¿ES EGOÍSTA EL
DESEO DE VIVIR?
Blavatsky
En un artículo publicado en Abril 1882 en esta misma revista,
bajo el nombre El Elixir de Vida, se encuentra una frase que dice “Vivir,
vivir, Vivir, debe ser una indesviable determinación”. Esta frase es citada
a menudo por lectores superficiales que no simpatizan con la S. T., como un
argumento de que las enseñanzas del ocultismo son la forma más concentrada de
egoísmo. Para determinar si esa crítica es correcta o no, hay que asegurarse
primero sobre el significado de la palabra egoísmo.
Conforme a autoridades reconocidas, egoísmo es aquella “consideración exclusiva al interés o
felicidad de uno mismo; aquel supremo amor o preferencia por sí mismo, que
lleva a la persona a dirigir todos sus propósitos al adelanto de su propio
interés, poder, o felicidad, sin considerar los de los demás.”
En resumen, un individuo absolutamente egoísta es el que solo se
cuida de sí mismo y de nadie más, o, en
otras palabras, el que está tan fuertemente imbuido de un sentido de la importancia
de su propia personalidad que eso es para él la cima de sus pensamientos, deseo
y aspiraciones, más allá de la cual todo es un complejo vacío.
¿Puede decirse, pues, que un ocultista es “egoísta” cuando desea
vivir en el sentido que le da a este verbo quien escribió el artículo sobre El
Elixir de Vida?
Se ha dicho muchísimas veces que la finalidad suprema de todo
aspirante al conocimiento oculto es el Nirvana, cuando el individuo, libertado
de toda envoltura mayávica se unifica con el Alma Suprema, o sea cuando, según
la terminología cristiana, el Hijo se identifica con el Padre. Para ese propósito ha de
rasgar todo el velo de ilusión que crea un sentido de aislamiento personal, un
sentimiento de estar separado del TODO, o, en otras palabras, el aspirante debe
descartar gradualmente todo sentido del egoísmo que a todos nos inficiona más o
menos.
El estudio de la Ley de Evolución Cósmica nos enseña que cuanto
más alta sea la evolución, más tiende hacia la unidad.
En efecto, la Unidad es el objetivo supremo de la Naturaleza, y
quienes por vanidad y egoísmo van contra sus propósitos no pueden dejar de
incurrir en el castigo de la aniquilación total.
El Ocultista reconoce así que el altruismo y el sentimiento de
filantropía universal constituyen la ley de nuestra existencia, y se dedica a
intentar destruir las cadenas de egoísmo con que Maya nos ata a todos.
La lucha, entonces, entre el Bien y el Mal, entre Dios y
Satanás, entre Ángeles y Demonios, que se menciona en los libros sagrados de
todas las naciones y razas, simboliza la batalla entre los impulsos altruistas
y los egoístas, la cual tiene lugar en el hombre que trata de seguir los
propósitos más altos de la Naturaleza, hasta que las tendencias inferiores,
creadas por el egoísmo, quedan completamente vencidas, y el enemigo totalmente
derrotado y aniquilado.
Con frecuencia se ha dicho en
varias obras teosóficas y otros escritos ocultos, que la única diferencia entre
un hombre ordinario que trabaja naturalmente durante el curso de la evolución
cósmica, y un ocultista, es que el ocultista, por su conocimiento superior,
adopta ciertos métodos de adiestramiento y disciplina que aceleran ese proceso
de evolución, y así alcanza en un tiempo comparativamente corto aquella cima
que a un individuo corriente le puede tomar quizá billones de años. En unos
pocos miles e años se acerca a aquella forma de evolución que la humanidad
corriente alcanzará tal vez en la sexta o séptima ronda de progresión cíclica.
Es evidente que el hombre medio no puede convertirse en un Mahatma
en una sola vida o encarnación. Y quienes hayan estudiado las enseñanzas
ocultas referentes al Devachán y estados post-morten, recordarán que entre dos
encarnaciones hay un período considerable de existencia subjetiva. Cuanto más
largo sea el número de tales períodos Devachánicos, mayor será la extensión de
esta evolución. La
aspiración principal del ocultista es por tanto controlarse de tal modo que sea
capaz de regular sus estados futuros, y así acortar gradualmente la duración de
sus estados Devachánicos entre dos encarnaciones.
En su progreso, llega un tiempo pequeño
entre una muerte física y su siguiente renacer, no hay ningún Devachán sino una
especie de ensueño espiritual; el choque de la muerte, por decirlo así, lo
aturde en un estado de inconsciencia del cual se recupera gradualmente para
encontrarse renacido y continuar su carrera. El período
de este sueño puede variar desde 25 hasta 200 años, según el grado de su
adelanto. Pero hasta de este período puede decirse que es un tiempo
desperdiciado, y por tanto dedicará todos sus esfuerzos a acortar su duración,
de modo de llegar gradualmente a un punto en que el paso de un estado de
existencia a otro sea casi imperceptible. Esta viene a ser como su
última encarnación, pues el choque de la muerte no vuelve a aturdirlo. Esta
es la idea que el autor de El Elixir de Vida trata de transmitir cuando dice:
“Lo que él ha hecho es extender a un número de años el suave
proceso de disolución que otros soportan, desde un breve momento hasta unas
pocas horas. El Adepto más elevado está muerto para el mundo y está
absolutamente inconsciente de él; indiferente a sus placeres, despreocupado de
sus miserias en cuanto a sentimentalismos; aunque el severo sentido del deber
no le enceguece jamás a la existencia del dolor...”
Ese Adepto se libera gradualmente de todas las partículas viejas
y densas de su cuerpo, por el proceso de emisión de átomos que ha sido
discutido en ese artículo y en otros escritos, y va sustituyéndolos por otros
más finos y etéreos, hasta que el cuerpo denso está completamente muerto y
desintegrado y él vive en un cuerpo enteramente de su propia creación adecuado
a su trabajo. Este cuerpo es
esencial para sus propósitos, pues como dice ese artículo:
“Para hacer el bien, lo
mismo que para todo, el hombre debe disponer de tiempo y materiales con que
trabajar. Estos son medios necesarios con los cuales hacer infinitamente más
bien que sin ellos. Al que adquiere estos poderes, se le presentarán
oportunidades de usarlos...”
Más adelante , al dar instrucciones prácticas para ese
propósito, el mismo artículo dice:
“El hombre físico debe hacerse más etéreo y sensitivo; el hombre
mental más penetrante y profundo; el hombre moral más abnegado y filosófico.”
Estas importantes consideraciones las
pierden de vista los que sonsacan del contexto el siguiente pasaje del mismo
artículo:
“...podrá verse cuán necio es que la gente le pida a los
Teósofos que “les procuren comunicaciones con los Adeptos más elevados”. Es
sumamente difícil inducir a uno o dos de ellos a perjudicar su propio progreso
interviniendo en los asuntos mundanos, incluso con los clamores de todo el
mundo. El lector ordinario dirá: “Eso es Divino, eso es el colmo del egoísmo”.
Pero dese cuenta de que un Adepto muy elevado que ha emprendido la tarea de
reformar el mundo, tendría necesariamente que someterse una vez más a la
reencarnación. ¿y el resultado de todo lo que ha conseguido antes en esa
dirección, es suficientemente alentador para incitarlo a un nuevo intento?”
Los lectores y
pensadores superficiales que condenan este pasaje como inculcador de egoísmo,
pierden de vista varias consideraciones importantes. En primer lugar, olvidan
los otros pasajes ya citados que imponen la abnegación como una condición
necesaria para triunfar, y que dicen que con el progreso se adquieren nuevos
sentidos y poderes con los cuales puede hacerse infinitamente más bien que sin
ellos.
Cuanto
más espiritual se hace el Adepto, menos puede inmiscuirse en los asuntos
mundanos ordinarios, y más tiene que dedicarse al trabajo espiritual.
Innumerables veces se ha repetido que
el trabajo en un plano espiritual es tan superior al trabajo en el plano
intelectual, como el trabajo intelectual es superior al que se hace en el plano
físico. Los Adeptos muy
elevados, por tanto, sí ayudan a la humanidad, pero sólo espiritualmente; están
constitucionalmente impedidos para interferir en los asuntos mundanos. Pero esto se aplica solamente a Adeptos muy elevados. Existen diversos grados
de Adeptado, y los de cada grado trabajan por la humanidad en los planos
a los que se han elevado. Sólo los chelas pueden vivir en el mundo, hasta que
se eleven a cierto grado. Y es precisamente porque los Adeptos se interesan por
el mundo, que hacen que sus chelas vivan y trabajen en él, como lo saben muchos
de los que han estudiado este tema.
Cada
ciclo produce sus propios ocultistas que serán capaces de trabajar por la
humanidad de su época en todos los diferentes planos. Pero cuando los Adeptos
prevén que en cierto período determinado la humanidad de entonces será capaz de
producir ocultistas para trabajar en planos particulares, se aprestan para
semejantes ocasiones, bien sea renunciando voluntariamente a su propio progreso
y esperándose en esos grados hasta que la humanidad llegue a ese período, o rehusándose
a entrar en Nirvana y sometiéndose a reencarnar con tiempo para alcanzar esos
grados cuando la humanidad requiera su asistencia en esa etapa.
Y aunque el mundo no sea
consciente del hecho, existen ahora mismo ciertos Adeptos que han preferido permanecer status quo y rehusar tomar los grados
superiores, en beneficio de las futuras generaciones de la humanidad. En
resumen, como los Adeptos trabajan en armonía, puesto que la unidad es la ley
fundamental de su existencia, han hecho,
como si dijéramos, una división del trabajo, conforme a la cual uno de ellos
trabaja en el plano y en el tiempo que se le ha asignado, en pro de la
elevación espiritual de todos nosotros. Y el proceso de longevidad mencionado en El Elixir de Vida es
solamente un medio para un fin que, lejos de ser egoísta, es el propósito más
altruista al cual un ser humano puede consagrarse.
The Theosophist, julio 1884.
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