jueves, 18 de septiembre de 2014

LA COMPASION, BASE DE LA FELICIDAD HUMANA.

LA COMPASION,
BASE DE LA FELICIDAD HUMANA.

Aunque resulte difícil de justificar, todo ser humano posee un sentido innato del yo, así como el deseo connatural de alcanzar la felicidad y superar el sufrimiento. En otras palabras, la vida del hombre está regida por el derecho natural de conseguir la mayor felicidad posible y, en consecuencia, el derecho natural de vencer el sufrimiento.
La historia de la humanidad se ha desarrollado sobre las bases de este sentimiento. De hecho, este sentimiento no está limitado ni es exclusivo a los seres humanos; desde el punto de vista del budismo, incluso el más pequeño de los insectos lo posee y, en función de sus capacidades, trata de alcanzar cierto grado de felicidad y evitar situaciones adversas.
Sin embargo, entre los seres humanos y las otras especies animales hay una diferencia de grado: la inteligencia humana. En efecto, gracias a esta estamos mucho más avanzados y poseemos una mayor capacidad. Solo nosotros podemos pensar el futuro y proyectarnos en el, solo nuestra memoria es lo suficientemente poderosa para retroceder en el pasado. Más aun, tenemos tradiciones orales y escritas que nos permiten rememorar acontecimientos ocurridos hace siglos e incluso, gracias a los métodos científicos actuales, millones de años atrás.
No cabe duda de que nuestro intelecto nos convierte en seres muy inteligentes, pero a la vez, y precisamente debido a ello, en los seres que albergan más dudas, recelos y temores. La sensación de miedo esta mucho más desarrollada en los humanos que en otros animales. Además, la mayoría de los conflictos familiares, por no mencionar los conflictos dentro de las comunidades y entre naciones, así como los conflictos internos de cada individuo, emergen como consecuencia de las diferentes ideas y puntos de vista que nuestra inteligencia nos proporciona. Así pues, desafortunadamente la inteligencia puede ser la causa de los estados de infelicidad mental y, por tanto, una de las fuentes de la miseria humana, aunque a su vez es la única herramienta útil para superar estos conflictos y diferencias.
Desde esta perspectiva, es innegable que los seres humanos somos la especie animal que más problemas genera. Si la vida humana se extinguiera el planeta estaría a salvo. A decir verdad, millones de peces, gallinas y otros animales disfrutarían de cierta clase de liberación.
Sin embargo, es importante utilizar la inteligencia de forma constructiva. Esta es la clave. Si utilizáramos su capacidad adecuadamente, perjudicaríamos menos a nuestra propia especie y al    resto del planeta y, por supuesto, seriamos mucho más felices. Utilizar nuestra inteligencia correcta o incorrectamente está en nuestras manos. Pero, como podemos aprender a usarla constructivamente?  En primer lugar, reconociendo nuestra naturaleza y albergando la determinación de que todavía hay una posibilidad real de transformar el corazón humano.
En base a estos presupuestos iniciales, hablaré hoy de como el ser humano puede encontrar la felicidad como individuo, ya que, en mi opinión, este es la clave de la totalidad. A pesar de los cambios que puedan advertirse en una comunidad, la iniciativa debe proceder del individuo. Si este puede convertirse en una buena persona, tranquila y pacífica, su cambio generará automáticamente una atmosfera positiva en quienes le rodean. Cuando los padres son afectuosos y apacibles, los hijos tienden a manifestar la misma actitud y a desarrollar el mismo tipo de comportamiento.
Dado que nuestra actitud como seres humanos a menudo se ve afectada por factores externos, eliminar los problemas que nos rodean constituye una cuestión primordial. El entorno, es decir la situación que nos rodea, es un factor muy importante para alcanzar un estado de ánimo favorable y feliz. Sin embargo, el elemento fundamental, y que complementa al anterior, es nuestra propia disposición o actitud mental.
La situación ambiental puede no ser favorable, puede incluso ser hostil, pero si nuestra actitud mental es la correcta, no afectará nuestra paz interior. Por el contrario, si nuestra disposición mental no es la adecuada, a pesar de estar rodeados por nuestros mejores amigos y contar con las mejores facilidades, nunca seremos felices. Esta es la razón por la que la actitud mental es más importante que las condiciones externas. Sin embargo, la mayoría de la gente parece más preocupada por las condiciones externas que por su propia disposición mental. En este sentido, mi propuesta es que deberíamos prestar mas atención a nuestras cualidades interiores.
En efecto, aunque hay un gran número de cualidades que pueden proporcionarnos la paz mental, desde mi humilde experiencia creo que las más importantes son la compasión y el afecto humanos, es decir, el sentido connatural a nuestra especie de ser humanitarios.
Permítanme explicar a que me refiero con la palabra «compasión». En general, nuestro concepto de compasión o amor engloba los sentimientos de intimidad que tenemos respecto a nuestros amigos y personas amadas. Sin embargo, en ocasiones el significado de «compasión» se confunde con el de «piedad». Nada más lejos de la realidad. Cualquier sentimiento de amor o de compasión que entrañe menospreciar al otro, sentir lástima por él, no es genuina compasión. Para que sea autentica, la compasión tiene que basarse en el respeto por el otro y en la convicción de que los demás tienen el mismo derecho de ser felices y superar el sufrimiento que nosotros. Solo si somos capaces de advertir el sufrimiento de los demás podremos desarrollar un autentico sentido de la compasión.
Respecto a la proximidad o intimidad que sentimos hacia nuestros amigos, normalmente confundimos el apego por la compasión hacia los demás. El sentimiento de compasión genuino debería ser imparcial y ecuánime. Si solo nos sentimos unidos a nuestros amigos y no a nuestros enemigos, o al resto de personas que no conocemos personalmente y nos son indiferentes, nuestra compasión es solo parcial y subjetiva.
Como he mencionado, la compasión genuina se basa en el reconocimiento de que los demás tienen el mismo derecho que nosotros a la felicidad y, por consiguiente, nuestros enemigos, en tanto que seres humanos, también. Así pues, ese sentimiento de preocupación, de compasión, debemos sentirlo por todo el mundo, independientemente de si la actitud de la persona hacia nosotros es hostil o amigable.
Esta clase de compasión conlleva el sentido de la responsabilidad. Cuando desarrollamos este tipo de motivación, la confianza en nosotros mismos aumenta y nuestros temores disminuyen, lo que favorece nuestra determinación. Si desde el principio estamos decididos a llevar a cabo una tarea difícil, aunque no lo consigamos en un primer, segundo o tercer intento, no debemos cejar en el empeño. Este tipo de actitud optimista y determinada es la clave del éxito.
La compasión también nos proporciona fuerza interior. Cuando se experimenta dicho sentimiento se abre en nosotros una puerta interior a través de la cual podemos comunicarnos, fácil y sinceramente, con el resto de los seres humanos, e incluso con otros seres sensibles. Sin embargo, si sentimos odio y rencor hacia los demás, el sentimiento será mutuo y, en consecuencia, el temor y las sospechas levantarán un muro que dificultará la comunicación con los demás. La soledad y el aislamiento invadirán nuestro espíritu y, aunque no todos los miembros de nuestra comunidad experimenten sentimientos negativos hacia nosotros, seremos juzgados negativamente a consecuencia de nuestros propios sentimientos.
Si albergamos sentimientos negativos hacia los demás y a pesar de ello esperamos que nos traten amigablemente, estamos siendo muy ilógicos. Si lo que deseamos es que nuestro entorno sea más cordial, debemos ser los primeros en asentar las bases para conseguirlo. Independientemente de si la respuesta de los demás es positiva o negativa, nosotros hemos de sembrar la semilla de la simpatía. Si después de hacerlo la respuesta que recibimos sigue siendo negativa, tenemos pleno derecho a actuar en consecuencia.
Personalmente, siempre trato de sembrar simpatía entre las personas. Cuando conozco a alguien no necesito presentaciones previas, ya que la persona en cuestión es otro ser humano. Quizá en un futuro próximo los avances tecnológicos puedan hacerme confundir un robot con un ser humano, pero hasta la fecha nunca me ha ocurrido. Cuando contemplo una amplia sonrisa y unos ojos que me miran, reconozco que dicha persona es un ser humano. En este sentido, salvo por el color de la piel, tanto emocional como físicamente somos iguales. Que los occidentales tengan el cabello rubio, azul o blanco no tiene importancia. Lo importante es que a nivel emocional somos exactamente iguales. Albergando dicha convicción, cuando conozco a una persona sé que me hallo frente a un hermano y me acerco a él espontáneamente. En la mayoría de los casos, la respuesta de la otra persona es mimética y se convierte en un amigo. He de reconocer que a veces me equivoco, pero dado el caso tengo plena libertad de reaccionar de acuerdo con las circunstancias.
Por consiguiente, deberíamos acercarnos a los demás abiertamente, siendo conscientes de que toda persona es un ser humano como nosotros.
La compasión crea una atmosfera positiva y, en consecuencia, nos sentimos satisfechos y tranquilos. Donde vive una persona compasiva siempre se respira una atmosfera agradable. Incluso los perros y pájaros se acercan a la persona sin titubear. Hace casi cincuenta años solía tener pájaros en el palacio de verano Norbulingka, en Lhasa. Entre ellos había un pequeño loro. Por aquel tiempo tenía un ayudante entrado en años de apariencia poco agradable (la expresión de su mirada era adusta y severa) que alimentaba diariamente al loro con frutos secos. Puede resultar extraño, pero aquel pequeño pájaro intuía la presencia de mi ayudante con solo escuchar sus pasos o su voz. La manera amigable con que mi ayudante lo cuidaba surtía en el loro efectos asombrosos. Aunque en alguna ocasión alimenté al loro personalmente, nunca se comportaba de igual manera conmigo, así que decidí pincharle con un palo para comprobar cómo reaccionaba. Como era de esperar, el resultado del experimento fue negativo.
La moraleja de esta historia es muy sencilla: si deseamos tener un amigo verdadero, primero debemos hacer que la atmosfera que nos rodea sea positiva. A fin de cuentas, somos animales sociales y, en consecuencia, la amistad es muy importante. Pero, como lograr que los demás esbocen una sonrisa? Si nos mostramos imperturbables y desconfiados, nos resultara muy difícil. Es posible que la gente nos obsequie con una sonrisa artificial si tenemos poder y dinero, pero no debemos olvidar que una sonrisa genuina solo procede de la compasión.
Asi pues, la pregunta es cómo desarrollar la compasión. Podemos desarrollar una compasión objetiva? Mi respuesta es definitivamente afirmativa. En mi opinión la naturaleza humana es sensible y compasiva, aunque la mayoría de la gente piense que su principal característica es la agresividad. Analicemos este aspecto.
En el mismo instante de la concepción, y cuando el feto se halla en el útero materno, uno de los factores más positivos para su desarrollo es el estado mental compasivo y sereno de nuestra madre. La agitación mental de la madre es perjudicial para el feto. Y esto es solo el comienzo de la vida! Incluso el estado mental de los padres es de suma importancia durante la concepción. Si un niño es concebido a consecuencia de una violación, será un bebe no deseado. La concepción tiene que ser el fruto del amor verdadero y el respeto mutuo, no de la pasión desenfrenada. No es suficiente con tener una aventura amorosa, la pareja debería conocerse y respetarse mutuamente. Esta es la base de un matrimonio feliz. Es más, el matrimonio en si mismo debería ser de por vida, o por lo menos duradero. La vida debería nacer siempre a partir de este contexto.
Según la ciencia médica, durante las primeras semanas después del nacimiento, el cerebro del niño sigue desarrollándose. Los expertos aseguran que durante este periodo el contacto físico es uno de los factores cruciales para su correcto desarrollo. Esta consideración muestra la importancia del afecto físico que requiere nuestro cuerpo durante su desarrollo.
Tras el nacimiento, uno de los primeros actos de la madre es amamantar al bebe, cuyo acto reflejo es la succión. La leche suele ser considerada un símbolo de compasión. Sin esta, al niño le costará mucho sobrevivir. Gracias a la lactancia se establece un vínculo de proximidad entre la madre y el niño. Si tal vinculo no se da, el niño rechazara el pecho de la madre y si esta siente aversión por su hijo, la leche no fluirá de su pecho. Así pues, la leche fluye a consecuencia del amor. Esto significa que el primer acto de nuestra vida, succionar la leche materna, es un símbolo de afecto. Cuando visito una iglesia y contemplo la imagen de María acunando a Jesús en su regazo, siempre recuerdo este aspecto tan crucial en nuestras vidas; personalmente lo considero un símbolo de amor y afecto.
Se ha demostrado que aquellos niños que crecen en hogares en los que se respira amor y afecto tienen un desarrollo físico mas sano y son mejores estudiantes. Por el contrario, aquellos que no disfrutan de afecto tienen más dificultades en su desarrollo físico y mental, e incluso cuando crecen, tienen serias dificultades para manifestar afecto, lo cual es realmente doloroso.
Reflexionemos ahora acerca del último instante de nuestra vida, la muerte. Incluso en este instante, si la persona moribunda se siente arropada por sus amigos, aunque no pueda beneficiarse de ellos, experimentará una sensación de paz mental. Por consiguiente, a lo largo de nuestra vida, desde el primer instante hasta la muerte, el afecto humano juega un papel decisivo.
Una disposición afectuosa no sólo favorece la paz y el sosiego mentales, sino que también repercute positivamente en nuestro cuerpo. Por el contrario, el odio, los celos y temores afectan nuestra paz mental, provocando una reacción física adversa. Incluso nuestro cuerpo precisa paz mental, cualquier tipo de agitación le es siempre perjudicial.'
Por consiguiente, aunque haya personas que sostengan lo contrario, soy de la opinión de que, si bien la agresividad forma parte de nuestra naturaleza, el factor dominante de la vida es el afecto humano, razón por la que es posible reforzar la bondad innata de nuestra naturaleza humana.
La importancia de la compasión puede justificarse con argumentos lógico-racionales. Si ayudamos a otra persona y nos preocupamos por ella, saldremos beneficiados. Sin embargo, si perjudicamos a los demás, tarde o temprano tendremos problemas. A menudo suelo bromear diciendo que si lo que deseamos es ser egoístas, es mejor serlo sabiamente que estúpidamente. La inteligencia puede ayudarnos a amoldar nuestra actitud al respecto. Si la utilizamos correctamente, podemos alcanzar el pleno conocimiento de cómo satisfacer nuestro interés personal llevando una vida compasiva. En este sentido podría argüirse que ser compasivo es, en última instancia, ser egoísta.
En este contexto, no creo que el egoísmo esté fuera de lugar. El amor a uno mismo es crucial. Si no nos amamos a nosotros mismos, ¿cómo podemos amar a los demás? Hay personas que al hablar de la compasión consideran que ésta supone un total desprecio por los intereses propios. Nada más lejos de la realidad. De hecho, el auténtico amor debe, en primer lugar, dirigirse hacia uno mismo.
La palabra «yo» tiene dos sentidos. Uno de ellos es el negativo, el que genera problemas, aquel que no tiene en cuenta a los demás. El otro, basado en la determinación, la voluntad y la confianza en sí mismo, es el auténtico sentido del «yo», el realmente necesario para afrontar con absoluta confianza cualquier tarea o reto en la vida.
De igual modo, también hay dos tipos de deseo. El odio es invariablemente un deseo negativo que destruye la armonía. ¿Cómo reducir el odio? El odio suele preceder a la ira. Ésta a su vez surge a consecuencia de una emoción reactiva y gradualmente se convierte en un sentimiento de odio. En este caso, la aproximación más hábil consiste en saber que el odio es negativo. A menudo la gente cree que el odio es un sentimiento natural que es mejor expresar, pero se equivoca. Quizá debido al pasado alberguemos resentimientos que pueden desaparecer expresando nuestro odio. No niego que sea posible, sin embargo es siempre mejor analizar la causa de dicho odio y así, gradualmente, año tras año, irá disminuyendo. Desde mi experiencia, considero más factible partir de la consideración de que el odio es negativo y, por tanto, es mejor no sentirlo. Esta postura en sí misma marcará la diferencia.
Debemos tratar de percibir el objeto de nuestro odio desde otra perspectiva. Cualquier persona o circunstancia que pueda generar en nosotros odio es básicamente relativa; verlo desde un solo ángulo despertará nuestra ira, pero si lo contemplamos desde otra perspectiva es posible que descubramos aspectos positivos. Por ejemplo, nosotros perdimos nuestro país y nos convertimos en refugiados. Si analizamos nuestra situación desde este ángulo, deberíamos sentir frustración y tristeza, sin embargo, el mismo acontecimiento ha generado oportunidades de conocer gente con distintas tradiciones religiosas. Desarrollar una forma más flexible de contemplar las cosas nos ayuda a cultivar una actitud mental serena y equilibrada. Este es un posible método para reducir el odio.
Supongamos, por ejemplo, que enfermamos. Cuanto más pensemos en nuestra enfermedad, nuestra frustración será peor. En este caso, resulta de gran ayuda comparar nuestra situación con alguien que, padeciendo la misma enfermedad, se siente mucho peor que nosotros, o pensar que habría ocurrido si hubiéramos contraído una enfermedad más grave. De esta forma, podemos consolarnos al comprobar que nuestra situación podría haber sido mucho peor. De nuevo, la estrategia es aprender a relativizar cualquier tipo de situación. Si comparamos, siempre hallaremos una circunstancia peor a la nuestra, lo que inmediatamente reducirá nuestra frustración.
Ocurre exactamente lo mismo cuando tenemos que enfrentarnos a ciertas dificultades. Si las contemplamos de cerca pueden resultar muy complicadas, pero si las analizamos desde una perspectiva más amplia, no parecen tan graves. A través de estos métodos y desarrollando un amplio punto de vista podemos reducir nuestra frustración ante cualquier tipo de problemas. Para conseguirlo se requiere un constante esfuerzo, pero si logramos ponerlo en práctica, el sentimiento de odio que todos llevamos dentro disminuirá, Entretanto, debemos fortalecer nuestra compasión e incrementar el potencial de bondad que todos albergamos. Gracias a la combinación de estos dos elementos una persona puede transformar su negatividad y ser una persona buena. Este es, pues, el camino que debemos seguir para conseguir dicha transformación.
Por otra parte, si profesamos una religión, nuestra fe puede ser de gran utilidad para potenciar estas cualidades. Los Evangelios, por ejemplo, nos enseñan a poner la otra mejilla, muestra inequívoca de la práctica de la tolerancia. Para mí, el principal mensaje de los Evangelios es el amor a nuestros semejantes y la razón por la que debemos potenciar este amor es precisamente porque amamos a Dios. Esta clase de enseñanza religiosa es muy útil para aumentar y potenciar nuestras buenas cualidades. La aproximación budista presenta un método muy claro. En primer lugar tratamos de considerar por igual a todos los seres sensibles, A continuación consideramos que la vida de cualquier ser es tan valiosa como la nuestra y, a partir de aquí, desarrollamos nuestro interés por los demás.
Que ocurre en el caso de alguien que no profesa ninguna fe religiosa? Sigamos o no un credo religioso, la cuestión que nos ocupa está relacionada con los derechos del individuo. En este sentido, es posible, e incluso a veces más sencillo, no tener que recurrir a la religión. No obstante, aunque no se profese religión alguna, el valor de las buenas cualidades humanas jamás debe ser abandonado. En tanto que seres humanos y miembros de una sociedad, necesitamos de la compasión humana para ser felices. Dado que todos deseamos alcanzar la felicidad, tener una familia y unos amigos felices, debemos potenciar y desarrollar la compasión y el afecto. Es muy importante reconocer que hay dos niveles de espiritualidad: uno guiado por la fe religiosa y el otro totalmente independiente de esta. Potenciando el segundo nivel simplemente tratamos de ser personas con buen corazón. Deberíamos recordar también que cultivar una actitud compasiva conduce indefectiblemente a la no-violencia. La no-violencia no es un término diplomático, es la compasión en acción. Si nuestro corazón alberga odio, nuestras acciones serán violentas, pero si tenemos compasión, serán no-violentas.
Como he dicho anteriormente, mientras el hombre habite la Tierra siempre habrá desavenencias y conflictos. Si para evitar dichas diferencias hacemos uso de la violencia, nuestra vida cotidiana se verá tejida diariamente por esta y el resultado será terrible. A decir verdad, es imposible dirimir las diferencias a través de la violencia. La violencia solo conduce al aumento del resentimiento y la insatisfacción.
La no-violencia significa dialogo, es decir utilizar el lenguaje para comunicarse. Dialogar significa comprometerse: escuchar otros puntos de vista y respetar los derechos de los demás con un espíritu de reconciliación. A través del dialogo no hay ganadores ni vencedores. En la actualidad, en la medida que el mundo va reduciéndose paulatinamente, los conceptos «nosotros» y «vosotros» resultan obsoletos. Si nuestros intereses fueran independientes del resto de los demás, cabria la posibilidad de que alguien se alzara como ganador en detrimento del perdedor, pero dado que todos dependemos los unos de los otros, nuestros intereses y los de los demás están interrelacionados. Así pues, Como se puede lograr una victoria absoluta? Es del todo imposible. Tenemos que compartir nuestros intereses en un 50 por ciento o, de no ser posible, en un 60 y un 40 por ciento. Si no somos ecuánimes, la reconciliación jamás será posible.
La realidad del mundo actual crea la necesidad de pensar en estos términos. Esta es la base de mi propia consideración, la aproximación del término medio. Los tibetanos jamás lograremos la victoria porque, nos guste o no, el futuro del Tíbet depende en gran medida de China. Sin embargo, apelando al espíritu de la reconciliación, abogo por compartir intereses para potenciar el autentico progreso. Comprometerse es la única vía. A través de medios no-violentos podemos compartir puntos de vista, sentimientos y derechos que nos ayudaran a resolver el problema.
A veces he calificado al siglo XX de sanguinario, el siglo de la guerra. Durante esta centuria ha habido más conflictos, derramamiento de sangre y más armas que nunca antes en la historia. Desde el presente y teniendo en cuenta las experiencias que todos hemos sufrido en este siglo, así como todo cuanto hemos aprendido de ellas, deberíamos lograr que el próximo siglo fuera el siglo del dialogo. El principio de la no-violencia debería ser practicado en todo el mundo. No puede lograrse simplemente a través de la meditación. La no-violencia significa trabajo y esfuerzo, mucho más esfuerzo todavía.
Gracias.

(Conferencia pronunciada por el Dalai Lama en el Free Trade Hall, Manchester, el 19 de julio de 1996. )

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