LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 28
Carta del Mahatma
K.H. a A. O. Hume.
CARTA No 28
Escrita por K.H. a
A.O. Hume poco antes de la ruptura. (1881?)
Mi querido señor:
Si ningún otro bien
se hubiera derivado de nuestra correspondencia más que el poner en evidencia,
una vez más, cuan opuestos son, en esencia, nuestros dos ambientes antagónicos
— el inglés y el hindú— nuestra correspondencia no se hubiera intercambiado en
vano. Es más fácil que el aceite y el
agua entremezclen sus componentes que no que un inglés, por inteligente, bien
dispuesto y sincero que sea, llegue a asimilar ni siquiera el pensamiento exotérico
hindú, y mucho menos su espíritu esotérico. Desde luego que esto provocará
en usted una sonrisa. Usted dirá: "ya lo esperaba". Está bien. Pero
de ser así, esto no demuestra más que la perspicacia de un hombre entregado a
la reflexión y a la observación quien, intuitivamente, anticipó un acontecimiento
que su propia actitud provocó. . . .
Me perdonará si
tengo que hablarle sincera y francamente de su larga carta. Por muy convincente que sea su lógica, por
más nobles que sean algunas de sus ideas y por más ferviente que sea su inspiración,
sin embargo, tengo ante mí ¡un auténtico reflejo de aquel espíritu de esta
época contra el cual hemos luchado a lo largo de nuestras vidas! A lo sumo,
su carta es el esfuerzo infructuoso de un
intelecto perspicaz, adiestrado en las costumbres de un mundo exotérico para
iluminarlo y juzgar las formas de vida y de pensamiento en las cuales no está
versado, porque pertenecen a un mundo totalmente distinto de aquel con el que
trata.
Usted no es hombre
de vanidades mezquinas. Se le puede decir sin temor a equivocarse: "Mi querido amigo, aparte de todo esto,
estudie su carta con imparcialidad, calibre algunas de sus frases y, en
general, no se sentirá orgulloso de ella" Tanto
si llega usted como si no, a apreciar por entero mis motivos o a interpretar
incorrectamente las verdaderas causas que me obligan a renunciar, por ahora, a
cualquier correspondencia ulterior, confío sin embargo que algún día reconocerá
usted que esta última carta suya, bajo la apariencia de una noble humildad, de confesiones
de "debilidades y fracasos, imperfecciones e insensateces" fue,
evidentemente — y sin duda inconscientemente por su parte— un monumento de
presunción, un clamoroso eco de ese espíritu arrogante y autoritario que se
oculta en el fondo de cada corazón inglés. En su actual estado de ánimo, es muy probable que incluso
después de leer esta contestación, difícilmente se percatará de que no sólo ha
fracasado totalmente en comprender el espíritu con el que fue escrita mi última
carta dirigida a usted, sino que incluso, en algunos casos, ha fracasado en
captar su verdadero sentido. Usted estaba
preocupado por una única idea que le absorbía por completo; y no pudiendo
descubrir una contestación directa a ella en mi carta, antes de tomarse tiempo
para reflexionar y ver su utilidad general y no personal, usted se sentó y me
acusó inmediatamente ¡de darle una piedra cuando pedía pan! No se necesita
ser "abogado" en ésta o en cualquier existencia previa para exponer
simples hechos. No hay necesidad alguna de "hacer que la mala causa
aparezca como la mejor", cuando la verdad es tan simple y tan fácil de
decir. Mi observación —"ustedes
asumen la posición de que, de no ser uno experto en el conocimiento arcano, consumirá
en su embrionaria Sociedad una energía. . . etc."— usted se la aplicó
a usted mismo, cuando yo no quería decir eso. La referencia era a las esperanzas
de todos aquellos que podrían desear entrar en la Sociedad bajo ciertas condiciones
exigidas de antemano, y en las cuales insistieron mucho usted y el señor Sinnett.
La carta, en su totalidad, fue escrita para ustedes dos, y esta frase en concreto
se aplica a todos en general.
Usted dice que yo, "hasta cierto punto, he comprendido mal
su posición", y que "evidentemente,
no le comprendo". Esto es tan claramente incorrecto que me bastará
citar un solo párrafo de su carta para demostrarle que es usted el que "ha interpretado mal mi posición"
por completo y el que, "evidentemente,
no me ha comprendido". ¿Qué otra cosa hace usted sino actuar bajo una
impresión errónea cuando, en su afán por rechazar la idea de no haber soñado
nunca en crear un "escuela", dice de la proyectada "Rama Anglo-India":
"esa no es una Sociedad mía. . . . ? Yo entendí que era su deseo y el de
los Jefes que se creara la Sociedad y que yo asumiera un cargo directivo en
ella". A eso le contesté que, si bien había sido nuestro constante deseo
que se crearan "Ramas" de la S.T. en el Continente Occidental entre
las clases más cultas, en calidad de precursoras de una Fraternidad Universal,
eso no era así en su caso. Nosotros
(los Jefes y yo) rechazamos por completo la idea de que esa era nuestra esperanza
(por más que pudiéramos haberlo deseado) con relación a la proyectada Sociedad
A.I.(Anglo-India) la aspiración a la confraternización entre nuestras razas no
encontró respuesta—más aún, fue desdeñada desde el primer momento, y de este
modo fue desechada incluso antes de que yo recibiera la primera carta del señor
Sinnett. Por
su parte, y desde el principio, la idea consistió solamente en fomentar la formación
de una especie de club o "escuela de magia". No fue, pues, una
"proposición" nuestra, ni fuimos nosotros los "diseñadores del plan".
¿A qué, entonces,
tanto esfuerzo para demostrarnos que estábamos equivocados? Fue Mad. B. —no
nosotros— quien concibió la idea; y fue el señor Sinnett quien la asumió. A pesar
del franco y honesto reconocimiento por parte de él, en el sentido de ser incapaz
de captar la idea básica de la Fraternidad Universal de la Sociedad Madre, su
propósito consistía sólo en cultivar el estudio de las Ciencias ocultas, reconocimiento
que debería haber evitado inmediatamente toda ulterior preocupación por parte
de Mme. B., al haber logrado en principio —con mucha resistencia, debo confesarlo—
el consentimiento de su propio Jefe inmediato, y además mi promesa de
cooperación —en la medida en que yo pudiera.
Finalmente, por mi
mediación, ella lo consiguió de nuestro JEFE más superior, a quien sometí la
primera carta con que usted me honró. Pero este consentimiento que, téngalo en
cuenta, por favor, se obtuvo sólo bajo la condición expresa e inalterable de
que la nueva Sociedad se fundaría
como una Rama de la Fraternidad Universal; y que, de entre sus miembros, a unos
cuantos elegidos —si aceptaban nuestras condiciones en lugar de dictarnos las
suyas— se les permitiría EMPEZAR el estudio de las ciencias ocultas bajo la
dirección por escrito de un "Hermano". Pero nunca soñamos
con un "vivero de magia". Una organización como la proyectada por el
señor Sinnett y por usted, es inconcebible entre europeos, y se ha convertido en
casi imposible incluso en la India —a no ser que ustedes estén preparados para
ascender a una cima de 18.000 a 20.000 pies ( De 5 a 6.000 metros.
N.T.) entre
los glaciares de los Himalayas. La más importante y también la más prometedora
de esas escuelas en Europa, el último
intento hecho en ese sentido, fracasó estrepitosamente hace unos veinte años,
en Londres. Era una escuela secreta para la enseñanza práctica de la magia,
fundada bajo el nombre de un club por una docena de entusiastas, dirigida por
el padre de Lord Lytton. Con este propósito él había reunido a los más ardientes
y emprendedores estudiosos, así como también a los más adelantados en mesmerismo
y en "magia ceremonial", tales como Eliphas Levi, Reggazzoni y el
copto Zergvan-Bey. Y sin embargo, en la pestilente atmósfera de Londres, el
"Club" tuvo un final intempestivo. Lo visité media
docena de veces, y me di cuenta desde el primer momento de que allí no había
nada que hacer. Y esta es también la razón de por qué la S.T. Británica no avanza
prácticamente un paso. Sus miembros pertenecen a la Fraternidad Universal, pero
de nombre, y tienden, en el mejor de los casos, hacia el Quietismo —esa absoluta
parálisis del Alma. Son intensamente egoístas en sus aspiraciones y no
conseguirán otra cosa que la recompensa a su egoísmo.
Tampoco fuimos
nosotros los que iniciamos la correspondencia sobre este tema. Fue el señor Sinnett
quien, por decisión propia, envió dos largas cartas a un "Hermano",
incluso antes de que Mad. B. hubiera obtenido el permiso o la promesa de alguno
de nosotros para contestarle, o supiera a quién de nosotros debía entregar su
carta. Al haberse negado categóricamente
el propio Jefe de ella a mantener correspondencia, fue a mí a quien ella se
dirigió. Movido por la estimación que siento por ella, incluso accedí a que
ella le proporcionara mi nombre místico tibetano
completo, y
contesté la carta de nuestro amigo. Luego llegó la de usted, tan inesperada como
la otra. ¡Usted ni siquiera conocía mi nombre! Pero su primera carta era tan sincera,
su espíritu tan prometedor y las posibilidades que ofrecía de hacer el bien en
general parecían tan grandes, que si no grité Eureka después de haberla leído,
y si no arrojé al momento mi linterna de Diógenes entre los matorrales, fue
sólo porque conocía demasiado bien la naturaleza humana occidental y
—discúlpeme usted. Sin embargo, incapaz de subestimar la importancia de esta
carta, la llevé a nuestro venerable Jefe. Aunque todo lo que pude conseguir de
El fue únicamente el permiso de una correspondencia temporal con usted y dejarle
que se expresara libremente, antes de hacer una promesa concreta. Nosotros
no somos dioses, e incluso
nuestros Jefes —esperan. La naturaleza humana es insondable, y la suya lo es,
tal vez, mucho más que la de cualquier otro hombre que yo conozca. Ciertamente,
su última carta fue, si no todo un mundo de revelaciones, sí por lo menos un
provechoso complemento para mi acopio de observaciones sobre el carácter occidental,
especialmente el del anglosajón moderno y muy intelectual. Pero desde luego que
sería una revelación para Mad. B. —que no la vio (y por diferentes razones fue
mejor que no la viera), porque hubiera podido hacer vacilar mucho su fe y su confianza
en sus propios poderes de observación. Yo podría demostrarle a ella, entre
otras cosas, que estaba tan equivocada respecto a la actitud del señor Sinnett
en este asunto como respecto a la de usted; y que yo, que no había tenido nunca
el privilegio de conocerle a usted personalmente como ella lo tuvo, le conocía
mucho mejor que ella. Yo ya la había informado absolutamente por adelantado de
su carta. Antes que prescindir de la Sociedad ella estaba decidida a
conseguirla por encima de todo para empezar, y después a arriesgarse a lo que
viniera. La había prevenido de que usted no era hombre para someterse a otras
condiciones que no fueran las suyas propias; ni siquiera a dar un paso para la
fundación de una organización —por noble e importante que fuese— a menos que
recibiera primero de antemano pruebas tales como las que nosotros generalmente
no damos más que a aquellos que, a través de un entrenamiento de años, han
demostrado ser dignos de toda confianza. Ella se rebeló contra esta opinión y
me aseguró que tan sólo con que yo le diera a usted una prueba irrefutable de
los poderes ocultos, usted se daría por satisfecho, mientras que el señor Sinnett
no lo estaría nunca.
Y ahora que ustedes
dos han tenido esas pruebas, ¿cuáles
son los resultados?
Mientras el señor Sinnett cree —y no se arrepentirá nunca de ello— usted permitió
que su mente se llenara gradualmente con las dudas más odiosas y con las
sospechas más insultantes. Si tiene la bondad de recordar mi primera breve nota
desde Jhelum, verá a qué me refería entonces al decir que usted se encontraría
con la mente emponzoñada. Usted me malinterpretó entonces, como siguió
haciéndolo siempre; porque en esa nota yo no me refería a la carta del señor
Olcott en la Gacela de Bombay, sino al estado de la propia mente de usted. ¿Estuve equivocado? Usted no sólo duda
del "fenómeno del broche" —usted no cree en absoluto en él. Le dice
usted a Mad. B. que puede que ella sea una de esas personas que creen que los malos
medios se justifican con los buenos fines, y en lugar de aplastarla con todo el
desprecio que tal acción despertaría seguramente en un hombre de sus elevados principios,
usted le asegura a ella su inquebrantable amistad. Incluso su carta dirigida a
mí está llena del mismo espíritu receloso y de lo que usted nunca se perdonaría
—el crimen de la impostura— e intenta persuadirse de que lo puede perdonar en
otra persona. Mi querido señor, ¡qué extrañas contradicciones! Habiéndome
favorecido con semejante serie de inestimables reflexiones morales, consejos y
sentimientos verdaderamente nobles, tal vez me permita facilitarle, a mi vez,
sobre este particular, las ideas de un humilde apóstol de la Verdad, un oscuro
hindú.
Como el hombre es
un ser nacido con libre albedrío y dotado de razón, de lo que derivan todas sus
nociones del bien y del mal, él no representa per se ningún ideal moral
determinado. El concepto de moralidad se relaciona ante todo, en general, con
el objeto o motivo, y sólo después con los medios o modos de acción. De esto se deduce
que si nosotros no llamamos moral —y no podríamos hacerlo nunca— a un hombre
que, siguiendo las normas de un afamado intrigante religioso emplea malos
medios para un buen propósito, ¿cuánto menos moral llamaríamos a aquel que
emplea medios aparentemente buenos y nobles para lograr un fin decididamente
malo o despreciable? Y de acuerdo con su lógica, y ya que ha confesado tales
sospechas, Mad. B. debería ser colocada en la primera de estas categorías y yo,
en la segunda. Porque, mientras que a ella
le otorga usted, hasta cierto punto, el beneficio de la duda, conmigo no
utiliza esas precauciones innecesarias, y me acusa, sin lugar a dudas, de
establecer un sistema engañoso. El argumento empleado en mi carta, referente a la "aprobación
del Gobierno del País", usted lo califica de "motivo muy bajo" y
le añade la siguiente aplastante y directa acusación: "Usted no quiere
esta Rama (la Anglo-India) para trabajar. . . . usted la quiere meramente en
calidad de cebo para sus hermanos nativos. Usted sabe (que esto será un
simulacro, pero será suficiente para que parezca el motivo verdadero", etc.
Esta es una acusación absolutamente directa. Se me señala como culpable de
perseguir un objetivo malo e indigno por medios bajos y despreciables, es
decir, se me acusa de falsas pretensiones....
Y al escribir estas
acusaciones, ¿no
se le ocurrió pensar que, como sea que la organización en proyecto tenía en
perspectiva algo más grande, más noble y mucho más importante que la simple
satisfacción de los deseos de una persona en solitario —por más digna que ésta fuese—
es decir, no se le ocurrió que, en caso de éxito al promover la seguridad y el
bienestar de toda una nación sojuzgada, es precisamente poco probable que eso
que a su orgullo individual puede parecerle un "motivo bajo", no sea,
después de todo, más que la búsqueda ansiosa de unos objetivos que serían la salvación
de todo un país, del que se desconfía y se sospecha siempre, la protección de
los conquistados por parte de los conquistadores? Usted se enorgullece
de no ser un "patriota" —yo no, porque aprendiendo
a amar a su país, uno no aprende más que a amar a la humanidad. En 1857, la ausencia
de lo que usted denomina "bajos motivos" fue la causa de que mis
compatriotas fueran destrozados por los suyos desde las bocas de sus cañones. ¿Por qué, pues, no
habría yo de creer que un filántropo auténtico consideraría la aspiración de un
mejor entendimiento entre el Gobierno y el pueblo de la India, como algo muy
recomendable, en lugar de algo innoble? Dice usted: "Me importa un
comino el conocimiento y la filosofía en que se base si no ha de ser un bien
para la humanidad", y
si no "me capacita para ser más útil a mi generación", etc. etc. Pero
cuando se le ofrecen los medios para hacer esta buena obra, ¡usted se aparta
con desprecio, y nos vitupera con eso del "cebo" y la "simulación"!
Verdaderamente, son maravillosas las contradicciones contenidas en su remarcable
carta. ... Y luego se ríe de buena gana ante la idea de una
"recompensa" o de la "aprobación" de sus semejantes. Dice usted:
"La recompensa
que espero consiste en ganar mi propia aprobación". "Aprobación
propia", a la que importa tan poco el veredicto confirmativo de la mejor
parte del mundo en general, para la cual las acciones buenas y nobles de uno
sirven como ideales elevados y como los más poderosos estímulos para la
emulación, es poco más que un egotismo orgulloso y arrogante.
Es el YO MISMO por
encima de toda crítica; "Après moi, le déluge!", exclama el francés, con
su petulancia habitual. "Antes de
que Jehová fuera, ¡YO SOY!, dice el Hombre, el ideal de todo inglés intelectual
moderno. Complacido como me siento ante la idea de ser el motivo que le proporciona
a usted tanta diversión, principalmente al pedirle que esbozara un plan general
para la formación de la Rama A.I, sin embargo, me siento obligado a repetirle
que su risa fue prematura, por cuanto usted, una vez más, ha interpretado mal
mi intención. De haberle pedido yo su ayuda en la elaboración de un sistema
para la enseñanza de las ciencias ocultas, o un plan para una "escuela de
magia", el ejemplo aducido por usted de un muchacho ignorante, a quien se
le pidiera que elaborara "un abstruso problema relacionado con el movimiento
de un fluido dentro de otro fluido", hubiera sido muy oportuno. Tal como
está, su comparación fracasa en su propósito, y su deje de ironía no hiere a
nadie, porque mi mención del asunto se refería únicamente al plan general de la
administración externa de la Sociedad en proyecto, y de ninguna manera a los
estudios esotéricos de la misma; para la Rama de la Fraternidad Universal, no
para la "Escuela de Magia", la formación de la primera es la condición
sine qua non de la segunda. Es obvio que en un asunto como la organización de
una Rama A.I, que estuviera compuesta de ingleses y destinada a servir de lazo
de unión entre los británicos y los nativos (con la condición de que aquellos
que quieren compartir el conocimiento secreto, la herencia de los hijos de la
tierra, deben estar preparados para conceder a estos hijos nativos, por lo
menos algunos privilegios que hasta ahora les han sido negados) —ustedes, los
ingleses, son mucho más competentes que nosotros para elaborar un plan general.
Ustedes conocen las condiciones que serían probablemente aceptadas o rechazadas,
y nosotros no. Pedí un esbozo del plan en líneas generales, ¡y usted se imaginó
que yo pedía cooperación en las instrucciones que debían darse en las ciencias
espirituales!
Un quid pro quo de lo más desafortunado, y sin embargo, el señor
Sinnett parece haber entendido mi deseo a primera vista.
Usted parece
demostrar otra vez desconocimiento de la mente india cuando dice que "ni
una sola de entre diez mil mentes nativas está tan bien capacitada para
entender y asimilar las verdades trascendentales como la mía". Por más que
pueda usted tener razón al pensar que "entre los hombres de ciencia
ingleses no hay ni siquiera media docena cuyas mentes sean más capaces de
recibir estos rudimentos (de la sabiduría oculta) que la mía" (la de
usted), se equivoca en cuanto a los nativos. La mente india está
preeminentemente abierta a la percepción rápida y clara de las verdades metafísicas
más trascendentales y abstrusas.
Algunos de los más
iletrados captarían a simple vista lo que, a menudo, se le escaparía al mejor metafísico
occidental. Ustedes pueden ser,
y con seguridad lo son, superiores a nosotros en cualquier rama del
conocimiento físico; en las ciencias espirituales, nosotros fuimos, somos y seremos
siempre sus —MAESTROS.
Pero permítame
preguntarle qué es lo que yo —nativo a medio civilizar— puedo pensar de la caridad,
modestia y bondad de alguien que pertenece a una raza superior; de alguien a
quien conozco por sus nobles intenciones, recto y de buen corazón en la mayoría
de las circunstancias de la vida, cuando, con mal disimulado desdén exclama:
"si quiere hombres que actúen precipitadamente y a ciegas, sin preocuparse
de los resultados ulteriores,(¡YO nunca dije que
quería eso!) Quédese con su Olcott;
si quiere para su causa hombres de una CLASE SUPERIOR, cuyos cerebros trabajan
eficazmente, recuerde. . .", etc. Mi
querido señor, ni queremos que los hombres actúen precipitadamente y a ciegas,
ni estamos dispuestos a abandonar a probados amigos — que prefieren pasar por
tontos antes que revelar lo que puedan haber aprendido bajo solemne promesa de
no revelarlo jamás, a menos que se les autorice, ni siquiera ante la
probabilidad de atraer a hombres de la clase más superior— ni estamos
especialmente ansiosos de tener a alguien que trabaje para nosotros, a no ser
que lo haga con toda espontaneidad.
Nosotros
queremos corazones sinceros y altruistas; almas fieles e intrépidas, y estamos
completamente conformes en dejar que los hombres de "la clase más elevada"
y de intelecto muy superior busquen a tientas su propio camino hacia la Luz. Esos nos considerarán
sólo como subordinados.
Creo que estas
pocas citas de su carta y las francas respuestas que ellas han provocado, son suficientes
para demostrar cuán lejos estamos de algo parecido a una entente cordíale.
Usted demuestra un espíritu de impetuosa combatividad y un deseo —perdóneme— de
luchar con las sombras evocadas por su propia imaginación. Tuve el honor de
recibir tres largas cartas de usted antes de disponer apenas del tiempo para
contestar, en términos generales, a la primera.
Yo nunca había
rehusado en absoluto acceder a sus deseos, jamás había contestado hasta ahora
una sola pregunta suya. ¿Cómo sabía usted lo que el Futuro le tenía reservado
si ni siquiera esperó una semana? Usted me invita a una conferencia únicamente,
según parece, para poder demostrarme los defectos y debilidades de nuestras
maneras de actuar y las causas de nuestro supuesto fracaso para cambiar las
malas inclinaciones de la humanidad, y en su carta demuestra claramente que es
usted el principio, el medio y el fin de la ley para sí mismo.
¿Por qué se toma,
pues, la molestia de escribirme? Ni siquiera aquello que usted califica de "flecha
de los Partos" fue jamás dicho con tal intención. No soy yo quien, de no
poder alcanzar el bien absoluto, despreciaría o subestimaría el bien relativo.
Sus "pajaritos" han hecho sin duda mucho bien a su manera —ya que
usted así lo cree— y yo, ciertamente, nunca soñé en ser causa de ofensa con mi
observación de que la raza humana y su bienestar eran, por lo menos, tan dignas
de estudio, y éste una ocupación tan deseable como la ornitología. Pero no
estoy del todo seguro de que su última observación respecto a que nosotros no
somos invulnerables como agrupación, esté exenta por completo del espíritu que
animaba a los Partos en retirada. Sea como sea, estamos
conformes en seguir viviendo como lo hacemos — ignorados y sin ser molestados
por una civilización que se apoya totalmente en el intelecto.
Ni sentimos
tampoco inquietud por la resurrección de nuestras antiguas artes y elevada civilización,
porque éstas volverán, con seguridad, a su tiempo y en forma aún más elevada, como
así lo harán, a su vez, los plesiosaurios y los megaterios.
Tenemos
la debilidad de creer en ciclos que vuelven siempre periódicamente, y esperamos
poder acelerar la resurrección de lo que pasó y se fue. Nosotros no podríamos
impedirlo aunque quisiéramos. La "nueva civilización" no será más que
la hija de la antigua, y nosotros no tenemos más que dejar que la ley eterna
siga su propio curso para que nuestros muertos salgan de sus tumbas; pero
estamos realmente ansiosos de apresurar el deseado acontecimiento.
No tema; aunque "nos aferramos supersticiosamente a las
reliquias del Pasado", nuestro
conocimiento no desaparecerá del horizonte del hombre. Este conocimiento es
la "dádiva de los dioses" y la reliquia más preciosa de todas.
Los guardianes de
la Luz sagrada no han atravesado victoriosamente tantos siglos para venir ahora
a estrellarse contra las rocas del escepticismo moderno. Nuestros pilotos son
marineros demasiado expertos para que temamos un desastre semejante. Siempre encontraremos
voluntarios para reemplazar a los fatigados centinelas y el mundo, mal como está
en su actual estado de transición, aún puede proveernos de vez en cuando de
algunos hombres.
"¿Dejará usted
de profundizar en este asunto" si no le proporcionamos "alguna nueva
indicación"? Mi
estimado señor, hemos cumplido con nuestro deber; hemos respondido a su llamada,
y ahora no nos proponemos tomar otras medidas. Nosotros, que hemos estudiado algo las enseñanzas morales de Kant, y
que las hemos analizado con bastante cuidado, hemos llegado a la conclusión de
que, incluso las opiniones de este gran pensador acerca de esa forma de deber
(das Sallen) que define los métodos de la acción moral —a pesar de su afirmación
unilateral en contra— no llegan a la plena definición de un principio incondicional
de moralidad absoluta, tal como lo entendemos nosotros. Y esta nota kantiana
resuena a través de su carta. Usted ama tanto a la humanidad, dice, que de no
beneficiarse con ello su generación, rechazaría el "Conocimiento"
mismo. Y sin embargo, este sentimiento filantrópico ni siquiera parece
inspirarle caridad hacia aquellos a quienes usted considera como de
inteligencia inferior. ¿Por
qué? Sencillamente, porque la filantropía de la
que se enorgullecen ustedes, los pensadores occidentales, careciendo de
carácter universal, es decir, no habiendo sido nunca establecida sobre la base
firme de un principio moral universal, no habiendo ido nunca más allá de una
disquisición teórica —y eso principalmente entre los ubicuos predicadores protestantes—
no es más que una simple manifestación accidental y no una LEY aceptada.
El análisis más
superficial demostrará que, no más que cualquier otro fenómeno empírico de la naturaleza
humana, esta filantropía no puede ser aceptada como pauta de la actividad
moral; es decir, como pauta que produce acción eficiente. De aquí que en su naturaleza empírica esta clase de filantropía es como
el amor, algo sólo accidental, excepcional, y que como aquel tiene sus preferencias
y sus afinidades egoístas y es, inevitablemente, incapaz de prodigar el calor
de sus rayos benéficos a toda la humanidad. Este es, creo yo, el secreto
del fracaso espiritual y del egotismo inconsciente de esta época. Y usted, que
por otra parte es un hombre bueno y sensato, siendo inconscientemente la pauta
de ese espíritu, es incapaz de comprender nuestras ideas sobre la Sociedad como
una Fraternidad Universal y, por consiguiente —se aleja usted de ella.
Su conciencia, dice
usted, se rebela ante la idea de convertirse en "un buey en cabestrillo; en un títere más de maquinadores
ocultos".
¿Qué sabe usted de
nosotros, puesto que no puede vernos?
¿Qué sabe de
nuestros propósitos y objetivos; de nosotros a quienes no puede juzgar? .... usted exige singulares
argumentos.
¿Y supone usted que
"nos conocería" realmente, o que penetraría mejor nuestros
"propósitos y objetivos" si llegara a vernos en persona?
Me temo que, sin
ninguna experiencia de esta índole, incluso sus poderes naturales de
observación — por agudos que sean— tendrían que ser considerados menos que inútiles.
Pero, mi querido señor: si hasta nuestros Bahuroopias (Literalmente,
hombre de muchas formas; un actor que representa muchos papeles.—Eds.) podrían desafiar cualquier día al más agudo residente político,
y sin embargo nunca sería descubierto o reconocido; y eso que sus poderes mesméricos
no son de la clase más elevada. Por más desconfiado que usted pueda sentirse alguna
vez acerca de los detalles del "broche", hay un factor primordial en
el caso, que su sagacidad ya le ha sugerido, que puede tenerse en cuenta
únicamente basándose en la teoría de una voluntad más fuerte influyendo en la
señora Hume para que pensara en aquel objeto en particular y no en ningún otro.
Y si a Mad. B., una mujer enfermiza, deben achacársele tales poderes, ¿está usted completamente
seguro de que no podría verse obligado también a rendirse ante una voluntad
entrenada, diez veces más fuerte que la de ella? Yo podría
llegar mañana a su casa, e instalándome allí —tal como fui invitado— podría
conseguir un dominio completo de su mente y de su cuerpo en 24 horas, sin que
en ningún momento fuera usted consciente de ello. Puedo ser una buena persona,
pero para todos los que usted sabe, también puedo ser fácilmente un perverso e
intrigante conspirador que odia profundamente la raza blanca a la que usted
pertenece, la cual me sometió y me humilla diariamente, y me vengo en usted,
uno de los mejores representantes de esa raza. Si únicamente se emplearan
los poderes del mesmerismo exotérico —poder que adquiere con igual facilidad
tanto el hombre malo como el bueno— incluso entonces, difícilmente podría usted
escapar a las artimañas que se extenderían en su camino, si el invitado fuera
un buen mesmerizador, porque usted es un sujeto notablemente fácil de dominar,
desde el punto de vista físico. "Pero, ¡mi conciencia, mi intuición!"
—puede usted argüir mísera ayuda en un caso como el mío. Su intuición no le dejaría
sentir más que lo que realmente sucedía en ese momento; y en cuanto a su conciencia,
¿acepta usted,
pues, la definición de Kant referente a la misma?
¿Cree usted tal
vez, como él, que bajo toda circunstancia, y aún en el caso de ausencia
completa de nociones religiosas definidas, y alguna que otra vez sin ni
siquiera nociones firmes acerca de lo bueno y de lo malo, el HOMBRE tiene
siempre un guía seguro en sus percepciones morales internas o conciencia? ¡Es
el más grande de los errores! Con toda su formidable importancia, este factor moral
tiene un defecto radical. La conciencia, como ya se dijo, puede muy bien
compararse a ese daimon cuyos dictados fueron con tanto celo escuchados y prestamente
obedecidos por Sócrates. Como ese daimon, la conciencia puede tal vez decirnos
lo que no debemos hacer, pero nunca nos guía hacia lo que debemos cumplir, ni
nos da objetivo alguno definido para nuestra actividad. Y nada puede ser más
fácilmente adormecido y hasta completamente paralizado que esta misma conciencia,
por una voluntad entrenada, más fuerte que la de su poseedor. Su conciencia no
le demostrará NUNCA si el mesmerizador es un verdadero adepto o un prestidigitador
muy hábil, si éste ha logrado ya cruzar su umbral y ha obtenido el control del
aura que rodea a su persona. Usted habla de abstenerse de todo menos de un
trabajo inocente como el de coleccionar pájaros, para no correr el peligro de
crear otro monstruo por el estilo de Frankenstein. ... La
imaginación —como la voluntad— crea. La desconfianza
es el más poderoso agente provocador de la imaginación. . . . ¡Cuidado! Usted ya ha engendrado
en sí mismo el germen de un futuro y feo monstruo, y en vez de realizar sus
ideales más elevados y puros, puede que algún día evoque un fantasma que,
cerrando todo paso a la luz, lo deje en tinieblas peores que antes, y le
atormente hasta el fin de sus días.
Expresándole de
nuevo la esperanza de que mi sinceridad no le ofenda, quedo, querido señor, como
siempre,
Su más obediente
servidor,
KOOT HOOMI LAL SING