miércoles, 21 de enero de 2015

EL HOMBRE (Parte 1)

EL HOMBRE

(TOMADO DEL LIBRO: EL HOMBRE Y SUS CUERPOS)

(Parte 1)

Pasemos ahora a ocupamos del hombre mismo, no de los vehículos de la conciencia, sino de la acción de la conciencia en ellos; no de los cuerpos, sino de la entidad que funciona en ellos; pues por "el hombre" quiero significar el individuo continuo que pasa de una vida a otra, que viene a los cuerpos y los vuelve a dejar una vez y otra vez; que se desarrolla lentamente en el curso de las edades, que crece por la acumulación y la asimilación de la experiencia, y que existe en el plano superior manásico o devachánico. Este hombre es el que va a ser objeto de nuestro estudio, en sus funciones en los tres planos que nos son ya familiares: el físico, el astral y el mental.

El hombre principia sus experiencias desarrollando la conciencia de sí mismo en el plano físico en el cual aparece lo que llamamos la "conciencia en el estado de vigilia", conciencia con la cual todos estamos familiarizados, que obra por medio del cerebro y del sistema nervioso y por cuyo medio razonamos del modo ordinario, llevando adelante todos los procesos lógicos por los cuales recordamos los sucesos pasados de la encarnación presente, y ejercitamos la razón en los asuntos de la vida. Todo lo que reconocemos como nuestras facultades mentales, es el resultado de la obra del hombre en períodos anteriores de su peregrinación, y su conciencia aquí es más y más vívida, más y más activa, a medida que el individuo se desarrolla y el hombre progresa vida tras vida.

Si estudiamos a un hombre muy poco desarrollado, vemos que la actividad mental consciente es pobre en calidad y limitada en cantidad; obra en el cuerpo físico por medio del cerebro grosero y del etéreo; hay acción constante en lo que se refiere al sistema nervioso, visible e invisible; pero esta acción es de clase muy tosca, pues en ella hay muy poco criterio y muy poca delicadeza de tacto mental; existe alguna actividad mental, pero es de una especie, por decirlo así, muy infantil.
Ocupase en cosas insignificantes; se divierte con ocurrencias muy triviales;
las cosas que llaman su atención, carecen de toda importancia;
se interesa en los objetos pasajeros;
le gusta asomarse a una ventana y mirar a una calle concurrida, reparando en la gente y en los vehículos que pasan, haciendo observaciones sobre ellos,
y divirtiéndose mucho si una persona bien vestida tropieza y cae en el lodo, o si un coche que pasa lo llena de barro.
No tiene en sí mismo mucho para ocupar su atención, y por tanto, siempre está saliéndose fuera a fin de sentir que está vivo; es una de las cualidades características principales de este grado inferior de evolución mental que el hombre que obra con los cuerpos físico y etéreo, y los emplea como únicos vehículos de conciencia, siempre está percibiendo sensaciones violentas; necesita asegurarse de que siente, y aprende a distinguir las cosas recibiendo de ellas sensaciones fuertes y vívidas; es un estado de progreso necesario, aún cuando elemental, y sin esto siempre se estaría confundiendo entre el procedimiento dentro de su vehículo y fuera de él; tiene que aprender el alfabeto del yo y del no yo, distinguiendo entre los objetos que le causan impresión y las sensaciones originadas por estas impresiones: entre el estímulo y la sensación. Los tipos inferiores de este estado se ven en las esquinas de las calles, recostados perezosamente contra una pared, haciendo alguna que otra vez observaciones repentinas, y riéndose a carcajadas de un modo vacío de sentido. Cualquiera que pueda observar entonces sus cerebros vería que reciben impresiones borrosas de objetos pasajeros, y que los lazos entre estas impresiones y otras parecidas son muy ligeros; las impresiones se parecen más a un montón informe de piedras que a un mosaico bien coordinado.

Al estudiar el modo como el cerebro físico y el etéreo se convierten en vehículos de conciencia, tenemos que retroceder al desarrollo primitivo del Ahamkara o Yo embrionario; estado que puede verse en los animales inferiores que nos rodean. Las vibraciones causadas por la impresión de los objetos externos se ponen en acción en el cerebro, se trasmiten por éste al cuerpo astral, y se sienten por la conciencia como sensaciones antes de que haya lazo alguno entre estas sensaciones antes de que haya lazo alguno entre estas sensaciones y los objetos que las ocasionan, lazos que constituyen una acción mental definida, una percepción.

Cuando la percepción principia, es que la conciencia usa el cerebro físico y el etéreo como sus vehículos, por cuyo medio reúne a sabiendas conocimientos del mundo externo. Este estado hace tiempo que pasó, por supuesto, para nuestra humanidad; pero su repetición pasajera puede observarse cuando la conciencia toma un nuevo cerebro al reencarnarse; el niño principia a "fijarse" -como dicen las nodrizas-, esto es, a relacionar una sensación que se despierta en su conciencia, con una sensación causada en su nueva envoltura o vehículo, por un objeto externo, "reparando" de este modo en el objeto, percibiéndolo.

Después de algún tiempo, no es ya necesaria la percepción de un objeto para que el aspecto del mismo esté presente en la conciencia, sino que puede recordarse la apariencia de un objeto que no está en contacto con los sentidos; tal percepción por la memoria es una idea, un concepto, una imagen mental, y éstas constituyen el acopio que la conciencia reúne del mundo externo, con el cual principia a obrar, siendo el primer estado de esta actividad el arreglo de las ideas, como preliminar del "raciocinio" sobre las mismas.

El raciocinio principia comparando unas ideas con otras, e infiriendo luego relaciones entre ellas cuando ocurren simultánea o sucesivamente dos o más una y otra vez. En este proceso la mente se retira dentro de sí misma, llevando consigo las ideas que ha concebido por las percepciones, añadiendo a ellas algo suyo propio, así como cuando saca alguna consecuencia y relaciona una cosa con otra, como causa y efecto.
Principia a deducir conclusiones, aun hasta llegar a predecir sucesos futuros, cuando ha establecido una serie de consecuencias; de modo que cuando aparece la percepción considerada como "causa", se espera que siga la percepción considerada como "efecto".
Por otra parte, observa, al comparar sus ideas, que muchas de ellas tienen uno o más elementos en común, mientras que los demás constituyentes de las mismas son diferentes, y procede a separar estas cualidades características comunes de las demás, y a ponerlas juntas como propiedades de una clase, y luego agrupa los objetos que poseen a éstas, y así que ve un nuevo objeto que también las tiene, lo coloca en esta clase; de este modo ordena gradualmente en un cosmos el caos de percepciones con que principió su carrera mental, e infiere la ley de la sucesión ordenada de los fenómenos y de los tipos que ve en la Naturaleza.
Todo esto es obra de la conciencia por medio del cerebro físico; pero aún en este trabajo encontramos la huella de lo que el cerebro no suple: éste sólo recibe vibraciones; la conciencia que obra en el cuerpo astral cambia las vibraciones en sensaciones, y en el cuerpo mental cambia las sensaciones en percepciones, y luego lleva a efecto todo el proceso, que, como se ha dicho, transforma el caos en cosmos.

Además, la conciencia, al obrar así, es iluminada desde arriba por ideas que no han sido formadas de materiales suministrados por el mundo físico, sino que son reflejadas directamente en ellas por la Mente Universal. Las grandes "leyes del pensamiento" regulan todo pensar, y el acto mismo que pensar revela su preexistencia, pues es producida por ellas y bajo ellas, y es imposible sin ellas.

Casi no es necesario observar que todos estos primeros esfuerzos de la conciencia para trabajar en el vehículo físico, están sujetos a mucho error,
tanto a causa de percepciones imperfectas,
como por deducciones erróneas.

Las deducciones precipitadas, las generalizaciones de una experiencia limitada, vician muchas de las conclusiones que se deducen, y por esto se formulan las reglas de la lógica, para disciplinar la facultad pensante, de modo que pueda evitar los errores en que constantemente cae cuando no está ejercitada. Esto no obstante, la tentativa de razonar, por más imperfecta que sea, entre una cosa y otra, es clara señal de desarrollo en el hombre mismo, pues demuestra que añade algo suyo a la información adquirida de afuera.

Este trabajo sobre los materiales reunidos produce un efecto sobre el mismo vehículo físico; cuando la mente enlaza dos percepciones, como quiera que causa vibraciones correspondientes en el cerebro, produce un lazo entre la serie de vibraciones que la percepción despierta,
pues cuando el cuerpo mental se pone en actividad,
actúa en el cuerpo astral,
y éste, a su vez, en el cuerpo etéreo y en el denso,
y la materia nerviosa de este último vibra bajo los impulsos que se le imprimen; esta acción se muestra como descargas eléctricas, y las corrientes magnéticas funcionan entre las moléculas y grupos de moléculas produciendo relaciones intrincadas. Estas trazan lo que pudiéramos llamar una senda nerviosa, senda por la cual pasará otra corriente más fácilmente de lo que pudiera pasar de través, por decirlo así; y si un grupo de moléculas relacionadas con una vibración se pone de nuevo en actividad por la conciencia, repitiendo la idea impresa en ellas, entonces la perturbación allí ocasionada entre él y otro grupo por un enlace anterior, poniendo a este otro grupo en actividad, y enviando a la mente una vibración, la cual, después de las transformaciones regulares, se presenta como una idea asociada.

De aquí la gran importancia de la asociación, pues esta acción del cerebro es algunas veces excesivamente perturbadora, como cuando alguna idea disparatada o ridícula se enlaza con otra muy seria o sagrada. La conciencia evoca la idea sagrada para detenerse en ella y repentinamente y sin quererlo, la faz grotesca de la idea perturbadora, despertada por la acción mecánica del cerebro, se introduce por la puerta del santuario y lo profana. Los hombres prudentes cuidan de la asociación y se fijan en cómo hablan de las cosas más sagradas, a fin de evitar que alguna persona necia e ignorante enlace lo santo con lo ridículo o lo grosero, enlace que muy probablemente se repetirá en la conciencia. Útil es el precepto del gran Maestro judío: "No deis lo santo a los perros, ni echéis margaritas a los puercos."
Otra señal de progreso es cuando el hombre principia a regular su conducta por conclusiones a que por sí mismo ha llegado en lugar de seguir los impulsos que recibe de afuera; pues entonces actúa con arreglo a su acopio de experiencias, recordando sucesos pasados, comparando los resultados obtenidos por diferentes líneas de conducta, y en su vida, decidiendo la que adopta para la presente.
Entonces principia a predecir, a prever, a juzgar el porvenir por el pasado, a razonar de antemano recordando lo que ha sucedido antes, y cuando hace esto, es que ya existe en él un desarrollo bien claro como hombre.
Puede estar aún limitado a funcionar en su cerebro físico; puede que fuera del mismo sea todavía inactivo, pero esto, no obstante, es una conciencia que se desarrolla y que principia a comportarse como individual, que escoge su propio camino en lugar de vagar impulsada por las circunstancias, o de seguir la línea de conducta que de afuera le imprimen. El desarrollo del hombre se muestra de este modo definido, desenvolviendo más y más lo que se llama carácter, y más y más fuerza de voluntad.
Las personas de voluntad poderosa y los débiles se distinguen por su diferencia en este sentido: el hombre débil es impulsado por influencias externas, atracciones y repulsiones, al paso que el fuerte sigue impulsos internos propios, y se hace siempre dueño de las circunstancias, poniendo en juego fuerzas apropiadas y guiándose para ello por su acopio de experiencias acumuladas. Este acopio que el hombre ha reunido y acumulado durante muchas vidas, se hace más y más eficaz a medida que se educa y refina el cerebro físico, y se hace, por tanto, más receptivo; el acopio existe en el hombre, pero éste no puede emplear sino aquella parte que puede imprimir en la conciencia física.
El hombre mismo tiene la memoria y razona; el hombre mismo juzga, escoge y decide, pero tiene que hacerlo todo por medio de sus cerebros físico y etéreo; tiene que obrar y trabajar con su cuerpo físico, con su mecanismo nervioso y el organismo etéreo relacionado con éste. A medida que el cerebro se hace más impresionable, a medida que él mejora los materiales del mismo y lo domina mejor, puede expresar su naturaleza propia cada vez con mayor perfección.

¿Cómo debemos nosotros, los hombres vivos, educar nuestros vehículos de conciencia a fin de que sirvan mejor de instrumento?
Ahora no estamos estudiando el desarrollo físico del vehículo, sino su educación por la conciencia que lo usa como un instrumento del pensamiento: el hombre que ha dirigido su atención a mejorar físicamente su vehículo, debe decidirse a educarlo de modo que responda pronta y consecutivamente a los impulsos que le transmite; y para obtener este resultado tiene que principiar por pensar él mismo consecutivamente, y enviando así al cerebro impulsos relacionados, lo acostumbrará a trabajar ordenadamente por medio de grupos de moléculas enlazados en lugar de emplear vibraciones accidentales sin conexión. El hombre es el que inicia y el cerebro sólo imita; y una costumbre de pensar descuidada y vaga, hace contraer al cerebro la costumbre de formar grupos vibratorios inconexos.
La educación tiene dos gradaciones:
el hombre al determinarse a pensar consecutivamente, ejercita su cuerpo mental en el enlace de los pensamientos, en lugar de detenerse aquí y allí de modo causal;
y luego pensando de esta forma, educa al cerebro que vibra en contestación a su pensamiento.

De este modo, el organismo físico, esto es, el organismo nervioso y el etéreo, adquieren el hábito de obrar de una manera sistemática; y cuando su dueño los necesita, responden fácil y ordenadamente, hallándose prontos a sus órdenes.

Entre un vehículo de conciencia así ejercitado y uno sin educación alguna, hay la diferencia que entre las herramientas de un obrero descuidado, que las deja sucias y embotadas, impropias para el uso, y las del hombre que las atiende, las aguza y limpia; de modo que cuando las necesita, las halla prontas y las puede usar para la obra que desea llevar a cabo, y así debe estar el vehículo físico, pronto siempre a responder a las necesidades de la mente.

El resultado de una obra así constante sobre el cuerpo físico, no se limitará en modo alguno a la capacidad progresiva del cerebro; pues cada impulso que se envía al cuerpo físico tiene que pasar por el vehículo astral, y produce su efecto allí también; y según hemos visto, la materia astral responde más fácilmente que la física a las vibraciones del pensamiento, siendo, por tanto, el efecto que produce en el cuerpo astral semejante método de acción como el que hemos descrito, proporcionalmente mayor. Bajo su impulso, el cuerpo astral adquiere contornos más definidos y una condición bien organizada, como ya se ha dicho; cuando el hombre ha llegado a dominar el cerebro, cuando ha aprendido a concentrarse, cuando puede pensar como quiere y cuando quiere, tiene lugar un desarrollo correspondiente en lo que -si está físicamente consciente de ello- considerará como su vida de ensueños; sus sueños se harán vívidos, muy sostenidos, racionales y hasta instructivos; y es que el hombre principia a funcionar en el segundo de sus vehículos de conciencia, o sea en el cuerpo astral; es que entra en la segunda gran región o plano de conciencia; y actúa allí en el vehículo astral aparte del físico.

 Consideremos por un momento la diferencia entre dos hombres, ambos "completamente despiertos", uno de los cuales usa inconscientemente el cuerpo astral como puente entre la mente y el cerebro, y el otro lo emplea conscientemente como un vehículo.
El primero ve del modo ordinario limitadísimo porque su cuerpo astral no es aún un vehículo de conciencia efectivo;
el segundo usa la visión astral, y no se halla ya limitado por la materia física: ve a través de todos los cuerpos físicos, ve por detrás, así como de frente; las paredes y otras substancias "opacas" son para él tan transparentes como el cristal; ve las formas astrales y también los colores, las auras, los elementales y demás. Si va a un concierto, ve combinaciones gloriosas de colores a medida que la música se eleva; si asiste a una conferencia, ve los pensamientos del orador en colores y formas, y adquiere así una comprensión mucho más completa de sus pensamientos que cualquiera otro que solamente percibe las palabras habladas; pues los pensamientos que se expresan en símbolos, como palabras, se manifiestan como formas coloreadas y musicales; revestidas de materia astral, se imprimen en el cuerpo astral.

Cuando la conciencia está completamente despierta en aquel cuerpo, recibe y anota todas estas impresiones nuevas; y muchas personas, si se examinan a sí mismas atentamente, verán que en realidad toman del orador mucho más que lo que las meras palabras aportan, aún cuando no se haya dado cuenta de ello cuando estaban escuchando. Muchos encontrarán en su memoria más de lo que el orador diga, como una especie de sugestión que continuase el pensamiento, como si hubiese algo alrededor de las palabras y las hiciese significar más de lo que expresaran con el mero sonido, y esta experiencia demostraría que el vehículo astral se está desarrollando; ya medida que el hombre se ocupa de su modo de pensar y usa inconscientemente el cuerpo astral; éste se perfecciona más y más en su organización.













































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