UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
2
DE LO ABSOLUTO AL HOMBRE
En nuestro actual
estado de evolución, nada podemos saber de lo Absoluto, de la Infinito, de lo
Omni-abarcante, sino que es.
Nada podemos decir que
no sea limitado y por lo tanto inexacto.
En lo Absoluto se
contienen innumerables universos y en cada universo muchedumbre de sistemas solares.
Cada
sistema solar es la expresión de un poderoso Ser a quien llamamos el Logos, la
Palabra de Dios, la Divinidad Solar. Es lo que los hombres significan por
Dios.
Penetra todo el sistema solar en el que nada hay que no sea El.
Es el sistema solar la manifestación del Logos en la materia visible. Sin
embargo, el Logos vive más allá y externamente al sistema solar con estupenda
vida propia entre Sus iguales.
Según dice una
Escritura oriental:
"Sabe que después
de formar el universo entero con un átomo de mi Ser, sigo existiendo".
Nada podemos saber de
la superior vida propia del Logos; pero de la porción de Su vida que vitaliza
Su sistema, algo podemos saber en los niveles inferiores de la manifestación.
No podemos verle; pero sí podemos ver la actuación de su
poderío.
Ningún clarividente
puede ser ateo, porque demasiado formidable es la evidencia. De Su propio ser
puso este grandioso sistema en existencia.
Los
que a este sistema pertenecemos somos evolucionantes porciones de la vida del
Logos, chispas de Su divino Fuego. De El procedemos y a El hemos de volver.
Muchos han preguntado
que por qué emanó el Logos de Sí mismo este sistema y nos ha enviado a
arrostrar las borrascas de la vida. No podemos saberlo ni es cuestión práctica.
Basta que estemos en este mundo y nuestro deber es conducirnos óptimamente.
Sin embargo, muchos
filósofos han especulado sobre este punto y han expuesto varias opiniones. La
mejor que conozco es la de un filósofo gnóstico, quien dice: "Dios es amor, pero el amor en
sí mismo no puede ser perfecto a menos que haya en quienes prodigarlo y puedan
corresponderlo. Por lo tanto, el Logos se manifestó en la materia y puso límites
a Su gloria, a fin de que por medio del natural y lento proceso de evolución
viniéramos a la existencia y de acuerdo con Su voluntad fuéramos desenvolviéndonos
hasta alcanzar Su nivel, porque entonces el amor de Dios sería más perfecto,
pues podría prodigarlo en Sus propios hijos, quienes lo comprenderían y
corresponderían a él, de suerte que se realizaría el magno plan del Logos y se
cumpliría Su voluntad".
No
sabemos en qué estupendas alturas reside la conciencia del Logos ni cuál es su
verdadera naturaleza tal como allí se manifiesta; pero cuando se coloca en
condiciones que están a nuestro alcance, su
manifestación es siempre trina y así es que como Trinidad lo conciben todas
las religiones. Son Tres y sin embargo esencialmente Uno. Son tres
Personas (por persona se entiende una máscara) y sin embargo un solo Dios que
se manifiesta en tres aspectos. Son Tres aspectos para nosotros, que los
miramos desde nuestro inferior nivel, porque Sus funciones son diferentes; pero
son Uno para El porque sabe que sólo son fases o facetas de Sí mismo. Los tres
Aspectos se relacionan con la evolución del sistema solar y también con la del
hombre.
Esta evolución es Su
voluntad y el método de ella Su plan.
Inmediatamente después del Logos y formando parte de El de
misteriosa manera están Sus siete ministros, llamados a veces los Espíritus
planetarios.
Empleando un símil
tomado de la fisiología del cuerpo humano, la relación de los Espíritus
planetarios con el Logos puede compararse a la de los ganglios nerviosos con el
cerebro.
Toda evolución dimanante del Logos se transmite por medio de uno
u otro de los Espíritus planetarios.
Después de estos Espíritus siguen numerosas huestes u órdenes de
Seres espirituales a que llamamos ángeles o devas.
No conocemos todas las funciones que desempeñan en las
diferentes partes de este admirable plan, pero sí sabemos que algunos están
íntimamente relacionados con la construcción del sistema solar y el
desenvolvimiento de la vida en él.
En nuestro mundo hay un Ministro que representa al Logos y
gobierna en absoluto la evolución que se efectúa en este planeta.
Podemos concebirlo como
el verdadero REY de éste mundo y a sus órdenes están varios agentes encargados
de diferentes departamentos,
uno de los cuales atañe
a la evolución de las diferentes razas humanas, de suerte que cada raza
principal tiene un Jefe que la establece, la diferencia de las demás y preside
su desenvolvimiento.
Otro departamento es el
de religión y educación, del que han surgido todas las religiones y los insignes
Instructores de que nos habla la historia. El ministro encargado de este
departamento o viene individualmente o envía a alguno de Sus discípulos a
fundar una nueva religión cuando comprende que es necesaria. Por lo tanto,
todas las religiones, al aparecer en el mundo, contenían una concreta
afirmación de la verdad que siempre ha sido fundamentalmente la misma, aunque
su exposición varió a causa de las diferencias entre las razas a quienes se
revelaba. Por las condiciones de civilidad y el grado de evolución en que cada
raza se hallaba, era conveniente exponer esta única verdad en diversas formas.
Pero la verdad esencial es siempre la misma; así como la fuente de que dimana,
aunque el aspecto externo parezca diferente y aun contradictorio. Es insensato
que los hombres se peleen sobre la superioridad de tal o cual instructor o
doctrina, porque el instructor es siempre un enviado de la Gran Fraternidad de
Adeptos y sus enseñanzas coinciden siempre en los puntos capitales de ética y
moral. Hay en el mundo un conjunto de verdades subyacentes en todas las
religiones, que representan los hechos de la naturaleza tal coma hoy día los
conoce el hombre. A causa del desconocimiento de estas verdades, las gentes
ignorantes y profanas disputan sobre si hay Dios, si el hombre sobrevive a la
muerte, si le es posible progresar y cuál es su relación con el universo. Estas cuestiones
empezaron a inquietar la mente del hombre desde que despertó su inteligencia.
No son enigmáticas coma suele suponerse, pues la respuesta está al alcance de
cualquiera que se esfuerce debidamente en hallarla. La verdad es asequible y
la obtendrá todo aquel en que en obtenerla se esfuerce.
En las primeras etapas
de la evolución de la humanidad, los superiores dignatarios de la Jerarquía
provienen del exterior, es decir, de otros puntos mayormente evolucionados del
sistema; pera tan pronto como los hombres alcanzan por la enseñanza recibida el
suficiente nivel de poder y sabiduría, se encargan de ejercer el oficio de
aquellos dignatarios.
Para que un hombre
pueda ejercerlo ha de ascender a muy alto nivel y llegar a lo que se llama un
adepto, un ser de tanta bondad, poder y sabiduría que sobresalga de entre el
resto de la humanidad por haber alcanzado la cúspide de la evolución humana y cumplido
lo que el plan de Dios le señalaba para su cumplimiento durante el actual ciclo
de evolución.
Sin embargo, prosigue evolucionando más allá de dicho nivel, en camino de la
divinidad. Gran número de hombres de las principales naciones del mundo han
ascendido al nivel del adeptado. Son excelentes almas que con indomable valor
asaltaron los alcázares de la Naturaleza y se apoderaron de sus más recónditos
secretos, ganando por ello el legítimo derecho al título de adeptos. Hay entre ellos muchos
grados jerárquicos y muchas esferas de actividad; pero siempre permanecen
algunos en directo contacto con nuestra tierra, como miembros de la Jerarquía
que tiene a su cargo la administración de los intereses del mundo y la
espiritual evolución de la humanidad. A esta augusta Corporación se le suele
llamar la Gran Fraternidad Blanca, aunque
sus miembros no viven en comunidad, sino que cada uno de ellos se aparta del
mundanal bullicio; y sin embargo permanecen constantemente en comunicación
entre sí y con su Jefe, porque es tanto su conocimiento de las fuerzas
superiores, que para comunicarse no necesitan reunirse personalmente en el
mundo físico.
En la mayor parte de los casos continúa viviendo cada cual en su
propio país sin que ni quienes están junto a ellos sospechen su poderío. Todo
el que quiera puede llamar su atención, con tal de que se haga digno de
atraerla. Nadie tema que sus esfuerzos pasen inadvertidos. Semejante
inadvertencia es imposible, porque quien se entrega a un servicio de tanta
trascendencia se distingue de los demás hombres como refulgente llama en noche
tenebrosa. Algunos de estos adeptos que así trabajan en beneficio del mundo,
desean tomar por aprendices a quienes han resuelto dedicarse por completo al
servicio de la humanidad. A estos adeptos se les llama
maestros.
Uno de dichos
aprendices fue Elena Petrovna Blavatsky, una noble alma enviada hace cosa de
noventa y cinco años a ofrecer conocimiento al mundo. En unión del coronel Henry
Steele Olcott fundó la Sociedad Teosófica para la difusión de los conocimientos
que estaba encargada de comunicar. Entre los que en aquellos primeros días se
relacionaron con ella estaba A. P. Sinnett, director del periódico The
Pioneer, cuya aguda inteligencia comprendió desde luego la magnitud e importancia
de las enseñanzas blavatskianas. Aunque la señora Blavatsky había ya publicado
la obra Isis sin Velo, pocos se habían fijado en ella y Sinnett fue el primero
que en sus dos obras: El Mundo Oculto y El Buddhismo Esotérico puso las
enseñanzas en forma inteligible para los lectores occidentales. Precisamente
estas dos obras me proporcionaron la coyuntura de conocer primero a su autor y
después a la señora Blavatsky. De ambos aprendí mucho; y cuando le pregunté a
la señora Blavatsky que cómo podría yo adquirir mayor conocimiento y adelantar
definitivamente en el Sendero que nos señalaba, me respondió diciendo que de
la misma manera que los Maestros la habían aceptado a ella por aprendiz,
aceptarían también a otros estudiantes; pero que el único medio de lograr la
aceptación era mostrarse merecedor de ella por
medio de ferviente y altruista labor. Manifestóme que para llegar el hombre a tal punto, había de
tener una absolutamente fija determinación, pues no podía esperar feliz éxito
quien tratara de servir simultáneamente a Dios y a Mammón.
Un Maestro había dicho
sobre el particular: "Para obtener buen éxito, debe dejar el discípulo su propio
mundo y venirse al nuestro". Esto significa que debe
dejar de ser uno de cuantos sólo viven para adquirir riquezas y poderío y
unirse a la exigua minoría que con menosprecio de semejantes cosas viven tan
sólo para dedicarse abnegadamente al bien del mundo.
Nos advirtió claramente
la señora Blavatsky que el sendero era muy difícil de hollar; que la incomprensión
de los mundanos podría vilipendiarnos; que nos esperaba labor muy ardua y
penosa; y que aunque el resultado era seguro no cabía predecir cuánto tardaríamos
en obtenerlo. Algunos de nosotros aceptamos gozosas estas condiciones y ni por
un momento nos hemos arrepentido de nuestra decisión. Al cabo de algunos años
de labor tuve el beneficio de ponerme en relación con estos insignes Maestros
de Sabiduría, de quienes aprendí muchas cosas, entre ellas la de comprobar por
mí mismo y de primera mano la mayor parte de las enseñanzas que me habían comunicado.
Por lo tanto, respecto de esta materia, escribo de lo que conozco y he visto
por mí mismo. En las enseñanzas de los Maestros hay algunos puntos cuya
comprobación requiere facultades superiores a las que hasta ahora he
adquirido. De dichos puntos sólo puedo decir que son congruentes con lo que yo
conozco y en algunos casos se ha de aceptar como necesarias hipótesis para la
explicación de lo que yo he visto. También tienen dichos puntos, como el resto
del sistema teosófico, la autoridad de los poderosos Instructores. Desde entonces aprendí a comprobar por mí
mismo la mayor parte de lo que se me enseñaba y he visto que era exacto en
todos sus pormenores. Por lo tanto, motivo tengo para dar por sentada la
probabilidad de que también la parte restante resulte exacta cuando sea capaz
de comprobarla. Todo fervoroso estudiante de Teosofía se propone obtener la
honra de que por aprendiz lo acepte un Maestro de Sabiduría. Sin embargo,
para ello se necesita determinado esfuerzo. Siempre hubo quienes hicieron
este esfuerzo y por lo tanto conocieron. Es tan trascendental el conocimiento,
que cuando un hombre lo adquiere plenamente, llega a ser más que hombre y
transpone los límites de nuestra visión. Pero hay diversas etapas en la
adquisición de este conocimiento y si queremos podemos aprender mucho de
quienes todavía están aprendiendo, porque todos los seres humanos se hallan en
uno u otro de los peldaños de la escala de la evolución. Los salvajes están al
pie de la escala. Los civilizados hemos recorrido ya parte del camino. Pero aunque al mirar atrás veamos los
inferiores peldaños de la escala que ya hemos transpuesto, al mirar hacía
arriba veremos los muchos peldaños superiores a que aún no hemos llegado. Así
como en cada uno de los peldaños inferiores al nuestro hay quienes están,
pasando por ellos, de modo que vemos por donde hemos pasado, así también hay
hombres en cada uno de los peldaños superiores, de suerte que al observarlos
podemos ver por donde hemos de pasar en el porvenir. Precisamente porque vemos
hombres en cada uno de los peldaños de esta escala que conduce a un nivel de
inefable esplendor, comprendemos que es para nosotros posible la ascensión. Quienes están más
arriba de nosotros, tan altos que nos parecen dioses por su admirable sabiduría
y poder, nos dicen que no hace mucho tiempo estaban donde nosotros estamos
ahora y nos indican claramente los peldaños intermedios por los que hemos de
pasar para ser como Ellos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario