VEGETARIANISMO
y OCULTISMO
C.W.
Leadbeater
(Parte
4)
Deberes del Hombre para con la Naturaleza
Hay, además, el lado antiegoísta de esta
cuestión, el cual es mucho más importante, y es el que se refiere a los deberes
del hombre para con la naturaleza. Todas las religiones enseñan que el hombre
debe siempre conformarse con la voluntad de Dios; que debe colocarse
constantemente al lado del bien y combatir el mal; que debe favorecer la
evolución en contra del retroceso. El hombre que se coloca al lado de la evolución comprende
al momento la iniquidad que se comete al destruir la vida, pues sabe que del
mismo modo que él se halla aquí en la tierra en este cuerpo físico para
aprender las lecciones que este plano puede enseñarle, de la propia suerte el
animal habita su cuerpo con el mismo objeto, puesto que por medio del mismo
obtiene la correspondiente experiencia en su mucho más inferior etapa de
desarrollo. Sabe que la vida que mora en el interior del animal es Vida Divina, y que
toda vida en el mundo es Divina. Los animales son, por lo tanto, nuestros
hermanos, aunque son hermanos más jóvenes, y a nosotros no nos asiste derecho
alguno para disponer de sus vidas con el fin de satisfacer nuestros pervertidos
gustos; no tenemos derecho alguno a causarles indecibles sufrimientos y una
lenta agonía sólo para gratificar nuestra degradada y detestable sensualidad.
Con nuestro mal llamado "sport",
y con nuestras matanzas en gran escala, hemos llevado las cosas a un punto en
que todos los animales huyen a nuestra vista.
¿Es ésta la fraternidad universal de todas
las criaturas de Dios?
¿Es ésta vuestra idea de la edad de oro que
en lo futuro ha de imperar en el mundo, cuando toda criatura viviente huye a la
presencia del hombre a causa de sus sanguinarios instintos?
Por efecto de nuestro inhumano modo de
proceder fluye constantemente sobre nosotros una corriente malsana; se produce
un efecto que sólo podríais comprender si os fuese posible percibirlo con la
visión de los planos superiores. Cada uno de esos animales que tan bárbaramente
sacrificáis tiene sus peculiares pensamientos y sentimientos con respecto a ese
cruel acto, y siente horror, pena e indignación, así como una intensa aunque
inexplicable percepción de la iniquidad que con él se comete. Toda la atmósfera que nos rodea está saturada de estas
corrientes de angustia y dolor. Últimamente he oído decir a dos personas psíquicamente desarrolladas que
percibían la inmunda y terrible aura que rodea a Chicago aun a varias millas de
distancia. Lo mismo me dijo hace algunos años en Inglaterra Mrs. Besant, la
cual mucho tiempo antes de llegar a la vista de Chicago sintió el horror de la
repugnante atmósfera que en él se respira, así como que se apoderaba de ella
una terrible angustia por cuyo motivo preguntó: "¿En dónde estamos, y por qué motivo se percibe aquí
esta penosa sensación en el aire?" El poder percibir estos efectos de un modo tan vívido no
está al alcance de las personas poco desarrolladas; sin embargo, aunque no
todos los habitantes sean directamente conscientes de ellos, y no puedan
percibirlos como Mrs. Besant, esto no obstante pueden tener la seguridad de que
por su causa sufren inconscientemente, y que las terribles vibraciones de
horror, espanto e injusticias, repercuten sobre ellos aunque no se den cuenta
del fenómeno.
Desastrosos Resultados Invisibles
Las enfermedades nerviosas y el profundo
malestar y debilidad tan comunes son debidos en gran parte a esta perniciosa
influencia que a manera de una plaga se esparce sobre la ciudad. Ignoro cuántos
millares de animales se sacrifican diariamente, pero sé que su número es muy
crecido. Tened
en cuenta que cada uno de esos seres es una entidad definida, aunque no una
individualidad permanente que se reencarna como la vuestra o la mía, sino una
entidad que vive en el plano astral y persiste allí durante un largo período de
tiempo.
Haceos
cargo de que cada uno de ellos emite constantemente sus sentimientos de
indignación y de horror por todas las injusticias y tormentos de que ha sido
víctima. Tratad de comprender por vosotros mismos
cuál ha de ser la terrible y nauseabunda naturaleza de la atmósfera que existe
en torno de los mataderos. Recordad que un clarividente puede ver la inmensa
hueste de esas almas animales, y que percibe lo muy enérgicos que son sus
pensamientos de horror y venganza, y de qué modo éstos se precipitan sobre la
raza humana. Tales sentimientos reaccionan en primer término sobre aquellos que son
menos fuertes para resistirlos; sobre los niños, los cuales son más delicados y
sensibles que el adulto empedernido. Esta ciudad es un sitio muy infecto e inmoral para
educar niños; es un sitio en donde así la atmósfera física como la psíquica
están saturadas de vapores de sangre y de toda suerte de impurezas.
Días pasados leí un artículo en el que se
decía que el nauseabundo olor que despiden los mataderos de Chicago, y que a
manera de peste fatal se extiende por la ciudad entera, no es después de todo
la más mortífera influencia que se desprende de este infierno cristiano de los
animales, aunque es el hálito de una muerte segura para muchos hijos de familia. Los mataderos no sólo son un antro
pestilencial para los cuerpos de los niños, sino también para sus almas. No
sólo se emplea a los niños en las faenas más repugnantes y crueles, sino que
todos sus pensamientos son dirigidos hacia la comisión del asesinato a veces se
encuentra alguno demasiado sensible para poder soportar el espectáculo y los
gritos de esta incesante y espantosa lucha entre la cruel sensualidad del
hombre y el innegable derecho que toda criatura tiene a la vida. He leído que
un muchacho, a quien un sacerdote había procurado una plaza en el matadero,
volvía a su casa todos los días pálido y enfermo; perdió el apetito y no podía
conciliar el sueño, hasta que al fin fue a ver al ministro del evangelio del
compasivo Cristo, y le dijo que estaba dispuesto a morirse de hambre si era
necesario, pero que no le era posible volver a nadar en sangre un solo día más.
Los horrores de la matanza le habían afectado de tal suerte que no podía
conciliar el sueño. Sin embargo, son en gran número los muchachos que día tras día ven practicar esta matanza, hasta que al
fin se endurecen lo bastante para convertirse a su vez en matarifes; puede
suceder que algún día, en vez de degollar a un carnero o a un cerdo, maten a un
hombre, en cuyo caso nosotros nos apresuramos a hacer otro tanto con ellos,
creyendo que de este modo hacemos justicia.
He leído
que una joven que practica muchas obras filantrópicas en el vecindario de los
lazaretos, declara que lo que más le impresiona en los niños es que todos sus
juegos consisten en matar, y que no tienen más miramientos para con los
animales que los que tiene el matarife para con su víctima. Esta es la
educación que los llamados Cristianos dan a los niños en los mataderos, una
educación que tiende diariamente al asesinato; y luego dichos cristianos se
sorprenden del crecido número de brutalidades y homicidios que tienen lugar en
esta parte de la ciudad. A pesar de las mentadas brutalidades y crímenes que a
diario se cometen, vuestro público Cristiano continúa murmurando tranquilamente
sus oraciones, cantando sus salmos y escuchando sus sermones como si
constantemente no se perpetrase semejantes ultrajes contra criaturas de Dios en
esos inmundos antros de la perdición y del crimen. Seguramente la
costumbre de comer carne ha producido la insensibilidad moral entre nosotros. ¿Creéis
que obráis bien dando a vuestros futuros ciudadanos una semejante educación? Este
modo de educar a la juventud produce inevitablemente resultados fatales en el
plano físico; y desde el punto de vista oculto los produce todavía más
terribles, puesto que el ocultista percibe los resultados psíquicos que se
derivan de esta fatal costumbre; el
ocultista ve de qué modo obran esas fuerzas sobre el pueblo, y cómo
intensifican y estimulan toda suerte de crímenes; ve el centro de vicios y
crímenes que habéis creado y ve también de qué modo la infección y pestilencia
que del mismo proceden se esparcen gradualmente, hasta el punto que afectan al
país entero, y aun a toda la llamada humanidad civilizada.
El mundo es afectado constantemente en
muchos sentidos por este centro de vicios y crímenes que a la inmensa mayoría
de las gentes no les es dable comprender en lo más mínimo. En la atmósfera
existen constantemente sensaciones de terror sin causa que las justifique. Muchos de vuestros hijos sienten miedo, al
parecer sin motivo alguno; están poseídos de terror sin saber por qué; tienen
miedo en la oscuridad o cuando por
algunos momentos se les deja solos. Existen poderosas fuerzas en torno nuestro
de las cuales no podéis daros cuenta, ni podéis comprender que proceden de que
toda la atmósfera está saturada de la hostilidad de los animales sacrificados.
Todo cuanto existe en la creación está íntimamente relacionado y no podéis
ejercer ni consentir esa matanza en vuestros hermanos más Jóvenes, sin que los
efectos que de tan mala acción se derivan, repercutan terriblemente sobre
vuestros propios inocentes hijos.
No cabe duda de que vendrán tiempos mejores
en que esa horrible y asquerosa mancha desaparecerá de nuestra civilización; en
que la nota infamante desaparecerá de nuestras costumbres. Cuando el momento
llegue gozaremos desde luego de una notable mejora en el modo de ser de nuestra
sociedad, y gradualmente nos elevaremos a un nivel en donde nos veremos libres
de todos esos terrores y odios instintivos.
Los Tiempos Mejores que nos Aguardan
Muy pronto
podríamos vernos libres
de esta plaga,
bastando para ello
que los hombres y mujeres
quisieran reflexionar, puesto que, después de todo, el común de los hombres no
son meros brutos y tienen por lo tanto medios para ser buenos si saben cómo
pueden lograrlo. Pero el hombre no reflexiona, y días tras día continúa
haciendo lo mismo sin comprender que constantemente toma parte en un terrible
crimen. Sea como fuere, los hechos son hechos, y no hay modo de evadir sus
efectos. Todos aquellos que toman parte en esta abominación ayudan a fomentar
la extensión del crimen y, por lo tanto, debe alcanzarles la correspondiente
responsabilidad. Vosotros sabéis que esto es así, por cuyo motivo podéis ver la
terrible responsabilidad que os incumbe. Pero quizás me diréis:
¿Qué
podemos hacer nosotros
para mejorar la
situación; nosotros que
sólo somos simples unidades en medio de esa inmensa masa
humana?
Sólo por medio de unidades que se eleven por encima del
nivel de la masa común, y que sean más civilizadas que el resto de los
individuos, es como conseguiremos al fin una civilización más elevada de la
raza como un todo. Debe venir una Edad de Oro, no sólo para el hombre, sino
también para los reinos inferiores; debe llegar un tiempo en que la humanidad
comprenderá sus deberes para con sus hermanos más jóvenes. Entonces no los
destruirá, sino que los ayudará e instruirá, y de este modo recibiremos de
ellos, no sensaciones de terror y de odio, sino vibraciones de amor, de
afecto y amistad,
así como una
razonable y justa
cooperación. Llegará un momento en que todas las fuerzas de la
Naturaleza trabajarán inteligentemente unidas para alcanzar la meta final, pero
no con la desconfianza y lucha constante que caracteriza la época actual, sino
con la universal aceptación de aquella Fraternidad que todo lo comprende y
abarca, puesto que todos somos hijos del mismo Altísimo y Todopoderoso Padre.
Hagamos cuando menos el experimento; no
queramos ser cómplices de esos repugnantes crímenes; esforcémonos todos en
nuestro reducido círculo para hacer que llegue cuanto antes la hermosa era de
paz y de amor que es el sueño dorado y el deseo más ardiente de todo hombre de
corazón verdaderamente noble y generoso. Debemos a lo menos hacer este pequeño
sacrificio a fin de que el mundo marche con toda la celeridad posible hacia su
glorioso futuro. Debemos ser puros; nuestros pensamientos, acciones y alimento
deben ser puros, de suerte que, así por medio del ejemplo como por medio de la
palabra, debemos difundir el evangelio del amor y compasión hacia toda criatura
viviente, y poner de una vez fin al reinado de la brutalidad y del terror, para
apresurar de este modo el advenimiento del gran reino de la justicia y del
amor, en el cual la voluntad de nuestro Padre se hará en la tierra como se hace
en el cielo.
-FIN-
No hay comentarios.:
Publicar un comentario