LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA
Charles W. Leadbeater
Parte 1
UNA EVOLUCION APARTE
Aunque con ciertas restricciones, ejercen gran
influencia los espíritus de la naturaleza a quienes debemos considerar como
los habitantes autóctonos de la tierra, expulsados
de diversas partes de ella por la invasión del hombre, análogamente a lo
ocurrido con los animales salvajes. De la propia suerte que éstos, los
espíritus de la naturaleza, evitan por completo las ciudades populosas y todo
lugar en que se reúnen muchedumbres humanas, por lo que allí apenas se nota su
influencia. Pero en los tranquilos parajes rurales, en bosques y campos, en
las montañas y en alta mar, están siempre presentes los espíritus de la
naturaleza, su influencia es poderosa y omnipenetrante, de la propia manera que
el perfume de la violeta embalsama el ambiente, aunque se oculte entre la
hierba.
Los espíritus de la naturaleza constituyen una evolución aparte,
completamente distinta hoy por hoy de la evolución humana.
Todos estamos familiarizados con la trayectoria de la segunda
Oleada de Vida a través de los tres reinos elementales hasta llegar al
mineral, del que asciende por el vegetal y el animal para alcanzar la
individualidad en el nivel humano. También sabemos que una vez lograda esta individualización, el
progreso de la humanidad nos lleva gradualmente a las etapas del Sendero y
después en progresión ascendente al Adepto y a las gloriosas posibilidades de
un más allá. Esta es nuestra línea
de desenvolvimiento, pero no hemos de incurrir en el error de creer que es la
única. Aun en este
nuestro mundo, la vida divina fluye impelentemente por diversas corrientes, de
las cuales la nuestra es tan sólo una, y en modo alguno la más importante en
orden. Comprenderemos esto
mejor, recordando que la humanidad en su manifestación física ocupa solamente
una pequeña parte de la superficie terrestre, mientras que hay entidades
situadas en el correspondiente nivel de otras líneas de evolución, que no sólo
pueblan la tierra más densamente que el hombre, sino que además moran en la
dilatadísima planicie del mar y los campos del aire.
Líneas de evolución. - En
la presente etapa, vemos que las diversas corrientes a que hemos aludido fluyen
paralelamente, aunque por de pronto de todo punto distintas.
Por ejemplo,
los espíritus de la naturaleza no han sido ni serán nunca
individuos de una humanidad como la nuestra; y, sin embargo, la vida que en
ellos mora dimana del mismo Logos solar de que dimana la nuestra y a El volverá
como la nuestra.
Hasta llegar al
nivel mineral, las corrientes pueden considerarse paralelas; pero tan pronto
como al trasponer el punto de conversión suben por el arco ascendente, aparece
la divergencia.
La etapa mineral es, por supuesto, aquella en que la vida está
más profundamente sumida en la materia física; pero si bien algunas corrientes retienen formas físicas en
las diversas etapas ulteriores de su desenvolvimiento, haciéndolas según adelantan
más a propósito para la manifestación de su vida interna, hay otras corrientes
que desde luego desechan la materia densa y durante el resto de su
desenvolvimiento en este mundo usan cuerpos constituidos exclusivamente por
materia etérea.
Así una de dichas corrientes o colectividad de entidades, luego
de pasar por la etapa mineral, no se transporta al reino vegetal, sino que toma
vehículos de materia etérea para morar en el interior de la corteza terrestre
y en el seno de las compactas rocas.
Muchos estudiantes no aciertan a comprender como es posible que
haya seres vivientes que moren en el seno de las rocas o en el interior de la
corteza terrestre. Sin embargo, los seres
dotados de vehículos etéreos no tropiezan con la más leve dificultad para
moverse, ver y oír en la masa de la roca, porque la materia física sólida es su
natural ambiente y su peculiar habitación, la única a que están acostumbrados
y en la que se encuentran como en su propia casa.
No es fácil formar exacto concepto de estos vagos seres inferiores
que actúan en amorfos vehículos etéreos; pero poco a poco van evolucionando
hasta llegar a una etapa en que, si bien habitan todavía en el seno de las
rocas compactas, se acercan más a la superficie de la tierra, en vez de retirarse
a lo más hondo de la corteza;
y los más evolucionados de
entre ellos son capaces de mostrarse eventualmente al aire libre durante un
corto tiempo. A estos seres se les ha visto y más frecuentemente oído en las
cavernas y minas.
La literatura medieval les dio el nombre de gnomos. En las condiciones ordinarias no es visible a los ojos físicos
la etérea materia de sus cuerpos, por lo que cuando se muestran visiblemente es
porque o se han revestido de un velo de materia física, o quien los ve ha
excitado su perceptibilidad sensoria hasta el punto de afectarle las ondas
vibratorias de los éteres superiores y ver así lo que normalmente no percibe. No es rara ni difícil de lograr la temporánea excitación de la
facultad visual que se necesita para percibir a los espíritus de la naturaleza; y, por otra parte, la materialización es cosa fácil para seres
situados muy cerca de los límites de la visibilidad. Así es que se les
podría ver con mayor frecuencia de la que se ve, a no ser por su arraigada
repugnancia a la vecindad de los hombres.
En la siguiente etapa de su evolución se convierten en hadas, que
suelen morar como nosotros en la superficie de la tierra, aunque todavía con
cuerpo etéreo. Después de esta etapa pasan a ser espíritus aéreos en el reino de
los devas o ángeles,
según explicaremos más adelante.
La oleada de vida en el reino mineral no sólo se manifiesta por
medio de las rocas que constituyen la corteza terrestre, sino también por medio
de las aguas oceánicas; y así como las rocas dejan pasar a través de ellas las
inferiores formas etéreas, todavía desconocidas para el hombre, que moran en
el interior del globo terráqueo, asimismo las aguas dan paso a otras
inferiores formas etéreas que tienen su morada en las profundidades del mar.
En este caso, también la siguiente etapa de evolución nos ofrece
formas más definidas, aunque todavía etéreas, que moran entre dos aguas y muy
raras veces se muestran en la superficie. La tercera etapa (correspondiente
a la de las hadas en los espíritus terrestres) nos da la enorme hueste de
espíritus acuáticos que con su juguetona vida pueblan las dilatadas llanuras
del océano.
Las entidades que siguen estas líneas de evolución, toman
cuerpos de materia exclusivamente etérea y no entran en los reinos vegetal,
animal y humano; pero hay otros espíritus de la naturaleza que antes de su
diversión pasan por los reinos vegetal y animal.
Así en el océano hay
una corriente de vida cuyas nómadas, al salir del reino mineral, entran en el
vegetal en forma de algas, y luego pasan por los corales, esponjas y los enormes cefalópodos de entre dos aguas,
para después emparentar con los peces y convertirse más
tarde en espíritus acuáticos.
Estas entidades conservan el denso vehículo físico hasta muy
alto nivel; y de la propia manera observamos que las hadas terrestres no sólo
proceden de las filas de los gnomos, sino también de las capas inferiores del
reino animal, pues hay una línea de evolución
que roza ligeramente el reino vegetal en forma de hongos, y después pasa por las bacterias y animálculos (microorganismos) de diversas especies a los insectos y reptiles, para ascender al hermoso orden zoológico de las aves,
de donde al cabo de muchas encarnaciones ornitológicas entra en la todavía más
bella comunidad de las hadas. Hay otra línea de evolución que proviene del reino vegetal,
donde asume la forma de hierbas
y gramíneas, y después toma en
el reino animal la de hormigas
y abejas, hasta convertirse
por fin en seres etéreos que, análogos a las abejas, zumban y revolotean en
torno de plantas y flores, en la producción de cuyas numerosas variedades
influyen notablemente hasta el punto de servir de auxilio sus funciones para la
especialización y cultivo de los vegetales.
Sin embargo, conviene distinguirlos cuidadosamente para evitar
confusiones. Los diminutos seres
que cuidan de las flores, pueden dividirse en dos grandes clases con numerosas
variedades en ambas.
La primera clase son los
elementos propiamente dichos, porque no obstante su belleza, son tan sólo
formas mentales y en modo alguno seres vivientes. Más bien cupiera decir que son criaturas de vida temporánea,
pues si bien activísimos y muy atareados durante su corta vida, no reencarnan
ni evolucionan, y una vez terminada su obra se desintegran y disuelven en la
atmósfera circundante, lo mismo que les sucede a nuestras formas mentales.
Son formas mentales de los ángeles o devas encargados de la evolución
del reino vegetal. Cuando a uno de estos devas se le ocurre una nueva idea
relacionada con alguna de las especies de plantas confiadas a su cuidado, emite
una forma mental con el determinado propósito de realizar dicha idea. Generalmente la
forma de su pensamiento es un modelo etéreo de la planta en cuestión, o bien
una diminuta criatura que ronda por la planta mientras se forman los capullos y
va gradualmente dándoles la configuración y colores que el deva ideó para la
flor. Pero tan luego como
la planta adquiere su completo crecimiento o se explaya la flor, termina la tarea
del elemental, quien, según hemos dicho, se desvanece entonces extinguido ya su
poder, porque la única alma que lo animaba era la voluntad de realizar la
tarea terminada.
Sin embargo, se ven en
torno de las flores otros diminutos seres, verdaderos
espíritus de la naturaleza, de los que hay muchas variedades. Una de las más comunes tiene forma parecida a la
de los pájaros-moscas y se les suele ver zumbando en rededor de las flores
a modo de abejas.
Estas menudas y hermosas criaturas no serán nunca humanas por que no siguen nuestra línea de evolución. La vida que los
anima ha pasado por hierbas y gramíneas tales como la cebada y el trigo en el
reino vegetal y por las hormigas y abejas en el reino animal, hasta alcanzar la
etapa de diminutos espíritus de la naturaleza, que más tarde se convertirán en
las hermosas hadas de cuerpos etéreos, que viven en la superficie de la
tierra. Posteriormente serán salamandras o espíritus del fuego, y luego
se convertirán en sílfides o espíritus del aire, con cuerpos astrales en vez de
etéreos, para pasar por último al reino de los devas.
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