miércoles, 10 de julio de 2019

LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA Charles W. Leadbeater. Parte II


LOS ESPIRITUS DE LA NATURALEZA

 Charles W. Leadbeater

Parte II

Solapaciones. - El trámite de la oleada de vida de uno a otro reino no se efectúa en rigurosa continui­dad, sino que se nota mucha latitud en la variedad, y así quedan no pocos huecos o solapaciones entre los reinos. Esto se ve más claramente en nuestra lí­nea de evolución, porque la vida que llega a los ni­veles superiores del reino vegetal no pasa nunca a los inferiores del animal, sino que, por el contrario, entra en éste por etapas bastante adelantadas. Así, por ejemplo, la vida que anima un robusto árbol fo­restal no descenderá jamás a animar un enjambre de mosquitos, ni siquiera una familia de roedores o de rumiantes. Estas formas animales están ani­madas por la porción de oleada de vida que salió del reino vegetal en el nivel de la dalia o del dien­te de león. En todo caso se ha de recorrer la escala evoluti­va; pero parece como si la parte delantera de un reino fuese paralela a la zaguera del reino inmedia­tamente superior, de suerte que el tránsito de uno a otro se puede efectuar por distintos niveles según los casos. La corriente de vida que entra en el rei­no humano esquiva por completo las etapas infe­riores del reino animal; esto, es que la vida que ha de alcanzar el reino humano nunca se manifiesta en forma de insectos ni reptiles. Antiguamente en­tró en el reino animal por el nivel de los enormes saurios antediluvianos; pero ahora pasa directa­mente de las superiores formas vegetales a la de los mamíferos. De la propia suerte, cuando se indivi­dualizan los más adelantados animales domésticos, no han de humanizarse necesariamente por vez primera en la forma de primitivos salvajes.
El siguiente diagrama muestra en ordenación si­nóptica algunas de estas líneas evolutivas, aunque en modo alguno las contiene todas, pues sin duda hay otras no observadas todavía, con multitud de maneras de pasar de una a otra por distintos nive­les. Así es que el diagrama se contrae a un amplio bosquejo del plan.


Según se infiere del diagrama, en la última eta­pa convergen todas las líneas de evolución, o por lo menos para nuestra ensombrecida vista no hay distinción entre la gloria de los altísimos seres, aun­que acaso si fuese mayor nuestro conocimiento po­dríamos completar el diagrama. De todos modos, sabemos que, así como el reino humano está el grandioso reino de los ángeles o devas, y que la en­trada en este reino es una de las siete puertas que se abren ante los pasos del Adepto.
Este mismo reino de los devas es la etapa superior de la evolución de los espíritus de la naturale­za, aunque en esto vemos otro ejemplo de los sal­tos o solapaciones a que antes aludimos,
porque el Adepto entra en el reino dévico por la cuarta eta­pa,
sin pasar por las tres inferiores, mientras que el espíritu de la naturaleza entra en el reino dévico por la primera etapa, o sea la de los devas inferiores.
Al entrar en el reino dévico recibe el espíritu de la naturaleza la divina chispa de la tercera oleada de vida y logra así la individualidad, como la logra el animal cuando entra en el reino humano. Ade­más, de la propia suerte que el animal sólo puede individualizarse poniéndose en contacto con el hombre, análogamente el espíritu de la naturaleza, para lograr la individualización, ha de ponerse en contacto con el ángel, servirle de ayudante y traba­jar para complacerle, hasta que aprenda a trabajar como los ángeles.
En rigor, los más adelantados espíritus de la naturaleza no son seres humanos etéreos o astrales, porque todavía no están individualizados, pero son algo más que un animal etéreo o astral, pues su grado de inteligencia es muy superior al de los animales, y en muchos puntos igual al del común de la humanidad.
Por otra parte, los espíritus de la naturaleza de orden ínfimo tienen limitadísima in­teligencia, por el estilo de la de los pájaros-moscas, mariposas o abejas a que tanto se parecen. Según se ve en el diagrama, los espíritus de la naturaleza abarcan un amplio segmento del arco de evolución, incluyendo etapas correlativas con todas las de los reinos vegetales, animal y humano, hasta casi en la que hoy está nuestra raza. Algunos tipos inferiores de espíritus de la natu­raleza no tienen nada de estéticos; pero también ocurre lo mismo con las especies inferiores de rep­tiles de insectos. Hay tribus de espíritus de la naturaleza, no desarrollados todavía, de gustos grose­ros, y, por lo tanto, su aspecto está en correspon­dencia con su etapa de evolución. Las informes masas con enormes y rojas fauces que viven en las nauseabundas emanaciones eté­reas de la sangre y del pescado podrido, son tan horribles a la vista como a la sensación de toda per­sona de mente pura. Igualmente, repulsivas son las entidades rojinegras, semejantes a crustáceos rapa­ces, que planean sobre los lupanares, y los mons­truos parecidos al octopus que apetecen regodear­se en los vapores alcohólicos de las orgías y festines del beodo. Sin embargo, por muy repugnantes que sean estas arpías, no son dañinas de por sí ni se pondrán en contacto con el hombre, a menos que se degrade al nivel de ellas esclavizándose a sus ba­jas pasiones. Tan sólo los espíritus de la naturaleza de estas especies inferiores y repulsivas se acercan voluntariamente al hombre vulgar. Otras de la misma cla­se, pero algo menos materiales, se gozan en bañar­se en las groseras vibraciones levantadas por la có­lera, avaricia, crueldad, envidia, celos y odio.
Quie­nes cedan a estos innobles sentimientos, se expo­nen a estar constantemente rodeados por las corro­ñosas coluvies del mundo astral, que unos a otros se atropellan con tétricas ansias de antesaborear un arrebato pasional, y en su ceguera hacen cuanto pueden para provocarlo o intensificarlo. Apenas cabe creer que tan horrorosas entidades pertenezcan al mismo reino que los simpáticos y jubilosos espí­ritus de la naturaleza que vamos a describir.

Hadas. - Es el tipo mejor conocido por el hom­bre. Las hadas viven normalmente en la superficie de las tierras, aunque como su cuerpo es etéreo, pueden atravesar a voluntad la corteza terrestre.
Sus formas son muchas y variadas, pero general­mente tienen forma humana de tamaño diminuto, con alguna grotesca exageración de tal o cual par­te del cuerpo.
Como quiera que la materia etérea es plástica y fácilmente modelable por el poder del pensamiento, son capaces de asumir cualquier as­pecto que les plazca, si bien tienen de por sí formas peculiares que llevan cuando no necesitan tomar otras con determinado propósito y no ejercen su voluntad para transmutarlas.
También tienen colores propios que distinguen unas especies de otras, así como se distinguen las aves por el plumaje.
Hay un inmenso número de razas de hadas cu­yos individuos difieren en inteligencia y aptitudes, lo mismo que ocurre entre los hombres. Análoga­mente a los seres humanos, cada raza mora en distinto país y a veces en diferentes comarcas de un mismo país, y los individuos de cada raza propen­den generalmente a mantenerse en vecindad como sucede en los hombres de una nación. Están distri­buidas las hadas por la superficie de la tierra tan diversamente cual los demás reinos de la naturale­za. Como las aves, de las que algunas de ellas pro­ceden, hay variedades exclusivas de un país; otras que son comunes en un país y raras en otro, al pa­so que algunas se encuentran en todas partes. Tam­bién como las aves, las hadas de más vivos y brillan­tes colores moran en los trópicos.


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