DETERMINACION
DEL PORVENIR
CAPITULO 10
La perezosa corriente del tiempo impele
hacia adelante a la hueste de egos que siguen el movimiento de la tierra y pasan
de uno a otro globo. Pero la Religión de Sabiduría proclama de nuevo que cuantos
quieran pueden acortar el camino de la evolución y substraerse al impulso de la
perezosa corriente. El que
comprende algo del significado de la ley, de su absoluta seguridad y su infalible
exactitud, emprende la educación de sí mismo y se encarga activamente de vigilar
su propia evolución.
Analiza su
carácter y procede a reformarlo,
ejercitando
deliberadamente sus facultades mentales y morales,
acrecentando sus
aptitudes,
vigorizando sus
puntos débiles,
subsanando sus
defectos y
eliminando superfluidades.
Convencido de que se ha de convertir en lo que piense, ejercita deliberada y
metódicamente la meditación en un noble ideal, y comprende por qué Pablo, el insigne
iniciado cristiano exhortaba a sus discípulos diciendo: "Por lo
demás, hermanos, pensad en todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo,
todo lo puro, todo lo amable." (Filipenses,
4: 8.). Diariamente ha de meditar en su ideal y esforzarse en vivir de conformidad con
él pero ha de proceder tranquila y perseverantemente, sin precipitación pero sin
tregua, porque sabe que edifica sobre el firmísimo
fundamento de la roca de la eterna ley. Entonces recurre a la ley y en ella
se ampara, y ya no teme el fracaso ni hay poder en el cielo y la tierra capaz
de obstruir su camino.
Durante la vida
terrena acopia experiencias y aprovecha todo cuanto a su paso encuentra, y durante
la vida mental se asimila las experiencias y planea su futuro edificio. En esto
consiste el valor de la verdadera finalidad de la vida, aunque se funde en el testimonio
ajeno y no en el conocimiento propio. Cuando un hombre acepta y comprende en parte
la actuación del karma, emprende desde luego la construcción de su carácter y coloca
cada piedra con especial cuidado, porque sabe que edifica para la eternidad. Ya
no titubea ni anda de un lado para otro ni forja hoy un plan y otro mañana, o no
forja ninguno, sino qué traza un bien meditado proyecto y construye con arreglo
a él, porque el ego es a la par arquitecto y constructor y no vuelve a desperdiciar
tiempo en estériles conatos. De aquí la rapidez
con que se recorren los últimos estadios de evolución y los sorprendentes y casi increíbles progresos que realiza el vigoroso ego
en su plena virilidad.
MODIFICACION
DEL KARMA
CAPITULO 11
Quien deliberadamente ha emprendido la determinación de su porvenir, se percata,
a medida que aumenta su conocimiento, de la posibilidad de hacer algo más que construir
su carácter y fijar su futuro destino. Se da cuenta de que se halla en un universo,
de que es un ser viviente y activo con voluntad libre, capaz de actuar sobre las
circunstancias tanto como sobre sí mismo. Está
desde hace largo tiempo acostumbrado a obedecer las capitales leyes éticas establecidas
para guía de la humanidad por los divinos Instructores aparecidos de edad en edad,
y comprende que estas leyes se basan en fundamentales principios de la Naturaleza
y que la moral es la ciencia aplicada a la conducta. Advierte que en su vida diaria es capaz de neutralizar los
resultados perjudiciales de una mala acción por medio de una buena acción.
Si un hombre lanza
un mal pensamiento contra otro, y éste le corresponde
con un pensamiento igualmente maligno, ambas formas
de pensamiento se entrefundirán como dos
gotas de agua y acrecentarán su violencia; pero si aquel contra quien se dirige
el mal pensamiento conoce la ley kármica neutralizará la maligna forma de
pensamiento con otra de benevolencia y compasión, de modo que el odio cese por el
amor.
Engañadoras formas de pensamiento
planean por el mundo astral; pero el conocedor de la ley kármica las contrarresta
con formas de verdad, pureza y amor que invalidan la falsía, la torpeza y el
egoísmo. Cuando aumenta el conocimiento, esta acción
es directa y definida, y al pensamiento dirigido con deliberado propósito, le nacen
las vigorosas alas de la recia voluntad. A las malignas formas así destruidas ya no pueden reanimarlas ningún elemental.
Su vida y la materia de su forma retornan al repositorio universal. De esta suerte se evita el mal karma desde su
origen y no pueden anudarse lazos kármicos entre quienes disparan
los mortíferos dardos y quienes los rechazan con el invulnerable
broquel del amor y la compasión.
Los divinos Instructores
que autorizadamente exhortaron a devolver bien por mal, apoyaron su exhortación
en el conocimiento de la ley. Quienes les obedecen, aunque no comprendan el fundamento
científico del precepto, evitan el mal karma que pesaría sobre ellos sí
correspondiesen al odio con el odio; pero quienes conocen la ley, destruyen deliberadamente
las formas perniciosas y al esterilizar las semillas del mal evitan futuras cosechas
de dolor.
En un grado de adelanto relativamente superior al de la mayoría de la humanidad,
no sólo
puede el hombre construir su carácter e influir de propósito en las formas de pensamiento
que crucen por su ambiente, sino que también empezará a tener vislumbres de su pasado,
y le será por ello posible revisar las causas y los efectos kármicos, para aquilatar
mejor su presente. Así es capaz de
modificar su porvenir mediante la consciente movilización de fuerzas que obren sobre
otras ya movilizadas y operantes. El conocimiento le permite valerse de la ley con
tanta seguridad como el cientista la utiliza en sus investigaciones.
Consideremos ahora las leyes del movimiento. Si cuando se mueve un cuerpo en
determinada dirección, obra sobre él una fuerza en distinta dirección, el cuerpo
se moverá entonces en la dirección resultante de las dos fuerzas componentes, sin
haber perdido energía; pero parte de la fuerza que dio el impulso inicial se habrá
empleado en resistir el choque de la nueva fuerza, y la resultante de ambas no será
ni una ni otra sino una tercera que determinará la nueva dirección del móvil. Un
físico puede calcular exactamente en qué dirección empleará sobre un cuerpo en movimiento
una fuerza que le dé la nueva dirección deseada. De este modo no se estorba ni se
quebranta la ley. Se la utiliza
conscientemente para que las fuerzas naturales
actúen según conviene a la voluntad humana. Si aplicamos este principio a la modificación del karma, advertiremos que no nos oponemos al karma cuando modificamos
su acción por medio del conocimiento. Nos valemos de fuerzas kármicas para influir
en los efectos kármicos y vencemos a la Naturaleza con el arma de la obediencia.
Supongamos
ahora que un individuo de muy adelantado conocimiento, al escrutar su pasado ve
corrientes kármicas que convergen en un punto de siniestra acción.
Puede interponer una nueva
fuerza de sentido contrario y suficiente
intensidad entre las convergentes, para modificar favorablemente la fuerza resultante.
Mas para ello no le basta la facultad de ver el pasado y descubrir su relación con
el presente, sino que necesita además sobrado conocimiento para calcular
exactamente la influencia
que la nueva fuerza interpuesta ejercerá en la alteración de la resultante, considerada
como efecto de causas pasadas y como causa de efectos futuros. De esta
suerte puede disminuir
o invalidar los resultados del mal que hizo en el pasado, mediante
la interposición de fuerzas armónicas en su corriente kármica. No puede destruir
ni deshacer lo hecho; pero mientras sus efectos no se concreten en acción puede
modificarlos o neutralizarlos o subvertirlos mediante nuevas fuerzas que
interponga como causas coadyuvantes a la producción de los esperados efectos. En todo esto no hace
más que valerse de la ley con tanta seguridad como el físico que equilibra una
fuerza con otra, e incapaz de aniquilar ni una dina de energía puede imprimir a
un cuerpo el movimiento deseado previo cálculo de la acción de las fuerzas dinámicas.
Análogamente puede el karma modificarse por la influencia de las circunstancias
en que opera. Consideremos bajo otro aspecto
esta importantísima cuestión. A medida que aumenta el conocimiento es más fácil evitar
el mal karma pasado. Como quiera que el ego, al escrutar sus vidas anteriores,
y acercarse a la liberación, ve las causas que van a producir sus efectos, conoce
cuáles son éstas, cuáles las ya extinguidas, y cómo anudó los lazos kármicos. No
sólo puede mirar hacia atrás para ver las causas, sino también hacia adelante para
ver los efectos, pues así como en el mundo físico, el conocimiento de sus leyes capacita para predecir los resultados, así un ego lo bastante evolucionado puede conocer las causas
kármicas que estableció y predecir los efectos de ellas resultantes.
El conocimiento de las causas y de su actuación nos capacita
para establecer nuevas causas que neutralicen los efectos de aquéllas; y valiéndonos
de la ley con absoluta confianza en su inmutabilidad, será posible por medio del
cuidadoso cálculo de las fuerzas movilizadas, determinar nuestro porvenir. Es cuestión de puro
cálculo. Supongamos que en el pasado establecimos vibraciones de odio.
Podemos neutralizarlas e impedir sus efectos, oponiéndoles vibraciones de amor.
Así como en el mundo físico podemos producir el silencio por la interferencia de
dos ondas sonoras de suerte que las vibraciones graves de una entrechoquen con las
sutiles de la otra, así también en los planos superiores al físico es posible valerse
de la interferencia de las vibraciones de odio y amor para anular las causas kármicas
y establecer el equilibrio que significa liberación. Este conocimiento está más allá del alcance
de la mayoría de la humanidad, que si desea aprovecharse de la ciencia del alma
debe apoyarse en el testimonio de los versados en el asunto y obedecer los preceptos
de los instructores religiosos del mundo, pues por devoción se logrará el mismo resultado
que por conocimiento. La aplicación
general de estos principios dará a entender que el hombre está entorpecido por la
ignorancia, y cuán importante parte desempeña el conocimiento en la evolución humana.
La corriente arrastra a los hombres porque son ignorantes; son impotentes por lo
ciegos. Quien desee adelantarse a la masa general de la humanidad, como el veloz corcel
deja atrás al rocín, necesita tanta sabiduría como amor, tanto conocimiento
como devoción. No ha de ir limando
lentamente los eslabones de la cadena que forjó tiempo atrás. Puede limarlos sin
tardanza y librarse de ellos tan efectivamente como si desgastados por el tiempo
lo dejasen en libertad.
EXTINCIÓN DEL
KARMA
CAPITULO 12
El karma nos tiene atados a la rueda de muertes y nacimientos. El buen karma
nos obliga a reencarnar tan persistentemente como el adverso,
y la cadena
forjada por nuestras virtudes, aunque de oro, nos sujeta con
tanta fuerza como la de hierro forjada por nuestros vicios. Así pues, ¿cómo quebrantar estas cadenas si el hombre ha de pensar
y sentir mientras exista y los pensamientos y deseos engendran continuamente karma? La respuesta nos la da en el Bhagavad Gita la profunda lección
de Krishna a Arjuna. No recibe esta lección un eremita ni un erudito, sino un guerrero,
un khsatriya que ha de cumplir con los deberes de su estado y luchar por la
victoria. No en la acción sino en el deseo; no en la acción sino en la apetencia de su
fruto está la sujetadora fuerza de la acción. Cuando se ejecuta una acción con deseo
de gozar de su fruto, se sigue el procedimiento a propósito para lograr el apetecido
resultado. El ego pide y la Naturaleza otorga, A cada causa corresponde un efecto
y a cada acción un fruto. El deseo los enlaza. Si se mata el deseo, cesa el enlace,
y cuando todos los lazos del deseo se hayan roto, quedará libre el ego. Ya no podrá
sujetarlo el karma. La rueda de causas y efectos seguirá girando, pero el ego está
liberado. "Por lo tanto, cumple tú constantemente
y sin apego la acción que debas cumplir, pues el hombre que sin apego cumple la
acción alcanza en verdad el Supremo" (Bhagavad Gitá. - Estancia III, 19.) Para practicar la Yoga de acción, ha de ejecutar
el hombre todas sus acciones como un deber, en armonía con la ley en cualquier plano
de existencia en que se halle, para ser una fuerza operante en la evolución, de
acuerdo con la Divina Voluntad, con perfecta obediencia en todas las fases de su
actividad. De esta suerte sus acciones tendrán carácter
de sacrificio ofrecido al volteo de la Rueda de la Ley sin apetencia del fruto,
del que hace generosa donación en servicio de la humanidad. El fruto no es del actor.
Pertenece a la ley que se encarga de su distribución. Dice el Bhagavad Gita: "Al de obras
no moldeadas por el deseo, cuyas acciones se consumen en el fuego de la sabiduría,
los doctos le llaman sabio. Inapetente del fruto de las obras y siempre satisfecho,
de nada se ampara y no hace cosa alguna aunque todas las haga. "Sin confiar
en nada, con su mente y su ser disciplinados y todo anhelo de goce en abandono,
cumple las acciones sólo con el cuerpo y no cae en pecado. Satisfecho con lo que
recibe, libre de los pares de opuesto, sin envidia, equilibrado en el éxito y
en el fracaso, no está ligado a las acciones que ejecuta. Quien tiene los apetitos
muertos y el pensamiento firme en la sabiduría, quien sacrifica las obras y
permanece en equilibrio, todas las acciones que ejecuta no le ligan ni le afectan.
(Estancia IV, 19-23.) Cuerpo y mente actúan
en plena actividad. Con el cuerpo
se ejecutan las acciones físicas y con la mente las mentales; pero el Yo permanece
tranquilo, sereno, sin prestar nada de su eterna esencia para forjar las cadenas
del tiempo. Nunca se negligencia la
recta acción sino que se ejecuta fielmente dentro de los límites de los poderes
eficientes, pues la renuncia al fruto de la acción no supone pereza ni descuido en su
cumplimiento.
Dice el Bhagavad Gitá:
Si el ignorante
obra por apego a la acción, oh Bhárata! el sabio debe obrar sin apego a ella, anheloso
del bienestar del mundo. No perturbe el sabio la mente de los ignorantes apegados
a la acción; antes bien, obrando en armonía conmigo, haga atractiva toda acción. (Estancia III, 25-26). Quien alcanza el estado de la "inacción en
la acción" descubre el secreto del agotamiento del karma, destruye por el conocimiento
las acciones que ejecutó en el pasado y quema las del presente en el fuego de
la devoción. Entonces llega al
estado de conciencia
descrito simbólicamente por Juan en el Apocalipsis,
al decir: "Al que venciere, yo le haré
Columna en el templo de mi Dios y nunca más saldrá afuera". (Apoc. 3-12).
Porque el ego sale muchas veces del Templo a las llanuras de la vida; pero llega
tiempo en que se convierte en "columna del templo de mi Dios". Este templo
es el mundo de las almas liberadas, y sólo quienes no están ligados a sí mismos
egoístamente, pueden quedar ligados a todos en nombre de la única Vida. Así pues, deben
romperse no sólo los lazos del deseo personal sino también los del deseo individual.
Pero en este punto incurren los principiantes en un error
muy natural y frecuente. No hemos de romper los lazos del deseo convirtiéndonos
en marmolillos insensibles. Por el contrario, el hombre es tanto más sensitivo cuanto
más cerca está de la liberación, pues el perfecto discípulo en unidad con su Maestro
responde compasivamente a toda pulsación del mundo exterior; todo le conmueve y
a todo responde; y precisamente porque nada desea para sí es capaz de darlo todo
a todos. Un hombre así ya no engendra karma ni forja cadenas que le sujeten, y
a medida que va siendo más expedito canal por donde la Vida divina se derrame en
el mundo, sólo anhela ensanchar su cauce para que sea más caudaloso el flujo de
la Vida divina. Su único anhelo es ser
más amplio receptáculo en que con el menor impedimento se vierta la Vida. Después de rotas
las cadenas que le sujetaban, su única tarea es trabajar en servicio de los demás.
Pero jamás
se rompe el enlace de la Unidad con la Totalidad, del discípulo con el Maestro y
del Maestro con el discípulo. Este enlace no es una ligadura.
Es la Vida
divina que siempre
nos impulsa superadelante, sin sujetarnos a la rueda de nacimientos y
muertes. Primeramente nos atrae a la vida terrena el deseo de goces sensorios,
y después otros deseos más puros que sólo pueden satisfacerse en la tierra, como
el de conocimiento, desarrollo, devoción de índole espiritual.
Pero cuando todo esto está logrado
¿qué retiene todavía
a los Maestros en el mundo de los hombres?
Nada que pueda
el mundo ofrecerles. No hay en la tierra conocimiento que no posean ni poder
que no ejerzan ni experiencia que les aleccione. Todo lo saben y todo lo pueden. El mundo es incapaz de atraerlos
con halago a la reencarnación. Sin embargo, reencarnan compelidos
por un divino
impulso interno, para ayudar a sus hermanos en el multimilenario trabajo
de la humana evolución, con el jubiloso servicio de su inefable amor e imperturbable
paz, sin que el mundo pueda allegarles más dicha que ver a otras almas crecer a
su semejanza y compartir con Ellos la consciente vida de Dios.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario