martes, 27 de octubre de 2015

MAITREYA

Maitreya

Maitreya Buddha  (Sánscrito).-  Lo mismo que el Kalkî Avatar de Vichnú (el Avatar del "Cabello Blanco"), y de Sosiosch y otros Mesías.  La única diferencia está en las fechas de sus apariciones respectivas. 

Así, mientras que se espera que Vichnú aparecerá en su caballo blanco al fin del presente Kali-yuga “para exterminio final de los malvados, renovación de la creación y restablecimiento de la pureza”, Maitreya es esperado antes

La enseñanza popular o exotérica, diferenciándose muy poco de la doctrina esotérica, afirma que Zâkyamuni (Gautama Buddha) visitó a Maitreya en Tuchita (una mansión celeste), y le comisionó para salir de allí y dirigirse a la tierra como sucesor suyo al expirar el término de cinco mil años después de su muerte (de Buddha).  Para que esto ocurra, nos faltan aun 3.000 años. 
La filosofía esotérica enseña que el próximo Buddha aparecerá durante la séptima (sub)raza de esta Ronda

El hecho es que Maitreya era un secuaz de Buddha, un célebre Arhat, aunque no su discípulo directo, y que fue fundador de una escuela filosófica esotérica. 

Según declara Eitel (Diccionario Sánscrito-Chino), "se erigieron estatuas en honor suyo en una época tan lejana como el año 350 antes de J. C.". 

( Maitreya es el nombre secreto del quinto Buddha, y el Kalkî Avatara de los brahmanes, el postrer Mesías que vendrá a la culminación del Gran Ciclo.  -En todo el oriente es una creencia universal que este Bodhisattva aparecerá con el nombre de Maitreya Buddha, en la séptima Raza.  (Doctr. Secr., I, 412, 510).) 


Tomado del Glosario Teosófico.


LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 28

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 28
Carta del Mahatma K.H. a A. O. Hume.

CARTA No 28
Escrita por K.H. a A.O. Hume poco antes de la ruptura. (1881?)

Mi querido señor:
Si ningún otro bien se hubiera derivado de nuestra correspondencia más que el poner en evidencia, una vez más, cuan opuestos son, en esencia, nuestros dos ambientes antagónicos — el inglés y el hindú— nuestra correspondencia no se hubiera intercambiado en vano. Es más fácil que el aceite y el agua entremezclen sus componentes que no que un inglés, por inteligente, bien dispuesto y sincero que sea, llegue a asimilar ni siquiera el pensamiento exotérico hindú, y mucho menos su espíritu esotérico. Desde luego que esto provocará en usted una sonrisa. Usted dirá: "ya lo esperaba". Está bien. Pero de ser así, esto no demuestra más que la perspicacia de un hombre entregado a la reflexión y a la observación quien, intuitivamente, anticipó un acontecimiento que su propia actitud provocó. . . .
Me perdonará si tengo que hablarle sincera y francamente de su larga carta. Por muy convincente que sea su lógica, por más nobles que sean algunas de sus ideas y por más ferviente que sea su inspiración, sin embargo, tengo ante mí ¡un auténtico reflejo de aquel espíritu de esta época contra el cual hemos luchado a lo largo de nuestras vidas! A lo sumo, su carta es el esfuerzo infructuoso de un intelecto perspicaz, adiestrado en las costumbres de un mundo exotérico para iluminarlo y juzgar las formas de vida y de pensamiento en las cuales no está versado, porque pertenecen a un mundo totalmente distinto de aquel con el que trata.
Usted no es hombre de vanidades mezquinas. Se le puede decir sin temor a equivocarse: "Mi querido amigo, aparte de todo esto, estudie su carta con imparcialidad, calibre algunas de sus frases y, en general, no se sentirá orgulloso de ella" Tanto si llega usted como si no, a apreciar por entero mis motivos o a interpretar incorrectamente las verdaderas causas que me obligan a renunciar, por ahora, a cualquier correspondencia ulterior, confío sin embargo que algún día reconocerá usted que esta última carta suya, bajo la apariencia de una noble humildad, de confesiones de "debilidades y fracasos, imperfecciones e insensateces" fue, evidentemente — y sin duda inconscientemente por su parte— un monumento de presunción, un clamoroso eco de ese espíritu arrogante y autoritario que se oculta en el fondo de cada corazón inglés. En su actual estado de ánimo, es muy probable que incluso después de leer esta contestación, difícilmente se percatará de que no sólo ha fracasado totalmente en comprender el espíritu con el que fue escrita mi última carta dirigida a usted, sino que incluso, en algunos casos, ha fracasado en captar su verdadero sentido. Usted estaba preocupado por una única idea que le absorbía por completo; y no pudiendo descubrir una contestación directa a ella en mi carta, antes de tomarse tiempo para reflexionar y ver su utilidad general y no personal, usted se sentó y me acusó inmediatamente ¡de darle una piedra cuando pedía pan! No se necesita ser "abogado" en ésta o en cualquier existencia previa para exponer simples hechos. No hay necesidad alguna de "hacer que la mala causa aparezca como la mejor", cuando la verdad es tan simple y tan fácil de decir. Mi observación —"ustedes asumen la posición de que, de no ser uno experto en el conocimiento arcano, consumirá en su embrionaria Sociedad una energía. . . etc."— usted se la aplicó a usted mismo, cuando yo no quería decir eso. La referencia era a las esperanzas de todos aquellos que podrían desear entrar en la Sociedad bajo ciertas condiciones exigidas de antemano, y en las cuales insistieron mucho usted y el señor Sinnett. La carta, en su totalidad, fue escrita para ustedes dos, y esta frase en concreto se aplica a todos en general.
Usted dice que yo, "hasta cierto punto, he comprendido mal su posición", y que "evidentemente, no le comprendo". Esto es tan claramente incorrecto que me bastará citar un solo párrafo de su carta para demostrarle que es usted el que "ha interpretado mal mi posición" por completo y el que, "evidentemente, no me ha comprendido". ¿Qué otra cosa hace usted sino actuar bajo una impresión errónea cuando, en su afán por rechazar la idea de no haber soñado nunca en crear un "escuela", dice de la proyectada "Rama Anglo-India": "esa no es una Sociedad mía. . . . ? Yo entendí que era su deseo y el de los Jefes que se creara la Sociedad y que yo asumiera un cargo directivo en ella". A eso le contesté que, si bien había sido nuestro constante deseo que se crearan "Ramas" de la S.T. en el Continente Occidental entre las clases más cultas, en calidad de precursoras de una Fraternidad Universal, eso no era así en su caso. Nosotros (los Jefes y yo) rechazamos por completo la idea de que esa era nuestra esperanza (por más que pudiéramos haberlo deseado) con relación a la proyectada Sociedad A.I.(Anglo-India) la aspiración a la confraternización entre nuestras razas no encontró respuesta—más aún, fue desdeñada desde el primer momento, y de este modo fue desechada incluso antes de que yo recibiera la primera carta del señor Sinnett. Por su parte, y desde el principio, la idea consistió solamente en fomentar la formación de una especie de club o "escuela de magia". No fue, pues, una "proposición" nuestra, ni fuimos nosotros los "diseñadores del plan".
¿A qué, entonces, tanto esfuerzo para demostrarnos que estábamos equivocados? Fue Mad. B. —no nosotros— quien concibió la idea; y fue el señor Sinnett quien la asumió. A pesar del franco y honesto reconocimiento por parte de él, en el sentido de ser incapaz de captar la idea básica de la Fraternidad Universal de la Sociedad Madre, su propósito consistía sólo en cultivar el estudio de las Ciencias ocultas, reconocimiento que debería haber evitado inmediatamente toda ulterior preocupación por parte de Mme. B., al haber logrado en principio —con mucha resistencia, debo confesarlo— el consentimiento de su propio Jefe inmediato, y además mi promesa de cooperación —en la medida en que yo pudiera.
Finalmente, por mi mediación, ella lo consiguió de nuestro JEFE más superior, a quien sometí la primera carta con que usted me honró. Pero este consentimiento que, téngalo en cuenta, por favor, se obtuvo sólo bajo la condición expresa e inalterable de que la nueva Sociedad se fundaría como una Rama de la Fraternidad Universal; y que, de entre sus miembros, a unos cuantos elegidos —si aceptaban nuestras condiciones en lugar de dictarnos las suyas— se les permitiría EMPEZAR el estudio de las ciencias ocultas bajo la dirección por escrito de un "Hermano". Pero nunca soñamos con un "vivero de magia". Una organización como la proyectada por el señor Sinnett y por usted, es inconcebible entre europeos, y se ha convertido en casi imposible incluso en la India —a no ser que ustedes estén preparados para ascender a una cima de 18.000 a 20.000 pies ( De 5 a 6.000 metros. N.T.) entre los glaciares de los Himalayas. La más importante y también la más prometedora de esas escuelas en Europa, el último intento hecho en ese sentido, fracasó estrepitosamente hace unos veinte años, en Londres. Era una escuela secreta para la enseñanza práctica de la magia, fundada bajo el nombre de un club por una docena de entusiastas, dirigida por el padre de Lord Lytton. Con este propósito él había reunido a los más ardientes y emprendedores estudiosos, así como también a los más adelantados en mesmerismo y en "magia ceremonial", tales como Eliphas Levi, Reggazzoni y el copto Zergvan-Bey. Y sin embargo, en la pestilente atmósfera de Londres, el "Club" tuvo un final intempestivo. Lo visité media docena de veces, y me di cuenta desde el primer momento de que allí no había nada que hacer. Y esta es también la razón de por qué la S.T. Británica no avanza prácticamente un paso. Sus miembros pertenecen a la Fraternidad Universal, pero de nombre, y tienden, en el mejor de los casos, hacia el Quietismo —esa absoluta parálisis del Alma. Son intensamente egoístas en sus aspiraciones y no conseguirán otra cosa que la recompensa a su egoísmo.
Tampoco fuimos nosotros los que iniciamos la correspondencia sobre este tema. Fue el señor Sinnett quien, por decisión propia, envió dos largas cartas a un "Hermano", incluso antes de que Mad. B. hubiera obtenido el permiso o la promesa de alguno de nosotros para contestarle, o supiera a quién de nosotros debía entregar su carta. Al haberse negado categóricamente el propio Jefe de ella a mantener correspondencia, fue a mí a quien ella se dirigió. Movido por la estimación que siento por ella, incluso accedí a que ella le proporcionara mi nombre místico tibetano completo, y contesté la carta de nuestro amigo. Luego llegó la de usted, tan inesperada como la otra. ¡Usted ni siquiera conocía mi nombre! Pero su primera carta era tan sincera, su espíritu tan prometedor y las posibilidades que ofrecía de hacer el bien en general parecían tan grandes, que si no grité Eureka después de haberla leído, y si no arrojé al momento mi linterna de Diógenes entre los matorrales, fue sólo porque conocía demasiado bien la naturaleza humana occidental y —discúlpeme usted. Sin embargo, incapaz de subestimar la importancia de esta carta, la llevé a nuestro venerable Jefe. Aunque todo lo que pude conseguir de El fue únicamente el permiso de una correspondencia temporal con usted y dejarle que se expresara libremente, antes de hacer una promesa concreta. Nosotros no somos dioses, e incluso nuestros Jefes —esperan. La naturaleza humana es insondable, y la suya lo es, tal vez, mucho más que la de cualquier otro hombre que yo conozca. Ciertamente, su última carta fue, si no todo un mundo de revelaciones, sí por lo menos un provechoso complemento para mi acopio de observaciones sobre el carácter occidental, especialmente el del anglosajón moderno y muy intelectual. Pero desde luego que sería una revelación para Mad. B. —que no la vio (y por diferentes razones fue mejor que no la viera), porque hubiera podido hacer vacilar mucho su fe y su confianza en sus propios poderes de observación. Yo podría demostrarle a ella, entre otras cosas, que estaba tan equivocada respecto a la actitud del señor Sinnett en este asunto como respecto a la de usted; y que yo, que no había tenido nunca el privilegio de conocerle a usted personalmente como ella lo tuvo, le conocía mucho mejor que ella. Yo ya la había informado absolutamente por adelantado de su carta. Antes que prescindir de la Sociedad ella estaba decidida a conseguirla por encima de todo para empezar, y después a arriesgarse a lo que viniera. La había prevenido de que usted no era hombre para someterse a otras condiciones que no fueran las suyas propias; ni siquiera a dar un paso para la fundación de una organización —por noble e importante que fuese— a menos que recibiera primero de antemano pruebas tales como las que nosotros generalmente no damos más que a aquellos que, a través de un entrenamiento de años, han demostrado ser dignos de toda confianza. Ella se rebeló contra esta opinión y me aseguró que tan sólo con que yo le diera a usted una prueba irrefutable de los poderes ocultos, usted se daría por satisfecho, mientras que el señor Sinnett no lo estaría nunca.
Y ahora que ustedes dos han tenido esas pruebas, ¿cuáles son los resultados? Mientras el señor Sinnett cree —y no se arrepentirá nunca de ello— usted permitió que su mente se llenara gradualmente con las dudas más odiosas y con las sospechas más insultantes. Si tiene la bondad de recordar mi primera breve nota desde Jhelum, verá a qué me refería entonces al decir que usted se encontraría con la mente emponzoñada. Usted me malinterpretó entonces, como siguió haciéndolo siempre; porque en esa nota yo no me refería a la carta del señor Olcott en la Gacela de Bombay, sino al estado de la propia mente de usted. ¿Estuve equivocado? Usted no sólo duda del "fenómeno del broche" —usted no cree en absoluto en él. Le dice usted a Mad. B. que puede que ella sea una de esas personas que creen que los malos medios se justifican con los buenos fines, y en lugar de aplastarla con todo el desprecio que tal acción despertaría seguramente en un hombre de sus elevados principios, usted le asegura a ella su inquebrantable amistad. Incluso su carta dirigida a mí está llena del mismo espíritu receloso y de lo que usted nunca se perdonaría —el crimen de la impostura— e intenta persuadirse de que lo puede perdonar en otra persona. Mi querido señor, ¡qué extrañas contradicciones! Habiéndome favorecido con semejante serie de inestimables reflexiones morales, consejos y sentimientos verdaderamente nobles, tal vez me permita facilitarle, a mi vez, sobre este particular, las ideas de un humilde apóstol de la Verdad, un oscuro hindú.
Como el hombre es un ser nacido con libre albedrío y dotado de razón, de lo que derivan todas sus nociones del bien y del mal, él no representa per se ningún ideal moral determinado. El concepto de moralidad se relaciona ante todo, en general, con el objeto o motivo, y sólo después con los medios o modos de acción. De esto se deduce que si nosotros no llamamos moral —y no podríamos hacerlo nunca— a un hombre que, siguiendo las normas de un afamado intrigante religioso emplea malos medios para un buen propósito, ¿cuánto menos moral llamaríamos a aquel que emplea medios aparentemente buenos y nobles para lograr un fin decididamente malo o despreciable? Y de acuerdo con su lógica, y ya que ha confesado tales sospechas, Mad. B. debería ser colocada en la primera de estas categorías y yo, en la segunda. Porque, mientras que a ella le otorga usted, hasta cierto punto, el beneficio de la duda, conmigo no utiliza esas precauciones innecesarias, y me acusa, sin lugar a dudas, de establecer un sistema engañoso. El argumento empleado en mi carta, referente a la "aprobación del Gobierno del País", usted lo califica de "motivo muy bajo" y le añade la siguiente aplastante y directa acusación: "Usted no quiere esta Rama (la Anglo-India) para trabajar. . . . usted la quiere meramente en calidad de cebo para sus hermanos nativos. Usted sabe (que esto será un simulacro, pero será suficiente para que parezca el motivo verdadero", etc. Esta es una acusación absolutamente directa. Se me señala como culpable de perseguir un objetivo malo e indigno por medios bajos y despreciables, es decir, se me acusa de falsas pretensiones....
Y al escribir estas acusaciones, ¿no se le ocurrió pensar que, como sea que la organización en proyecto tenía en perspectiva algo más grande, más noble y mucho más importante que la simple satisfacción de los deseos de una persona en solitario —por más digna que ésta fuese— es decir, no se le ocurrió que, en caso de éxito al promover la seguridad y el bienestar de toda una nación sojuzgada, es precisamente poco probable que eso que a su orgullo individual puede parecerle un "motivo bajo", no sea, después de todo, más que la búsqueda ansiosa de unos objetivos que serían la salvación de todo un país, del que se desconfía y se sospecha siempre, la protección de los conquistados por parte de los conquistadores? Usted se enorgullece de no ser un "patriota" —yo no, porque aprendiendo a amar a su país, uno no aprende más que a amar a la humanidad. En 1857, la ausencia de lo que usted denomina "bajos motivos" fue la causa de que mis compatriotas fueran destrozados por los suyos desde las bocas de sus cañones. ¿Por qué, pues, no habría yo de creer que un filántropo auténtico consideraría la aspiración de un mejor entendimiento entre el Gobierno y el pueblo de la India, como algo muy recomendable, en lugar de algo innoble? Dice usted: "Me importa un comino el conocimiento y la filosofía en que se base si no ha de ser un bien para la humanidad", y si no "me capacita para ser más útil a mi generación", etc. etc. Pero cuando se le ofrecen los medios para hacer esta buena obra, ¡usted se aparta con desprecio, y nos vitupera con eso del "cebo" y la "simulación"! Verdaderamente, son maravillosas las contradicciones contenidas en su remarcable carta. ... Y luego se ríe de buena gana ante la idea de una "recompensa" o de la "aprobación" de sus semejantes. Dice usted:
"La recompensa que espero consiste en ganar mi propia aprobación". "Aprobación propia", a la que importa tan poco el veredicto confirmativo de la mejor parte del mundo en general, para la cual las acciones buenas y nobles de uno sirven como ideales elevados y como los más poderosos estímulos para la emulación, es poco más que un egotismo orgulloso y arrogante.
Es el YO MISMO por encima de toda crítica; "Après moi, le déluge!", exclama el francés, con su petulancia habitual. "Antes de que Jehová fuera, ¡YO SOY!, dice el Hombre, el ideal de todo inglés intelectual moderno. Complacido como me siento ante la idea de ser el motivo que le proporciona a usted tanta diversión, principalmente al pedirle que esbozara un plan general para la formación de la Rama A.I, sin embargo, me siento obligado a repetirle que su risa fue prematura, por cuanto usted, una vez más, ha interpretado mal mi intención. De haberle pedido yo su ayuda en la elaboración de un sistema para la enseñanza de las ciencias ocultas, o un plan para una "escuela de magia", el ejemplo aducido por usted de un muchacho ignorante, a quien se le pidiera que elaborara "un abstruso problema relacionado con el movimiento de un fluido dentro de otro fluido", hubiera sido muy oportuno. Tal como está, su comparación fracasa en su propósito, y su deje de ironía no hiere a nadie, porque mi mención del asunto se refería únicamente al plan general de la administración externa de la Sociedad en proyecto, y de ninguna manera a los estudios esotéricos de la misma; para la Rama de la Fraternidad Universal, no para la "Escuela de Magia", la formación de la primera es la condición sine qua non de la segunda. Es obvio que en un asunto como la organización de una Rama A.I, que estuviera compuesta de ingleses y destinada a servir de lazo de unión entre los británicos y los nativos (con la condición de que aquellos que quieren compartir el conocimiento secreto, la herencia de los hijos de la tierra, deben estar preparados para conceder a estos hijos nativos, por lo menos algunos privilegios que hasta ahora les han sido negados) —ustedes, los ingleses, son mucho más competentes que nosotros para elaborar un plan general. Ustedes conocen las condiciones que serían probablemente aceptadas o rechazadas, y nosotros no. Pedí un esbozo del plan en líneas generales, ¡y usted se imaginó que yo pedía cooperación en las instrucciones que debían darse en las ciencias espirituales!
Un quid pro quo de lo más desafortunado, y sin embargo, el señor Sinnett parece haber entendido mi deseo a primera vista.
Usted parece demostrar otra vez desconocimiento de la mente india cuando dice que "ni una sola de entre diez mil mentes nativas está tan bien capacitada para entender y asimilar las verdades trascendentales como la mía". Por más que pueda usted tener razón al pensar que "entre los hombres de ciencia ingleses no hay ni siquiera media docena cuyas mentes sean más capaces de recibir estos rudimentos (de la sabiduría oculta) que la mía" (la de usted), se equivoca en cuanto a los nativos. La mente india está preeminentemente abierta a la percepción rápida y clara de las verdades metafísicas más trascendentales y abstrusas.
Algunos de los más iletrados captarían a simple vista lo que, a menudo, se le escaparía al mejor metafísico occidental. Ustedes pueden ser, y con seguridad lo son, superiores a nosotros en cualquier rama del conocimiento físico; en las ciencias espirituales, nosotros fuimos, somos y seremos siempre sus —MAESTROS.
Pero permítame preguntarle qué es lo que yo —nativo a medio civilizar— puedo pensar de la caridad, modestia y bondad de alguien que pertenece a una raza superior; de alguien a quien conozco por sus nobles intenciones, recto y de buen corazón en la mayoría de las circunstancias de la vida, cuando, con mal disimulado desdén exclama: "si quiere hombres que actúen precipitadamente y a ciegas, sin preocuparse de los resultados ulteriores,(¡YO nunca dije que quería eso!) Quédese con su Olcott; si quiere para su causa hombres de una CLASE SUPERIOR, cuyos cerebros trabajan eficazmente, recuerde. . .", etc. Mi querido señor, ni queremos que los hombres actúen precipitadamente y a ciegas, ni estamos dispuestos a abandonar a probados amigos — que prefieren pasar por tontos antes que revelar lo que puedan haber aprendido bajo solemne promesa de no revelarlo jamás, a menos que se les autorice, ni siquiera ante la probabilidad de atraer a hombres de la clase más superior— ni estamos especialmente ansiosos de tener a alguien que trabaje para nosotros, a no ser que lo haga con toda espontaneidad.
Nosotros queremos corazones sinceros y altruistas; almas fieles e intrépidas, y estamos completamente conformes en dejar que los hombres de "la clase más elevada" y de intelecto muy superior busquen a tientas su propio camino hacia la Luz. Esos nos considerarán sólo como subordinados.
Creo que estas pocas citas de su carta y las francas respuestas que ellas han provocado, son suficientes para demostrar cuán lejos estamos de algo parecido a una entente cordíale. Usted demuestra un espíritu de impetuosa combatividad y un deseo —perdóneme— de luchar con las sombras evocadas por su propia imaginación. Tuve el honor de recibir tres largas cartas de usted antes de disponer apenas del tiempo para contestar, en términos generales, a la primera.
Yo nunca había rehusado en absoluto acceder a sus deseos, jamás había contestado hasta ahora una sola pregunta suya. ¿Cómo sabía usted lo que el Futuro le tenía reservado si ni siquiera esperó una semana? Usted me invita a una conferencia únicamente, según parece, para poder demostrarme los defectos y debilidades de nuestras maneras de actuar y las causas de nuestro supuesto fracaso para cambiar las malas inclinaciones de la humanidad, y en su carta demuestra claramente que es usted el principio, el medio y el fin de la ley para sí mismo.
¿Por qué se toma, pues, la molestia de escribirme? Ni siquiera aquello que usted califica de "flecha de los Partos" fue jamás dicho con tal intención. No soy yo quien, de no poder alcanzar el bien absoluto, despreciaría o subestimaría el bien relativo. Sus "pajaritos" han hecho sin duda mucho bien a su manera —ya que usted así lo cree— y yo, ciertamente, nunca soñé en ser causa de ofensa con mi observación de que la raza humana y su bienestar eran, por lo menos, tan dignas de estudio, y éste una ocupación tan deseable como la ornitología. Pero no estoy del todo seguro de que su última observación respecto a que nosotros no somos invulnerables como agrupación, esté exenta por completo del espíritu que animaba a los Partos en retirada. Sea como sea, estamos conformes en seguir viviendo como lo hacemos — ignorados y sin ser molestados por una civilización que se apoya totalmente en el intelecto.
Ni sentimos tampoco inquietud por la resurrección de nuestras antiguas artes y elevada civilización, porque éstas volverán, con seguridad, a su tiempo y en forma aún más elevada, como así lo harán, a su vez, los plesiosaurios y los megaterios.

Tenemos la debilidad de creer en ciclos que vuelven siempre periódicamente, y esperamos poder acelerar la resurrección de lo que pasó y se fue. Nosotros no podríamos impedirlo aunque quisiéramos. La "nueva civilización" no será más que la hija de la antigua, y nosotros no tenemos más que dejar que la ley eterna siga su propio curso para que nuestros muertos salgan de sus tumbas; pero estamos realmente ansiosos de apresurar el deseado acontecimiento.

No tema; aunque "nos aferramos supersticiosamente a las reliquias del Pasado", nuestro conocimiento no desaparecerá del horizonte del hombre. Este conocimiento es la "dádiva de los dioses" y la reliquia más preciosa de todas.
Los guardianes de la Luz sagrada no han atravesado victoriosamente tantos siglos para venir ahora a estrellarse contra las rocas del escepticismo moderno. Nuestros pilotos son marineros demasiado expertos para que temamos un desastre semejante. Siempre encontraremos voluntarios para reemplazar a los fatigados centinelas y el mundo, mal como está en su actual estado de transición, aún puede proveernos de vez en cuando de algunos hombres.

"¿Dejará usted de profundizar en este asunto" si no le proporcionamos "alguna nueva indicación"? Mi estimado señor, hemos cumplido con nuestro deber; hemos respondido a su llamada, y ahora no nos proponemos tomar otras medidas. Nosotros, que hemos estudiado algo las enseñanzas morales de Kant, y que las hemos analizado con bastante cuidado, hemos llegado a la conclusión de que, incluso las opiniones de este gran pensador acerca de esa forma de deber (das Sallen) que define los métodos de la acción moral —a pesar de su afirmación unilateral en contra— no llegan a la plena definición de un principio incondicional de moralidad absoluta, tal como lo entendemos nosotros. Y esta nota kantiana resuena a través de su carta. Usted ama tanto a la humanidad, dice, que de no beneficiarse con ello su generación, rechazaría el "Conocimiento" mismo. Y sin embargo, este sentimiento filantrópico ni siquiera parece inspirarle caridad hacia aquellos a quienes usted considera como de inteligencia inferior. ¿Por qué? Sencillamente, porque la filantropía de la que se enorgullecen ustedes, los pensadores occidentales, careciendo de carácter universal, es decir, no habiendo sido nunca establecida sobre la base firme de un principio moral universal, no habiendo ido nunca más allá de una disquisición teórica —y eso principalmente entre los ubicuos predicadores protestantes— no es más que una simple manifestación accidental y no una LEY aceptada.
El análisis más superficial demostrará que, no más que cualquier otro fenómeno empírico de la naturaleza humana, esta filantropía no puede ser aceptada como pauta de la actividad moral; es decir, como pauta que produce acción eficiente. De aquí que en su naturaleza empírica esta clase de filantropía es como el amor, algo sólo accidental, excepcional, y que como aquel tiene sus preferencias y sus afinidades egoístas y es, inevitablemente, incapaz de prodigar el calor de sus rayos benéficos a toda la humanidad. Este es, creo yo, el secreto del fracaso espiritual y del egotismo inconsciente de esta época. Y usted, que por otra parte es un hombre bueno y sensato, siendo inconscientemente la pauta de ese espíritu, es incapaz de comprender nuestras ideas sobre la Sociedad como una Fraternidad Universal y, por consiguiente —se aleja usted de ella.
Su conciencia, dice usted, se rebela ante la idea de convertirse en "un buey en cabestrillo; en un títere más de maquinadores ocultos".
¿Qué sabe usted de nosotros, puesto que no puede vernos?
¿Qué sabe de nuestros propósitos y objetivos; de nosotros a quienes no puede juzgar? .... usted exige singulares argumentos.
¿Y supone usted que "nos conocería" realmente, o que penetraría mejor nuestros "propósitos y objetivos" si llegara a vernos en persona?
Me temo que, sin ninguna experiencia de esta índole, incluso sus poderes naturales de observación — por agudos que sean— tendrían que ser considerados menos que inútiles. Pero, mi querido señor: si hasta nuestros Bahuroopias  (Literalmente, hombre de muchas formas; un actor que representa muchos papeles.—Eds.)  podrían desafiar cualquier día al más agudo residente político, y sin embargo nunca sería descubierto o reconocido; y eso que sus poderes mesméricos no son de la clase más elevada. Por más desconfiado que usted pueda sentirse alguna vez acerca de los detalles del "broche", hay un factor primordial en el caso, que su sagacidad ya le ha sugerido, que puede tenerse en cuenta únicamente basándose en la teoría de una voluntad más fuerte influyendo en la señora Hume para que pensara en aquel objeto en particular y no en ningún otro. Y si a Mad. B., una mujer enfermiza, deben achacársele tales poderes, ¿está usted completamente seguro de que no podría verse obligado también a rendirse ante una voluntad entrenada, diez veces más fuerte que la de ella? Yo podría llegar mañana a su casa, e instalándome allí —tal como fui invitado— podría conseguir un dominio completo de su mente y de su cuerpo en 24 horas, sin que en ningún momento fuera usted consciente de ello. Puedo ser una buena persona, pero para todos los que usted sabe, también puedo ser fácilmente un perverso e intrigante conspirador que odia profundamente la raza blanca a la que usted pertenece, la cual me sometió y me humilla diariamente, y me vengo en usted, uno de los mejores representantes de esa raza. Si únicamente se emplearan los poderes del mesmerismo exotérico —poder que adquiere con igual facilidad tanto el hombre malo como el bueno— incluso entonces, difícilmente podría usted escapar a las artimañas que se extenderían en su camino, si el invitado fuera un buen mesmerizador, porque usted es un sujeto notablemente fácil de dominar, desde el punto de vista físico. "Pero, ¡mi conciencia, mi intuición!" —puede usted argüir mísera ayuda en un caso como el mío. Su intuición no le dejaría sentir más que lo que realmente sucedía en ese momento; y en cuanto a su conciencia,
¿acepta usted, pues, la definición de Kant referente a la misma?
¿Cree usted tal vez, como él, que bajo toda circunstancia, y aún en el caso de ausencia completa de nociones religiosas definidas, y alguna que otra vez sin ni siquiera nociones firmes acerca de lo bueno y de lo malo, el HOMBRE tiene siempre un guía seguro en sus percepciones morales internas o conciencia? ¡Es el más grande de los errores! Con toda su formidable importancia, este factor moral tiene un defecto radical. La conciencia, como ya se dijo, puede muy bien compararse a ese daimon cuyos dictados fueron con tanto celo escuchados y prestamente obedecidos por Sócrates. Como ese daimon, la conciencia puede tal vez decirnos lo que no debemos hacer, pero nunca nos guía hacia lo que debemos cumplir, ni nos da objetivo alguno definido para nuestra actividad. Y nada puede ser más fácilmente adormecido y hasta completamente paralizado que esta misma conciencia, por una voluntad entrenada, más fuerte que la de su poseedor. Su conciencia no le demostrará NUNCA si el mesmerizador es un verdadero adepto o un prestidigitador muy hábil, si éste ha logrado ya cruzar su umbral y ha obtenido el control del aura que rodea a su persona. Usted habla de abstenerse de todo menos de un trabajo inocente como el de coleccionar pájaros, para no correr el peligro de crear otro monstruo por el estilo de Frankenstein. ... La imaginación —como la voluntad— crea. La desconfianza es el más poderoso agente provocador de la imaginación. . . . ¡Cuidado! Usted ya ha engendrado en sí mismo el germen de un futuro y feo monstruo, y en vez de realizar sus ideales más elevados y puros, puede que algún día evoque un fantasma que, cerrando todo paso a la luz, lo deje en tinieblas peores que antes, y le atormente hasta el fin de sus días.
Expresándole de nuevo la esperanza de que mi sinceridad no le ofenda, quedo, querido señor, como siempre,
Su más obediente servidor,

KOOT HOOMI LAL SING

martes, 13 de octubre de 2015

EL ADIESTRAMIENTO DE LA MENTE (Parte 2)

EL ADIESTRAMIENTO DE LA MENTE
Dion Fortune

(Parte 2)

Sólo al principio de la Evolución encontramos fuerzas que se mueven libremente, que no han quedado  todavía estereotipadas en la forma, las que entonces pueden ser dirigidas y guiadas por la voluntad humana y, por consiguiente, sólo al servicio de la Jerarquía por cuyo intermedio Dios "guió a Arcturus con sus hijos", puede emplearse la magia blanca. El neófito que sigue el Sendero usa los poderes de su voluntad dedicada y disciplinada sobre sí mismo, no sobre la Naturaleza externa.

Llegamos ahora a la consideración del adiestramiento del intelecto mismo. Esta cuestión es muy discutida generalmente entre aquellos que buscan la Luz Interior, porque muchos de ellos son de un temperamento puramente místico, cuyo sendero es el de Bjakta Yoga, la senda o disciplina del amor. Estas personas no son adecuadas para el sendero oculto, donde las calificaciones intelectuales son esenciales.
Así ocurre que muchos llegan a ese Sendero sin el equipo necesario, salvo sus grandes ideales y aspiraciones y se lamentan amargamente acerca de las condiciones exigidas, condiciones que por temperamento no están en condiciones de cumplir. Y preguntan: ¿No es nuestra devoción y amor lo suficiente para llevarnos a Dios? Ciertamente, es bastante, si se contentan con el Sendero de la Devoción, pero no es bastante para el Sendero Oculto, que es el de la Inteligencia preparada e iluminada.

La mentalidad del iniciado tiene que estar muy bien preparada y adiestrada en la disciplina de la lógica y de la filosofía.
Si carece de alguna de ellas, caerá en los más graves errores, porque siempre tomará la apariencia por la realidad. Contemplados metafísicamente, todos los planos de manifestación son diferentes tipos de existencia, y los cuerpos del hombre, sin exceptuar al físico, son diferentes modos de conciencia y diferentes tipos de organización de la energía. A menos que sepamos exactamente lo que es la conciencia y cómo se produce la captación o aprehensión, seremos incapaces de trasladar nuestra conciencia de un modo a otro. El proceso puede compararse con la manera en que, en el arte musical, se transpone una pieza de una clave a otra. El amateur que puede improvisar un poco, puede muy bien ser capaz de realizar semejante transposición. El gran error en que puede caer el psíquico es el de confundir los planos, pensando en términos de uno cuando en realidad está funcionando en otro. Así es como obtenemos semejantes conceptos antropomórficos de Dios o del Universo Invisible. Y para prevenirlo contra estos errores está delineada la disciplina mental del iniciado.

Sin embargo, por más verdaderos y claros que puedan ser nuestros conceptos metafísicos; por más claramente que reconozcamos el significado del cambio de modo de conciencia entre los planos, a menos que tengamos un control perfecto de nuestros pensamientos, no podremos impedir que una clase de conciencia fluya dentro de la zona de otra; causando así confusión. Todos sabemos, por amarga experiencia, qué difícil es mantener quietos y fijos nuestros pensamientos en la iglesia o en clase, impidiendo su divagación. Suponiendo que estuviéramos funcionando fuera de nuestro cuerpo, en el Mundo Astral y que nuestros pensamientos divagaran, nuestra posición en el espacio cambiaría
inmediatamente, metafóricamente hablando.
Si estuviéramos pensando en la Magia Egipcia y nuestros pensamientos divagaran hacia la Magia Atlante, veríamos que inmediatamente habríamos cambiado tanto de continente como de centuria.
A menos de estar seguros de poder mantener un pensamiento firmemente en la conciencia durante un tiempo considerable sin divagar, sería inútil para nosotros tratar de llevar a cabo ninguna operación de ocultismo práctico.

El neófito tiene, pues, que seguir un curso graduado de ejercicios mentales que tienen por objeto permitirle alcanzar un alto grado de concentración. Nadie es capaz de meditación oculta si no puede meditar en una estación de ferrocarril mientras espera su tren. Esto implica dos cosas: el poder de absorberse profundamente en la meditación, olvidándose por completo del medio físico circundante, y el poder de mantener simultáneamente cuenta del tiempo y volver a voluntad. Sin el segundo poder el primero es peligroso y desorganizado y es causa de tantas incoordinaciones que se notan en algunos ocultistas.
Se eleva la conciencia a un plano determinado inhibiendo todos los pensamientos y modos de conciencia que corresponden a todos los planos que se encuentran por debajo de él. Esto exige por supuesto, una concentración perfecta. Cuando el tren de asociación de ideas entre los diferentes planos queda completamente cortado, como cuando un actor se olvida súbitamente de su papel y se encuentra mudo en escena, la conciencia queda libre para funcionar fuera del cuerpo sobre el plano que haya elegido.

Pero enseguida nos vemos afrontados a otros problemas.
¿Cómo recapturaremos la conciencia una vez que la hemos dejado en libertad? No podemos ordenar su regreso por imperio de la voluntad, cuando ha tenido lugar una disociación completa, de la misma manera que el actor  no puede ordenar a su lengua que proceda con su tarea. Tenemos que utilizar otro medio, y es el de poner el reloj despertador de la subconsciencia en la hora que queramos, lo que puede llamarse el sentido del tiempo. Esto, y solo esto, es lo que nos puede retrotraer al cuerpo, en la misma forma en que nos despertamos por la mañana. Todo el que se va a los planos internos sin establecer y fijar este sentido del tiempo, está corriendo riesgos indebidos y sus resultados pueden notarse con cierta frecuencia al ver el decaimiento o cambio de calibre que algunas veces ataca al estudiante de la ciencia esotérica, sea un místico o un ocultista; ha disociado su personalidad con el objeto de poder salir del cuerpo y entrar en los planos internos, y luego no le ha sido posible resintetizarla o restablecerla plenamente. Entonces se encuentra viviendo parcialmente en los mundos internos y no es completamente consciente de su medio físico circundante, como tampoco es capaz de emplear sus modos de pensamiento. Por lo tanto, para él un pensamiento es una cosa y un deseo su propia realización.

Finalmente, llegamos a la consideración del cuarto elemento en nuestra preparación y adiestramiento mental; el trabajo de la imaginación, la facultad de formar imágenes mentales; en otras palabras, lo que forma las matrices astrales.

Si el trabajo de los tres aspectos anteriores ha sido realizado debidamente, encontraremos muy pocas dificultades en sintetizarlas en el cuarto. El procedimiento en sí mismo no presenta problema alguno, siempre que el trabajo preliminar haya sido debidamente ejecutado. Nuestra única preocupación debe consistir en formar esos pensamientos de acuerdo con las Leyes Cósmicas, porque si nos desviamos de ellas en nuestras operaciones, serán o peligrosas o inútiles. Por esta razón el iniciado tiene que tener un conocimiento muy completo de la Cosmología Esotérica, porque tiene que trabajar y construir de acuerdo con las leyes del Cosmos, ya que él mismo, al intentar ese trabajo, se ha unido a las filas de los Arkones, Devas o Espíritus Constructores Solares, y la línea que separa a los Beni-Elojím (Elohim) de los Ángeles Caídos es muy angosta.

Vemos, pues, que el equipo del Adepto es bastante extenso y que nadie sino aquellos que comienzan con cierto grado de capacidad y aptitud naturales, que estén acostumbrados a la disciplina y al régimen, y  que, además, estén dispuestos a trabajar y a trabajar para vivir, tienen probabilidades de lograr su objeto.
En cierta oportunidad nos dijo un Adepto, a cuyas órdenes tuvimos el privilegio de trabajar, que
a menos que el hombre trabaje en Ocultismo como trabaja cuando quiere alcanzar las cimas de su respectiva profesión, nunca alcanzará su objetivo.

Existe un libro, que, sobre todos los demás, recomendaríamos a todo aspirante a la iniciación, y ese libro es el volumen pasado de moda y desdeñado del idealismo victoriano: "Ayúdate a ti mismo", de Samuel Smiles. Allí veréis como todos los grandes "pioneers" y precursores de la industria lucharon y trabajaron para lograr sus propósitos. Allí leeréis acerca de Pallissy, el gran alfarero, que quemaba los muebles de su casa para mantener encendido el horno, reduciéndose a la más miserable pobreza para recuperar los perdidos secretos del vidriado. Y también leeréis allí que muy pocos de esos seres humanos recibieron recompensa alguna en su vida, sino que murieron pobres y olvidados. Su recompensa consistía en el conocimiento de la obra bien realizada y en los secretos arrancados a la Naturaleza para enriquecer a la humanidad. Como Prometeo, habían traído el fuego del cielo y los buitres les comían el hígado por toda recompensa.

Y una vez que el estudiante haya meditado bien sobre todas estas cosas, entonces puede poner sus pies en el Sendero que conduce al Adeptado.

EL ADIESTRAMIENTO DE LA MENTE (Parte 1)

EL ADIESTRAMIENTO DE LA MENTE
Dion Fortune

(Parte 1)

La virtud de un artículo material no reside en el complicado y elaborado proceso que se emplea en su
preparación, sino en el estado producido en la contra parte etérica de ese artículo u objeto, por el manipuleo y la concentración mental que sufre en todo el curso de la operación.
En primer lugar queda magnetizado por el magnetismo personal del operador;
luego se forma en torno a él un aura de formas mentales y en
tercer término, mediante el debido empleo de la imaginación y de la voluntad, se lo convierte en vehículo físico de una Fuerza o Potencia Cósmica invisible, con la cual se ha puesto en contacto el operador, concentrándola.

Por estas consideraciones se verá que
la esencia de todas las operaciones prácticas es puramente mental. Y de ello se infiere claramente que en los poderes de la mente es donde se encuentra la clave de todo el proceso. Sin embargo, aunque todo el mundo posea una mente, no tienen de ninguna manera ni los medios ni el empleo consciente de esos poderes, aunque existen más personas de lo que podría creerse que los usan subconsciente o involuntariamente. Una gran parte de la preparación y del adiestramiento del Iniciado consiste, por lo tanto, en el desenvolvimiento de estos aspectos latentes de la mente.

Para los propósitos de nuestro estudio, podríamos considerar la mente dividida en tres partes, como se hace en psicología:
sentimiento, voluntad y razón, pero en vez de considerarlas, como hacen los psicólogos, como unidades separadas, las consideraremos como hacen los Cabalistas, esto es, como emanaciones sucesivas que resultan en un equilibrio.
Podríamos considerar el Sentimiento y la Razón como una polaridad y la voluntad kinética como el resultado de su unión. Pero esto no bastaría. De acuerdo con los principios Cabalísticos, una trinidad formada así debe resumirse en un cuarto principio en un plano inferior, antes de que pueda funcionar. Si el plano que consideramos es un plano inferior, entonces se resumirían en un cuerpo físico, el que les dará expresión en el plano de la materia bajo la forma de instinto. Pero si el plano en consideración es un plano superior, entonces se resumirían en esa facultad tan poco comprendida que se llama imaginación. El Poder Oculto surge solamente de esta síntesis sobre un plano superior y sólo de allí.
Tenemos pues, que considerar el proceso mediante el cual el Adepto en formación puede primeramente diseccionar estos factores separados de la coordinación general de su mente, purificándolos y concentrándolos, para poderlos resintetizar en una aspiración superior. Este es, por supuesto, el verdadero proceso alquímico La Gran Obra.

Suciedad ha sido definida como substancia colocada fuera de su sitio apropiado. Por lo tanto, la purificación consiste en tornar a su debido lugar todo cuanto haya sido desplazado, entremezclado o adulterado con aquello que es diferente. Así pues, si la emoción se intrusa en cualquier proceso intelectual, contamina y adultera sus resultados, porque los procesos intelectuales deben realizarse solamente en términos de la razón, para que puedan alcanzar ultérrimamente la verdad.
De ahí derivamos que como acto preliminar a todo proceso mental debemos adquirir tal dominio de las emociones que éstas no puedan funcionar involuntariamente. Ese dominio no se obtiene por el expediente comparativamente simple de la represión, sino por el proceso muchísimo más difícil de la sublimación, de manera que la fuerza generada por un estímulo externo, en vez de producir una reacción emotiva inmediata, que puede surgir donde no convenga, es dirigida hacia una reacción mucho más remota, descargándose inofensivamente en otro plano. De esta manera, una reacción inmediata de resentimiento, se transmuta en compasión y tiene su manifestación en forma de caridad.

Esta es la primera y más dura lección que el aspirante al Sendero tiene que aprender, pero una vez que la ha dominado completamente, el poder así adquirido puede aplicarse a vencer otras dificultades, porque el impulso del Sendero es acumulativo.
La siguiente tarea a la que tiene que aplicarse el neófito es la del adiestramiento y control de su voluntad.
Podría creerse que para algunas personas esta tarea es inútil y sin esperanza porque naturalmente son débiles de voluntad. Pero la voluntad no puede considerarse como un órgano separado de la mente, que pueda funcionar adecuada o inadecuadamente.
La voluntad no segrega fuerza como el hígado segrega bilis. La voluntad no es más que el poder de
concentrar las energías disponibles.
No importa cuán fuerte sea la voluntad de una persona; no puede llevar el cuerpo o la mente más allá de cierto punto. Tampoco importa cuán musculoso sea un hombre porque no podrá hacer nada con su entero poder, a menos que pueda concentrar su voluntad.
La voluntad fuerte es realmente la voluntad concentrada en un solo punto, como puede verse en el borrachón que es demasiado débil de voluntad para dedicarse al trabajo, pero que demuestra una tenacidad pasmosa para obtener alcohol de cualquier manera.

El secreto de una voluntad fuerte consiste, por lo tanto, en concentrarla sobre un solo objeto. Y esto sólo puede lograrse eliminando todos los demás objetos que puedan dividir la atención de la voluntad y disipar así sus energías. Por esta razón se dice que el sacrificio es el primer paso que se da en los Misterios, pues sólo sacrificando sin miramientos todos los intereses no concordantes es como puede obtenerse la unidad de propósito y por consiguiente el poder de la voluntad.

Podría argüirse que una persona que esté concentrada así será desequilibrada. Esta objeción es muy razonable y el iniciado supera esa dificultad mediante el uso del principio del ritmo. Dice que aunque el arco debe estar bien tirante para lanzar la flecha, si se mantiene siempre tirante pierde su elasticidad, de manera que tiene buen cuidado de aflojar y dejar en descanso su arco cuando no lo necesita. Sin embargo, el objeto del arco es ponerse en tensión y por lo tanto nunca abandona la cuerda.

En los primeros días de su entrenamiento, el iniciado pasa por una disciplina muy estricta, y cada vez que se aparta de la ley del Sendero, tropieza con un castigo inmediato y severísimo. No hay más que una senda para él y esa senda es tan estrecha como el filo de una espada y tan derecha como ese mismo filo.
Ningún ser humano le puede imponer jamás esta disciplina; su instructor, el Adepto bajo quien trabaja y hace su aprendizaje, hace cuanto está en su poder, mediante el ejemplo y el consejo, para evitar que cometa errores, pero no puede constreñirle como no puede evitar las consecuencias de la violación de una ley cósmica. La acción y la reacción son iguales y opuestas en el Sendero como en todas las demás situaciones, y el neófito tiene que recibir la reacción de las fuerzas que su propio pensamiento ponga en acción. Estas fuerzas lo elevan o lo hunden, según sea el caso. 

Una vez que se ha cruzado esta sección del Sendero, el camino se abre y el iniciado puede entonces volver a tomar las cosas que había abandonado en el altar del sacrificio que estaba ante la puerta misma y cuanto más pródigamente dotado esté, tanto más tendrá que traer a sus tareas. Sin embargo,
después de la disciplina del camino angosto y derecho, nunca más volverá a apegarse a las cosas externas como antes; siempre será el dueño de ellas, las usará cuando sea conveniente y jamás será obcecado por ellas, de tal manera que estando libre de las cosas, podrá usarlas y disfrutarlas, enriqueciendo su consciencia sin esclavitudes. Para ello es indispensable la disciplina preliminar, el cautiverio de la libertad.

El iniciado ya preparado viene a su trabajo con la capacidad de limpiar perfectamente el terreno a la voz de mando, para entrar en acción inmediatamente, sin tener que mirar a un costado u a otro para llegar a la meta. Después de haberlo logrado, pero no antes, hace un inventario de los destrozos y venda sus heridas y frecuentemente puede observarse que la velocidad y empuje de su carrera lo ha hecho atravesar esa senda casi sin lastimarse. En la vida real se verá que son muy pocas las personas u organizaciones humanas que pueden resistir el irresistible empuje de una voluntad disciplinada y que su triunfo no tiene nada de mágico. Sólo cuando se emplea el conocimiento de la Cosmogonía de los planos sutiles, empieza el verdadero trabajo oculto. Y únicamente cuando se utiliza la voluntad propia para dirigir fuerzas cósmicas es cuando aparece como una varita mágica de poder o como el cetro del mago.
Jamás se debe olvidar, al considerar estos asuntos, que esas fuerzas deben siempre ser dirigidas en obediencia estricta con las Leyes Cósmicas, pues de lo contrario la reacción retornará inmediatamente en círculo y destruirá al mago.