martes, 14 de junio de 2016

KARMA, parte 4 libro de Annie Besant

DETERMINACION DEL PORVENIR

CAPITULO  10

La  perezosa corriente del tiempo impele hacia adelante a la hueste de egos que siguen el movimiento de la tierra y pasan de uno a otro globo. Pero la Religión de Sabiduría proclama de nuevo que cuantos quieran pueden acortar el camino de la evolución y substraerse al impulso de la perezosa corriente. El que comprende algo del significado de la ley, de su absoluta seguridad y su infalible exactitud, emprende la educación de sí mismo y se encarga activamente de vigilar su propia evolución.
Analiza su carácter y procede a reformarlo,
ejercitando deliberadamente sus facultades mentales y morales,
acrecentando sus aptitudes,
vigorizando sus puntos débiles,
subsanando sus defectos y
eliminando superfluidades.
Convencido de que se ha de convertir en lo que piense, ejercita deliberada y metódicamente la meditación en un noble ideal, y comprende por qué Pablo, el insigne iniciado cristiano exhortaba a sus discípulos diciendo: "Por lo demás, hermanos, pensad en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable." (Filipenses, 4: 8.). Diariamente ha de meditar en su ideal y esforzarse en vivir de conformidad con él pero ha de proceder tranquila y perseverantemente, sin precipitación pero sin tregua, porque  sabe  que  edifica  sobre  el  firmísimo  fundamento de la roca de la eterna ley. Entonces recurre a la ley y en ella se ampara, y ya no teme el fracaso ni hay poder en el cielo y la tierra capaz de obstruir su camino.
Durante la vida terrena acopia experiencias y aprovecha todo cuanto a su paso encuentra, y durante la vida mental se asimila las experiencias y planea su futuro edificio. En esto consiste el valor de la verdadera finalidad de la vida, aunque se funde en el testimonio ajeno y no en el conocimiento propio. Cuando un hombre acepta y comprende en parte la actuación del karma, emprende desde luego la construcción de su carácter y coloca cada piedra con especial cuidado, porque sabe que edifica para la eternidad. Ya no titubea ni anda de un lado para otro ni forja hoy un plan y otro mañana, o no forja ninguno, sino qué traza un bien meditado proyecto y construye con arreglo a él, porque el ego es a la par arquitecto y constructor y no vuelve a desperdiciar tiempo en estériles conatos. De aquí la rapidez con que se recorren los últimos  estadios  de  evolución  y  los  sorprendentes  y  casi  increíbles progresos que realiza el vigoroso ego en su plena virilidad.


MODIFICACION DEL KARMA

CAPITULO  11

Quien deliberadamente ha emprendido la determinación de su porvenir, se percata, a medida que aumenta su conocimiento, de la posibilidad de hacer algo más que construir su carácter y fijar su futuro destino. Se da cuenta de que se halla en un universo, de que es un ser viviente y activo con voluntad libre, capaz de actuar sobre las circunstancias tanto como sobre sí mismo. Está desde hace largo tiempo acostumbrado a obedecer las capitales leyes éticas establecidas para guía de la humanidad por los divinos Instructores aparecidos de edad en edad, y comprende que estas leyes se basan en fundamentales principios de la Naturaleza y que la moral es la ciencia aplicada a la conducta.  Advierte que en su vida diaria es capaz de neutralizar los resultados perjudiciales de una mala acción por medio de una buena acción.

Si un hombre lanza un mal pensamiento contra otro,  y  éste  le  corresponde  con  un  pensamiento  igualmente  maligno,  ambas  formas  de pensamiento se entrefundirán como dos gotas de agua y acrecentarán su violencia; pero si aquel contra quien se dirige el mal pensamiento conoce la ley kármica neutralizará la maligna forma de pensamiento con otra de benevolencia y compasión, de modo que el odio cese por el amor.

Engañadoras formas de pensamiento planean por el mundo astral; pero el conocedor de la ley kármica las contrarresta con formas de verdad, pureza y amor que invalidan la falsía, la torpeza y el egoísmo. Cuando aumenta el conocimiento, esta acción es directa y definida, y al pensamiento dirigido con deliberado propósito, le nacen las vigorosas alas de la recia voluntad. A las malignas formas así destruidas ya no pueden reanimarlas ningún elemental. Su vida y la materia de su forma retornan al repositorio universal. De esta suerte se evita el mal karma desde su origen y no pueden  anudarse  lazos  kármicos  entre  quienes  disparan  los  mortíferos  dardos y quienes los rechazan con el invulnerable broquel del amor y la compasión.
Los divinos Instructores que autorizadamente exhortaron a devolver bien por mal, apoyaron su exhortación en el conocimiento de la ley. Quienes les obedecen, aunque no comprendan el fundamento científico del precepto, evitan el mal karma que pesaría sobre ellos sí correspondiesen al odio con el odio; pero quienes conocen la ley, destruyen deliberadamente las formas perniciosas y al esterilizar las semillas del mal evitan futuras cosechas de dolor. 
En un grado de adelanto relativamente superior al de la mayoría de la humanidad, no sólo puede el hombre construir su carácter e influir de propósito en las formas de pensamiento que crucen por su ambiente, sino que también empezará a tener vislumbres de su pasado, y le será por ello posible revisar las causas y los efectos kármicos, para aquilatar mejor su presente. Así es capaz de modificar su porvenir mediante la consciente movilización de fuerzas que obren sobre otras ya movilizadas y operantes. El conocimiento le permite valerse de la ley con tanta seguridad como el cientista la utiliza en sus investigaciones.
Consideremos ahora las leyes del movimiento. Si cuando se mueve un cuerpo en determinada dirección, obra sobre él una fuerza en distinta dirección, el cuerpo se moverá entonces en la dirección resultante de las dos fuerzas componentes, sin haber perdido energía; pero parte de la fuerza que dio el impulso inicial se habrá empleado en resistir el choque de la nueva fuerza, y la resultante de ambas no será ni una ni otra sino una tercera que determinará la nueva dirección del móvil. Un físico puede calcular exactamente en qué dirección empleará sobre un cuerpo en movimiento una fuerza que le dé la nueva dirección deseada. De este modo no se estorba ni se quebranta  la  ley.  Se  la  utiliza conscientemente para que las fuerzas  naturales actúen según conviene a la voluntad humana. Si aplicamos este principio a la modificación del karma, advertiremos  que no nos oponemos al karma cuando modificamos su acción por medio del conocimiento. Nos valemos de fuerzas kármicas para influir en los efectos kármicos y vencemos a la Naturaleza con el arma de la obediencia.
Supongamos ahora que un individuo de muy adelantado conocimiento, al escrutar su pasado ve corrientes kármicas que convergen en un punto de siniestra  acción.  Puede  interponer  una  nueva  fuerza de sentido contrario y suficiente intensidad entre las convergentes, para modificar favorablemente la fuerza resultante. Mas para ello no le basta la facultad de ver el pasado y descubrir su relación con el presente, sino que necesita además sobrado conocimiento  para  calcular  exactamente  la  influencia que la nueva fuerza interpuesta ejercerá en la alteración de la resultante, considerada como efecto de causas pasadas y como causa de efectos  futuros.  De  esta  suerte  puede  disminuir  o  invalidar  los resultados del mal que hizo en el pasado, mediante la interposición de fuerzas armónicas en su corriente kármica. No puede destruir ni deshacer lo hecho; pero mientras sus efectos no se concreten en acción puede modificarlos o neutralizarlos o subvertirlos mediante nuevas fuerzas que interponga como causas coadyuvantes a la producción de los esperados efectos. En todo esto no hace más que valerse de la ley con tanta seguridad como el físico que equilibra una fuerza con otra, e incapaz de aniquilar ni una dina de energía puede imprimir a un cuerpo el movimiento deseado previo cálculo de la acción de las fuerzas dinámicas. Análogamente puede el karma modificarse por la influencia de las circunstancias en que opera.  Consideremos bajo otro aspecto esta importantísima cuestión. A medida que aumenta el conocimiento es más fácil evitar el mal karma pasado. Como quiera que el ego, al escrutar sus vidas anteriores, y acercarse a la liberación, ve las causas que van a producir sus efectos, conoce cuáles son éstas, cuáles las ya extinguidas, y cómo anudó los lazos kármicos. No sólo puede mirar hacia atrás para ver las causas, sino también hacia adelante para ver los efectos, pues así como en el mundo físico, el conocimiento  de  sus  leyes  capacita  para  predecir  los  resultados,  así  un  ego  lo  bastante evolucionado puede conocer las causas kármicas que estableció y predecir los efectos de ellas resultantes.
El conocimiento de las causas y de su actuación nos capacita para establecer nuevas causas que neutralicen los efectos de aquéllas; y valiéndonos de la ley con absoluta confianza en su inmutabilidad, será posible por medio del cuidadoso cálculo de las fuerzas movilizadas, determinar  nuestro  porvenir.  Es  cuestión  de  puro  cálculo.  Supongamos  que  en  el  pasado establecimos vibraciones de odio. Podemos neutralizarlas e impedir sus efectos, oponiéndoles vibraciones de amor. Así como en el mundo físico podemos producir el silencio por la interferencia de dos ondas sonoras de suerte que las vibraciones graves de una entrechoquen con las sutiles de la otra, así también en los planos superiores al físico es posible valerse de la interferencia de las vibraciones de odio y amor para anular las causas kármicas y establecer el equilibrio que significa liberación. Este conocimiento está más allá del alcance de la mayoría de la humanidad, que si desea aprovecharse de la ciencia del alma debe apoyarse en el testimonio de los versados en el asunto y obedecer los preceptos de los instructores religiosos del mundo, pues por devoción se logrará el mismo resultado que por conocimiento. La aplicación general de estos principios dará a entender que el hombre está entorpecido por la ignorancia, y cuán importante parte desempeña el conocimiento en la evolución humana. La corriente arrastra a los hombres porque son ignorantes; son impotentes por lo ciegos. Quien desee adelantarse a la masa general de la humanidad, como el veloz corcel deja atrás al rocín, necesita tanta sabiduría como amor, tanto conocimiento como devoción. No ha de ir limando lentamente los eslabones de la cadena que forjó tiempo atrás. Puede limarlos sin tardanza y librarse de ellos tan efectivamente como si desgastados por el tiempo lo dejasen en libertad.

EXTINCIÓN DEL KARMA

CAPITULO  12

El karma nos tiene atados a la rueda de muertes y nacimientos. El buen karma nos obliga a reencarnar  tan  persistentemente  como  el  adverso,  y  la  cadena  forjada  por  nuestras virtudes, aunque de oro, nos sujeta con tanta fuerza como la de hierro forjada por nuestros vicios. Así pues, ¿cómo quebrantar estas cadenas si el hombre ha de pensar y sentir mientras exista y los pensamientos y deseos engendran continuamente karma? La respuesta nos la da en el Bhagavad Gita la profunda lección de Krishna a Arjuna. No recibe esta lección un eremita ni un erudito, sino un guerrero, un khsatriya que ha de cumplir con los deberes de su estado y luchar por la victoria. No en la acción sino en el deseo; no en la acción sino en la apetencia de su fruto está la sujetadora fuerza de la acción. Cuando se ejecuta una acción con deseo de gozar de su fruto, se sigue el procedimiento a propósito para lograr el apetecido resultado. El ego pide y la Naturaleza otorga, A cada causa corresponde un efecto y a cada acción un fruto. El deseo los enlaza. Si se mata el deseo, cesa el enlace, y cuando todos los lazos del deseo se hayan roto, quedará libre el ego. Ya no podrá sujetarlo el karma. La rueda de causas y efectos seguirá girando, pero el ego está liberado. "Por lo tanto, cumple tú constantemente y sin apego la acción que debas cumplir, pues el hombre que sin apego cumple la acción alcanza en verdad el Supremo" (Bhagavad Gitá. - Estancia III, 19.) Para practicar la Yoga de acción, ha de ejecutar el hombre todas sus acciones como un deber, en armonía con la ley en cualquier plano de existencia en que se halle, para ser una fuerza operante en la evolución, de acuerdo con la Divina Voluntad, con perfecta obediencia en todas las fases de su actividad. De esta suerte sus acciones tendrán carácter de sacrificio ofrecido al volteo de la Rueda de la Ley sin apetencia del fruto, del que hace generosa donación en servicio de la humanidad. El fruto no es del actor. Pertenece a la ley que se encarga de su distribución. Dice el Bhagavad Gita: "Al de obras no moldeadas por el deseo, cuyas acciones se consumen en el fuego de la sabiduría, los doctos le llaman sabio. Inapetente del fruto de las obras y siempre satisfecho, de nada se ampara y no hace cosa alguna aunque todas las haga. "Sin confiar en nada, con su mente y su ser disciplinados y todo anhelo de goce en abandono, cumple las acciones sólo con el cuerpo y no cae en pecado. Satisfecho con lo que recibe, libre de los pares de opuesto, sin envidia, equilibrado en el éxito y en el fracaso, no está ligado a las acciones que ejecuta. Quien tiene los apetitos muertos y el pensamiento firme en la sabiduría, quien sacrifica las obras y permanece en equilibrio, todas las acciones que ejecuta no le ligan ni le afectan. (Estancia IV, 19-23.) Cuerpo y mente actúan en plena actividad. Con el cuerpo se ejecutan las acciones físicas y con la mente las mentales; pero el Yo permanece tranquilo, sereno, sin prestar nada de su eterna esencia para forjar las cadenas del tiempo. Nunca se negligencia la recta acción sino que se ejecuta fielmente dentro de los límites de los poderes eficientes, pues la renuncia al fruto de la acción no supone pereza ni descuido en su cumplimiento.
Dice el Bhagavad Gitá:
Si el ignorante obra por apego a la acción, oh Bhárata! el sabio debe obrar sin apego a ella, anheloso del bienestar del mundo. No perturbe el sabio la mente de los ignorantes apegados a la acción; antes bien, obrando en armonía conmigo, haga atractiva toda acción. (Estancia III, 25-26). Quien alcanza el estado de la "inacción en la acción" descubre el secreto del agotamiento del karma, destruye por el conocimiento las acciones que ejecutó en el pasado y quema las del presente  en  el  fuego  de  la  devoción.  Entonces  llega  al  estado  de  conciencia  descrito simbólicamente por Juan en el Apocalipsis, al decir: "Al que venciere, yo le haré Columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá afuera". (Apoc. 3-12). Porque el ego sale muchas veces del Templo a las llanuras de la vida; pero llega tiempo en que se convierte en "columna del templo de mi Dios". Este templo es el mundo de las almas liberadas, y sólo quienes no están ligados a sí mismos egoístamente, pueden quedar ligados a todos  en nombre de la única Vida. Así pues, deben romperse no sólo los lazos del deseo personal sino también los del deseo individual. Pero en este punto incurren los principiantes en un error muy natural y frecuente. No hemos de romper los lazos del deseo convirtiéndonos en marmolillos insensibles. Por el contrario, el hombre es tanto más sensitivo cuanto más cerca está de la liberación, pues el perfecto discípulo en unidad con su Maestro responde compasivamente a toda pulsación del mundo exterior; todo le conmueve y a todo responde; y precisamente porque nada desea para sí es capaz de darlo todo a todos. Un hombre así ya no engendra karma ni forja cadenas que le sujeten, y a medida que va siendo más expedito canal por donde la Vida divina se derrame en el mundo, sólo anhela ensanchar su cauce para que sea más caudaloso el flujo de la Vida divina. Su único anhelo es ser más amplio receptáculo en que con el menor impedimento se vierta la Vida. Después de rotas las cadenas que le sujetaban, su única tarea es trabajar en servicio de los demás. Pero jamás se rompe el enlace de la Unidad con la Totalidad, del discípulo con el Maestro y del Maestro con el discípulo. Este enlace  no  es  una  ligadura.  Es  la  Vida  divina  que  siempre  nos  impulsa  superadelante,  sin sujetarnos a la rueda de nacimientos y muertes. Primeramente nos atrae a la vida terrena el deseo de goces sensorios, y después otros deseos más puros que sólo pueden satisfacerse en la tierra, como el de conocimiento, desarrollo, devoción de índole espiritual.
Pero cuando todo esto está logrado
¿qué retiene todavía a los Maestros en el mundo de los hombres?
Nada que pueda el mundo ofrecerles. No hay en la tierra conocimiento que no posean ni poder que no ejerzan ni experiencia que les aleccione. Todo lo saben  y todo lo pueden. El mundo es incapaz de atraerlos con halago a la reencarnación. Sin embargo, reencarnan  compelidos  por  un  divino  impulso interno, para ayudar a sus hermanos en el multimilenario trabajo de la humana evolución, con el jubiloso servicio de su inefable amor e imperturbable paz, sin que el mundo pueda allegarles más dicha que ver a otras almas crecer a su semejanza y compartir con Ellos la consciente vida de Dios.


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