miércoles, 21 de enero de 2015

EL HOMBRE (Parte 1)

EL HOMBRE

(TOMADO DEL LIBRO: EL HOMBRE Y SUS CUERPOS)

(Parte 1)

Pasemos ahora a ocupamos del hombre mismo, no de los vehículos de la conciencia, sino de la acción de la conciencia en ellos; no de los cuerpos, sino de la entidad que funciona en ellos; pues por "el hombre" quiero significar el individuo continuo que pasa de una vida a otra, que viene a los cuerpos y los vuelve a dejar una vez y otra vez; que se desarrolla lentamente en el curso de las edades, que crece por la acumulación y la asimilación de la experiencia, y que existe en el plano superior manásico o devachánico. Este hombre es el que va a ser objeto de nuestro estudio, en sus funciones en los tres planos que nos son ya familiares: el físico, el astral y el mental.

El hombre principia sus experiencias desarrollando la conciencia de sí mismo en el plano físico en el cual aparece lo que llamamos la "conciencia en el estado de vigilia", conciencia con la cual todos estamos familiarizados, que obra por medio del cerebro y del sistema nervioso y por cuyo medio razonamos del modo ordinario, llevando adelante todos los procesos lógicos por los cuales recordamos los sucesos pasados de la encarnación presente, y ejercitamos la razón en los asuntos de la vida. Todo lo que reconocemos como nuestras facultades mentales, es el resultado de la obra del hombre en períodos anteriores de su peregrinación, y su conciencia aquí es más y más vívida, más y más activa, a medida que el individuo se desarrolla y el hombre progresa vida tras vida.

Si estudiamos a un hombre muy poco desarrollado, vemos que la actividad mental consciente es pobre en calidad y limitada en cantidad; obra en el cuerpo físico por medio del cerebro grosero y del etéreo; hay acción constante en lo que se refiere al sistema nervioso, visible e invisible; pero esta acción es de clase muy tosca, pues en ella hay muy poco criterio y muy poca delicadeza de tacto mental; existe alguna actividad mental, pero es de una especie, por decirlo así, muy infantil.
Ocupase en cosas insignificantes; se divierte con ocurrencias muy triviales;
las cosas que llaman su atención, carecen de toda importancia;
se interesa en los objetos pasajeros;
le gusta asomarse a una ventana y mirar a una calle concurrida, reparando en la gente y en los vehículos que pasan, haciendo observaciones sobre ellos,
y divirtiéndose mucho si una persona bien vestida tropieza y cae en el lodo, o si un coche que pasa lo llena de barro.
No tiene en sí mismo mucho para ocupar su atención, y por tanto, siempre está saliéndose fuera a fin de sentir que está vivo; es una de las cualidades características principales de este grado inferior de evolución mental que el hombre que obra con los cuerpos físico y etéreo, y los emplea como únicos vehículos de conciencia, siempre está percibiendo sensaciones violentas; necesita asegurarse de que siente, y aprende a distinguir las cosas recibiendo de ellas sensaciones fuertes y vívidas; es un estado de progreso necesario, aún cuando elemental, y sin esto siempre se estaría confundiendo entre el procedimiento dentro de su vehículo y fuera de él; tiene que aprender el alfabeto del yo y del no yo, distinguiendo entre los objetos que le causan impresión y las sensaciones originadas por estas impresiones: entre el estímulo y la sensación. Los tipos inferiores de este estado se ven en las esquinas de las calles, recostados perezosamente contra una pared, haciendo alguna que otra vez observaciones repentinas, y riéndose a carcajadas de un modo vacío de sentido. Cualquiera que pueda observar entonces sus cerebros vería que reciben impresiones borrosas de objetos pasajeros, y que los lazos entre estas impresiones y otras parecidas son muy ligeros; las impresiones se parecen más a un montón informe de piedras que a un mosaico bien coordinado.

Al estudiar el modo como el cerebro físico y el etéreo se convierten en vehículos de conciencia, tenemos que retroceder al desarrollo primitivo del Ahamkara o Yo embrionario; estado que puede verse en los animales inferiores que nos rodean. Las vibraciones causadas por la impresión de los objetos externos se ponen en acción en el cerebro, se trasmiten por éste al cuerpo astral, y se sienten por la conciencia como sensaciones antes de que haya lazo alguno entre estas sensaciones antes de que haya lazo alguno entre estas sensaciones y los objetos que las ocasionan, lazos que constituyen una acción mental definida, una percepción.

Cuando la percepción principia, es que la conciencia usa el cerebro físico y el etéreo como sus vehículos, por cuyo medio reúne a sabiendas conocimientos del mundo externo. Este estado hace tiempo que pasó, por supuesto, para nuestra humanidad; pero su repetición pasajera puede observarse cuando la conciencia toma un nuevo cerebro al reencarnarse; el niño principia a "fijarse" -como dicen las nodrizas-, esto es, a relacionar una sensación que se despierta en su conciencia, con una sensación causada en su nueva envoltura o vehículo, por un objeto externo, "reparando" de este modo en el objeto, percibiéndolo.

Después de algún tiempo, no es ya necesaria la percepción de un objeto para que el aspecto del mismo esté presente en la conciencia, sino que puede recordarse la apariencia de un objeto que no está en contacto con los sentidos; tal percepción por la memoria es una idea, un concepto, una imagen mental, y éstas constituyen el acopio que la conciencia reúne del mundo externo, con el cual principia a obrar, siendo el primer estado de esta actividad el arreglo de las ideas, como preliminar del "raciocinio" sobre las mismas.

El raciocinio principia comparando unas ideas con otras, e infiriendo luego relaciones entre ellas cuando ocurren simultánea o sucesivamente dos o más una y otra vez. En este proceso la mente se retira dentro de sí misma, llevando consigo las ideas que ha concebido por las percepciones, añadiendo a ellas algo suyo propio, así como cuando saca alguna consecuencia y relaciona una cosa con otra, como causa y efecto.
Principia a deducir conclusiones, aun hasta llegar a predecir sucesos futuros, cuando ha establecido una serie de consecuencias; de modo que cuando aparece la percepción considerada como "causa", se espera que siga la percepción considerada como "efecto".
Por otra parte, observa, al comparar sus ideas, que muchas de ellas tienen uno o más elementos en común, mientras que los demás constituyentes de las mismas son diferentes, y procede a separar estas cualidades características comunes de las demás, y a ponerlas juntas como propiedades de una clase, y luego agrupa los objetos que poseen a éstas, y así que ve un nuevo objeto que también las tiene, lo coloca en esta clase; de este modo ordena gradualmente en un cosmos el caos de percepciones con que principió su carrera mental, e infiere la ley de la sucesión ordenada de los fenómenos y de los tipos que ve en la Naturaleza.
Todo esto es obra de la conciencia por medio del cerebro físico; pero aún en este trabajo encontramos la huella de lo que el cerebro no suple: éste sólo recibe vibraciones; la conciencia que obra en el cuerpo astral cambia las vibraciones en sensaciones, y en el cuerpo mental cambia las sensaciones en percepciones, y luego lleva a efecto todo el proceso, que, como se ha dicho, transforma el caos en cosmos.

Además, la conciencia, al obrar así, es iluminada desde arriba por ideas que no han sido formadas de materiales suministrados por el mundo físico, sino que son reflejadas directamente en ellas por la Mente Universal. Las grandes "leyes del pensamiento" regulan todo pensar, y el acto mismo que pensar revela su preexistencia, pues es producida por ellas y bajo ellas, y es imposible sin ellas.

Casi no es necesario observar que todos estos primeros esfuerzos de la conciencia para trabajar en el vehículo físico, están sujetos a mucho error,
tanto a causa de percepciones imperfectas,
como por deducciones erróneas.

Las deducciones precipitadas, las generalizaciones de una experiencia limitada, vician muchas de las conclusiones que se deducen, y por esto se formulan las reglas de la lógica, para disciplinar la facultad pensante, de modo que pueda evitar los errores en que constantemente cae cuando no está ejercitada. Esto no obstante, la tentativa de razonar, por más imperfecta que sea, entre una cosa y otra, es clara señal de desarrollo en el hombre mismo, pues demuestra que añade algo suyo a la información adquirida de afuera.

Este trabajo sobre los materiales reunidos produce un efecto sobre el mismo vehículo físico; cuando la mente enlaza dos percepciones, como quiera que causa vibraciones correspondientes en el cerebro, produce un lazo entre la serie de vibraciones que la percepción despierta,
pues cuando el cuerpo mental se pone en actividad,
actúa en el cuerpo astral,
y éste, a su vez, en el cuerpo etéreo y en el denso,
y la materia nerviosa de este último vibra bajo los impulsos que se le imprimen; esta acción se muestra como descargas eléctricas, y las corrientes magnéticas funcionan entre las moléculas y grupos de moléculas produciendo relaciones intrincadas. Estas trazan lo que pudiéramos llamar una senda nerviosa, senda por la cual pasará otra corriente más fácilmente de lo que pudiera pasar de través, por decirlo así; y si un grupo de moléculas relacionadas con una vibración se pone de nuevo en actividad por la conciencia, repitiendo la idea impresa en ellas, entonces la perturbación allí ocasionada entre él y otro grupo por un enlace anterior, poniendo a este otro grupo en actividad, y enviando a la mente una vibración, la cual, después de las transformaciones regulares, se presenta como una idea asociada.

De aquí la gran importancia de la asociación, pues esta acción del cerebro es algunas veces excesivamente perturbadora, como cuando alguna idea disparatada o ridícula se enlaza con otra muy seria o sagrada. La conciencia evoca la idea sagrada para detenerse en ella y repentinamente y sin quererlo, la faz grotesca de la idea perturbadora, despertada por la acción mecánica del cerebro, se introduce por la puerta del santuario y lo profana. Los hombres prudentes cuidan de la asociación y se fijan en cómo hablan de las cosas más sagradas, a fin de evitar que alguna persona necia e ignorante enlace lo santo con lo ridículo o lo grosero, enlace que muy probablemente se repetirá en la conciencia. Útil es el precepto del gran Maestro judío: "No deis lo santo a los perros, ni echéis margaritas a los puercos."
Otra señal de progreso es cuando el hombre principia a regular su conducta por conclusiones a que por sí mismo ha llegado en lugar de seguir los impulsos que recibe de afuera; pues entonces actúa con arreglo a su acopio de experiencias, recordando sucesos pasados, comparando los resultados obtenidos por diferentes líneas de conducta, y en su vida, decidiendo la que adopta para la presente.
Entonces principia a predecir, a prever, a juzgar el porvenir por el pasado, a razonar de antemano recordando lo que ha sucedido antes, y cuando hace esto, es que ya existe en él un desarrollo bien claro como hombre.
Puede estar aún limitado a funcionar en su cerebro físico; puede que fuera del mismo sea todavía inactivo, pero esto, no obstante, es una conciencia que se desarrolla y que principia a comportarse como individual, que escoge su propio camino en lugar de vagar impulsada por las circunstancias, o de seguir la línea de conducta que de afuera le imprimen. El desarrollo del hombre se muestra de este modo definido, desenvolviendo más y más lo que se llama carácter, y más y más fuerza de voluntad.
Las personas de voluntad poderosa y los débiles se distinguen por su diferencia en este sentido: el hombre débil es impulsado por influencias externas, atracciones y repulsiones, al paso que el fuerte sigue impulsos internos propios, y se hace siempre dueño de las circunstancias, poniendo en juego fuerzas apropiadas y guiándose para ello por su acopio de experiencias acumuladas. Este acopio que el hombre ha reunido y acumulado durante muchas vidas, se hace más y más eficaz a medida que se educa y refina el cerebro físico, y se hace, por tanto, más receptivo; el acopio existe en el hombre, pero éste no puede emplear sino aquella parte que puede imprimir en la conciencia física.
El hombre mismo tiene la memoria y razona; el hombre mismo juzga, escoge y decide, pero tiene que hacerlo todo por medio de sus cerebros físico y etéreo; tiene que obrar y trabajar con su cuerpo físico, con su mecanismo nervioso y el organismo etéreo relacionado con éste. A medida que el cerebro se hace más impresionable, a medida que él mejora los materiales del mismo y lo domina mejor, puede expresar su naturaleza propia cada vez con mayor perfección.

¿Cómo debemos nosotros, los hombres vivos, educar nuestros vehículos de conciencia a fin de que sirvan mejor de instrumento?
Ahora no estamos estudiando el desarrollo físico del vehículo, sino su educación por la conciencia que lo usa como un instrumento del pensamiento: el hombre que ha dirigido su atención a mejorar físicamente su vehículo, debe decidirse a educarlo de modo que responda pronta y consecutivamente a los impulsos que le transmite; y para obtener este resultado tiene que principiar por pensar él mismo consecutivamente, y enviando así al cerebro impulsos relacionados, lo acostumbrará a trabajar ordenadamente por medio de grupos de moléculas enlazados en lugar de emplear vibraciones accidentales sin conexión. El hombre es el que inicia y el cerebro sólo imita; y una costumbre de pensar descuidada y vaga, hace contraer al cerebro la costumbre de formar grupos vibratorios inconexos.
La educación tiene dos gradaciones:
el hombre al determinarse a pensar consecutivamente, ejercita su cuerpo mental en el enlace de los pensamientos, en lugar de detenerse aquí y allí de modo causal;
y luego pensando de esta forma, educa al cerebro que vibra en contestación a su pensamiento.

De este modo, el organismo físico, esto es, el organismo nervioso y el etéreo, adquieren el hábito de obrar de una manera sistemática; y cuando su dueño los necesita, responden fácil y ordenadamente, hallándose prontos a sus órdenes.

Entre un vehículo de conciencia así ejercitado y uno sin educación alguna, hay la diferencia que entre las herramientas de un obrero descuidado, que las deja sucias y embotadas, impropias para el uso, y las del hombre que las atiende, las aguza y limpia; de modo que cuando las necesita, las halla prontas y las puede usar para la obra que desea llevar a cabo, y así debe estar el vehículo físico, pronto siempre a responder a las necesidades de la mente.

El resultado de una obra así constante sobre el cuerpo físico, no se limitará en modo alguno a la capacidad progresiva del cerebro; pues cada impulso que se envía al cuerpo físico tiene que pasar por el vehículo astral, y produce su efecto allí también; y según hemos visto, la materia astral responde más fácilmente que la física a las vibraciones del pensamiento, siendo, por tanto, el efecto que produce en el cuerpo astral semejante método de acción como el que hemos descrito, proporcionalmente mayor. Bajo su impulso, el cuerpo astral adquiere contornos más definidos y una condición bien organizada, como ya se ha dicho; cuando el hombre ha llegado a dominar el cerebro, cuando ha aprendido a concentrarse, cuando puede pensar como quiere y cuando quiere, tiene lugar un desarrollo correspondiente en lo que -si está físicamente consciente de ello- considerará como su vida de ensueños; sus sueños se harán vívidos, muy sostenidos, racionales y hasta instructivos; y es que el hombre principia a funcionar en el segundo de sus vehículos de conciencia, o sea en el cuerpo astral; es que entra en la segunda gran región o plano de conciencia; y actúa allí en el vehículo astral aparte del físico.

 Consideremos por un momento la diferencia entre dos hombres, ambos "completamente despiertos", uno de los cuales usa inconscientemente el cuerpo astral como puente entre la mente y el cerebro, y el otro lo emplea conscientemente como un vehículo.
El primero ve del modo ordinario limitadísimo porque su cuerpo astral no es aún un vehículo de conciencia efectivo;
el segundo usa la visión astral, y no se halla ya limitado por la materia física: ve a través de todos los cuerpos físicos, ve por detrás, así como de frente; las paredes y otras substancias "opacas" son para él tan transparentes como el cristal; ve las formas astrales y también los colores, las auras, los elementales y demás. Si va a un concierto, ve combinaciones gloriosas de colores a medida que la música se eleva; si asiste a una conferencia, ve los pensamientos del orador en colores y formas, y adquiere así una comprensión mucho más completa de sus pensamientos que cualquiera otro que solamente percibe las palabras habladas; pues los pensamientos que se expresan en símbolos, como palabras, se manifiestan como formas coloreadas y musicales; revestidas de materia astral, se imprimen en el cuerpo astral.

Cuando la conciencia está completamente despierta en aquel cuerpo, recibe y anota todas estas impresiones nuevas; y muchas personas, si se examinan a sí mismas atentamente, verán que en realidad toman del orador mucho más que lo que las meras palabras aportan, aún cuando no se haya dado cuenta de ello cuando estaban escuchando. Muchos encontrarán en su memoria más de lo que el orador diga, como una especie de sugestión que continuase el pensamiento, como si hubiese algo alrededor de las palabras y las hiciese significar más de lo que expresaran con el mero sonido, y esta experiencia demostraría que el vehículo astral se está desarrollando; ya medida que el hombre se ocupa de su modo de pensar y usa inconscientemente el cuerpo astral; éste se perfecciona más y más en su organización.













































jueves, 8 de enero de 2015

LOS CUERPOS DE LA MENTE (Parte 2)

LOS CUERPOS DE LA MENTE

(TOMADO DEL LIBRO: EL HOMBRE Y SUS CUERPOS)

(Parte 2)

B.- EL CUERPO CAUSAL

Pasemos ahora al segundo cuerpo mental, conocido por su propio nombre distintivo del cuerpo causal.
- El nombre es debido al hecho de que todas las causas residen en este cuerpo.
- Este cuerpo es el "cuerpo de Manas", el aspecto y forma del individuo, del hombre verdadero.
- Es el receptáculo, el depósito, en el cual todos los tesoros del hombre se almacenan para la eternidad, y aumenta a medida que la naturaleza inferior le va suministrando más y más lo que es propio para su construcción.

El cuerpo causal es aquel en el cual se teje todo lo perdurable, y en el que se depositan los gérmenes de todas las cualidades que se transmiten a la encarnación siguiente; así, pues, las manifestaciones inferiores dependen por completo del hombre, "para quien jamás llega la hora".

El cuerpo causal acabamos de decir que es el aspecto y forma del individuo. Hasta que éste no existe, no hay hombre alguno; pueden existir los tabernáculos físico y etéreo preparados para su morada, las pasiones, emociones y apetitos pueden irse reuniendo gradualmente para formar la naturaleza kámica del cuerpo astral, y hasta que la materia del plano mental principie a mostrarse en los cuerpos inferiores desarrollados. Cuando por el poder del Ser (Yo), preparando su propia habitación, principia a desenvolverse lentamente la materia del plano mental, entonces tiene lugar una emisión desde el gran océano del Atma-Budhi, que siempre está cobijando la evolución del hombre, el cual, por decirlo, así, sale al encuentro de la materia mental que se halla en estado de desarrollo y crecimiento hacia arriba, se une a ella, la fertiliza, y en este punto de unión se forma el cuerpo causal, el individuo.

Los que tienen el don de ver en esas elevadas regiones, dicen que este aspecto y forma del hombre verdadero, es como una delicada película de la materia más sutil apenas visible, señalando dónde el individuo ha principiado su vida separada; esta película delicada y descolorida de materia sutil, es el cuerpo que dura toda la evolución humana, el hilo en el cual se engarzan todas las vidas, el Sutratma que se reencarna: "el hilo del ser". Es el receptáculo de todo lo que está en armonía con la Ley, de todos los atributos nobles y armoniosos, y por tanto, perdurables.

Es lo que determina el crecimiento del hombre, la etapa de la evolución que ha alcanzado. Todos los pensamientos grandes y nobles, toda emoción pura y elevada, es llevada y elaborada en su substancia.

Tomemos, como ejemplo, la vida de un hombre ordinario y tratemos de ver qué parte de esta vida puede pasar a la construcción del cuerpo causal, e imaginémonos a éste pictóricamente como una delicada película; ésta tiene que ser fortalecida, que hermosearse con colores, activa de vida, radiante y gloriosa, y aumentada en tamaño, a medida que el hombre crece y se desarrolla.
En un estado inferior de evolución, el hombre no muestra mucha cualidad mental, sino más bien mucha pasión y apetitos. Siente las sensaciones y las busca; son las cosas hacia las que se siente atraído. Es como si esta vida interna del hombre emitiese un poco de la materia delicada de que está compuesta, y a su alrededor se juntase el cuerpo mental, y éste se introdujese en el mundo astral, relacionándose con él, de modo que se formase un puente por el cual pasase todo lo que fuese capaz de ello,
El hombre envía sus pensamientos por este puente al mundo de las sensaciones, de las pasiones, de la vida animal, y los pensamientos se mezclan con todas estas pasiones y emociones animales; de este modo el cuerpo mental se queda enredado en el cuerpo astral, ambos se adhieren entre sí, y su separación es dificultosa cuando llega la muerte.
Pero si el hombre durante la vida que pasa en estas regiones inferiores tiene un pensamiento desinteresado, un pensamiento provechoso para alguien a quien ame, y hace algún sacrificio para servir a esta persona, entonces ha dado lugar a algo perdurable, a algo que puede vivir, a algo que tiene en sí la naturaleza del mundo superior; esto puede pasar al cuerpo causal e incorporarse a su substancia, haciéndolo más hermoso, dándole quizás el primer toque de color intenso; quizás durante la vida del hombre sólo haya unas pocas de estas cosas perdurables que sirvan de alimento al desarrollo del hombre verdadero.
Así, pues, el crecimiento es muy lento, pues todo lo demás de su vida no contribuye a ello; los gérmenes de todas sus malas inclinaciones, nacidas de la ignorancia y alimentadas con la práctica, son retrocaídos en estado latente; cuando el cuerpo astral, que les dio cabida y forma se disipa en el mundo astral, son absorbidos por el cuerpo mental y permanecen en él en estado latente, por falta de material para expresarse en el mundo devachánico; cuando el cuerpo mental a su vez perece, pasan al cuerpo causal, y allí también permanecen latentes, con la vida en suspenso.
Cuando el Ego vuelve a la tierra y llega al mundo astral, lánzase afuera y reaparecen allí como las tendencias malas aportadas del pasado. Así, pues, pudiera decirse que el cuerpo causal es el depósito tanto de lo bueno como de lo malo, siendo todo lo que queda del hombre, después de disipados los vehículos inferiores; pero el bien pasa a formar parte de su constitución y contribuye a su crecimiento, mientras que lo malo, con la excepción hecha antes, permanece como germen.

Pero el mal que el hombre hace en su vida, cuando pone en ejecución su pensamiento, ocasiona al cuerpo causal un perjuicio mayor que el de permanecer latente en él como germen de futuros pecados y tristezas. No es sólo que el mal no contribuya al crecimiento del hombre verdadero, sino que cuando es sutil y persistente, arranca, si se permite la expresión, algo del individuo mismo. Si el vicio es permanente, si se persiste constantemente en el mal, el cuerpo mental se enreda de tal modo en el astral, que después de la muerte no puede libertarse por completo, y una parte de su misma substancia le es arrancada; y cuando el astral se desintegra, esta parte vuelve a la substancia del mundo mental, quedando perdida para el individuo; de este modo, pensando en nuestra imagen de una película o burbuja, podemos considerarla como adelgazada hasta cierto punto por la vida viciosa, no solamente retardada en su progreso, sino con algo inmiscuido en ella que dificulta más su construcción. Es como si la película fuese afectada en cierto modo en su capacidad de crecimiento, esterilizada o atrofiada hasta cierto punto. Más allá de esto no pasa, en los casos ordinarios, el daño que ocasiona el cuerpo causal.


El Cuerpo Causal

Pero cuando el Ego se ha hecho poderoso en inteligencia y en voluntad, sin haber desarrollado en la misma proporción el desinterés y el amor; cuando se contrae a su propio centro separado, en lugar de extenderse a medida que se desenvuelve, y construye un muro de egoísmo a su alrededor, usando sus poderes, en curso de desarrollo, para el "Yo" en vez de para todos; en estos casos surge la posibilidad que se encuentra indicada en tantas escrituras del mundo, de un mal más peligroso y arraigado: el del Ego, que conscientemente se vuelve contra la ley, que lucha de un modo deliberado contra la evolución.

Entonces el cuerpo causal mismo labrado en el plano mental por vibraciones de inteligencia y de voluntad dirigidas a fines egoístas, muestra los matices oscuros que resultan de la contracción, y pierde la deslumbrante radiación que constituye su propiedad característica. Semejante mal no puede llevarse a cabo por un Ego poco desarrollado, ni por comunes faltas mentales concernientes a las pasiones; pues para causar un daño de tal trascendencia, el Ego tiene que estar altamente desarrollado, y debe poseer energías muy poderosas en el plano manásico. He aquí por qué la ambición, el orgullo y los poderes intelectuales aplicados a fines egoístas, son mucho más peligrosos, mucho más mortales en sus efectos, que las faltas más palpables de la naturaleza inferior.

El "Fariseo" se halla muchas veces más alejado del "reino de Dios" que el "publicano y el pecador". En esta senda se desarrolla el "Mago negro", el hombre que vence la pasión y el deseo, y desarrolla la voluntad y los poderes mentales superiores, no para ofrecerlos gustosos como fuerzas que coadyuven a la evolución progresiva del todo, sino para apropiarse cuanto puede como unidad individual; para guardar para sí en lugar de repartir.
Tales entidades se dedican a sostener la separación en contra de la unidad universal, trabajan para retardar la evolución en lugar de apresurarla, y por tanto, vibran en discordancia con el todo, en vez de vibrar en armonía, y se hallan en peligro de ocasionar el desprendimiento del Ego, lo cual significa la pérdida de todo el fruto de la evolución.

Todos los que principian a comprender algo acerca de este cuerpo causal, pueden hacer que su evolución sea un objetivo definido de su vida, pueden esforzarse en pensar desinteresadamente y contribuir así a su crecimiento y actividad. Vida tras vida, siglo tras siglo, milenio tras milenio, prosigue la evolución del individuo, y ayudando a su desarrollo por medio de esfuerzos conscientes, obramos en armonía con la voluntad divina y llevamos a efecto el objeto para el cual estamos aquí; mida de lo bueno que se teja en la urdimbre de este cuerpo causal, se pierde jamás, nada se disipa, pues es el hombre que vive por siempre.

Vemos, pues, que por la ley de evolución, todo lo que es malo, por más fuerte que por el momento parezca, contiene en sí el germen de su propia destrucción, mientras que todo lo bueno encierra la semilla de la inmortalidad; el secreto de esto está en el hecho de que todo lo malo es discordante y va contra la ley cósmica, y por tanto, más tarde o más temprano ha de ser destruido por esta ley, se hace pedazos contra ella, y queda reducido a polvo. Por el contrario, todo lo bueno, estando en armonía con la ley, es acogido por ésta, conducido adelante dentro de la corriente de la evolución, "no de nosotros mismos, sino de aquello que marcha hacia lo justo", y por tanto, no puede perecer jamás, no puede ser nunca destruido.

En esto se encuentra para el hombre no sólo la esperanza, sino también la certeza de su triunfo final; y por más lento que sea el desarrollo, allí está; aunque sea largo el camino, éste tiene fin. El individuo que constituye nuestro Ser, evoluciona y no puede ser destruido por completo; y aún cuando por nuestras locuras hagamos el desarrollo más lento de lo que debiera ser, esto no obstante, todo aquello con que contribuyamos al mismo, por poco que sea, permanece en él eternamente, y queda en nuestro poder por todas las edades futuras.

C.- EL CUERPO ESPIRITUAL

Podemos elevamos un paso más, pero al hacerlo, penetraríamos en una región tan excelsa, que está fuera de nuestra esfera de investigación, aún entregándonos a la imaginación; pues el cuerpo causal no es el más elevado, ni el "Ego Espiritual" es Manas, sino Manas unido o sumergido a Buddhi, lo cual es meta de la evolución humana y término de las vueltas de la rueda de nacimientos y muertes.

Por encima del plano en que nos hemos venido ocupando, existe otro superior, llamado algunas veces el de Turiya, el plano de Buddhi, en el cual el vehículo de conciencia es el cuerpo espiritual, el Anandamayakosha o cuerpo de dicha, y en él pueden entrar los Yogis y gozar de la dicha eterna de ese mundo glorioso, y realizar en su propia conciencia la unidad fundamental, que entonces se convierte para ellos en un hecho de experiencia propia, en lugar de ser una creencia intelectual.

Se nos enseña que llega un tiempo para el hombre, cuando ha desarrollado el amor, la sabiduría y los poderes, en que pasa a través de una gran entrada que marca un estado definido en su evolución; ésta es la entrada de la Iniciación, y el hombre que penetra por ella conducido por su Maestro, se eleva por vez primera al cuerpo espiritual, y adquiere la experiencia de la unidad que constituye el fondo de toda la diversidad y separación del mundo físico y del mundo astral, y hasta el mismo plano devachánico.

Cuando el hombre deja a éstos tras sí, y revestido del cuerpo espiritual se eleva por encima de ellos, experimenta por primera vez que la separación pertenece solamente a los tres mundos inferiores, que él es uno con todos los demás, y que sin perder la conciencia propia, su conciencia puede extenderse y abarcar la de los demás, y convertirse real y efectivamente en uno con ellos. Allí está la unidad que el hombre ansía siempre, la unidad que ha sentido como verdad y que en vano ha tratado de comprender en los planos inferiores; la ve allí realizada más allá de lo que pudo alcanzar en sus más elevados ensueños, encontrando que toda la Humanidad es una con su ser más íntimo.

D.- CUERPOS TEMPORALES

No debemos dejar fuera de nuestra revista de los cuerpos del hombre, otros vehículos temporales, a los que pueden darse el nombre de artificiales.
Cuando un hombre principia a emanciparse del cuerpo físico, puede usar del astral; pero mientras se halla funcionando en él, se encuentra limitado al mundo astral; sin embargo, le es posible usar del cuerpo mental, el del Manas Inferior, para pasar a la región devachánica, y en él puede abarcar los planos astral y físico, sin obstáculo ni impedimento alguno. El cuerpo de que hace uso en este se llama el Mayavi Rupa o cuerpo de ilusión, que es el cuerpo mental, arreglado de cierto modo, por decirlo así, para una actividad especial. El hombre modela el cuerpo mental a semejanza suya, y se halla entonces temporalmente en este cuerpo artificial en aptitud de atravesar a voluntad los tres planos, elevándose por encima de las limitaciones ordinarias que le son propias. Este es el cuerpo artificial que tan a menudo se menciona en los libros teosóficos, en el cual una persona puede trasladarse de un país a otro, pasar asimismo al mundo de la mente para aprender allí nuevas verdades y obtener nuevas experiencias, trayendo luego a la conciencia del estado de vigilia los tesoros así reunidos. La ventaja de usar de este cuerpo superior, consiste en que éste no está sujeto al engaño e ilusión del plano astral, como sucede al cuerpo astral.

Los sentidos astrales no ejercitados se extravían con frecuencia, y se necesita mucha práctica antes de poder confiar en lo que muestran; pero este cuerpo mental, temporalmente formado, no está sujeto a semejantes decepciones; ve y oye en verdad, y no hay ofuscación que se le imponga, ni ilusión astral que pueda engañarle; por tanto, es el que preferentemente usan los que están familiarizados con tales excursiones, formándolo cuando necesitan de él y dejándolo cuando no les hace falta; de este modo aprende el estudiante muchas veces lecciones que de otra manera no hubiera podido saber, y recibe instrucciones que no hubieran podido llegar hasta él.

Se ha dado también a otros cuerpos temporales el nombre de Mayavi Rupa, pero es mejor aplicar sólo este término al que acabamos de describir; pues un hombre puede aparecerse a distancia en un cuerpo que en realidad es más bien una forma mental que un vehículo de conciencia, aunque esté revestido de la esencia elemental del plano astral. Estos cuerpos son, por regla general, meros vehículos de algún pensamiento particular o de un deseo vehemente, y fuera de esto no se muestran conscientes, por lo que sólo los mencionamos de pasada.

E.- EL AURA HUMANA

Nos hallamos ahora en situación de poder comprender lo que es realmente el aura humana en todo su significado. Es el hombre mismo, manifiesto a la vez en los cuatro planos de conciencia, en los cuales puede obrar con arreglo a su desarrollo; es el agregado de sus cuerpos, de sus vehículos de conciencia, en una palabra, es la forma en que aparece el hombre, y de este modo es como debemos considerarlo y no como simple esfera o nube que le rodee.

El más glorioso de todos es el cuerpo espiritual, visible en los Iniciados, a través del cual funciona el fuego átmico vivo: es la manifestación del hombre en el plano búddhico.
Luego viene el cuerpo causal, el cual se manifiesta en lo más elevado del mundo devachánico, en los niveles Arupa del plano de la mente, donde el individuo tiene su morada propia;
después sigue el cuerpo mental que pertenece a los niveles devachánicos inferiores, y
luego el cuerpo astral, el etéreo y el denso sucesivamente, formando cada uno de la materia de su propia región, y expresando al hombre tal como es en cada cual de ellas.

Cuando el investigador mira al ser humano, ve todos estos cuerpos que lo constituyen, mostrándose separadamente, por razón de sus diferentes grados de materia, que señalan el estado de desarrollo que el hombre ha alcanzado.
Cuando el estudiante ha desarrollado la visión superior, ve a cada uno de estos cuerpos en completa actividad, y percibe al cuerpo físico como una especie de cristalización densa en el centro de los demás cuerpos, los cuales lo compenetran y se extienden fuera de su periferia, siendo el físico el más pequeño.
Luego viene el astral, mostrando el estado de la naturaleza kámica, que constituye una parte tan grande en el hombre vulgar, lleno de pasiones, groseros apetitos y emociones, y varía en delicadeza y en color, según el hombre es más o menos puro; es muy denso en los tipos más groseros, más delicado en los más finos, y de lo más refinado en los hombres muy avanzados en la evolución. Luego sigue el cuerpo mental, de pobre desarrollo en la mayor parte, pero hermosísimo en muchos, y de gran variedad de colores conforme al tipo mental y moral.
Viene después el cuerpo causal, apenas visible en los más, y que sólo se distingue examinando minuciosamente al hombre; tan poco desarrollado se halla, tan respectivamente tenues son sus colores y tan débil es en su actividad; pero cuando llegamos a ver un alma adelantada, este cuerpo y el superior llaman la atención en el acto por representar característicamente al hombre; radiantes de luz, de lo más glorioso y delicado en sus matices, presentan tonos que ningún lenguaje podría describir, porque no tiene sitio en el espectro terrestre: tonos de color, no sólo de lo más puro y hermoso, sino enteramente distintos de los colores que se conocen en los planos inferiores, pues son otros nuevos, que demuestran en aquellas elevadas regiones el progreso del hombre por lo que hace a los poderes y cualidades sublimes que en ellas existen.

Si somos tan afortunados que tengamos la dicha de ver uno de los Grandes Seres, lo veremos en esta forma viva, potente en vitalidad y color, radiante y gloriosa, manifestando su naturaleza por su mismo aspecto, más hermosa que cuanto pueda expresar la palabra, más resplandeciente que cuanto pueda pintar la imaginación; y, sin embargo, lo que él es, todos lo serán un día; lo que él es de hecho, existe en cada hombre como posibilidad.

Hay un punto cerca del aura que debo mencionar, por ser de utilidad práctica. Podemos hasta cierto punto, defendemos de la invasión de los pensamientos exteriores, abroquelándonos dentro de una esfera formada de la sustancia del aura. Esta responde con gran facilidad al impulso del pensamiento, y si con un esfuerzo de la imaginación nos forjamos su límite exterior consolidado como una especie de concha, construiremos en realidad un muro protector alrededor nuestro. Esta, a modo de coraza, impedirá que penetren en el aura los pensamientos vagabundos que llenan la atmósfera astral, y eludirá la influencia perturbadora que ejercen en las mentes no ejercitadas, así como también podrá evitarse el agotamiento de vitalidad que sentimos algunas veces, sobre todo cuando nos ponemos en contacto con gente que inconscientemente vampiriza a los que se hallan a su lado.

Los que sean muy sensitivos y se sientan exhaustos por semejantes pérdidas de vitalidad, harán bien en defenderse de esta manera. Tal es el poder del pensamiento humano en la materia sutil, que sólo el imaginarse estar colocado dentro de una coraza protectora, viene a construir la realidad de esta defensa en torno nuestro.

Observamos a los seres humanos a nuestro alrededor, podemos verlos en todos los grados de desarrollo, manifestándose por medio de sus cuerpos, con arreglo al plano que han alcanzado en la evolución, viviendo en plano tras plano del Universo, actuando en regiones tras regiones, a medida que desarrollan los vehículos respectivos de conciencia; pues nuestra aura muestra exactamente lo que somos; le añadimos algo a medida que crecemos en la verdadera vida; la purificamos, según nuestras vidas sean nobles y puras, y tejamos en ella cualidades más y más elevadas.

¿Es posible que alguna otra filosofía de la vida esté más llena de esperanza, de fuerza y de alegría que ésta?
Mirando el mundo de los hombres únicamente con los ojos físicos, lo vemos degradado, miserable, aparentemente sin esperanza, tal como es en verdad para los ojos de la carne; pero este mismo mundo se nos aparece bajo un aspecto completamente distinto cuando lo miramos como la vista superior. Vemos, a la verdad, el pesar y la desdicha, la degradación y la vergüenza, pero sabemos que son pasajeras, que son temporales, que pertenecen a la infancia de la raza, y que la raza se sobrepondrá a ellas; pues considerando a los más inferiores y más viles, a los más degradados y brutales, podemos sin embargo, ver sus posibilidades, divinas, podemos penetrar lo que serán en el porvenir.

Este es el anuncio de esperanza traído por la Teosofía al mundo occidental, el anuncio de la universal redención de la ignorancia, y por tanto, de la universal emancipación de la desdicha, no soñado, sino real, no en esperanzas, sino convertido en certidumbre. Todos los que en su vida están demostrando el desarrollo, son, por decirlo así, una nueva realización y confirmación de este anuncio; por todas partes aparecen ya los primeros frutos, y el mundo entero llegará a estar un día maduro para la cosecha, y llevará a cabo el objeto para el cual el Logos lo dio a luz.


martes, 6 de enero de 2015

LOS CUERPOS DE LA MENTE (Parte 1)

LOS CUERPOS DE LA MENTE

(TOMADO DEL LIBRO: EL HOMBRE Y SUS CUERPOS)

(Parte 1)

Estudiemos ahora el tercer gran plano, el mundo mental. Cuando sepamos algo de éste, tendremos ante nosotros los mundos físico, astral y mental nuestro globo y las dos esferas que le rodean como una triple región en donde actúa el hombre durante sus encarnaciones terrestres, y en donde también mora durante los períodos intermedios entre la muerte que pone fin a una vida terrestre y el nacimiento que principia otra. Estas tres esferas concéntricas son la escuela del hombre y su reino; en ellas verifica su desarrollo, en ellas su peregrinación evolutiva; más allá de ellas no puede pasar conscientemente antes que se abran para él las puertas de la iniciación, pues fuera de estos tres mundos no existe camino alguno.

Esta tercera región que he llamado mundo mental, comprende lo que los teósofos conocen con el nombre de Devachán o Devaloka, la tierra de los dioses, la tierra de la dicha o tierra bendita, como algunos lo traducen. Lleva este nombre a causa de su naturaleza o condición, pues nada de lo que cause dolor o pesar tiene relación con este mundo. El Devachán es esencialmente el mundo de la mente, de la mente libertada de las limitaciones físicas y astrales, y por tanto, es un mundo en el cual, aunque imperfecto, ya no puede penetrar el mal en sus aspectos positivos.

Para evitar confusiones respecto de esta región, es necesario hacer algunas explicaciones preliminares. Al paso que como las demás regiones está subdividida en siete subplanos, tiene la particularidad de que estos siete se dividen en dos grupos: uno de tres y otro de cuatro.
Los tres subplanos superiores son llamados técnicamente arupa o sin cuerpo, debido a su extremada sutileza,
mientras que los cuatro inferiores se llaman rupa o con cuerpo.

El hombre, por tanto, tiene dos vehículos de conciencia para funcionar en este plano, a los que se puede aplicar indistintamente el nombre de cuerpo mental.

Al inferior, del cual vamos a tratar en primer término, puede, sin embargo, aplicarse exclusivamente dicho nombre (CUERPO MENTAL) hasta que se le encuentre otro mejor pues el superior es conocido por el de CUERPO CAUSAL por razones que se comprenderán más adelante.
Los estudiantes de Teosofía están familiarizados con la distinción entre el MANAS SUPERIOR y el INFERIOR;
- el CUERPO CAUSAL es el de MANAS SUPERIOR, el cuerpo permanente del Ego u hombre: PASA DE UNA VIDA A OTRA;
- el CUERPO MENTAL es el del MANAS INFERIOR: permanente después de la muerte y pasa al Devachán, pero SE DESINTEGRA CUANDO TERMINA LA VIDA EN LOS NIVELES RUPA DEL DEVACHÁN.

A.- EL CUERPO MENTAL

Este vehículo de conciencia pertenece a los cuatro niveles inferiores del Devachán, de cuya materia está formado. Al paso que es especialmente el vehículo de conciencia para aquella parte del mundo mental, obra sobre los cuerpos astral y físico y por medio de ellos en todas las manifestaciones que llamamos de la mente en nuestra conciencia ordinaria del estado de vigilia.
En el hombre no desarrollado verdaderamente, no puede funcionar por separado, en su propio plano, durante la vida terrestre, como un vehículo independiente de conciencia; y cuando un hombre así ejercita sus facultades mentales, tienen éstas que revestirse de materia astral y física para poder darse cuenta de su actividad.

El cuerpo mental es el vehículo del Ego, del Pensador, para todo lo que razona, pero durante la primera parte de su vida se halla débilmente organizado y algún tanto incipiente y desamparado, lo mismo que el cuerpo astral del hombre sin desarrollar.

La materia de que se compone el cuerpo mental es de una clase excesivamente rarificada y sutil. Hemos visto ya que la materia astral es mucho menos densa que el mismo éter del plano físico, y tenemos que ampliar ahora mucho más nuestro concepto de la materia para concebir la idea de una substancia invisible a la vista astral lo mismo que a la física, demasiado sutil para ser percibida ni aún por los sentidos "internos" del hombre. Esta materia pertenece al quinto plano del Universo, contando hacia arriba, o al tercero, contando hacia abajo, y en esta materia el Yo se manifiesta como mente, así como en el que le sigue por debajo (el astral) se manifiesta como sensación.

Observase una particularidad marcada en el cuerpo mental al mostrarse su parte externa en el aura humana; crece, aumenta su tamaño y su actividad, encarnación tras encarnación, con el crecimiento y desarrollo del hombre mismo. Esta es una peculiaridad a la que ya estamos acostumbrados. Un cuerpo físico es construido encarnación tras encarnación, variando con arreglo a la nacionalidad y sexo, pero nos lo imaginamos poco más o menos como del mismo tamaño desde los tiempos de la Atlántida. En el cuerpo astral hemos visto el perfeccionamiento de la organización a medida que el hombre progresa.
Pero el cuerpo mental aumenta literalmente de tamaño a medida que avanza la evolución del hombre. Si miramos una persona muy poco desarrollada, vemos que hasta es difícil distinguir su cuerpo mental, pues estará tan poco desarrollado, que se necesita alguna atención para llegarlo a percibir.
Mirando luego a un hombre más avanzado, que aunque no sea espiritual haya desarrollado sus facultades mentales, que haya educado y desenvuelto su inteligencia, veremos que el cuerpo mental ha empezado a adquirir un desarrollo muy definido, y que tiene una organización que permite reconocerlo como un vehículo de actividad; es un objeto claro y definidamente bosquejado, de material delicado y de hermosos colores, que vibra continuamente con actividad enorme, lleno de vida, lleno de vigor: la expresión de la mente en el mundo mental.

Respecto, pues, de su naturaleza, está formado de esta materia sutil;
en cuanto a sus funciones, es el vehículo inmediato, en el cual el Yo se manifiesta como inteligencia;
respecto de su crecimiento, crece vida tras vida en proporción del desarrollo intelectual, organizándose también más y más definidamente a medida que los atributos y cualidades de la mente se hacen más y más marcados.
No se convierte, como el cuerpo astral, en una representación clara del hombre en la forma y en las facciones, cuando se halla obrando en relación con los cuerpos astral y físico; es oval -semejante a un huevo- en sus contornos, y compenetra los cuerpos astral y físico, y los rodea con una atmósfera radiante a medida que se desarrolla, haciéndose, como he dicho, más y más grande conforme aumenta el desarrollo intelectual.

No es necesario decir que esta forma oval se convierte en un objeto hermosísimo y glorioso, así que el hombre desarrolla las aptitudes superiores de la mente; no es visible a la vista astral, pero es perfectamente perceptible a la visión superior perteneciente al plano devachánico o mundo de la mente. Así como el hombre ordinario que vive en el mundo físico no ve nada del astral, aunque éste le rodea, hasta que se le abran los sentidos astrales, así también el hombre que sólo posea en actividad los sentidos físicos y astrales, no ve nada del mundo de la mente ni las formas compuestas de su materia, por más que el Devachán nos rodea por todas partes, a menos que se le abran los sentidos devachánicos.

Estos sentidos más sutiles, los sentidos que pertenecen al mundo de la mente, difieren muchísimo de los sentidos que nos son aquí familiares. La palabra misma "sentidos" es realmente un término erróneo, pues debiéramos más bien decir el "sentido" devachánico. La mente se pone en contacto con las cosas de su propio mundo, como si dijéramos directamente sobre toda su superficie. No hay órganos distintos para la vista, el oído, el tacto, el gusto y olor; todas las vibraciones que aquí recibimos por medio de órganos de sensación separados, dan lugar en aquella región a la vez a todas estas condiciones características, cuando se ponen en contacto con la mente. El cuerpo mental las recibe todas a un tiempo, y se halla consciente de cuanto concierne a: todo lo que llega a impresionarle.

No es fácil hacer concebir con la palabra una idea clara del modo como este sentido percibe una suma de impresiones sin confusión alguna, y la mejor descripción que puede hacerse es quizás el decir que si un estudiante ejercitado para esta región y allí se comunica con otro estudiante, la mente, al hablar, lo hace a la vez por el color, el sonido y la forma; de modo que el pensamiento completo se transmite como un cuadro de colores y una combinación musical, en lugar de mostrarse, como aquí, sólo un fragmento por medio de los símbolos que llamamos palabras.

Algunos de nuestros lectores quizás hayan oído hablar de libros antiguos escritos por grandes iniciados en un lenguaje de colores, el lenguaje de los Dioses; este lenguaje es conocido de muchos chelas, y está tomado, en lo que concierne a las formas y colores, del "habla" devachánica, la cual, con las vibraciones de un solo pensamiento, da lugar a la forma, al color y al sonido. No es que la mente piense un color, ni un sonido, ni una forma; piensa una idea, una vibración compleja en la materia sutil, y el pensamiento se expresa de todas estas maneras con las vibraciones que despierta. La materia del mundo mental está siempre en vibración, dando lugar a estos colores, a estos sonidos y a estas formas; y si un hombre está actuando en el cuerpo mental aparte del astral y del físico, se encuentra absolutamente libre de las limitaciones de los respectivos órganos de los sentidos, percibiendo a la vez todas las vibraciones que en el mundo físico se presentarían separadas y distintas unas de otras.

Cuando un hombre piensa en su estado de vigilia y obra por medio de sus cuerpos astral y físico, entonces el productor del pensamiento se halla en el cuerpo mental, y el pensamiento pasa primeramente al cuerpo astral y luego al físico; cuando creemos que estamos pensando con nuestro cuerpo mental, esto es, el agente del pensamiento, el "Yo" que expresa la conciencia es ilusorio,  aunque es el único Yo conocido de la mayoría.

Cuando estábamos tratando de la conciencia del cuerpo físico, vimos que el hombre mismo no está consciente de todo lo que pasa en este cuerpo; que sus actividades son en parte independientes de él; que no puede pensar como las minúsculas células separadamente piensan; que en realidad no participa de la conciencia del cuerpo como un todo. Pero cuando tratamos del cuerpo mental, llegamos a una región tan sumamente identificada con el hombre, que parece que es él mismo: "Yo pienso", "Yo sé",
¿es posible ir más allá?
La mente es el yo en el cuerpo mental, y es lo que para la mayoría de nosotros constituye la meta de nuestro trabajo tras del yo.
Pero esto sólo es verdad cuando nos hallamos limitados a la conciencia del estado de vigilia. Todo el que haya aprendido que la conciencia del estado de vigilia, así como las sensaciones del cuerpo astral son una etapa de nuestro viaje tras el yo, y que sepa además ir más allá del mismo, sabe que éste es a su vez tan sólo un instrumento del hombre real. La mayor parte de, sin embargo, como he dicho, no separamos, no podemos separar en nuestro pensamiento al hombre de su cuerpo mental, que parece ser su expresión más elevada, su vehículo superior, el yo más elevado que de algún modo podemos tocar o comprender. Esto es tanto más natural e inevitable, cuanto que el individuo, el hombre, en este estado de la evolución, principia a verificar su cuerpo y a ponerlo en gran actividad. En el pasado ha vivificado su cuerpo físico como vehículo de conciencia, y lo usa en el presente como cosa natural.

En los individuos atrasados de la raza, está vivificado el cuerpo astral pero en una gran parte este cuerpo se halla, por lo menos parcialmente concluido. En esta Quinta Raza trabaja para el cuerpo mental, y el trabajo especial en que la Humanidad debería ocuparse ahora, es en la construcción, en la evolución de este cuerpo.

Nos importa, pues, mucho comprender cómo se construye el cuerpo mental y cómo se desarrolla.
Se desarrolla por medio del pensamiento. Nuestros pensamientos son los materiales con que construimos este cuerpo; con el ejercicio de nuestras facultades mentales, con el desarrollo de nuestros poderes artísticos, con nuestras emociones elevadas, estamos literalmente construyendo el cuerpo mental día por día, cada mes y año de nuestras vidas.
Si no ejercitamos nuestras aptitudes mentales;
si en lo que concierne a nuestros pensamientos somos receptores y no creadores;
si aceptamos constantemente de afuera en lugar de formar adentro;
si a medida que avanzamos en la vida amontonamos en nuestra mente los pensamientos de otros;
si esto es todo lo que sabemos del pensamiento y del pensar, entonces, vida tras vida, nuestro cuerpo mental no puede crecer; vida tras vida volvemos casi lo mismo que nos marchamos; vida tras vida permanecemos un individuo sin desarrollo.
Pues sólo por el ejercicio de la mente, por el uso de sus facultades creadoras, ejercitándolas, trabajando con ellas, esforzándolas constantemente, puede desarrollarse el cuerpo mental, y proseguir su curso la verdadera evolución humana.

Desde el momento en que comprendáis esto, trataréis probablemente de cambiar la actitud general de vuestra conciencia en la vida diaria; principiaréis a vigilar su modo de obrar, y tan pronto como se haga esto, se empieza a notar que, como he dicho antes, una gran parte de vuestros pensamientos no son, en modo alguno, pensamientos vuestros, sino la mera recepción de los de otra gente; pensamientos que vienen no sabéis cómo, pensamientos que vienen no sabéis de dónde, y que se marchan del mismo modo; y principiaréis a sentir quizá con pesar y desconsuelo, que en lugar de tener la mente muy desarrollada, sólo es poco más que un sitio por donde los pensamientos pasan.

Tratad de ver  qué parte del contenido de vuestra conciencia es propiamente vuestra, y qué parte consiste sólo en la contribución externa.
Parad repentinamente vuestro pensamiento alguna que otra vez durante el día, y examinad lo que estáis pensando, y en semejante parada repentina, encontraréis probablemente que no estáis pensando en nada, lo cual es una ocurrencia muy común, o bien notaréis que estáis pensando de un modo tan vago, que sólo tenéis una ligera impresión en lo que entonces os aventuráis a llamar vuestra mente.
Cuando hayáis verificado esto muchas veces, y este ejercicio os haya hecho más conscientes de lo que erais antes, entonces principiad a observar los pensamientos que encontréis en vuestra mente, y ved qué diferencia hay entre el estado en que vinieron a ella y el estado en que se han marchado; tratad de daros cuenta de lo que habéis añadido mientras han estado con vosotros.

De este modo vuestra mente se hará verdaderamente activa, y ejercitará con ello sus poderes creadores, y si sois prudentes, seguiréis el siguiente procedimiento.
Primeramente escogéis los pensamientos a que debéis permitir alguna permanencia en vuestra mente; cuando se reconozca en la mente un pensamiento bueno, se debe persistir en él, alimentarlo, fortalecerlo, tratar de añadirle algo más de lo que tenía, y lanzarlo luego al mundo astral como un agente benéfico; por el contrario, cuando se encuentre un pensamiento malo, debe rechazársele con la mayor prontitud posible. Muy pronto se notará que a medida que se acogen los pensamientos buenos y útiles y se rechazan los malos, se obtiene el resultado de que los pensamientos buenos acudirán más y más numerosos a la mente desde afuera, al paso que los malos se harán más y más raros. El efecto de sostener en la mente toda clase de pensamientos buenos y útiles es convertiros en un imán para todos los pensamientos semejantes que estén a vuestro alrededor, negándonos a dar cabida alguna a los pensamientos malos, los que se os aproximen serán rechazados por una acción automática de la mente misma.
El cuerpo mental asumirá la cualidad característica de atraer todos los pensamientos buenos de la atmósfera circundante y de rechazar todos los malos, trabajando con los buenos y haciéndolos más activos, reuniendo así constantemente una masa de material para la mente, que constituirá su contenido y que se enriquecerá más cada día. Cuando llegue el tiempo en que el hombre abandone los cuerpos físico y astral y pase al mundo mental, llevará consigo todo este material reunido; llevará consigo el contenido de la conciencia a la región a que propiamente pertenece, y empleará su vida devachánica en transformar en facultades y poderes todo el material que ha almacenado.
Al final del período devachánico, el cuerpo mental traspasará al cuerpo causal permanente las cualidades características formadas de este modo, las cuales pueden ser así transmitidas a la encarnación próxima. Cuando el hombre vuelve, estas facultades se revestirán de la materia de los planos rupa del mundo mental formando un cuerpo mental más altamente organizado y desarrollado para la inmediata vida terrestre, y se mostrarán por medio del cuerpo astral y del físico como las "facultades innatas" con que el niño viene al mundo. Durante la vida presente, estamos reuniendo los materiales del modo que lo he bosquejado; durante la vida devachánica trabajamos estos materiales, transformándolos de esfuerzos separados del pensamiento en facultades del mismo, en poderes y actividades mentales. Tal es la inmensa transformación que se verifica en la vida devachánica, y puesto que está limitada por el uso que hacemos de la vida física, haremos bien en no escatimar ahora los esfuerzos. El cuerpo mental de la próxima encarnación depende del trabajo que estamos llevando a efecto en el cuerpo mental de la presente; he aquí la inmensa importancia para la evolución del hombre, del uso que haga de su cuerpo  mental; éste limita su actividad en el Devachán, y al limitarla, limita las cualidades mentales con que deberá volver a la vida terrestre.
No podemos aislar una vida de otra, ni crear milagrosamente algo de la nada. El karma aporta la cosecha con arreglo a lo que sembramos; el grano será escaso o abundante con arreglo a la semilla y al trabajo del labrador.
La acción automática del cuerpo mental de que se ha hablado antes, se comprenderá quizás mejor si tenemos en cuenta los materiales que emplea para su construcción. La mente universal, a la que se halla asociado en su naturaleza más íntima, es el depósito en su aspecto material, de donde saca elementos de construcción. Estos dan lugar a toda clase de vibraciones que varían en cantidad y en poder, con arreglo a las combinaciones que se hagan. El cuerpo mental atrae a sí automáticamente del depósito general la materia que puede sostener las combinaciones que ya existen en él; pues hay un constante cambio de partículas en el cuerpo mental como sucede con el físico, y el sitio que dejan las que se marchan es ocupado por las partículas semejantes que vienen.
Si el hombre ve que tiene malas tendencias y se propone cambiarlas, establece una nueva serie de vibraciones, y el cuerpo mental, que está formado para responder a las antiguas, se resiste a las nuevas, originándose con ello conflictos y sufrimientos.
Pero gradualmente, a medida que se van rechazando las partículas antiguas y reemplazándolas por otras que respondan a las nuevas vibraciones -atraídas desde afuera por su poder mismo de responder a ellas-, el cuerpo mental va cambiando su carácter, cambia efectivamente sus materiales y sus vibraciones se transforman en antagonistas del mal y atractivas del bien. De aquí la extremada dificultad de los primeros esfuerzos a los cuales hace frente y combate el aspecto primitivo de la mente, de aquí la mayor facilidad de pensar bien a medida que cambia el aspecto antiguo, y finalmente, la espontaneidad, y el placer que acompañan al nuevo ejercicio.

Otra manera de ayudar al desarrollo del cuerpo mental, es la práctica de la concentración; esto es, fijar la mente en un punto y mantenerla en él con firmeza sin permitirla salirse de él ni divagar.
Debemos ejercitamos en pensar firme y consecutivamente, sin permitir a nuestra mente pasar de seguida de una cosa a otra, ni gastar sus energías en un gran número de pensamientos insignificantes. Es un ejercicio muy bueno de seguir una línea consecutiva de ideas, en la cual un pensamiento se deduce naturalmente de su antecesor, desarrollando así en nosotros las cualidades intelectuales que ordenan nuestros pensamientos y los hacen, por tanto, esencialmente racionales; pues cuando lamente trabaja así, sucediéndose las ideas de un modo definido y ordenado, se fortalece y se convierte en un buen instrumento del Yo para la actividad en el mundo mental. Este desarrollo del poder de pensar con concentración y consecutivamente, se traducirá en un cuerpo mental más claramente bosquejado y definido, en un crecimiento rápido, en firmeza y equilibrio, siendo los esfuerzos que se han bien compensados por el progreso que de ellos resulta.