miércoles, 6 de enero de 2016

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 46

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 46
Carta del Mahatma Morya a A. P. Sinnett.

CARTA Nº 46
Recibida en Simla, en 1882
Mi querido Sahib Sinnett, puesto que K.H. es un Yogui-Arhat demasiado perfecto, yo le agradecería que me hiciera un favor personal: que detuviera la mano que, intrépida ante el fracaso, continua tratando de coger al yak (Buey montaraz tibetano. N.T.) por el cuello para uncirlo al yugo, pues todo lo que me queda por hacer es aparecer otra vez en el natakashala para poner punto final a una representación que amenaza convertirse en monótona, incluso para nosotros —tan avezados a la paciencia. No puedo aprovecharme de su bondadoso consejo de escribir al señor Hume en mi tinta roja más brillante, puesto que ello sería ofrecer una nueva oportunidad para una interminable correspondencia, un honor que más bien preferiría declinar. Pero en cambio, le escribo a usted y le envío un telegrama y una respuesta al dorso para su atenta lectura. Por parte de él, ¿qué es lo que cuenta? La deferencia puede que no sea parte de su naturaleza, ni nadie se la exige, ¡ni a nadie le importa en absoluto! Pero yo habría dicho que en su cabeza, que tiene suficiente capacidad para retener cualquier cosa, habría un hueco para un poco de sentido común. Y que ese sentido podía haberle indicado que, o nosotros somos lo que pretendemos ser, o no lo somos. Que en el primer caso, con todo y lo exagerado de las pretensiones atribuidas a nuestros poderes, si nuestro conocimiento y nuestras previsiones no trascienden las de él, entonces no somos otra cosa mejor que embaucadores e impostores, y cuanto antes se aleje de nosotros, mejor para él. Pero si, de algún modo, somos lo que pretendemos ser, entonces él actúa como un asno salvaje. Que él tenga presente que no somos Rajahs indios necesitados u obligados a aceptar Ayahs políticas y nodrizas para ser llevados de la mano. Que la Sociedad fue fundada, se desarrolló y se desarrollará con él o sin él —que se atenga a esto último.
En cuanto a su ayuda, que nos impone a la fuerza con arreglo a la manera de los hidalgos mendicantes españoles, que ofrecen su espada para proteger al viajero con una mano y le agarran por la garganta con la otra —no ha sido, hasta ahora, por lo que yo puedo apreciar, muy beneficiosa para la Sociedad. Ni para uno de sus fundadores, en todo caso, a quien casi mató el año pasado en Simla y a quien acosa, ensañándose con ella con mortal ferocidad, convirtiendo su sangre en agua y destruyéndole el hígado. Por lo tanto, espero que usted grabe en la mente de él que, por lo que "le daríamos las gracias" sería por verle ocuparse de su Ecléctica y dejar que la Sociedad Madre cuide de sí misma. Su consejo y su ayuda a la editora del Theosophist han sido, sin duda, ventajosos para la editora, y ella se siente agradecida hacia él por eso, después de descontar la gran participación que le debe a usted. Pero rogamos nos permitan indicar que, en alguna parte, debería trazarse una línea divisoria —entre dicha editora y nosotros, porque nosotros no somos, en absoluto, el trío tibetano que él se figura. Por lo tanto, si somos los ignorantes salvajes orientales de su creación —siendo cada lobo el dueño de su propia manada— reclamamos el derecho a ser los mejores en conocer nuestros propios asuntos y declinamos, respetuosamente, sus servicios como capitán para gobernar nuestra nave teosófica, ni siquiera en el "océano de la vida mundana", utilizando la metáfora de su sloka. Con el sano pretexto de salvar la situación con los teósofos británicos le hemos permitido que divulgue su animosidad hacia nosotros, en el órgano de nuestra propia Sociedad y que dibuje la semblanza de nuestro retrato con un pincel empapado en arrogante ira —¿Qué más quiere? Tal como ordené a la vieja mujer que le contestara por telégrafo —él no es el único navegante experto en el mundo; él trata de evitar los escollos occidentales, y nosotros tratamos de gobernar nuestra embarcación evitando los bancos de arena orientales. ¿Es que, además de esto, pretende dictar a todos, desde el Chohan para abajo, hasta Djual Khool y Deb, lo que nosotros debemos o no debemos hacer? ¡Ram, Ram y los Santos Nagas! ¿Es que después de siglos de una existencia independiente hemos de caer bajo una influencia extranjera para convertirnos en marionetas de un Nawab de Simla?¿Somos escolares o qué somos, en su capricho de someternos a' las disciplinas de un Peling maestro de escuela? . . . Prescindiendo de sus momentos de malhumor, le ruego le diga que usted tuvo noticias mías —y que le he pedido que le permita conocer mi ultimátum: si él no está dispuesto a romper con todo el tinglado de una vez y para siempre, no le toleraré que interfiera con su sabiduría entre nuestra ignorancia y la Sociedad Madre. Ni permitiré que descargue su malhumor en aquella que no es responsable de nada de lo que nosotros podamos hacer o decir —una mujer tan enferma que me veo obligado a llevarme conmigo, igual que hice en 1877— por temor a que caiga hecha añicos —cuando tan necesaria es donde ahora está, en la Sede Central. Y le doy a usted mi palabra de que no hace mucho él fue el causante de este estado de salud de ella, debido a su constante ansiedad por la Sociedad y, en parte, si no totalmente, debido al comportamiento de él en Simla. Toda la situación y el futuro de la Ecléctica depende de Koothumi, si usted no le ayuda. Si, a pesar de mi advertencia y del evidente descontento del Chohan, él persistiera en ponerse en ridículo, sacrificándose por un hombre, que en cierto sentido es el genio malo de la Sociedad —bien, es cosa suya; sólo que yo no tendré nada que ver con ello. Yo siempre continuaré siendo su sincero amigo, aunque usted se vuelva contra mí uno de estos días. Fern fue puesto a prueba, y se ha visto que es un Dugpa perfecto en su naturaleza moral. Ya veremos, ya veremos; pero a pesar de sus espléndidas capacidades, quedan pocas esperanzas. Si yo le hubiera insinuado que engañase a su propio padre y a su madre, él hubiera añadido además a los padres y a las madres de ellos. Vil, vil naturaleza — aunque irresponsable. ¡Oh, vosotros, los occidentales que os vanagloriáis tanto de vuestra moralidad! Que los radiantes Chohans le guarden a usted y a todos los suyos del cercano peligro que se avecina, es el sincero deseo de su amigo,
M.



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