UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
1
CONCEPTO DE LA TEOSOFIA
"Aún existe una escuela filosófica que la cultura moderna
ha perdido de vista". Con estas palabras comienza A. P. Sinnet su obra El
Mundo Oculto, la primera divulgación de la Teosofía, publicada hace treinta
años. Desde
entonces,
millares de personas han aprendido sabiduría en dicha escuela; y sin embargo,
la masa general de las gentes aún desconoce sus enseñanzas, de modo que sólo
pueden responder muy vagamente a la pregunta: "¿Qué es Teosofía?"
Dos libros hay que ya responden a esta pregunta: El Buddhismo Esotérico de Sinnet y La Sabiduría Antigua de la señora Besant. No
intento emular a estas dos obras magistrales, sino tan sólo presentar una exposición
lo más clara y sencilla que me sea posible, a propósito para servirles de
introducción. Solemos hablar de la Teosofía, no como de una religión en sí misma, sino
como de la verdad que por igual subyace en todas las religiones. Así es
en efecto.
Más desde otro punto de vista podemos decir que es al propio
tiempo filosofía, religión y ciencia.
Es filosofía porque nos explica
francamente el plan de evolución de a la par los cuerpos y las almas contenidos
en nuestro sistema solar.
Es religión en cuanto por habernos
mostrado el curso de la ordinaria evolución, también nos indica y aconseja un
método de abreviar dicho curso, de suerte que por consciente esfuerzo
adelantemos en mayor derechura hacia la meta.
Es ciencia porque no trata de
ambos asuntos como materia de creencia teológica, sino de directo conocimiento
asequible por estudio e investigación.
Afirma la Teosofía que
el hombre no necesita apoyarse en la fe ciega, porque tiene en su interior potencias latentes que una vez
actualizadas lo capacitan para ver y examinar por sí mismo: y además comprueba
su afirmación demostrando cómo pueden actualizarse dichas potencias.
Por otra, parte, la Teosofía en sí misma es el resultado de la
actualización de tales potencias, porque sus enseñanzas se fundan en directas
observaciones efectuadas en el pasado y únicamente posibles por medio de la
mencionada actualización. Como filosofía,
nos enseña que el sistema solar es un mecanismo cuidadosamente ordenado, la
manifestación de una magnificente vida, de la que el hombre es menuda parte.
Sin embargo, la Teosofía se ocupa en esta menuda parte que
inmediatamente nos atañe y la trata por completo en sus tres aspectos: pasado,
presente y futuro. La trata en el aspecto presente describiendo lo que en
realidad es el hombre cuando se le observa por medio de vigorizadas
facultades.
Suele decirse que el hombre tiene alma; pero la Teosofía, como
resultado de directa investigación, invierte la frase y afirma que el hombre
es un alma que tiene cuerpo, o mejor dicho varios cuerpos que son sus
instrumentos o vehículos en diversos mundos.
Estos mundos no están
separados en el espacio, sino simultáneamente presentes doquiera estamos
nosotros y susceptibles de examen. Son las divisiones del aspecto material
de la naturaleza, los diferentes grados de densidad de las agregaciones de
materia, según más adelante explicaremos al pormenor.
El hombre tiene
existencia en varios de dichos mundos; pero normalmente sólo es consciente en
el inferior,
aunque a veces en sueños y éxtasis vislumbre los superiores.
Lo que se llama muerte es la dejación del vehículo
correspondiente al mundo inferior; pero el alma o verdadero hombre en un mundo
superior no se altera ni queda afectada por ello, de la propia suerte que tampoco
se altera el hombre físico al despojarse de su gabán. Todo esto es materia de
observación y experiencia, no de especulación.
La Teosofía tiene mucho que enseñarnos respecto a la historia del
hombre, de cómo en el transcurso de la evolución ha llegado a ser lo que es.
También esto es materia de observación, porque hay un registro indeleble de todo cuanto ha sucedido, una especie de
memoria de la Naturaleza, cuyo examen reproduce ante los ojos del investigador
las escenas primitivas de la evolución como si ocurrieran en el momento
presente.
Estudiando de esta suerte el pasado sabemos que el hombre es de
origen divino y que tiene tras si una muy dilatada evolución de doble aspecto: la de la vida interna
del alma y la de la forma exterior.
Sabemos además que la vida del hombre como alma es de larguísima
duración, mientras que la que acostumbramos a llamar su vida es tan sólo un día
de su verdadera existencia. El hombre ha vivido ya muchos de estos días y ha de
vivir todavía muchos más; y para comprender la verdadera vida y su objeto la
hemos de considerar en relación no sólo de este día de ella que principia en el
nacimiento y acaba en la muerte, sino también a los días que la precedieron y a
los que le han de seguir. De los días futuros también hay mucho que hablar y
puede obtenerse sobre ello gran copia de concreta información, por conducto de
quienes están muchísimo más adelantados que nosotros en el camino de la evolución
y por consiguiente tienen directa experiencia de él. También cabe obtener dicha
información de inferencias derivadas de la marcha seguida por quienes nos
precedieron en el camino. La meta de este particular ciclo de evolución está a
nuestra vista aunque todavía muy por encima de nosotros; y parece que aun
después de alcanzada se abre una interminable senda de progreso a cuantos
quieran emprenderla. Una de las más admirables ventajas de la Teosofía es que a su
luz se resuelven muchos problemas, se desvanecen muchas dificultades, se
explican las aparentes injusticias de la vida, se descifran no pocos enigmas y
establece el orden en lo que caótico parece. Por lo tanto, aunque algunas de sus enseñanzas se funden, en la
observación de fuerzas cuya directa actividad está más allá del alcance del
hombre vulgar, si éste las acepta como hipótesis, no tardará en percatarse de
su exactitud, porque tan sólo ellas explican racionalmente y con acabada
coherencia el drama de la vida.
Entre las nuevas verdades capitales que la Teosofía trae al
mundo occidental, sobresale la de la existencia de Hombres perfectos y la
posibilidad de relacionarse con Ellos y recibir Sus enseñanzas.
Otra verdad igualmente importante es que el mundo no está
ciegamente zarandeado por la anarquía, sino que progresa bajo el gobierno de
una Jerarquía perfectamente organizada, de modo que es de absoluta
imposibilidad el definitivo fracaso y la eterna perdición de ni aun la entidad
más insignificante. El vislumbre de la actuación de dicha Jerarquía engendra
inevitablemente el deseo de cooperar con ella, de servir a sus órdenes por
humildes que sean nuestras facultades para en algún lejano porvenir ser dignos
de incorporarnos en los extremos de sus filas. Esto nos representa el aspecto
religioso de la Teosofía. Quienes llegan a conocer y
comprender estas enseñanzas, no se satisfacen con el lento caminar de los eones
de evolución y anhelosos de ser inmediatamente útiles, piden y obtienen el
conocimiento de un corto pero escarpado sendero. No hay medio de
liberarse de la obra que se ha de realizar. Es como subir una carga a la cumbre
de una montaña. Tanto si se lleva derechamente a la cumbre por un escabroso
atajo, como por el suave meandro de la falda, se ha de emplear en el esfuerzo
el mismo número de kilográmetros. Por consiguiente, para efectuar el mismo
trabajo en menos tiempo se necesitará determinado esfuerzo. Sin embargo, es
posible hacerla, porque algunos lo han hecho y aseguran que el resultado
compensa sobradamente la molestia. De este modo se van transcendiendo gradualmente
los vehículos hasta que el libertado hombre se convierte en inteligente
cooperador del grandioso plan de evolución de todos los seres. Además, la Teosofía da en su
concepto religioso una regla de conducta basada no en supuestos mandamientos promulgados
en remotos períodos del pasado, sino en el simple buen sentido según indican
los hechos.
La
actitud del estudiante de Teosofía respecto de las reglas que prescribe se
parece mucho más a la que adoptamos con las normas higiénicas que a la obediencia
de religiosos mandamientos. Podemos decir, si queremos, que tal o cual cosa
está de acuerdo con la divina voluntad, porque esta divina voluntad está
expresada en las leyes de la naturaleza y como quiera que la divina voluntad
ordenó sabiamente todas las cosas, infringir sus leyes equivale a perturbar la
suave actuación del plan, detener o retrasar por un momento aquella mínima
parte de la evolución y por consiguiente apenarnos y apenar a los demás. Tal es el motivo de que
el sabio obedezca las leyes naturales; pero no para escapar a la imaginaria ira
de una ofendida divinidad. Aunque desde cierto punto de vista podemos considerar
la Teosofía como religión, conviene señalar dos importantísimos puntos de
diferencia entre ella y lo que de ordinario se llama religión en Occidente.
En primer lugar no exige creencia alguna de sus adherentes ni
siquiera habla de creencia en el sentido vulgar de esta palabra. El estudiante
de la ciencia oculta o conoce una cosa o suspende todo juicio sobre ella, y en
su método no ha lugar para la ciega fe. Por supuesto que los
principiantes no pueden conocer por sí mismos y en consecuencia se les invita
a estudiar los resultados de diversas observaciones y aceptarlas como
hipótesis, hasta que con el tiempo sean capaces de por sí mismos comprobarlas.
En segundo lugar, la Teosofía nunca intenta convertir a nadie
de la religión que ya profese. Por el contrario, a cada cual le explica la
religión en que milita y lo capacita para descubrir en ella significados mucho
más profundos que los que hasta entonces coligiera. También le enseña a comprenderla y practicarla mucho mejor que
antes y en muchos casos le restituye en grado todavía superior la fe en ella,
que casi había perdido del todo.
Asimismo tiene la Teosofía el
aspecto de ciencia y en verdad es la ciencia de la vida y la ciencia del alma.
A todo objeto de estudio aplica el científico método de la paciente y a menudo
repetida observación; y tabulando después los resultados infiere las
consecuencias de ellos. De esta suerte ha investigado la Teosofía los diversos
planos de la naturaleza, las condiciones de la conciencia del hombre durante la
vida y después de lo que comúnmente se llama muerte.
Conviene insistir en
que las afirmaciones de la Teosofía sobre todas estas materias no son vagas
conjeturas ni dogmas de fe, sino que están fundadas en la directa y frecuente
observación de hechos y sucesos.
Los investigadores teosóficos se ocupan también hasta cierto
punto en materias propias de la deuda ordinaria, según verán quienes lean la
obra recientemente publicada sobre Química oculta. Por lo tanto, resulta que la
Teosofía entraña en íntima combinación algunas características de la filosofía,
la religión y la ciencia. Pero alguien acaso pregunte:
¿Cuál es el evangelio de la Teosofía para este apesadumbrado
mundo? ¿Cuáles los puntos básicos que se infieren de sus investigaciones?
¿Qué hechos capitales ha de exponer ante la humanidad?
Las respuestas se han resumido en tres principios fundamentales.
Hay tres verdades
absolutas y eternas, aunque puedan permanecer silenciosas por falta de
expresión.
“El alma humana es inmortal y su porvenir no tiene límites de
progreso y esplendor.”
“El Principio de vida
reside en nosotros y fuera de nosotros. Es imperecedero y eternamente benéfico.
No se le oye ni se le ve ni se le huele; pero lo percibe quien anhela
percepción.”
“Cada cual es su absoluto legislador; el que se rodea de luz o
se sume en tinieblas; el juez de su conducta, que lo premia o lo castiga.”
Estas verdades tan grandes como la vida misma son tan sencillas
como la más sencillamente del hombre. En forma abreviada y lenguaje vulgar, significan que Dios es
bueno, que el hombre es inmortal y que cosecha lo que siembra. Todo está sujeto a un
definido plan que actúa bajo inteligente dirección, con arreglo a leyes
inmutables. El
hombre tiene su lugar señalado en dicho plan y vive sujeto a dichas leyes. Si
las comprende y de acuerdo con ellas obra, adelantará rápidamente y será
dichoso. Si no las comprende y voluntaria o involuntariamente las quebranta,
retardará su progreso y será desdichado. Estas no son teorías sino verdades comprobadas. Quien lo dude, que lea
y lo verá.
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