
observador vulgar no advierte la diferencia; pero en cuanto a la materia etérea,
la visión del hombre que la posea puede notar sin dificultad el aumento o
disminución de las formas con ella plasmadas.
Una sílfide cuyo cuerpo es de materia astral, cambia de forma con
relampagueante rapidez. El hada, cuyo cuerpo es etéreo, aumenta o disminuye de
tamaño con relativa rapidez, pero no instantáneamente.
Pocos espíritus terrestres son de estatura gigantesca, y en
cambio ésta es la estatura ordinaria de los del mar. Las hadas de la tierra suelen entretejerse imaginariamente
prendas de indumentaria humana, y se muestran vestidas de extraños gorros,
fajas y chaquetas; pero nunca he visto semejantes figurines en los habitantes
del mar.
Casi todas las nereidas tienen la facultad de alzarse de su
peculiar elemento y flotar o volar en corto trecho por el aire. Se complacen en
juguetear entre la espuma o en cabalgar sobre los escollos.
No sienten tanta repugnancia por el hombre como sus hermanas
terrestres, acaso por las menores ocasiones que se le deparan al hombre de
tratar con ellas.
No descienden a mucha profundidad del agua y nunca se sumergen
más allá del alcance de la luz, de modo que siempre queda considerable espacio
entre sus dominios y los de las menos evolucionadas criaturas de entre dos
aguas.
Hadas
de agua dulce. - Algunas
especies muy hermosas habitan en las aguas interiores, donde el hombre no ha
posibilitado aún su existencia. Desde luego que los residuos fabriles y
fecales que contaminan las aguas próximas a las ciudades populosas les
disgustan; pero no hacen objeción contra las turbinas y aceñas que funcionan en
comarcas tranquilas, pues a veces se las ha visto solazándose en la corriente
de un molino. Parece que gozan
especialmente en las cascadas, cataratas y saltos de agua, tal como sus
hermanas marinas se recrean en la espuma de las olas. El gusto que las
cascadas les proporcionan es aliciente bastante para que a veces arrostren la
odiada presencia del hombre. Así
en el río Niágara se ven algunas durante el verano, aunque generalmente
acostumbran a mantenerse en el centro de las cataratas y en las corrientes
rápidas del río.
Como las aves de paso, en el invierno abandonan las aguas
septentrionales que se hielan durante algunos meses, y van en busca de más
templados climas. Si bien no les importan las heladas y el frío no las afecta,
les disgusta ver perturbadas sus ordinarias condiciones de vida.
Las que comúnmente habitan en los ríos, se trasladan al mar
cuando se hielan las aguas fluviales, al paso que a otras les repugna el agua
salada y prefieren emigrar a lejanos parajes en vez de refugiarse en el océano.
Una interesante variedad de nereidas son los espíritus de las
nubes, que pasan casi toda su vida en "las aguas que están en el
firmamento".
Deberíamos considerarlos como el eslabón de tránsito entre los
espíritus del agua y los del aire. Sus cuerpos son de materia etérea, como los
de las nereidas, pero pueden permanecer muchísimo tiempo fuera del agua.
Sus formas suelen ser de gran tamaño y de estructura de malla.
Se parecen algo a ciertas variedades de nereidas, y cuando el cielo está
despejado gustan de sumergirse en el mar. Su habitual residencia es el luminoso silencio de las nubes, que
por pasatiempo favorito modelan en fantásticas formas o las disponen en las
seriadas filas a que llamamos cielo aborregado.
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