LOS ANALES AKASHICOS
(2ra Parte)
Mi librito continuaba argumentando con bastante lógica, que:
siendo Dios todopoderoso,
debe poseer el maravilloso poder de visión que hemos supuesto a nuestro
observador; y que siendo además omnipresente, tiene que encontrarse en todas
las estaciones que hemos mencionado, así como en todos los puntos intermedios,
y no sucesiva, sino simultáneamente. Admitiendo, pues, tales premisas, se
deduce por modo inevitable que todo lo que ha sucedido desde el principio mismo
del mundo, debe necesariamente estar sucediendo en cada momento a los ojos de
Dios, no como una simple memoria, sino como hecho que se realiza. Todo esto es
bastante materialista, y está en el plano de la ciencia puramente física, y por
tanto, debemos tener la seguridad de que no es el modo como actúa la memoria
del Logos; sin embargo
como he dicho antes, no carece de utilidad, porque nos hace vislumbrar algunas
posibilidades que de otro modo no se nos ocurrirían.
Pero aun
cuando de un modo vago podemos comprender la idea de que todo el pasado puede
estar simultánea y activamente presente en una conciencia lo bastante elevada
para ello, nos hallamos frente a una dificultad mucho mayor cuando tratamos de
entender de qué modo puede estar el porvenir comprendido en esta conciencia (Desde el momento en que el Logos ha
objetivado en su conciencia la totalidad del sistema, no hay posibilidad de que
exista un futuro en El mismo, puesto que lo tiene todo presente. La
objetivación física gradual de su concepción, en nada afecta a ésta, por cuanto
el Maya de los diferentes planos de una manifestación más objetivada no tiene realidad
alguna para EL).
Si pudiéramos creer en la doctrina mahometana del kismet o en la teoría
calvinista de la predestinación, el concepto sería hasta fácil; pero sabiendo,
como sabemos, que ninguna de las dos es verdad, tenemos que buscar alguna otra
hipótesis más aceptable (El autor apunta aquí el mismo dilema:
¿Existe el Libre Albedrio? en donde, por modo incontrovertible, se expone lo
fatal de la perenne manifestación de totalidad del Todo Infinito de los
Números, como corolario de la Inmutabilidad de la Ideación Absoluta, en donde
el Todo se encuentra, simultáneamente, en potencia y en acto. El autor trata de
salvar la dificultad del dualismo que se presenta entre dos verdades - la
verdad de la no existencia del futuro en la conciencia del Logos, y la verdad
del Libre Albedrio que niega la predestinación implicada por la otra verdad -
con el argumento de la previsión todopoderosa de una sabiduría omnisciente,
argumento que, a nuestro modo de ver, es una espada de dos filos que deja la
cuestión en pie. Entendemos que los dos factores antagónicos, «fatalidad» y
«libre albedrio», son tan verdad el uno como el otro, y este mismo antagonismo
los denuncia como el par de opuestos de la Ley de Justicia que rige la
evolución: fatalidad en el fenómeno, libre albedrio en el nóumeno, fenómeno y
nóumeno tan intrincadamente enlazados, que llegan a ser indistingibles para la
intelectualidad pura, la cual únicamente admite el primero, por ser el segundo
sólo perceptible al sexto sentido, el sentido del intelecto espiritual, del
cual sólo se posee aquí abajo un reflejo y aun éste, por desgracia, muy poco
generalizado. Esto explica por qué distinguimos con tanta claridad el
fatalismo, que es la característica del fenómeno, y por qué se nos escapa la
explicación racional de la característica del nóumeno, o sea el libre albedrio,
cuya existencia efectiva es tan evidente al sentido interno, como lo es la
fatalidad para el sentido vulgar).
Puede haber todavía mucha
gente que niegue la posibilidad de la previsión, pero semejante negativa
demuestra simplemente su ignorancia de las pruebas que existen sobre el asunto. Un gran número de casos auténticos no
permiten dudar del hecho, pero muchos de ellos son de tal naturaleza que hacen
muy difícil encontrar una explicación racional, Es evidente que el Ego posee
cierta dosis de la facultad de previsión, y si los sucesos previstos fueran
siempre de gran importancia, podría suponerse que un estímulo extraordinario le
permitía cada vez hacer una impresión clara de lo que veía sobre su
personalidad inferior. Esta es, sin duda alguna, la explicación de
muchos de los casos en los que se ha previsto la muerte o graves desastres;
pero se conoce un gran número de ejemplos en que tal explicación no resulta
adecuada, puesto que los sucesos previstos son con frecuencia excesivamente
triviales y sin importancia.
Una historia de segunda vista, bien conocida
en Escocia, ilustrará lo que acabo de decir. Un hombre que no creía en lo
oculto, fue avisado por un montañés vidente de la próxima muerte de un vecino
suyo. La profecía fue comunicada con mucha riqueza de detalles, incluyendo una
descripción completa de los funerales, con los nombres de los portadores de las
cintas del paño mortuorio, y de otras personas que estarían presentes. Parece
que el oyente se rió de toda la historia, olvidándola en seguida; pero la
muerte de su vecino, en el tiempo predicho, le recordó el aviso, y determinó
falsificar la predicción, por lo menos en parte, siendo él uno de los
portadores de las cintas. Pudo conseguir que las cosas se arreglaran a su
gusto; pero en el momento en que el entierro se iba a poner en marcha, le
llamaron para un asunto de poca importancia, que sólo le retuvo uno o dos
minutos. Al volver a toda prisa a ocupar su puesto, vio con sorpresa que la
procesión se había cumplido exactamente, porque los cuatro portadores de las
cintas eran los que habían sido indicados en la visión.
Ahora bien; éste fue un asunto insignificante, sin importancia para nadie,
definidamente predicho meses antes; pero aun cuando se ha tratado de alterar en
algún detalle, el intento ha fracasado por completo.
Ciertamente que esto se parece mucho a la
predestinación, hasta en los más pequeños pormenores, y sólo examinando esta
cuestión desde planos superiores, es cómo podremos encontrar el modo de escapar
a esta teoría. Por supuesto, como he dicho antes acerca de otro aspecto del
asunto, la explicación completa se nos escapa todavía, y es evidente que
seguirá sucediendo lo mismo hasta que nuestro conocimiento sea infinitamente
superior a lo que es ahora; y lo más a que podemos aspirar al presente, es a
indicar la senda en la cual puede hallarse alguna explicación.
No hay duda
alguna de que así como lo que está sucediendo actualmente es el resultado de
causas generales en el pasado, así también lo que suceda en el porvenir será el
resultado de causas ya en actividad.
Aun aquí abajo podemos calcular que si se ejecutan ciertos actos, se
seguirán determinados resultados; pero nuestro cálculo está sujeto a ser
desbaratado por la injerencia de factores que no se habían tenido en cuenta.
Pero si elevamos nuestra conciencia al plano devachánico, podremos ver
mucho más lejos en los resultados de nuestras acciones.
Podemos seguir, por ejemplo, el efecto de una palabra casual, no sólo en
la persona a quien haya sido dirigida, sino también, mediante ella, en muchas
otras personas al extenderse la influencia en círculos cada vez mayores, hasta
que parece que afecta al país entero; y una sola vislumbre de semejante visión
es mucho más eficaz que cualquier número de preceptos morales, para imprimir en
nosotros la necesidad de una extrema circunspección en pensamientos, palabras y
hechos.
No sólo podemos, desde este plano, ver de un modo tan completo el resultado
de cada acto, sino que también podemos ver dónde y de qué modo intervienen los
efectos de otros actos, aparentemente sin relación alguna con aquel, y lo
modifican.
En efecto; puede decirse que el resultado de todas las causas en acción en
la actualidad, son claramente visibles; que el porvenir, tal como sería si no
se originasen causas completamente nuevas, hallase abierto ante nuestra mirada.
Hombre común
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Hombre desarrollado
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Nuevas causas, por supuesto, se originan, porque la voluntad del hombre
es libre; pero en el caso de la gente vulgar, puede calcularse de antemano el
uso que hará de su libertad con gran exactitud. El hombre común tiene tan poca
voluntad verdadera, que depende en gran parte de las circunstancias; su karma
anterior le coloca en determinado medio ambiente, cuya influencia sobre él es
de tal modo el factor más principal en la historia de su vida, que su carrera
futura pudiera predecirse casi con certeza matemática.
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Respecto al hombre desarrollado, el caso es distinto; para él, también
los principales hechos de su vida están determinados por su karma pasado,
pero el modo con que él permitirá que le afecten, y cómo los tratará y hasta
triunfará de ellos, es todo cosa suya, y no pueden predecirse en el plano
devachánico sino como probabilidades.
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Pero puede preguntarse:
¿Cómo es posible, en medio de esta perturbadora
confusión de anales del pasado y previsiones del porvenir, encontrar determinado
cuadro cuando se necesita?
Desde luego es un hecho que el clarividente no experto no puede
generalmente hacerlo sin un lazo especial que lo ponga en relación con el
asunto requerido. La psicometría es un ejemplo en este punto, y es muy probable
que nuestra memoria ordinaria sea realmente sólo otra presentación de la misma
idea. Parece como si hubiera una especie de lazo magnético o afinidad entre
cualquier partícula de materia y los anales que contienen su historia; una
afinidad que le permite obrar como una especie de conductor entre esos anales y
las facultades de cualquiera que pueda leerlos.
Por ejemplo: una vez traje yo de
Stonehenge un pedacito de piedra, no mayor que la cabeza de un alfiler, y al
ponerlo en un sobre y dárselo a una psicómetra que no tenía idea alguna de lo
que era, ésta empezó inmediatamente a describir aquellas ruinas maravillosas y
el desierto país que las rodea, y luego prosiguió describiendo de modo vívido
lo que evidentemente eran escenas de su historia primitiva, demostrando que
aquel diminuto fragmento había sido suficiente para ponerla en comunicación con
los anales relacionados con el lugar de donde procedía.
Las escenas por las que pasamos en el transcurso de nuestra vida, parece
que obran del mismo modo sobre las células de nuestro cerebro, como sucedió con
la historia de Stonehenge sobre aquella partícula de piedra; establecen una
relación con aquellas células, por cuyo medio nuestra mente se pone en relación
con aquella parte particular de los anales, y así nos «acordamos» de lo que
hemos visto. Hasta el clarividente experto necesita algún lazo para poder
encontrar los anales de un suceso para él ignorado.
Si, por ejemplo, desease observar el desembarco de Julio César en las
costas de Inglaterra, tiene varias maneras de intentarlo. Si acaso hubiese
visitado la escena del suceso, el modo más sencillo sería evocar la imagen del
lugar, y luego recorrer sus anales hasta llegar al período deseado. Si no
hubiese visto el sitio, podía recorrer el tiempo pasado hasta la fecha del
suceso, y luego buscar en el canal una flota de barcos romanos, o podía
examinar los anales de la vida romana por aquella época, en donde no tendría
dificultad en encontrar una figura tan prominente como la de César, o en
seguirle la pista una vez que lo hubiera encontrado en sus guerras de las
Galias, hasta que puso el pie en Bretaña. La gente pregunta a menudo acerca del
aspecto de estos anales, si aparecen cerca o lejos de la vista, si las figuras
de ellos son grandes o pequeñas, si los cuadros se suceden unos a otros como en
un panorama, o se confunden uno con otro como vistas disolventes, etc.
Sólo puede contestarse que su apariencia varía hasta cierto punto con
arreglo a las condiciones en que se les ve.
En el plano astral, la reflexión es casi siempre un simple
cuadro, aunque a veces las figuras que se ven están dotadas de movimiento; en
este caso, en vez de una mera ráfaga, ha tenido lugar una reflexión más larga y
perfecta.
En el plano devachánico tienen dos aspectos muy diferentes.
- Cuando el visitante de este plano no está pensando en modo alguno acerca de
ellos, los anales constituyen simplemente el fondo de lo que quiera que esté
pasando, lo mismo que la reflexión en un espejo colocado en el extremo de una
habitación, puede formar un fondo a la vista de la gente que en ella esté. Debe
siempre tenerse presente que en estas condiciones son meras reflexiones de la
incesante actividad de una gran Conciencia de un plano más elevado, y tienen
mucho la apariencia de una sucesión sin fin, tal y como vemos en las películas
de cine. No se funden unos con otros como las vistas disolventes, ni es una
serie de cuadros que se suceden, sino que la acción de las figuras reflejadas
continúa constantemente, como si uno estuviera observando a los actores en un escenario
lejano.
- Pero si el investigador fija su atención especialmente en una escena dada,
o desea evocarla ante sí, se verifica inmediatamente un cambio extraordinario;
pues siendo éste el plano del pensamiento, el pensar en una cosa es ponerla
instantáneamente en presencia de uno. Por ejemplo: si un hombre quiere ver los
anales del suceso a que nos hemos referido antes - el desembarco de Julio César
-, se encuentra en el mismo momento, no mirando un cuadro, sino en la orilla
del mar en medio de los legionarios, desarrollándose la escena en torno suyo
exactamente bajo todos aspectos, como si hubiese estado allí presente
corporalmente aquella mañana de otoño del año 55 antes de Cristo.
Dado que lo que ve es una
reflexión, los actores están, por supuesto, completamente inconscientes de su
persona, así como tampoco ningún esfuerzo de su parte puede cambiar el curso de
la escena en lo más mínimo, excepto solamente que puede dirigir la rapidez con
que el drama se despliega antes sus ojos; puede hacer que los sucesos de todo
un año pasen ante él en el transcurso de una hora, o puede en cualquier momento
detener totalmente el movimiento, y mantener cualquier escena particular en la
inmovilidad de un cuadro por el tiempo que quiera.
Y no sólo observa lo que
hubiese visto si hubiese estado allí presente, sino mucho más. Oye y comprende
todo lo que la gente dice, y penetra todos sus pensamientos y motivos; y una de
las posibilidades más interesantes de las muchas de que dispone el que haya
aprendido a leer los anales, es el estudio del pensamiento de las edades del
remoto pasado, el pensamiento de los hombres de las cavernas y de los moradores
de los lagos, así como el que regía la poderosa civilización de los Atlantes,
de Egipto o de Caldea.
De qué manera se abren ante tal estudiante las perspectivas del pasado - no
sólo la historia de todos los grandes hechos del hombre, sino también del
proceso de la naturaleza, de la vida caótica extraña de las primeras rondas -,
sólo podemos indicarlo aquí ligeramente; pero el lector comprenderá fácilmente
que campo ilimitado se abre aquí para el investigador paciente. En un caso
especial puede haber para el lector de estos anales un lazo de simpatía aun más
estrecho con el pasado.
Si en el curso de estas investigaciones tiene que observar algunas escenas,
en las cuales él mismo ha intervenido en vidas anteriores, puede examinarlas de
dos modos:
1. puede mirarlas del modo usual como un espectador
(aunque siempre, téngase presente, cuya penetración y simpatías son perfectas),
2. o puede nuevamente identificarse con aquella
personalidad suya, muerta hace tanto tiempo; puede retornar por el momento a
aquella vida del pasado, y experimentar otra vez absolutamente los mismos
pensamientos y emociones; las alegrías y los dolores de un pasado prehistórico.
No puede concebirse aventura alguna más extraña y vívida que algunas de
esas por las cuales puede pasar de este modo; sin embargo, en medio de todo el proceso, no debe nunca perder la
conciencia de su individualidad: debe conservar el poder de tornar a voluntad a
su presente personalidad.
La exacta lectura de los
anales, ya sean del propio pasado de uno o del de otros, no debe, sin embargo,
suponerse como un hecho factible para nadie, sin una educación cuidadosa
previa.
Como ya se ha dicho, aunque en el plano astral pueden obtenerse reflexiones
ocasionales, es necesario el poder de usar el sentido devachánico antes de que
se lleguen a obtener lecturas en que se pueda confiar.
A la verdad, para reducir a su mínima expresión la
posibilidad del error, este sentido tiene que estar por completo dominado por
el investigador en el estado de vigilia en el cuerpo físico; y para adquirir
esta facultad, se requieren años de labor incesante y de la más rígida propia
disciplina.
Mucha gente parece que cree que tan pronto ha firmado su solicitud e
ingresado en la Sociedad Teosófica, va a recordar por lo menos tres o cuatro de
sus vidas pasadas; verdaderamente, hay algunos que pronto empiezan a imaginarse
recuerdos. Actualmente hay, según creo, cuatro personas perfectamente seguras
de que en su última encarnación fueron: María, reina de los escoceses (el
porqué María Estuardo es tan frecuentemente elegida, no está muy claro,
considerando el carácter que la historia le atribuye; pero tal es el hecho);
dos que fueron Cleopatra (otro antepasado no muy deseable ciertamente); y
varios que fueron ¡Julio César!. Por
supuesto, tan extravagantes pretensiones hacen recaer simplemente el descrédito
sobre aquellos que son tan necios que no vacilan en expresarlas; pero,
por desgracia, una parte de este descrédito es posible que se refleje, por
injusto que sea, sobre la Sociedad a que pertenecen; de suerte que un hombre
que siente bullir en sí la convicción de que ha sido Homero o Shakespeare,
haría bien en reflexionar y aplicar pruebas de sentido común en el plano
físico, antes de dar la noticia al mundo.
Es mucha verdad que algunas personas han tenido en sueños vislumbres de
escenas de vidas pasadas; pero naturalmente éstas son, por lo general,
fragmentarias y de poca confianza. Yo mismo he tenido en mi juventud una
experiencia de esta naturaleza. Entre mis sueños observé que había uno que se
repetía constantemente: un sueño de una casa con un pórtico que daba a una
hermosísima bahía no lejos de una colina, en cuya cima se elevaba un bello
edificio. Yo conocía aquella casa perfectamente, y estaba tan familiarizado con
la disposición de sus habitaciones y con la vista que se percibía desde su
puerta, como lo estaba con las de mi propia casa en la vida presente. En aquel
tiempo no sabía nada acerca de la reencarnación, de manera que sólo me parecía
una simple coincidencia el que este sueño se repitiese tan a menudo; y sólo
después de algún tiempo de haber ingresado en la Sociedad Teosófica fue cuando,
enseñándome uno, que sabía, escenas de mis pasadas encarnaciones, descubrí que
este sueño persistente había sido en realidad un recuerdo parcial, y que la casa que tan bien conocía, era una en
que yo había nacido hacía más de dos mil años.
Pero aun cuando conocen
varios casos en los que una escena que se recuerda bien, ha pasado así de una
vida a otra, es necesario un desarrollo considerable de las facultades ocultas,
antes de que el investigador pueda seguir definitivamente una línea de
encarnaciones, ya sean suyas o de otros. Esto se hace claro si tenemos
presentes las condiciones del problema que hay que resolver. Para seguir a una
persona desde esta vida a la que le ha precedido, es necesario, en primer
término, rastrear su vida presente hacia atrás hasta su nacimiento, y luego
seguir en sentido contrario las etapas del descenso del ego a la encarnación.
Esto nos llevaría, por supuesto, eventualmente al estado del ego en su propio
plano: el nivel Arupa del Devachán; así se verá que, para ejecutar tal tarea de
modo eficaz, el investigador debe poder usar del sentido correspondiente a
aquel elevado nivel en estado de vigilia en su cuerpo físico; en otras
palabras: su conciencia tiene que reconcentrarse en el mismo ego que se
reencarna, y no ya en la personalidad inferior. En este caso, al ser despertada,
la memoria del ego, sus pasadas encarnaciones se le aparecerán como un libro
abierto, y podría, si quisiera, examinar el estado de otro ego en aquel nivel,
y seguir su vida pasada en los planos devachánico y astral que a aquel
conducían, hasta llegar a la última muerte física de este ego, y por medio de
ésta a su vida anterior.
No hay más que este modo por medio del cual la cadena de vidas puede
seguirse con seguridad absoluta, y por consiguiente podemos desde luego
considerar como impostores conscientes o inconscientes a los que se anuncian
que pueden averiguar las encarnaciones pasadas de cualquiera, a tantos chelines
por cabeza.
Por demás está decir que el ocultista verdadero no
hace nada público, y que jamás en ninguna circunstancia, acepta dinero por
exhibir sus poderes.
Seguramente que el estudiante que desee obtener el poder de seguir una línea de
encarnaciones, puede verificarlo, aprendiendo con un maestro competente lo que
hay que hacer.
Ha habido algunos que
persistentemente han asegurado que sólo era necesario que un hombre fuese
bueno, abnegado y fraternal, para que toda la sabiduría de las edades afluyese
a él; pero un poco de sentido común mostrará en seguida lo absurdo de semejante
asunto. Por bueno que sea un chico, si quiere aprender a multiplicar, tiene que
dedicarse a ello; y exactamente sucede lo mismo con la capacidad de emplear las
facultades espirituales. Las facultades en sí se manifestarán, indudablemente,
a medida que el hombre evoluciona; pero sólo puede aprender a usar de ellas con
confianza y sacar el mejor partido posible, por medio de un trabajo duro y de
un esfuerzo perseverante.
Considérese el caso de los que desean ayudar a otros, mientras se hallan en
el plano astral durante el sueño; es evidente que mientras más conocimientos
posean aquí, más valiosos serán sus servicios en aquel plano superior. Por
ejemplo, el conocimiento de idiomas les sería útil, pues aun cuando en el plano
devachánico se puede comprender directamente por la transmisión del pensamiento
cualquiera que sea el idioma, no sucede lo mismo en el plano astral, y el
pensamiento tiene que ser formulado definidamente en palabras para ser
comprendido. Si, por lo tanto, se desea ayudar a un hombre en aquel plano, se
debe tener algún lenguaje en común, por medio del cual se pueda comunicar con
él, y por consiguiente, mientras más idiomas se conocen, más se puede extender
el radio de acción.
En una palabra: no existen quizá ninguna clase de
conocimiento que no sea utilizable en la obra del ocultista. Sería conveniente
para todos los estudiantes el no olvidar que el Ocultismo es la apoteosis del
sentido común; que las visiones que se les presentan no son necesariamente un
cuadro de los Anales Akáshicos, ni cada experiencia una revelación de lo alto.
Es mucho mejor errar por el lado del saludable escepticismo que por el de la
excesiva credulidad, siendo una regla admirable no andar buscando explicaciones
ocultas a cualquier cosa cuando una evidente física fuese bastante.
Nuestro deber es
tratar de conservar siempre nuestro equilibrio, y no perder el dominio propio,
considerando las cosas que puedan sucedernos con razón sana y buen sentido; de
este modo seremos mejores teosofístas, ocultistas más sabios y auxiliares más
eficaces que lo que hemos sido antes.
(Tomado del libro: El Aura Humana y los Anales Akashicos)
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