LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 38
Carta del Mahatma Morya
a A. P. Sinnett.
CARTA
Nº 38
Recibida
en Allahabad, hacia febrero de 1882.
Su
"ilustre" amigo no tuvo la intención de ser "satírico", sea
cual sea la interpretación que pueda
haberse dado a sus palabras. Su
"ilustre" amigo, simplemente, se sintió triste al pensar en la gran
decepción que de seguro experimentará K.H. cuando vuelva con nosotros. Un primer
golpe de vista retrospectivo sobre la labor por la que él tanto se interesa, le
revelará tales muestras de sentimiento mutuo intercambiado como las dos aquí
incluidas. El tono indigno, amargo y sarcástico de la una, le proporcionará tan
escaso motivo para alegrarse, como el tono ridículo, pueril e insensato de la
otra. Yo no me hubiera ocupado del asunto si usted no hubiera interpretado mal
el sentimiento que dictó mi última carta. Vale más que sea franco con usted. El
término "Alteza", al que no tengo el menor derecho, es mucho más sugerente
de sátira que nada de lo que yo haya dicho hasta ahora. No obstante, como
"ningún epíteto se adherirá al cuello de la camisa de un Bod-pa", no
le hago caso, aconsejándole a usted que haga lo mismo y que no vea una sátira
donde no la hay, y donde sólo hay franqueza en el hablar y una correcta
definición del estado general de sus sentimientos hacia los nativos.
Su
abogado lo sabe mejor —por supuesto. Si el párrafo en cuestión no es difamatorio,
entonces todo lo que puedo decir es que es muy necesaria una recodificación
completa de sus leyes sobre la difamación.
Usted,
ciertamente, tendrá contratiempos con ella por lo que se refiere a la
"Rama femenina".
El
desdén de ella por el sexo —no tiene límites, y difícilmente puede ser
persuadida de que puede llegar algo
bueno por ese lado. De nuevo seré franco con usted. Ni yo, ni ninguno de nosotros —dejando
a K.H. completamente al margen de la cuestión— aceptaría convertirse en fundador,
ni mucho menos en dirigente de una Rama femenina —habiendo nosotros tenido bastante
con nuestras anis (Monjas.—Eds.). Sin embargo, confesamos
que de ese movimiento puede surgir un gran bien, ya que las mujeres tienen
tanta influencia sobre sus hijos y los hombres en los hogares; y siendo usted
una persona con tanta experiencia en ese sentido, con la ayuda del señor Hume podría ser de una
inmensa utilidad para K.H. quien, a pesar de su "bondadosa naturaleza",
siempre ha excluido a las mujeres —con la excepción de su hermana— de su entorno
y en el corazón del cual sólo reina el amor por su país y por la humanidad. El no
conoce nada de estas criaturas —usted sí. El siempre sintió la necesidad de que las mujeres se alistaran
—pero nunca quiso tener nada que ver con ellas. He aquí una oportunidad para
que usted le ayude.
Por
otra parte, nosotros pretendemos saber más de la causa secreta de los
acontecimientos que lo que ustedes, los hombres de mundo, saben. Y digo, pues, que
la difamación y el insulto contra los fundadores, y la mala interpretación
general de las aspiraciones y objetivos de la Sociedad, son las causas que
impiden su progreso —nada más. No hay
falta de precisión en estos objetivos si se explican adecuadamente. Los
miembros tendrían bastante que hacer si buscaran con afán la realidad con la
mitad del fervor con que van tras el espejismo. Lamento
verle comparar la Teosofía con una casa en la decoración de un escenario
teatral, mientras que en las manos de verdaderos filántropos y teósofos podría
llegar a ser tan sólida como una fortaleza inexpugnable.
La
situación es esta: los
hombres que entran en la Sociedad con el único objeto egoísta de alcanzar poderes,
haciendo de la ciencia oculta su única o principal aspiración, mejor es que no
ingresen —están predestinados al fracaso y a la decepción, lo mismo que
aquellos que cometen el error de hacerles creer que la Sociedad no es otra
cosa. Y fracasan precisamente porque hablan demasiado de
"los Hermanos" y muy poco, si lo hacen, de la Fraternidad. ¿Cuántas veces
tendremos que repetir que el que se une a la Sociedad con el sólo objeto de
ponerse en contacto con nosotros y, si no de adquirir, al menos de asegurarse de
la realidad de esos poderes y de nuestra existencia objetiva —está persiguiendo
un espejismo? Lo
digo otra vez. Sólo el que alberga en su corazón el amor a la humanidad, el que
es capaz de captar por completo la idea de una Fraternidad práctica y
regeneradora es el cualificado para la posesión de nuestros secretos. Sólo él,
sólo ese hombre —no abusará nunca de sus poderes, y no habrá que temer que los
emplee con fines egoístas. Un hombre que no coloque el bien de la humanidad por
encima de su propio bien, no es digno de convertirse en nuestro chela, no es
digno de alcanzar un conocimiento más elevado que el de su vecino.
Si busca fenómenos,
que se contente con las jugarretas del espiritismo. Ese es el verdadero estado
de las cosas. Hubo un tiempo en que, de mar a mar, desde las montañas y desiertos
del Norte, hasta los grandes bosques y llanuras de Ceilán, sólo había una fe,
un grito unánime: salvar a la Humanidad de las miserias de la ignorancia, en
nombre de Aquel que fue el primero en enseñar la solidaridad entre todos los
hombres.
¿Qué
ocurre ahora? ¿Dónde está la grandeza de nuestro pueblo y de la Verdad única? Estas
—puede decir usted— son hermosas visiones que alguna vez fueron realidad en la
Tierra, pero que se han desvanecido como la luz de un atardecer de verano. Sí;
y ahora estamos en medio de un pueblo conflictivo, de un pueblo obstinado o
ignorante que trata de conocer la Verdad y que, sin embargo, no es capaz de
encontrarla, porque cada uno la busca sólo para su propio beneficio y
satisfacción, sin dedicar ni un pensamiento a los demás.
¿Nunca
se darán ustedes cuenta, o mejor dicho, nunca se darán ellos cuenta del
verdadero significado y explicación de esa gran ruina y desolación que se ha
apoderado de nuestro país y amenaza a todos los países, el de usted en primer
lugar?
El egoísmo y el
exclusivismo son los que mataron el nuestro, y el egoísmo y el exclusivismo son
los que matarán el de ustedes —el cual, además, tiene otros defectos que no citaré.
El mundo
ha nublado la luz del verdadero conocimiento, y el egoísmo no permitirá que resurja,
porque el egoísmo es excluyente y no aceptará la absoluta confraternidad de
todos los que nacieron bajo la misma ley natural inmutable.
Usted
vuelve a equivocarse. Yo puedo censurar su curiosidad cuando sé que no es provechosa.
Soy incapaz de considerar como una impertinencia aquello que no es más que el libre
ejercicio de las capacidades intelectuales del razonamiento. Puede que usted
vea las cosas a una falsa luz, y con frecuencia las ve así. Pero usted no
concentra toda la luz en usted mismo, como hacen algunos, y ésta es una
cualidad superior que usted posee sobre otros europeos que conocemos. Su afecto
por K.H. es sincero y apasionado y, a mis ojos, ésta es su cualidad redentora. ¿Por
qué tendría usted, entonces, que esperar mi contestación con ninguna clase de
"nerviosismo"? Pase lo que pase,
nosotros siempre seguiremos siendo sus amigos, puesto que no reprochamos la
sinceridad, ni siquiera cuando se manifiesta de manera en cierto modo
censurable, como cuando se pisotea a un enemigo caído —el desventurado Babu.
Suyo,
M.
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