martes, 16 de agosto de 2016

VEGETARIANISMO y OCULTISMO (Parte 3)

VEGETARIANISMO y OCULTISMO
C.W. Leadbeater

(Parte 3)


Menos Pasiones Animales

Porque el comer cadáveres incita a la bebida y fomenta las pasiones animales en el hombre. Mr. H. B. Fowler, que por espacio de cuarenta años ha estudiado y dado conferencias acerca de la dipsomanía (tendencia irresistible al abuso de bebidas alcohólicas) declara que el uso de la carne, por la excitación que provoca en el sistema nervioso, prepara el camino a los hábitos de intemperancia en todos sentidos, pues cuanta más carne se consume, tanto más serio es el peligro que se corre de entregarse a las bebidas alcohólicas. Muchos médicos hábiles y prácticos han llevado a cabo experimentos similares, los cuales les han servido de norma y guía para tratar a sus clientes dipsomaníacos. No cabe duda de que la costumbre de alimentarse de cadáveres estimula la parte inferior de la naturaleza del hombre. Aún después de haber comido de ese horrible alimento hasta la saciedad, el hombre siente que todavía no está satisfecho; comprende vagamente que todavía le falta algo, por cuyo motivo sufre tensiones nerviosas. Esta necesidad es debida simplemente al hambre que sienten los tejidos del cuerpo, los cuales no pueden nutrirse con el miserable y mezquino alimento que se les ofrece.
Para satisfacer esta vaga necesidad, o mejor dicho, para calmar la agitación nerviosa, se recurre frecuentemente a los estimulantes. A veces se toman brebajes alcohólicos; otras se pretende mitigar esas sensaciones tomando café negro; y otras veces se emplea tabaco fuerte para calmar los débiles e irritados nervios. Aquí tenemos el principio de la intemperancia, puesto que en la inmensa mayoría de los casos la intemperancia comienza con el intento de calmar con estimulantes alcohólicos la indefinida sensación de necesidad que se siente después de haber  comido  de  este  pobre  alimento,  que  no  alimenta.  De  esto  podríamos  citar innumerables ejemplos. Podríamos hablar de la irritabilidad que a veces degenera en locura, la cual actualmente todas las autoridades en esta materia reconocen que es un resultado frecuente de una alimentación insana. Podríamos citar un centenar de síntomas comunes de indigestión, y explicar que la indigestión es siempre el resultado de una alimentación inadecuada. Sin embargo, bastante se ha dicho para demostrar la gran influencia que una alimentación pura y racional tiene para el bienestar del individuo y de la raza.

Mr. Bramwell Booth, jefe del Ejército de Salvación, ha publicado una circular acerca del vegetarianismo en la cual habla clara y decididamente en su favor, dando nada menos que una lista de diecinueve  razones plausibles por las cuales los hombres debieran abstenerse de comer carne. Insiste con gran energía acerca de que la alimentación vegetariana es indispensable a la pureza, a la castidad y al perfecto dominio de los apetitos y pasiones que con tanta frecuencia son la causa de grandes tentaciones. Hace notar que la costumbre de comer carne es una de las causas de la embriaguez, así como favorece la pereza, la somnolencia,  la  carencia  de  energía,  las  indigestiones,  el  estreñimiento  y  toda  suerte  de  miserias  y sufrimientos. Sostiene que las erupciones cutáneas, las almorranas, los vermes intestinales, la disentería y los fuertes dolores de cabeza, se producen con suma frecuencia debido al uso de la carne, y cree que el gran incremento que la tisis y el cáncer han tomado durante los últimos cien años, tiene por origen el gran aumento que se nota en el consumo de los productos animales.
Economía

Porque la alimentación vegetal es en todo caso más barata y más sabrosa que la de la carne. Una de las razones que en favor del vegetarianismo expone Mr. Booth, en la mencionada circular, es que "una alimentación vegetariana compuesta de trigo, avena, maíz y otros granos; lentejas, guisantes, habichuelas, nueces y otros productos similares, es diez veces más económica que la de la carne. La mitad de los componentes de la carne consisten en agua, de modo que en realidad se paga a doble precio del que uno cree. Un régimen vegetal, aun cuando formen parte del mismo el queso, la manteca y la leche, sólo costará una cuarta parte de lo que vale un régimen compuesto de carne y vegetales. Docenas de millares de familias de nuestro pobre pueblo que ahora se ven en grandes apuros para abastecerse de carne, podrían salir del paso substituyéndola por frutos, vegetales y otros alimentos económicos, ganando mucho en el cambio".


Existe, además, un aspecto económico de esta cuestión que no debe echarse en olvido. Notad cuántos más hombres podrían ser alimentados con un determinado número de hectáreas de tierra que se destinasen al cultivo del trigo, que si esta misma extensión de terreno se empleara a producir pastos. Considerad también cuántos más hombres sanos se verían trabajar la tierra en el primer caso que en el segundo. Creo, en verdad, que convendréis conmigo en que se podría decir mucho bajo este punto de vista.


El Pecado de Matar los Animales

Hasta aquí sólo nos hemos ocupado de lo que hemos convenido en llamar las consideraciones físicas y egoístas que debieran inducir al hombre a abandonar la costumbre de comer carne y volver, aunque no fuese más que por su propio decoro y provecho, a un régimen alimenticio más puro. Analicemos ahora por breves momentos las consideraciones morales y anti-egoístas relacionadas con sus deberes para con los demás. La primera de ellas -y esto me parece a mí una cosa muy horrible- es el gran pecado de matar innecesariamente los animales. Los que viven en Chicago saben muy bien que esa espantosa carnicería está en su apogeo en su ciudad, puesto que la mayor parte de la gente se alimenta de carne; pero deben saber también que la enorme suma de dinero obtenida por medio de este abominable negocio está manchada con sangre. Ya he demostrado con datos irrefutables que toda esta matanza, es completamente innecesaria. La destrucción de la vida es siempre un crimen. Puede darse, sin embargo, el caso en que dicha destrucción sea el menor de dos males; pero aquí no existe necesidad alguna ni nada que la justifique, puesto que sólo es debida al egoísmo y codicia de aquellos que ganan dinero con la agonía de los animales, satisfaciendo el pervertido gusto de los que son bastante depravados para apetecer tan inmundo alimento.
Debe tenerse en cuenta que los que se dedican al asqueroso negocio de la carne no son los únicos culpables ante Dios, sino que también lo son todos aquellos que se alimentan de ella, puesto que de esta suerte los estimulan remunerando su crimen. Toda persona que come este impuro alimento tiene su parte de responsabilidad en la falta, a causa del sufrimiento por medio del cual ha sido obtenido. Es un axioma universalmente reconocido en las leyes que, qui facit per alium facit per se; esto es: todo lo que un hombre hace a otro se lo hace a sí mismo. Habrá personas que dirán: si soy yo solo el que deja de comer carne, poca será la diferencia que en esas hecatombes se notará. Esto es inexacto y poco sincero; primero porque siempre habría alguna diferencia, aunque esta persona sólo consumiese una libra o dos por día, dada que al cabo de algún tiempo esta libra o dos diarias sumarían el peso de un animal; y en segundo término porque no se trata aquí de la cantidad, sino de la complicidad en el crimen, y si participa de los resultados derivados de este crimen, no cabe duda de que ayuda a remunerarlo, y de este modo le alcanza directamente una parte de culpa. Ninguna persona sincera dejará de ver que esto es así. Pero por regla general, cuando se trata de sus bajas pasiones los hombres rechazan la verdad y cierran los ojos a los hechos más evidentes. Creo, pues, que toda persona imparcial convendrá en que toda esa terrible e innecesaria matanza es un horrible crimen.

Otro punto importante que debe también tenerse en cuenta es el que se refiere al modo inhumano de transportar los pobres animales, y la crueldad que con frecuencia se despliega al sacrificarlos. Aquellos que pretenden justificar tan abominables crímenes os dirán que se están ensayando métodos para matar los animales con la mayor rapidez y menos sufrimientos posibles; pero bastará con que leáis los escritos que tratan del asunto para convenceros de que en muchos casos tales métodos no se observan, resultando de ello los más espantosos sufrimientos.


La Degradación de los Matarifes

Debemos hablar también aquí de otro punto referente a la iniquidad que se comete al ser causa de la degradación y pecados de los demás. Si tuvieseis que emplear por vosotros mismos el cuchillo o el hacha para matar al animal antes que pudieseis alimentaros con su carne, comprenderíais al momento la repugnante naturaleza de semejante acto, y probablemente muy pronto rehusaríais ejecutarlo. ¿Quisieran asimismo las delicadas señoras que devoran sanguinolentos bistecs ver que sus hijos ejercen de matarifes? Si no es así, no les asiste entonces derecho alguno para colocar en manos de otros hijos de madre tan repugnante labor. No tenemos derecho alguno a exigir que otros hagan un trabajo que nosotros mismos rehusamos hacer. Quizás se dirá que nosotros no forzamos a nadie a que escoja ese abominable modo de vivir, pero argumentar así es un mero subterfugio, puesto que al comer el horrible alimento pedimos, por este simple hecho, que alguien se embrutezca; pedimos que alguien se degrade hasta descender a un nivel inferior al de un ser humano. No ignoráis que ha sido creado un cuerpo especial de hombres para atender a la demanda de este artículo, los cuales son miradas con una mal disimulada repugnancia. Es muy natural y lógico que aquellos que se embrutecen ejerciendo tan inmunda tarea, sean también brutales en todo lo demás. Son de índole salvaje y sanguinarios en sus disputas. He oído decir que en muchos casos de asesinato se ha visto que el criminal dio el golpe del cuchillo en la dirección peculiar que es característica en los matarifes. Creo que convendréis en que ésta es una labor horrible, y que si tomáis parte en tan repugnante negocio, siquiera no sea más que fomentándolo indirectamente, colocáis a otro hombre en situación de ejecutar un trabajo del cual no tenéis necesidad alguna, puesto que sólo sirve para gratificar vuestra sensualidad y pasiones, trabajo, por otra parte, que en manera alguna consentiríais hacer por vosotros mismos.
Debemos recordar, además, que tenemos la plena seguridad de que llegará un momento en que la paz universal y el mutuo afecto serán un hecho; llegará una edad de oro en que las guerras cesarán; un tiempo en que el hombre dejará de sentir la antipatía y la cólera, de suerte que todas las condiciones del mundo serán distintas de las que actualmente prevalecen. ¿No creéis que el reino animal participará también de los beneficios de esos felices tiempos que están por venir, y que la horrible pesadilla de la matanza en gran escala desaparecerá del mundo? Las naciones realmente civilizadas saben esto muy bien; pero los occidentales somos una raza joven todavía, y aún tenemos muchas de las 'crudezas irreflexivas propias de la juventud; de no ser así no permitiríamos ni por un solo momento que estas barbaridades se llevaran a cabo entre nosotros. No cabe la menor sombra de duda de que el futuro pertenece al vegetariano. Parece cosa indudable que en el futuro -y creo que dicho futuro no está muy lejano- miraremos los tiempos actuales con disgusto y con horror. A pesar de todos sus maravillosos descubrimientos, a pesar de su magnífica maquinaria y de las grandes fortunas que con ella se han hecho, estoy seguro que nuestros descendientes considerarán la época presente como muy relativamente civilizada, y en realidad muy poco distinta del salvajismo. Uno de los argumentos en que nuestros descendientes se apoyarán para calificamos de semisalvajes será sin duda que permitimos entre nosotros esa innecesaria matanza en gran escala de inocentes animales; que con ella engordábamos y acumulábamos dinero; que organizábamos una clase especial de seres para que hiciese tan inmundo trabajo por nosotros, y que no se nos subieron los colores al rostro de aprovechamos de los resultados de su degradación. Todas estas consideraciones sólo se refieren al plano físico. Permitidme ahora que os exponga algo referente al lado oculto de este asunto. Hasta aquí os he presentado un gran número de datos que creo fidedignos, los cuales podéis comprobar por vosotros mismos. Podéis leer las declaraciones que acerca de estas materias han hecho un buen número de doctores y hombres científicos. Podéis comprobar el lado económico del asunto. Podéis ir y ver, si así os place, de qué modo todas estas distintas clases de hombres se arreglan para vivir con tan felices resultados del alimento vegetal. Todo cuanto he dicho hasta aquí podéis comprobarlo. Pero ahora voy a dejar el campo de la ordinaria argumentación física, y a conduciros a un nivel en donde, como es muy natural, sólo tendréis por norma y guía el testimonio de aquellos que han explorado estos elevados reinos. Estudiemos, pues, ahora el lado oculto del asunto.

Razones Ocultas

Bajo el citado título tenemos también dos clases de razones: las que se refieren a nosotros mismos y a nuestro desarrollo, y las que se relacionan con el gran esquema de la evolución, y con nuestro deber para con ella. Así, pues, podemos clasificarlas una vez más de egoístas y antiegoístas, si bien en un nivel mucho más elevado que el anterior. Creo que en la primera parte de esta conferencia he demostrado hasta la evidencia la bondad del régimen vegetariano. Todas las consideraciones y datos aducidos son de una naturaleza tal que nada absolutamente se puede objetar en contra suya. Esto sucede aún con mayor motivo cuando estudiamos el lado oculto de nuestro asunto. Existen algunos estudiantes que rozan los linderos del ocultismo que no están todavía preparados para seguir estrictamente sus prescripciones, por cuyo motivo rechazan sus enseñanzas cuando están en oposición con sus costumbres y deseos personales. Algunos de ellos sostienen que la cuestión del alimento tiene una importancia muy relativa desde el punto de vista oculto. Sin embargo, la opinión unánime de todas las grandes escuelas de ocultismo, así de las antiguas como de las modernas, es bien clara y definida acerca de este punto, y todas ellas convienen en que para todo verdadero progreso es indispensable una absoluta pureza, lo mismo en el plano físico y por lo que al alimento se refiere, que en otros niveles más elevados.

En anteriores conferencias he hablado con bastante profusión de detalles acerca de la existencia de diferentes planos en la naturaleza, así como del vasto mundo invisible que nos rodea. También he tenido ocasión de hacer notar con frecuencia que el hombre posee en sí mismo materia perteneciente a todos estos elevados planos, de suerte que está provisto de un vehículo que corresponde con cada uno de ellos, por medio de los cuales puede obrar y recibir impresiones.
¿Pueden estos elevados vehículos del hombre ser afectados en algún modo por el alimento que entra en el cuerpo físico con el cual están ellos tan estrechamente unidos?
No cabe duda de que debido a esta estrecha conexión así sucede. La materia física del hombre está en estrecho contacto con la materia astral y mental del mismo, tanto que hasta cierto punto cada una de ellas es una contraparte de la otra. Existen muchas clases y grados de densidad en la materia astral, por cuyo motivo es muy posible que un hombre posea un cuerpo astral compuesto de partículas muy bastas y groseras, del mismo modo que otro puede poseer un cuerpo constituido por partículas mucho más sutiles y delicadas. Como sea que el cuerpo astral es el vehículo de las emociones, pasiones y sensaciones, de aquí se sigue que el hombre cuyo cuerpo astral es de un tipo grosero, se hallará con preferencia inclinado a las pasiones y emociones más groseras, al igual que el hombre que posee un cuerpo astral sutil hallará que sus partículas vibran con mayor facilidad en respuesta a las más elevadas y sutiles aspiraciones y emociones. Por la mencionada razón el hombre que alimenta su cuerpo físico con materiales groseros, introduce por este solo hecho en su cuerpo astral, como lo ha hecho en su contraparte el físico, materia de un tipo grosero y repugnante.

Nadie ignora que el hombre que come carne con exceso presenta, físicamente hablando, un tipo excesivamente antipático y grosero. Esto no sólo significa que el cuerpo físico se halla en un estado poco apetecible, sino también que aquellas partes del hombre que son invisibles a nuestra vista ordinaria, esto es, los cuerpos astral y mental, no se hallan en mejores condiciones. Así, pues, el hombre que se construye un cuerpo físico grosero e impuro se construye también al mismo tiempo un cuerpo astral y mental de esta misma naturaleza. El hecho de referencia es visible al momento para un clarividente desarrollado. El hombre que puede ver esos elevados vehículos al momento se da cuenta de los efectos que sobre ellos producen las impurezas del vehículo inferior; al momento ve la diferencia que existe entre el hombre que nutre su vehículo físico con materiales puros y el hombre que se alimenta de impura y marchita carne. Veamos hasta qué punto esta diferencia afecta la evolución del hombre.


Vehículos Impuros

Es evidente que el deber del hombre con respecto a sí mismo es el de desarrollar todos sus diferentes vehículos tanto como le sea posible, a fin de hacerlos instrumentos perfectos del alma. Existe una etapa todavía más elevada en la cual el alma misma se educa para ser un instrumento útil en manos del Logos, un canal perfecto por donde fluye la gracia divina. Pero el primer paso hacia tan elevada meta consiste en que el alma debe aprender a dominar por completo sus vehículos inferiores, de modo que no surja en ellos ningún pensamiento o sentimiento excepto aquellos que ella permita. Todos esos vehículos deben, por lo tanto, hallarse en el mayor grado posible de perfección; deben ser puros y sin mancilla, y es evidente que eso no puede conseguirse: en tanto que el hombre nutra su vehículo físico con materiales impuros.
El cuerpo físico y sus sensaciones y percepciones no pueden hallarse en su mayor grado de pureza a menos que el alimento sea puro. Cualquiera que adopte el régimen vegetariano, pronto principiará a notar que su gusto y olfato son mucho más sutiles que lo eran cuando se alimentaba de carne, y que ahora puede percibir un sabor delicado en alimentos que, como el arroz y el trigo, había creído antes que eran insípidos.


Lo mismo puede decirse con mucho mayor motivo con respecto a los vehículos superiores. Sus sentidos tampoco pueden ser sutiles y delicados si se introduce materia impura y grosera en ellos, pues cualquier impureza los estorba y embota, y así se le hace mucho más difícil al alma el poder emplearlos. Este es un hecho que ha sido constantemente reconocido por el estudiante de ocultismo. Por esto veréis que todos aquellos que en la antigüedad eran admitidos en los Misterios, eran siempre hombres de la más exaltada pureza y, por supuesto, vegetarianos. El régimen carnívoro es fatal en absoluto a todo verdadero progreso, y aquellos que lo adoptan colocan muy serios a la vez que innecesarios obstáculos en su camino.

Me consta que existen otras y todavía más elevadas razones que son de una importancia mucho mayor que las del plano físico, y que la pureza del corazón y del alma es más importante al hombre que la del cuerpo. Sin embargo, no hay motivo alguno para que no debamos poseer ambas a la vez, puesto que la una es consecuencia natural de la otra, y la superior debe incluir a la inferior. Bastantes dificultades existen en el camino que conduce al dominio y desarrollo de uno mismo, y es una verdadera locura añadir otra de no escasa importancia a la lista. Aunque es innegable que un corazón puro nos servirá de mayor provecho que un cuerpo asimismo puro, esto no obstante, es indudable que este último puede sernos de gran utilidad, puesto que ninguno de nosotros está tan avanzado en el camino de la espiritualidad, que pueda permitirse prescindir del considerable apoyo que el cuerpo puede prestarnos. Todo lo que hace nuestro sendero más difícil y penoso de lo que naturalmente debe serio, es evidentemente algo que debe ser evitado. El nutrir el cuerpo con carne hace de él un pésimo instrumento, y de este modo se colocan obstáculos en el camino del alma, puesto que se intensifican todos los elementos groseros y todas las pasiones bastardas pertenecientes a los planos inferiores.

No es éste grave efecto el único sobre el cual durante la vida física debemos reflexionar. Si el hombre alimenta su cuerpo con manjares impuros, por este solo hecho se construye un cuerpo astral de una naturaleza grosera e impura y, como recordaremos, en este degradado vehículo debe pasar la primera parte de su vida después de la muerte. Debido a que ha construido su cuerpo astral con materiales groseros, se verá rodeado de toda clase de entidades de un tipo nada apetecible, las cuales de sus vehículos harán su casa, puesto que responderá fácilmente a sus más bajas pasiones. Si el hombre se nutre de materiales impuros, no sólo sus pasiones animales son más fácilmente excitadas acá en la tierra, sino que después de la muerte tendrá que sufrir agudamente a causa de ellas... De nuevo vemos aquí, aun considerando este asunto sólo desde el punto de vista egoísta, cuántas razones ocultas existen que demuestran la necesidad de nutrirse de alimentos puros. Cuando la visión superior examina el problema, nos demuestra de una manera todavía más vívida cuán repugnante y perjudicial es el comer carne, puesto que intensifica en nosotros todo aquello de lo cual debemos procurar libramos y, por lo tanto, desde el punto de vista del progreso, esa malhadada costumbre debe ser abandonada al momento y para siempre.


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