viernes, 23 de septiembre de 2016

¿ES EGOÍSTA EL DESEO DE VIVIR?

¿ES EGOÍSTA EL DESEO DE VIVIR?

Blavatsky


En un artículo publicado en Abril 1882 en esta misma revista, bajo el nombre El Elixir de Vida, se encuentra una frase que dice “Vivir, vivir, Vivir, debe ser una indesviable determinación”. Esta frase es citada a menudo por lectores superficiales que no simpatizan con la S. T., como un argumento de que las enseñanzas del ocultismo son la forma más concentrada de egoísmo. Para determinar si esa crítica es correcta o no, hay que asegurarse primero sobre el significado de la palabra egoísmo.
Conforme a autoridades reconocidas, egoísmo es aquella “consideración exclusiva al interés o felicidad de uno mismo; aquel supremo amor o preferencia por sí mismo, que lleva a la persona a dirigir todos sus propósitos al adelanto de su propio interés, poder, o felicidad, sin considerar los de los demás.”
En resumen, un individuo absolutamente egoísta es el que solo se cuida de  sí mismo y de nadie más, o, en otras palabras, el que está tan fuertemente imbuido de un sentido de la importancia de su propia personalidad que eso es para él la cima de sus pensamientos, deseo y aspiraciones, más allá de la cual todo es un complejo vacío.
¿Puede decirse, pues, que un ocultista es “egoísta” cuando desea vivir en el sentido que le da a este verbo quien escribió el artículo sobre El Elixir de Vida?
Se ha dicho muchísimas veces que la finalidad suprema de todo aspirante al conocimiento oculto es el Nirvana, cuando el individuo, libertado de toda envoltura mayávica se unifica con el Alma Suprema, o sea cuando, según la terminología cristiana, el Hijo se identifica con el Padre. Para ese propósito ha de rasgar todo el velo de ilusión que crea un sentido de aislamiento personal, un sentimiento de estar separado del TODO, o, en otras palabras, el aspirante debe descartar gradualmente todo sentido del egoísmo que a todos nos inficiona más o menos.
El estudio de la Ley de Evolución Cósmica nos enseña que cuanto más alta sea la evolución, más tiende hacia la unidad.
En efecto, la Unidad es el objetivo supremo de la Naturaleza, y quienes por vanidad y egoísmo van contra sus propósitos no pueden dejar de incurrir en el castigo de la aniquilación total.
El Ocultista reconoce así que el altruismo y el sentimiento de filantropía universal constituyen la ley de nuestra existencia, y se dedica a intentar destruir las cadenas de egoísmo con que Maya nos ata a todos.
La lucha, entonces, entre el Bien y el Mal, entre Dios y Satanás, entre Ángeles y Demonios, que se menciona en los libros sagrados de todas las naciones y razas, simboliza la batalla entre los impulsos altruistas y los egoístas, la cual tiene lugar en el hombre que trata de seguir los propósitos más altos de la Naturaleza, hasta que las tendencias inferiores, creadas por el egoísmo, quedan completamente vencidas, y el enemigo totalmente derrotado y aniquilado.
Con frecuencia se ha dicho en varias obras teosóficas y otros escritos ocultos, que la única diferencia entre un hombre ordinario que trabaja naturalmente durante el curso de la evolución cósmica, y un ocultista, es que el ocultista, por su conocimiento superior, adopta ciertos métodos de adiestramiento y disciplina que aceleran ese proceso de evolución, y así alcanza en un tiempo comparativamente corto aquella cima que a un individuo corriente le puede tomar quizá billones de años. En unos pocos miles e años se acerca a aquella forma de evolución que la humanidad corriente alcanzará tal vez en la sexta o séptima ronda de progresión cíclica.
Es evidente que el hombre medio no puede convertirse en un Mahatma en una sola vida o encarnación. Y quienes hayan estudiado las enseñanzas ocultas referentes al Devachán y estados post-morten, recordarán que entre dos encarnaciones hay un período considerable de existencia subjetiva. Cuanto más largo sea el número de tales períodos Devachánicos, mayor será la extensión de esta evolución. La aspiración principal del ocultista es por tanto controlarse de tal modo que sea capaz de regular sus estados futuros, y así acortar gradualmente la duración de sus estados Devachánicos entre dos encarnaciones.
En su progreso, llega un tiempo pequeño entre una muerte física y su siguiente renacer, no hay ningún Devachán sino una especie de ensueño espiritual; el choque de la muerte, por decirlo así, lo aturde en un estado de inconsciencia del cual se recupera gradualmente para encontrarse renacido y continuar su carrera. El período de este sueño puede variar desde 25 hasta 200 años, según el grado de su adelanto. Pero hasta de este período puede decirse que es un tiempo desperdiciado, y por tanto dedicará todos sus esfuerzos a acortar su duración, de modo de llegar gradualmente a un punto en que el paso de un estado de existencia a otro sea casi imperceptible. Esta viene a ser como su última encarnación, pues el choque de la muerte no vuelve a aturdirlo. Esta es la idea que el autor de El Elixir de Vida trata de transmitir cuando dice:
“Lo que él ha hecho es extender a un número de años el suave proceso de disolución que otros soportan, desde un breve momento hasta unas pocas horas. El Adepto más elevado está muerto para el mundo y está absolutamente inconsciente de él; indiferente a sus placeres, despreocupado de sus miserias en cuanto a sentimentalismos; aunque el severo sentido del deber no le enceguece jamás a la existencia del dolor...”
Ese Adepto se libera gradualmente de todas las partículas viejas y densas de su cuerpo, por el proceso de emisión de átomos que ha sido discutido en ese artículo y en otros escritos, y va sustituyéndolos por otros más finos y etéreos, hasta que el cuerpo denso está completamente muerto y desintegrado y él vive en un cuerpo enteramente de su propia creación adecuado a su trabajo. Este cuerpo es esencial para sus propósitos, pues como dice ese artículo:
“Para hacer el bien, lo mismo que para todo, el hombre debe disponer de tiempo y materiales con que trabajar. Estos son medios necesarios con los cuales hacer infinitamente más bien que sin ellos. Al que adquiere estos poderes, se le presentarán oportunidades de usarlos...”

Más adelante , al dar instrucciones prácticas para ese propósito, el mismo artículo dice:

          “El hombre físico debe hacerse más etéreo y sensitivo; el hombre mental más penetrante y profundo; el hombre moral más abnegado y filosófico.”
          Estas importantes consideraciones las pierden de vista los que sonsacan del contexto el siguiente pasaje del mismo artículo:
          “...podrá verse cuán necio es que la gente le pida a los Teósofos que “les procuren comunicaciones con los Adeptos más elevados”. Es sumamente difícil inducir a uno o dos de ellos a perjudicar su propio progreso interviniendo en los asuntos mundanos, incluso con los clamores de todo el mundo. El lector ordinario dirá: “Eso es Divino, eso es el colmo del egoísmo”. Pero dese cuenta de que un Adepto muy elevado que ha emprendido la tarea de reformar el mundo, tendría necesariamente que someterse una vez más a la reencarnación. ¿y el resultado de todo lo que ha conseguido antes en esa dirección, es suficientemente alentador para incitarlo a un nuevo intento?”
          Los lectores y pensadores superficiales que condenan este pasaje como inculcador de egoísmo, pierden de vista varias consideraciones importantes. En primer lugar, olvidan los otros pasajes ya citados que imponen la abnegación como una condición necesaria para triunfar, y que dicen que con el progreso se adquieren nuevos sentidos y poderes con los cuales puede hacerse infinitamente más bien que sin ellos. Cuanto más espiritual se hace el Adepto, menos puede inmiscuirse en los asuntos mundanos ordinarios, y más tiene que dedicarse al trabajo espiritual.
          Innumerables veces se ha repetido que el trabajo en un plano espiritual es tan superior al trabajo en el plano intelectual, como el trabajo intelectual es superior al que se hace en el plano físico. Los Adeptos muy elevados, por tanto, sí ayudan a la humanidad, pero sólo espiritualmente; están constitucionalmente impedidos para interferir en los asuntos mundanos. Pero esto se aplica solamente a Adeptos muy elevados. Existen diversos grados  de Adeptado, y los de cada grado trabajan por la humanidad en los planos a los que se han elevado. Sólo los chelas pueden vivir en el mundo, hasta que se eleven a cierto grado. Y es precisamente porque los Adeptos se interesan por el mundo, que hacen que sus chelas vivan y trabajen en él, como lo saben muchos de los que han estudiado este tema.
          Cada ciclo produce sus propios ocultistas que serán capaces de trabajar por la humanidad de su época en todos los diferentes planos. Pero cuando los Adeptos prevén que en cierto período determinado la humanidad de entonces será capaz de producir ocultistas para trabajar en planos particulares, se aprestan para semejantes ocasiones, bien sea renunciando voluntariamente a su propio progreso y esperándose en esos grados hasta que la humanidad llegue a ese período, o rehusándose a entrar en Nirvana y sometiéndose a reencarnar con tiempo para alcanzar esos grados cuando la humanidad requiera su asistencia en esa etapa.
          Y aunque  el mundo no sea consciente del hecho, existen ahora mismo ciertos Adeptos que han preferido permanecer  status quo y rehusar tomar los grados superiores, en beneficio de las futuras generaciones de la humanidad. En resumen, como los Adeptos trabajan en armonía, puesto que la unidad es la ley fundamental de su existencia,  han hecho, como si dijéramos, una división del trabajo, conforme a la cual uno de ellos trabaja en el plano y en el tiempo que se le ha asignado, en pro de la elevación espiritual de todos nosotros. Y el proceso de longevidad mencionado en El Elixir de Vida es solamente un medio para un fin que, lejos de ser egoísta, es el propósito más altruista al cual un ser humano puede consagrarse.


The Theosophist, julio 1884.


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