martes, 13 de septiembre de 2016

UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA CAPITULO 4

UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA

 

CAPITULO 4


EVOLUCION DE LA VIDA

Del Tercer Aspecto de la Deidad provienen todos los impulsos que según hemos dicho determinan la for­mación de los siete tipos principales de materia. De aquí que en el sistema cristiano se le llame al Tercer Aspecto el "Dador de Vida" o el Espíritu que planeaba sobre la faz de las aguas del espacio. La Teosofía con­sidera todos esos impulsos como uno solo y le deno­mina primera efusión o primera oleada de vida. Una vez dispuestos los mundos en las descritas condiciones y ya existentes la mayor parte de los elementos químicos, sobrevino la segunda oleada de vida que procedente del Segundo Aspecto de la Deidad entrañaba el poder de combinación. En todos los mun­dos encontró esta segunda oleada lo que pudiéramos llamar elementos correspondientes de cada uno de los mundos, y procedió a combinarlos en organismos que después animó, construyendo de esta suerte los siete reinos de la naturaleza.
La Teosofía reconoce siete reinos porque separa, al hombre del animal y considera varias etapas de evolución invisibles al ojo físico y les da el nombre medieval de "reinos elementales".
La Vida divina descendiente de lo alto se infunde en la materia y el proceso de esta infusión puede con­siderarse dividido en dos etapas:
-la gradual asimilación de materia cada vez más densa y después
-la gradual desasimilación de los vehículos anteriormente asimilados.
El primer nivel en que pueden observarse científicamente los vehículos de la vida es el mental, el quinto contando de lo sutil a lo denso y el primero en que hay separados globos. Para mejor, comprensión en el estudio, conviene dividir el mundo mental en dos partes a que llamare­mos superior e inferior según el grado de densidad de la materia. El mundo mental superior consta de las tres subdivisiones más sutiles de materia mental. El inferior está constituido por las otras cuatro.
Cuando la oleada llega al mundo mental superior, reúne sus elementos etéreos y los combina en las co­rrespondientes substancias con las que construye las formas en que se infunde la vida. A este conjunto de formas vivas de materia mental le llamamos primer reino elemental. Después de un largo período de evolución en estas diferentes formas mentales, la oleada de vida, que no ha cesado de empujar hacia abajo, se identifica tan por completo con ellas, que en vez de ocuparlas y retirarse periódicamente, reside siempre en ellas y se las asimila de modo que desde dicho nivel puede pro­ceder a la temporánea ocupación de formas en inferior nivel. Llamamos a esta etapa segundo reino elemental, cuya animadora vida reside en el mundo mental su­perior, mientras que los vehículos por cuyo medio se manifiesta están en el inferior.
Tras otro período de parecida duración, la descen­diente energía repitió el proceso, identificándose de nuevo la vida con sus formas y fijando su residencia en el mundo mental inferior para desde allí animar las del astral. A esta etapa le llamamos el tercer reino elemental. Estas formas de qué hablamos son densas en com­paración de las del mundo respectivo superior y sutiles en comparación de las del respectivo mundo inferior, pero todas las de los tres reinos elementales son infini­tamente más sutiles que la más sutil del mundo físico. Cada uno de dichos tres reinos elementales es un reino de la naturaleza, tan variado en la manifestación de sus formas de vida como los reinos vegetal y animal que conocemos. Después de un largo periodo empleado en ordenar las formas del tercer reino elemental, se identifica sucesivamente la vida con todas ellas y es entonces capaz de animar la parte etérea de los reinos vegetal, mineral y animal, aunque en condiciones en que no puede ma­nifestarse libremente.
En el transcurso de la evolución del reino mineral, la energía descendente se identifica con las formas eté­reas de este reino y es entonces capaz de animar la parte densa de dichas formas tales como ahora las per­ciben nuestros sentidos. En el reino mineral no sólo incluimos las substan­cias ordinariamente llamadas minerales, sino también los líquidos, gases y algunos cuerpos etéreos que des­conoce la ciencia occidental.
Toda la materia que conocemos es materia viva y siempre está evolucionando la vida en ella contenida. Al llegar al punto céntrico de la etapa mineral, cesa la presión descendente de la energía vital y se trans­muta en presión ascendente.
Cesó la espiración y co­mienza la inspiración.
Cuando termina de evolucionar el reino mineral, la vida retorna al mundo astral, llevándose los resul­tados obtenidos de sus experiencias en el físico y en­tonces anima las formas vegetales, empezando a mostrarse en ellas mucho más claramente, en la modalidad a que llamamos vida vegetativa.
En una posterior etapa de su evolución, retorna la vida al mundo mental in­ferior, desde donde anima las formas del reino animal por intermedio de la materia astral que entonces ya no es parte colectiva de todas las formas del reino, sino que según explicaremos más adelante constituye un cuerpo astral de cada forma individual. En cada uno de estos reinos no sólo pasa la vida un período de tiempo de casi increíble duración, sino que evoluciona siguiendo una definida trayectoria desde las formas inferiores hasta las superiores de cada reino. Por ejemplo, en el reino vegetal comenzó a evo­lucionar la vida en los musgos e hierbas y terminó en los corpulentos árboles de las selvas. El animal comenzó en los infusorios y terminó en las especies superiores de mamíferos. El proceso evolutivo va invariablemente de las formas simples e inferiores a las complexas y supe­riores. Pero lo que principalmente evoluciona es la vida y no la forma, aunque también las formas evolu­cionan y mejoran con el tiempo, pero sólo a fin de proporcionar más adecuados, vehículos a la evolucionante vida. Cuando la vida llega al punto culminante del reino animal, pasa al reino humano en las condiciones que muy luego vamos a explicar. La efusión de energía divina pasa de un reino a otro, de modo que si tan sólo consideramos una oleada de dicha efusión sólo podremos tener cada vez en existencia un reino de la naturaleza. Pero la Deidad emite en sucesión constante una tras otra oleada, de suerte que a toda hora actúa simultáneamente un número de ellas.
El reino humano representa una de dichas oleadas; pero evoluciona lado por lado de otra oleada que vita­lizó el reino animal y surgió de la Deidad una etapa más tarde que la del reino humano.
También tenemos el reino vegetal que representa una tercera oleada;
el mineral, correspondiente a la cuarta
y los ocultistas conocen la existencia en nuestro alrededor de los tres reinos elementales, que represen­tan la quinta, sexta y séptima oleadas.
Sin embargo, todas estas oleadas no son más que ondulaciones de una misma efusión de energía del Segundo Aspecto de la Deidad.
De lo dicho se infiere que tenemos un plan de evo­lución en el cual la Vida divina se va involucionando gradualmente en la materia a fin de recibir por medio de esta materia vibraciones que de ningún otro modo podrían afectarla y que los contactos procedentes del exterior le suscitaran vibraciones capaces de responder a ellos, hasta que lograra establecer automáticamente vibraciones que le infundiesen poderes espirituales.
Cabe conjeturar que la efusión de vida fuese ho­mogénea al brotar de la Deidad en un nivel inasequible a nuestro conocimiento; pero cuando prácticamente la conocemos en el mundo intuicional desde donde anima las formas del mundo mental superior, no es ya la uni­taria alma del sistema, sino que se diversifica en muchas almas. Supongamos que la homogénea efusión es una uni­taria alma en un extremo de la escala. En el otro ex­tremo, al llegar al reino humano, la unitaria alma se diversifica en millones de almas individuales. Pero en los peldaños intermedios, también es intermedia la condición, pues aunque el alma total del sistema esté ya algún tanto dividida no lo está todavía hasta el extremo límite de división. Cada hombre es una alma individual, pero no es individual el alma de los animales y vegetales. El alma humana sólo puede manifestarse por medio de un solo cuerpo a un mismo tiempo, mientras que el alma ani­mal se manifiesta simultáneamente por medio del cuerpo de varios animales de su especie y el alma ve­getal por medio de todavía mayor número de plantas separadas.
Por ejemplo, un león no es una entidad perma­nentemente individual como el hombre. Cuando el alma humana abandona el cuerpo físico, sigue siendo la misma entidad separada de las demás entidades. Pero cuando un león muere, su alma vuelve a unirse a la masa o grupo anímico del que se desglosó para animar la forma material, como se desglosaron otras almas para animar las formas de los demás leones. A dicha masa o agregado anímico le llamamos alma grupal. Supongamos que una de estas almas grupales ani­ma cierto número de cuerpos de león, que por ejemplo fijaremos en cien. Mientras vive cada uno de estos cuerpos leoninos lo anima una centésima parte del alma grupal; y entretanto vive la forma, parece como si di­cha centésima parte fuese un alma individual, de modo que durante la vida física, tan individuo es el león como el hombre; pero no es permanente individualidad, porque al morir se restituye su alma al grupo a que pertenece y queda unida a él. Un símil dará a comprender mejor este proceso, comparando el alma grupal con una cubeta de agua y los cien cuerpos leoninos con cien cortadillos. Al introducir cada cortadillo en la cubeta toma el agua que en él cabe, comparable a la separada alma. El agua asume la configuración del cortadillo que la contiene y queda temporáneamente separada del agua de la cubeta y de la de los demás cortadillos. Coloquemos ahora en el agua contenida en cada cortadilla una substancia colorante o una esencia odo­rífera, que distinta en cada uno de ellos represente las cualidades adquiridas por la separada alma del león durante su vida. Derramemos después en la cubeta el agua del cortadillo, simbolizando con ello la muerte del león. El color del tinte o la fragancia de la esencia se difundirán por toda el agua de la cubeta, pero serán mucho más débiles que cuando el agua estaba en el cortadillo. Esto significa que el alma grupal comparte las cualidades adquiridas por la experiencia del alma de un león, aunque en mucho menor grado. Podemos tomar otro cortadillo de agua de la cu­beta; pero ya no podrá ser el mismo que antes después de mezclado con los restantes. Cada cortadillo que desde entonces extraigamos de la cubeta contendrá indicios del color u olor puesto en el agua de cada cortadillo vertida en la cubeta. De esta suerte, las cualidades adquiridas por la experien­cia de un solo león llegarán a ser colectiva propiedad de todos los leones que en adelante nazcan del alma grupal, aunque en grado inferior al que tenían en el león que las desenvolvió. Así se explican los instintos heredados. Tal es la razón de que el pato recién salido del huevo se zam­bulla inmediatamente en el agua sin que nadie le haya enseñado a nadar; de que el polluelo tiemble ante la sombra de un halcón; de que el ave artificialmente in­cubada sin haber visto jamás un nido, los fabrique há­bilmente según la costumbre de su especie. Descendiendo en la escala zoológica vemos que una misma alma grupal provee a un enorme número de cuerpos, a innumerables millones en el caso de los di­minutos invertebrados; pero según ascendemos en la escala zoológica, el número de cuerpos pertenecientes a una misma alma grupal es cada vez menor y por lo tanto mayores las diferencias entre los individuos. Así se van unificando las almas grupales. Volvien­do al símil de la cubeta, tenemos que según vayamos vertiendo cortadillo tras cortadillo de agua coloreada, la de la cubeta adquirirá cada vez mayor intensidad cromática. Supongamos ahora que por imperceptibles grada­ciones se formara en mitad de la cubeta una película vertical que endureciéndose se convirtiera en tabique de separación, de modo que hubiese mitad derecha y mitad izquierda de la cubeta y cada cortadilla tomado de una mitad se volviese a verter en la misma mitad. Resultarán entonces de diferente tonalidad ambas mitades, como si realmente hubiese dos cubetas. Cuando un alma grupal llega a la etapa representada por este símil, se divide en dos, del mismo modo que una cédula se divide por escisión. Así es que según va aumentando la experiencia, las almas grupales son más pequeñas, pero más nume­rosas, hasta llegar al hombre cuya alma ya no vuelve a grupo alguno sino que permanece perpetuamente separada. Una de las oleadas de vida vitaliza a todo un reino; pero no todas las almas grupales de aquella oleada han de pasar por todos los peldaños de dicho reino, desde el inferior al superior. Si un alma grupal animó en el reino vegetal a los árboles forestales, al pa­sar al reino animal prescindirá de las formas inferiores de invertebrados, peces, reptiles y aves, para animar desde luego las formas inferiores de mamíferos. Los invertebrados y peces y reptiles del reino zoológico re­cibirán vitalidad del alma grupal que hubiese animado las inferiores formas vegetales. Análogamente, el alma grupal que haya llegado al nivel superior del reino animal, no se individualizará en hombres salvajes, sino en los de alguna cultura, pues los salvajes reciben la vitalidad de las almas grupales que animaron formas animales de más bajo nivel. Cualquiera que sea la etapa de evolución de las almas grupales se distribuyen en siete grandes tipos, correspondientes a cada uno de los siete ministros por cuyo conducto las efunde la Deidad. Estos tipos se distinguen claramente en cada reino y las sucesivas formas que respectivamente animan constituyen una enlazada serie de elementales, mine­rales, vegetales y animales cuyas almas grupales son de un mismo tipo sin divergir hacia ninguno de los otros seis. Desde, este punto de vista no se han enumerado todavía los minerales, vegetales y animales; pero lo cierto es que la vida que anima un mineral de deter­minado tipo, nunca vivificará a un mineral de dife­rente tipo, aunque varíe dentro de su propio tipo. Al pasar al reino vegetal y después al animal, habitará en vegetales y animales de aquel mismo tipo y no de otro; y cuando llegue al reino humano se individualizará en hombres también del mismo tipo. La individualización consiste en que el alma de un animal asciende a un nivel mucho más alto del en que se halla un alma grupal, de modo que ya no puede restituirse a ella. Pero esto no ocurre en cualquier ani­mal, sino tan sólo en aquellos cuyo cerebro está vigo­rizado hasta cierto punto y el método a propósito para alcanzar esta vigorización es poner al animal en directo contacto con el hombre. Por lo tanto, únicamente pue­den individualizarse ciertas especies de animales do­mésticos, pertenecientes a cada uno de los siete tipos anímicos, representados por el perro, el gato, el ele­fante, el mono, el caballo, etc. Los animales salvajes pueden ordenarse en diversas líneas conducentes a los domésticos, como por ejemplo la zorra y el lobo, que son de la misma estirpe que el perro; el león, tigre y leopardo, que culminan en el gato doméstico. Así te­nemos que el alma grupal correspondiente a los cien leones anteriormente aludidos, pudo en una posterior etapa de su evolución subdividirse en cinco almas gru­pales que animaran a veinte gatos. La oleada de vida actúa durante larguísimo tiempo en cada reino. Actualmente nos hallamos en un poco más de la mitad de uno de estos período o eones y en consecuencia las circunstancias no son favorables para las individualizaciones, que normalmente sólo ocurren al fin de cada período, aunque hay casos muy raros en que antes de dicho término se individualiza un animal, por estar muchísimo más adelantado que la mayoría de los de su especie, siendo necesario para ello la íntima compañía del hombre.
Si se trata cariñosamente a un animal cobra mucho afecto a su dueño y al propio tiempo acrecienta su inteligencia con el esfuerzo de adivinarle los deseos. Además, las emociones y pensa­mientos del dueño influyen constantemente en los del animal y propenden a elevarlo intelectual y emocio­nalmente a mayor nivel. En favorables circunstancias este progreso puede conducir al animal a un punto en que transcienda el contacto con el grupo a que pertenecía, de suerte que su fragmento de alma colectiva sea capaz de responder a la efusión dimanante del Primer Aspecto de la Deidad.
Porque esta tercera efusión u oleada de vida no es como las otras un impetuoso flujo que afecta simultáneamente a millares o millones de formas, sino que se infunde aisladamente en la forma capaz de recibirla. La tercera oleada de vida ha descendido ya hasta el mundo intuicional, pero el alma del animal ha de as­cender a dicho nivel al propio tiempo que la oleada desciende y ambas se encuentran en el mundo men­tal, donde queda convertida el alma en ego o permanente individualidad hasta que prosiguiendo su evolu­ción vuelva a la divina unidad de donde procedió.
Para constituir el ego, el fragmento del alma co­lectiva que hasta entonces fue la vitalizadora energía, se convierte a su vez en vehículo animado por la chispa divina llegada de lo alto. Puede decirse que esta chispa estuvo cobijando desde el mundo monádico al alma grupo durante todo el transcurso de su evolución, pero sin poderse unir a ella hasta que los fragmentos del alma grupal están lo bastante evolucionados para permitir la unión. La diferencia entre el animal más superior y el hombre más ínfimo consiste en la separación del resto del alma colectiva para constituir un ego individual.


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