LA COMPASION,
BASE DE LA FELICIDAD HUMANA.
Aunque resulte difícil de justificar, todo ser humano posee
un sentido innato del yo, así como el deseo connatural de alcanzar la felicidad
y superar el sufrimiento. En otras palabras, la vida del hombre está regida por
el derecho natural de conseguir la mayor felicidad posible y, en consecuencia,
el derecho natural de vencer el sufrimiento.
La historia de la humanidad se ha desarrollado sobre las
bases de este sentimiento. De hecho, este sentimiento no está limitado ni es
exclusivo a los seres humanos; desde el punto de vista del budismo, incluso el
más pequeño de los insectos lo posee y, en función de sus capacidades, trata de
alcanzar cierto grado de felicidad y evitar situaciones adversas.
Sin embargo, entre los seres humanos y las otras especies
animales hay una diferencia de grado: la
inteligencia humana. En efecto, gracias a esta estamos mucho más avanzados
y poseemos una mayor capacidad. Solo nosotros podemos pensar el futuro y
proyectarnos en el, solo nuestra memoria es lo suficientemente poderosa para
retroceder en el pasado. Más aun, tenemos tradiciones orales y escritas que nos
permiten rememorar acontecimientos ocurridos hace siglos e incluso, gracias a
los métodos científicos actuales, millones de años atrás.
No cabe duda de que nuestro intelecto nos convierte en
seres muy inteligentes, pero a la vez, y precisamente debido a ello, en los
seres que albergan más dudas, recelos y temores. La sensación de miedo esta
mucho más desarrollada en los humanos que en otros animales. Además, la mayoría
de los conflictos familiares, por no mencionar los conflictos dentro de las
comunidades y entre naciones, así como los conflictos internos de cada
individuo, emergen como consecuencia de las diferentes ideas y puntos de vista
que nuestra inteligencia nos proporciona. Así pues, desafortunadamente la
inteligencia puede ser la causa de los estados de infelicidad mental y, por
tanto, una de las fuentes de la miseria humana, aunque a su vez es la única
herramienta útil para superar estos conflictos y diferencias.
Desde esta perspectiva, es innegable que los seres humanos
somos la especie animal que más problemas genera. Si la vida humana se
extinguiera el planeta estaría a salvo. A decir verdad, millones de peces, gallinas
y otros animales disfrutarían de cierta clase de liberación.
Sin embargo, es importante utilizar la inteligencia de
forma constructiva. Esta es la clave. Si utilizáramos su capacidad
adecuadamente, perjudicaríamos menos a nuestra propia especie y al resto del planeta y, por supuesto, seriamos
mucho más felices. Utilizar nuestra inteligencia correcta o incorrectamente está
en nuestras manos. Pero, como podemos aprender a usarla constructivamente? En primer lugar, reconociendo nuestra
naturaleza y albergando la determinación de que todavía hay una posibilidad
real de transformar el corazón humano.
En base a estos presupuestos iniciales, hablaré hoy de
como el ser humano puede encontrar la felicidad como individuo, ya que, en mi opinión,
este es la clave de la totalidad. A pesar de los cambios que puedan advertirse
en una comunidad, la iniciativa debe proceder del individuo. Si este puede
convertirse en una buena persona, tranquila y pacífica, su cambio generará automáticamente
una atmosfera positiva en quienes le rodean. Cuando los padres son afectuosos y
apacibles, los hijos tienden a manifestar la misma actitud y a desarrollar el
mismo tipo de comportamiento.
Dado que nuestra actitud como seres humanos a menudo se
ve afectada por factores externos, eliminar los problemas que nos rodean
constituye una cuestión primordial. El entorno, es decir la situación que nos rodea,
es un factor muy importante para alcanzar un estado de ánimo favorable y feliz.
Sin embargo, el elemento fundamental, y que complementa al anterior, es nuestra
propia disposición o actitud mental.
La situación ambiental puede no ser favorable, puede
incluso ser hostil, pero si nuestra actitud mental es la correcta, no afectará
nuestra paz interior. Por el contrario, si nuestra disposición mental no es la adecuada,
a pesar de estar rodeados por nuestros mejores amigos y contar con las mejores
facilidades, nunca seremos felices. Esta es la razón por la que la actitud
mental es más importante que las condiciones externas. Sin embargo, la mayoría
de la gente parece más preocupada por las condiciones externas que por su
propia disposición mental. En este sentido, mi propuesta es que deberíamos
prestar mas atención a nuestras cualidades interiores.
En efecto, aunque hay un gran número de cualidades que
pueden proporcionarnos la paz mental, desde mi humilde experiencia creo que las
más importantes son la compasión y el afecto humanos, es decir, el sentido
connatural a nuestra especie de ser humanitarios.
Permítanme explicar a que me refiero con la palabra «compasión».
En general, nuestro concepto de compasión o amor engloba los sentimientos de
intimidad que tenemos respecto a nuestros amigos y personas amadas. Sin
embargo, en ocasiones el significado de «compasión» se confunde con el de
«piedad». Nada más lejos de la realidad. Cualquier sentimiento de amor o de compasión
que entrañe menospreciar al otro, sentir lástima por él, no es genuina compasión.
Para que sea autentica, la compasión tiene que basarse en el respeto por el
otro y en la convicción de que los demás tienen el mismo derecho de ser felices
y superar el sufrimiento que nosotros. Solo si somos capaces de advertir el
sufrimiento de los demás podremos desarrollar un autentico sentido de la compasión.
Respecto a la proximidad o intimidad que sentimos hacia
nuestros amigos, normalmente confundimos el apego por la compasión hacia los demás.
El sentimiento de compasión genuino debería ser imparcial y ecuánime. Si solo
nos sentimos unidos a nuestros amigos y no a nuestros enemigos, o al resto de
personas que no conocemos personalmente y nos son indiferentes, nuestra compasión
es solo parcial y subjetiva.
Como he mencionado, la compasión genuina se basa en el
reconocimiento de que los demás tienen el mismo derecho que nosotros a la
felicidad y, por consiguiente, nuestros enemigos, en tanto que seres humanos, también.
Así pues, ese sentimiento de preocupación, de compasión, debemos sentirlo por
todo el mundo, independientemente de si la actitud de la persona hacia nosotros
es hostil o amigable.
Esta clase de compasión conlleva el sentido de la
responsabilidad. Cuando desarrollamos este tipo de motivación, la confianza en
nosotros mismos aumenta y nuestros temores disminuyen, lo que favorece nuestra determinación.
Si desde el principio estamos decididos a llevar a cabo una tarea difícil,
aunque no lo consigamos en un primer, segundo o tercer intento, no debemos
cejar en el empeño. Este tipo de actitud optimista y determinada es la clave
del éxito.
La compasión también nos proporciona fuerza interior.
Cuando se experimenta dicho sentimiento se abre en nosotros una puerta interior
a través de la cual podemos comunicarnos, fácil y sinceramente, con el resto de
los seres humanos, e incluso con otros seres sensibles. Sin embargo, si
sentimos odio y rencor hacia los demás, el sentimiento será mutuo y, en
consecuencia, el temor y las sospechas levantarán un muro que dificultará la comunicación
con los demás. La soledad y el aislamiento invadirán nuestro espíritu y, aunque
no todos los miembros de nuestra comunidad experimenten sentimientos negativos
hacia nosotros, seremos juzgados negativamente a consecuencia de nuestros
propios sentimientos.
Si albergamos sentimientos negativos hacia los demás y a
pesar de ello esperamos que nos traten amigablemente, estamos siendo muy ilógicos.
Si lo que deseamos es que nuestro entorno sea más cordial, debemos ser los
primeros en asentar las bases para conseguirlo. Independientemente de si la
respuesta de los demás es positiva o negativa, nosotros hemos de sembrar la
semilla de la simpatía. Si después de hacerlo la respuesta que recibimos sigue
siendo negativa, tenemos pleno derecho a actuar en consecuencia.
Personalmente, siempre trato de sembrar simpatía entre
las personas. Cuando conozco a alguien no necesito presentaciones previas, ya
que la persona en cuestión es otro ser humano. Quizá en un futuro próximo los avances
tecnológicos puedan hacerme confundir un robot con un ser humano, pero hasta la
fecha nunca me ha ocurrido. Cuando contemplo una amplia sonrisa y unos ojos que
me miran, reconozco que dicha persona es un ser humano. En este sentido, salvo
por el color de la piel, tanto emocional como físicamente somos iguales. Que
los occidentales tengan el cabello rubio, azul o blanco no tiene importancia.
Lo importante es que a nivel emocional somos exactamente iguales. Albergando
dicha convicción, cuando conozco a una persona sé que me hallo frente a un
hermano y me acerco a él espontáneamente. En la mayoría de los casos, la
respuesta de la otra persona es mimética y se convierte en un amigo. He de reconocer
que a veces me equivoco, pero dado el caso tengo plena libertad de reaccionar
de acuerdo con las circunstancias.
Por consiguiente, deberíamos acercarnos a los demás
abiertamente, siendo conscientes de que toda persona es un ser humano como
nosotros.
La compasión crea una atmosfera positiva y, en consecuencia,
nos sentimos satisfechos y tranquilos. Donde vive una persona compasiva siempre
se respira una atmosfera agradable. Incluso los perros y pájaros se acercan a
la persona sin titubear. Hace casi cincuenta años solía tener pájaros en el
palacio de verano Norbulingka, en Lhasa. Entre ellos había un pequeño loro. Por
aquel tiempo tenía un ayudante entrado en años de apariencia poco agradable (la
expresión de su mirada era adusta y severa) que alimentaba diariamente al loro
con frutos secos. Puede resultar extraño, pero aquel pequeño pájaro intuía la
presencia de mi ayudante con solo escuchar sus pasos o su voz. La manera
amigable con que mi ayudante lo cuidaba surtía en el loro efectos asombrosos.
Aunque en alguna ocasión alimenté al loro personalmente, nunca se comportaba de
igual manera conmigo, así que decidí pincharle con un palo para comprobar cómo
reaccionaba. Como era de esperar, el resultado del experimento fue negativo.
La moraleja de esta historia es muy sencilla: si deseamos
tener un amigo verdadero, primero debemos hacer que la atmosfera que nos rodea
sea positiva. A fin de cuentas, somos animales sociales y, en consecuencia, la
amistad es muy importante. Pero, como lograr que los demás esbocen una sonrisa?
Si nos mostramos imperturbables y desconfiados, nos resultara muy difícil. Es
posible que la gente nos obsequie con una sonrisa artificial si tenemos poder y
dinero, pero no debemos olvidar que una sonrisa genuina solo procede de la compasión.
Asi pues, la pregunta es cómo desarrollar la compasión.
Podemos desarrollar una compasión objetiva? Mi respuesta es definitivamente
afirmativa. En mi opinión la naturaleza humana es sensible y compasiva, aunque
la mayoría de la gente piense que su principal característica es la
agresividad. Analicemos este aspecto.
En el mismo instante de la concepción, y cuando el feto
se halla en el útero materno, uno de los factores más positivos para su
desarrollo es el estado mental compasivo y sereno de nuestra madre. La agitación
mental de la madre es perjudicial para el feto. Y esto es solo el comienzo de
la vida! Incluso el estado mental de los padres es de suma importancia durante
la concepción. Si un niño es concebido a consecuencia de una violación, será un
bebe no deseado. La concepción tiene que ser el fruto del amor verdadero y el
respeto mutuo, no de la pasión desenfrenada. No es suficiente con tener una
aventura amorosa, la pareja debería conocerse y respetarse mutuamente. Esta es
la base de un matrimonio feliz. Es más, el matrimonio en si mismo debería ser
de por vida, o por lo menos duradero. La vida debería nacer siempre a partir de
este contexto.
Según la ciencia médica, durante las primeras semanas después
del nacimiento, el cerebro del niño sigue desarrollándose. Los expertos
aseguran que durante este periodo el contacto físico es uno de los factores
cruciales para su correcto desarrollo. Esta consideración muestra la
importancia del afecto físico que requiere nuestro cuerpo durante su
desarrollo.
Tras el nacimiento, uno de los primeros actos de la madre
es amamantar al bebe, cuyo acto reflejo es la succión. La leche suele ser
considerada un símbolo de compasión. Sin esta, al niño le costará mucho
sobrevivir. Gracias a la lactancia se establece un vínculo de proximidad entre
la madre y el niño. Si tal vinculo no se da, el niño rechazara el pecho de la
madre y si esta siente aversión por su hijo, la leche no fluirá de su pecho. Así
pues, la leche fluye a consecuencia del amor. Esto significa que el primer acto
de nuestra vida, succionar la leche materna, es un símbolo de afecto. Cuando
visito una iglesia y contemplo la imagen de María acunando a Jesús en su
regazo, siempre recuerdo este aspecto tan crucial en nuestras vidas;
personalmente lo considero un símbolo de amor y afecto.
Se ha demostrado que aquellos niños que crecen en hogares
en los que se respira amor y afecto tienen un desarrollo físico mas sano y son
mejores estudiantes. Por el contrario, aquellos que no disfrutan de afecto
tienen más dificultades en su desarrollo físico y mental, e incluso cuando crecen,
tienen serias dificultades para manifestar afecto, lo cual es realmente
doloroso.
Reflexionemos ahora acerca del último instante de nuestra
vida, la muerte. Incluso en este instante, si la persona moribunda se siente
arropada por sus amigos, aunque no pueda beneficiarse de ellos, experimentará
una sensación de paz mental. Por consiguiente, a lo largo de nuestra vida,
desde el primer instante hasta la muerte, el afecto humano juega un papel
decisivo.
Una disposición afectuosa no sólo favorece la paz y el
sosiego mentales, sino que también repercute positivamente en nuestro cuerpo.
Por el contrario, el odio, los celos y temores afectan nuestra paz mental, provocando
una reacción física adversa. Incluso nuestro cuerpo precisa paz mental,
cualquier tipo de agitación le es siempre perjudicial.'
Por consiguiente, aunque haya personas que sostengan lo
contrario, soy de la opinión de que, si bien la agresividad forma parte de
nuestra naturaleza, el factor dominante de la vida es el afecto humano, razón
por la que es posible reforzar la bondad innata de nuestra naturaleza humana.
La importancia de la compasión puede justificarse con
argumentos lógico-racionales. Si ayudamos a otra persona y nos preocupamos por
ella, saldremos beneficiados. Sin embargo, si perjudicamos a los demás, tarde o
temprano tendremos problemas. A menudo suelo bromear diciendo que si lo que
deseamos es ser egoístas, es mejor serlo sabiamente que estúpidamente. La
inteligencia puede ayudarnos a amoldar nuestra actitud al respecto. Si la
utilizamos correctamente, podemos alcanzar el pleno conocimiento de cómo satisfacer
nuestro interés personal llevando una vida compasiva. En este sentido podría
argüirse que ser compasivo es, en última instancia, ser egoísta.
En este contexto, no creo que el egoísmo esté fuera de
lugar. El amor a uno mismo es crucial. Si no nos amamos a nosotros mismos,
¿cómo podemos amar a los demás? Hay personas que al hablar de la compasión
consideran que ésta supone un total desprecio por los intereses propios. Nada
más lejos de la realidad. De hecho, el auténtico amor debe, en primer lugar,
dirigirse hacia uno mismo.
La palabra «yo» tiene dos sentidos. Uno de ellos es el
negativo, el que genera problemas, aquel que no tiene en cuenta a los demás. El
otro, basado en la determinación, la voluntad y la confianza en sí mismo, es el
auténtico sentido del «yo», el realmente necesario para afrontar con absoluta
confianza cualquier tarea o reto en la vida.
De igual modo, también hay dos tipos de deseo. El odio es
invariablemente un deseo negativo que destruye la armonía. ¿Cómo reducir el
odio? El odio suele preceder a la ira. Ésta a su vez surge a consecuencia de
una emoción reactiva y gradualmente se convierte en un sentimiento de odio. En
este caso, la aproximación más hábil consiste en saber que el odio es negativo.
A menudo la gente cree que el odio es un sentimiento natural que es mejor
expresar, pero se equivoca. Quizá debido al pasado alberguemos resentimientos
que pueden desaparecer expresando nuestro odio. No niego que sea posible, sin
embargo es siempre mejor analizar la causa de dicho odio y así, gradualmente,
año tras año, irá disminuyendo. Desde mi experiencia, considero más factible
partir de la consideración de que el odio es negativo y, por tanto, es mejor no
sentirlo. Esta postura en sí misma marcará la diferencia.
Debemos tratar de percibir el objeto de nuestro odio
desde otra perspectiva. Cualquier persona o circunstancia que pueda generar en
nosotros odio es básicamente relativa; verlo desde un solo ángulo despertará
nuestra ira, pero si lo contemplamos desde otra perspectiva es posible que descubramos
aspectos positivos. Por ejemplo, nosotros perdimos nuestro país y nos
convertimos en refugiados. Si analizamos nuestra situación desde este ángulo, deberíamos
sentir frustración y tristeza, sin embargo, el mismo acontecimiento ha generado
oportunidades de conocer gente con distintas tradiciones religiosas.
Desarrollar una forma más flexible de contemplar las cosas nos ayuda a cultivar
una actitud mental serena y equilibrada. Este es un posible método para reducir
el odio.
Supongamos, por ejemplo, que enfermamos. Cuanto más
pensemos en nuestra enfermedad, nuestra frustración será peor. En este caso,
resulta de gran ayuda comparar nuestra situación con alguien que, padeciendo la
misma enfermedad, se siente mucho peor que nosotros, o pensar que habría
ocurrido si hubiéramos contraído una enfermedad más grave. De esta forma,
podemos consolarnos al comprobar que nuestra situación podría haber sido mucho
peor. De nuevo, la estrategia es aprender a relativizar cualquier tipo de situación.
Si comparamos, siempre hallaremos una circunstancia peor a la nuestra, lo que
inmediatamente reducirá nuestra frustración.
Ocurre exactamente lo mismo cuando tenemos que
enfrentarnos a ciertas dificultades. Si las contemplamos de cerca pueden resultar muy complicadas,
pero si las analizamos desde una perspectiva más amplia, no parecen tan graves.
A través de estos métodos y desarrollando un amplio punto de vista podemos
reducir nuestra frustración ante cualquier tipo de problemas. Para conseguirlo
se requiere un constante esfuerzo, pero si logramos ponerlo en práctica, el
sentimiento de odio que todos llevamos dentro disminuirá, Entretanto, debemos
fortalecer nuestra compasión e incrementar el potencial de bondad que todos
albergamos. Gracias a la combinación de estos dos elementos una persona puede
transformar su negatividad y ser una persona buena. Este es, pues, el camino
que debemos seguir para conseguir dicha transformación.
Por otra parte, si profesamos una religión, nuestra fe
puede ser de gran utilidad para potenciar estas cualidades. Los Evangelios, por
ejemplo, nos enseñan a poner la otra mejilla, muestra inequívoca de la práctica
de la tolerancia. Para mí, el principal mensaje de los Evangelios es el amor a
nuestros semejantes y la razón por la que debemos potenciar este amor es
precisamente porque amamos a Dios. Esta clase de enseñanza religiosa es muy útil
para aumentar y potenciar nuestras buenas cualidades. La aproximación budista
presenta un método muy claro. En primer lugar tratamos de considerar por igual
a todos los seres sensibles, A continuación consideramos que la vida de cualquier
ser es tan valiosa como la nuestra y, a partir de aquí, desarrollamos nuestro interés
por los demás.
Que ocurre en el caso de alguien que no profesa ninguna
fe religiosa? Sigamos o no un credo religioso, la cuestión que nos ocupa está
relacionada con los derechos del individuo. En este sentido, es posible, e incluso
a veces más sencillo, no tener que recurrir a la religión. No obstante, aunque
no se profese religión alguna, el valor de las buenas cualidades humanas jamás
debe ser abandonado. En tanto que seres humanos y miembros de una sociedad,
necesitamos de la compasión humana para ser felices. Dado que todos deseamos
alcanzar la felicidad, tener una familia y unos amigos felices, debemos
potenciar y desarrollar la compasión y el afecto. Es muy importante reconocer
que hay dos niveles de espiritualidad: uno guiado por la fe religiosa y el otro
totalmente independiente de esta. Potenciando el segundo nivel simplemente
tratamos de ser personas con buen corazón. Deberíamos recordar también que
cultivar una actitud compasiva conduce indefectiblemente a la no-violencia. La
no-violencia no es un término diplomático, es la compasión en acción. Si
nuestro corazón alberga odio, nuestras acciones serán violentas, pero si
tenemos compasión, serán no-violentas.
Como he dicho anteriormente, mientras el hombre habite la
Tierra siempre habrá desavenencias y conflictos. Si para evitar dichas
diferencias hacemos uso de la violencia, nuestra vida cotidiana se verá tejida
diariamente por esta y el resultado será terrible. A decir verdad, es imposible
dirimir las diferencias a través de la violencia. La violencia solo conduce al
aumento del resentimiento y la insatisfacción.
La no-violencia significa dialogo, es decir utilizar el
lenguaje para comunicarse. Dialogar significa comprometerse: escuchar otros
puntos de vista y respetar los derechos de los demás con un espíritu de reconciliación.
A través del dialogo no hay ganadores ni vencedores. En la actualidad, en la
medida que el mundo va reduciéndose paulatinamente, los conceptos «nosotros» y
«vosotros» resultan obsoletos. Si nuestros intereses fueran independientes del
resto de los demás, cabria la posibilidad de que alguien se alzara como ganador
en detrimento del perdedor, pero dado que todos dependemos los unos de los
otros, nuestros intereses y los de los demás están interrelacionados. Así pues,
Como se puede lograr una victoria absoluta? Es del todo imposible. Tenemos que
compartir nuestros intereses en un 50 por ciento o, de no ser posible, en un 60
y un 40 por ciento. Si no somos ecuánimes, la reconciliación jamás será
posible.
La realidad del mundo actual crea la necesidad de pensar
en estos términos. Esta es la base de mi propia consideración, la aproximación
del término medio. Los tibetanos jamás lograremos la victoria porque, nos guste
o no, el futuro del Tíbet depende en gran medida de China. Sin embargo,
apelando al espíritu de la reconciliación, abogo por compartir intereses para
potenciar el autentico progreso. Comprometerse es la única vía. A través de
medios no-violentos podemos compartir puntos de vista, sentimientos y derechos
que nos ayudaran a resolver el problema.
A veces he calificado al siglo XX de sanguinario, el
siglo de la guerra. Durante esta centuria ha habido más conflictos, derramamiento de sangre y más armas que nunca antes en la
historia. Desde el presente y teniendo en cuenta las experiencias que todos
hemos sufrido en este siglo, así como todo cuanto hemos aprendido de ellas, deberíamos
lograr que el próximo siglo fuera el siglo del dialogo. El principio de la
no-violencia debería ser practicado en todo el mundo. No puede lograrse simplemente
a través de la meditación. La no-violencia significa trabajo y esfuerzo, mucho más
esfuerzo todavía.
Gracias.
(Conferencia
pronunciada por el Dalai Lama en el Free Trade Hall, Manchester, el 19 de julio
de 1996. )
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