LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 138
Carta de Blavatsky
a A. P. Sinnett.
APENDICE
CARTA Nº 138
Adyar, 17 de marzo.
Mi querido señor
Sinnett:
Siento mucho que el
Mahatma me haya escogido a mí para librar esta nueva batalla. Pero, puesto que
debe haber una sabiduría oculta incluso en el hecho de escoger a una persona medio
muerta que acaba de salir de una enfermedad de ocho semanas en cama, y que a
duras penas puede concentrar sus ideas dispersas para decir aquello que mejor
sería que no dijera, —obedezco.
Usted no puede
haber olvidado lo que le dije una y otra vez en Simla y lo que el mismo Maestro
K.H. le escribió, es decir: que
la S.T. es, ante todo, una Fraternidad Universal y no una Sociedad para los
fenómenos y para el ocultismo. Estas cosas deben mantenerse en secreto, etc. Sé que debido a mi
gran celo por la causa y a sus afirmaciones de que la Sociedad nunca prosperaría a menos que se introdujera
en ella el elemento oculto, y a menos que los Maestros fueran proclamados, soy
más culpable que nadie por haber prestado oídos a esto.
Sin
embargo, todos ustedes tienen ahora que sufrir el Karma. Pues bien, ahora el
señor Hodgson —con la ayuda de los padres y otros enemigos —ha descubierto que
todos los fenómenos son fraudes, desde el fenómeno del "broche" hasta
el último; y los Maestros son arrastrados ante el público y sus nombres
desacreditados por cualquier villano europeo.
Los padres han
gastado cientos de miles para conseguir testigos falsos y de otra clase, y a mí
no se me permitió acudir ante los tribunales para que, al menos, pudiera
presentar mi testimonio; y ahora es Hodgson, que hasta el otro día parecía muy
bien dispuesto y que venía a vernos casi a diario, el que nos ha vuelto la
espalda. Fue a Bombay y vio a Wimbridge y a todos mis enemigos. Al volver, le
aseguró a Hume (que está aquí y que también viene cada día) que, en su opinión,
esas declaraciones de nuestros empleados y las de otros testigos son tan
contradictorias que, después de Bombay, ha llegado a la conclusión de que todos
nuestros fenómenos eran fraudes. Amén.
Y ahora, ¿de qué sirve
escribir para sacar de su error al señor Arthur Gebhard? Tan pronto como el
oráculo de la P.R.S.(Psiquic Resoarch
Society (Sociedad de Investigaciones Psíquicas). N.T.) habrá proclamado
que soy una "impostora" en toda la línea, y que todos ustedes son mis
incautas víctimas (como lo proclama Hume riéndose y con la mayor
despreocupación) —es seguro que su Rama Londres de la Sociedad fracasará. ¿Puede, ni siquiera
usted, el sincero y el devoto, resistir esta tormenta? ¡Feliz
Damodar! Se fue a la tierra de la Felicidad, al Tibet, y en estos momentos debe
estar muy lejos, en las regiones de nuestros Maestros. Ahora ya nadie volverá a
verle, supongo.
Bien, a esto es a
lo que nos han conducido los malditos fenómenos. Olcott volverá de Birmania
dentro de tres días y se encontrará con lindas cosas. Al principio. Hume era
todo amabilidad. Luego llegaron las revelaciones. ¡¡¡Hogdson había encontrado
el rastro del broche!!! Yo había entregado a Servai antes de salir para Simla,
un broche o alfiler idéntico para arreglarlo, según se le dijo, y se trataba de
ese broche. ¿Recuerda la señora
Sinnett que, por aquel entonces, le hablé de que yo había tenido un alfiler de
perlas muy parecido que había enviado a los hijos de mi hermana junto con otro
que había comprado en Simla? Hablé de este
parecido incluso con el señor Hume. Le pedí a éste que enviara su alfiler al
joyero (pero sin que Servai, compañero de Wimbridge y mi mortal enemigo lo
supiera), quien lo identificará, o no lo identificará. Lo más probable es que
lo haga. ¿Por qué no tendría
que hacerlo por un centenar de rupias o más?
El
señor Hume quiere salvar la Sociedad y ha descubierto un medio. Ayer convocó
una reunión del Consejo compuesta por Ragunath Row, Subba Row, Sreenavas Row,
el Honorable Subra-manya lyer y Rama lyer, todos ellos ilustres hindúes.
Después de elegir como Presidente a Rag. Row, y con una asistencia compuesta
por los dos Oakleys, Hartman y los chelas —les entregó un papel. Para salvar la
Sociedad (imagina e insiste que se está desmoronando después de las
"revelaciones", aunque ningún miembro haya desertado todavía)
proponía: obligar al Coronel Olcott, Presidente Vitalicio, a Mme. Blavatsky
(ídem), a Damodar, (ausente) a Bowaji, Bhavani Row, Ananda, Rama Swami, etc.,
en total dieciséis personas, a que dimitieran, ya que todos ellos eran unos
impostores y cómplices, puesto que muchos
de ellos aseguraban que conocían a los Maestros, aparte de mí, cuando los
Maestros no existían. Que
la Sede Central debe venderse y en su lugar debe crearse una nueva Sociedad Teosófica
Científico-Filosófica-Humanitaria. Yo no estuve presente en la reunión; sigo recluida
en mi habitación. Pero después de la reunión, los Consejeros vinieron a verme
en bloque. Sin embargo, en lugar de aceptar la propuesta y declarar que los
fenómenos son un fraude, tal como el señor Hume dijo que eran según él sabía
—Ragunath Row rechazó el papel, arrojándolo a un lado con disgusto. Todos ellos creían en los Mahatmas y en los fenómenos
que habían presenciado personalmente —dijo él— y no querían que los nombres de
los Maestros siguieran desacreditándose. A partir de entonces, los fenómenos
debían ser prohibidos, y si se producían por sí mismos, no debía hablarse de
ello bajo pena de expulsión.
Se negaban a pedir
a los Fundadores que renunciasen. No veían ninguna razón para ello. ¡El señor
Hume es un "Salvador" muy peculiar!
Por lo tanto, basta
de fenómenos, por lo menos aquí, en la India. Mientras Mas[kelyne] y Cook
presentan sus fenómenos, y encima se les paga por ello, nosotros debutamos en
segunda línea y se nos recibe a patadas.
El
señor Hume es más liberal que los padres. Estos dicen de Olcott que es "un
crédulo infeliz, pero indudablemente un hombre honrado"; y él declara que
desde el momento que Olcott jura haber visto a los Maestros, no puede ser un
hombre honrado, y puesto que él adquirió el alfiler con la perla en casa del
prestamista de Bombay (por complicidad) debe ser además un ladrón, aunque Hume
se niega a creer esto último.
Esta es,
resumiéndola, la situación actual. Se inició en Simla con la apertura del
primer acto y ahora llegamos al Epílogo que pronto terminará, con mi muerte.
Porque, a pesar de los doctores (que diagnosticaron para mí cuatro días de
agonía y la imposibilidad de recuperación), de repente, me siento mejor gracias
a la intervención protectora del Maestro.
Arrastro
conmigo dos dolencias incurables: el corazón y los ríñones. En cualquier momento
el corazón puede fallar, y los ríñones pueden llevárseme en pocos días. No veré
el amanecer de otro año. Y todo esto es debido a los cinco años de angustia
constante, de preocupación y de emoción reprimida. A un Gladstone se
le puede llamar "impostor", y él puede reírse de ello.
Yo, diga usted lo
que diga, señor Sinnett —no puedo.
Y ahora vamos a sus
asuntos. Antes de empezar a servirles a usted y al señor Hume, nunca he transmitido
ni recibido cartas, a los Maestros o de los Maestros, excepto para mí misma. Si
usted tuviera alguna idea de las dificultades, o del modus operandi, no hubiera
aceptado estar en mi lugar. Y sin embargo, yo nunca rehusé. El sagrario fue
pensado para facilitar la transmisión, pero ahora vienen centenares de personas
para rezar y para pedir si pueden poner dentro sus cartas. Como usted sabe, y
como está claro para todos, excepto para el señor Hogdson que encuentra
contradicciones, todos recibieron respuestas sin que yo hubiera salido de la
habitación, y a menudo en diferentes idiomas. Y es a esto, a lo que el señor
Hume, al no poder explicarlo, denomina un fraude colectivo en toda la línea,
puesto que, según él, los Maestros no existen, y por lo tanto, nunca
escribieron ni una sola de las cartas recibidas —y entonces, la conclusión
lógica es que todo el estamento— todos los de la Sede Central — Damodar,
Bowaji, Subba Row, todos, todos ellos me ayudaron a escribir las cartas y a pasarlas
por el hueco. El mismo Hogdson encuentra la idea ridicula.
Y ahora, pasemos al
"engaño" sufrido por el señor Arthur Gebhard, del cual me enteré por
el Mahatma y por la propia carta que A.G. me envió. Este "fraude",
unido a las revelaciones e insinuaciones sobre los demás, hechas por la
ronroneante señora Holloway, debe haber hecho que la pobre y querida señora
Gebhard quedara impresionada por un personaje ¡¡tan exquisitamente honorable y
honesto como H.P.B.!!
Ahora
bien, las personas que se encuentran a las puertas de la muerte, generalmente,
no se inventan ni dicen mentiras. Espero que usted me crea, porque digo la verdad. Ar.
G. no es el único que sospecha de mí y me acusa de impostora. Dígales,
pues, a los "amigos" que puedan haber recibido cartas del Maestro a
través mío, que yo nunca fui una impostora; que jamás les suplanté. A menudo he
ayudado en el fenómeno de la transmisión de cartas para facilitar las cosas por
medios más fáciles también ocultos. Sólo que, como ningún teósofo excepto los ocultistas,
conoce ninguna de las dificultades, ni de las facilidades de la transmisión
oculta, ni tampoco está familiarizado con las leyes ocultas, para ellos todo es
sospechoso.
Vea, por ejemplo,
esta ilustración indicativa: la
transmisión por la transferencia mecánica de pensamiento (contraria y distinta
a la transmisión consciente). La primera forma de transmisión se hace llamando
la atención, en primer lugar, del chela o del Maestro. La carta tiene que
abrirse y cada línea de ella tiene que ser pasada por la frente, reteniendo la respiración
y sin separarla para nada de la frente, hasta que suena una campanilla que
avisa que ha sido leída y anotada. La otra forma de transmisión es imprimir
cada frase de la carta(conscientemente, desde luego) todavía mecánicamente, en
el cerebro, y luego enviarla frase por frase, a la otra persona, en el otro
cabo de la línea. Evidentemente, esto si el remitente deja que usted la lea y
cree, honradamente, que usted la leerá mecánicamente, reproduciendo únicamente
la forma de las palabras y de las líneas en el cerebro de usted —y no su significado.
Pero, en ambos casos, la carta tiene que abrirse y después tiene que quemarse
con lo que nosotros llamamos fuego virgen (no encendido con cerillas, ni con
azufre, ni con ninguna preparación, sino por medio de la frotación de una
pequeña piedra resinosa, transparente, una bolita que no debe tocar la mano de
nadie si no lleva un guante). Esto se hace así por las cenizas que, al tiempo
que el papel está ardiendo, se vuelven inmediatamente invisibles, lo cual no
sucedería si el papel se encendiera de otra manera; porque, con su peso y su
densidad, permanecería en la atmósfera circundante en lugar de ser transferida instantáneamente
al receptor.
Este
doble proceso se hace por una doble seguridad: porque las palabras transmitidas
de un cerebro a otro, o al akasa, cerca del Mahatma o del chela —algunas de
ellas— pueden ser omitidas, palabras enteras pueden escaparse, etc. y las
cenizas pueden no ser transmitidas a la perfección; y de esta manera, un
proceso subsana al otro. Yo no puedo hacer eso, y por lo tanto hablo de ello
solamente como ejemplo de cuan fácilmente puede originarse una confusión.
Imagínese a A. dando
una carta para el Mahatma a B.; B. se va a la habitación colindante y abriendo
la carta —ninguna palabra de la cual recordará si es un verdadero chela y un
hombre honrado— la transmite a su cerebro por uno de los dos métodos, enviando
una frase tras otra a la corriente y luego se dispone a quemar la carta; tal vez
ha olvidado la "piedra virgen" en su habitación. Dejando, sin darse
cuenta, la carta abierta encima de la mesa, se ausenta durante unos minutos, y
durante ese tiempo A., impaciente y probablemente desconfiado, entra en la
habitación. Ve su carta abierta encima de la mesa. O bien la cogerá y armará un
ESCÁNDALO (!!) o la dejará, y después de que B. la haya quemado le preguntará
si ha enviado su carta. Naturalmente, B. le contestará que sí. Entonces llegará
el escándalo con las consecuencias que usted puede imaginar; o bien A.
contendrá su lengua y hará lo que muchos: considerará para siempre a B. como un
impostor. Este es uno de los muchos ejemplos, y un ejemplo real que el Maestro
me facilitó para ponerme sobre aviso.
En la carta del
señor A.G. hay algo muy divertido y sugerente. Por ejemplo, al volver a detallar
en ella cómo me entregó la carta, y que seis horas después yo le había dicho
"la carta ya salió", él añade: "cuatro días más tarde, el
Coronel Olcott escribió a H.P.B. diciéndole que su Maestro se apareció" y
dijo lo que K.H. había dicho: (vea el original que le devolví). Pero entonces, ¿es que el bueno
del "Coronel debe ser también un impostor", un aliado mío, un cómplice?
¿O es mi Maestro quien engaña al señor A.G., a Arthur Gebhard, o qué? Y luego añade:
"H.P.B. es una impostora, aunque yo nunca negaré sus excelentes
cualidades". Las 'excelentes cualidades' de una impostora es algo
sorprendente y original en todos los sentidos.
Así es que usted
tendrá la amabilidad de decirle al señor A.R. Gebhard que nosotros dos somos los
"impostores" —si es que lo somos; y también esto: el Mahatma K.H.
recibió, pero nunca leyó su carta, por la sencilla razón de que no podía,
debido a la promesa que había hecho al Chohan de no leer ninguna carta de un
teósofo hasta el regreso de su misión en China, donde estaba entonces. Esto, El
condescendió ahora en decírmelo, para ayudarme en mi defensa, tal como dice. Me
había prohibido rigurosamente que le enviara ninguna carta más hasta nuevas
órdenes. En cuanto a que el Maestro, ante la apremiante súplica de Arthur G. la
tuviera en cuenta por razones que El conoce mejor que nadie, no tengo nada que
decir, sino obedecer. Cogí la carta y la puse en un cajón lleno de papeles.
Cuando la busqué descubrí que había desaparecido, al menos no la vi, y se lo
dije a él. Pero, antes de acostarme, al coger un sobre para abrirlo, descubrí
que su carta estaba todavía allí, si bien por la mañana había desaparecido
realmente. Ahora bien, si mis recuerdos son correctos, yo enseñé a la señora Gebhard
la carta de Olcott en la que habla de lo que dijo el Maestro. Yo no había leído
la carta de Gebhard y puedo haber tomado las palabras como una respuesta a esta
carta. Tal como están las cosas, no tengo ahora el más mínimo recuerdo de todo
el mensaje. Una cosa sé, y la señora Gebhard lo confirmará, y es que ella me
habló a mí en Londres, antes de salir hacia París, y también al señor Olcott
repetidamente, de las terribles peleas que continuamente sostenían Arth. G. y
su padre. Ella había manifestado la esperanza de que el Mahatma interviniera en
su favor, y estas palabras pueden haberse referido a esto y de ninguna manera a
la carta. ¿Cómo
puedo recordarlo?
Puede que Olcott no lo oyera con la suficiente claridad, o puede que yo me
armara un lío con las cosas. Pueden haber ocurrido cien combinaciones. El único
engaño es, pues, decirle por mi parte y de una manera inconsciente, una cosa
que no era verdad respecto a que, seis horas más tarde, la carta ya había
salido, cuando en realidad sólo desapareció por la mañana, seis horas después.
De decir esto, sí, me declaro "culpable".
Pero, al igual que
en el caso del "alfiler de la perla" de Hume, en la producción de
fenómenos hay implicado algo más que el simple fraude. Si en esto he engañado a
la señora Gebher, y a él mismo, entonces no cabe duda de que me he convertido
en una estafadora, en una EMBAUCADORA. He recibido hospitalidad en su casa
durante meses; ellos se han ocupado de mí durante mi enfermedad, e incluso no
dejaron que yo pagara al médico; me colmaron de ricos presentes, me prodigaron
honores y amabilidades, a todo lo cual yo correspondo con el ENGAÑO. ¡Oh,
poderes celestiales de la Verdad y la Justicia! Que el Karma del señor Arthur Gebhard
le sea leve. Le perdono en atención a su madre y a su padre, a los que amaré y respetaré
mientras viva. Le ruego que transmita mis palabras de despedida a la señora Gebhard.
No tengo nada más que decir.
Es inútil, señor
Sinnett, La Sociedad Teosófica vivirá aquí, en la India, para siempre. Parece que
en Europa está sentenciada, porque yo estoy sentenciada. Se sostiene por su
Buddhismo Esotérico y El Mundo Oculto; y si los Mahatmas son un mito y a mí —la
autora de todas esas cartas, se me acusa de impostora declarada, o de algo
peor, según la P.R.S. ¿cómo
puede sobrevivir la Rama Londres? Le dije a usted —porque así lo sentía y lo sigo
sintiendo siempre, que esta investigación del señor Hodgson sería fatal. El es
el más excelente, sincero y experto de los jóvenes. Pero, ¿cómo puede
distinguir la verdad de la mentira cuando está rodeado de una espesa tela de
conspiraciones? Al
principio, cuando visitó la Sede Central y los Padres no pudieron contactar con
él, todo fue bien. Sus informes eran favorables. Pero después, lo atraparon.
Tenemos nuestros informadores que fueron siguiendo los pasos de los misioneros
concienzudamente. Ustedes, en Inglaterra, pueden reirse —pero nosotros no.
Sabemos que la
conspiración no es cosa de risa. Los 30.000 padres de la India están todos confabulados
contra nosotros. Es su última carta la que ponen en juego —ellos o nosotros. En
Bombay se recaudaron 72.000 rupias en una semana —"para dirigir las
investigaciones contra los llamados Fundadores de la S.T." Todos los
jueces del país (¡piense en Sir C. Turner!) están en contra nuestra. Escépticos
y cristianos de nombre, librepensadores y los snobs C.S. —mi solo nombre apesta
en sus narices. Y ahora sale de nuevo a escena la vieja
bella durmiente. Después de todo, yo soy UNA ESPÍA RUSA. Ayer por la noche, los
Oakley cenaron con Hume en casa de los Garstin, y éstos estuvieron hablando muy
seriamente de que el gobierno iba a hacerme seguir secretamente, una vez más;
que ellos tenían información (¿los Coulomb?) y que yo tenía que ser
"vigilada". Fue en vano que Hume se riera y que los Oakíeys
protestaran. La cosa era "muy seria", teniendo en cuenta que los
rusos habían atravesado Kabul, en Afganistán, o algo así.
Una
mujer vieja y moribunda, confinada en su habitación, a quien se le ha prohibido
subir escaleras para que su corazón no estalle; que nunca lee un periódico por
miedo a encontrar en ellos los insultos personales más viles; que de Rusia
recibe sólo cartas de sus parientes —esa mujer, ¡es una espía, una persona
peligrosa! ¡Oh, ingleses de la India! ¿Dónde está vuestro valor?
A pesar de Hume, de
su amigo Hogdson y de toda la evidencia, los Oakíeys no me consideran una
impostora; tienen plena confianza en los Maestros; nada, dicen ellos, les hará
dudar de su existencia y, dejando aparte algunas pequeñas cosas desagradables
debidas a chismorrees sobre asuntos privados, son unos fieles teósofos, y como
ellos dicen, mis mejores amigos.
Bien, es bueno que
así sea. Yo creo. ¡Oh, Señor, pon remedio a mi escepticismo! ¿Cómo puedo creer
que alguien sea mi amigo en estos momentos? Sólo aquel que
sabe, como sabe que vive y respira, que nuestros Mahatmas existen y que los
fenómenos son reales, es el que me comprende y me mira como una mártir. Cada día aparecen
panfletos de los reverendos, libros y artículos desenmascarándome de arriba
abajo: "La Teosofía al descubierto" — "Madame Blavatsky
desenmascarada" —"El fraude Teosófico ante el mundo"
—"Cristo contra los Mahatmas"; etc. etc. Usted, que conoce bien la
India, señor Sinnett, ¿cree
que es difícil hallar falsos testimonios aquí? Ellos tienen todas las ventajas sobre nosotros.
Ellos, (los enemigos), trabajan día y noche, inundando el país de literatura
contra nosotros, y nosotros nos quedamos sentados, inmóviles y no hacemos más
que pelearnos entre nosotros en la Sede Central. Para terminar, a Olcott se le
considera un loco; los Oakley le detestan (por algunos malentendidos que
realmente él no pudo evitar) y los hindúes le veneran. Y después de la llegada
de Hume, ahora me toca a mí. Aunque mis amigos los Oakley me aconsejan que renuncie,
los hindúes dicen que si lo hago, ellos lo abandonan todo. Tengo que renunciar,
porque si se piensa de mí que soy una "espía rusa", hago peligrar la
Sociedad. Esa es mi vida durante mi convalescencia en la que, según el doctor,
cada emoción puede ser fatal. Tanto mejor. Por lo tanto, renunciaré de facto. Pero,
por otra parte, ellos se olvidan de hasta qué punto yo soy el único eslabón
entre los europeos y los Mahatmas. A los indios no les importa.
Decenas de ellos
son chelas y cientos de ellos les conocen, pero, como en el caso de Subba Row,
antes morirían que hablar de sus Maestros. Hume no pudo conseguir nada de Subba
Row, si bien cada uno sabe lo que pasa. La otra noche, en la sala de reuniones,
éste recibió una larga carta de mi Maestro, cuando Hume votó mi dimisión.
Acababan de votar precisamente que no habría más fenómenos y que no se hablaría
más de los Mahatmas; al parecer, la carta estaba escrita en telugu. Aunque
ellos están de mi parte, y lo estarán hasta el fin, me acusan de haber
desacreditado la Verdad y los Maestros, al haber sido la causante de que se
publicaran El Mundo Oculto y El Buddhismo Esotérico. Ustedes, los de la Rama Londres,
no cuenten con los hindúes. Cuando yo
muera, que la Sociedad se despida de los Maestros. Que se despidan ya ahora
—todos, tal vez con una sola excepción— porque he dado mi palabra a mis
Hermanos hindúes, los ocultistas, de no mencionar nunca Sus nombres, excepto
entre nosotros, y eso lo mantendré.
Probablemente, ésta
será la última carta que le envíe, querido señor Sinnett. Me llevó casi una semana
escribirla —tan débil me siento; y por eso no creo que tenga otra oportunidad.
No puedo decirle el por qué; lo más probable es que usted no lo lamente. Usted
no podrá seguir siendo fiel durante mucho tiempo, viviendo como vive en el
mundo. Myers y la P.R.S. se reirán de usted con desprecio. Hume, que irá a
Londres en abril, pondrá a todos en contra de los Mahatmas y de mí. Se necesita
otra clase de hombres y mujeres diferentes de los que usted tiene en la R.L.
—con excepción de la señorita Arundale y dos o tres más— para resistir una persecución
y una tormenta como esas. Y todo esto se debe al hecho de que hemos profanado la
Verdad al prodigarla indistintamente —y hemos olvidado el lema del verdadero
ocultista:
Saber, osar y
CALLAR.
Adiós, pues, queridos
señor y señora Sinnett. Tanto si me muero dentro de pocos meses, como si
permanezco dos o tres años en soledad, es como si ya estuviera muerta. Olvídenme y traten de merecer la
comunicación personal con el Maestro. Entonces podrán ustedes pregonar su
existencia, y si lo consiguen como yo lo conseguí serán abucheados e
insultados, como lo fui yo, y ustedes verán si pueden resistirlo. Los
Oakley me presionan para que escriba a mi tía y a mi hermana y les pida que me
envíen el diseño del broche de perlas que yo les envié en 1880. Me niego. ¿Por
qué tendría que hacerlo? Una vez aclarado el fenómeno del broche, entonces
surgirían otras cosas que serían corroboradas por falsos testimonios. Estoy
cansada, cansada, cansada y tan asqueada por los engaños, que la misma Muerte,
con sus primeras horas de pavor, es preferible a esto. Que el mundo entero —con
la excepción de algunos amigos y de mis ocultistas hindúes— piense que soy una
impostora. No lo desmentiré —ni siquiera delante de ellos. Dígale esto al señor
Myers y a los demás.
De nuevo, adiós.
Que su vida se deslice feliz y próspera y que la señora Sinnett goce en su edad
madura de mejor salud de la que tuvo en su juventud. Perdonen las molestias que
pueda haberles causado, y —olvídenme.
Suya hasta el fin,
H.P. BLAVATSKY
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