CUARTA CONFERENCIA
Parte I
Tomado del libro: “La Genealogia del Hombre.”
De Annie Besant
Queridos amigos:
Hemos visto que el hombre se separó en sexos a
la mitad de la tercera Raza, hace de ello unos 18.000.000 de años. Sin embargo, mientras el tercer ojo no quedó
completamente obstruido por la densa materia, la Mónada ejerció directamente
alguna ligera influencia sobre sus vehículos. Esta influencia
disminuyó a medida que la densidad de la materia aumentó, y desarrollándose más
y más la mente inferior, arrastró a la Mónada hasta el fondo, obligando a que
pasasen a través de ella toda clase de influencias. En los tiempos
en que la cuarta Raza nació, la parte más avanzada de la humanidad había negado
a este estado, y de aquí que se diga que los Atlantes eran la "primera
raza verdaderamente humana y terrestre" (D. S., II, 218.).
El continente
Atlante surgió lentamente
a medida que
el continente Lemuria
se cuarteó, debido
a los terremotos y erupciones
volcánicas: el uno surgió a medida que el otro se hundió. Los tipos más
idóneos para la cuarta Raza -los más intelectualmente desarrollados, los más
robustos y más densos de cuerpo- fueron elegidos de la tercera Raza por el Manu
de la cuarta, y fueron conducidos hacia el norte, hacia la Imperecedera Tierra
Sagrada, para ser aislados y desarrollados, y para establecerlos, al abandonar esta
"una de las razas, en las partes norte del Asia no afectadas por las
grandes catástrofes Lemures. Las primeras dos subrazas de los
Atlantes fueron contemporáneas de la sexta y séptima subrazas Lemures durante
la última parte de la Edad Secundaria que precedió a la gran catástrofe Lemur
que tuvo lugar 700.000 años antes de la conclusión de dicha edad. El período más
glorioso de espiritualidad de la cuarta Raza -el de su dinastía divina- se
desarrolló en la Edad Eocena, y el primer gran cataclismo que la destruyó tuvo
lugar cerca de la mitad de la Edad Miocena, hace de ellos unos cuatro millones
de años. Otra grande y
espléndida civilización -la Tolteca- se
desarrolló después de este primer cataclismo, la cual fue destruida por la
catástrofe de hace 850.000 años . Otras civilizaciones siguieron a ésta, pero ninguna de
ellas rayó a tanta altura. De estas últimas hablaremos luego. El último resto del continente Atlante, la isla
llamada Poseidonis por Platón, se sumergió 11.000 años hace, 9504 años antes de
Cristo. El enorme
continente que nosotros llamamos Atlante, el continente de la cuarta Raza,
llamado Kusha en los anales ocultos,
abarcaba el norte de Asia -intacto, como se ha dicho, desde los tiempos Lemures
extendiéndose más allá del norte del gran mar que ahora es el Desierto de Gobi.
Se extendía hacia el oriente en una grande y compacta lengua de tierra que
incluía la China y el Japón, pasando más allá de ellos a través del actual
Océano.
Existe una gran
oscuridad acerca de estas fechas. H. P. B. coloca la primera catástrofe a la
mitad de la Edad Miocena (D. S., II, 751, 755); Y en la nota de la página 328
dice que "la mayor parte del
continente Atlante pereció algunos millones de años hace".
La catástrofe de
hace 850.000 años, la de la Edad Pliocena, la llama la de la Ruta y Daitya,
evidentemente porque la tierra que posteriormente formó las islas así llamadas
fue entonces separada de América, y coloca la primera división de la Raza Aria
cerca de 200.000 años antes de esta catástrofe, esto es, más de un millón de
años.
De este modo la edad de la quinta Raza se fija una vez más
(II, 9), Y esto coincide con otras autoridades, pudiendo ser considerada
provisionalmente como exacta. Pero esto está en abierta oposición con un dato
aislado (II, 755) que coloca este millón de años antes de la catástrofe
Miocena, contradiciendo por completo los otros datos que concuerdan entre sí, y
que generalmente han sido aceptados. Entre la Doctrina Secreta y la Historia de los Atlantes
existe una seria discrepancia. La catástrofe de hace 850.000 años es la
segunda, según la Doctrina Secreta, pero según la Historia de los Atlantes es
la primera. La tercera (o segunda) catástrofe de hace 200.000 años no se
menciona en la Doctrina Secreta, al paso que en la Historia de los Atlantes se
habla de ella como de una cosa "relativamente insignificante'. Además, la
Doctrina Secreta tampoco se ocupa de la catástrofe de hace 80.000 años. El
hecho es que las convulsiones y la división de los hechos del océano
continuaron más o menos violentamente durante edades, y una u otra convulsión
debía ser elegida como dato para hacer constar este hecho. Por lo que a mí
se refiere, no poseo dato alguno para poder fijar fechas antiguas y, por lo
tanto, en este bosquejo he tomado los de la Doctrina Secreta.
Pacífico del
norte, tocando casi las costas occidentales de la América del Norte. Hacia el
sur abarcaba la India y Ceilán, Burmah y la península Malaya, y hacia el
oriente incluía la Persia, la Arabia y Siria, el Mar Rojo y Abisinia, ocupando
la cuenca del Mediterráneo, cubriendo el sur de Italia y España y proyectándose
desde Escocia e Irlanda, hallándose sobre la superficie de las aguas lo que es
ahora mar, se extendía hacia el occidente, abarcando el actual Océano Atlántico
y una gran parte del Norte y Sur de América. La catástrofe que lo dividio a la mitad de la Edad
Miocena, hace cerca de cuatro millones de años, en siete islas de diversos
tamaños, hizo aparecer sobre la superficie de las aguas Noruega y Suecia, una
gran parte del sur de Europa, Egipto, casi toda el América, y una gran porción
del Norte de América, al paso que, hundiéndose el norte de Asia, separo a los
Atlantes de la Imperecedera Tierra Sagrada. Las tierras posteriormente llamadas Ruta y Daitya, al
presente lecho del Atlántico, fueron separadas de América; sin embargo, una
lengua de tierra las unja, lengua que se sumergió en la catástrofe de hace
850.000 años, en el último periodo Plioceno, dejando a las dos tierras como
islas separadas. Estas dos islas perecieron a su vez hace de ello unos
200.000 años, dejando Poseidonis en medio del Atlántico. Con respecto a las
fechas en que ocurrieron las catástrofes, y a la relativa distribución de mar y
tierra, debe recordarse que estas fechas varían según sean las catástrofes
elegidas por el cronista, y el punto entre periodos enormemente separados en el
cual se hace el mapa. Los informes de que
se dispone son fragmentarios, Y no siempre es fácil hacerlos concordar; de aquí
que las fechas más arriba dadas deben ser consideradas como provisionales.
Los Lemures
elegidos como progenitores del tronco Atlante, y guiados por su Manu a la
Imperecedera Tierra Sagrada, fueron divididos en grupos, ocupando las siete
zonas o promontorios de la tierra. "Así,
dos por dos, en las siete zonas", dice el Libro de Dzyam, "La tercera
Raza dio nacimiento a la cuarta (Stanzas, D. S., II, 23.), hace de ello
cerca de ocho millones de años, en la última parte de la Edad Secundaria. Nacieron bajo el imperio de la Luna y
Saturno - Soma y Shani- y mucha de la
magia negra que se desarrollo entre ellos, especialmente en la subraza Tolteca,
fue obtenida por medio de un hábil empleo de los "rayos oscuros" de
la luna, las emanaciones de la parte oscura de la luna. A Saturno fue en
parte debido al gran desarrollo de la mente concreta que distinguió a esta
subraza, y una gran parte del saber egipcio fue obtenido bajo su influencia.
Eran también llamados los "hijos de Padmapani", siendo la flor del
loto un símbolo de la generación, una alusión al hecho de que la cuarta Raza fue
generada por la unión de los sexos. La gran densidad alcanzada entonces por el
cuerpo humano trajo a la mente el claro conocimiento de los choques ocasionados
por los sólidos, a cuyos choques las formas más sutiles de los primitivos
tiempos apenas habían ofrecido resistencia.
En la primera
subraza de la cuarta Raza, la Rmoahal, de hermoso color, encarnaron los Asuras,
la primera clase de Pítris Solares y Mónadas exlunares. Después de
largas edades, cuando el tipo Atlante fue definitivamente formado, se
dirigieron hacia el sur, y bajo la dirección y gobierno de sus Reyes divinos,
los Pitris Agnishvatta, desarrollaron gradualmente una poderosa civilización. Rechazaron ante
sí a los Lemures que todavía habitaban en Africa y en las tierras contiguas que
habían surgido del Atlántico, construyendo grandes ciudades, y convirtiéndose
en un pueblo fijo y estable. El tercer ojo funcionaba todavía, pero los dos
ojos físicos ordinarios se habían desarrollado y lo reemplazaban. El mundo astral
no se había cerrado todavía por completo a la visión ordinaria, de suerte que
aún existía bastante susceptibilidad a las impresiones astrales, y mucha
docilidad a los mandatos de sus Gobernadores divinos en los cuales confiaban, y
quienes eran prácticamente adorados por aquellos a quienes Ellos dirigían y
educaban. Los Asuras
no eran aún bastante dueños de sus cuerpos para poder dirigir su atención al
dominio de los demás, y la joven civilización continuó tranquilamente su
marcha. La segunda
subraza, los Tlavatli, de color amarillo, se desarrolló en la tierra que ahora
se halla debajo del Atlántico, dirigida y guiada todavía desde arriba por los
Reyes divinos. A medida que pasaron los tiempos, los Asuras se colocaron
asidua y regularmente a la cabeza de la evolución humana, pero todavía eran
dóciles a los mandatos de los Señores de la Luz, gobernando grandes comarcas y
trabajando por el mejoramiento de la agricultura y arquitectura, las cuales
hicieron grandes progresos bajo su acertada dirección. Nada hay en la civilización Atlante tan
pacíficamente grande como este primer período que transcurrió bajo el gobierno
de los Reyes divinos. Mientras tanto, bajo el cielo occidental, principiaban a
desarrollarse las semillas de una subraza más intelectual a la par que más
densamente física, la subraza llamada Tolteca, destinada a llevar la
civilización de la cuarta Raza a su más elevado nivel material, y también a
sufrir su más tremenda caída. Los más poderosos Asuras y los mejores Pitris Solares
encarnaron en ella, estableciéndose en tierras que no habían sido afectadas por
la gran convulsión que dividió el continente Atlante en las siete grandes
islas. Esta convulsión destruyó la mayor parte de la primera y segunda
subrazas, dejando sólo algunos restos. Los restos de la primera subraza se dirigieron hacia el
norte, disminuyeron de estatura, y cayeron en la barbarie. Los restos de la
segunda subraza se dirigieron hacia el sur y oriente, y se mezclaron con los
Lemures que todavía quedaban en las comarcas que invadieron, dando así origen a
los pueblos Dravidianos.
De este modo fue
despejado el campo para dar lugar a la acción de la gran subraza Tolteca, raza
hermosa y bien proporcionada, gigantesca todavía, de unos veintisiete pies de
estatura, pero de aspecto agradable, de color desde el rojo al rojo-oscuro. Sus
cuerpos y los de la cuarta y quinta subrazas, eran de una materia más densa que
ninguno de los que les precedieron o siguieron después; estos cuerpos poseían
una dureza y solidez suficientes para poder doblar una barra de nuestro hierro
actual si se arrojaba violentamente contra ellos o para romper una barra de
nuestro acero si se les golpeaba fuertemente con ella. Uno de nuestros cuchillos no hubiera podido
cortar su carne, y más que a su carne cortaría un trozo de nuestra piedra
actual. Inútil será añadir que los minerales de su tiempo eran mucho más duros
que los nuestros, y que su relativa dureza con respecto a estos cuerpos
humanos, era tanta como la de nuestros minerales con respecto a nuestros
cuerpos actuales. Otra peculiaridad
era el extraordinario poder que poseían de curarse las heridas. Con la mayor
facilidad se curaban las más profundas y graves heridas que recibían en las
batallas o por accidentes, pues la carne se volvía a unir y sanaba con la más
asombrosa rapidez. No experimentaban sacudimientos nerviosos a causa de graves
heridas, ni sufrían muy intensamente debido a las torturas físicas que la
crueldad humana infringía deliberadamente. La estructura
nerviosa era robusta pero no delicada, ni estaba primorosamente equilibrada en
su entrelazamiento interno. De
aquí que pudiese
soportar sin detrimento,
sacudimientos y choques
que postrarían a un hombre de la quinta Raza, y sufrir tensiones
violentas y convulsiones que, a este hombre de la quinta Raza, le producirían
la ruina del sistema nervioso. Una carne semejante a la roca, y unos nervios
semejantes a alambres de acero, describiría a la perfección los cuerpos de
estas subrazas. El naciente sentido del gusto solo
respondía a los estimulantes cuya naturaleza era muy poderosa, y no podía
distinguir ningún sabor delicado. La carne pútrida, el pescado cuyo sabor era
muy fuerte y pronunciado, el ajo y todas las plantas de sabor muy acre y
picante; los sólidos y líquidos más ásperos y amargos, eran para ellos los
únicos manjares apetitosos. Todo lo demás era
insípido y carecía de sabor para ellos. Como que no poseían el sentido del
olfato, podían vivir tranquilos en medio de la mayor inmundicia, y aunque las
clases elevadas eran más escrupulosas en cuanto a sus personas y moradas, la
vecindad de la inmundicia no les inquietaba en lo mínimo, con tal que no
ofendiese su vista. Las huellas de estas peculiaridades físicas todavía persisten en un gran
número de sus descendientes. Los Indios del Norte de América se reponen de
heridas que matarían al hombre de la quinta Raza, ya sea que dichas heridas
afecten los tejidos o el sistema nervioso. Estos indios pueden soportar
valientemente torturas bajo las cuales el hombre de la quinta raza
desfallecería al momento. Los burmanos conservan carne y pescado, y cuando
estos alimentos se hallan en estado de descomposición, los saborean como un
manjar delicado, y todos pueden vivir entre pestilenciales hedores que
producirían náuseas al hombre de la quinta Raza.
El tercer ojo,
que, como hemos visto, se había retirado al interior, y se había oscurecido más
y más con el incremento de la densidad de la materia, desapareció por completo
como órgano físico durante la subraza Tolteca, pero continuo funcionando
activamente durante largas edades en las subrazas sucesivas.
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