jueves, 11 de septiembre de 2014

LOS ANALES AKASHICOS (1ra Parte)

LOS ANALES AKASHICOS
(1ra Parte)

La palabra es, en verdad, poco apropiada, pues si bien los anales se leen indudablemente en el Akasha, sin embargo, no pertenecen realmente a éste.

…peor sería el título alternativo «Anales de la luz astral», que se ha empleado algunas veces, porque estos anales se hallan mucho más allá del plano astral, y todo lo que en éste puede obtenerse, es tan sólo vislumbres interrumpidas de una especie de doble reflexión de los mismos…
La palabra Akasha, como muchos otros de los términos teosóficos, se ha empleado muy libremente.
En algunos de nuestros primeros libros era considerada como sinónimo de luz astral, y en otros se usaba para significar cualquier clase de materia invisible, desde Mulaprakriti hasta el éter físico.

En libros posteriores su empleo se ha limitado a la materia del plano devachánico, y en este sentido es cómo pudiera hablarse de los anales como akáshicos; pues aunque originalmente no se construyen allí, como tampoco en el plano astral, es allí, sin embargo, donde primeramente se pone uno en contacto con ellos, y donde es posible hacer estudios provechosos con los mismos.


Este asunto de los anales akáshicos no es en modo alguno una materia fácil de tratar, pues pertenece a la numerosa clase que requiere, para su perfecta comprensión, facultades de un orden muy superior a todas las que la humanidad ha desarrollado hasta ahora.
La solución verdadera de sus problemas se encuentra en planos mucho más lejanos que los que nos es posible conocer hoy, y cualquier concepto que formemos del asunto tiene necesariamente que ser de lo más deficiente, puesto que no podemos considerarlo sino desde abajo en vez de desde arriba.

Por tanto, la idea que de ello nos formemos, ha de ser solamente parcial, no obstante lo cual no nos inducirá a error, a menos que nos permitamos creer que el diminuto fragmento, que es todo lo que podemos percibir, es el todo perfecto.

Si ponemos cuidado en que los conceptos que lleguemos a formar sean todo lo exactos que las circunstancias permitan, no tendremos nada que rectificar, si bien mucho que añadir, cuando, en el curso de nuestra marcha progresiva, adquiramos gradualmente superior sabiduría. Téngase, pues, bien entendido desde un principio, que una comprensión completa del asunto, es una absoluta imposibilidad en nuestro presente estado de evolución, y que surgirán muchos puntos sobre los cuales no es posible obtener una explicación exacta, aunque sea factible a veces sugerir analogías e indicar las líneas donde puede encontrarse una explicación. Tratemos, pues, de remontar nuestros pensamientos al principio de este sistema solar a que pertenecemos. Todos estamos familiarizados con la teoría astronómica ordinaria acerca de su origen, la que comúnmente se llama la teoría nebular, según la cual vino primero a la existencia como una gigantesca nebulosa inflamada, de un diámetro que excedía en mucho al de la órbita aun de los planetas más lejanos, y luego, a medida que en el curso de edades sin cuento, esta enorme esfera se enfrió gradualmente y se contrajo, formóse el sistema tal como lo conocemos. La ciencia oculta acepta esta teoría en sus líneas generales, como representación correcta del aspecto puramente físico de la evolución de nuestro sistema; pero añade que si limitamos nuestra atención sólo a este aspecto físico, tendremos una idea muy incompleta e incoherente de lo que realmente tuvo lugar.

Principia por el postulado de que el Ser elevado que emprende la formación de un sistema (a quien algunas veces llamamos el Logos del sistema), forma primero en su mente un concepto completo de la totalidad del mismo con todas sus sucesivas cadenas. Por el acto mismo de tal concepción, llama a todo simultáneamente a la existencia objetiva en el plano de su pensamiento (plano, por supuesto, mucho más elevado que ninguno de los que tenemos conocimiento), desde el cual descienden, en el debido momento, los diversos globos, cualquiera que sea el estado más objetivo que les esté destinado.

 A menos que tengamos siempre presente el hecho de la existencia real de todo el sistema, desde el principio mismo, en un plano superior, nunca llegaremos a comprender debidamente la evolución física que vemos actuando aquí abajo.

Pero el ocultismo enseña algo más que esto. Nos dice que no sólo este maravilloso sistema a que pertenecemos es llamado a la existencia por el Logos, tanto en los planos inferiores como en los superiores, sino que su relación con Él es aun más estrecha que esto, pues es absolutamente una parte de Él - una expresión parcial suya en el plano físico -, y que el movimiento y la energía de todo el sistema es su energía que actúa dentro de los límites de su aura.

Por estupendo que sea este concepto, no debe parecer, sin embargo, increíble a aquellos de nosotros que hayan estudiado algo la cuestión del aura.
Estamos familiarizados con la idea de que: a medida que una persona progresa en el Sendero, su cuerpo causal, que es el límite determinante de su aura,
aumenta claramente
de tamaño,
así como en luminosidad y
pureza de color.

Muchos de vosotros sabéis por experiencia que el aura de un discípulo que ha adelantado considerablemente en el Sendero, es mucho mayor que la del que acaba de dar el primer paso en el mismo, mientras que tratándose de un Adepto, el tamaño proporcional es aun mucho más grande. En descripciones orientales, por completo exotéricas, leemos la inmensa extensión del aura Buddha; creo que una de ellas le atribuye tres millas como límite; pero cualquiera que sea su amplitud, es evidente que esto es otro dato del hecho del extremadamente rápido crecimiento del cuerpo causal, a medida que el hombre avanza en su camino.

No hay duda de que la rapidez de este desarrollo aumenta en progresión geométrica; de suerte que no debe sorprendernos el que se nos diga que hay Adepto de un nivel aun superior, cuyo aura es capaz de comprender el mundo entero; y desde esto podemos llevar nuestro pensamiento a concebir que haya un Ser tan elevado, que comprenda dentro de Sí Mismo todo el sistema solar. Y no debemos olvidar que por enorme que esto nos parezca, es como la más diminuta gota de agua en el océano sin límites del espacio.

Así, pues, resulta literalmente verdad lo que antiguamente se decía del Logos - el cual tiene en Sí Mismo todas las capacidades y cualidades que nos sea posible atribuir al Dios más elevado que podamos concebir -, que «de Él, por Él y para Él son todas las cosas», y «en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser».

Ahora bien; si esto es así, claro es que todo lo que sucede en nuestro sistema sucede absolutamente dentro de la conciencia de su Logos, por lo que desde luego se ve que los verdaderos anales deben ser su memoria; además es evidente que cualquiera que sea el plano en que exista tal portentosa memoria, no puede menos de estar inmensamente por encima de todo cuanto conocemos, y por consiguiente, cualesquiera que sean los anales que nosotros podamos leer, deben ser sólo una reflexión de ese gran hecho dominante, proyectado en el medio más denso de los planos inferiores.

En el plano astral es desde luego evidente que suceda así; que allí sólo existe una reflexión de otra reflexión, y sumamente imperfecta, pues los anales que pueden percibirse son muy fragmentarios y a menudo en extremo desnaturalizados. Sabemos cuán universalmente se usa el agua como símbolo de la luz astral; pero en este caso particular es de lo más apropiado. En la superficie del agua tranquila podemos distinguir un reflejo claro de los objetos que la rodean, lo mismo que en un espejo; pero a lo más es una reflexión, esto es, una representación de dos dimensiones de objetos de tres dimensiones, y por tanto, difiriendo en todas sus cualidades, excepto en el color, de lo que representa, y presentándose, además de esto, a la inversa. Pero si la superficie del agua es agitada por el viento, ¿qué vemos entonces? Siempre una reflexión, es verdad; pero tan truncada y torcida, que resulta por completo inútil y hasta contraproducente como guía respecto de la forma y verdadera apariencia de los objetos reflejados. Por un momento aquí y allá puede suceder que obtengamos una reflexión clara de una pequeña parte de la escena, de una hoja de un árbol, por ejemplo; pero se necesitaría mucho trabajo y considerable conocimiento de las leyes naturales, para formar algo que se parezca a un concepto verdadero del objeto reflejado, reuniendo un gran número de tales fragmentos aislados de una imagen del mismo. Ahora bien; en el plano astral no puede haber nunca nada que se parezca a lo que hemos imaginado como superficie tranquila, sino que, por el contrario, la que existe está siempre en rápido y alucinador movimiento; júzguese, pues, cuán poca confianza puede haber de alcanzar una reflexión clara y definida. Por esto, ningún clarividente, poseedor sólo de esta facultad en el plano astral, deberá confiar jamás en la exactitud de cuadro alguno del pasado que se le pueda presentar: acá o allá una parte de él puede ser exacta; pero no tiene medios para saber cuál es.

Si está bajo la dirección de un maestro competente, puede, por medio de una educación larga y cuidadosa, aprender a distinguir las impresiones en que deba confiar, y construir con los truncados reflejos una imagen del objeto reflejado; pero ordinariamente, mucho antes de que llegue a dominar tales dificultades, desarrolla la vida devachánica, la cual hace innecesario semejante trabajo.

En el plano devachánico, las condiciones son muy diferentes. Allí los anales son completos y exactos, siendo imposible cometer errores en su lectura. Si tres clarividentes que poseen los poderes del plano devachánico, acuerdan examinar determinado asunto, lo que cada cual vea será absolutamente la misma reflexión, y cada uno obtendrá una impresión correcta de la lectura. No quiere esto decir que cuando después comparen sus notas en el plano físico, concuerden exactamente. Bien sabido es que cuando tres personas presencian un suceso aquí abajo en el plano físico y se proponen anotarlo, sus descripciones difieren considerablemente, porque cada uno habrá observado especialmente aquella parte que más despertaba su interés, la cual pondrá de relieve, como rasgo principal del suceso, llegando hasta a ignorar a veces otros puntos que en realidad eran mucho más importantes.

Ahora bien; en el caso de una observación en el plano devachánico, esta apreciación personal no afectaría de un modo apreciable las impresiones recibidas, porque haciéndose cada uno por completo cargo de todo el asunto, le será imposible ver sus partes fuera de la proporción debida; pero excepto en el caso de personas cuidadosamente educadas y experimentadas, este factor no entra en juego al transferir las impresiones a los planos inferiores. Está en la naturaleza de las cosas que sea imposible que cualquier relato en el plano físico de una visión o experiencia devachánica sea completa, puesto que las nueve décimas partes de lo que se ve y se siente allí, no puede ser expresado en modo alguno por palabras físicas; y desde el momento en que toda expresión tiene, por tanto, que ser parcial, es evidente que hay alguna posibilidad de selección en la parte que se exprese. Por esta razón es por lo que en todas nuestras investigaciones teosóficas de los últimos años, se ha puesto tan especial cuidado en comprobar constantemente el testimonio de los clarividentes, de suerte que nada que se funde en la visión de una sola persona se ha permitido que aparezca en nuestras publicaciones. Pero aun cuando la posibilidad de error por causa de este factor de la apreciación personal haya sido reducida al mínimum por medio de un sistema cuidadoso de comprobación, queda todavía la muy seria dificultad, inherente a la operación, de aportar las impresiones de un plano superior a otro inferior. Esto es algún tanto análogo a la dificultad que experimenta un pintor al tratar de reproducir un paisaje de tres dimensiones en una superficie plana, o sea prácticamente en dos dimensiones. Así como el artista necesita una educación larga y cuidadosa de la mano y el ojo antes de poder producir una representación satisfactoria de la naturaleza, así también el clarividente necesita una educación larga y sostenida antes de poder describir con exactitud en el plano inferior lo que ve en uno superior; al paso que la probabilidad de obtener de una persona inexperta una descripción exacta, es igual que obtener un paisaje perfectamente ejecutado de alguien que no hubiese aprendido nunca a dibujar. Debe también tenerse presente que el cuadro más perfecto es, en realidad, una reproducción infinitamente lejana de la escena que representa, pues no hay línea, ni ángulo que puedan ser nunca los mismos que los del objeto reproducido. Es sencillamente una tentativa muy ingeniosa la de hacer sobre uno solo de nuestros sentidos, por medio de líneas y colores trazados en una superficie plana, una impresión semejante a la que hubiéramos experimentado si hubiésemos tenido realmente ante nosotros la escena descrita. Excepto por una sugestión que depende por completo de nuestra experiencia previa, no puede apórtasenos nada de los rugidos del mar, del aroma de las flores, del gusto de la fruta o de la blandura o dureza de la superficie dibujada. De exacta e igual naturaleza, aunque en mayor grado, son las dificultades que experimenta el clarividente al intentar describir en el plano físico lo que ha visto en el astral; dificultades que se agravan extraordinariamente por el hecho de que en lugar de tener tan sólo que traer a la mente de sus oyentes conceptos que les son ya familiares, como sucede con el artista cuando pinta hombres, animales, árboles, etc., tiene que tratar, con los medios imperfectos de que dispone, de sugerirles conceptos que en la mayor parte de los casos son completamente nuevos para ellos. No será, pues, nada sorprendente que, por más vívidas e impresionantes que parezcan sus descripciones a su auditorio, haya él mismo de sentir su completa deficiencia, y ver que sus mayores esfuerzos han fracasado totalmente al presentar una idea de la realidad de lo que ha visto. Y debemos también tener presente que en el caso del relato que se hace en el plano físico de los anales que se lean en el plano devachánico, esta difícil operación de transferencia de lo superior a lo inferior, no se ha verificado una vez, sino dos, puesto que la memoria se ha traído a través del plano astral.

Aun en el caso de que el investigador posea la ventaja de haber desarrollado sus facultades devachánicas, de tal suerte que las pueda poner en actividad en el estado de vigilia en el cuerpo físico, se ve sin embargo, cohibido por la incapacidad absoluta del lenguaje físico para expresar lo que ve. Trátese, por un momento, de comprender bien lo que se llama la cuarta dimensión. Es muy fácil pensar en nuestras tres dimensiones - imaginar en nuestra mente el largo, ancho y alto de cualquier objeto - y ver que cada una de ellas está expresada por una línea en ángulo recto con las otras dos. La idea de la cuarta dimensión implica la posibilidad de trazar una cuarta línea en ángulo recto con las tres que hoy existen. Ahora bien; a la mente ordinaria le es imposible entender esta idea, aunque unos pocos que han hecho de este asunto un estudio especial, han llegado gradualmente a comprender una o dos figuras simples de cuatro dimensiones. Sin embargo, no tienen palabras en el lenguaje corriente para llevar un concepto de estas figuras a la mente de otro, y si cualquier lector que no se haya ejercitado especialmente en el asunto trata de concebir una forma semejante, sus esfuerzos resultarán por completo inútiles.

 Ahora bien; el expresar una de estas formas claramente en palabras físicas sería, como efecto, describir exactamente un objeto del plano astral; pero al examinar los anales en el plano devachánico, tendremos que hacer frente a la mayor dificultad de una quinta dimensión.

De suerte que la imposibilidad de explicar por completo estos anales es evidente aun para el observador más superficial.

Hemos calificado los anales como la memoria del Logos; sin embargo, son mucho más que memoria en el sentido ordinario de la palabra. Por más imposible que sea el imaginarse cómo aparecen estos cuadros desde el punto de vista del Logos, no obstante, sabemos que a medida que nos elevamos más y más, nos aproximamos también gradualmente a la verdadera memoria, nos acercamos por grados a ver como Él ve, por cuya razón tiene gran importancia, en lo que a estos anales se refiere, la experiencia del clarividente en el plano búddhico, el más elevado que la conciencia puede alcanzar hasta llegar al nivel de los Arhats.

 Ya aquí no se haya limitado por el tiempo ni el espacio; ya no necesita, como en el plano devachánico, pasar revista a una serie de sucesos, pues el pasado, el presente y el porvenir están igual y simultáneamente presentes para él.

En efecto; a pesar de hallarse este plano, por elevado que sea, infinitamente por debajo de la conciencia del Logos, es, sin embargo, de toda evidencia, por lo que en este plano vemos, que los anales deben ser para Él mucho más de lo que llamamos memoria; pues todo lo que ha sucedido en el pasado y todo lo que sucederá en el porvenir, está sucediendo ahora ante su ojos, exactamente como los sucesos de lo que llamamos el presente. Por totalmente increíble y absolutamente incomprensible que esto sea, para nuestra limitada inteligencia, es, no obstante, una verdad absoluta (Posible es que nosotros no nos hayamos hecho cargo de todo el alcance que el escritor encierra en este párrafo, porque, a la verdad, no vemos la absoluta imposibilidad de comprender estos asertos, desde el momento en que se admite lo que en este escrito se expone, de que: (La Ciencia Oculta) principia por el postulado de que el Ser elevado que emprende la formación de un sistema (a quien a veces llamamos el Logos del sistema), forma primero en su mente un concepto completo de la totalidad del misma, con todas sus sucesivas cadenas. Por el acto mismo de tal concepción, llama a todo simultáneamente a la existencia objetiva en el plano de su pensamiento (plano, por supuesto, mucho más elevado que ninguno de los que tenemos conocimiento), desde el cual descienden, en el debido momento, los diversos globos, cualquiera que sea el estado más objetivo que les esté destinado. A menos que tengamos siempre presente el hecho de la existencia real de todo el sistema, desde el principio mismo, en un plano superior, nunca llegaremos a comprender debidamente la evolución física que vemos actuando aquí abajo. Entendemos que no puede darse una explicación más clara y precisa, para cualquier estudiante de Teosofía, que el párrafo transcrito del porqué y del cómo no existe ni puede existir para la conciencia del Logos un pasado y un futuro reales respecto de nuestro sistema, sino únicamente el presente; pues no puede ser de otro modo desde el momento en que por el acto mismo de la concepción del sistema, llama a todo simultáneamente a la existencia objetiva en el plano de su pensamiento; cual plano añadimos nosotros, es para El lo que para los simples mortales es la conciencia física, para la cual está presente cualquier objeto físico mientras subsista como tal. No obstante, esto no implica que para la conciencia del Logos deje de existir a su vez un pasado, un presente y un futuro con relación al Absoluto, porque ha llegado a tan elevada conciencia por medio de la evolución, y por etapas sucesivas continuará siempre elevándose en la infinidad de la escala de la Conciencia Absoluta, o lo que es lo mismo, que El es, respecto del Absoluto, un Ser mudable y progresivo, lo cual implica que necesariamente tiene que existir para su conciencia un pasado, un presente y un futuro o sea lo que ha sido, lo que es y lo que será.)

 Naturalmente, no es de esperar que en nuestro actual estado de conocimiento, lleguemos a comprender cómo se produce semejante maravilloso resultado, y el esforzarnos en dar una explicación, seria envolvernos en una nube de palabras de la que no resultaría nada claro. Sin embargo, se me ocurre cierto género de pensamientos que quizá pueda sugerir la dirección en que la explicación puede hallarse; y cualquier cosa que nos auxilie a comprender la posibilidad de tan sorprendente declaración, le será una ayuda para dar mayor amplitud a nuestra mente.
Recuerdo que hace ya bastantes años leí un curiosísimo librito llamado, según creo, Las Estrellas y la Tierra, cuyo objeto era demostrar la posibilidad científica de que la mente de Dios pueda abarcar simultáneamente el pasado y el presente. Sus argumentos me impresionaron entonces como verdaderamente ingeniosos, y trataré de hacer un resumen de los mismos, porque creo que son bastante sugestivos con respecto al asunto en que nos ocupamos. Cuando vemos alguna cosa, ya sea el libro que tenemos en la mano, o una estrella a millones de millas de distancia, lo hacemos por medio de una vibración del éter, llamada comúnmente un rayo de luz, que pasa desde el objeto que se ve a nuestros ojos. Ahora bien: la velocidad con que se transmite la vibración es tan grande - cosa de 300.000 Km. por segundo -, que cuando vemos cualquier objeto en nuestro mundo, podemos considerarlo como prácticamente instantáneo; pero cuando entramos a tratar de distancias interplanetarias, ya tenemos que tomar en consideración la velocidad de la luz, porque para atravesar estos espacios transcurren períodos apreciables.
Por ejemplo: la luz tarda ocho minutos y un cuarto en pasar desde el Sol hasta nosotros, de suerte que cuando miramos a la órbita del Sol, la vemos por medio de un rayo de luz que la abandonó más de ocho minutos antes. De esto se sigue un resultado muy curioso. El rayo de luz por medio del cual vemos el Sol, nos trae sólo lo que ocurre en aquel orbe en el momento de su partida, sin que en modo alguno haya sido afectado por nada de lo que después haya sucedido; de manera que en realidad no vemos al Sol tal cual es, sino lo que era hace ocho minutos. Si tiene lugar en el Sol cualquier cosa importante, como por ejemplo la formación de una nueva mancha, un astrónomo que estuviese en aquel momento observando el Sol a través de un telescopio, ignoraría por completo el incidente en el momento en que se realizara, toda vez que el rayo de luz que trajera la noticia no llegaría a él hasta ocho minutos más tarde. Esta diferencia es más sorprendente cuando se trata de las estrellas fijas, a causa de sus distancias inmensamente mayores. La estrella Polar, por ejemplo, está tan distante, que la luz, viajando con la velocidad inconcebible antes mencionada, tarda un poco más de cincuenta años para llegar a nuestros ojos; de lo que se deduce, inevitablemente, que no vemos la estrella Polar donde está y lo que es en este momento, sino donde estaba y como era hace cincuenta años. Más aún: si mañana, a causa de alguna catástrofe saltase en mil pedazos la estrella Polar, la seguiríamos viendo brillar tranquilamente en el firmamento durante el resto de nuestra vida; nuestros hijos alcanzarían la edad viril, y a su vez se verían rodeados de hijos antes que la noticia de tan tremendo accidente llegase a la vista humana. Existen también otras estrellas tan distantes, que su luz tarda millares de años en llegar hasta nosotros; por lo que, respecto a su estado, nuestras noticias están anticuadas en miles de años.

Adelantemos ahora un paso más en nuestro argumento. Supongamos que nos fuera posible colocar a un hombre a 186.000 millas de distancia de la Tierra, dotándole de la maravillosa facultad de ver todas las cosas que aquí se sucedían con la misma claridad que si se hallara a nuestro lado. Es evidente que el hombre colocado a tal distancia vería todo un segundo después del instante en que tuvo lugar. Doblad la distancia y su retraso sería de dos segundos, y así sucesivamente; colóquesele a la distancia del Sol (pero conservándole siempre el mismo poder misterioso de tal vista), y al mirarnos no vería lo que estamos haciendo, sino lo que estábamos haciendo hace ocho minutos y cuarto. Llévesele a la estrella Polar, y ante sus ojos pasarían los sucesos de hace cincuenta años; contemplaría los juegos infantiles de los que en aquel momento eran hombres de edad madura. Por maravilloso que esto parezca, es literal y científicamente verdad, y no puede negarse.

(Tomado del libro: El Aura Humana y los Anales Akashicos)


























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