martes, 16 de agosto de 2016

VEGETARIANISMO y OCULTISMO (Parte 4)

VEGETARIANISMO y OCULTISMO
C.W. Leadbeater

(Parte 4)


Deberes del Hombre para con la Naturaleza

Hay, además, el lado antiegoísta de esta cuestión, el cual es mucho más importante, y es el que se refiere a los deberes del hombre para con la naturaleza. Todas las religiones enseñan que el hombre debe siempre conformarse con la voluntad de Dios; que debe colocarse constantemente al lado del bien y combatir el mal; que debe favorecer la evolución en contra del retroceso. El hombre que se coloca al lado de la evolución comprende al momento la iniquidad que se comete al destruir la vida, pues sabe que del mismo modo que él se halla aquí en la tierra en este cuerpo físico para aprender las lecciones que este plano puede enseñarle, de la propia suerte el animal habita su cuerpo con el mismo objeto, puesto que por medio del mismo obtiene la correspondiente experiencia en su mucho más inferior etapa de desarrollo. Sabe que la vida que mora en el interior del animal es Vida Divina, y que toda vida en el mundo es Divina. Los animales son, por lo tanto, nuestros hermanos, aunque son hermanos más jóvenes, y a nosotros no nos asiste derecho alguno para disponer de sus vidas con el fin de satisfacer nuestros pervertidos gustos; no tenemos derecho alguno a causarles indecibles sufrimientos y una lenta agonía sólo para gratificar nuestra degradada y detestable sensualidad.


Con nuestro mal llamado "sport", y con nuestras matanzas en gran escala, hemos llevado las cosas a un punto en que todos los animales huyen a nuestra vista.
¿Es ésta la fraternidad universal de todas las criaturas de Dios?
¿Es ésta vuestra idea de la edad de oro que en lo futuro ha de imperar en el mundo, cuando toda criatura viviente huye a la presencia del hombre a causa de sus sanguinarios instintos?
Por efecto de nuestro inhumano modo de proceder fluye constantemente sobre nosotros una corriente malsana; se produce un efecto que sólo podríais comprender si os fuese posible percibirlo con la visión de los planos superiores. Cada uno de esos animales que tan bárbaramente sacrificáis tiene sus peculiares pensamientos y sentimientos con respecto a ese cruel acto, y siente horror, pena e indignación, así como una intensa aunque inexplicable percepción de la iniquidad que con él se comete. Toda la atmósfera que nos rodea está saturada de estas corrientes de angustia y dolor. Últimamente he oído decir a dos personas psíquicamente desarrolladas que percibían la inmunda y terrible aura que rodea a Chicago aun a varias millas de distancia. Lo mismo me dijo hace algunos años en Inglaterra Mrs. Besant, la cual mucho tiempo antes de llegar a la vista de Chicago sintió el horror de la repugnante atmósfera que en él se respira, así como que se apoderaba de ella una terrible angustia por cuyo motivo preguntó: "¿En dónde estamos, y por qué motivo se percibe aquí esta penosa sensación en el aire?" El poder percibir estos efectos de un modo tan vívido no está al alcance de las personas poco desarrolladas; sin embargo, aunque no todos los habitantes sean directamente conscientes de ellos, y no puedan percibirlos como Mrs. Besant, esto no obstante pueden tener la seguridad de que por su causa sufren inconscientemente, y que las terribles vibraciones de horror, espanto e injusticias, repercuten sobre ellos aunque no se den cuenta del fenómeno.




Desastrosos Resultados Invisibles

Las enfermedades nerviosas y el profundo malestar y debilidad tan comunes son debidos en gran parte a esta perniciosa influencia que a manera de una plaga se esparce sobre la ciudad. Ignoro cuántos millares de animales se sacrifican diariamente, pero sé que su número es muy crecido. Tened en cuenta que cada uno de esos seres es una entidad definida, aunque no una individualidad permanente que se reencarna como la vuestra o la mía, sino una entidad que vive en el plano astral y persiste allí durante un largo período de tiempo. Haceos cargo de que cada uno de ellos emite constantemente sus sentimientos de indignación y de horror por todas las injusticias y tormentos de que ha sido víctima. Tratad de comprender por vosotros mismos cuál ha de ser la terrible y nauseabunda naturaleza de la atmósfera que existe en torno de los mataderos. Recordad que un clarividente puede ver la inmensa hueste de esas almas animales, y que percibe lo muy enérgicos que son sus pensamientos de horror y venganza, y de qué modo éstos se precipitan sobre la raza humana. Tales sentimientos reaccionan en primer término sobre aquellos que son menos fuertes para resistirlos; sobre los niños, los cuales son más delicados y sensibles que el adulto empedernido. Esta ciudad es un sitio muy infecto e inmoral para educar niños; es un sitio en donde así la atmósfera física como la psíquica están saturadas de vapores de sangre y de toda suerte de impurezas.


Días pasados leí un artículo en el que se decía que el nauseabundo olor que despiden los mataderos de Chicago, y que a manera de peste fatal se extiende por la ciudad entera, no es después de todo la más mortífera influencia que se desprende de este infierno cristiano de los animales, aunque es el hálito de una muerte segura para muchos hijos de familia. Los mataderos no sólo son un antro pestilencial para los cuerpos de los niños, sino también para sus almas. No sólo se emplea a los niños en las faenas más repugnantes y crueles, sino que todos sus pensamientos son dirigidos hacia la comisión del asesinato a veces se encuentra alguno demasiado sensible para poder soportar el espectáculo y los gritos de esta incesante y espantosa lucha entre la cruel sensualidad del hombre y el innegable derecho que toda criatura tiene a la vida. He leído que un muchacho, a quien un sacerdote había procurado una plaza en el matadero, volvía a su casa todos los días pálido y enfermo; perdió el apetito y no podía conciliar el sueño, hasta que al fin fue a ver al ministro del evangelio del compasivo Cristo, y le dijo que estaba dispuesto a morirse de hambre si era necesario, pero que no le era posible volver a nadar en sangre un solo día más. Los horrores de la matanza le habían afectado de tal suerte que no podía conciliar el sueño. Sin embargo, son en gran número los muchachos que día tras día ven practicar esta matanza, hasta que al fin se endurecen lo bastante para convertirse a su vez en matarifes; puede suceder que algún día, en vez de degollar a un carnero o a un cerdo, maten a un hombre, en cuyo caso nosotros nos apresuramos a hacer otro tanto con ellos, creyendo que de este modo hacemos justicia.

He leído que una joven que practica muchas obras filantrópicas en el vecindario de los lazaretos, declara que lo que más le impresiona en los niños es que todos sus juegos consisten en matar, y que no tienen más miramientos para con los animales que los que tiene el matarife para con su víctima. Esta es la educación que los llamados Cristianos dan a los niños en los mataderos, una educación que tiende diariamente al asesinato; y luego dichos cristianos se sorprenden del crecido número de brutalidades y homicidios que tienen lugar en esta parte de la ciudad. A pesar de las mentadas brutalidades y crímenes que a diario se cometen, vuestro público Cristiano continúa murmurando tranquilamente sus oraciones, cantando sus salmos y escuchando sus sermones como si constantemente no se perpetrase semejantes ultrajes contra criaturas de Dios en esos inmundos antros de la perdición y del crimen. Seguramente la costumbre de comer carne ha producido la insensibilidad moral entre nosotros. ¿Creéis que obráis bien dando a vuestros futuros ciudadanos una semejante educación? Este modo de educar a la juventud produce inevitablemente resultados fatales en el plano físico; y desde el punto de vista oculto los produce todavía más terribles, puesto que el ocultista percibe los resultados psíquicos que se derivan de esta fatal costumbre; el ocultista ve de qué modo obran esas fuerzas sobre el pueblo, y cómo intensifican y estimulan toda suerte de crímenes; ve el centro de vicios y crímenes que habéis creado y ve también de qué modo la infección y pestilencia que del mismo proceden se esparcen gradualmente, hasta el punto que afectan al país entero, y aun a toda la llamada humanidad civilizada.

El mundo es afectado constantemente en muchos sentidos por este centro de vicios y crímenes que a la inmensa mayoría de las gentes no les es dable comprender en lo más mínimo. En la atmósfera existen constantemente sensaciones de terror sin causa que las justifique. Muchos de vuestros hijos sienten miedo, al parecer sin motivo alguno; están poseídos de terror sin saber por qué; tienen miedo en la oscuridad  o cuando por algunos momentos se les deja solos. Existen poderosas fuerzas en torno nuestro de las cuales no podéis daros cuenta, ni podéis comprender que proceden de que toda la atmósfera está saturada de la hostilidad de los animales sacrificados. Todo cuanto existe en la creación está íntimamente relacionado y no podéis ejercer ni consentir esa matanza en vuestros hermanos más Jóvenes, sin que los efectos que de tan mala acción se derivan, repercutan terriblemente sobre vuestros propios inocentes hijos.

No cabe duda de que vendrán tiempos mejores en que esa horrible y asquerosa mancha desaparecerá de nuestra civilización; en que la nota infamante desaparecerá de nuestras costumbres. Cuando el momento llegue gozaremos desde luego de una notable mejora en el modo de ser de nuestra sociedad, y gradualmente nos elevaremos a un nivel en donde nos veremos libres de todos esos terrores y odios instintivos.


Los Tiempos Mejores que nos Aguardan

Muy  pronto  podríamos  vernos  libres  de  esta  plaga,  bastando  para  ello  que  los hombres y mujeres quisieran reflexionar, puesto que, después de todo, el común de los hombres no son meros brutos y tienen por lo tanto medios para ser buenos si saben cómo pueden lograrlo. Pero el hombre no reflexiona, y días tras día continúa haciendo lo mismo sin comprender que constantemente toma parte en un terrible crimen. Sea como fuere, los hechos son hechos, y no hay modo de evadir sus efectos. Todos aquellos que toman parte en esta abominación ayudan a fomentar la extensión del crimen y, por lo tanto, debe alcanzarles la correspondiente responsabilidad. Vosotros sabéis que esto es así, por cuyo motivo podéis ver la terrible responsabilidad que os incumbe. Pero quizás me diréis:
¿Qué podemos  hacer  nosotros  para  mejorar  la  situación;  nosotros  que  sólo  somos  simples unidades en medio de esa inmensa masa humana?
Sólo por medio de unidades que se eleven por encima del nivel de la masa común, y que sean más civilizadas que el resto de los individuos, es como conseguiremos al fin una civilización más elevada de la raza como un todo. Debe venir una Edad de Oro, no sólo para el hombre, sino también para los reinos inferiores; debe llegar un tiempo en que la humanidad comprenderá sus deberes para con sus hermanos más jóvenes. Entonces no los destruirá, sino que los ayudará e instruirá, y de este modo recibiremos de ellos, no sensaciones de terror y de odio, sino vibraciones de amor,  de  afecto  y  amistad,  así  como  una  razonable  y  justa  cooperación.  Llegará  un momento en que todas las fuerzas de la Naturaleza trabajarán inteligentemente unidas para alcanzar la meta final, pero no con la desconfianza y lucha constante que caracteriza la época actual, sino con la universal aceptación de aquella Fraternidad que todo lo comprende y abarca, puesto que todos somos hijos del mismo Altísimo y Todopoderoso Padre.


Hagamos cuando menos el experimento; no queramos ser cómplices de esos repugnantes crímenes; esforcémonos todos en nuestro reducido círculo para hacer que llegue cuanto antes la hermosa era de paz y de amor que es el sueño dorado y el deseo más ardiente de todo hombre de corazón verdaderamente noble y generoso. Debemos a lo menos hacer este pequeño sacrificio a fin de que el mundo marche con toda la celeridad posible hacia su glorioso futuro. Debemos ser puros; nuestros pensamientos, acciones y alimento deben ser puros, de suerte que, así por medio del ejemplo como por medio de la palabra, debemos difundir el evangelio del amor y compasión hacia toda criatura viviente, y poner de una vez fin al reinado de la brutalidad y del terror, para apresurar de este modo el advenimiento del gran reino de la justicia y del amor, en el cual la voluntad de nuestro Padre se hará en la tierra como se hace en el cielo.



-FIN-

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