martes, 21 de junio de 2016

DHARMA, parte 2 Libro de Annie Besant

DHARMA,

“FILOSOFIA DE LA CONDUCTA”

Annie Besant

 LAS DIFERENCIAS

(2da parte)

CAPITULO 2

¿En qué consiste la perfección de un Uni­verso?
Tomemos la idea Universo y preguntémonos lo que entendemos por esta palabra. Llegamos a definirlo así: es un número inmenso de objetos separados trabajando en conjunto con más o menos armonía. La variedad es la nota "tónica" del universo, e igualmente la unidad es la del No - Manifestado, del No ­Condicional, del Único que no tiene igual. La Diversidad es la "tónica" de lo manifestado y condicional, es el resultado de la voluntad de multiplicar. Cuando un Universo debe comenzar a existir se dice, que la Causa Primera, Eterna, Inconcebible, Imposible de discernir y Sutil, hace radiar su luz hacia fuera en virtud de su propia Voluntad. Lo que esta radiación significa para Ella misma, nadie se atrevería a conjeturarlo; pero lo que significa, estudiada en la fase que nos presenta, podemos concebirlo hasta cierto punto.
Ishvara aparece. Pero al aparecer, Él se muestra envuelto con el velo de Máya. Tales son los dos aspectos del Supremo Manifestado. Muchas palabras han sido empleadas para ex­presar esta unión fundamental de opuestos: Ishvara y Máya, Sat y Asat, Realidad e Irrealidad, Espíritu y Materia, Vida y Forma. He aquí las palabras de que nos servimos en nuestro insuficiente lenguaje para expresar lo que nues­tro pensamiento puede apenas comprender. Solo podemos decir: "Esta es la enseñanza de los Sabios y la repetimos humildemente". Ishvara y Máya. ¿Qué debe ser el Universo? - La imagen de Ishvara reflejada en Maya, ­la imagen fiel que le plugo presentar a este universo particular cuya hora de nacer ha so­nado. Su imagen, pero limitada, sometida a condiciones, por Él mismo, es lo que el universo debe manifestar perfectamente.
Pero ¿cómo lo que es limitado y parcial, puede ofrecer la ima­gen de Ishvara? Por la multiplicidad de las partes reuniendo su trabajo en un todo armo­nioso. La infinita variedad de las diferencias y sus condiciones múltiples, expresarán la ley del pensamiento divino, hasta que este pensa­miento encuentre su fórmula en la totalidad del Universo hecho perfecto. Debéis tratar de en­trever lo que esto puede significar. Busquemos juntos para comprender. Ishvara piensa en la Belleza. Inmediatamente su formidable energía, omnipotente y fecunda, viene a tocar a Maya y la transforma en mi­ríadas de formas que llamamos bellas. Toca la materia maleable, el agua, por ejemplo y el agua reviste un millón de formas de belleza. Vemos una de ellas en la vasta superficie del Océano calmado y tranquilo que ningún viento agita y cuyo seno profundo refleja al cielo. Otra forma de Belleza se nos ofrece cuando al impulso del viento, las olas suceden a las olas, los abismos a los abismos, hasta que toda la masa de agua se presenta terrible en su cólera y en su majestad. Después aparece una nueva forma de Belleza. Las furiosas y espumantes aguas se han apaciguado, y el Océano presenta ahora miríadas de ondulaciones que brillan y juguetean a la luz de la luna, de la que quiebran y refractan los rayos en millares de chispas y esto también nos da una idea de lo que signi­fica la Belleza. Después contemplamos el Océa­no cuyo horizonte no limita tierra alguna y cuya inmensa extensión nada interrumpe, o bien en la orilla vemos las olas que vienen a nuestros pies. Cada vez que el mar cambia de humor, sus ondas expresan un nuevo pensamiento de Belleza expresada por el lago alpestre en la inmovilidad y serenidad de su apacible super­ficie; por el arroyuelo que salta de roca en roca; por el torrente que se deshace en millares de gotas que refractan la luz del sol con todos los tonos del arco-iris. Del agua bajo todos sus aspectos y todas sus formas desde el agitado Océano hasta el témpano de hielo; desde las nieblas y turbonadas hasta las nubes de brillan­tes colores se desprende el pensamiento de belleza que en ella imprimió Ishvara cuando la palabra salió de Él. Si dejamos el agua, encontramos otros pensamientos de Belleza en la delicada planta trepadora y los brillantes colo­res que reúne en sí, en las plantas: más fuertes, en la robusta encina y en el bosque de obscuras profundidades. Nuevos pensamientos de Belleza llegan a nosotros desde las cimas de las mon­tañas, de la sábana ondulada por innumerables valles en que la tierra parece solicitada por nue­vas posibilidades de existencia, de las arenas del desierto, de la vegetación de los prados. ­¿No separamos de la tierra? El telescopio presenta a nuestra vista la belleza de miríadas de soles, que se lanzan y gravitan a través de las profundidades del espacio. El microscopio a su vez, descubre a nuestras miradas asombra­das, las bellezas de lo infinitamente pequeño como el telescopio nos revela las de lo infinita­mente grande. Una nueva puerta se abre así para nosotros y nos deja contemplar la Belleza. En torno nuestro hay millones y millones de objetos que todos tienen su belleza. La gracia del animal, la fuerza del hombre, la suave be­lleza de la mujer, los hoyuelos del riente niño, todo esto nos da una idea de lo que es el pensamiento de la Belleza en el espíritu de Ishvara. De esta manera podemos comprender hasta cierto punto como su pensamiento hace nacer el esplendor en miríadas de formas cuando Él habla en belleza al mundo. Será lo mismo para la Fuerza, la Energía, la Armonía, la Música, etc. etc. Ahora comprendéis porqué la variedad es necesaria: porque ningún objeto limitado puede expresar por completo lo que Él es, porque nin­guna forma limitada es suficiente para expre­sarla. Pero a medida que cada forma llega a la perfección en su género, todas ellas llegan, en conjunto, a revelarle parcialmente. La perfección del Universo es, pues, la perfección en la variedad y en la armonía de las partes. Comprendido esto, empezamos a ver que el Universo no puede alcanzar la perfección sin que cada parte juegue su papel especial y desen­vuelva de una manera completa la parte de vida que le es propia. Si el bosque pretendiera imi­tar al agua o a la tierra, los unos perderían sus bellezas sin obtener las de los otros. La perfec­ción del cuerpo no resulta de que cada célula lleve la misión de otra célula, sino que cada una cumpla perfectamente sus propias funcio­nes. Nosotros tenemos un cerebro, pulmones, un corazón, órganos digestivos. Si el cerebro tratase de hacer el trabajo del corazón, o si los pulmones ensayaren digerir los alimentos, el cuerpo quedaría seguramente en un triste es­tado. La salud corporal está asegurada por el hecho de que cada órgano ejerce sus propias funciones. Comprendemos así que, en el desenvolvimiento del universo, cada parte debe se­guir el camino que le está trazado por la ley que gobierna su propia vida. La imagen de Ishvara en la naturaleza no será perfecta, mientras cada parte no esté completa en si misma y en sus relaciones con las demás.
¿Cómo nacen estas innumerables diferencias?
¿Cómo llegan a existir?
¿Cuáles son las relaciones del Universo, evolucionando como un todo con las partes, si evoluciona cada una siguiendo una línea particular?
Se ha dicho que Ishvara, expresándose bajo su aspecto de Pra­kriti, manifiesta tres cualidades: Sattva, Rajas y Tamas. Estas palabras no tienen equivalente en inglés. No pueden traducirse de una manera satisfactoria.
Podría sin embargo, por el mo­mento, traducir
Tamas por la inercia, la cuali­dad que, opuesta al movimiento, da la estabi­lidad. Rajas es la cualidad de la energía y del movimiento.
La palabra que mejor idea da de Sattva, es armonía, la cualidad de lo que causa placer, teniendo éste su origen en la armonía y siendo solo ella quien puede darlo. Vemos enseguida que estos tres Gunas se modifican de siete maneras diferentes, siguiendo en cierta for­ma siete grandes, direcciones y dando nacimiento a innumerables combinaciones. Cada religión menciona esta división séptuple y proclama su existencia. En la religión hindú está represen­tada por los cinco grandes elementos y los dos superiores, siendo los siete Purushas de que habla Manú. Los tres Gunas se combinan y se dividen, constituyendo siete grandes grupos, de donde nacen por combinaciones variadas, una infini­dad de cosas. Recordad que en cada una de ellas, está representada cada una de las cuali­dades en un grado variable sometida a una de las siete grandes clases de modificaciones. Esta diferencia inicial, transmitida por un Universo pasado porque un mundo se rela­ciona a otro mundo y un Universo a otro Universo nos lleva a comprobar que el torrente de la vida es dividido y subdividido al caer en la materia, hasta que, encontrando la circunferencia del enorme círculo, retrocede sobre sí mismo.
La evolución comienza, cuan­do cambiando de dirección, la ola de vida empieza a retornar a Ishvara. El periodo prece­dente ha sido el de la involución, durante el cual la vida se mezcla, con la materia.
En la evo­lución, la vida desenvuelve las facultades que están en ella. Para citar a Manú, podemos decir que Ishvara ha colocado Su semilla en las grandes aguas. La vida dada por Ishvara no era una vida desarrollada, sino una vida sus­ceptible de desarrollo. Todo comienza por exis­tir en germen. El padre da su vida por engen­drar al hijo. Esta semilla de vida se desenvuelve a través de mil combinaciones hasta que llega el nacimiento; después, los años se suceden -a través de la infancia, la juventud y la virilidad hasta alcanzar la edad madura y que la imagen del padre se encuentra en el hijo. Igual­mente el Padre Eterno da la vida cuando co­loca la semilla en el seno de la materia; pero esta es una vida que no está todavía evolucio­nada. El germen comienza ahora su ascensión, pasando por las fases sucesivas de la existen­cia que llega gradualmente a expresar. Al estudiar el Universo, vemos que las va­riedades que en él se encuentran, son consti­tuidas por diferencias de edad. Este es un pun­to que interesa a nuestro problema. El mundo ha sido traído a su condición actual por la virtud de una palabra creadora. Ha sido lenta y gra­dualmente y por una prolongada meditación como Brahma hizo el mundo. Las formas vi­vientes aparecieron unas después de otras. Una tras otra fueron sembradas las simientes de vida. Tomad un Universo cualquiera, en un momento determinado y veréis que tal Universo, tiene por factor principal el Tiempo. La edad del germen en curso de desarrollo determinará el grado alcanzado por el germen. En un Universo existen, simultáneamente gérmenes de diversas edades y desigualmente desarrollados. Hay gér­menes más jóvenes que los minerales, consti­tuyendo lo que se llama reinos elementales. Los gérmenes en vías de desarrollo llamado reino  mineral, son más viejos que aquellos. Los que evolucionan en el reino vegetal, son a su vez más antiguos que los del mineral; es decir, tie­nen tras de sí un pasado de evolución más largo. Los animales son gérmenes de un pasado ma­yor aún y los gérmenes que llamamos humani­dad tienen un pasado mayor que todos los demás. Cada gran clase se distingue, por su anti­güedad. Lo mismo en un hombre, la vida se­parada e individual (entiéndase, no la vida esen­cial, sino la vida individual y separada) difiere de la de otro hombre. Diferimos por la edad de nuestras existencias individuales, como dife­rimos por la edad de nuestros cuerpos físicos. La vida es una, una en todo, pero ha sido invo­lucionada en épocas diferentes, si se tiene en cuenta el punto de partida dado al germen que crece. Es necesario comprender bien esta idea. Cuando un universo toca a su fin, se encuen­tran en él entidades que han alcanzado diversos grados de desenvolvimiento. Ya he dicho que un mundo se relacionaba a otro mundo y un Universo a otro Universo. Ciertas unidades se encontrarán al principio en un período de evo­lución poco avanzado; otras, muy cerca del mo­mento en que su conciencia se extenderá hasta Dios. En este Universo habrá cuando su periodo de existencia llegue a su fin, todas las diferen­cias de crecimiento resultantes de las diferencias de edad. No hay más que una vida en todos; pero el grado de desenvolvimiento de una vida particular depende del tiempo desde que ha co­menzado a evolucionar separadamente. Tocamos aquí a la misma raíz de nuestro problema, una sola vida inmortal, eterna, infinita por su origen y por su fin. Solamente que esta vida se manifiesta siguiendo diferentes grados de evolución, diferentes periodos de desenvolvimiento. Las facultades inherentes se manifiestan más o menos y proporcionalmente a la edad de la vida separada. Tales son los dos puntos que hay que comprender y enseguida podréis abordar la segunda parte de la definición del Dharma.
Podemos ahora definirlo Como: "la natura­leza interior de una casa en un momento dado de la evolución y la ley que rige al periodo próximo en que entrará su desenvolvimiento", la naturaleza en el punto alcanzado por el desenvolvimiento, más la ley conducente al periodo de desenvolvimiento que va a seguir. La naturaleza misma determina el grado de evolución alcanzado. Después vienen las condiciones a que están subordinados los progresos ulteriores de su evolución. Poned estas dos ideas en con­tacto y comprenderéis porqué nuestro propio Dharma es el único camino que lleva a la per­fección. Mi Dharma es el grado de evolución alcanzado por mi naturaleza en el desenvolvimiento de la semilla divina que está en mi misma, más la ley de vida que determina la manera de que yo debo elevarme al grado siguiente. El pertenece al yo separado. Es pre­ciso que yo conozca el grado de mi desenvolvi­miento y que conozca también la ley que me permite llevarlo más lejos. Entonces yo conoceré mi Dharma y siguiéndole iré hacia la perfección. Realizando el sentido de lo que precede, ve­mos claramente la razón por la cual es preciso estudiar esta condición presente y este período que va a seguir. Si no conocemos el grado alcanzado actualmente, forzosamente ignoraremos el grado siguiente que debe ser nuestro obje­tivo y por lo tanto actuamos contra nuestro Dharma y retardamos nuestra evolución.
En cambio, conociendo una y otro podemos tra­bajar de una manera conforme a nuestro Dharma y apresurar nuestra evolución.
Aquí se pre­senta un escollo peligroso. Vemos que una cosa es buena, elevada y grande y aspiramos a reali­zarla. ¿Es este nuestro próximo grado de evo­lución? ¿Es esto lo que exige la ley de nuestro desenvolvimiento vital para asegurar el armo­nioso florecimiento de nuestra vida? Nuestro objetivo inmediato no es aquello que es lo mejor en sí, sino aquello que es lo mejor según el grado actualmente alcanzado por nosotros, aque­llo que nos haga dar un paso de avance. He aquí una criatura. Sí es una niña, es inútil decir que tiene ante sí un porvenir más noble, más elevado y más vasto que el momento actual en que ella juega a las mu­ñecas. Porque el ideal femenino perfecto es la madre con su hijo. Pero aunque este sea el ideal de la mujer perfecta, tomar este ideal an­tes de tiempo no es un bien, sino un mal. Todo debe venir en su tiempo y lugar. Si esta madre debe alcanzar el desenvolvimiento perfecto de la mujer y llegar a ser una madre de familia bien dispuesta, fuerte y capaz de soportar la presión de la gran ola vital, entonces es nece­sario un período en que la niña debe jugar con su muñeca, debe aprender sus lecciones, debe desenvolver su cuerpo. Pero si con la idea de que la maternidad es una cosa más elevada y más noble que el juego, esta maternidad es impuesta muy temprano y un niño nace de una niña, el hijo, la madre y la nación sufren y esto sucede porque no se ha tenido en cuenta el mo­mento y la ley del desenvolvimiento de la vida ha sido violada. Es ir al encuentro de toda clase de sufrimientos coger el fruto antes de que esté maduro. He puesto este ejemplo porque es llama­tivo. El os hará comprender porque nuestro propio Dharma vale más para nosotros que el Dharma bien ejecutado de otro, pero que no entra en el dominio de nuestro desenvolvimiento vital. Podemos esperar una posición elevada en el porvenir, pero es preciso que el momento lle­gue y que el fruto madure. Recogedle antes de su madurez y os hará rechinar los dientes. De­jadle en el árbol, obedeciendo así a la ley del tiempo y del orden evolutivo y el alma crecerá bajo el impulso de una vida sin fin.
Esto nos da una nueva solución al pro­blema: la función está en razón directa del po­der. Ejercer la función antes del desarrollo del poder es extremadamente pernicioso para el organismo. Aprendamos, pues, a tener paciencia y a conformamos con la Buena Ley. Se puede juzgar de los progresos de un hombre por la buena voluntad que emplea en trabajar con la naturaleza y en someterse a la ley. He aquí porque al Dharma se le llama ley o deber indis­tintamente, porque estas dos ideas tienen por raíz común el principio de que el Dharma es la naturaleza interior, en un momento dado de la evolución y la ley del período de desenvolvi­miento que va a seguir.
Esto explica porqué la moralidad es una cosa relativa, porqué el deber debe ser diferente para cada alma según su grado de evolución. Si aplicamos esto a las disquisiciones del bien y del mal, veremos que nos será posible resolver algunos de los problemas de más sutil moralidad considerándolos según este principio. En un Universo condicional, el bien y el mal absolutos no son encontrados nunca, sino solamente el bien y el mal relativos. Lo absoluto no existe más que en Ishvara, donde se le encontrará eternamente. Las diferencias son, pues, necesarias a nues­tra existencia condicional. Nosotros pensamos, sentimos y sabemos por diferencias. Solo por ellas sabemos que somos hombres vivientes y pensantes.
La unidad no hace ninguna impre­sión sobre la conciencia.
Las diferencias y la diversidad son las que hacen posible el desen­volvimiento de la conciencia.
La conciencia no condicional escapa a nuestra comprensión.
No podemos pensar más que dentro de los límites de lo que es separado y condicional.
Ahora tenemos la posibilidad de ver como las diferencias se manifiestan en la naturaleza, como interviene el factor tiempo y como (por más que todos tengan la misma naturaleza y de­ben alcanzar el mismo fin) hay diferencias en los grados de la evolución y por consiguiente, hay leyes apropiadas a cada grado. Esto es lo que tenemos que comprender esta tarde antes de tratar del complejo problema de: ¿cómo se desenvuelve esta naturaleza interior? El asunto es realmente difícil. Sin embargo, los misterios del sendero de la acción podrán aclararse para nosotros si comprendemos la ley subyacente y reconocemos el principio de la vida evolucio­nante, Pueda Aquel que ha dado a la India por nota "tónica" el Dharma, iluminar, por Su vida ascendente e inmortal, por Su luz resplandeciente e inalterable, nuestras obscuras inteligencias que buscan a tientas Su ley. Porque sola Su bendición descendiendo sobre el suplicante que busca, permitirá que Su ley sea comprendida por nuestra inteligencia, que Su ley se grabe en nuestros corazones.

miércoles, 15 de junio de 2016

DHARMA, parte 1 libro de Annie Besant

DHARMA,

“FILOSOFIA DE LA CONDUCTA”

Annie Besant

 

LAS DIFERENCIAS

 

CAPITULO 1

 

Al hacer nacer, sucesivamente, las naciones sobre la tierra, Dios da a cada una -una palabra especial- la palabra que debe decir al mundo, la palabra particular que viene de lo Eterno y que cada una debe pronunciar. Echando una ojeada a la historia de las naciones, podemos sentir resonar esta palabra, saliendo de la boca colectiva del pueblo, pronunciada en sus actos, contribución de este pueblo a la humanidad ideal y perfecta. Para el antiguo Egipto, la pa­labra fue Religión; para la Persia, la palabra fue Pureza; para la Caldea, la palabra fue Cien­cia; para la Grecia, fue Belleza; para Roma, Ley; para la India en fin, la mayor de todas, el Eterno da una palabra que resume todas las de­más -la palabra DHARMA.-
He aquí lo que la India debe decir al mundo. Pero no podemos pronunciar esta palabra tan significativa, tan grande por la potencia que encierra, sin inclinarnos a los pies de aquel que es la más alta personificación del Dharma que el mundo haya visto jamás; sin inclinarnos ante Bhishma, el hijo de Ganga, la más valiente encarnación del Deber. Retroceded conmigo por un momento cinco mil años atrás y ved a este héroe, acostado en su lecho de flechas sobre el campo de batalla de Kurukshetra. Allí el tiene a la Muerte en jaque hasta el momento en que suene la hora favorable. Allí encontramos mon­tones de guerreros degollados, montañas de ele­fantes y caballos muertos. En nuestro camino tropezamos con piras funerarias y gran canti­dad de armas y carros destrozados. Llegamos hasta el héroe extendido en su lecho de flechas, traspasado por centenares de ellas y reposando su cabeza sobre una almohada de flechas, por­ que él ha rehusado los cojines de suave plu­món para no aceptar más que la almohada de flechas preparada por Arjuna.
Bhishma, cum­plidor del Dharma, siendo muy joven todavía, por el amor a su padre, por amor al deber filial, había hecho un gran voto: el de renunciar a la vida de familia y a la corona por cumplir la voluntad de su padre y satisfacer el Corazón paternal y Shantanu, con su bendición, le ha­bía otorgado una favor maravilloso: que la muerte no podría venir a él más que a su lla­mamiento y a la hora en que él consintiere en morir. Cuando Bhishma cayó, el sol estaba en su declinación austral y la estación no era pro­picia para la muerte de un hombre que no debía volver. Usó por tanto, el poder que le había dado su padre y rechazó la muerte hasta que el sol viniese a abrirle el camino de la paz eterna y de la liberación. Extendido ahí du­rante muchos y largos días, martirizado por sus heridas, torturado por las angustias del inútil cuerpo que le servía de vestidura, vio venir hacia él con numerosos Rishis, a los últimos reyes arios. Shri Krishna vino también para ver al fiel guerrero. Allí vinieron los cinco príncipes, hijos de Pandu, los vencedores de la gran guerra. Bañados todos en lágrimas rodea­ron a Bhishma y le adoraron, llenos del deseo de recibir sus enseñanzas. A este héroe sumido en tan crueles angustias vino a hablar Aquel cuyos labios eran los de Dios. Él lo libró de la fiebre, le concedió el reposo del cuerpo, la lu­cidez del espíritu y la calma interior y después le ordenó enseñar al mundo la significación del Dharma, a él que durante su vida, lo había en­señado siempre, que nunca se había separado del camino del justo, que como hijo, príncipe u hombre de Estado, había seguido siempre el sendero estrecho. Los que le rodeaban solici­taron sus lecciones y Vasudeva le pidió que les hablara del Dharma, puesto que Bhishma era digno de enseñarlo (Mahabarata, Shanti Parva, § 54). Entonces se aproximaron a él los hijos de Pandu, teniendo a su cabeza a su hermano ma­yor Yudhisthira, jefe de los guerreros que ha­bían herido a Bhishma a golpes mortales. Yu­dhisthira temía acercarse y hacer preguntas, pensando que siendo en realidad suyas las fle­chas disparadas por tal causa el era responsable de la sangre de su primogénito y que no era conveniente solicitar sus enseñanzas. Viéndole vacilar, Bhishma, que con espíritu equilibra­do, había seguido siempre el sendero difícil del deber sin separarse a derecha ni izquier­da, pronunció estas memorables palabras: "Si el deber de los Brahmanes es practicar la caridad, el estudio y la penitencia, el deber de los Kchatriyas es sacrificar su cuerpo en los combates. Un Kchatriya debe inmolar a sus padres, abuelos, hermanos, preceptores, pa­rientes y aliados que vinieren a presentarle batalla por una causa injusta. Tal es el deber marcado, oh Keshava. Un Kchatriya que sepa su deber, inmole en el combate hasta a sus mismos preceptores si estos apareciesen llenos de pecado y concupiscencia y olvidados de sus juramentos. Interrógame, hijo, sin ningún "temor". Entonces, lo mismo que Vasudeva, hablando a Bhishma, le había reconocido el derecho de hablar como maestro, éste, dirigiéndose a su vez a los príncipes, expuso las cualidades nece­sarias a los que quieren pedir aclaraciones sobre el problema del Dharma. Que el hijo de Pándu, dotado de inteligencia, dueño de sí mismo, pronto a perdonar, justo de espíritu, vigoroso y enérgico, me haga preguntas. Que el hijo de Pándu, que siempre, por sus buenos oficios, honra las personas de su familia, sus huéspedes, sus servidores y los que dependen de él, me haga preguntas. Que el hijo de Pándu en quien están la verdad, la caridad, las penitencias, el heroísmo, la dul­zura, la destreza y la intrepidez, me haga pre­guntas" (Ibíd. § 55.) Estos son algunos de los trazos que caracte­rizan al hombre que quisiera comprender los misterios del Dharma. Estas son las cualidades que vosotros y yo debemos tratar de desenvolver en nosotros para poder comprender las en­señanzas, para ser dignos de solicitarlas.
Entonces comenzó aquel discurso maravilloso, sin igual entre los discursos de la tierra. Ex­puso los deberes de los reyes y de los vasallos, los de cada categoría de hombres, deberes distintos y correspondientes a cada período de la evolución. Todos vosotros deberíais conocer este grandioso discurso y estudiarlo no por su be­lleza literaria, sino por su sublimidad moral. Si solamente pudiéramos seguir el camino que Bhishma nos ha trazado ¡cuánto se aceleraría nuestra evolución! ¡Como vería la India apro­ximarse la aurora de su redención! La moralidad, asunto relacionado estrecha­mente con el Dharma y que no se puede com­prender sin saber lo que significa el Dharma­ es, para algunos, una cosa muy simple. Esto es cierto visto a grandes rasgos. El bien y el mal, en las acciones ordinarias de la vida, están de­lineados de una manera clara, simple y recta. Para el hombre poco desenvuelto, para el de inteligencia estrecha, para el poco instruido, la moralidad parece bastante fácil de definir. Pero para aquellos de profundo saber y de elevada inteligencia, para los que evolucionan hacia los niveles superiores de la raza humana, para los que deseen comprender los misterios, la mora­lidad es cosa muy difícil. "La moralidad es muy sutil" decía el prín­cipe Yudhisthira, llamado a resolver el proble­ma del matrimonio de Krishna con los cinco hijos de Pandu. Una autoridad más alta que el príncipe ha-bía hablado de esta dificultad. Shri Krishna, el Avatar, en su discurso pronunciado sobre el campo de batalla de Kurukshetra, ha­bía hablado precisamente de la dificultad que tenía para saber actuar. He aquí sus palabras:
"¿Qué es la acción? ¿Qué es la inacción? Sobre este punto los mismos sabios están perplejos. Es preciso distinguir la acción -distinguir la acción ilícita- distinguir la inacción. Misterioso es el sendero de la acción" (Bhagavad Gita, IV, 16-17.) Misterioso es el sendero de la acción. Mis­terioso, porque la moralidad no es como creen los espíritus simples, una e invariable para todos, puesto que cambia con el Dharma de cada uno. Lo que para uno es bueno, para otro es malo y viceversa. La moralidad es una cosa individual; depende del Dharma del hom­bre que actúa y no de lo que a veces se llama el bien y el mal absolutos. Nada hay absoluto en un universo sometido a condiciones variables.
El bien y el mal son relativos y deben ser juzgados relativamente al individuo y a sus deberes. Por eso el más grande de todos los Maestros ha dicho con respecto al Dharma ­y esto nos guiará en nuestra errante marcha: Más vale el Dharma propio, aun desprovisto de mérito, que el Dharma de otro, aunque se cumpla bien. Vale más la muerte que se encuentra al cumplir el Dharma propio. El Dharma de otro está colmado de peligros (Ibid, III, 35.)
Él repite este pensamiento al final de su in­mortal discurso y entonces dice, cambiando los términos de manera de arrojar nueva luz sobre el asunto: Vale más el Dharma propio, aun desprovisto de mérito, que el Dharma de otro bien cumplido. Aquel que se amolda al Karma indicado por su propia naturaleza, no se ex­pone a pecar (Ibid, XVIII, 47),  Desen­vuelve más aquí estas enseñanzas y determina para nosotros sucesivamente el Dharma de las cuatro grandes castas. Los mismos términos que él emplea nos dan la significación de esta pa­labra que tan pronto se traduce por el Deber, como por la Ley o la Religión. Ella significa todo esto y mucho más aun, porque su sig­nificación es mucho más profunda y más vasta que todo lo que esas palabras expresan.
 Veamos las palabras de Shri Krishna concerniente al Dharma de las cuatro castas: los Karmas de los Brahmanes de los Kchatriyas, de los Vaish­yas y de los Shudras. ¡oh Parantapa,! han sido "distribuidos según los gunas nacidos de sus diferentes naturalezas".
La serenidad, el im­perio sobre si mismo, la austeridad, la pureza, la prontitud al perdón, lo mismo que la rec­titud, la sabiduría, el conocimiento, la creen­cia en Dios, Son el Karma del Brahman, na­cido de su propia naturaleza.
El valor, el es­plendor, la firmeza, la destreza, la temeridad que en el combate hace desconocer la fuga, la generosidad, las cualidades del dominador son el Karma del Kchatriya nacido de su propia naturaleza.
La agricultura, el pastoreo y el comercio son el Karma del Vashya, nacido de su propia naturaleza.
Actuar como servidor es el Karma del Shudra, nacido de su propia naturaleza.
El hombre alcanza la perfección por la aplicación de cada uno a su propio Karma.
Dice enseguida: Es mejor el Dharma propio, aun sin mérito, que el Dharma de otro bien cumplido. Aquel que se amolda al Karma indicado por su propia naturaleza no se expone a pecar.
Ved como las dos palabras Dharma y Karma son tomadas la una por la otra. Ellas nos dan la clave que nos servirá para resolver nuestro problema. Permitidme primero daros una de­finición parcial del Dharma. No puedo daros claramente, de una vez, la definición completa.
Os daré la primera mitad y me referiré a la segunda en su oportunidad.
La primera mitad es esta: El Dharma es la naturaleza interior que ha alcanzado, en cada hombre un cierto "grado de desarrollo y florecimiento". Esta naturaleza interior es la que modela la vida exterior, la que se expresa por los pensamien­tos, palabras y acciones y a la que el nacimiento físico ha colocado en un medio favorable a su crecimiento. Lo primero que hay que compren­der bien es que el Dharma no es una cosa ex­terior como la ley, la virtud, la religión o la justicia. Es la ley de la vida que se desarrolla y modela a su propia imagen todo lo que le es exterior.
Para tratar de elucidar este tema difícil y abstruso, lo dividiré en tres partes principales. Primera, las diferencias, porque los hombres tienen Dharmas diferentes. En el pasaje antes citado ya se hace mención de cuatro grandes clases. Un examen más atento nos demuestra que cada individuo tiene su propio Dharma. ¿Cómo comprender lo que este debe ser? A me­nos de comprender hasta cierto punto la natu­raleza de las diferencias, lo que las ha produ­cido, su razón de ser, el sentido que nosotros demos a la palabra diferencias; a menos de comprender como cada hombre muestra por sus pensamientos, palabras y acciones el nivel que ha alcanzado; a menos de comprender todo esto, nosotros, no podemos comprender el Dharma. ­
En segundo lugar, vamos a hablar de la evolución porque necesitamos seguir estas diferen­cias en su evolución.

Por último, debemos abor­dar el problema del bien y del mal porque nuestro estudio nos lleva a responder a esta pregunta: ¿Cómo debe conducirse un hombre en la vida? Sería inútil pediros seguirme en pensamientos de una naturaleza difícil si, en consecuencia, no debemos poner en práctica los conocimientos adquiridos y esforzarnos en vivir de acuerdo con el Dharma, mostrando así al mundo lo que la India ha tenido la misión de enseñar.

martes, 14 de junio de 2016

KARMA, parte 5, final, libro de Annie Besant

KARMA COLECTIVO

CAPITULO  13


La agrupación de egos en familias, castas, naciones y razas introduce un nuevo elemento de perplejidad en los resultados kármicos, y así se explican los llamados "accidentes" y los ajustes que constantemente hacen los Señores del Karma. Parece que aunque nada puede sucederle a un individuo,  que no esté determinado por su karma,  cabe  la  posibilidad  de  aprovechar  una catástrofe nacional o sísmica para que extinga parte del mal karma que no le hubiera correspondido extinguir en la vida por que está pasando. Digo que parece, porque trato este asunto teóricamente, sin conocimiento práctico de él, aunque es muy lógico suponer que la muerte súbita no puede privar a un ego de su cuerpo físico, a menos que sea deudor de semejante muerte a la ley,  pues  si  no  mediase  esta  circunstancia  se  "salvaría  milagrosamente"  del  naufragio,  del terremoto, del descarrilamiento, del incendio o de cualquier catástrofe en que se viera envuelto. Pero si debe una muerte súbita y su karma nacional o familiar le envuelven en una catástrofe, no podría salvarse aunque aquella muerte no estuviera trazada en la plantilla kármica que sirvió para la formación del cuerpo etéreo. Desde luego se le evitará todo sufrimiento inmerecido, pero se le dejará pagar su deuda aprovechando la ocasión deparada por el karma colectivo en indirecta operación de la ley. Análogamente puede beneficiarse el ego cuando pertenece a una nación que goza de un buen karma colectivo, y así recibe el pago de un crédito pendiente, que no se le hubiera  satisfecho  por  la  sola  razón  de  su  karma  individual.  El  nacimiento  de  un  ego  en determinada nación está regido por los principios generales de la evolución y por sus peculiares características. Si consideramos la ordinaria evolución de la humanidad, el ego en su lento desenvolvimiento ha de pasar por las siete razas raíces y las correspondientes subrazas de un globo. Esta necesidad requiere ciertas condiciones a que ha de adaptarse el karma individual, y la nación  perteneciente a la subraza  por  la  que  el  ego  haya  de  pasar  reunirá  las  condiciones requeridas. El examen de una larga serie de encarnaciones ha demostrado que algunos egos progresan normalmente de una subraza a otra, mientras que otros reencarnan repetidamente en una misma subraza. Dentro de las condiciones de la subraza las características individuales del ego le conducirán a una u otra nación. Así nos muestra la historia que al cabo de un normal período de mil quinientos años aparecen de nuevo colectivamente ciertas características nacionales. Una gran masa de los antiguos romanos reencarnan en nuestros días en Inglaterra cuyas características nacionales son la expansión colonial y la conquista por los mismos procedimientos de la antigua Roma. Un ego en quien estuviese muy señalada esta característica nacional nacerá en Inglaterra conducido por su karma para participar en bien o en mal de todo lo que el karma colectivo pudiera  afectarle  como  individuo. 
Los  lazos  de  familia  son  de  índole  más  personal que los nacionales, y quienes contraen afectos en una vida propenden a reunirse en otra como miembros de una misma familia. A veces estos lazos persisten cada vez más estrechos en sucesivas vidas; pero otras veces, a causa de la diferencia de duración de la vida mental por la mayor actividad intelectual y espiritual de algunos durante la vida terrena en que fueron parientes de otros, pueden dispersarse los miembros de una familia y no volverse a encontrar hasta después de varias encarnaciones.
En general, cuanto más íntima es la unión en las superiores manifestaciones de la vida mayores probabilidades hay de nacer en una misma familia. También el karma del individuo está influido por la interacción del karma familiar y puede gozar o sufrir de un modo que no corresponda a su peculiar karma en aquella vida, pagando así deudas o cobrando créditos todavía pendientes.
En lo que a la personalidad se refiere, parece que ha de haber cierta compensación en las vidas astral y mental, de modo que se haga justicia aun a la transitoria personalidad. El examen pormenorizado del karma colectivo nos llevaría más allá de los límites de un tratado elemental como el presente y no estaría al alcance de nuestros conocimientos, por lo que sólo podemos exponer estas incompletas indicaciones. El conocimiento exacto del asunto exigiría un detenido examen de casos individuales, continuado durante millares de años, pues las especulaciones sobre este asunto son inútiles, y lo que se requiere es la paciente observación. Sin embargo, algo adecuadamente cabe decir respecto al karma colectivo en cuanto a la relación entre los  pensamientos  y  acciones  de  los  hombres  y  los  aspectos  del  mundo  exterior.  Sobre  este obscuro punto dice Blavatsky: "De acuerdo con Platón expone Aristóteles que la palabra "elementos" denota los principios incorpóreos colocados como inspectores en cada una de las cuatro grandes divisiones de nuestro mundo. Así es que los paganos no adoran ni veneran a los elementos ni a los puntos cardinales sino a las entidades espirituales que simbolizan. "Según la iglesia romana hay dos clases de seres siderales: los ángeles y los demonios. Según los kabalistas y ocultistas sólo existe una clase, sin diferencia entre los "Rectores de Luz" y los "Rectores de Tinieblas" o Cosmocratores, a quienes la iglesia romana supone entre los "Rectores de Luz" cuando los oye designar por otro nombre distinto del que ella les da. No castiga o premia el Rector o Maharaja con permisión de Dios o sin ella, sino que el mismo hombre se castiga o premia por su karma, que cuando erróneo acarrea individual y colectivamente (como sucede a veces en las naciones) toda clase de males y calamidades. "Nosotros establecemos causas que ponen en actividad a las potestades correspondientes del mundo sideral, y las atraen irresistiblemente hacia quienes establecen tales causas y sobre ellos reaccionan, tanto si han perpetrado malas acciones como si han tenido siniestros pensamientos. La ciencia moderna nos dice que el pensamiento es materia, y según enseñan a los profanos los señores Jevons y Babbage en sus Principios científicos, cada partícula de materia existente debe ser un registro de todo cuanto ha sucedido. La ciencia moderna penetra cada día más en el vórtice del ocultismo, aunque de ello no se dé cuenta. El pensamiento es materia, pero no en el sentido del materialista Moleschott, quien afirma que el pensamiento es el movimiento de la materia, declaración absurda casi sin igual. Los estados mentales y los físicos se hallan en completo contraste; pero esto no importa para que todo pensamiento, además de la acción cerebral, tenga un aspecto objetivo en el mundo astral, aunque para nosotros sea en objetividad suprasensible. (Doctrina Secreta. Comentarios a la Estancia V del libro de Dzyan.) Parece que cuando los hombres engendran gran número de malignas y destructoras formas de pensamiento, las cuales se agrupan en grandes masas en el mundo astral, su energía  se precipita sobre el plano físico y provoca motines,  asonadas,  trastornos, revoluciones, guerras y todo linaje de disturbios sociales que caen como karma colectivo sobre sus progenitores. Así tenemos que también el hombre es colectivamente dueño de su destino, y creador de su propio ambiente. Las rachas de crímenes, las epidemias, los períodos de conmoción o trastorno en una ciudad se explican según el mismo principio. Las formas de pensamiento animadas por la cólera incitan al asesinato. Los elementales de estas formas están alimentados por los efectos del crimen y los vigorizan el sentimiento de venganza de los pacientes de la víctima, la ferocidad del criminal y su rencor cuando lo ajustician y se ve lanzado violentamente del mundo. Así la horda de formas malignas impulsan desde el mundo astral a la perpetración de nuevos crímenes que se repiten horrorosamente. Los sentimientos de temor que provoca la propagación  de  una  epidemia  intensifican  la  virulencia de la enfermedad y  se  perturba  el ambiente magnético de cuantas personas se hallan en el área de la epidemia. En todos sentidos e innumerables modalidades causan estragos los malignos pensamientos de los hombres cuando en vez de cooperar al desenvolvimiento del divino plan del universo invierte en la destrucción su poder creador.


CONCLUSION

CAPITULO  14

Tal es en bosquejo la capital ley del karma y sus operaciones, cuyo conocimiento y empleo le permite al hombre acelerar su evolución, libertarse de la rueda de muertes y nacimientos y llegar a ser mucho antes de que su raza termine su curso, un auxiliar y salvador del mundo. El profundo y firme convencimiento de la verdad de esta ley tranquiliza serenamente el ánimo y desvanece todo temor, pues nada puede sucedernos que no sea obra nuestra y no merezcamos. Como toda siembra ha de dar su cosecha no hemos de lamentarnos si por haber sembrado vientos cosechamos tempestades. Pero una vez  pasada la tempestad no vuelve a atormentarnos. Por lo tanto, mejor será afrontar con ánimo alegre los dolorosos resultados de un mal karma, pues vale más pagar cuanto antes las deudas que tengamos. No se figuran las gentes la fuerza que podrían obtener  si se apoyaran en la ley.  Desgraciadamente,  para  los  occidentales el karma es una quimera, y aun entre los teósofos, la creencia en el karma es más bien una función intelectual que un vivo convencimiento  que  guíe  su  conducta,  pues como dice Bain, la virtualidad de una creencia  se  mide  por  su  repercusión  en  la  conducta,  y  la  creencia  en  el  karma  debiera manifestarse en la pureza, serenidad, vigor y dicha de la vida. Sólo nuestras mismas acciones pueden entorpecernos y nuestra propia voluntad encadenarnos. Cuando los hombres reconozcan esta verdad habrá sonado la hora de su liberación, pues nadie puede esclavizar a quien obtuvo el poder por medio del conocimiento y  lo emplea en el amor.





KARMA, parte 4 libro de Annie Besant

DETERMINACION DEL PORVENIR

CAPITULO  10

La  perezosa corriente del tiempo impele hacia adelante a la hueste de egos que siguen el movimiento de la tierra y pasan de uno a otro globo. Pero la Religión de Sabiduría proclama de nuevo que cuantos quieran pueden acortar el camino de la evolución y substraerse al impulso de la perezosa corriente. El que comprende algo del significado de la ley, de su absoluta seguridad y su infalible exactitud, emprende la educación de sí mismo y se encarga activamente de vigilar su propia evolución.
Analiza su carácter y procede a reformarlo,
ejercitando deliberadamente sus facultades mentales y morales,
acrecentando sus aptitudes,
vigorizando sus puntos débiles,
subsanando sus defectos y
eliminando superfluidades.
Convencido de que se ha de convertir en lo que piense, ejercita deliberada y metódicamente la meditación en un noble ideal, y comprende por qué Pablo, el insigne iniciado cristiano exhortaba a sus discípulos diciendo: "Por lo demás, hermanos, pensad en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable." (Filipenses, 4: 8.). Diariamente ha de meditar en su ideal y esforzarse en vivir de conformidad con él pero ha de proceder tranquila y perseverantemente, sin precipitación pero sin tregua, porque  sabe  que  edifica  sobre  el  firmísimo  fundamento de la roca de la eterna ley. Entonces recurre a la ley y en ella se ampara, y ya no teme el fracaso ni hay poder en el cielo y la tierra capaz de obstruir su camino.
Durante la vida terrena acopia experiencias y aprovecha todo cuanto a su paso encuentra, y durante la vida mental se asimila las experiencias y planea su futuro edificio. En esto consiste el valor de la verdadera finalidad de la vida, aunque se funde en el testimonio ajeno y no en el conocimiento propio. Cuando un hombre acepta y comprende en parte la actuación del karma, emprende desde luego la construcción de su carácter y coloca cada piedra con especial cuidado, porque sabe que edifica para la eternidad. Ya no titubea ni anda de un lado para otro ni forja hoy un plan y otro mañana, o no forja ninguno, sino qué traza un bien meditado proyecto y construye con arreglo a él, porque el ego es a la par arquitecto y constructor y no vuelve a desperdiciar tiempo en estériles conatos. De aquí la rapidez con que se recorren los últimos  estadios  de  evolución  y  los  sorprendentes  y  casi  increíbles progresos que realiza el vigoroso ego en su plena virilidad.


MODIFICACION DEL KARMA

CAPITULO  11

Quien deliberadamente ha emprendido la determinación de su porvenir, se percata, a medida que aumenta su conocimiento, de la posibilidad de hacer algo más que construir su carácter y fijar su futuro destino. Se da cuenta de que se halla en un universo, de que es un ser viviente y activo con voluntad libre, capaz de actuar sobre las circunstancias tanto como sobre sí mismo. Está desde hace largo tiempo acostumbrado a obedecer las capitales leyes éticas establecidas para guía de la humanidad por los divinos Instructores aparecidos de edad en edad, y comprende que estas leyes se basan en fundamentales principios de la Naturaleza y que la moral es la ciencia aplicada a la conducta.  Advierte que en su vida diaria es capaz de neutralizar los resultados perjudiciales de una mala acción por medio de una buena acción.

Si un hombre lanza un mal pensamiento contra otro,  y  éste  le  corresponde  con  un  pensamiento  igualmente  maligno,  ambas  formas  de pensamiento se entrefundirán como dos gotas de agua y acrecentarán su violencia; pero si aquel contra quien se dirige el mal pensamiento conoce la ley kármica neutralizará la maligna forma de pensamiento con otra de benevolencia y compasión, de modo que el odio cese por el amor.

Engañadoras formas de pensamiento planean por el mundo astral; pero el conocedor de la ley kármica las contrarresta con formas de verdad, pureza y amor que invalidan la falsía, la torpeza y el egoísmo. Cuando aumenta el conocimiento, esta acción es directa y definida, y al pensamiento dirigido con deliberado propósito, le nacen las vigorosas alas de la recia voluntad. A las malignas formas así destruidas ya no pueden reanimarlas ningún elemental. Su vida y la materia de su forma retornan al repositorio universal. De esta suerte se evita el mal karma desde su origen y no pueden  anudarse  lazos  kármicos  entre  quienes  disparan  los  mortíferos  dardos y quienes los rechazan con el invulnerable broquel del amor y la compasión.
Los divinos Instructores que autorizadamente exhortaron a devolver bien por mal, apoyaron su exhortación en el conocimiento de la ley. Quienes les obedecen, aunque no comprendan el fundamento científico del precepto, evitan el mal karma que pesaría sobre ellos sí correspondiesen al odio con el odio; pero quienes conocen la ley, destruyen deliberadamente las formas perniciosas y al esterilizar las semillas del mal evitan futuras cosechas de dolor. 
En un grado de adelanto relativamente superior al de la mayoría de la humanidad, no sólo puede el hombre construir su carácter e influir de propósito en las formas de pensamiento que crucen por su ambiente, sino que también empezará a tener vislumbres de su pasado, y le será por ello posible revisar las causas y los efectos kármicos, para aquilatar mejor su presente. Así es capaz de modificar su porvenir mediante la consciente movilización de fuerzas que obren sobre otras ya movilizadas y operantes. El conocimiento le permite valerse de la ley con tanta seguridad como el cientista la utiliza en sus investigaciones.
Consideremos ahora las leyes del movimiento. Si cuando se mueve un cuerpo en determinada dirección, obra sobre él una fuerza en distinta dirección, el cuerpo se moverá entonces en la dirección resultante de las dos fuerzas componentes, sin haber perdido energía; pero parte de la fuerza que dio el impulso inicial se habrá empleado en resistir el choque de la nueva fuerza, y la resultante de ambas no será ni una ni otra sino una tercera que determinará la nueva dirección del móvil. Un físico puede calcular exactamente en qué dirección empleará sobre un cuerpo en movimiento una fuerza que le dé la nueva dirección deseada. De este modo no se estorba ni se quebranta  la  ley.  Se  la  utiliza conscientemente para que las fuerzas  naturales actúen según conviene a la voluntad humana. Si aplicamos este principio a la modificación del karma, advertiremos  que no nos oponemos al karma cuando modificamos su acción por medio del conocimiento. Nos valemos de fuerzas kármicas para influir en los efectos kármicos y vencemos a la Naturaleza con el arma de la obediencia.
Supongamos ahora que un individuo de muy adelantado conocimiento, al escrutar su pasado ve corrientes kármicas que convergen en un punto de siniestra  acción.  Puede  interponer  una  nueva  fuerza de sentido contrario y suficiente intensidad entre las convergentes, para modificar favorablemente la fuerza resultante. Mas para ello no le basta la facultad de ver el pasado y descubrir su relación con el presente, sino que necesita además sobrado conocimiento  para  calcular  exactamente  la  influencia que la nueva fuerza interpuesta ejercerá en la alteración de la resultante, considerada como efecto de causas pasadas y como causa de efectos  futuros.  De  esta  suerte  puede  disminuir  o  invalidar  los resultados del mal que hizo en el pasado, mediante la interposición de fuerzas armónicas en su corriente kármica. No puede destruir ni deshacer lo hecho; pero mientras sus efectos no se concreten en acción puede modificarlos o neutralizarlos o subvertirlos mediante nuevas fuerzas que interponga como causas coadyuvantes a la producción de los esperados efectos. En todo esto no hace más que valerse de la ley con tanta seguridad como el físico que equilibra una fuerza con otra, e incapaz de aniquilar ni una dina de energía puede imprimir a un cuerpo el movimiento deseado previo cálculo de la acción de las fuerzas dinámicas. Análogamente puede el karma modificarse por la influencia de las circunstancias en que opera.  Consideremos bajo otro aspecto esta importantísima cuestión. A medida que aumenta el conocimiento es más fácil evitar el mal karma pasado. Como quiera que el ego, al escrutar sus vidas anteriores, y acercarse a la liberación, ve las causas que van a producir sus efectos, conoce cuáles son éstas, cuáles las ya extinguidas, y cómo anudó los lazos kármicos. No sólo puede mirar hacia atrás para ver las causas, sino también hacia adelante para ver los efectos, pues así como en el mundo físico, el conocimiento  de  sus  leyes  capacita  para  predecir  los  resultados,  así  un  ego  lo  bastante evolucionado puede conocer las causas kármicas que estableció y predecir los efectos de ellas resultantes.
El conocimiento de las causas y de su actuación nos capacita para establecer nuevas causas que neutralicen los efectos de aquéllas; y valiéndonos de la ley con absoluta confianza en su inmutabilidad, será posible por medio del cuidadoso cálculo de las fuerzas movilizadas, determinar  nuestro  porvenir.  Es  cuestión  de  puro  cálculo.  Supongamos  que  en  el  pasado establecimos vibraciones de odio. Podemos neutralizarlas e impedir sus efectos, oponiéndoles vibraciones de amor. Así como en el mundo físico podemos producir el silencio por la interferencia de dos ondas sonoras de suerte que las vibraciones graves de una entrechoquen con las sutiles de la otra, así también en los planos superiores al físico es posible valerse de la interferencia de las vibraciones de odio y amor para anular las causas kármicas y establecer el equilibrio que significa liberación. Este conocimiento está más allá del alcance de la mayoría de la humanidad, que si desea aprovecharse de la ciencia del alma debe apoyarse en el testimonio de los versados en el asunto y obedecer los preceptos de los instructores religiosos del mundo, pues por devoción se logrará el mismo resultado que por conocimiento. La aplicación general de estos principios dará a entender que el hombre está entorpecido por la ignorancia, y cuán importante parte desempeña el conocimiento en la evolución humana. La corriente arrastra a los hombres porque son ignorantes; son impotentes por lo ciegos. Quien desee adelantarse a la masa general de la humanidad, como el veloz corcel deja atrás al rocín, necesita tanta sabiduría como amor, tanto conocimiento como devoción. No ha de ir limando lentamente los eslabones de la cadena que forjó tiempo atrás. Puede limarlos sin tardanza y librarse de ellos tan efectivamente como si desgastados por el tiempo lo dejasen en libertad.

EXTINCIÓN DEL KARMA

CAPITULO  12

El karma nos tiene atados a la rueda de muertes y nacimientos. El buen karma nos obliga a reencarnar  tan  persistentemente  como  el  adverso,  y  la  cadena  forjada  por  nuestras virtudes, aunque de oro, nos sujeta con tanta fuerza como la de hierro forjada por nuestros vicios. Así pues, ¿cómo quebrantar estas cadenas si el hombre ha de pensar y sentir mientras exista y los pensamientos y deseos engendran continuamente karma? La respuesta nos la da en el Bhagavad Gita la profunda lección de Krishna a Arjuna. No recibe esta lección un eremita ni un erudito, sino un guerrero, un khsatriya que ha de cumplir con los deberes de su estado y luchar por la victoria. No en la acción sino en el deseo; no en la acción sino en la apetencia de su fruto está la sujetadora fuerza de la acción. Cuando se ejecuta una acción con deseo de gozar de su fruto, se sigue el procedimiento a propósito para lograr el apetecido resultado. El ego pide y la Naturaleza otorga, A cada causa corresponde un efecto y a cada acción un fruto. El deseo los enlaza. Si se mata el deseo, cesa el enlace, y cuando todos los lazos del deseo se hayan roto, quedará libre el ego. Ya no podrá sujetarlo el karma. La rueda de causas y efectos seguirá girando, pero el ego está liberado. "Por lo tanto, cumple tú constantemente y sin apego la acción que debas cumplir, pues el hombre que sin apego cumple la acción alcanza en verdad el Supremo" (Bhagavad Gitá. - Estancia III, 19.) Para practicar la Yoga de acción, ha de ejecutar el hombre todas sus acciones como un deber, en armonía con la ley en cualquier plano de existencia en que se halle, para ser una fuerza operante en la evolución, de acuerdo con la Divina Voluntad, con perfecta obediencia en todas las fases de su actividad. De esta suerte sus acciones tendrán carácter de sacrificio ofrecido al volteo de la Rueda de la Ley sin apetencia del fruto, del que hace generosa donación en servicio de la humanidad. El fruto no es del actor. Pertenece a la ley que se encarga de su distribución. Dice el Bhagavad Gita: "Al de obras no moldeadas por el deseo, cuyas acciones se consumen en el fuego de la sabiduría, los doctos le llaman sabio. Inapetente del fruto de las obras y siempre satisfecho, de nada se ampara y no hace cosa alguna aunque todas las haga. "Sin confiar en nada, con su mente y su ser disciplinados y todo anhelo de goce en abandono, cumple las acciones sólo con el cuerpo y no cae en pecado. Satisfecho con lo que recibe, libre de los pares de opuesto, sin envidia, equilibrado en el éxito y en el fracaso, no está ligado a las acciones que ejecuta. Quien tiene los apetitos muertos y el pensamiento firme en la sabiduría, quien sacrifica las obras y permanece en equilibrio, todas las acciones que ejecuta no le ligan ni le afectan. (Estancia IV, 19-23.) Cuerpo y mente actúan en plena actividad. Con el cuerpo se ejecutan las acciones físicas y con la mente las mentales; pero el Yo permanece tranquilo, sereno, sin prestar nada de su eterna esencia para forjar las cadenas del tiempo. Nunca se negligencia la recta acción sino que se ejecuta fielmente dentro de los límites de los poderes eficientes, pues la renuncia al fruto de la acción no supone pereza ni descuido en su cumplimiento.
Dice el Bhagavad Gitá:
Si el ignorante obra por apego a la acción, oh Bhárata! el sabio debe obrar sin apego a ella, anheloso del bienestar del mundo. No perturbe el sabio la mente de los ignorantes apegados a la acción; antes bien, obrando en armonía conmigo, haga atractiva toda acción. (Estancia III, 25-26). Quien alcanza el estado de la "inacción en la acción" descubre el secreto del agotamiento del karma, destruye por el conocimiento las acciones que ejecutó en el pasado y quema las del presente  en  el  fuego  de  la  devoción.  Entonces  llega  al  estado  de  conciencia  descrito simbólicamente por Juan en el Apocalipsis, al decir: "Al que venciere, yo le haré Columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá afuera". (Apoc. 3-12). Porque el ego sale muchas veces del Templo a las llanuras de la vida; pero llega tiempo en que se convierte en "columna del templo de mi Dios". Este templo es el mundo de las almas liberadas, y sólo quienes no están ligados a sí mismos egoístamente, pueden quedar ligados a todos  en nombre de la única Vida. Así pues, deben romperse no sólo los lazos del deseo personal sino también los del deseo individual. Pero en este punto incurren los principiantes en un error muy natural y frecuente. No hemos de romper los lazos del deseo convirtiéndonos en marmolillos insensibles. Por el contrario, el hombre es tanto más sensitivo cuanto más cerca está de la liberación, pues el perfecto discípulo en unidad con su Maestro responde compasivamente a toda pulsación del mundo exterior; todo le conmueve y a todo responde; y precisamente porque nada desea para sí es capaz de darlo todo a todos. Un hombre así ya no engendra karma ni forja cadenas que le sujeten, y a medida que va siendo más expedito canal por donde la Vida divina se derrame en el mundo, sólo anhela ensanchar su cauce para que sea más caudaloso el flujo de la Vida divina. Su único anhelo es ser más amplio receptáculo en que con el menor impedimento se vierta la Vida. Después de rotas las cadenas que le sujetaban, su única tarea es trabajar en servicio de los demás. Pero jamás se rompe el enlace de la Unidad con la Totalidad, del discípulo con el Maestro y del Maestro con el discípulo. Este enlace  no  es  una  ligadura.  Es  la  Vida  divina  que  siempre  nos  impulsa  superadelante,  sin sujetarnos a la rueda de nacimientos y muertes. Primeramente nos atrae a la vida terrena el deseo de goces sensorios, y después otros deseos más puros que sólo pueden satisfacerse en la tierra, como el de conocimiento, desarrollo, devoción de índole espiritual.
Pero cuando todo esto está logrado
¿qué retiene todavía a los Maestros en el mundo de los hombres?
Nada que pueda el mundo ofrecerles. No hay en la tierra conocimiento que no posean ni poder que no ejerzan ni experiencia que les aleccione. Todo lo saben  y todo lo pueden. El mundo es incapaz de atraerlos con halago a la reencarnación. Sin embargo, reencarnan  compelidos  por  un  divino  impulso interno, para ayudar a sus hermanos en el multimilenario trabajo de la humana evolución, con el jubiloso servicio de su inefable amor e imperturbable paz, sin que el mundo pueda allegarles más dicha que ver a otras almas crecer a su semejanza y compartir con Ellos la consciente vida de Dios.