UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
7
REENCARNACION
La vida del ego
en su propio mundo, tan gloriosa y completamente satisfactoria para el hombre
evolucionado, no tiene apenas importancia para el hombre ordinario, porque
todavía no alcanzó el grado de adelanto que requiere la actuación en el cuerpo
causal.
En este cuerpo se retrae el hombre, obediente a las leyes de la
naturaleza, pero entonces pierde la sensación de vida activa y su incesante
ansia por experimentarla una vez más lo encamina a otro descenso en la materia.
Tal es el plan
de evolución señalado al hombre en la presente etapa.
Ha de desenvolverse descendiendo a materia más densa y después
ascender llevando consigo el resultado de las logradas experiencias.
Por lo tanto, su verdadera vida abarca millones de años y lo que las gentes
acostumbran a llamar una vida humana no es más que un día de tan dilatada
existencia; y en realidad aún es menos que un día, pues a una vida de setenta
años en la tierra suele seguir un período veinte veces más largo de permanencia
en las superiores esferas. Cada
ser humano tiene tras sí una larga serie de vidas físicas y al hombre ordinario
le espera todavía una mucho más larga serie de ellas. Cada una de dichas vidas
es como un día pasado en la escuela. El ego se recubre con su vestidura de carne y va a la escuela
del mundo físico para aprender ciertas lecciones. Las aprende, deja de
aprenderlas o medio las aprende según sea el caso, durante el día escolar de la
vida terrena. Después se
despoja de la vestidura de carne y retorna a su propio mundo, a su nativa
patria en busca de refrigerio y descanso. En la mañana de cada nueva vida reanuda la lección en el mismo
punto en que la dejó la noche antes. Puede aprender algunas lecciones en un
día, mientras que otras le cuestan muchos días de aprendizaje. Si es alumno
aplicado y aprende prontamente lo que necesita saber, si comprende bien las
disciplinas de la escuela y se toma el trabajo de ajustar a ellas su conducta,
su vida escolar será relativamente corta y al fin de ella entrará muy bien
equipado en la verdadera vida de los mundos superiores, para la que aquélla
fue tan sólo preparación. Otros egos son alumnos torpes que tardan en aprender
las lecciones y algunos no comprenden las reglas de la escuela y las quebranta
sin cesar su ignorancia. Otros son díscolos y aunque conozcan las reglas no
pueden armonizarse desde luego con ellas. Todos éstos tienen más larga vida
escolar y con sus acciones demoran la entrada en la vida real de los mundos
superiores. En esta escuela no puede fracasar definitivamente ningún alumno.
Todos han de asistir hasta aprender la última lección. En cuanto a esto no les
queda otro recurso, pero se les deja a su arbitrio el tiempo necesario para
prepararse al examen superior. El alumno prudente echa de ver que la vida
escolar no tiene valor intrínseco, sino que tan sólo es una preparación a más
alta y gloriosa vida, se esfuerza en comprender tan por completo como le es
posible las reglas de su escuela y a ellas ajusta su conducta tan estrechamente
como puede, de modo que aproveche el tiempo en aprender cuantas lecciones
necesite.
Coopera
inteligentemente con los Instructores y emprende cuanta labor está a su
alcance a fin de cumplir la mayor edad y entrar en su reino como glorificado
ego. La Teosofía nos enseña las leyes, reglas y
normas de la vida escolar y con ello proporciona mucha ventaja a sus
estudiantes.
La primera ley
capital es la de la evolución. Todo hombre ha de llegar a ser perfecto y educir en sumo grado
las divinas posibilidades latentes en su interior, porque este desenvolvimiento
es el objeto de todo el plan de la evolución humana. La ley de evolución le
impele sin cesar hacia más levantadas empresas y si es prudente se adelantará a
sus exigencias, anticipándose al necesario curso de lecciones, porque así no
sólo evita todo antagonismo con la ley sino que obtiene el máximo auxilio de su
acción. El que se rezaga en la carrera
de la vida se ve espoleado incesantemente por la ley, de modo que le acarrea
sufrimiento resistirse a su impulso. Así el que se rezaga en el sendero de la
evolución se ve acosado e impelido por su sino, mientras que quien inteligentemente
coopera con la ley es libre de escoger el camino que ha de seguir, con tal que
vaya en ascendente progresión.
La segunda ley
capital de la evolución es la de causa y efecto. No hay efecto sin causa y toda causa ha de producir su efecto. Por lo tanto, estos dos elementos se unifican, porque al poner
uno en acción se pone necesariamente el otro. En
la naturaleza no hay lo que suelen llamarse premios y castigos, sino causas y
efectos. Tal como se ven en mecánica y química los ve el clarividente en
los problemas relativos a la evolución. La
misma ley rige en todos los mundos. En todos es el ángulo de reflexión
igual al ángulo de incidencia. En una ley mecánica que la acción y la reacción
son contrarias e iguales. En la sutilísima materia de los mundos superiores no
siempre es instantánea la reacción. A veces se dilata durante larguísimos
periodos de tiempo, pero sobreviene exacta e inevitablemente. Tan certera en su
actuación como las leyes mecánicas del mundo físico es la superior ley según
la cual el hombre que emite un buen pensamiento o ejecuta una buena acción
recibe bien en cambio y que quien emite un mal pensamiento o ejecuta una mala
acción recibe exactamente el mismo mal, pero no como premio o castigo otorgado
o infligido por una voluntad externa, sino tan sólo como lógicos y automáticos
resultados de su propia actividad. El hombre aprecia los resultados de las leyes
mecánicas del mundo físico, porque la reacción sigue casi inmediatamente y
visiblemente a la acción. Pero no advierte la reacción en los mundos superiores
porque tarda en sobrevenir y a veces no sobreviene en esta vida sino en la
futura. La acción de la ley de causa y efecto soluciona muchos problemas de la
vida ordinaria y explica el porqué de los diversos destinos de los hombres y de
las diferencias que se advierten entre ellos. Si
uno es muy inteligente para ciertas cuestiones y otro muy torpe es porque el
primero se esforzó en una vida anterior en el estudio de aquella especialidad, mientras
que el torpe la estudia por vez primera. El
genio y el niño prodigio no reciben sus dotes por capricho de Dios sino que son
el resultado de varias vidas de estudiosa aplicación. Las diversas
circunstancias que nos rodean y las cualidades que poseemos son consecuencias
de nuestras pasadas acciones. Somos lo que nosotros mismos nos hemos hecho y
nos sucede lo que merecemos por lo tanto los efectos se ajustan a las causas. Aunque esta ley natural obra automáticamente, hay
un orden de ángeles o devas encargados de administrarla, quienes si bien no
pueden alterar ni en un ápice el resultado de un pensamiento o de una acción, está en sus atribuciones apresurar o diferir
su efectividad y determinar la manera de realizarlo. Si así no fuese
tendríamos que en las primeras etapas de su evolución podría el hombre cometer
tan graves errores que no tuviera fuerzas bastantes para sufrir de una vez las
consecuencias.
El plan de Dios es conceder al hombre cierto grado de libre
albedrío y si hace buen uso de él se le aumentará progresivamente la facultad
de opción; pero si de él abusa, habrá de sufrir las consecuencias de sus malas
acciones y se verá restringido por ellas.
Según aprende el
hombre a usar bien de su libre albedrío, se le concede en mayor grado, de modo
que puede adquirir ilimitado poder para el bien, mientras que se le restringe
su poder para el mal. Le es posible progresar
cuanto quiera, pero no se le permite permanecer siempre en la ignorancia. Natural
es que en las primeras etapas de la vida salvaje, el mal prevalezca contra el
bien y si los resultados de sus malas acciones cayeran entonces de golpe sobre
el hombre estrujarían las aun débiles e incipientes facultades. Además, son de
muy diversa índole los resultados de las acciones humanas, pues mientras el de
algunas es inmediato, el de otras necesita mucho tiempo para su efectividad y
así sucede que según adelanta el hombre tiene suspendida sobre él una nube preñada
de resultados buenos o malos en espera de realización. Podemos comparar este
conjunto de expectantes efectos como una deuda contraída con la Naturaleza que
se va cancelando por partes ora alicuantas, ora alícuotas, señaladas a cada uno
de los sucesivos nacimientos. La parte asignada es el destino del hombre en
cada vida. Todo esto significa que le
corresponde cierta cantidad de penas y otra de alegrías, de sufrimientos y
goces, que inevitablemente ha de experimentar; pero queda a su completo y libre
albedrío la manera de arrostrar y hacer uso de su destino, equivalente a una
cantidad de energía que forzosamente se ha de actualizar, aun que cabe la
posibilidad de modificar su acción oponiéndole otra energía contraria como
sucede en los sistemas de fuerzas mecánicas. El resultado de las malas
acciones pasadas es de la misma índole que cualquiera otra deuda. Puede pagarse de una vez en una tremenda
catástrofe comparable a un cheque a favor del Banco de la Naturaleza, o también
puede pagarse en la divisoria moneda de menudos disgustos, contratiempos y
sinsabores. Pero lo cierto es que de un modo u otro ha de saldarse. Por lo
tanto, las condiciones de nuestra vida presente son en absoluto el resultado
de nuestras acciones en las pasadas, de lo que se infiere lógicamente que
nuestras acciones en la vida actual determinarán las condiciones de las vidas
venideras. El que se encuentra limitado en sus facultades o en adversas
circunstancias no siempre es capaz de mejorar su condición en la vida actual,
pero sí puede asegurarse en la futura la condición que escoja. Las acciones del hombre no se contraen a él mismo
sino que repercuten en quienes le rodean. A veces la repercusión es
insignificante, pero otras veces puede ser importantísima. Los resultados de poca
monta serán pequeñas partidas en nuestra cuenta con la Naturaleza; pero las
consecuencias graves serán cuenta de mayor cuantía que se habrá de saldar
directamente con el individuo en quien haya repercutido nuestra buena o mala
acción. Quien dé de comer a un mendigo
hambriento o le prodigue consuelo recibirá el resultado de su buena obra como
una participación en los colectivos beneficios de la Naturaleza; pero quien por
efecto de una buena acción cambie en redondo el rumbo de la vida de alguien,
seguramente lo encontrará en una vida futura para que le devuelva el beneficio.
Quien moleste al prójimo habrá de sufrir proporcionalmente por ello de algún
modo y en alguna parte en tiempo futuro, aunque no vuelva a encontrar jamás al
molestado; pero quien ocasiona gravísimo perjuicio a otro, le estropea la vida
o le retarda la evolución, encontrará seguramente a su víctima en alguna vida
venidera para tener oportunidad de resarcir con su abnegado servicio el daño
que le ocasionó. En resumen, las deudas menudas se satisfacen del fondo
común; las cuantiosas, se han de pagar personalmente.
Tales son los
principales factores que determinan el próximo nacimiento del hombre.
Primero actúa la
capital ley de evolución, cuya tendencia es impeler al hombre hacia la situación
que le ofrezca más favorables ocasiones de educir las facultades que
mayormente necesite. Para el
cumplimiento del plan general de evolución, la humanidad está dividida en
grandes razas, llamadas razas raíces, que
sucesivamente prevalecen y gobiernan el mundo. Una
de estas razas es la aria o indocaucásica a que hoy pertenecen los más
adelantados habitantes de la tierra. La precedió en el orden de evolución
la raza mongólica, llamada usualmente atlante
en los libros teosóficos porque floreció en un continente que estuvo donde hoy
se agitan las aguas del Atlántico. Antes de la mongólica prevaleció en el mundo
la raza negra, de cuyos descendientes
todavía existen algunos, aunque mezclados con vástagos de las razas
posteriores. De cada raza raíz
derivan varias ramas llamadas subrazas, como por ejemplo la romana y la
teutónica; y cada subraza se divide en diversos vástagos, tales como los
italianos y franceses derivados de la subraza romana y los ingleses y alemanes
de la teutónica. Esta ordenación tiene por objeto proporcionar al ego la mayor
variedad de circunstancias, condiciones y ambientes. Cada raza está especialmente adecuada para que sus individuos
eduzcan y fortalezcan una u otra de las cualidades necesarias en el transcurso
de la evolución. Cada país ofrece un número casi infinito de condiciones de
riqueza y pobreza, un dilatado campo de posibilidades o total carencia de
ellas; facilidad o dificultad para el adelanto individual. Por entre toda esta innumerable multitud de condiciones la ley
de evolución impele al hombre a que se coloque en las más convenientes a sus
necesidades en la etapa de evolución en que se halle.
Sin embargo, la obra de la ley de evolución está condicionada por la de causa
y efecto, porque las acciones
del hombre pueden haber sido tales que no merezca encontrar las mejores
ocasiones posibles de adelanto, es decir, que en su pasado pudo haber puesto en
actividad ciertas fuerzas cuyo inevitable resultado sea la limitación que le
impida aprovechar las ocasiones favorables y haya de contraerse a
posibilidades de segundo orden. Así cabe decir que si la ley de evolución obrara libremente por
sí misma, colocaría siempre al hombre en las más favorables ocasiones de
adelanto; pero está restringida y condicionada por las pasadas acciones del
hombre. Importante característica de dicha
limitación y una de las que mayormente pueden resultar en bien o en mal es la
influencia que en un ego ejerzan aquellos con quienes en el pasado contrajo
concretas relaciones de amor o de odio, de beneficio o perjuicio, es decir,
todos aquellos egos a quienes ha de encontrar de nuevo a causa de los lazos que
con ellos anudó en pretéritos tiempos. Este enlace es un factor que se ha
de tener en cuenta antes de determinar en dónde y cómo ha de renacer.
La voluntad de Dios es la evolución del hombre.
Los esfuerzos de
la Naturaleza, manifestación de Dios, propenden a proporcionar los medios más a
propósito para dicha evolución, que sin embargo está condicionada por los
merecimientos del hombre y los lazos contraídos en el pasado. Cabe suponer que cuando el hombre reencarna puede aprender en
cualquiera de cien estados las lecciones necesarias para la vida que ha de
pasar. De la mitad o aún más de dichos estados puede quedar excluido a
consecuencia de sus pasadas acciones y entre las posibilidades que le restan,
la elección puede estar determinada por la presencia en tal o cual familia o en
tal o cual vecindario de otros egos de quienes ha de recibir algún servicio o a
quienes ha de pagar una deuda de amor.
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