La Ciencia de la Vida.
Helena Blavatsky
¿Qué es la vida? Centenares de las mentes más filosóficas y una
miríada de médicos eruditos y muy hábiles, se han hecho esta pregunta, la cual
aún queda en suspenso. El velo que cubre al Kosmos primordial y los principios
misteriosos de la vida de éste, jamás se han descorrido de forma que satisfaga
a la ciencia honrada y seria.
Mientras más los científicos autorizados tratan de penetrar las
anfractuosidades kósmicas oscuras, más intensas se vuelven estas tinieblas,
ofuscándoles la vista. Podríamos compararlos con los buscadores de tesoros que
vagaron por los mares a fin de encontrar lo que estaba sepultado en su jardín.
Entonces, ¿qué es esta ciencia? ¿Es la biología o el estudio de
la vida en su aspecto general? No. ¿Es la fisiología o la ciencia de la función
orgánica? Tampoco; ya que la primera deja el problema como el enigma de la
Esfinge y la segunda es más la
ciencia de la muerte que de la vida. La fisiología se basa en el
estudio de las distintas funciones orgánicas y de los órganos necesarios para
que la vida se manifieste. Sin embargo, lo que la ciencia llama materia viva
es, en realidad, materia muerta. Cada molécula de los órganos vivientes contiene
el germen de la muerte y empieza a fallecer en el momento en que nace, dando la
oportunidad de vivir a su molécula sucesora, la cual perecerá también. Un
órgano, una parte natural de cada ser viviente es, simplemente, el medio de
alguna función particular en la vida y es una combinación de dichas moléculas.
El órgano vital, el entero, se pone la máscara de la vida, ocultando el
constante decaimiento y la muerte de sus partes. Por lo tanto, el binomio
biología y fisiología no es la ciencia, ni siquiera la rama de la Ciencia de la
Vida, sino sólo la ciencia de las apariencias de la vida. Mientras la verdadera
filosofía es como Edipo delante de la Esfinge de la vida y no se atreve a pronunciar
la paradoja contenida en la respuesta al enigma proferido, la ciencia
materialista, arrogante como siempre, sin dudar por un momento de su sabiduría,
se "biologiza" a sí misma ya muchos otros en la creencia de que ha
resuelto este grandioso problema de la existencia. En realidad, es probable que
jamás se haya acercado, ni siquiera, a su umbral. Seguramente, nunca podrá promover
la verdad, tratando de engañarse a sí misma y a los incautos diciendo que la
vida es simplemente el resultado de la complejidad molecular. ¿Es la fuerza
vital realmente un simple"fantasma", según la define Du-Bois Raymond?
Ya que su invectiva de que la "vida", como algo independiente, es
sólo un remanso de la ignorancia de los que buscan refugio en las abstracciones
cuando es imposible alcanzar una explicación directa, se aplica con mucha más
intensidad y justicia a esos materialistas dispuestos a obcecar la gente a la
realidad de los hechos, sustituyéndolos con palabras altilocuentes. Una de las
cinco divisiones de las funciones de la vida, cuyos nombres pretenciosos son:
Archebiosis (origen de la vida), Biocrosis (fusión de la vida), Biodiaeresis
(división de la vida), Biocaenosis (renovación de la vida) y Bioparodosis
(transmisión de la vida), ¿ha, acaso, jamás ayudado a un Huxley o a un Haeckel
a hurgar más plenamente el misterio de las generaciones de la humilde hormiga,
por no hablar del ser humano? Es cierto que no; ya que la vida y todo lo que le
pertenecen, es parte integrante del dominio legal del metafísico y del
psicólogo y la ciencia física no puede reclamarlo. "Lo que ha sido es lo
que será y lo que ha sido ya tiene un nombre: Hombre." Esta es la
respuesta al enigma de la Esfinge. Pero en tal caso, el término
"hombre" no se refiere al ser físico, por lo menos cuando hablamos
desde el punto de vista esotérico. Los escalpelos y los microscopios pueden
solucionar los misterios de las partes materiales de la vestidura del ser
humano, pero jamás podrán abrirse una ventana en su alma para asomarse a la vista
más pequeña de alguno de los horizontes más amplios del ser.
Los únicos pensadores que reciben alguna recompensa son los que,
ateniéndose a la frase del oráculo délfico, han conocido la vida en sus yoes
internos, estudiándola meticulosamente en sí mismos antes de tratar de delinear
y analizar su reflejo en sus vestiduras externas. Análogamente a los filósofos
del fuego medioevales, han soslayado las apariencias de la luz y del fuego en
el mundo de los efectos, concentrando su plena atención sobre los entes arcanos
productores. Entonces, al percatarse de que se remontaban a la causa abstracta,
han probado a sondear el Misterio, cada uno en conformidad con sus capacidades
intelectuales. Así se cercioraron de que
1)
el mecanismo, aparentemente vivo,
llamado hombre físico, es meramente el combustible, el material con el cual la
vida se alimenta para poder manifestarse y,
2)
2) mediante éste, el ser interno
recibe, como recompensa, la posibilidad de acumular ulterior experiencia de las
ilusiones terrenales llamadas vidas.
Uno de dichos filósofos es, innegablemente, el
gran novelista y reformador ruso: Conde León Tolstoi. El estudio de algunos fragmentos de una
conferencia que presentó a Moscú delante de la Sociedad Psicológica local
demostrará cuán cercanas son sus ideas con las enseñanzas esotéricas y
filosóficas de la Teosofía superior.
El Conde, hablando del problema de la vida,
invita a su audiencia a admitir, en gracia al argumento, una imposibilidad.
El orador dice:
"Supongamos,
por un momento, que todo lo que la ciencia moderna anhela aprender sobre la
vida ya lo aprendió y ahora lo sabe; que el problema se ha convertido tan
diáfano como el día; que se ha aclarado el asunto de cómo la materia orgánica,
mediante
una simple adaptación, procede de la materia inorgánica; que es cristalino como
las fuerzas naturales pueden transformarse en sentimientos, voluntad,
pensamiento y que, al final, todo esto es consabido no sólo por el estudiante
urbano;
sino por
el escolar campesino.
Así, estoy
consciente de que tal y tal pensamiento y sentimiento deriva de tal y tal
movimiento. Bien: ¿y luego qué? ¿Puedo o no puedo producir y guiar tales
movimientos para poder estimular en mi cerebro los pensamientos
correspondientes? La cuestión: cuáles son los pensamientos y los sentimientos
que debería generar en mí y en los demás, sigue, no sólo sin resolverse, sino
que intocada.
Todavía
esta cuestión es la interrogante fundamental acerca de la idea central de la
vida.
La ciencia
ha elegido como su objetivo unas pocas manifestaciones que acompañan a la vida
y, confundiendo (1) la parte por el entero, ha llamado estas manifestaciones la
vida en su totalidad [...]
La
cuestión indisoluble desde la idea de la vida, no es de donde procede esta
última, sino ¿cómo se debería vivirla? Sólo usando esta pregunta como punto de
partida, es posible esperar llegar a alguna solución en el problema de la
existencia.
La
respuesta a la interrogante: ' ¿Cómo deberíamos vivir?', parece muy simple para
la persona que no la estima digna de consideración.
[ . . . ]
Uno debe vivir lo mejor que puede y basta. A primera vista parece simple y de
dominio público, sin embargo no es tan sencillo, ni consabido como uno puede
imaginar [ . . . ]
Al
principio, para el ser humano, la idea de la vida parece un asunto muy simple y
evidente. En primer lugar, considera que la vida reside en sí mismo, en su
cuerpo. Sin embargo, tan pronto como uno empieza a buscar esa vida en algún
sitio particular del
cuerpo,
incurre en dificultades. La vida no está en el pelo, en las uñas, en el pie, en
el brazo, ambos amputables, no está en la sangre, en el corazón, ni en el
cerebro. Está por todas partes y por ningún lado. En síntesis: la Vida no es
localizable en ninguna de sus moradas. Entonces, el ser humano empieza a buscar
la vida en el Tiempo. También esto, al principio, parece un asunto simple [ . .
. ] Sin embargo, cuando empieza su búsqueda, percibe que la cuestión es más
complicada de lo que pensaba. Según mi documento bautismal he vivido 58 años,
pero sé que de entre estos 58, he pasado durmiendo al menos 20.
¿Entonces
cómo? ¿He vivido todos estos años o no? ¿Si deducimos los meses de gestación y
aquellos pasados en los brazos de la nana deberíamos llamarlos también vida?
Nuevamente, de entre los remanentes 38 años, sé que una mitad de ese tiempo la
pasé durmiendo, aun siendo activo y por lo tanto, en este caso, no puedo decir
si durante tal lapso viví o no.
Puede
haber sido un alternarse entre la vida y el estado vegetativo. Nuevamente, uno
se percata de que la vida, tanto en el tiempo como en el cuerpo, se encuentra
por todas partes y en ningún lado. Entonces, surge naturalmente la cuestión:
¿de dónde proviene esa vida que no puedo reconducir a ninguna parte? Ahora
empezaré a aprender [ . . . ] Sin embargo, aun en esta coyuntura, lo que al
principio me parecía simple, ahora parece
imposible.
No cabe duda que estuve buscando algo distinto de la vida. Entonces, una vez
que debemos ir en pos de los paraderos de la vida, si buscar debemos, no habría
que dirigirse hacia el espacio ni el tiempo, ni siquiera a la causa y al
efecto, sino que
deberíamos
seguir a algo que conozco en mí, independiente de espacio, tiempo y causalidad.
Lo que nos
queda por hacer es estudiar el yo. ¿Pero cómo puedo conocer la vida en mí?
He aquí
como: en primer lugar, sé que soy vivo y vivo deseando para mí todo lo que es
bueno. Deseo esto desde que tengo conciencia de mí y persiste de día y noche.
Todo lo que vive fuera de mí es importante a mis ojos sólo si coopera con la
creación de lo que produce mi bienestar. Considero que el universo es relevante
sólo porque puede deleitarme.
Mientras
tanto, algo más se intercala al conocimiento interno de mi existencia. Hay otra
percepción que es inseparable de la vida que siento y es también su aliada:
además de mi persona, me rodea un mundo entero de criaturas vivientes que, al
igual que yo, se percatan, instintivamente, de sus vidas exclusivas y todas
estas criaturas viven por sus objetivos ajenos a mí, al mismo tiempo ellas
ignoran y ni siquiera les interesa, saber algo de mis pretensiones para una
vida exclusiva y, todas estas criaturas, a fin de llenar con éxito sus
objetivos, están dispuestas a aniquilarme en cualquier momento. Esto no es
todo. Mientras observo la destrucción de criaturas parecidas a mí, estoy
consciente de que se me depara, también, un rápido e inevitable decaimiento,
aunque me sienta tan precioso y el único en el cual la vida es representada.
Es como si
en el ser humano residiesen dos "yoes" que jamás pueden cohabitar en
paz. Es como si libraran un combate incesante, tratando de expulsarse
mutuamente.
Un
"yo" dice: "Soy el único que vive como se debería, todos los
demás sólo parecen vivir. Así, la razón por la cual el universo existe, es para
que pueda sentirme cómodo."
El otro
"yo" replica: "El universo no existe para tí, sino por sus metas
y propósitos y no le interesa mucho saber si eres feliz o infeliz."
¡Después
de esto la vida se convierte en una cosa asombrosa!
Un
"yo" dice: "Quiero gratificar todos mis deseos, por eso necesito
el universo."
El otro
"yo" contesta: "Toda la vida animal existe sólo para gratificar
sus deseos. Sólo los deseos de los animales se gratifican a expensas de otros
animales. De ahí la lucha
incesante
entre las especies animales. Eres un animal y por lo tanto debes pelear. Sin
embargo, a pesar del éxito ganado en tu batalla. el resto de las criaturas que
luchan deben, a la larga, aplastarte."
¡Peor aún!
La vida se hace más asombrosa [...] La cosa más terrible de todas, la síntesis
de lo antedicho, es que:
Un
"yo" dice: "Quiero vivir, vivir para siempre."
El otro
"yo" contesta: "Quizá mueras dentro de unos minutos, así como
perecerán tus seres queridos; ya que tú y ellos, en cada movimiento, estáis
destruyendo vuestras vidas y por lo tanto os acercáis, siempre más, al
sufrimiento ya la muerte, lo que odias y temes más que todo."
Esto es lo
peor [ . . . ]
Cambiar
tal condición es imposible [ . . . ] Se puede evitar el movimiento, el
descanso, la comida y aun el respiro, pero no podemos substraernos del
pensamiento. Uno piensa y ese pensamiento, mi pensamiento, está emponzoñando
cada paso de mi vida como personalidad.
Tan pronto
como un ser humano ha empezado a vivir conscientemente, esa conciencia empieza
a repetirle, sin cesar, la misma cosa: "Ya no es posible vivir la
existencia que sentiste y viste en tu pasado, la vida de los animales y de
muchos seres humanos, vivida de esa forma que te indujo a ser lo que eres
ahora. Si trataras de hacerlo, jamás podrías substraerte a luchar con todo el
mundo de criaturas que viven como tú: por sus objetivos personales y entonces,
estas criaturas, inevitablemente, te destruirán." [...]
Cambiar
dicha situación es imposible. No nos resta más que una cosa, que es lo que hace
la persona que, empezando a vivir, transfiere sus objetivos de la vida fuera de
sí, proponiéndose alcanzarlos. [ . . . ] A pesar de lo distante que los coloque
de su personalidad, tan pronto como su mente se aclara, ninguno de estos
objetivos lo satisfarán.
Bismarck
ha unido Alemania y ahora gobierna a Europa. Si su razón ha irradiado un poco
de luz sobre los resultados de su actividad, debe percibir, al igual que su
cocinero que prepara una cena que dentro de una hora ya será devorada, la misma
antinomia sin resolver entre la vanidad y la insensatez de toda su obra y la
eternidad y la racionalidad de lo que existe para siempre. Si ellos pensaran en
esto, ambos se percatarían de lo siguiente, en primer lugar: la integridad de
la cena de Bismarck se debe a la policía, mientras la integridad de Alemania al
ejército, siempre que ambos: Bismarck y el cocinero, se mantengan vigilantes.
Todo esto porque hay personas muertas de hambre que comerían de buen grado
dicha cena y naciones que se alegrarían de ser tan poderosas como Alemania. En
segundo lugar, se darían cuenta de que la cena de Bismarck y el portento del
imperio teutónico no coinciden con las metas y los propósitos de la vida
universal, sino que son tajantemente antitéticos con ellos. En tercer lugar, ya
sea el cocinero o el poderío alemán morirán en breve tiempo, por lo tanto, a la
cena en cuestión ya Alemania se les depara el mismo destino. El único que
sobrevivirá es el Universo, el cual jamás pensará en la cena ni en Alemania y,
aun menos, en los que la cocinaron.
Cuando la
condición intelectual humana crece, el individuo se da cuenta de que ninguna
felicidad conectada con su personalidad es un logro, sino sólo una necesidad.
La
personalidad
es sencillamente ese estado incipiente de la vida y el límite último de ésta
[...] Se me preguntará: ¿Dónde comienza y dónde termina la vida? ¿Dónde acaba
la noche y dónde empieza el día? ¿Dónde, en la orilla, termina el dominio del
océano y comienza el de la tierra? Hay día y hay noche; hay tierra y hay mar,
hay vida y hay ausencia de vida.
Nuestra
vida, desde que nos hicimos conscientes de ella, es un movimiento pendular
entre dos límites.
Un límite
es el desinterés absoluto por la vida del Universo infinito, una energía
dirigida simplemente hacia la gratificación de la propia personalidad.
El otro
límite es una renuncia completa de esa personalidad, el interés más profundo
por la vida del Universo infinito, en plena armonía con él, el traspaso de
todos nuestros deseos y buena voluntad desde uno mismo hacia ese Universo
infinito y todas las criaturas fuera de nuestro perímetro.(2)
Mientras
más nos acerquemos al primer límite, menos vida y dicha hay. Mientras más
gravitemos hacia el segundo límite, más vida y dicha hay. Por ende, el ser
humano siempre oscila de un extremo al otro: vive. Este movimiento es la vida
misma.
Cuando
hablo de la vida me estoy refiriendo, en mis concepciones, a la idea que está
indisolublemente ligada con la de la vida consciente. No conozco, ni hay nadie
que conozca, otro tipo de vida que no sea la vida consciente.
Con el
término vida aludimos a la de los animales ya la vida orgánica. Pero ésta no es
la vida; sólo es cierto estado o condición de vida que se nos manifiesta.
¿Qué es
esta conciencia o mente, cuyas exigencias excluyen a la personalidad,
transfiriendo la energía del ser humano fuera de él y en ese estado que para
nosotros es el estado dichoso del amor?
¿ Qué es
la mente consciente? Cualquier cosa que queramos definir, hay que definirla con
nuestra mente consciente. Entonces, ¿con qué definir a la mente? [ . . . ]
Si debemos
definir todo con nuestra mente, es obvio que la mente consciente no puede
definirse. Sin embargo, nosotros, no sólo la conocemos, sino que es la única
cosa que conocemos realmente.
Es la
misma ley como la de la vida, de todo lo orgánico, lo animal o lo vegetal, con
la única diferencia que vemos la realización de una ley inteligente en la vida
de una planta. Sin embargo, no vemos la ley de la mente consciente a la cual
estamos sujetos, así como el árbol está sujeto a su ley, sino que la cumplimos
[...]
Hemos
convenido que la vida es lo que no es nuestra vida. Aquí acecha la raíz del
error. En lugar de estudiar esa vida, de la cual estamos conscientes dentro de
nosotros de forma absoluta y exclusiva; ya que no podemos conocer nada más,
observamos lo
que está
desprovisto del factor y de la facultad más importantes de nuestra vida: la
conciencia inteligente. Al comportarnos de esta forma actuamos como el
estudiante de un objeto que se vale de su sombra o reflejo para llevar a cabo
el estudio.
Si sabemos
que, durante la transformación de las partículas de la sustancia, ellas están
sujetas a la actividad del organismo, no depende del hecho de que hemos
observado o estudiado tal proceso; sino, simplemente, porque poseemos cierto
organismo familiar que está unido a nosotros: el organismo de nuestro animal,
que conocemos muy bien como el material de nuestra vida, sobre el cual es
nuestro deber trabajar y gobernar, sometiéndolo a la ley de la razón [. . .]
Tan pronto como el ser humano ha perdido su fe en la vida, tan pronto como ha
transferido esa vida en lo que no es vida, se convierte en un infeliz y ve la
muerte [...] Aquél que concibe la vida tal como la encuentra en su conciencia,
desconoce la infelicidad y la muerte; ya que para él, todo lo bueno de la vida
estriba en la supeditación de su aspecto animal a la ley de la razón. Hacer lo
cual no sólo está en su poder; sino que acontece en él inevitablemente. Estamos
familiarizados con la muerte de las partículas en el ser animal. Conocemos la
muerte de los animales y del ser humano como animal, pero ignoramos la muerte
de la mente consciente y no podemos saber algo de esto porque esa mente
consciente es la vida misma y la Vida jamás puede ser Muerte [. . .]
El animal
vive feliz, no ve la muerte, la desconoce y perece sin darse cuenta. ¿Por qué
el ser humano debería haber recibido el don de verla y conocerla y por qué la
muerte debería ser tan terrible para él, al grado que le tortura el alma,
induciéndolo, a menudo, a suicidarse por el mero miedo a la muerte? ¿Por qué
debería ser así? Porque el ser humano que ve la muerte es un enfermo, ha
infringido la ley de su vida y ha cesado de vivir una existencia consciente. Se
ha convertido en un animal, un animal que ha también infringido la ley de la
vida.
La vida
del ser humano es una aspiración a la dicha ya él se le entrega el objeto de su
anhelo. La luz alumbrada en el alma humana es la dicha de la vida y esta luz
jamás podrá ser tinieblas; ya que para el ser humano existe, en verdad, sólo
esta luz solitaria que arde en su alma.”
* * *
Hemos traducido este largo extracto del relato de la magnífica
conferencia del Conde Tolstoi, porque es eco de las enseñanzas más sublimes de
la ética universal de la verdadera teosofía. Su definición de la vida en el
sentido abstracto y de la vida que cada teósofo serio debería seguir conforme y
en la medida de sus capacidades naturales, es la síntesis y el Alfa y Omega de
la vida práctica psíquica, como también la vida espiritual. La conferencia
contiene frases que para el teósofo medio parecerán demasiado nebulosas y quizá
incompletas. Sin embargo, no encontrará ninguna que el ocultista práctico más
exigente impugne. Podríamos llamarlo un tratado sobre la Alquimia del Alma; ya
que la luz "solitaria" en el ser humano que arde perpetuamente y que
jamás puede ser tiniebla en su naturaleza intrínseca, aunque el
"animal" fuera de nosotros puede no percibirla, es esa
"Luz" acerca de la cual han sido escritos volúmenes por los
Neoplatónicos de la escuela alejandrina y, después de ellos, por los Rosacruces
y especialmente los Alquimistas, si bien actualmente, su verdadero sentido es
un misterio oscuro para la mayoría de la gente. Es cierto que el Conde Tolstoi
no es un alejandrino ni un teósofo moderno y aun menos un Rosacruz o un
Alquimista. Sin embargo, el gran pensador ruso transfiere, del campo de la
metafísica al de la vida práctica, lo que éstos han ocultado bajo una
fraseología particular de los filósofos del Fuego, confundiendo a propósito las
transmutaciones cósmicas con la Alquimia Espiritual. El Conde Tolstoi, sin
dejar el plano terrenal, ha reunido todo lo que Schilling definiría como un
percatarse de la identidad del sujeto y el objeto en el Ego interno humano, eso
que une y cohesiona el Ego con el Alma universal, que es simplemente la
identidad del sujeto y el objeto en un plano superior o la Deidad desconocida.
Tolstoi es uno de esos pocos electos. que empiezan con la
intuición y terminan con una parcial omnisciencia. Ha alcanzado la
transmutación de los metales inferiores, la masa animal, en oro y plata o la
piedra filosofal, el desarrollo y la manifestación del Yo superior del ser
humano. El alcahest del Alquimista menor es el All-geist, el Espíritu Divino
omniabarcante del Iniciado superior; ya que, como pocos hoy en día saben, la
Alquimia era y es una filosofía espiritual y una ciencia física. Aquel que
desconoce la primera, no sabrá mucho de la segunda. Aristóteles, hablando a su
discípulo Alejandro sobre la piedra filosofal, le dijo lo siguiente: "No
es una piedra, se encuentra en cada ser y en todo lugar, en todas las
estaciones y se le llama el fin de todos los filósofos", así como la
Vedanta es el fin de todas las filosofías. Como epílogo a este ensayo sobre la
ciencia de la Vida, agregamos unas palabras acerca del enigma eterno que la Esfinge
profirió a los mortales. No lograr resolver el problema que contenía, implicaba
ser destinado a una muerte segura; ya que la Esfinge de la vida devoraba al ser
no intuitivo que vivía sólo en su "animal." Aquél que vive para la
personalidad y sólo por ella, fallecerá seguramente, como le dice el "Yo
superior" al yo inferior o "animal", en la conferencia de
Tolstoi. El enigma consta de siete claves y el Conde penetra el misterio con
una de las más elevadas, dado que, según el bello párrafo del autor de la
"Filosofía Hermética": "El auténtico misterio más familiar y al
mismo tiempo más desconocido para cada ser humano, en el cual debe iniciarse o
perecer como un ateo, es él mismo. Para él es el elixir de la vida, cuya libación
antes del descubrimiento de la piedra filosofal implicaría beber el líquido de
la muerte, el cual confiere al adepto y al epoptes la verdadera inmortalidad.
Puede conocer la verdad en su autenticidad, Aletheia, el aliento de Dios o la
Vida, la mente consciente en el ser humano. Este es el “Alcahest que disuelve todo” y el Conde
Tolstoi ha comprendido bien el enigma.
NOTAS
(1) "Confundir" es un término erróneo en este caso,
porque los científicos saben muy bien que su enseñanza acerca de la vida es una
ficción materialista que la lógica y el hecho contradicen a cada paso.
En esto, la ciencia es abusada; ya que se emplea para servir a
las nociones personales de los científicos ya la actitud determinada para
sofocar en la humanidad toda aspiración y pensamiento espiritual. Sería más
correcto decir: "pretenden confundir", - H.P.B.
(2) Esto es lo que los teósofos llamarían "vivir la
vida." -H.P.B.
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