EL HOMBRE
(TOMADO DEL LIBRO:
EL HOMBRE Y SUS CUERPOS)
(Parte 1)
Pasemos ahora a
ocupamos del hombre mismo, no de los vehículos de la conciencia, sino de la
acción de la conciencia en ellos; no de los cuerpos, sino de la entidad que
funciona en ellos; pues por "el
hombre" quiero significar el individuo continuo que
pasa de una vida a otra, que viene a los cuerpos y los vuelve a dejar una vez y
otra vez; que se desarrolla lentamente en el curso de las edades, que crece por
la acumulación y la asimilación de la experiencia, y que existe en el plano
superior manásico o devachánico. Este hombre es el que va a ser objeto
de nuestro estudio, en sus funciones en los tres planos que nos son ya
familiares: el físico, el astral y el mental.
El hombre principia sus experiencias desarrollando la
conciencia de sí mismo en el plano físico en el cual aparece lo que llamamos la
"conciencia en el estado de
vigilia", conciencia con la cual todos estamos familiarizados, que obra
por medio del cerebro y del sistema nervioso y por cuyo medio razonamos del
modo ordinario, llevando adelante todos los procesos lógicos por los cuales recordamos
los sucesos pasados de la encarnación presente, y ejercitamos la razón en los
asuntos de la vida. Todo lo que reconocemos como nuestras facultades mentales,
es el resultado de la obra del hombre en períodos anteriores de su
peregrinación, y su conciencia aquí es más y más vívida, más y más activa, a
medida que el individuo se desarrolla y el hombre progresa vida tras vida.
Si estudiamos a un hombre muy poco desarrollado, vemos
que la actividad mental consciente es pobre en calidad y limitada en cantidad;
obra en el cuerpo físico por medio del cerebro grosero y del etéreo; hay acción
constante en lo que se refiere al sistema nervioso, visible e invisible; pero
esta acción es de clase muy tosca, pues en ella hay muy poco criterio y muy
poca delicadeza de tacto mental; existe alguna actividad mental, pero es de una
especie, por decirlo así, muy infantil.
Ocupase en cosas insignificantes; se divierte con
ocurrencias muy triviales;
las cosas que llaman su atención, carecen de toda
importancia;
se interesa en los objetos pasajeros;
le gusta asomarse a una ventana y mirar a una calle
concurrida, reparando en la gente y en los vehículos que pasan, haciendo observaciones
sobre ellos,
y divirtiéndose mucho si una persona bien vestida tropieza
y cae en el lodo, o si un coche que pasa lo llena de barro.
No tiene en sí mismo mucho para ocupar su atención, y por
tanto, siempre está saliéndose fuera a fin de sentir que está vivo; es una de
las cualidades características principales de este grado inferior de evolución
mental que el hombre que obra con los cuerpos físico y etéreo, y los emplea
como únicos vehículos de conciencia, siempre está percibiendo sensaciones
violentas; necesita asegurarse de que siente, y aprende a distinguir las cosas
recibiendo de ellas sensaciones fuertes y vívidas; es un estado de progreso
necesario, aún cuando elemental, y sin esto siempre se estaría confundiendo
entre el procedimiento dentro de su vehículo y fuera de él; tiene que aprender
el alfabeto del yo y del no yo, distinguiendo entre los objetos que le causan
impresión y las sensaciones originadas por estas impresiones: entre el estímulo
y la sensación. Los tipos inferiores de este estado se ven en las esquinas de
las calles, recostados perezosamente contra una pared, haciendo alguna que otra
vez observaciones repentinas, y riéndose a carcajadas de un modo vacío de
sentido. Cualquiera que pueda observar entonces sus cerebros vería que reciben
impresiones borrosas de objetos pasajeros, y que los lazos entre estas
impresiones y otras parecidas son muy ligeros; las impresiones se parecen más a
un montón informe de piedras que a un mosaico bien coordinado.
Al estudiar el modo como el cerebro físico y el etéreo se convierten en vehículos
de conciencia, tenemos que retroceder al desarrollo primitivo del Ahamkara o Yo embrionario; estado que puede
verse en los animales inferiores que nos rodean. Las vibraciones causadas por la
impresión de los objetos externos se ponen en acción en el cerebro, se
trasmiten por éste al cuerpo astral, y se sienten por la conciencia como
sensaciones antes de que haya lazo alguno entre estas sensaciones antes de que
haya lazo alguno entre estas sensaciones y los objetos que las ocasionan, lazos
que constituyen una acción mental definida, una percepción.
Cuando la percepción principia, es que la conciencia usa el cerebro físico y el
etéreo como sus vehículos, por cuyo medio reúne a sabiendas conocimientos del
mundo externo. Este estado hace tiempo que pasó, por supuesto, para nuestra
humanidad; pero su repetición pasajera puede observarse cuando la conciencia
toma un nuevo cerebro al reencarnarse; el niño principia a "fijarse"
-como dicen las nodrizas-, esto es, a relacionar una sensación que se despierta
en su conciencia, con una sensación causada en su nueva envoltura o vehículo,
por un objeto externo, "reparando" de este modo en el objeto, percibiéndolo.
Después de algún tiempo, no es ya necesaria la
percepción de un objeto para que el aspecto del mismo esté presente en la
conciencia, sino que puede recordarse la apariencia de un objeto que no está en
contacto con los sentidos; tal percepción por la memoria es una idea, un
concepto, una imagen mental, y éstas constituyen el acopio que la conciencia
reúne del mundo externo, con el cual principia a obrar, siendo el primer estado
de esta actividad el arreglo de las ideas, como preliminar del "raciocinio"
sobre las mismas.
El raciocinio principia
comparando unas ideas con otras, e infiriendo luego relaciones entre ellas
cuando ocurren simultánea o sucesivamente dos o más una y otra vez. En este
proceso la mente se retira dentro de sí misma, llevando consigo las ideas que
ha concebido por las percepciones, añadiendo a ellas algo suyo propio, así como
cuando saca alguna consecuencia y relaciona una cosa con otra, como causa y
efecto.
Principia a deducir
conclusiones, aun hasta llegar a predecir sucesos futuros, cuando ha
establecido una serie de consecuencias; de modo que cuando aparece la
percepción considerada como "causa", se espera que
siga la percepción considerada como "efecto".
Por otra parte,
observa, al comparar sus ideas, que muchas de ellas tienen uno o más elementos
en común, mientras que los demás constituyentes de las mismas son diferentes, y
procede a separar estas cualidades características comunes de las demás, y a
ponerlas juntas como propiedades de una clase, y luego agrupa los objetos que
poseen a éstas, y así que ve un nuevo objeto que también las tiene, lo coloca
en esta clase; de este modo ordena gradualmente en un cosmos el caos de
percepciones con que principió su carrera mental, e infiere la ley de la
sucesión ordenada de los fenómenos y de los tipos que ve en la Naturaleza.
Todo esto es obra de
la conciencia por medio del cerebro físico; pero aún en este trabajo
encontramos la huella de lo que el cerebro no suple: éste sólo recibe
vibraciones; la conciencia que obra en el cuerpo astral cambia las vibraciones
en sensaciones, y en el cuerpo mental cambia las sensaciones en percepciones, y
luego lleva a efecto todo el proceso, que, como se ha dicho, transforma el caos
en cosmos.
Además, la
conciencia, al obrar así, es iluminada desde arriba por ideas que no han sido
formadas de materiales suministrados por el mundo físico, sino que son
reflejadas directamente en ellas por la Mente Universal. Las grandes "leyes del pensamiento" regulan todo
pensar, y el acto mismo que pensar revela su preexistencia, pues es producida
por ellas y bajo ellas, y es imposible sin ellas.
Casi no es necesario observar que todos estos primeros esfuerzos de la conciencia
para trabajar en el vehículo físico, están sujetos a mucho error,
tanto a causa de percepciones imperfectas,
como por deducciones erróneas.
Las deducciones
precipitadas, las generalizaciones de una experiencia limitada, vician muchas
de las conclusiones que se deducen, y por esto se formulan las reglas de la
lógica, para disciplinar la facultad pensante, de modo que pueda evitar los
errores en que constantemente cae cuando no está ejercitada. Esto no obstante,
la tentativa de razonar, por más imperfecta que sea, entre una cosa y otra, es
clara señal de desarrollo en el hombre mismo, pues demuestra que añade algo
suyo a la información adquirida de afuera.
Este trabajo sobre los materiales reunidos produce un
efecto sobre el mismo vehículo físico; cuando la mente enlaza dos percepciones,
como quiera que causa vibraciones correspondientes en el cerebro, produce un
lazo entre la serie de vibraciones que la percepción despierta,
pues cuando el cuerpo mental se pone en actividad,
actúa en el cuerpo astral,
y éste, a su vez, en el cuerpo etéreo y en el denso,
y la materia nerviosa de este último vibra bajo los
impulsos que se le imprimen; esta acción se muestra como descargas eléctricas, y las corrientes magnéticas funcionan entre las
moléculas y grupos de moléculas produciendo relaciones intrincadas. Estas
trazan lo que pudiéramos llamar una senda nerviosa, senda por la cual pasará
otra corriente más fácilmente de lo que pudiera pasar de través, por decirlo
así; y si un grupo de moléculas relacionadas con una vibración se pone de nuevo
en actividad por la conciencia, repitiendo la idea impresa en ellas, entonces
la perturbación allí ocasionada entre él y otro grupo por un enlace anterior, poniendo
a este otro grupo en actividad, y enviando a la mente una vibración, la cual,
después de las transformaciones regulares, se presenta como una idea asociada.
De aquí la gran importancia de la asociación, pues
esta acción del cerebro es algunas veces excesivamente perturbadora, como
cuando alguna idea disparatada o ridícula se enlaza con otra muy seria o sagrada.
La conciencia evoca la idea sagrada para
detenerse en ella y repentinamente y sin quererlo, la faz grotesca de la idea
perturbadora, despertada por la acción mecánica del cerebro, se introduce por
la puerta del santuario y lo profana. Los hombres prudentes cuidan de la asociación
y se fijan en cómo hablan de las cosas más sagradas, a fin de evitar que alguna
persona necia e ignorante enlace lo santo con lo ridículo o lo grosero, enlace
que muy probablemente se repetirá en la conciencia. Útil es el precepto
del gran Maestro judío: "No deis lo
santo a los perros, ni echéis margaritas a los puercos."
Otra señal de progreso es cuando el hombre principia a
regular su conducta por conclusiones a que por sí mismo ha llegado en lugar de
seguir los impulsos que recibe de afuera; pues entonces actúa con arreglo a su
acopio de experiencias, recordando sucesos pasados, comparando los resultados
obtenidos por diferentes líneas de conducta, y en su vida, decidiendo la que
adopta para la presente.
Entonces principia a predecir, a prever, a juzgar el
porvenir por el pasado, a razonar de antemano recordando lo que ha sucedido
antes, y cuando hace esto, es que ya existe en él un desarrollo bien claro como
hombre.
Puede estar aún limitado a funcionar en su cerebro físico;
puede que fuera del mismo sea todavía inactivo, pero esto, no obstante, es una
conciencia que se desarrolla y que principia a comportarse como individual, que
escoge su propio camino en lugar de vagar impulsada por las circunstancias, o
de seguir la línea de conducta que de afuera le imprimen. El desarrollo del
hombre se muestra de este modo definido, desenvolviendo más y más lo que se llama
carácter, y más y más fuerza de voluntad.
Las personas de voluntad poderosa y los débiles se
distinguen por su diferencia en este sentido: el hombre débil es impulsado por
influencias externas, atracciones y repulsiones, al paso que el fuerte sigue
impulsos internos propios, y se hace siempre dueño de las circunstancias,
poniendo en juego fuerzas apropiadas y guiándose para ello por su acopio de
experiencias acumuladas. Este acopio que el hombre ha reunido y acumulado
durante muchas vidas, se hace más y más eficaz a medida que se educa y refina
el cerebro físico, y se hace, por tanto, más receptivo; el acopio existe en el
hombre, pero éste no puede emplear sino aquella parte que puede imprimir en la
conciencia física.
El hombre mismo tiene la memoria y razona; el hombre
mismo juzga, escoge y decide, pero tiene que hacerlo todo por medio de sus
cerebros físico y etéreo; tiene que obrar y trabajar con su cuerpo físico, con
su mecanismo nervioso y el organismo etéreo relacionado con éste. A medida que
el cerebro se hace más impresionable, a medida que él mejora los materiales del
mismo y lo domina mejor, puede expresar su naturaleza propia cada vez con mayor
perfección.
¿Cómo debemos nosotros, los hombres vivos, educar
nuestros vehículos de conciencia a fin de que sirvan mejor de instrumento?
Ahora no estamos estudiando el desarrollo físico del
vehículo, sino su educación por la conciencia que lo usa como un instrumento
del pensamiento: el hombre que ha
dirigido su atención a mejorar físicamente su vehículo, debe decidirse a
educarlo de modo que responda pronta y consecutivamente a los impulsos que le
transmite; y para obtener este resultado tiene que principiar por pensar él mismo
consecutivamente, y enviando así al cerebro impulsos relacionados, lo acostumbrará
a trabajar ordenadamente por medio de grupos de moléculas enlazados en lugar de
emplear vibraciones accidentales sin conexión. El hombre es el que inicia y el cerebro sólo imita; y una costumbre
de pensar descuidada y vaga, hace contraer al cerebro la costumbre de formar
grupos vibratorios inconexos.
La educación tiene
dos gradaciones:
el hombre al determinarse a pensar consecutivamente,
ejercita su cuerpo mental en el enlace de los pensamientos, en lugar de
detenerse aquí y allí de modo causal;
y luego pensando de esta forma, educa al cerebro que
vibra en contestación a su pensamiento.
De este modo, el organismo físico, esto es, el organismo nervioso y el etéreo,
adquieren el hábito de obrar de una manera sistemática; y cuando su dueño los
necesita, responden fácil y ordenadamente, hallándose prontos a sus órdenes.
Entre un vehículo de conciencia así ejercitado y uno sin educación alguna,
hay la diferencia que entre las herramientas de un obrero descuidado, que las
deja sucias y embotadas, impropias para el uso, y las del hombre que las atiende,
las aguza y limpia; de modo que cuando las necesita, las halla prontas y las
puede usar para la obra que desea llevar a cabo, y así debe estar el vehículo físico,
pronto siempre a responder a las necesidades de la mente.
El resultado de una obra así constante sobre el cuerpo físico, no se
limitará en modo alguno a la capacidad progresiva del cerebro; pues cada
impulso que se envía al cuerpo físico tiene que pasar por el vehículo astral, y
produce su efecto allí también; y según hemos visto, la materia astral responde más fácilmente que la física a las
vibraciones del pensamiento, siendo, por tanto, el efecto que produce en el
cuerpo astral semejante método de acción como el que hemos descrito, proporcionalmente
mayor. Bajo
su impulso, el cuerpo astral adquiere contornos más definidos y una condición
bien organizada, como ya se ha dicho; cuando el hombre ha llegado a dominar el
cerebro, cuando ha aprendido a concentrarse, cuando puede pensar como quiere y
cuando quiere, tiene lugar un desarrollo correspondiente en lo que -si está
físicamente consciente de ello- considerará como su vida de ensueños; sus
sueños se harán vívidos, muy sostenidos, racionales y hasta instructivos; y es
que el hombre principia a funcionar en el segundo de sus vehículos de conciencia,
o sea en el cuerpo astral; es que entra en la segunda gran región o plano de
conciencia; y actúa allí en el vehículo astral aparte del físico.
Consideremos por un momento la
diferencia entre dos hombres, ambos "completamente despiertos", uno
de los cuales usa inconscientemente el cuerpo astral como puente entre la mente
y el cerebro, y el otro lo emplea conscientemente como un vehículo.
El primero ve del modo ordinario
limitadísimo porque su cuerpo astral no es aún un vehículo de conciencia
efectivo;
el segundo usa la visión astral, y no se
halla ya limitado por la materia física: ve a través de todos los cuerpos físicos,
ve por detrás, así como de frente; las paredes y otras substancias
"opacas" son para él tan transparentes como el cristal; ve las formas
astrales y también los colores, las auras, los elementales y demás. Si va a un
concierto, ve combinaciones gloriosas de colores a medida que la música se
eleva; si asiste a una conferencia, ve los pensamientos del orador en colores y
formas, y adquiere así una comprensión mucho más completa de sus pensamientos
que cualquiera otro que solamente percibe las palabras habladas; pues los
pensamientos que se expresan en símbolos, como palabras, se manifiestan como
formas coloreadas y musicales; revestidas de materia astral, se imprimen en el
cuerpo astral.
Cuando la conciencia está completamente despierta en aquel cuerpo, recibe
y anota todas estas impresiones nuevas; y muchas personas, si se examinan a sí
mismas atentamente, verán que en realidad toman del orador mucho más que lo que
las meras palabras aportan, aún cuando no se haya dado cuenta de ello cuando
estaban escuchando. Muchos encontrarán en su memoria más de lo que el orador
diga, como una especie de sugestión que continuase el pensamiento, como si
hubiese algo alrededor de las palabras y las hiciese significar más de lo que
expresaran con el mero sonido, y esta experiencia demostraría que el vehículo
astral se está desarrollando; ya medida que el hombre se ocupa de su modo de
pensar y usa inconscientemente el cuerpo astral; éste se perfecciona más y más
en su organización.