UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
4
EVOLUCION DE LA VIDA
Del Tercer
Aspecto de la Deidad provienen todos los impulsos que según hemos dicho
determinan la formación de los siete tipos principales de materia. De aquí que
en el sistema cristiano se le llame al Tercer Aspecto el "Dador de
Vida" o el Espíritu que planeaba sobre la faz de las aguas del espacio. La Teosofía considera todos esos impulsos como uno solo y le
denomina primera efusión o primera oleada de vida. Una vez
dispuestos los mundos en las descritas condiciones y ya existentes la mayor
parte de los elementos químicos, sobrevino la segunda oleada de vida que procedente del Segundo
Aspecto de la Deidad entrañaba el poder de combinación. En todos los mundos
encontró esta segunda oleada lo que pudiéramos llamar elementos
correspondientes de cada uno de los mundos, y procedió a combinarlos en
organismos que después animó, construyendo de esta suerte los siete reinos de
la naturaleza.
La Teosofía
reconoce siete reinos porque separa, al hombre del animal y considera varias
etapas de evolución invisibles al ojo físico y les da el nombre medieval de
"reinos elementales".
La Vida divina
descendiente de lo alto se infunde en la materia y el proceso de esta infusión puede
considerarse dividido en dos etapas:
-la gradual
asimilación de materia cada vez más densa y después
-la gradual
desasimilación de los vehículos anteriormente asimilados.
El primer nivel en que pueden observarse científicamente los
vehículos de la vida es el mental, el quinto contando de lo sutil a lo denso y
el primero en que hay separados globos. Para mejor, comprensión en el estudio,
conviene dividir el mundo mental en dos partes a que llamaremos superior e
inferior según el grado de densidad de la materia. El mundo mental superior consta de las tres subdivisiones más
sutiles de materia mental. El inferior está constituido por las otras cuatro.
Cuando la oleada llega al mundo mental superior, reúne sus
elementos etéreos y los combina en las correspondientes substancias con las
que construye las formas en que se infunde la vida. A este conjunto
de formas vivas de materia mental le llamamos primer reino elemental. Después de un largo período de evolución en estas diferentes
formas mentales, la oleada de vida, que no ha cesado de empujar hacia abajo, se
identifica tan por completo con ellas, que en vez de ocuparlas y retirarse
periódicamente, reside siempre en ellas y se las asimila de modo que desde
dicho nivel puede proceder a la temporánea ocupación de formas en inferior
nivel. Llamamos a esta etapa segundo reino elemental, cuya animadora
vida reside en el mundo mental superior, mientras que los vehículos por cuyo
medio se manifiesta están en el inferior.
Tras otro período de parecida duración, la descendiente energía
repitió el proceso, identificándose de nuevo la vida con sus formas y fijando
su residencia en el mundo mental inferior para desde allí animar las del astral. A esta etapa le
llamamos el tercer reino elemental. Estas formas de qué hablamos son densas en comparación de las
del mundo respectivo superior y sutiles en comparación de las del respectivo
mundo inferior, pero todas las de los tres reinos elementales son infinitamente
más sutiles que la más sutil del mundo físico. Cada uno de dichos tres reinos elementales es un reino de la
naturaleza, tan variado en la manifestación de sus formas de vida como los
reinos vegetal y animal que conocemos. Después de un
largo periodo empleado en ordenar las formas del tercer reino elemental, se identifica
sucesivamente la vida con todas ellas y es entonces capaz de animar la parte
etérea de los reinos vegetal, mineral y animal, aunque en condiciones en que no
puede manifestarse libremente.
En el transcurso
de la evolución del reino mineral, la energía descendente se identifica con las
formas etéreas de este reino y es entonces capaz de animar la parte densa de
dichas formas tales como ahora las perciben nuestros sentidos. En el reino
mineral no sólo incluimos las substancias ordinariamente llamadas minerales,
sino también los líquidos, gases y algunos cuerpos etéreos que desconoce la
ciencia occidental.
Toda la materia que conocemos es materia viva y siempre está
evolucionando la vida en ella contenida. Al llegar al punto céntrico de la
etapa mineral, cesa la presión descendente de la energía vital y se transmuta
en presión ascendente.
Cesó la
espiración y comienza la inspiración.
Cuando termina
de evolucionar el reino mineral, la vida retorna al mundo astral, llevándose
los resultados obtenidos de sus experiencias en el físico y entonces anima
las formas vegetales, empezando a mostrarse en ellas mucho más claramente, en
la modalidad a que llamamos vida vegetativa.
En una posterior etapa de su evolución, retorna la vida al mundo
mental inferior, desde donde anima las formas del reino animal por intermedio
de la materia astral que entonces ya no es parte colectiva de todas las formas
del reino, sino que según explicaremos más adelante constituye un cuerpo astral
de cada forma individual. En cada uno de estos reinos no sólo pasa la vida un
período de tiempo de casi increíble duración, sino que evoluciona siguiendo una
definida trayectoria desde las formas inferiores hasta las superiores de cada
reino. Por ejemplo, en el reino vegetal comenzó a evolucionar la
vida en los musgos e hierbas y terminó en los corpulentos árboles de las
selvas. El animal comenzó en los infusorios y terminó en las especies
superiores de mamíferos. El proceso evolutivo va invariablemente de las formas
simples e inferiores a las complexas y superiores. Pero lo que principalmente evoluciona es la vida y no la forma, aunque también
las formas evolucionan y mejoran con el tiempo, pero sólo a fin de
proporcionar más adecuados, vehículos a la evolucionante vida. Cuando la vida llega
al punto culminante del reino animal, pasa al reino humano en las condiciones
que muy luego vamos a explicar. La efusión de energía divina pasa de un reino a otro, de modo
que si tan sólo consideramos una oleada de dicha efusión sólo podremos tener cada
vez en existencia un reino de la naturaleza. Pero la Deidad emite en sucesión
constante una tras otra oleada, de suerte que a toda hora actúa simultáneamente
un número de ellas.
El reino humano representa una de dichas oleadas; pero
evoluciona lado por lado de otra oleada que vitalizó el reino animal y surgió
de la Deidad una etapa más tarde que la del reino humano.
También tenemos el reino vegetal que representa una tercera
oleada;
el mineral, correspondiente a la cuarta
y los ocultistas conocen la existencia en nuestro alrededor de
los tres reinos elementales, que representan la quinta, sexta y séptima
oleadas.
Sin embargo,
todas estas oleadas no son más que ondulaciones de una misma efusión de energía
del Segundo Aspecto de la Deidad.
De lo dicho se infiere que tenemos un plan de evolución en el
cual la Vida divina se va involucionando gradualmente en la materia a fin de
recibir por medio de esta materia vibraciones que de ningún otro modo podrían
afectarla y que los contactos procedentes del exterior le suscitaran
vibraciones capaces de responder a ellos, hasta que lograra establecer
automáticamente vibraciones que le infundiesen poderes espirituales.
Cabe conjeturar
que la efusión de vida fuese homogénea al brotar de la Deidad en un nivel
inasequible a nuestro conocimiento; pero cuando prácticamente la conocemos en
el mundo intuicional desde donde anima las formas del mundo mental superior, no es ya la unitaria alma del sistema, sino que
se diversifica en muchas almas. Supongamos que la homogénea efusión es una
unitaria alma en un extremo de la escala. En el otro extremo, al llegar al
reino humano, la unitaria alma se diversifica en millones de almas
individuales. Pero en los peldaños intermedios, también es intermedia la
condición, pues aunque el alma total del sistema esté ya algún tanto dividida
no lo está todavía hasta el extremo límite de división. Cada hombre es una
alma individual, pero no es individual el alma de los animales y vegetales. El
alma humana sólo puede manifestarse por medio de un solo cuerpo a un mismo
tiempo, mientras que el alma animal se manifiesta simultáneamente por medio
del cuerpo de varios animales de su especie y el alma vegetal por medio de
todavía mayor número de plantas separadas.
Por ejemplo, un león no es
una entidad permanentemente individual como el hombre. Cuando el alma humana
abandona el cuerpo físico, sigue siendo la misma entidad separada de las demás
entidades. Pero cuando un león muere, su alma vuelve a unirse a la masa o grupo
anímico del que se desglosó para animar la forma material, como se desglosaron
otras almas para animar las formas de los demás leones. A dicha masa o agregado
anímico le llamamos alma grupal. Supongamos que
una de estas almas grupales anima cierto número de cuerpos de león, que por
ejemplo fijaremos en cien. Mientras vive cada uno de estos cuerpos leoninos lo
anima una centésima parte del alma grupal; y entretanto vive la forma, parece
como si dicha centésima parte fuese un alma individual, de modo que durante la
vida física, tan individuo es el león como el hombre; pero no es permanente
individualidad, porque al morir se restituye su alma al grupo a que pertenece y
queda unida a él. Un símil dará a comprender mejor este proceso, comparando el
alma grupal con una cubeta de agua y los cien cuerpos leoninos con cien
cortadillos. Al introducir cada cortadillo en la cubeta toma el agua que en él
cabe, comparable a la separada alma. El agua asume la configuración del
cortadillo que la contiene y queda temporáneamente separada del agua de la
cubeta y de la de los demás cortadillos. Coloquemos ahora en el agua contenida
en cada cortadilla una substancia colorante o una esencia odorífera, que
distinta en cada uno de ellos represente las cualidades adquiridas por la
separada alma del león durante su vida. Derramemos después en la cubeta el agua
del cortadillo, simbolizando con ello la muerte del león. El color del tinte o
la fragancia de la esencia se difundirán por toda el agua de la cubeta, pero
serán mucho más débiles que cuando el agua estaba en el cortadillo. Esto significa que el alma grupal comparte las
cualidades adquiridas por la experiencia del alma de un león, aunque en mucho
menor grado. Podemos tomar otro
cortadillo de agua de la cubeta; pero ya no podrá ser el mismo que antes después
de mezclado con los restantes. Cada cortadillo que desde entonces extraigamos
de la cubeta contendrá indicios del color u olor puesto en el agua de cada
cortadillo vertida en la cubeta. De esta suerte, las cualidades adquiridas por
la experiencia de un solo león llegarán a ser colectiva propiedad de todos los
leones que en adelante nazcan del alma grupal, aunque en grado inferior al que
tenían en el león que las desenvolvió. Así se explican los instintos heredados.
Tal es la razón de que el pato recién salido del huevo se zambulla
inmediatamente en el agua sin que nadie le haya enseñado a nadar; de que el
polluelo tiemble ante la sombra de un halcón; de que el ave artificialmente incubada
sin haber visto jamás un nido, los fabrique hábilmente según la costumbre de
su especie. Descendiendo en la escala zoológica vemos que una misma alma
grupal provee a un enorme número de cuerpos, a innumerables millones en el caso
de los diminutos invertebrados; pero según ascendemos en la escala zoológica,
el número de cuerpos pertenecientes a una misma alma grupal es cada vez menor y
por lo tanto mayores las diferencias entre los individuos. Así se van
unificando las almas grupales. Volviendo al símil de la cubeta, tenemos que
según vayamos vertiendo cortadillo tras cortadillo de agua coloreada, la de la
cubeta adquirirá cada vez mayor intensidad cromática. Supongamos ahora que por
imperceptibles gradaciones se formara en mitad de la cubeta una película
vertical que endureciéndose se convirtiera en tabique de separación, de modo
que hubiese mitad derecha y mitad izquierda de la cubeta y cada cortadilla
tomado de una mitad se volviese a verter en la misma mitad. Resultarán entonces
de diferente tonalidad ambas mitades, como si realmente hubiese dos cubetas. Cuando un alma
grupal llega a la etapa representada por este símil, se divide en dos, del
mismo modo que una cédula se divide por escisión. Así es que según va
aumentando la experiencia, las almas grupales son más pequeñas, pero más numerosas,
hasta llegar al hombre cuya alma ya no vuelve a grupo alguno sino que permanece
perpetuamente separada. Una de las oleadas de vida vitaliza a todo un reino; pero no
todas las almas grupales de aquella oleada han de pasar por todos los peldaños
de dicho reino, desde el inferior al superior. Si un alma grupal animó en el
reino vegetal a los árboles forestales, al pasar al reino animal prescindirá
de las formas inferiores de invertebrados, peces, reptiles y aves, para animar
desde luego las formas inferiores de mamíferos. Los invertebrados y peces y
reptiles del reino zoológico recibirán vitalidad del alma grupal que hubiese
animado las inferiores formas vegetales. Análogamente, el alma grupal que haya
llegado al nivel superior del reino animal, no se individualizará en hombres
salvajes, sino en los de alguna cultura, pues los salvajes reciben la vitalidad
de las almas grupales que animaron formas animales de más bajo nivel. Cualquiera que
sea la etapa de evolución de las almas grupales se distribuyen en siete grandes
tipos, correspondientes a cada uno de los siete ministros por cuyo conducto las
efunde la Deidad. Estos tipos se distinguen claramente en cada reino y las
sucesivas formas que respectivamente animan constituyen una enlazada serie de
elementales, minerales, vegetales y animales cuyas almas grupales son de un
mismo tipo sin divergir hacia ninguno de los otros seis. Desde, este punto de
vista no se han enumerado todavía los minerales, vegetales y animales; pero lo
cierto es que la vida que anima
un mineral de determinado tipo, nunca vivificará a un mineral de diferente
tipo, aunque varíe dentro de su propio tipo. Al pasar al reino vegetal y después al animal, habitará en
vegetales y animales de aquel mismo tipo y no de otro; y cuando llegue al reino
humano se individualizará en hombres también del mismo tipo. La individualización consiste en que el alma de un animal
asciende a un nivel mucho más alto del en que se halla un alma grupal, de modo
que ya no puede restituirse a ella. Pero esto no ocurre en
cualquier animal, sino tan sólo en aquellos cuyo cerebro está vigorizado
hasta cierto punto y el método a propósito para alcanzar esta vigorización es
poner al animal en directo contacto con el hombre. Por lo tanto, únicamente pueden individualizarse ciertas
especies de animales domésticos, pertenecientes a cada uno de los siete tipos
anímicos, representados por el perro, el gato, el elefante, el mono, el
caballo, etc. Los animales salvajes pueden ordenarse en diversas líneas
conducentes a los domésticos, como por ejemplo la zorra y el lobo, que son de
la misma estirpe que el perro; el león, tigre y leopardo, que culminan en el
gato doméstico. Así tenemos que el alma grupal correspondiente a los cien
leones anteriormente aludidos, pudo en una posterior etapa de su evolución
subdividirse en cinco almas grupales que animaran a veinte gatos. La oleada de
vida actúa durante larguísimo tiempo en cada reino. Actualmente nos hallamos en un poco más de la mitad de uno de estos
período o eones y en consecuencia las circunstancias no son favorables para las
individualizaciones, que normalmente sólo ocurren al fin de cada período,
aunque hay casos muy raros en que antes de dicho término se individualiza un
animal, por estar muchísimo más adelantado que la mayoría de los de su especie,
siendo necesario para ello la íntima compañía del hombre.
Si se trata
cariñosamente a un animal cobra mucho afecto a su dueño y al propio tiempo
acrecienta su inteligencia con el esfuerzo de adivinarle los deseos. Además,
las emociones y pensamientos del dueño influyen constantemente en los del
animal y propenden a elevarlo intelectual y emocionalmente a mayor nivel. En
favorables circunstancias este progreso puede conducir al animal a un punto en
que transcienda el contacto con el grupo a que pertenecía, de suerte que su
fragmento de alma colectiva sea capaz de responder a la efusión dimanante del
Primer Aspecto de la Deidad.
Porque esta
tercera efusión u oleada de vida no es como las otras un impetuoso flujo que
afecta simultáneamente a millares o millones de formas, sino que se infunde
aisladamente en la forma capaz de recibirla. La tercera
oleada de vida ha descendido ya hasta el mundo intuicional, pero el alma del
animal ha de ascender a dicho nivel al propio tiempo que la oleada desciende y
ambas se encuentran en el mundo mental, donde queda convertida el alma en ego
o permanente individualidad hasta que prosiguiendo su evolución vuelva a la
divina unidad de donde procedió.
Para constituir el ego, el fragmento del alma colectiva que
hasta entonces fue la vitalizadora energía, se convierte a su vez en vehículo
animado por la chispa divina llegada de lo alto. Puede decirse
que esta chispa estuvo cobijando desde el mundo monádico al alma grupo durante
todo el transcurso de su evolución, pero sin poderse unir a ella hasta que los
fragmentos del alma grupal están lo bastante evolucionados para permitir la
unión. La diferencia entre el animal más superior y el hombre más
ínfimo consiste en la separación del resto del alma colectiva para constituir un
ego individual.
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