sábado, 31 de mayo de 2014

La Ciencia de la Vida.



La Ciencia de la Vida.


Helena Blavatsky


¿Qué es la vida? Centenares de las mentes más filosóficas y una miríada de médicos eruditos y muy hábiles, se han hecho esta pregunta, la cual aún queda en suspenso. El velo que cubre al Kosmos primordial y los principios misteriosos de la vida de éste, jamás se han descorrido de forma que satisfaga a la ciencia honrada y seria.

Mientras más los científicos autorizados tratan de penetrar las anfractuosidades kósmicas oscuras, más intensas se vuelven estas tinieblas, ofuscándoles la vista. Podríamos compararlos con los buscadores de tesoros que vagaron por los mares a fin de encontrar lo que estaba sepultado en su jardín.

Entonces, ¿qué es esta ciencia? ¿Es la biología o el estudio de la vida en su aspecto general? No. ¿Es la fisiología o la ciencia de la función orgánica? Tampoco; ya que la primera deja el problema como el enigma de la Esfinge y la segunda es más la
ciencia de la muerte que de la vida. La fisiología se basa en el estudio de las distintas funciones orgánicas y de los órganos necesarios para que la vida se manifieste. Sin embargo, lo que la ciencia llama materia viva es, en realidad, materia muerta. Cada molécula de los órganos vivientes contiene el germen de la muerte y empieza a fallecer en el momento en que nace, dando la oportunidad de vivir a su molécula sucesora, la cual perecerá también. Un órgano, una parte natural de cada ser viviente es, simplemente, el medio de alguna función particular en la vida y es una combinación de dichas moléculas. El órgano vital, el entero, se pone la máscara de la vida, ocultando el constante decaimiento y la muerte de sus partes. Por lo tanto, el binomio biología y fisiología no es la ciencia, ni siquiera la rama de la Ciencia de la Vida, sino sólo la ciencia de las apariencias de la vida. Mientras la verdadera filosofía es como Edipo delante de la Esfinge de la vida y no se atreve a pronunciar la paradoja contenida en la respuesta al enigma proferido, la ciencia materialista, arrogante como siempre, sin dudar por un momento de su sabiduría, se "biologiza" a sí misma ya muchos otros en la creencia de que ha resuelto este grandioso problema de la existencia. En realidad, es probable que jamás se haya acercado, ni siquiera, a su umbral. Seguramente, nunca podrá promover la verdad, tratando de engañarse a sí misma y a los incautos diciendo que la vida es simplemente el resultado de la complejidad molecular. ¿Es la fuerza vital realmente un simple"fantasma", según la define Du-Bois Raymond? Ya que su invectiva de que la "vida", como algo independiente, es sólo un remanso de la ignorancia de los que buscan refugio en las abstracciones cuando es imposible alcanzar una explicación directa, se aplica con mucha más intensidad y justicia a esos materialistas dispuestos a obcecar la gente a la realidad de los hechos, sustituyéndolos con palabras altilocuentes. Una de las cinco divisiones de las funciones de la vida, cuyos nombres pretenciosos son: Archebiosis (origen de la vida), Biocrosis (fusión de la vida), Biodiaeresis (división de la vida), Biocaenosis (renovación de la vida) y Bioparodosis (transmisión de la vida), ¿ha, acaso, jamás ayudado a un Huxley o a un Haeckel a hurgar más plenamente el misterio de las generaciones de la humilde hormiga, por no hablar del ser humano? Es cierto que no; ya que la vida y todo lo que le pertenecen, es parte integrante del dominio legal del metafísico y del psicólogo y la ciencia física no puede reclamarlo. "Lo que ha sido es lo que será y lo que ha sido ya tiene un nombre: Hombre." Esta es la respuesta al enigma de la Esfinge. Pero en tal caso, el término "hombre" no se refiere al ser físico, por lo menos cuando hablamos desde el punto de vista esotérico. Los escalpelos y los microscopios pueden solucionar los misterios de las partes materiales de la vestidura del ser humano, pero jamás podrán abrirse una ventana en su alma para asomarse a la vista más pequeña de alguno de los horizontes más amplios del ser.

Los únicos pensadores que reciben alguna recompensa son los que, ateniéndose a la frase del oráculo délfico, han conocido la vida en sus yoes internos, estudiándola meticulosamente en sí mismos antes de tratar de delinear y analizar su reflejo en sus vestiduras externas. Análogamente a los filósofos del fuego medioevales, han soslayado las apariencias de la luz y del fuego en el mundo de los efectos, concentrando su plena atención sobre los entes arcanos productores. Entonces, al percatarse de que se remontaban a la causa abstracta, han probado a sondear el Misterio, cada uno en conformidad con sus capacidades intelectuales. Así se cercioraron de que
1)      el mecanismo, aparentemente vivo, llamado hombre físico, es meramente el combustible, el material con el cual la vida se alimenta para poder manifestarse y,
2)     2) mediante éste, el ser interno recibe, como recompensa, la posibilidad de acumular ulterior experiencia de las ilusiones terrenales llamadas vidas.

Uno de dichos filósofos es, innegablemente, el gran novelista y reformador ruso: Conde León Tolstoi.  El estudio de algunos fragmentos de una conferencia que presentó a Moscú delante de la Sociedad Psicológica local demostrará cuán cercanas son sus ideas con las enseñanzas esotéricas y filosóficas de la Teosofía superior.

El Conde, hablando del problema de la vida, invita a su audiencia a admitir, en gracia al argumento, una imposibilidad.
El orador dice:
"Supongamos, por un momento, que todo lo que la ciencia moderna anhela aprender sobre la vida ya lo aprendió y ahora lo sabe; que el problema se ha convertido tan diáfano como el día; que se ha aclarado el asunto de cómo la materia orgánica,
mediante una simple adaptación, procede de la materia inorgánica; que es cristalino como las fuerzas naturales pueden transformarse en sentimientos, voluntad, pensamiento y que, al final, todo esto es consabido no sólo por el estudiante urbano;
sino por el escolar campesino.
Así, estoy consciente de que tal y tal pensamiento y sentimiento deriva de tal y tal movimiento. Bien: ¿y luego qué? ¿Puedo o no puedo producir y guiar tales movimientos para poder estimular en mi cerebro los pensamientos correspondientes? La cuestión: cuáles son los pensamientos y los sentimientos que debería generar en mí y en los demás, sigue, no sólo sin resolverse, sino que intocada.
Todavía esta cuestión es la interrogante fundamental acerca de la idea central de la vida.
La ciencia ha elegido como su objetivo unas pocas manifestaciones que acompañan a la vida y, confundiendo (1) la parte por el entero, ha llamado estas manifestaciones la vida en su totalidad [...]
La cuestión indisoluble desde la idea de la vida, no es de donde procede esta última, sino ¿cómo se debería vivirla? Sólo usando esta pregunta como punto de partida, es posible esperar llegar a alguna solución en el problema de la existencia.
La respuesta a la interrogante: ' ¿Cómo deberíamos vivir?', parece muy simple para la persona que no la estima digna de consideración.
[ . . . ] Uno debe vivir lo mejor que puede y basta. A primera vista parece simple y de dominio público, sin embargo no es tan sencillo, ni consabido como uno puede imaginar [ . . . ]
Al principio, para el ser humano, la idea de la vida parece un asunto muy simple y evidente. En primer lugar, considera que la vida reside en sí mismo, en su cuerpo. Sin embargo, tan pronto como uno empieza a buscar esa vida en algún sitio particular del
cuerpo, incurre en dificultades. La vida no está en el pelo, en las uñas, en el pie, en el brazo, ambos amputables, no está en la sangre, en el corazón, ni en el cerebro. Está por todas partes y por ningún lado. En síntesis: la Vida no es localizable en ninguna de sus moradas. Entonces, el ser humano empieza a buscar la vida en el Tiempo. También esto, al principio, parece un asunto simple [ . . . ] Sin embargo, cuando empieza su búsqueda, percibe que la cuestión es más complicada de lo que pensaba. Según mi documento bautismal he vivido 58 años, pero sé que de entre estos 58, he pasado durmiendo al menos 20.
¿Entonces cómo? ¿He vivido todos estos años o no? ¿Si deducimos los meses de gestación y aquellos pasados en los brazos de la nana deberíamos llamarlos también vida? Nuevamente, de entre los remanentes 38 años, sé que una mitad de ese tiempo la pasé durmiendo, aun siendo activo y por lo tanto, en este caso, no puedo decir si durante tal lapso viví o no.
Puede haber sido un alternarse entre la vida y el estado vegetativo. Nuevamente, uno se percata de que la vida, tanto en el tiempo como en el cuerpo, se encuentra por todas partes y en ningún lado. Entonces, surge naturalmente la cuestión: ¿de dónde proviene esa vida que no puedo reconducir a ninguna parte? Ahora empezaré a aprender [ . . . ] Sin embargo, aun en esta coyuntura, lo que al principio me parecía simple, ahora parece
imposible. No cabe duda que estuve buscando algo distinto de la vida. Entonces, una vez que debemos ir en pos de los paraderos de la vida, si buscar debemos, no habría que dirigirse hacia el espacio ni el tiempo, ni siquiera a la causa y al efecto, sino que
deberíamos seguir a algo que conozco en mí, independiente de espacio, tiempo y causalidad.
Lo que nos queda por hacer es estudiar el yo. ¿Pero cómo puedo conocer la vida en mí?
He aquí como: en primer lugar, sé que soy vivo y vivo deseando para mí todo lo que es bueno. Deseo esto desde que tengo conciencia de mí y persiste de día y noche. Todo lo que vive fuera de mí es importante a mis ojos sólo si coopera con la creación de lo que produce mi bienestar. Considero que el universo es relevante sólo porque puede deleitarme.
Mientras tanto, algo más se intercala al conocimiento interno de mi existencia. Hay otra percepción que es inseparable de la vida que siento y es también su aliada: además de mi persona, me rodea un mundo entero de criaturas vivientes que, al igual que yo, se percatan, instintivamente, de sus vidas exclusivas y todas estas criaturas viven por sus objetivos ajenos a mí, al mismo tiempo ellas ignoran y ni siquiera les interesa, saber algo de mis pretensiones para una vida exclusiva y, todas estas criaturas, a fin de llenar con éxito sus objetivos, están dispuestas a aniquilarme en cualquier momento. Esto no es todo. Mientras observo la destrucción de criaturas parecidas a mí, estoy consciente de que se me depara, también, un rápido e inevitable decaimiento, aunque me sienta tan precioso y el único en el cual la vida es representada.
Es como si en el ser humano residiesen dos "yoes" que jamás pueden cohabitar en paz. Es como si libraran un combate incesante, tratando de expulsarse mutuamente.
Un "yo" dice: "Soy el único que vive como se debería, todos los demás sólo parecen vivir. Así, la razón por la cual el universo existe, es para que pueda sentirme cómodo."
El otro "yo" replica: "El universo no existe para tí, sino por sus metas y propósitos y no le interesa mucho saber si eres feliz o infeliz."
¡Después de esto la vida se convierte en una cosa asombrosa!
Un "yo" dice: "Quiero gratificar todos mis deseos, por eso necesito el universo."
El otro "yo" contesta: "Toda la vida animal existe sólo para gratificar sus deseos. Sólo los deseos de los animales se gratifican a expensas de otros animales. De ahí la lucha
incesante entre las especies animales. Eres un animal y por lo tanto debes pelear. Sin embargo, a pesar del éxito ganado en tu batalla. el resto de las criaturas que luchan deben, a la larga, aplastarte."
¡Peor aún! La vida se hace más asombrosa [...] La cosa más terrible de todas, la síntesis de lo antedicho, es que:
Un "yo" dice: "Quiero vivir, vivir para siempre."
El otro "yo" contesta: "Quizá mueras dentro de unos minutos, así como perecerán tus seres queridos; ya que tú y ellos, en cada movimiento, estáis destruyendo vuestras vidas y por lo tanto os acercáis, siempre más, al sufrimiento ya la muerte, lo que odias y temes más que todo."
Esto es lo peor [ . . . ]
Cambiar tal condición es imposible [ . . . ] Se puede evitar el movimiento, el descanso, la comida y aun el respiro, pero no podemos substraernos del pensamiento. Uno piensa y ese pensamiento, mi pensamiento, está emponzoñando cada paso de mi vida como personalidad.
Tan pronto como un ser humano ha empezado a vivir conscientemente, esa conciencia empieza a repetirle, sin cesar, la misma cosa: "Ya no es posible vivir la existencia que sentiste y viste en tu pasado, la vida de los animales y de muchos seres humanos, vivida de esa forma que te indujo a ser lo que eres ahora. Si trataras de hacerlo, jamás podrías substraerte a luchar con todo el mundo de criaturas que viven como tú: por sus objetivos personales y entonces, estas criaturas, inevitablemente, te destruirán." [...]
Cambiar dicha situación es imposible. No nos resta más que una cosa, que es lo que hace la persona que, empezando a vivir, transfiere sus objetivos de la vida fuera de sí, proponiéndose alcanzarlos. [ . . . ] A pesar de lo distante que los coloque de su personalidad, tan pronto como su mente se aclara, ninguno de estos objetivos lo satisfarán.
Bismarck ha unido Alemania y ahora gobierna a Europa. Si su razón ha irradiado un poco de luz sobre los resultados de su actividad, debe percibir, al igual que su cocinero que prepara una cena que dentro de una hora ya será devorada, la misma antinomia sin resolver entre la vanidad y la insensatez de toda su obra y la eternidad y la racionalidad de lo que existe para siempre. Si ellos pensaran en esto, ambos se percatarían de lo siguiente, en primer lugar: la integridad de la cena de Bismarck se debe a la policía, mientras la integridad de Alemania al ejército, siempre que ambos: Bismarck y el cocinero, se mantengan vigilantes. Todo esto porque hay personas muertas de hambre que comerían de buen grado dicha cena y naciones que se alegrarían de ser tan poderosas como Alemania. En segundo lugar, se darían cuenta de que la cena de Bismarck y el portento del imperio teutónico no coinciden con las metas y los propósitos de la vida universal, sino que son tajantemente antitéticos con ellos. En tercer lugar, ya sea el cocinero o el poderío alemán morirán en breve tiempo, por lo tanto, a la cena en cuestión ya Alemania se les depara el mismo destino. El único que sobrevivirá es el Universo, el cual jamás pensará en la cena ni en Alemania y, aun menos, en los que la cocinaron.
Cuando la condición intelectual humana crece, el individuo se da cuenta de que ninguna felicidad conectada con su personalidad es un logro, sino sólo una necesidad. La
personalidad es sencillamente ese estado incipiente de la vida y el límite último de ésta [...] Se me preguntará: ¿Dónde comienza y dónde termina la vida? ¿Dónde acaba la noche y dónde empieza el día? ¿Dónde, en la orilla, termina el dominio del océano y comienza el de la tierra? Hay día y hay noche; hay tierra y hay mar, hay vida y hay ausencia de vida.
Nuestra vida, desde que nos hicimos conscientes de ella, es un movimiento pendular entre dos límites.
Un límite es el desinterés absoluto por la vida del Universo infinito, una energía dirigida simplemente hacia la gratificación de la propia personalidad.
El otro límite es una renuncia completa de esa personalidad, el interés más profundo por la vida del Universo infinito, en plena armonía con él, el traspaso de todos nuestros deseos y buena voluntad desde uno mismo hacia ese Universo infinito y todas las criaturas fuera de nuestro perímetro.(2)
Mientras más nos acerquemos al primer límite, menos vida y dicha hay. Mientras más gravitemos hacia el segundo límite, más vida y dicha hay. Por ende, el ser humano siempre oscila de un extremo al otro: vive. Este movimiento es la vida misma.
Cuando hablo de la vida me estoy refiriendo, en mis concepciones, a la idea que está indisolublemente ligada con la de la vida consciente. No conozco, ni hay nadie que conozca, otro tipo de vida que no sea la vida consciente.
Con el término vida aludimos a la de los animales ya la vida orgánica. Pero ésta no es la vida; sólo es cierto estado o condición de vida que se nos manifiesta.
¿Qué es esta conciencia o mente, cuyas exigencias excluyen a la personalidad, transfiriendo la energía del ser humano fuera de él y en ese estado que para nosotros es el estado dichoso del amor?
¿ Qué es la mente consciente? Cualquier cosa que queramos definir, hay que definirla con nuestra mente consciente. Entonces, ¿con qué definir a la mente? [ . . . ]
Si debemos definir todo con nuestra mente, es obvio que la mente consciente no puede definirse. Sin embargo, nosotros, no sólo la conocemos, sino que es la única cosa que conocemos realmente.
Es la misma ley como la de la vida, de todo lo orgánico, lo animal o lo vegetal, con la única diferencia que vemos la realización de una ley inteligente en la vida de una planta. Sin embargo, no vemos la ley de la mente consciente a la cual estamos sujetos, así como el árbol está sujeto a su ley, sino que la cumplimos [...]
Hemos convenido que la vida es lo que no es nuestra vida. Aquí acecha la raíz del error. En lugar de estudiar esa vida, de la cual estamos conscientes dentro de nosotros de forma absoluta y exclusiva; ya que no podemos conocer nada más, observamos lo
que está desprovisto del factor y de la facultad más importantes de nuestra vida: la conciencia inteligente. Al comportarnos de esta forma actuamos como el estudiante de un objeto que se vale de su sombra o reflejo para llevar a cabo el estudio.
Si sabemos que, durante la transformación de las partículas de la sustancia, ellas están sujetas a la actividad del organismo, no depende del hecho de que hemos observado o estudiado tal proceso; sino, simplemente, porque poseemos cierto organismo familiar que está unido a nosotros: el organismo de nuestro animal, que conocemos muy bien como el material de nuestra vida, sobre el cual es nuestro deber trabajar y gobernar, sometiéndolo a la ley de la razón [. . .] Tan pronto como el ser humano ha perdido su fe en la vida, tan pronto como ha transferido esa vida en lo que no es vida, se convierte en un infeliz y ve la muerte [...] Aquél que concibe la vida tal como la encuentra en su conciencia, desconoce la infelicidad y la muerte; ya que para él, todo lo bueno de la vida estriba en la supeditación de su aspecto animal a la ley de la razón. Hacer lo cual no sólo está en su poder; sino que acontece en él inevitablemente. Estamos familiarizados con la muerte de las partículas en el ser animal. Conocemos la muerte de los animales y del ser humano como animal, pero ignoramos la muerte de la mente consciente y no podemos saber algo de esto porque esa mente consciente es la vida misma y la Vida jamás puede ser Muerte [. . .]
El animal vive feliz, no ve la muerte, la desconoce y perece sin darse cuenta. ¿Por qué el ser humano debería haber recibido el don de verla y conocerla y por qué la muerte debería ser tan terrible para él, al grado que le tortura el alma, induciéndolo, a menudo, a suicidarse por el mero miedo a la muerte? ¿Por qué debería ser así? Porque el ser humano que ve la muerte es un enfermo, ha infringido la ley de su vida y ha cesado de vivir una existencia consciente. Se ha convertido en un animal, un animal que ha también infringido la ley de la vida.
La vida del ser humano es una aspiración a la dicha ya él se le entrega el objeto de su anhelo. La luz alumbrada en el alma humana es la dicha de la vida y esta luz jamás podrá ser tinieblas; ya que para el ser humano existe, en verdad, sólo esta luz solitaria que arde en su alma.”

* * *

Hemos traducido este largo extracto del relato de la magnífica conferencia del Conde Tolstoi, porque es eco de las enseñanzas más sublimes de la ética universal de la verdadera teosofía. Su definición de la vida en el sentido abstracto y de la vida que cada teósofo serio debería seguir conforme y en la medida de sus capacidades naturales, es la síntesis y el Alfa y Omega de la vida práctica psíquica, como también la vida espiritual. La conferencia contiene frases que para el teósofo medio parecerán demasiado nebulosas y quizá incompletas. Sin embargo, no encontrará ninguna que el ocultista práctico más exigente impugne. Podríamos llamarlo un tratado sobre la Alquimia del Alma; ya que la luz "solitaria" en el ser humano que arde perpetuamente y que jamás puede ser tiniebla en su naturaleza intrínseca, aunque el "animal" fuera de nosotros puede no percibirla, es esa "Luz" acerca de la cual han sido escritos volúmenes por los Neoplatónicos de la escuela alejandrina y, después de ellos, por los Rosacruces y especialmente los Alquimistas, si bien actualmente, su verdadero sentido es un misterio oscuro para la mayoría de la gente. Es cierto que el Conde Tolstoi no es un alejandrino ni un teósofo moderno y aun menos un Rosacruz o un Alquimista. Sin embargo, el gran pensador ruso transfiere, del campo de la metafísica al de la vida práctica, lo que éstos han ocultado bajo una fraseología particular de los filósofos del Fuego, confundiendo a propósito las transmutaciones cósmicas con la Alquimia Espiritual. El Conde Tolstoi, sin dejar el plano terrenal, ha reunido todo lo que Schilling definiría como un percatarse de la identidad del sujeto y el objeto en el Ego interno humano, eso que une y cohesiona el Ego con el Alma universal, que es simplemente la identidad del sujeto y el objeto en un plano superior o la Deidad desconocida.
Tolstoi es uno de esos pocos electos. que empiezan con la intuición y terminan con una parcial omnisciencia. Ha alcanzado la transmutación de los metales inferiores, la masa animal, en oro y plata o la piedra filosofal, el desarrollo y la manifestación del Yo superior del ser humano. El alcahest del Alquimista menor es el All-geist, el Espíritu Divino omniabarcante del Iniciado superior; ya que, como pocos hoy en día saben, la Alquimia era y es una filosofía espiritual y una ciencia física. Aquel que desconoce la primera, no sabrá mucho de la segunda. Aristóteles, hablando a su discípulo Alejandro sobre la piedra filosofal, le dijo lo siguiente: "No es una piedra, se encuentra en cada ser y en todo lugar, en todas las estaciones y se le llama el fin de todos los filósofos", así como la Vedanta es el fin de todas las filosofías. Como epílogo a este ensayo sobre la ciencia de la Vida, agregamos unas palabras acerca del enigma eterno que la Esfinge profirió a los mortales. No lograr resolver el problema que contenía, implicaba ser destinado a una muerte segura; ya que la Esfinge de la vida devoraba al ser no intuitivo que vivía sólo en su "animal." Aquél que vive para la personalidad y sólo por ella, fallecerá seguramente, como le dice el "Yo superior" al yo inferior o "animal", en la conferencia de Tolstoi. El enigma consta de siete claves y el Conde penetra el misterio con una de las más elevadas, dado que, según el bello párrafo del autor de la "Filosofía Hermética": "El auténtico misterio más familiar y al mismo tiempo más desconocido para cada ser humano, en el cual debe iniciarse o perecer como un ateo, es él mismo. Para él es el elixir de la vida, cuya libación antes del descubrimiento de la piedra filosofal implicaría beber el líquido de la muerte, el cual confiere al adepto y al epoptes la verdadera inmortalidad. Puede conocer la verdad en su autenticidad, Aletheia, el aliento de Dios o la Vida, la mente consciente en el ser humano. Este es el  “Alcahest que disuelve todo” y el Conde Tolstoi ha comprendido bien el enigma.



NOTAS


(1) "Confundir" es un término erróneo en este caso, porque los científicos saben muy bien que su enseñanza acerca de la vida es una ficción materialista que la lógica y el hecho contradicen a cada paso.
En esto, la ciencia es abusada; ya que se emplea para servir a las nociones personales de los científicos ya la actitud determinada para sofocar en la humanidad toda aspiración y pensamiento espiritual. Sería más correcto decir: "pretenden confundir", - H.P.B.
(2) Esto es lo que los teósofos llamarían "vivir la vida." -H.P.B.

Publicado en “Lucifer” de noviembre 1887.


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