miércoles, 17 de septiembre de 2014

LOS ANALES AKASHICOS (2ra Parte)

LOS ANALES AKASHICOS
(2ra Parte)

Mi librito continuaba argumentando con bastante lógica, que:
siendo Dios todopoderoso, debe poseer el maravilloso poder de visión que hemos supuesto a nuestro observador; y que siendo además omnipresente, tiene que encontrarse en todas las estaciones que hemos mencionado, así como en todos los puntos intermedios, y no sucesiva, sino simultáneamente. Admitiendo, pues, tales premisas, se deduce por modo inevitable que todo lo que ha sucedido desde el principio mismo del mundo, debe necesariamente estar sucediendo en cada momento a los ojos de Dios, no como una simple memoria, sino como hecho que se realiza. Todo esto es bastante materialista, y está en el plano de la ciencia puramente física, y por tanto, debemos tener la seguridad de que no es el modo como actúa la memoria del Logos; sin embargo como he dicho antes, no carece de utilidad, porque nos hace vislumbrar algunas posibilidades que de otro modo no se nos ocurrirían.
Pero aun cuando de un modo vago podemos comprender la idea de que todo el pasado puede estar simultánea y activamente presente en una conciencia lo bastante elevada para ello, nos hallamos frente a una dificultad mucho mayor cuando tratamos de entender de qué modo puede estar el porvenir comprendido en esta conciencia (Desde el momento en que el Logos ha objetivado en su conciencia la totalidad del sistema, no hay posibilidad de que exista un futuro en El mismo, puesto que lo tiene todo presente. La objetivación física gradual de su concepción, en nada afecta a ésta, por cuanto el Maya de los diferentes planos de una manifestación más objetivada no tiene realidad alguna para EL).

Si pudiéramos creer en la doctrina mahometana del kismet o en la teoría calvinista de la predestinación, el concepto sería hasta fácil; pero sabiendo, como sabemos, que ninguna de las dos es verdad, tenemos que buscar alguna otra hipótesis más aceptable (El autor apunta aquí el mismo dilema: ¿Existe el Libre Albedrio? en donde, por modo incontrovertible, se expone lo fatal de la perenne manifestación de totalidad del Todo Infinito de los Números, como corolario de la Inmutabilidad de la Ideación Absoluta, en donde el Todo se encuentra, simultáneamente, en potencia y en acto. El autor trata de salvar la dificultad del dualismo que se presenta entre dos verdades - la verdad de la no existencia del futuro en la conciencia del Logos, y la verdad del Libre Albedrio que niega la predestinación implicada por la otra verdad - con el argumento de la previsión todopoderosa de una sabiduría omnisciente, argumento que, a nuestro modo de ver, es una espada de dos filos que deja la cuestión en pie. Entendemos que los dos factores antagónicos, «fatalidad» y «libre albedrio», son tan verdad el uno como el otro, y este mismo antagonismo los denuncia como el par de opuestos de la Ley de Justicia que rige la evolución: fatalidad en el fenómeno, libre albedrio en el nóumeno, fenómeno y nóumeno tan intrincadamente enlazados, que llegan a ser indistingibles para la intelectualidad pura, la cual únicamente admite el primero, por ser el segundo sólo perceptible al sexto sentido, el sentido del intelecto espiritual, del cual sólo se posee aquí abajo un reflejo y aun éste, por desgracia, muy poco generalizado. Esto explica por qué distinguimos con tanta claridad el fatalismo, que es la característica del fenómeno, y por qué se nos escapa la explicación racional de la característica del nóumeno, o sea el libre albedrio, cuya existencia efectiva es tan evidente al sentido interno, como lo es la fatalidad para el sentido vulgar).

Puede haber todavía mucha gente que niegue la posibilidad de la previsión, pero semejante negativa demuestra simplemente su ignorancia de las pruebas que existen sobre el asunto. Un gran número de casos auténticos no permiten dudar del hecho, pero muchos de ellos son de tal naturaleza que hacen muy difícil encontrar una explicación racional, Es evidente que el Ego posee cierta dosis de la facultad de previsión, y si los sucesos previstos fueran siempre de gran importancia, podría suponerse que un estímulo extraordinario le permitía cada vez hacer una impresión clara de lo que veía sobre su personalidad inferior. Esta es, sin duda alguna, la explicación de muchos de los casos en los que se ha previsto la muerte o graves desastres; pero se conoce un gran número de ejemplos en que tal explicación no resulta adecuada, puesto que los sucesos previstos son con frecuencia excesivamente triviales y sin importancia.

 Una historia de segunda vista, bien conocida en Escocia, ilustrará lo que acabo de decir. Un hombre que no creía en lo oculto, fue avisado por un montañés vidente de la próxima muerte de un vecino suyo. La profecía fue comunicada con mucha riqueza de detalles, incluyendo una descripción completa de los funerales, con los nombres de los portadores de las cintas del paño mortuorio, y de otras personas que estarían presentes. Parece que el oyente se rió de toda la historia, olvidándola en seguida; pero la muerte de su vecino, en el tiempo predicho, le recordó el aviso, y determinó falsificar la predicción, por lo menos en parte, siendo él uno de los portadores de las cintas. Pudo conseguir que las cosas se arreglaran a su gusto; pero en el momento en que el entierro se iba a poner en marcha, le llamaron para un asunto de poca importancia, que sólo le retuvo uno o dos minutos. Al volver a toda prisa a ocupar su puesto, vio con sorpresa que la procesión se había cumplido exactamente, porque los cuatro portadores de las cintas eran los que habían sido indicados en la visión.

Ahora bien; éste fue un asunto insignificante, sin importancia para nadie, definidamente predicho meses antes; pero aun cuando se ha tratado de alterar en algún detalle, el intento ha fracasado por completo.

Ciertamente que esto se parece mucho a la predestinación, hasta en los más pequeños pormenores, y sólo examinando esta cuestión desde planos superiores, es cómo podremos encontrar el modo de escapar a esta teoría. Por supuesto, como he dicho antes acerca de otro aspecto del asunto, la explicación completa se nos escapa todavía, y es evidente que seguirá sucediendo lo mismo hasta que nuestro conocimiento sea infinitamente superior a lo que es ahora; y lo más a que podemos aspirar al presente, es a indicar la senda en la cual puede hallarse alguna explicación.

No hay duda alguna de que así como lo que está sucediendo actualmente es el resultado de causas generales en el pasado, así también lo que suceda en el porvenir será el resultado de causas ya en actividad.

Aun aquí abajo podemos calcular que si se ejecutan ciertos actos, se seguirán determinados resultados; pero nuestro cálculo está sujeto a ser desbaratado por la injerencia de factores que no se habían tenido en cuenta.

Pero si elevamos nuestra conciencia al plano devachánico, podremos ver mucho más lejos en los resultados de nuestras acciones.
                                                       Podemos seguir, por ejemplo, el efecto de una palabra casual, no sólo en la persona a quien haya sido dirigida, sino también, mediante ella, en muchas otras personas al extenderse la influencia en círculos cada vez mayores, hasta que parece que afecta al país entero; y una sola vislumbre de semejante visión es mucho más eficaz que cualquier número de preceptos morales, para imprimir en nosotros la necesidad de una extrema circunspección en pensamientos, palabras y hechos.

No sólo podemos, desde este plano, ver de un modo tan completo el resultado de cada acto, sino que también podemos ver dónde y de qué modo intervienen los efectos de otros actos, aparentemente sin relación alguna con aquel, y lo modifican.

En efecto; puede decirse que el resultado de todas las causas en acción en la actualidad, son claramente visibles; que el porvenir, tal como sería si no se originasen causas completamente nuevas, hallase abierto ante nuestra mirada.

Hombre común
Hombre desarrollado
Nuevas causas, por supuesto, se originan, porque la voluntad del hombre es libre; pero en el caso de la gente vulgar, puede calcularse de antemano el uso que hará de su libertad con gran exactitud. El hombre común tiene tan poca voluntad verdadera, que depende en gran parte de las circunstancias; su karma anterior le coloca en determinado medio ambiente, cuya influencia sobre él es de tal modo el factor más principal en la historia de su vida, que su carrera futura pudiera predecirse casi con certeza matemática.
Respecto al hombre desarrollado, el caso es distinto; para él, también los principales hechos de su vida están determinados por su karma pasado, pero el modo con que él permitirá que le afecten, y cómo los tratará y hasta triunfará de ellos, es todo cosa suya, y no pueden predecirse en el plano devachánico sino como probabilidades.


Pero puede preguntarse:
¿Cómo es posible, en medio de esta perturbadora confusión de anales del pasado y previsiones del porvenir, encontrar determinado cuadro cuando se necesita?

Desde luego es un hecho que el clarividente no experto no puede generalmente hacerlo sin un lazo especial que lo ponga en relación con el asunto requerido. La psicometría es un ejemplo en este punto, y es muy probable que nuestra memoria ordinaria sea realmente sólo otra presentación de la misma idea. Parece como si hubiera una especie de lazo magnético o afinidad entre cualquier partícula de materia y los anales que contienen su historia; una afinidad que le permite obrar como una especie de conductor entre esos anales y las facultades de cualquiera que pueda leerlos.

Por ejemplo: una vez traje yo de Stonehenge un pedacito de piedra, no mayor que la cabeza de un alfiler, y al ponerlo en un sobre y dárselo a una psicómetra que no tenía idea alguna de lo que era, ésta empezó inmediatamente a describir aquellas ruinas maravillosas y el desierto país que las rodea, y luego prosiguió describiendo de modo vívido lo que evidentemente eran escenas de su historia primitiva, demostrando que aquel diminuto fragmento había sido suficiente para ponerla en comunicación con los anales relacionados con el lugar de donde procedía.

Las escenas por las que pasamos en el transcurso de nuestra vida, parece que obran del mismo modo sobre las células de nuestro cerebro, como sucedió con la historia de Stonehenge sobre aquella partícula de piedra; establecen una relación con aquellas células, por cuyo medio nuestra mente se pone en relación con aquella parte particular de los anales, y así nos «acordamos» de lo que hemos visto. Hasta el clarividente experto necesita algún lazo para poder encontrar los anales de un suceso para él ignorado.

Si, por ejemplo, desease observar el desembarco de Julio César en las costas de Inglaterra, tiene varias maneras de intentarlo. Si acaso hubiese visitado la escena del suceso, el modo más sencillo sería evocar la imagen del lugar, y luego recorrer sus anales hasta llegar al período deseado. Si no hubiese visto el sitio, podía recorrer el tiempo pasado hasta la fecha del suceso, y luego buscar en el canal una flota de barcos romanos, o podía examinar los anales de la vida romana por aquella época, en donde no tendría dificultad en encontrar una figura tan prominente como la de César, o en seguirle la pista una vez que lo hubiera encontrado en sus guerras de las Galias, hasta que puso el pie en Bretaña. La gente pregunta a menudo acerca del aspecto de estos anales, si aparecen cerca o lejos de la vista, si las figuras de ellos son grandes o pequeñas, si los cuadros se suceden unos a otros como en un panorama, o se confunden uno con otro como vistas disolventes, etc.

Sólo puede contestarse que su apariencia varía hasta cierto punto con arreglo a las condiciones en que se les ve.
En el plano astral, la reflexión es casi siempre un simple cuadro, aunque a veces las figuras que se ven están dotadas de movimiento; en este caso, en vez de una mera ráfaga, ha tenido lugar una reflexión más larga y perfecta.
En el plano devachánico tienen dos aspectos muy diferentes.
- Cuando el visitante de este plano no está pensando en modo alguno acerca de ellos, los anales constituyen simplemente el fondo de lo que quiera que esté pasando, lo mismo que la reflexión en un espejo colocado en el extremo de una habitación, puede formar un fondo a la vista de la gente que en ella esté. Debe siempre tenerse presente que en estas condiciones son meras reflexiones de la incesante actividad de una gran Conciencia de un plano más elevado, y tienen mucho la apariencia de una sucesión sin fin, tal y como vemos en las películas de cine. No se funden unos con otros como las vistas disolventes, ni es una serie de cuadros que se suceden, sino que la acción de las figuras reflejadas continúa constantemente, como si uno estuviera observando a los actores en un escenario lejano.

- Pero si el investigador fija su atención especialmente en una escena dada, o desea evocarla ante sí, se verifica inmediatamente un cambio extraordinario; pues siendo éste el plano del pensamiento, el pensar en una cosa es ponerla instantáneamente en presencia de uno. Por ejemplo: si un hombre quiere ver los anales del suceso a que nos hemos referido antes - el desembarco de Julio César -, se encuentra en el mismo momento, no mirando un cuadro, sino en la orilla del mar en medio de los legionarios, desarrollándose la escena en torno suyo exactamente bajo todos aspectos, como si hubiese estado allí presente corporalmente aquella mañana de otoño del año 55 antes de Cristo.
Dado que lo que ve es una reflexión, los actores están, por supuesto, completamente inconscientes de su persona, así como tampoco ningún esfuerzo de su parte puede cambiar el curso de la escena en lo más mínimo, excepto solamente que puede dirigir la rapidez con que el drama se despliega antes sus ojos; puede hacer que los sucesos de todo un año pasen ante él en el transcurso de una hora, o puede en cualquier momento detener totalmente el movimiento, y mantener cualquier escena particular en la inmovilidad de un cuadro por el tiempo que quiera.
Y no sólo observa lo que hubiese visto si hubiese estado allí presente, sino mucho más. Oye y comprende todo lo que la gente dice, y penetra todos sus pensamientos y motivos; y una de las posibilidades más interesantes de las muchas de que dispone el que haya aprendido a leer los anales, es el estudio del pensamiento de las edades del remoto pasado, el pensamiento de los hombres de las cavernas y de los moradores de los lagos, así como el que regía la poderosa civilización de los Atlantes, de Egipto o de Caldea.


De qué manera se abren ante tal estudiante las perspectivas del pasado - no sólo la historia de todos los grandes hechos del hombre, sino también del proceso de la naturaleza, de la vida caótica extraña de las primeras rondas -, sólo podemos indicarlo aquí ligeramente; pero el lector comprenderá fácilmente que campo ilimitado se abre aquí para el investigador paciente. En un caso especial puede haber para el lector de estos anales un lazo de simpatía aun más estrecho con el pasado.

Si en el curso de estas investigaciones tiene que observar algunas escenas, en las cuales él mismo ha intervenido en vidas anteriores, puede examinarlas de dos modos:
1. puede mirarlas del modo usual como un espectador (aunque siempre, téngase presente, cuya penetración y simpatías son perfectas),
2. o puede nuevamente identificarse con aquella personalidad suya, muerta hace tanto tiempo; puede retornar por el momento a aquella vida del pasado, y experimentar otra vez absolutamente los mismos pensamientos y emociones; las alegrías y los dolores de un pasado prehistórico.

No puede concebirse aventura alguna más extraña y vívida que algunas de esas por las cuales puede pasar de este modo; sin embargo, en medio de todo el proceso, no debe nunca perder la conciencia de su individualidad: debe conservar el poder de tornar a voluntad a su presente personalidad.

La exacta lectura de los anales, ya sean del propio pasado de uno o del de otros, no debe, sin embargo, suponerse como un hecho factible para nadie, sin una educación cuidadosa previa.

Como ya se ha dicho, aunque en el plano astral pueden obtenerse reflexiones ocasionales, es necesario el poder de usar el sentido devachánico antes de que se lleguen a obtener lecturas en que se pueda confiar.

A la verdad, para reducir a su mínima expresión la posibilidad del error, este sentido tiene que estar por completo dominado por el investigador en el estado de vigilia en el cuerpo físico; y para adquirir esta facultad, se requieren años de labor incesante y de la más rígida propia disciplina.

Mucha gente parece que cree que tan pronto ha firmado su solicitud e ingresado en la Sociedad Teosófica, va a recordar por lo menos tres o cuatro de sus vidas pasadas; verdaderamente, hay algunos que pronto empiezan a imaginarse recuerdos. Actualmente hay, según creo, cuatro personas perfectamente seguras de que en su última encarnación fueron: María, reina de los escoceses (el porqué María Estuardo es tan frecuentemente elegida, no está muy claro, considerando el carácter que la historia le atribuye; pero tal es el hecho); dos que fueron Cleopatra (otro antepasado no muy deseable ciertamente); y varios que fueron ¡Julio César!. Por supuesto, tan extravagantes pretensiones hacen recaer simplemente el descrédito sobre aquellos que son tan necios que no vacilan en expresarlas; pero, por desgracia, una parte de este descrédito es posible que se refleje, por injusto que sea, sobre la Sociedad a que pertenecen; de suerte que un hombre que siente bullir en sí la convicción de que ha sido Homero o Shakespeare, haría bien en reflexionar y aplicar pruebas de sentido común en el plano físico, antes de dar la noticia al mundo.

Es mucha verdad que algunas personas han tenido en sueños vislumbres de escenas de vidas pasadas; pero naturalmente éstas son, por lo general, fragmentarias y de poca confianza. Yo mismo he tenido en mi juventud una experiencia de esta naturaleza. Entre mis sueños observé que había uno que se repetía constantemente: un sueño de una casa con un pórtico que daba a una hermosísima bahía no lejos de una colina, en cuya cima se elevaba un bello edificio. Yo conocía aquella casa perfectamente, y estaba tan familiarizado con la disposición de sus habitaciones y con la vista que se percibía desde su puerta, como lo estaba con las de mi propia casa en la vida presente. En aquel tiempo no sabía nada acerca de la reencarnación, de manera que sólo me parecía una simple coincidencia el que este sueño se repitiese tan a menudo; y sólo después de algún tiempo de haber ingresado en la Sociedad Teosófica fue cuando, enseñándome uno, que sabía, escenas de mis pasadas encarnaciones, descubrí que este sueño persistente había sido en realidad un recuerdo parcial, y que la casa que tan bien conocía, era una en que yo había nacido hacía más de dos mil años.

Pero aun cuando conocen varios casos en los que una escena que se recuerda bien, ha pasado así de una vida a otra, es necesario un desarrollo considerable de las facultades ocultas, antes de que el investigador pueda seguir definitivamente una línea de encarnaciones, ya sean suyas o de otros. Esto se hace claro si tenemos presentes las condiciones del problema que hay que resolver. Para seguir a una persona desde esta vida a la que le ha precedido, es necesario, en primer término, rastrear su vida presente hacia atrás hasta su nacimiento, y luego seguir en sentido contrario las etapas del descenso del ego a la encarnación. Esto nos llevaría, por supuesto, eventualmente al estado del ego en su propio plano: el nivel Arupa del Devachán; así se verá que, para ejecutar tal tarea de modo eficaz, el investigador debe poder usar del sentido correspondiente a aquel elevado nivel en estado de vigilia en su cuerpo físico; en otras palabras: su conciencia tiene que reconcentrarse en el mismo ego que se reencarna, y no ya en la personalidad inferior. En este caso, al ser despertada, la memoria del ego, sus pasadas encarnaciones se le aparecerán como un libro abierto, y podría, si quisiera, examinar el estado de otro ego en aquel nivel, y seguir su vida pasada en los planos devachánico y astral que a aquel conducían, hasta llegar a la última muerte física de este ego, y por medio de ésta a su vida anterior.

No hay más que este modo por medio del cual la cadena de vidas puede seguirse con seguridad absoluta, y por consiguiente podemos desde luego considerar como impostores conscientes o inconscientes a los que se anuncian que pueden averiguar las encarnaciones pasadas de cualquiera, a tantos chelines por cabeza.

Por demás está decir que el ocultista verdadero no hace nada público, y que jamás en ninguna circunstancia, acepta dinero por exhibir sus poderes. Seguramente que el estudiante que desee obtener el poder de seguir una línea de encarnaciones, puede verificarlo, aprendiendo con un maestro competente lo que hay que hacer.

Ha habido algunos que persistentemente han asegurado que sólo era necesario que un hombre fuese bueno, abnegado y fraternal, para que toda la sabiduría de las edades afluyese a él; pero un poco de sentido común mostrará en seguida lo absurdo de semejante asunto. Por bueno que sea un chico, si quiere aprender a multiplicar, tiene que dedicarse a ello; y exactamente sucede lo mismo con la capacidad de emplear las facultades espirituales. Las facultades en sí se manifestarán, indudablemente, a medida que el hombre evoluciona; pero sólo puede aprender a usar de ellas con confianza y sacar el mejor partido posible, por medio de un trabajo duro y de un esfuerzo perseverante.

Considérese el caso de los que desean ayudar a otros, mientras se hallan en el plano astral durante el sueño; es evidente que mientras más conocimientos posean aquí, más valiosos serán sus servicios en aquel plano superior. Por ejemplo, el conocimiento de idiomas les sería útil, pues aun cuando en el plano devachánico se puede comprender directamente por la transmisión del pensamiento cualquiera que sea el idioma, no sucede lo mismo en el plano astral, y el pensamiento tiene que ser formulado definidamente en palabras para ser comprendido. Si, por lo tanto, se desea ayudar a un hombre en aquel plano, se debe tener algún lenguaje en común, por medio del cual se pueda comunicar con él, y por consiguiente, mientras más idiomas se conocen, más se puede extender el radio de acción.

En una palabra: no existen quizá ninguna clase de conocimiento que no sea utilizable en la obra del ocultista. Sería conveniente para todos los estudiantes el no olvidar que el Ocultismo es la apoteosis del sentido común; que las visiones que se les presentan no son necesariamente un cuadro de los Anales Akáshicos, ni cada experiencia una revelación de lo alto. Es mucho mejor errar por el lado del saludable escepticismo que por el de la excesiva credulidad, siendo una regla admirable no andar buscando explicaciones ocultas a cualquier cosa cuando una evidente física fuese bastante.

Nuestro deber es tratar de conservar siempre nuestro equilibrio, y no perder el dominio propio, considerando las cosas que puedan sucedernos con razón sana y buen sentido; de este modo seremos mejores teosofístas, ocultistas más sabios y auxiliares más eficaces que lo que hemos sido antes.

(Tomado del libro: El Aura Humana y los Anales Akashicos)



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