VEGETARIANISMO
y OCULTISMO
C.W.
Leadbeater
(Parte
3)
Menos Pasiones Animales
5º Porque
el comer cadáveres incita a la bebida y fomenta las pasiones animales en el
hombre. Mr. H. B. Fowler, que por espacio de cuarenta años ha
estudiado y dado conferencias acerca de la dipsomanía (tendencia
irresistible al abuso de bebidas alcohólicas) declara que el uso de la carne, por la excitación que provoca en el sistema
nervioso, prepara el camino a los hábitos de intemperancia en todos sentidos,
pues cuanta más carne se consume, tanto más serio es el peligro que se corre de
entregarse a las bebidas alcohólicas. Muchos médicos hábiles y prácticos han
llevado a cabo experimentos similares, los cuales les han servido de norma y
guía para tratar a sus clientes dipsomaníacos. No cabe
duda de que la costumbre de alimentarse de cadáveres estimula la parte inferior
de la naturaleza del hombre. Aún después de
haber comido de ese horrible alimento hasta la saciedad, el hombre siente que
todavía no está satisfecho; comprende vagamente que todavía le falta algo, por
cuyo motivo sufre tensiones nerviosas. Esta necesidad es debida simplemente al
hambre que sienten los tejidos del cuerpo, los cuales no pueden nutrirse con el
miserable y mezquino alimento que se les ofrece.
Para
satisfacer esta vaga necesidad, o mejor dicho, para calmar la agitación
nerviosa, se recurre frecuentemente a los estimulantes. A veces se toman
brebajes alcohólicos; otras se pretende mitigar esas sensaciones tomando café
negro; y otras veces se emplea tabaco fuerte para calmar los débiles e
irritados nervios. Aquí tenemos el principio de la intemperancia, puesto que en
la inmensa mayoría de los casos la intemperancia comienza con el intento de
calmar con estimulantes alcohólicos la indefinida sensación de necesidad que se
siente después de haber comido de
este pobre alimento,
que no alimenta.
De esto podríamos
citar innumerables ejemplos. Podríamos hablar de la irritabilidad que a
veces degenera en locura, la cual actualmente todas las autoridades en esta
materia reconocen que es un resultado frecuente de una alimentación insana.
Podríamos citar un centenar de síntomas comunes de indigestión, y explicar que
la indigestión es siempre el resultado de una alimentación inadecuada. Sin
embargo, bastante se ha dicho para demostrar la gran influencia que una
alimentación pura y racional tiene para el bienestar del individuo y de la
raza.
Mr. Bramwell Booth, jefe del Ejército de
Salvación, ha publicado una circular acerca del vegetarianismo en la cual habla
clara y decididamente en su favor, dando nada menos que una lista de
diecinueve razones plausibles por las
cuales los hombres debieran abstenerse de comer carne. Insiste con gran energía
acerca de que la alimentación vegetariana es
indispensable a la pureza, a la castidad y al perfecto dominio de los apetitos
y pasiones que con tanta frecuencia son la causa de grandes tentaciones. Hace
notar que la costumbre de comer carne es una de las causas de la embriaguez,
así como favorece la pereza, la somnolencia,
la carencia de
energía, las indigestiones, el
estreñimiento y toda
suerte de miserias
y sufrimientos. Sostiene que las erupciones cutáneas, las almorranas,
los vermes intestinales, la disentería y los fuertes dolores de cabeza, se
producen con suma frecuencia debido al uso de la carne, y cree que el gran
incremento que la tisis y el cáncer han tomado durante los últimos cien años,
tiene por origen el gran aumento que se nota en el consumo de los productos
animales.
Economía
6º Porque la alimentación vegetal es en todo caso más barata
y más sabrosa que la de la carne. Una de las razones que en favor del vegetarianismo expone Mr. Booth, en
la mencionada circular, es que "una alimentación vegetariana compuesta de
trigo, avena, maíz y otros granos; lentejas, guisantes, habichuelas, nueces y
otros productos similares, es diez veces más económica que la de la carne. La
mitad de los componentes de la carne consisten en agua, de modo que en realidad
se paga a doble precio del que uno cree. Un régimen vegetal, aun cuando formen
parte del mismo el queso, la manteca y la leche, sólo costará una cuarta parte
de lo que vale un régimen compuesto de carne y vegetales. Docenas de millares
de familias de nuestro pobre pueblo que ahora se ven en grandes apuros para
abastecerse de carne, podrían salir del paso substituyéndola por frutos,
vegetales y otros alimentos económicos, ganando mucho en el cambio".
Existe, además, un aspecto económico de
esta cuestión que no debe echarse en olvido. Notad cuántos más hombres podrían
ser alimentados con un determinado número de hectáreas de tierra que se
destinasen al cultivo del trigo, que si esta misma extensión de terreno se
empleara a producir pastos. Considerad también cuántos más hombres sanos se
verían trabajar la tierra en el primer caso que en el segundo. Creo, en verdad,
que convendréis conmigo en que se podría decir mucho bajo este punto de vista.
El Pecado de Matar los Animales
Hasta aquí sólo nos hemos ocupado de lo que
hemos convenido en llamar las consideraciones físicas y egoístas que debieran
inducir al hombre a abandonar la costumbre de comer carne y volver, aunque no
fuese más que por su propio decoro y provecho, a un régimen alimenticio más
puro. Analicemos ahora por breves momentos las consideraciones morales y anti-egoístas
relacionadas con sus deberes para con los demás. La primera de ellas -y esto me
parece a mí una cosa muy horrible- es el gran pecado de matar innecesariamente
los animales. Los que viven en Chicago saben muy bien que esa espantosa
carnicería está en su apogeo en su ciudad, puesto que la mayor parte de la
gente se alimenta de carne; pero deben saber también que la enorme suma de
dinero obtenida por medio de este abominable negocio está manchada con sangre.
Ya he demostrado con datos irrefutables que toda esta matanza, es completamente
innecesaria. La destrucción de la vida es
siempre un crimen. Puede darse, sin embargo, el caso en que dicha
destrucción sea el menor de dos males; pero aquí no existe necesidad alguna ni
nada que la justifique, puesto que sólo es debida al egoísmo y codicia de
aquellos que ganan dinero con la agonía de los animales, satisfaciendo el
pervertido gusto de los que son bastante depravados para apetecer tan inmundo
alimento.
Debe
tenerse en cuenta que los que se dedican al asqueroso negocio de la carne no
son los únicos culpables ante Dios, sino que también lo son todos aquellos que
se alimentan de ella, puesto que de esta suerte los estimulan remunerando su
crimen. Toda persona que come este impuro alimento tiene su
parte de responsabilidad en la falta, a causa del sufrimiento por medio del
cual ha sido obtenido. Es un axioma universalmente reconocido en las leyes que, qui facit per alium facit per se; esto es: todo lo que un hombre hace a otro se lo hace a sí
mismo. Habrá personas que dirán: si soy yo solo el que deja de
comer carne, poca será la diferencia que en esas hecatombes se notará. Esto es
inexacto y poco sincero; primero porque siempre habría alguna diferencia,
aunque esta persona sólo consumiese una libra o dos por día, dada que al cabo
de algún tiempo esta libra o dos diarias sumarían el peso de un animal; y en
segundo término porque no se trata aquí de la cantidad, sino de la complicidad
en el crimen, y si participa de los resultados derivados de este crimen, no
cabe duda de que ayuda a remunerarlo, y de este modo le alcanza directamente
una parte de culpa. Ninguna persona sincera dejará de ver que esto es así. Pero
por regla general, cuando se trata de sus bajas pasiones los hombres rechazan
la verdad y cierran los ojos a los hechos más evidentes. Creo, pues, que toda
persona imparcial convendrá en que toda esa terrible e innecesaria matanza es
un horrible crimen.
Otro punto importante que debe también
tenerse en cuenta es el que se refiere al modo inhumano de transportar los
pobres animales, y la crueldad que con frecuencia se despliega al
sacrificarlos. Aquellos que pretenden justificar tan abominables crímenes os dirán
que se están ensayando métodos para matar los animales con la mayor rapidez y
menos sufrimientos posibles; pero bastará con que leáis los escritos que tratan
del asunto para convenceros de que en muchos casos tales métodos no se
observan, resultando de ello los más espantosos sufrimientos.
La Degradación de los Matarifes
Debemos hablar también aquí de otro punto
referente a la iniquidad que se comete al ser causa de la degradación y pecados
de los demás. Si tuvieseis que emplear por vosotros mismos el cuchillo o el
hacha para matar al animal antes que pudieseis alimentaros con su carne,
comprenderíais al momento la repugnante naturaleza de semejante acto, y
probablemente muy pronto rehusaríais ejecutarlo. ¿Quisieran asimismo las
delicadas señoras que devoran sanguinolentos bistecs ver que sus hijos ejercen
de matarifes? Si no es así, no les asiste entonces derecho alguno para colocar
en manos de otros hijos de madre tan repugnante labor. No tenemos derecho
alguno a exigir que otros hagan un trabajo que nosotros mismos rehusamos hacer.
Quizás se dirá que nosotros no forzamos a nadie a que escoja ese abominable
modo de vivir, pero argumentar así es un mero subterfugio, puesto que al comer
el horrible alimento pedimos, por este simple hecho, que alguien se embrutezca;
pedimos que alguien se degrade hasta descender a un nivel inferior al de un ser
humano. No ignoráis que ha sido creado un cuerpo especial de hombres para
atender a la demanda de este artículo, los cuales son miradas con una mal
disimulada repugnancia. Es muy natural y lógico que aquellos que se embrutecen
ejerciendo tan inmunda tarea, sean también brutales en todo lo demás. Son de
índole salvaje y sanguinarios en sus disputas. He oído decir que en muchos
casos de asesinato se ha visto que el criminal dio el golpe del cuchillo en la
dirección peculiar que es característica en los matarifes. Creo que convendréis
en que ésta es una labor horrible, y que si tomáis parte en tan repugnante
negocio, siquiera no sea más que fomentándolo indirectamente, colocáis a otro
hombre en situación de ejecutar un trabajo del cual no tenéis necesidad alguna,
puesto que sólo sirve para gratificar vuestra sensualidad y pasiones, trabajo,
por otra parte, que en manera alguna consentiríais hacer por vosotros mismos.
Debemos recordar, además, que tenemos la plena seguridad de que llegará un
momento en que la paz universal y el mutuo afecto serán un hecho; llegará una
edad de oro en que las guerras cesarán; un tiempo en que el hombre dejará de
sentir la antipatía y la cólera, de suerte que todas las condiciones del mundo
serán distintas de las que actualmente prevalecen. ¿No creéis que el reino animal participará
también de los beneficios de esos felices tiempos que están por venir, y que la
horrible pesadilla de la matanza en gran escala desaparecerá del mundo? Las naciones realmente civilizadas saben
esto muy bien; pero los occidentales somos una raza joven todavía, y aún
tenemos muchas de las 'crudezas irreflexivas propias de la juventud; de no ser
así no permitiríamos ni por un solo momento que estas barbaridades se llevaran
a cabo entre nosotros. No cabe la menor sombra de duda de que el
futuro pertenece al vegetariano. Parece cosa indudable que en el futuro -y creo que
dicho futuro no está muy lejano- miraremos los tiempos actuales con disgusto y
con horror. A pesar de todos sus maravillosos descubrimientos, a pesar de su
magnífica maquinaria y de las grandes fortunas que con ella se han hecho, estoy
seguro que nuestros descendientes considerarán la época presente como muy
relativamente civilizada, y en realidad muy poco distinta del salvajismo. Uno
de los argumentos en que nuestros descendientes se apoyarán para calificamos de
semisalvajes será sin duda que permitimos entre nosotros esa innecesaria
matanza en gran escala de inocentes animales; que con ella engordábamos y
acumulábamos dinero; que organizábamos una clase especial de seres para que
hiciese tan inmundo trabajo por nosotros, y que no se nos subieron los colores
al rostro de aprovechamos de los resultados de su degradación. Todas estas
consideraciones sólo se refieren al plano físico. Permitidme ahora que os
exponga algo referente al lado oculto de este asunto. Hasta aquí os he
presentado un gran número de datos que creo fidedignos, los cuales podéis
comprobar por vosotros mismos. Podéis leer las declaraciones que acerca de
estas materias han hecho un buen número de doctores y hombres científicos.
Podéis comprobar el lado económico del asunto. Podéis ir y ver, si así os
place, de qué modo todas estas distintas clases de hombres se arreglan para
vivir con tan felices resultados del alimento vegetal. Todo cuanto he dicho
hasta aquí podéis comprobarlo. Pero ahora voy a dejar el campo de la ordinaria
argumentación física, y a conduciros a un nivel en donde, como es muy natural,
sólo tendréis por norma y guía el testimonio de aquellos que han explorado
estos elevados reinos. Estudiemos, pues, ahora el lado oculto del asunto.
Razones Ocultas
Bajo el citado título tenemos también dos
clases de razones: las que se refieren a nosotros mismos y a nuestro
desarrollo, y las que se relacionan con el gran esquema de la evolución, y con
nuestro deber para con ella. Así, pues, podemos clasificarlas una vez más de
egoístas y antiegoístas, si bien en un nivel mucho más elevado que el anterior.
Creo que en la primera parte de esta conferencia he demostrado hasta la
evidencia la bondad del régimen vegetariano. Todas las consideraciones y datos
aducidos son de una naturaleza tal que nada absolutamente se puede objetar en
contra suya. Esto sucede aún con mayor motivo cuando estudiamos el lado oculto
de nuestro asunto. Existen algunos estudiantes que rozan los linderos del
ocultismo que no están todavía preparados para seguir estrictamente sus
prescripciones, por cuyo motivo rechazan sus enseñanzas cuando están en
oposición con sus costumbres y deseos personales. Algunos de ellos sostienen que la cuestión
del alimento tiene una importancia muy relativa desde el punto de vista oculto.
Sin embargo, la opinión unánime de todas las grandes escuelas de ocultismo, así
de las antiguas como de las modernas, es bien clara y definida acerca de este
punto, y todas ellas convienen en que para todo verdadero progreso es indispensable
una absoluta pureza, lo mismo en el plano físico y por lo que al alimento se
refiere, que en otros niveles más elevados.
En anteriores conferencias he hablado con
bastante profusión de detalles acerca de la existencia de diferentes planos en
la naturaleza, así como del vasto mundo invisible que nos rodea. También he
tenido ocasión de hacer notar con frecuencia que el hombre posee en sí mismo
materia perteneciente a todos estos elevados planos, de suerte que está
provisto de un vehículo que corresponde con cada uno de ellos, por medio de los
cuales puede obrar y recibir impresiones.
¿Pueden estos elevados vehículos del hombre
ser afectados en algún modo por el alimento que entra en el cuerpo físico con
el cual están ellos tan estrechamente unidos?
No cabe duda de que debido a esta estrecha conexión así sucede. La materia
física del hombre está en estrecho contacto con la materia astral y mental del
mismo, tanto que hasta cierto punto cada una de ellas es una contraparte de la
otra. Existen muchas clases y grados de densidad en la materia astral, por cuyo
motivo es muy posible que un hombre posea un cuerpo astral compuesto de
partículas muy bastas y groseras, del mismo modo que otro puede poseer un
cuerpo constituido por partículas mucho más sutiles y delicadas. Como sea que
el cuerpo astral es el vehículo de las emociones, pasiones y sensaciones, de
aquí se sigue que el hombre cuyo cuerpo astral es de un tipo grosero, se
hallará con preferencia inclinado a las pasiones y emociones más groseras, al igual
que el hombre que posee un cuerpo astral sutil hallará que sus partículas
vibran con mayor facilidad en respuesta a las más elevadas y sutiles
aspiraciones y emociones. Por la mencionada razón el hombre que alimenta su
cuerpo físico con materiales groseros, introduce por este solo hecho en su
cuerpo astral, como lo ha hecho en su contraparte el físico, materia de un tipo
grosero y repugnante.
Nadie
ignora que el hombre que come carne con exceso presenta, físicamente hablando,
un tipo excesivamente antipático y grosero. Esto no sólo significa que el
cuerpo físico se halla en un estado poco apetecible, sino también que aquellas
partes del hombre que son invisibles a nuestra vista ordinaria, esto es, los
cuerpos astral y mental, no se hallan en mejores condiciones. Así, pues, el
hombre que se construye un cuerpo físico grosero e impuro se construye también
al mismo tiempo un cuerpo astral y mental de esta misma naturaleza. El hecho de
referencia es visible al momento para un clarividente desarrollado. El hombre
que puede ver esos elevados vehículos al momento se da cuenta de los efectos
que sobre ellos producen las impurezas del vehículo inferior; al momento ve la
diferencia que existe entre el hombre que nutre su vehículo físico con
materiales puros y el hombre que se alimenta de impura y marchita carne. Veamos
hasta qué punto esta diferencia afecta la evolución del hombre.
Vehículos Impuros
Es evidente que el deber del hombre con respecto a sí mismo es el de
desarrollar todos sus diferentes vehículos tanto como le sea posible, a fin de
hacerlos instrumentos perfectos del alma. Existe una etapa todavía más elevada
en la cual el alma misma se educa para ser un instrumento útil en manos del
Logos, un canal perfecto por donde fluye la gracia divina. Pero el primer paso hacia tan elevada meta consiste en
que el alma debe aprender a dominar por completo sus vehículos inferiores, de
modo que no surja en ellos ningún pensamiento o sentimiento excepto aquellos
que ella permita. Todos esos vehículos deben, por lo tanto, hallarse en el
mayor grado posible de perfección; deben ser puros y sin mancilla, y es
evidente que eso no puede conseguirse: en tanto que el hombre nutra su vehículo
físico con materiales impuros.
El cuerpo físico y sus sensaciones y
percepciones no pueden hallarse en su mayor grado de pureza a menos que el
alimento sea puro. Cualquiera que adopte el régimen vegetariano, pronto
principiará a notar que su gusto y olfato son mucho más sutiles que lo eran
cuando se alimentaba de carne, y que ahora puede percibir un sabor delicado en
alimentos que, como el arroz y el trigo, había creído antes que eran insípidos.
Lo mismo puede decirse con mucho mayor
motivo con respecto a los vehículos superiores. Sus sentidos tampoco pueden ser
sutiles y delicados si se introduce materia impura y grosera en ellos, pues
cualquier impureza los estorba y embota, y así se le hace mucho más difícil al
alma el poder emplearlos. Este es un hecho que ha sido constantemente
reconocido por el estudiante de ocultismo. Por esto veréis que todos aquellos
que en la antigüedad eran admitidos en los Misterios, eran siempre hombres de
la más exaltada pureza y, por supuesto, vegetarianos. El régimen carnívoro es
fatal en absoluto a todo verdadero progreso, y aquellos que lo adoptan colocan
muy serios a la vez que innecesarios obstáculos en su camino.
Me
consta que existen otras y todavía más elevadas razones que son de una
importancia mucho mayor que las del plano físico, y que la pureza del corazón y
del alma es más importante al hombre que la del cuerpo. Sin embargo, no hay
motivo alguno para que no debamos poseer ambas a la vez, puesto que la una es
consecuencia natural de la otra, y la superior debe incluir a la inferior.
Bastantes dificultades existen en el camino que conduce al dominio y desarrollo
de uno mismo, y es una verdadera locura añadir otra de no escasa importancia a
la lista. Aunque es innegable que un corazón puro nos servirá de mayor provecho
que un cuerpo asimismo puro, esto no obstante, es indudable que este último puede
sernos de gran utilidad, puesto que ninguno de nosotros está tan avanzado en el
camino de la espiritualidad, que pueda permitirse prescindir del considerable
apoyo que el cuerpo puede prestarnos. Todo lo que hace nuestro sendero más
difícil y penoso de lo que naturalmente debe serio, es evidentemente algo que
debe ser evitado. El nutrir el cuerpo con carne hace de él un pésimo
instrumento, y de este modo se colocan obstáculos en el camino del alma, puesto
que se intensifican todos los elementos groseros y todas las pasiones bastardas
pertenecientes a los planos inferiores.
No es éste grave efecto el único sobre el
cual durante la vida física debemos reflexionar. Si el hombre alimenta su cuerpo con manjares impuros, por este solo hecho
se construye un cuerpo astral de una naturaleza grosera e impura y, como
recordaremos, en este degradado vehículo debe pasar la primera parte de su vida
después de la muerte. Debido a que ha construido su cuerpo astral con
materiales groseros, se verá rodeado de toda clase de entidades de un tipo nada
apetecible, las cuales de sus vehículos harán su casa, puesto que responderá
fácilmente a sus más bajas pasiones. Si el hombre se nutre de materiales impuros, no sólo sus pasiones animales
son más fácilmente excitadas acá en la tierra, sino que después de la muerte
tendrá que sufrir agudamente a causa de ellas... De nuevo vemos aquí, aun considerando este asunto
sólo desde el punto de vista egoísta, cuántas razones ocultas existen que
demuestran la necesidad de nutrirse de alimentos puros. Cuando la visión
superior examina el problema, nos demuestra de una manera todavía más vívida
cuán repugnante y perjudicial es el comer carne, puesto que intensifica en
nosotros todo aquello de lo cual debemos procurar libramos y, por lo tanto,
desde el punto de vista del progreso, esa malhadada costumbre debe ser
abandonada al momento y para siempre.
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