LA UNIDAD FUNDAMENTAL DE TODAS
LAS RELIGIONES
(1ra. Parte)
INTRODUCCION
El
pensamiento recto es condición necesaria de la vida recta.
La rectitud de
juicio es indispensable para la rectitud de conducta.
Ya se nos
presente con el nombre sánscrito, Brahma-Vidya,
o con el de Teosofía, derivado del griego, la Sabiduría Divina viene en nuestro
auxilio para realizar ese doble objeto presentándose a la vez como filosofía
racional entre todas y como religión y ética universales.
Echando una ojeada sobre las grandes religiones de la
humanidad, se ve cuánto tienen de común en ideas dogmáticas, morales y
filosóficas. El hecho está
universalmente reconocido; pero su explicación se discute de modo muy diverso. Pretenden unos que las religiones han
germinado en el campo de la ignorancia humana, donde la imaginación las
cultivó, elaborándolas gradualmente desde las formas más groseras como el
animismo y el fetichismo. Sus analogías se deben así a los fenómenos
universales de la naturaleza, imperfectamente observados y explicados a
capricho. Semejante escuela da como
clave universal el culto del sol y de los astros. Para otra escuela, la clave no menos
universal está en el culto fálico. El miedo, el deseo, la ignorancia y la
admiración llevaron al salvaje a personificar los poderes de la naturaleza, y
luego los sacerdotes se aprovecharon de esos terrores y esperanzas,
transformando los mitos en Biblias y los símbolos en hechos, mediante sus
imaginaciones melancólicas y sus inquietantes contiendas; como la base era en
ambas la misma, la semejanza en los resultados era inevitable. Así hablan los doctores de la Mitología
comparada, y bajo el peso de tal cúmulo de pruebas, las gentes sencillas
callan, aunque no queden convencidas por completo. No pueden, en efecto, negar las analogías;
pero se preguntan con vaga inquietud: Las concepciones más sublimes de los
hombres, sus más halagüeñas esperanzas, ¿sólo son el resultado de los sueños
del salvaje o de las adivinaciones de los ignorantes? Los
grandes héroes y mártires de la humanidad, todos los que han vivido, trabajado
y sufrido, ¿murieron en la ilusión
forjada por los hechos astronómicos o por las disimuladas obscenidades de los
bárbaros?
La
segunda explicación de la base común a las varias religiones humanas, postula la doctrina de una enseñanza
original, que indica una fraternidad de grandes instructores espirituales. Semejantes
maestros, fruto de los ciclos pasados de la evolución, tuvieron por misión instruir y guiar a
la humanidad nacida sobre nuestro planeta. Ellos transmitieron a las razas y
a las naciones, a su vez, las verdades fundamentales de la religión bajo la
forma más adecuada a las necesidades especiales de aquellos que debían
recibirlas. Según este sistema,
los fundadores de las grandes religiones son miembros de
la fraternidad única, y fueron ayudados
en su misión por una pleyade de individuos un poco menos elevados que ellos,
iniciados y discípulos de grados diversos, eminentes por su intuición
espiritual, por su saber filosófico o por la pureza de su moral. Tales
hombres son los que han dirigido a los pueblos nacientes, los que los
civilizaron y dieron leyes (Como monarcas los gobernaron; como
filósofos los instruyeron; y como sacerdotes los guiaron).
Muy difícil parece negar la existencia de
semejantes hombres, en presencia de la tradición universal de los documentos
escritos aun subsistentes, y de las ruinas prehistóricas, para no citar otros
testimonios que recusaría el ignorante.
Los libros sagrados
de Oriente son los más fidedignos testimonios de la grandeza de quienes los
escribieron.
¿Qué puede
compararse con la sublimidad espiritual de su pensamiento religioso, con el
esplendor intelectual de su filosofía, con la amplitud y pureza de su moral?
Ahora bien; cuando hayamos
que cuanto esos libros contienen sobre Dios, sobre el hombre y el universo, son
enseñanzas substancialmente idénticas, bajo múltiple variedad aparente, no será temerario referirlas a un cuerpo céntrico
y original de doctrina.
A este cuerpo
doctrinal le damos el nombre de Sabiduría
Divina, que
es lo que significa la palabra griega Teosofía.
Como origen y base de todas las religiones, a la
Teosofía no se le puede oponer ninguna otra. La Teosofía
purifica y revela el alto significado interno de tanta doctrina adulterada por
el error en su exposición exotérica y pervertida por la ignorancia y la
superstición. En cada una de esas formas
se reconoce y defiende la Teosofía, tratando también de mostrar la sabiduría
que oculta.
Para ser teósofo no hay necesidad de dejar de ser cristiano,
budista o indo. Basta con que el hombre
sondee profundamente en el corazón de su propia fe, que abrace las verdades
espirituales con gran firmeza, y que comprenda sus enseñanzas sagradas con más
amplio espíritu.
Después de
haber dado origen a las religiones, la Teosofía las justifica y defiende; pues
roca y cantera es de donde se extrajeron.
Ante
el tribunal de la crítica intelectual viene a justificar la Teosofía las más
profundas aspiraciones y los más nobles sentimientos del corazón humano. Comprueba las esperanzas que nos forjamos
sobre el hombre y ennoblece más nuestra fe en Dios.
La verdad de esta aserción se evidencia más
cuanto más estudiamos las diversas Escrituras santas del mundo. Algunas selecciones operadas en el conjunto
de materiales disponibles bastarán para establecer el hecho y guiar al
investigador en la búsqueda de nuevas pruebas.
Las verdades fundamentales de la religión
pueden resumirse así:
1º- La Existencia real,
única, eterna, infinita e Incognoscible.
2º- De ella procede el
Dios manifestado que desenvuelve su unidad en dualidad, y ésta en trinidad.
3º- De la Trinidad
manifestada proceden las innumerables inteligencias Espirituales, guías de la
actividad cósmica.
4º- El hombre, reflejo
de Dios manifestado, es, por lo tanto, fundamentalmente trino; y su “Yo”
interno y real es eterno y uno con el “Yo” universal.
5º- Evoluciona por
encarnaciones repetidas, a las cuales le impele el deseo y de las que se libera
por el conocimiento y el sacrificio, llegando a ser divino en acto como lo ha
sido siempre en potencia.
La
China, fue poblada en otros tiempos por los Turanios, cuarta
subdivisión de la cuarta Raza Raíz que habitó el continente de la desaparecida
Atlántida y que cubrió con sus ramificaciones la superficie del globo. Los Mongoles, séptima y última
subdivisión de la misma raza, reforzaron más tarde la población de esa comarca,
de suerte que en China encontramos tradiciones de la mayor antigüedad,
anteriores al establecimiento en la India, de la quinta raza, la raza Aria. En el Ching
Chang Ching o Clásico de la Pureza,
encontramos un fragmento de Escritura antigua de singular belleza, donde
se percibe ese espíritu de calma característico de la “enseñanza original”. En el prólogo de
su traducción Mr. Legge dice de este tratado:
Este libro se atribuye a Ko Yuan (o Hsuan), un Taoísta de la
dinastía de Wu (222 – 227 J.C.). Se cuenta que este sabio alcanzó la condición
de inmortal y se le da generalmente este título. Se le representa realizando milagros,
entregado a la templanza y muy excéntrico en sus procedimientos.
Al naufragar cierta
vez, surgió de las aguas con los vestidos enjutos y anduvo tranquilamente sobre
las olas. Ascendió a los cielos en pleno
día. Estos relatos pueden quizás
atribuirse a invenciones de época muy posterior.
Hechos semejantes se atribuyen con
frecuencia a los iniciados de diferentes grados y no son necesariamente puras
fantasías. Lo que Ko Yuan dice a este
propósito en su libro nos interesará sin duda mucho más:
“Cuando alcancé el
verdadero Tao, había recitado ya este Ching (libro) diez mil veces. Es lo que practican los espíritus celestes, y
jamás fue comunicado a los sabios de este mundo inferior. Se me dio por el Jefe Divino del Hwa Oriental
quien lo había recibido del Jefe Divino de la Puerta de Oro y éste de la Madre
Real de Occidente.”
Ahora bien; el título de Jefe Divino de la
Puerta de Oro era el de un iniciado que gobierna el imperio tolteca en la
Atlántida, y su empleo parece indicar que el Clásico de la Pureza fue llevado
de la Atlántida a China cuando los turanios se separaron de los toltecas. Esta idea la corrobora el contenido de este
tratadito que tiene por asunto el Tao, literalmente “la
Vía”, nombre que designa la
Realidad una en la antigua religión turania y mongola. Así leemos:
“El
Gran Tao no tiene forma corporal, pues El es quien ha engendrado y nutrido el
cielo y la tierra. El Gran Tao no tiene
pasiones, pero El es la causa de las revoluciones del Sol y de la Luna. El Gran Tao no tiene nombre, pero es el que
asegura el crecimiento y conservación de todas las cosas.”
Tal es el Dios
manifestado como unidad; pero la dualidad aparece enseguida:
“El
Tao (aparece bajo dos formas: el Puro y el Confuso) posee (las dos condiciones
de) movimiento y reposo. El cielo es
puro y la tierra es confusa; el cielo se mueve y la tierra está quieta. Lo masculino es puro y lo femenino es
confuso; lo masculino se mueve y lo femenino está quieto. Lo radical (Pureza) desciende, y el producto
(Confuso) se extiende en todo sentido, y así fueron engendradas todas las
cosas.”
Este
pasaje es interesantísimo, porque evidencia los dos aspectos activo y receptivo
de la naturaleza, estableciendo la diferencia entre el Espíritu generador y la
Materia criadora; distinción familiarizada posteriormente.
En el Tao Teh Ching, la doctrina tradicional
sobre lo Inmanifestado y lo manifiesto se expresa claramente:
“El Tao que puede suceder no es el Tao eterno e inmutable. El nombre que
puede ser nombrado no es el nombre eterno e inmutable. El que no tiene nombre es El que ha
engendrado el cielo y la tierra; el que no posee nombre es la Madre de todas
las cosas... Bajo estos dos aspectos es idéntico en realidad; pero a medida que el
desarrollo se produce, recibe diferentes nombres. Al conjunto lo llamamos Misterio.”
Los que estudian la Cábala recordarán uno de los Nombres
Divinos: “El Misterio oculto”.
Más
adelante leemos:
“Hubo algo indefinido y completo que vino a la existencia antes
que el cielo y la tierra. Como Eso era
tranquilo y sin forma, aislado y sin cambio, se extendió por todos sitios sin
peligro (de ser agotado). Eso puede
considerarse como la Madre de todas las cosas.
Eso cuyo nombre ignoro, lo llamo el Tao.
Haciendo un esfuerzo para darle un nombre, lo llamo el Grande. Eso Grande pasa (en un oleaje continuo). Pasando, Eso se aleja. Alejado, Eso vuelve.”
Es
interesante encontrar aquí esta noción de fusión y reabsorción de la Vida-Una,
noción tan familiar en la literatura inda.
El versículo siguiente nos parece, por lo tanto, muy familiar:
“Todas las cosas bajo
el cielo han salido de Eso considerado como existente (innominado). Esa existencia, ella misma ha salido de Eso
considerado como no existente (e innominado).”
A
fin de que el Universo pueda llegar a ser, lo Inmanifestado debe engendrar lo
Único, de donde proceden la Dualidad y la Trinidad:
“El Tao produjo el Uno; el Uno produjo el Dos; el Dos produjo el
tres; los Tres produjeron todas las cosas. Todas las cosas dejan
tras sí la obscuridad (de donde han salido) y avanzan para abrazar la luz (de
la que emergen) en tanto que se armonizan por el soplo de vida.”
El
“Soplo del Espacio” estaría mejor traducido.
Habiendo salido Todo de Eso, Eso existe en Todo:
“El Gran Tao penetra
todas las cosas. Se le encuentra a la derecha y a la izquierda... envuelve todas las cosas como en un traje y
no tiene la pretensión de dominarlas.
Puede nombrarse en las cosas más pequeñas. Todas las cosas retornan (a su raíz y
desaparecen) sin saber que es El quien preside su vuelta. Puede nombrarse en las cosas más grandes.”
Chwang-ze (400 a J.C.) en su exposición de
enseñanzas antiguas, alude a las inteligencias espirituales procedentes del
Tao:
“Tiene en sí mismo su
raíz y razón de ser. Antes que hubiera
cielo y tierra, en los más remotos tiempos, existía con toda seguridad. De El
proviene la misteriosa existencia de los espíritus y la misteriosa existencia
de Dios.”
El
hombre es considerado como una trinidad, y el Taoísmo, según Mr. Legge, reconoce
en él, espíritu, inteligencia y
cuerpo; división que aparece clara en el Clásico de la Pureza, cuando se dice
que el hombre debe libertarse del deseo para unirse con el Único:
“El Espíritu del hombre ama la pureza, pero su pensamiento le
trastorna.
El pensamiento del hombre ama la tranquilidad, pero sus deseos
le arrastran.
Si pudiera deshacerse constantemente de sus deseos, su
pensamiento se tranquilizaría.
Si su pensamiento queda limpio, su espíritu se purifica........
La razón por la cual los hombres son incapaces de llegar a ese
estado, estriba en que no limpian su pensamiento ni abandonan sus deseos.
Si el hombre llega a eximirse de sus deseos, cuando mira
interiormente su pensamiento no es él; cuando exteriormente su cuerpo no es él;
y cuando dirige sus ojos más lejos, hacia las cosas de fuera,
nada hay de común entre ellas y él.”
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
Echando una ojeada sobre las grandes religiones de la
humanidad, se ve cuánto tienen de común en ideas dogmáticas, morales y
filosóficas. El hecho está
universalmente reconocido; pero su explicación se discute de modo muy diverso. Pretenden unos que las religiones han
germinado en el campo de la ignorancia humana, donde la imaginación las
cultivó, elaborándolas gradualmente desde las formas más groseras como el
animismo y el fetichismo. Sus analogías se deben así a los fenómenos
universales de la naturaleza, imperfectamente observados y explicados a
capricho. Semejante escuela da como
clave universal el culto del sol y de los astros. Para otra escuela, la clave no menos
universal está en el culto fálico. El miedo, el deseo, la ignorancia y la
admiración llevaron al salvaje a personificar los poderes de la naturaleza, y
luego los sacerdotes se aprovecharon de esos terrores y esperanzas,
transformando los mitos en Biblias y los símbolos en hechos, mediante sus
imaginaciones melancólicas y sus inquietantes contiendas; como la base era en
ambas la misma, la semejanza en los resultados era inevitable. Así hablan los doctores de la Mitología
comparada, y bajo el peso de tal cúmulo de pruebas, las gentes sencillas
callan, aunque no queden convencidas por completo. No pueden, en efecto, negar las analogías;
pero se preguntan con vaga inquietud: Las concepciones más sublimes de los
hombres, sus más halagüeñas esperanzas, ¿sólo son el resultado de los sueños
del salvaje o de las adivinaciones de los ignorantes? Los
grandes héroes y mártires de la humanidad, todos los que han vivido, trabajado
y sufrido, ¿murieron en la ilusión
forjada por los hechos astronómicos o por las disimuladas obscenidades de los
bárbaros?
La
segunda explicación de la base común a las varias religiones humanas, postula la doctrina de una enseñanza
original, que indica una fraternidad de grandes instructores espirituales. Semejantes
maestros, fruto de los ciclos pasados de la evolución, tuvieron por misión instruir y guiar a
la humanidad nacida sobre nuestro planeta. Ellos transmitieron a las razas y
a las naciones, a su vez, las verdades fundamentales de la religión bajo la
forma más adecuada a las necesidades especiales de aquellos que debían
recibirlas. Según este sistema,
los fundadores de las grandes religiones son miembros de
la fraternidad única, y fueron ayudados
en su misión por una pleyade de individuos un poco menos elevados que ellos,
iniciados y discípulos de grados diversos, eminentes por su intuición
espiritual, por su saber filosófico o por la pureza de su moral. Tales
hombres son los que han dirigido a los pueblos nacientes, los que los
civilizaron y dieron leyes (Como monarcas los gobernaron; como
filósofos los instruyeron; y como sacerdotes los guiaron).
Como origen y base de todas las religiones, a la
Teosofía no se le puede oponer ninguna otra. La Teosofía
purifica y revela el alto significado interno de tanta doctrina adulterada por
el error en su exposición exotérica y pervertida por la ignorancia y la
superstición. En cada una de esas formas
se reconoce y defiende la Teosofía, tratando también de mostrar la sabiduría
que oculta.
Después de
haber dado origen a las religiones, la Teosofía las justifica y defiende; pues
roca y cantera es de donde se extrajeron.
Ante
el tribunal de la crítica intelectual viene a justificar la Teosofía las más
profundas aspiraciones y los más nobles sentimientos del corazón humano. Comprueba las esperanzas que nos forjamos
sobre el hombre y ennoblece más nuestra fe en Dios.
Este
pasaje es interesantísimo, porque evidencia los dos aspectos activo y receptivo
de la naturaleza, estableciendo la diferencia entre el Espíritu generador y la
Materia criadora; distinción familiarizada posteriormente.
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