LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA
Charles
W. Leadbeater
Parte
IV
En una sagrada montaña de Irlanda. -
Cosa extraña es que la altura sobre el nivel del mar parece influir
en la distribución geográfica de los espíritus de la naturaleza, pues los que moran en las montañas, rara vez se mezclan
con los del llano. Recuerdo que al subir a la montaña de Slievenamón,
una de las tradicionalmente sagradas de Irlanda, observé los definidos límites
de demarcación entre los distintos tipos. Las estribaciones y escotaduras inferiores, así como las
llanuras circundantes, estaban pobladas por una maligna y activísima variedad
roja y negra, que pulula en todo el este de Irlanda, atraída por los centros
magnéticos que hace cerca de dos mil años establecieron los sacerdotes magos de
la antigua raza milesia para asegurar y perpetuar su dominio sobre las
gentes, manteniéndolas bajo la influencia de la gran ilusión. Sin embargo, al cabo
de media hora de ascensión a la montaña, no vi ni uno de estos seres
rojinegros, sino que la falda estaba allí poblada por el apacible tipo azul
moreno que desde hace mucho tiempo debía especial vasallaje al Tuatha de
Danaan. También tienen éstos
su zona perfectamente deslindada, y ningún espíritu de la naturaleza de
cualquier otro tipo se atreve a penetrar en el espacio aledaño a la cumbre
consagrada a los poderosos devas de color verde que durante más de dos mil años
están allí custodiando uno de los centros de fuerza viva que eslabonan el
pasado con el futuro de la mística tierra de Erin. Estos devas aventajan
al hombre en estatura, y sus gigantes formas son del color de las nuevas hojas
primaverales, pero de indescriptible suavidad, refulgencia y brillo. Miran a
la tierra con sus admirables ojos que lucen cual estrellas, llenos de la paz de
quienes viven en lo eterno y esperando con la tranquilidad certeza que infunde
el conocimiento, la llegada del señalado tiempo.
Se advierte plenamente el poderío e importancia del aspecto
oculto de las cosas al contemplar semejante espectáculo. Pero, a decir verdad,
apenas está oculto, porque su influencia es tan poderosa y señalada, que aun
los menos sensitivos la advierten, y así se explica la
tradición irlandesa de que quien duerme una noche en la cima de la montaña
sagrada, al despertar por la mañana, es poeta o loco. Será poeta si logra
responder a la exaltación de todo su ser, ocasionada por el tremendo
magnetismo que influyó en él mientras dormía. Será loco, si no tuvo fuerzas
bastantes para soportar el estremecimiento.
Vida y muerte de las hadas. - La duración de la vida de las diversas clases de espíritus de la
naturaleza varía muchísimo. En algunos es muy
corta y en otros mucho más larga que la del hombre. El universal principio de
la reencarnación también prevalece en su existencia, aunque las condiciones
son algún tanto diferente.
No tienen
lo que nosotros llamamos nacimiento y desarrollo. El hada aparece en su mundo
completamente formada como los insectos. Vive poco o mucho sin apariencia de
fatiga ni necesidad de descanso y sin envejecer con los años. Pero llega tiempo
en que su energía se agota y se siente cansada de la vida.
Cuando esto
ocurre, su cuerpo se va volviendo más y más diáfano hasta convertirse en una
entidad astral que vive durante cierto tiempo en este mundo entre los espíritus
del aire, que representan para ella la inmediata etapa de evolución. Después de
la vida astral vuelve a su alma-grupo, en donde si está lo bastante adelantada
puede tener algo de existencia consciente antes de que la ley cíclica actúe una
vez más en el alma-grupo, despertando en el hada el deseo de separación. Entonces su
impulso dirige de nuevo hacia fuera la corriente de su energía, y aquel deseo,
obrando en las plásticas materias astral y etérea, materializa un cuerpo de
análogo tipo, a propósito, para expresar el adelanto logrado en la última vida. Por lo
tanto, el nacimiento y la muerte son mucho más sencillos para las hadas que
para los hombres, con la ventaja de que la muerte del hada está libre de todo
pensamiento de tristeza y temor. Verdaderamente su vida entera parece más
sencilla; es una existencia dichosa e irresponsable, como la de una cuadrilla
de felices niños rodeados de un ambiente por todo extremo favorable. Los espíritus de la naturaleza no tienen deseos ni conocen las
enfermedades ni la lucha por la existencia, de suerte que están exentos de las
más fecundas causas del sufrimiento humano. Tienen profundos afectos y son
capaces de contraer íntimas y duraderas amistades de que obtienen intenso e
imperecedero placer. Pueden sentir envidia y cólera, pero se desvanecen ante el
vivísimo deleite con que llevan a cabo las operaciones de la naturaleza que es
su más señalada característica.
Sus placeres. - Se gozan en la luz y resplandor del sol, aunque con el mismo
placer danzan a la luz de la luna. Participan de la satisfacción de la sedienta
tierra, de las flores y de los árboles al caer la lluvia, y también juguetean
igualmente dichosas con los copos de nieve. Gustan de
flotar perezosamente en la calma de una tarde de verano, y sin embargo también
se solazan con la violencia del viento.
No sólo
admiran con una vehemencia que pocos de nosotros pueden comprender la belleza
de un árbol o de una flor,
la delicadeza
de sus matices o la gracia de su forma, sino que toman vivísimo interés y
sienten hondo deleite en todos los procesos de la naturaleza, en la circulación
de la savia, el brote de los renuevos y el nacimiento y caída de las hojas. Por supuesto que de esta característica se aprovechan los
grandes Seres que presiden la evolución, valiéndose de los espíritus de la
naturaleza para ayudar a la combinación de los colores y al arreglo de las
variedades. Además, atienden cuidadosamente a la vida de las aves e
insectos, a la empolladura de los huevos ya la eclosión de las crisálidas,
así como se complacen en vigilar los retozos y jugueteos de los cervatos,
corderillos, ardillas y lebratillos.
Otra ventaja inestimable de la evolución etérea es que no necesitan
alimentar sus cuerpos por medio de la comida y bebida, sino que el cuerpo del
hada absorbe del éter circundante sin esfuerzo, fatiga ni tasa cuanta materia
necesita la nutrición de su cuerpo.
En rigor no cabe decir que absorbe materia etérea sino más bien
que continuamente se efectúa un intercambio de partículas, desasimilándose las
desgastadas por haber consumido su energía y asimilándose otras plenamente
dinamizadas.
Aunque los
espíritus de la naturaleza no comen, la fragancia de las flores los deleita en
grado análogo al placer que los hombres experimentan al saborear los manjares.
El aroma es para ellos algo más que un halago del olfato o del gusto, pues se
bañan en él hasta empapar todo su cuerpo. Lo que en ellos
desempeña funciones de sistema nervioso es mucho más delicado que el nuestro.
Perciben grandísimo número de vibraciones que escapan a nuestros groseros
sentidos y así notan el olor de no pocas plantas y minerales que a nosotros
nos parecen inodoros. No tienen estructura
interna, pues sus cuerpos son como neblina, y por lo tanto no es posible
desmembrarlos ni herirlos ni les afecta penosamente el calor ni el frío. Así hay una
variedad de hadas que parecen preferir a toda otra cosa el bañarse en el fuego. Cuando estalla
un incendio acuden presurosas de todas partes y se deslizan con salvaje
deleite entre las oscilantes llamas como los muchachos en el declive de un
tobogán. Estas hadas son los espíritus
del fuego o salamandras de la literatura medieval.
Los espíritus
de la naturaleza sólo pueden sentir dolor corpóreo a consecuencia de una
desagradable o inarmónica emanación o vibración, pero les cabe evitarlas por
la facultad que tienen de trasladarse celérrimamente de un punto a otro. Según se
infiere de las observaciones hechas hasta ahora, las
hadas están del todo libres de la maldición del miedo, tan prevaleciente en
la vida del reino animal, que en nuestra línea de evolución es correlativo del
reino de las hadas en la evolución etérea.