sábado, 13 de julio de 2019

LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA. Charles W. Leadbeater. Parte IV


LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA


Charles W. Leadbeater

Parte IV

En una sagrada montaña de Irlanda. - Cosa extraña es que la altura sobre el nivel del mar parece influir en la distribución geográfica de los espíritus de la naturaleza, pues los que moran en las montañas, ra­ra vez se mezclan con los del llano. Recuerdo que al subir a la montaña de Slievenamón, una de las tradicionalmente sagradas de Irlanda, observé los defini­dos límites de demarcación entre los distintos tipos. Las estribaciones y escotaduras inferiores, así como las llanuras circundantes, estaban pobladas por una maligna y activísima variedad roja y negra, que pulula en todo el este de Irlanda, atraída por los centros magnéticos que hace cerca de dos mil años establecieron los sacerdotes magos de la anti­gua raza milesia para asegurar y perpetuar su do­minio sobre las gentes, manteniéndolas bajo la in­fluencia de la gran ilusión. Sin embargo, al cabo de media hora de ascensión a la montaña, no vi ni uno de estos seres rojinegros, sino que la falda es­taba allí poblada por el apacible tipo azul moreno que desde hace mucho tiempo debía especial vasa­llaje al Tuatha de Danaan. También tienen éstos su zona perfectamente deslindada, y ningún espíritu de la naturaleza de cualquier otro tipo se atreve a penetrar en el espa­cio aledaño a la cumbre consagrada a los poderosos devas de color verde que durante más de dos mil años están allí custodiando uno de los centros de fuerza viva que eslabonan el pasado con el futu­ro de la mística tierra de Erin. Estos devas aventa­jan al hombre en estatura, y sus gigantes formas son del color de las nuevas hojas primaverales, pe­ro de indescriptible suavidad, refulgencia y brillo. Miran a la tierra con sus admirables ojos que lucen cual estrellas, llenos de la paz de quienes viven en lo eterno y esperando con la tranquilidad certeza que infunde el conocimiento, la llegada del señala­do tiempo.
Se advierte plenamente el poderío e importancia del aspecto oculto de las cosas al contem­plar semejante espectáculo. Pero, a decir verdad, apenas está oculto, porque su influencia es tan poderosa y señalada, que aun los menos sensitivos la advierten, y así se explica la tradición irlandesa de que quien duerme una noche en la cima de la mon­taña sagrada, al despertar por la mañana, es poeta o loco. Será poeta si logra responder a la exalta­ción de todo su ser, ocasionada por el tremendo magnetismo que influyó en él mientras dormía. Será loco, si no tuvo fuerzas bastantes para soportar el estremecimiento.

Vida y muerte de las hadas. - La duración de la vi­da de las diversas clases de espíritus de la naturale­za varía muchísimo. En algunos es muy corta y en otros mucho más larga que la del hombre. El uni­versal principio de la reencarnación también pre­valece en su existencia, aunque las condiciones son algún tanto diferente.
No tienen lo que nosotros llamamos nacimiento y desarrollo. El hada aparece en su mundo completamente formada como los insectos. Vive poco o mucho sin apariencia de fatiga ni necesidad de descanso y sin envejecer con los años. Pero llega tiempo en que su energía se agota y se siente cansada de la vida.
Cuando esto ocurre, su cuerpo se va volviendo más y más diáfano hasta convertirse en una entidad astral que vive durante cierto tiempo en este mundo entre los espíritus del aire, que representan para ella la inmediata etapa de evolución. Después de la vida astral vuelve a su alma-grupo, en donde si está lo bastante adelantada puede tener algo de existencia consciente antes de que la ley cíclica actúe una vez más en el alma-gru­po, despertando en el hada el deseo de separación. Entonces su impulso dirige de nuevo hacia fuera la corriente de su energía, y aquel deseo, obrando en las plásticas materias astral y etérea, materializa un cuerpo de análogo tipo, a propósito, para expresar el adelanto logrado en la última vida. Por lo tanto, el nacimiento y la muerte son mu­cho más sencillos para las hadas que para los hom­bres, con la ventaja de que la muerte del hada está libre de todo pensamiento de tristeza y temor. Ver­daderamente su vida entera parece más sencilla; es una existencia dichosa e irresponsable, como la de una cuadrilla de felices niños rodeados de un am­biente por todo extremo favorable. Los espíritus de la naturaleza no tienen deseos ni conocen las enfermedades ni la lucha por la exis­tencia, de suerte que están exentos de las más fecundas causas del sufrimiento humano. Tienen profundos afectos y son capaces de contraer ínti­mas y duraderas amistades de que obtienen inten­so e imperecedero placer. Pueden sentir envidia y cólera, pero se desvanecen ante el vivísimo deleite con que llevan a cabo las operaciones de la naturaleza que es su más señalada característica.

Sus placeres. - Se gozan en la luz y resplandor del sol, aunque con el mismo placer danzan a la luz de la luna. Participan de la satisfacción de la sedienta tierra, de las flores y de los árboles al caer la lluvia, y también juguetean igualmente dichosas con los copos de nieve. Gustan de flotar perezosamente en la calma de una tarde de verano, y sin embargo también se solazan con la violencia del viento.
No sólo admiran con una vehemencia que pocos de nosotros pueden comprender la belleza de un ár­bol o de una flor,
la delicadeza de sus matices o la gracia de su forma, sino que toman vivísimo inte­rés y sienten hondo deleite en todos los procesos de la naturaleza, en la circulación de la savia, el brote de los renuevos y el nacimiento y caída de las hojas. Por supuesto que de esta característica se apro­vechan los grandes Seres que presiden la evolución, valiéndose de los espíritus de la naturaleza para ayudar a la combinación de los colores y al arreglo de las variedades. Además, atienden cuidadosamente a la vida de las aves e insectos, a la em­polladura de los huevos ya la eclosión de las crisá­lidas, así como se complacen en vigilar los retozos y jugueteos de los cervatos, corderillos, ardillas y lebratillos.
Otra ventaja inestimable de la evolución etérea es que no necesitan alimentar sus cuerpos por me­dio de la comida y bebida, sino que el cuerpo del hada absorbe del éter circundante sin esfuerzo, fatiga ni tasa cuanta materia necesita la nutrición de su cuerpo.
En rigor no cabe decir que absorbe ma­teria etérea sino más bien que continuamente se efectúa un intercambio de partículas, desasimilándose las desgastadas por haber consumido su ener­gía y asimilándose otras plenamente dinamizadas.
Aunque los espíritus de la naturaleza no comen, la fragancia de las flores los deleita en grado aná­logo al placer que los hombres experimentan al saborear los manjares. El aroma es para ellos algo más que un halago del olfato o del gusto, pues se bañan en él hasta empapar todo su cuerpo. Lo que en ellos desempeña funciones de siste­ma nervioso es mucho más delicado que el nues­tro. Perciben grandísimo número de vibraciones que escapan a nuestros groseros sentidos y así no­tan el olor de no pocas plantas y minerales que a nosotros nos parecen inodoros. No tienen estructura interna, pues sus cuerpos son como neblina, y por lo tanto no es posible desmembrarlos ni herirlos ni les afecta penosamente el calor ni el frío. Así hay una variedad de hadas que parecen preferir a toda otra cosa el bañarse en el fuego. Cuando estalla un incendio acuden presuro­sas de todas partes y se deslizan con salvaje deleite entre las oscilantes llamas como los muchachos en el declive de un tobogán. Estas hadas son los espíri­tus del fuego o salamandras de la literatura medieval.
Los espíritus de la naturaleza sólo pueden sentir dolor corpóreo a consecuencia de una desagradable o inarmónica emanación o vibración, pe­ro les cabe evitarlas por la facultad que tienen de trasladarse celérrimamente de un punto a otro. Según se infiere de las observaciones hechas hasta ahora, las hadas están del todo libres de la maldición del miedo, tan prevaleciente en la vida del reino animal, que en nuestra línea de evolución es correlativo del reino de las hadas en la evolución etérea.

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