UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
6 (Parte 2)
DESPUES DE LA MUERTE
En el mundo
astral no siente el hombre hambre ni frío no está expuesto a enfermedades; pero muchos hay que poseídos todavía del
deseo de las cosas terrenas, se han envuelto en la red de sus propios pensamientos
y necesitan en su ignorancia quienes de ellos los libren enseñándoles a
distinguir la realidad de la ilusión en lo referente al mundo astral, porque
los más de ellos llegan a dicho mundo completamente ignorantes de sus
condiciones sin darse cuenta de que han muerto y cuando de ello se percatan,
les sobrecoge el temor de lo que les tenga reservado la suerte según coligen de
las funestas enseñanzas teológicas que recibieron en la tierra.
Todos éstos
necesitan el inteligente y cariñoso auxilio de quienes conozcan el mundo
astral y las leyes de la naturaleza. Así es que en el mundo astral no le falta
provechísima ocupación al hombre cuyos intereses durante la vida física fueron
noblemente racionales, ni tampoco se carece de relaciones de sociedad, porque los hombres de análogos gustos y aficiones se
asocian lo mismo que sucede en el mundo físico y muchos fenómenos de la
naturaleza incomprensibles en la tierra por estar ocultos tras el denso velo de
la materia física, se ofrecen abiertamente al estudio de quienes quieran
observarlos. Cada cual se forma allí gran parte de su ambiente.
Ya hablamos de
las siete subdivisiones del mundo astral y numerándolas desde lo superior y más
sutil hacia abajo, las vemos agrupadas naturalmente en tres clases:
las primera,
segunda y tercera subdivisiones forman una clase;
las cuarta,
quinta y sexta otra clase;
y la séptima o
ínfima queda aislada.
Según ya dijimos,
aunque la materia de todas las subdivisiones se interpenetra, propende a
ordenarse en obediencia a su gravedad específica, de modo que la mayor parte de
la materia perteneciente a las subdivisiones superiores se encuentra respecto
de la superficie de la tierra en un nivel mucho más elevado que la masa de la
ínfima subdivisión. De aquí que aunque un
habitante del mundo astral pueda moverse por todos sus ámbitos, propenderá a
flotar en el nivel correspondiente al peso específico de la materia más densa
que haya en su cuerpo astral. Quien no hubiere permitido el reordenamiento de
la materia astral después de la muerte podrá recorrer libremente todo el mundo
astral; pero la mayoría que así lo permiten no son igualmente libres y no
porque algo les impida ascender o descender de nivel, sino porque tan sólo
pueden percibir distintamente una parte de dicho mundo.
Ya dijimos algo
acerca del destino del hombre situado en el ínfimo nivel y preso en una recia
concha de grosera materia. A causa de la
relativamente extrema densidad de dicha materia no es tan consciente de su
propia subdivisión como el que está en cualquier otro nivel. El peso
específico de su cuerpo astral lo sume bajo la superficie de la tierra cuya
materia física no pueden percibir sus
sentidos astrales y queda naturalmente atraído hacia la grosera materia astral
que constituye la contraparte de la tierra sólida. Por lo tanto, el hombre que
se confina a esta ínfima subdivisión flota en tinieblas, muy separado de otros
muertos cuya vida fue tal, que se hallan en superior nivel.
Las subdivisiones
cuarta, quinta y sexta del mundo astral son la residencia de la mayor parte de
sus habitantes y tienen por trasfondo la contraparte astral del mundo físico
con todos sus familiares accesorios. La vida en la sexta subdivisión es la
misma que la terrestre, excepto el cuerpo físico y sus necesidades; pero en las
quinta y cuarta subdivisiones ya no es tan material y se aparta más y más de
nuestro bajo mundo y de sus intereses.
Aunque las
subdivisiones primera, segunda y tercera ocupan el mismo espacio, dan la
impresión de estar mucho más lejanas del mundo físico y de ser mucho menos
materiales. Los habitantes de estas subdivisiones pierden de vista la tierra y
sus pertenencias. Por lo general se hallan muy ensimismados y forman en gran
parte su propio ambiente, aunque son lo bastante objetivos para que los
perciban los demás habitantes de su nivel y también los clarividentes.
Esta región del
mundo astral es la tierra de verano a que se refieren los espiritistas, el
mundo donde por la actividad de su mente ponen los muertos en temporánea
existencia casas, escuelas y ciudades, que si fantásticas desde nuestro punto
de vista, son para ellos tan reales como para nosotros las casas, los templos y
demás edificios de piedra; y muchas gentes viven allí satisfechas durante
largos años en medio de aquellas creaciones mentales. Bellísimos son algunos de
los paisajes de tal modo creados, pues contienen encantadores lagos, ingentes
montañas y amenos jardines, muy superiores a todo cuanto existe en el mundo
físico, aunque por otra parte también contiene mucho de lo que ridículo le
parece al clarividente que sabe ver las cosas tal cuales son, como por ejemplo,
las formas mentales creadas por el esfuerzo de los ignorantes para representar
los simbolismos de sus doctrinas religiosas. Así un tosco aldeano construye la
forma mental de un monstruo de mil ojos o de un mar de cristal entremezclado
con fuego, las son naturalmente grotescas aunque para su autor resulten
completamente satisfactorias. Esta región del mundo astral está repleta de figuras
y paisajes creados por el pensamiento. Los individuos de todas las religiones
forjan allí las imágenes de sus dioses y plasman sus conceptos del paraíso, gozándose
sumamente entre aquellas imaginadas representaciones hasta que pasan al mundo
mental y se ponen en contacto con algo más cercano a la realidad. Todo el que
ha consentido en el instintivo reordenamiento de su cuerpo astral, o sean las
gentes vulgares, han de ir pasando sucesivamente por todas las subdivisiones
del mundo astral, aunque no todos serán conscientes en todas ellas. El hombre de ordinaria honradez tiene en su cuerpo astral muy
poca materia de la ínfima subdivisión, que no basta en modo alguno para formar
la compacta y recia envoltura, pues si bien la reordenación coloca en la periferia
la materia más densa, esta materia es en el hombre ordinario de la sexta
subdivisión con muy poco de la séptima y por lo tanto su ambiente es la
contraparte del mundo físico.
El ego se va
concentrando continuamente en sí mismo y a medida que se concentra, elimina de
su cuerpo astral la materia de una tras otra subdivisión. Por lo tanto,
la permanencia del hombre en cualquiera subdivisión del mundo astral depende de
la cantidad de materia que perteneciente a dicha subdivisión haya en su cuerpo
astral y aquella cantidad dependerá a su vez de la conducta que hubiere seguido
en la vida terrena, de la índole de sus deseos, emociones y sentimientos y de
la clase de materia que de esta suerte se haya atraído y asimilado.
Cuando el hombre
vulgar se halla en la sexta subdivisión, planeando todavía por los lugares y
cerca de las gentes con quienes más estrechamente se relacionó en la tierra, nota que según pasa el tiempo se debilitan poco a
poco los espectáculos terrenos y van perdiendo su importancia, al paso que de
cada vez más propende a formar su ambiente de conformidad con sus más
persistentes pensamientos.
Al llegar a la
tercera subdivisión, advierte en ella plenamente las realidades del mundo
astral.
La segunda
subdivisión es algo menos material que la tercera, porque así como ésta es la
tierra de verano de los espiritistas, aquélla es el cielo material de los más
ignorantes ortodoxos,
mientras que la
primera subdivisión o superior nivel del mundo astral es la peculiar mansión de
quienes en vida se dedicaron a empresas materiales, pero de índole intelectual,
no con propósito de beneficiar a la humanidad sino por motivos de ambición
egoísta o con propósito de ejercicio intelectual.
Todos estos
individuos son completamente dichosos y más tarde llegarán a una etapa en que
puedan apreciar algo muy superior y lo encontrarán dispuesto para ellos. En la vida astral propenden a juntarse los egos de
la misma nacionalidad y comunes intereses, lo mismo que sucede en la tierra.
Por ejemplo, las gentes
religiosas que se imaginan un cielo material, no se mezclan con las de otras
religiones que tengan distinto concepto de los goces celestes. Nada le impide
a un cristiano de internarse en el cielo del hinduista o del musulmán, pero no
lo intentará siquiera porque su interés e inclinaciones le llevan al cielo de
su propia fe en compañía de sus correligionarios. Sin embargo, no es tal en
modo alguno el verdadero cielo que describen todas las religiones, sino una su
grosera y material desnaturalización. Ya veremos cuál es el verdadero cielo al considerar el mundo
mental. Quien no ha consentido el reordenamiento de la materia de su cuerpo
astral puede recorrer libremente todo este mundo y examinarlo a su placer en
vez de quedar confinado a una sola parte. No lo encuentra inconvenientemente
henchido, porque es mucho más extenso que la superficie del globo terrestre, mientras que
su población es algo menor, porque el término medio de la vida de la humanidad
en el mundo astral es menor que en el físico.
Sin embargo, no sólo los muertos habitan en el mundo astral,
sino que siempre hay una tercera parte de vivientes que dejan durante el sueño
su cuerpo físico. También hay en el mundo astral cierto número de habitantes no
humanos, algunos de ellos muy inferiores al hombre y otros considerablemente
superiores.
Los espíritus de
la naturaleza constituyen numerosísimo reino, de cuyos miembros existen
algunos en el mundo astral y forman gran parte de su población. También habitan
individuos de este vasto reino en el mundo físico, porque muchas de sus clases
llevan cuerpos etéreos y están en el punto inmediatamente inferior al normal
alcance de la vista física. Así es que en ciertas circunstancias suele ocurrir
que son visibles y en comarcas montañosas y solitarias la aparición de estos seres
es tradicional entre los campesinos, quienes los llaman hadas, duendes,
trasgos y ondinas. Aunque son proteicos, prefieren presentarse en forma de
homúnculos o feminúnculas y por no haberse individualizado se les puede
considerar casi como animales etéreos o astrales; pero muchos de ellos son tan
inteligentes como el promedio de la humanidad y tienen sus razas y naciones
como nosotros las tenemos, si bien se clasifican
en cuatro tipos principales que son: los espíritus de la tierra, del agua, del
fuego y del aire. En el mundo astral sólo
residen espíritus del aire, pero en tan prodigioso número que se les encuentra
en todas las subdivisiones.
Asimismo tiene
representación en el mundo astral el multinúmero reino de los ángeles llamados
devas en la India. Son seres mucho más evolucionados que el hombre y sólo
habitan en el mundo astral los pertenecientes a la hueste inferior, cuyo
estado de evolución es casi el mismo que en el que se hallan los que podríamos
llamar hombres bondadosos. Pero los seres humanos no son los únicos ni siquiera los
principales pobladores de nuestro sistema solar. Hay otras líneas de evolución paralelas a la nuestra, cuyos
seres no pasan por la forma humana aunque sí por un nivel análogo al de la
humanidad. A una de estas otras líneas de evolución pertenecen los espíritus de
la naturaleza anteriormente descritos y en muy alto nivel de dicha línea se
halla el gran reino de los ángeles, quienes en nuestro actual estado de
evolución rara vez se ponen en contacto con nosotros; pero según adelantemos
seremos capaces de familiarizarnos con ellos.
Cuando se consumen las
siniestras emociones del hombre, esto es, las entremezcladas con egoístas pensamientos,
termina la vida astral y el ego pasa al mundo mental.
Pero este paso no supone translación alguna en el espacio, sino
que el impulso natural del ego ha transpuesto ya la materia sutilísima de la
primera subdivisión astral y su conciencia se concentra en el mundo mental.
El cuerpo astral
no se ha desintegrado todavía aunque está en proceso de desintegración y el ego
lo desecha como en un período anterior de su evolución desechó el cuerpo
físico. Sin embargo, entre los cadáveres astral y físico hay una
diferencia que conviene advertir por las consecuencias que de ella se derivan.
Cuando el hombre deja su cuerpo físico, la separación ha de ser completa como
generalmente lo es; pero no ocurre lo mismo con la mucho más sutil materia del
cuerpo astral. El hombre que durante la vida física se identificó con sus
pasionales deseos, se asimila tanta materia astral que el impulso del ego no
basta a desasimilarla por completo. Por consiguiente, al trascender el cuerpo
astral y transferir sus actividades al mental, deja algo de sí mismo
aprisionado en la materia del cuerpo astral, que de esta suerte conserva cierta
vitalidad y puede moverse libremente por el mundo astral, de modo que los
ignorantes arriesgan confundirlo con la verdadera entidad, sobre todo teniendo
en cuenta que la porción de conciencia remanente en el cadáver astral es del
ego y por lo tanto, se considera como tal ego, cuyos recuerdos conserva aunque
sólo parcial e inexactamente. A veces se presenta en las sesiones espiritistas una entidad de
esta índole y quienes conocieron y trataron en la vida física a la verdadera,
se extrañan que haya venido tan a menos después de la muerte. A esta fragmentaria entidad se le llama
ectoplasma. Posteriormente, se desvanece dicho fragmento de conciencia sin
restituirse al ego a quien originariamente pertenecía y el cadáver astral
subsiste todavía, aunque sin vestigio alguno de vida. En tal estado se le llama cascarón. Por sí mismo no
puede el cascarón aparecerse en las sesiones espiritistas ni ejercer actividad
de ningún linaje; pero pueden apoderarse juguetonamente de él los espíritus de
la naturaleza y utilizarlos para temporánea residencia; y en este caso sí
puede comunicarse mediumnímicamente simulando la personalidad del ego a que un
tiempo perteneció, pues el espíritu de la naturaleza que de él se vale evoca y
reproduce algunas de las características y recuerdos de aquella personalidad.
Durante el sueño
se concentra el hombre en su cuerpo astral y se aparta del físico; pero al
morir se lleva de momento consigo la parte etérea del cuerpo físico y mientras
desecha esta parte queda inconsciente, porque el doble etéreo
no es un vehículo ni puede utilizarse como tal; y así mientras en él está
envuelto no es capaz el hombre de actuar en el mundo físico ni en el astral.
Hay quienes en pocos momentos se libran de la envoltura etérea, al paso que
otros tardan horas, días y aun semanas. Sin embargo, tampoco es todo hombre
consciente en el mundo astral desde el momento en que se libra de la envoltura
etérea, porque si hay en él gran cantidad de materia astral densa, se forma en
su alrededor una costra, sin que le sea posible utilizar dicha clase de
materia. Si su vida física no fue del todo mala, poca costumbre tendrá de
utilizar la materia astral densa o de responder a sus vibraciones, por lo que
permanecerá inconsciente hasta que dicha materia se desasimile y llegue a la
superficie la clase de materia que esté acostumbrado a utilizar. Sin embargo,
semejante oclusión nunca es completa, pues aun cuando la costra sea muy
compacta, siempre se abre paso hacia la periferia alguna partícula de sutil materia
astral y le da al hombre pasajeros vislumbres de su ambiente. Hay quienes tan
desesperadamente se aferran a la vida física, que en vez de desprenderse del
doble etéreo procuran con todas sus fuerzas retenerlo y algunos lo logran
durante mucho tiempo, aunque a costa de penosos sufrimientos, pues están
incomunicados con los mundos físico y astral y envueltos en una espesa niebla
gris a cuyo través columbran vaga e incoloramente las cosas del mundo físico.
Muy terrible lucha les cuesta mantenerse en tan desdichada situación y sin
embargo no quieren desprenderse del doble etéreo porque les parece una especie
de enlace con el único mundo que conocen. Así es que vagan solitarios y
miserables hasta que de pura fatiga se desprenden del doble etéreo y pasan a la
relativa felicidad de la vida astral.
A veces se
agarran desesperadamente a cuerpos ajenos e intentan introducirse en ellos,
logrando en ocasiones su intento. Pueden apoderarse de un cuerpo infantil,
después de expulsar a la débil entidad para quien estaba destinado y también
suelen posesionarse del de un animal.
Todas estas
perturbaciones provienen de la ignorancia y nunca le sobrevienen a quien
comprende las leyes de la vida y de la muerte. Al fin de la vida
astral, el hombre muere a su vez en este mundo y nace en el mental; pero no le
ocurre lo que al experto clarividente, quien lo recorre todo y vive en él lo
mismo que en los mundos físico y astral. El hombre ordinario ha estado circuido durante toda su vida
terrena de una congerie de formas mentales, algunas de ellas transitorias y de
largo tiempo desvanecidas; pero las que representan los capitales intereses de
su vida le acompañan siempre y de más en más se intensifican. Si algunas de
éstas fueron egoístas, se difundió su energía por la materia astral hasta
consumirse durante la vida en este mundo. Pero
las enteramente inegoístas son peculiares de su cuerpo mental y cuando pasa al
mundo mental sólo es capaz de apreciarlo por medio de las puras formas mentales.
El cuerpo mental del hombre no está entonces completamente desarrollado, pues
sólo actúan en toda plenitud las partes que utilizó inegoístamente.
Al despertar
después de la segunda muerte, su primer sentimiento es de indescriptible dicha
y vitalidad, de tan intensa alegría de vivir que de momento no anhela otra
cosa que vivir. Esta dicha es la esencia de la vida en todos los mundos
superiores del sistema y aun la misma vida astral tiene mucho mayores
posibilidades de dicha que cuanto conocemos en el mundo físico; pero la vida
celeste en el mundo mental es incomparablemente más dichosa que la vida
astral. La misma gradación se experimenta en cada mundo superior, pues la vida
en cualquiera de ellos parece el pináculo de la felicidad y sin embargo es
mucho más feliz en el mundo inmediatamente superior.
A medida que
aumenta la felicidad, se acrecienta la sabiduría y es mucho más amplia la
visión. Se enfrasca el hombre en los menesteres de la vida física y se figura
que es muy laborioso y entendido; pero cuando pasa a la vida astral, advierte
que en la tierra no fue más que una oruga que sólo veía la hoja por donde
rastreaba, mientras que allí despliega alas de mariposa y vuela por el
esplendoroso espacio de un mundo mejor. Sin
embargo, por imposible que parezca, la misma experiencia se repite al pasar al
mundo mental, donde a su vez es la vida incomparablemente más amplia e intensa
que en el astral. No obstante, todavía hay más allá la vida del mundo
intuicional que es respecto de la del mental lo que la luz del sol, comparada
con la de la luna.
La situación del hombre en el mundo mental difiere muchísimo de
la que tuvo en el astral, donde usaba un cuerpo a que estaba completamente
habituado, pues de él se servía cada noche durante el sueño.
Pero en el mundo mental vive en un vehículo que no ha usado
hasta entonces, que no está del todo desarrollado y por lo tanto le impide ver
gran parte de su ambiente. La naturaleza inferior de su personalidad se consumió
durante la vida astral y ahora sólo le quedan los altos y puros pensamientos,
las nobles e inegoístas aspiraciones que tuvo en la vida terrena y que le
envuelven a manera de concha por cuyo medio es capaz de responder a
determinadas vibraciones de aquella sutilísima materia.
Los pensamientos
que lo envuelven son las fuerzas absorbentes de la riqueza del mundo celeste y
echa de ver que este mundo es inagotable venero del que puede extraer cuanto
alcance la potencia de sus pensamientos y aspiraciones; porque en el mundo
mental, la infinita plenitud de la Mente divina está abierta con ilimitada abundancia
a todas las almas en la justa proporción de sus merecimientos para recibirla. Quien ya ha completado su evolución humana y
edujo de su interior el germen divino, goza plenamente del esplendor del mundo
mental; pero como ninguno de nosotros ha llegado todavía a tal punto, sino que
estamos ascendiendo gradualmente a tan espléndida consumación, resulta que no
podemos disfrutar por completo del mundo mental. Pero cada uno obtiene y
conoce de dicho mundo tanto cuanto para obtenerlo y conocerlo se haya preparado
con sus anteriores esfuerzos. A diferentes individuos corresponden
diferentes capacidades; y según dicen los orientales cada cual tiene su vaso
grande o pequeño, pero todos han de llenarse hasta colmar su medida, porque el
mar de la felicidad contiene muchísima más de la necesaria para todos. El hombre sólo
puede contemplar la gloria y hermosura del mundo mental por las ventanas que
él mismo se haya construido. Cada forma mental es una de estas ventanas por la
cual recibe respuesta de las fuerzas externas. Si durante su vida terrena se
interesó principalmente por las cosas del mundo físico, pocas ventanas se habrá
construido para contemplar por ellas las bellezas del mundo mental. Sin embargo,
todo el que esté en un nivel superior al del salvaje debe haber tenido algún
toque de sentimiento puramente inegoísta, aunque no haya sido más que una sola
vez en su vida y dicho sentimiento será su ventana en el mundo mental. El hombre ordinario no es capaz de mucha
actividad en este mundo, pues su condición en él es principalmente receptiva
y muy limitada su visión allende su costra de pensamientos. Está rodeada de
fuerzas vivas, es decir de los potentes ángeles que habitan en tan esplendoroso
mundo y muchas de sus jerarquías son muy sensibles a ciertas aspiraciones del
hombre y responden a ellas fácilmente. Pero sólo es posible aprovechar el
auxilio angélico, previa preparación al efecto, porque sus aspiraciones y
pensamientos están ya orientados en determinada dirección y no es posible
darles de repente nuevo rumbo. Los pensamientos elevados pueden seguir muchas
direcciones, unas personales y otras impersonales. Entre estas últimas se cuentan el arte, la música y la filosofía y
quien se interese en cualquiera de estas actividades, encontrará ilimitadas
enseñanzas e infinito goce, de conformidad con su poder de recepción. También
hay quienes cuyos elevados pensamientos se contraen al amor y la devoción. Si
un hombre ama a otro profundamente o si tiene intensa devoción a una deidad
personal, forja una imagen del amado o de la deidad y la tiene a menudo
presente en su mente, llevándosela consigo al mundo celeste, porque a este
nivel pertenece por naturaleza la imagen.
Consideremos
primero el caso del amor. Esta emoción, que forma y retiene la antedicha
imagen, es una muy poderosa energía, lo bastante intensa para llegar hasta el
ego amado en la parte superior del mundo mental, pues el amor recae sobre el
ego, el verdadero hombre a quien el otro ama y no al cuerpo físico que es su
tan parcial representación. El ego amado siente la vibración amorosa y
respondiendo anhelosamente a ella se infunde en la forma mental de él forjada y
por lo tanto el amado y el amador se encuentran juntos mucho más vívidamente
que nunca. No altera este resultado la circunstancia de que el amado esté vivo
o muerto, pues el sentimiento amoroso no se dirige a la porción de ego
aprisionado en un cuerpo físico, sino el verdadero hombre, al ego en su propio
mundo, que siempre responde. Quien por
ejemplo tenga cien seres queridos podrá responder completa y simultáneamente al
afecto de cada uno de ellos, porque por numerosas que sean las imágenes
mentales que de él se forjen en un nivel inferior no podrán consumir la
inagotable energía del ego. Así es que todo hombre tiene a su alrededor durante
la vida celeste a los parientes y amigos de su mayor predilección, quienes
estarán siempre dispuestos a acompañarlo, porque les forja las imágenes
mentales en que manifestarse con todos los visos de la realidad.
En nuestro
limitado mundo físico estamos tan acostumbrados a considerar a quienes amamos
en su escueta forma corporal, que de momento nos es difícil comprender la
magnitud del antedicho concepto; pero una vez comprendido nos convenceremos de
cuán más cerca que en la vida terrena estamos de ellos en la celeste. Lo mismo
ocurre en el caso de la devoción. En el mundo celeste se halla el hombre dos
etapas más próximo al objeto de su devoción que lo estaba durante la vida
terrena y así sus experiencias son más vívidas y mucho más transcendentales.
En el mundo
mental, como en el astral, hay siete subdivisiones.
La primera,
segunda y tercera son la morada del ego en su cuerpo causal;
pero el cuerpo
mental contiene únicamente materia de las otras cuatro subdivisiones y por lo
tanto en éstas transcurre su vida celeste.
Sin embargo, el hombre no va pasando de una a otra de estas
subdivisiones como en el caso del mundo astral, porque su cuerpo mental no
experimenta reordenamiento, sino que el ego se sitúa en la subdivisión
correspondiente a su grado de adelanto y allí pasa toda su vida celeste. Cada cual
establece sus propias condiciones que son tan diferentes como individuos.
En términos
generales cabe decir que la característica predominante en la subdivisión
inferior es el inegoísta afecto de familia, e inegoísta ha de ser, pues de lo
contrario no tendrían allí lugar adecuado, porque todo matiz egoísta se
desvanece en el mundo astral.
La característica
peculiar de la sexta división es el sentimiento religioso de índole
antropomórfica,
mientras que en
la quinta es la devoción manifestada en vivas obras.
Las quinta, sexta
y séptima subdivisiones se relacionan con la devoción personal concentrada en
los parientes y amigos o en una deidad personal,
mientras que la
desinteresada e impersonal devoción a la humanidad tiene su lugar en la cuarta
subdivisión, cuyas actividades son muy variadas y pueden dividirse en cuatro
clases principales:
1.
La
inegoísta adquisición de conocimiento espiritual.
2.
Estudios
filosóficos y científicos de orden superior.
3.
La
habilidad literaria o artística ejercida con fines inegoístas.
4.
Servicio
por el sólo anhelo de servir.
Pero también termina
esta gloriosa vida celeste y entonces se desintegra el cuerpo mental como se
desintegraron el astral y el físico y comienza la vida del ego en su cuerpo
causal.
Aquí ya no necesita el
ego ventanas, porque es su peculiar morada y se ha derrumbado toda valla.
La mayoría de los egos tienen escasa conciencia en tan excelsa
altura. Permanecen soñolientos y apenas despiertos, pero su visión es verdadera
por limitado que sea su desenvolvimiento o etapa de evolución. Sin embargo,
cada vez que vuelven al mundo causal es menor su limitación y por lo tanto
mayor es su crecimiento y más amplia y plena su verdadera vida.
Según prosigue
el ego adelantando, es más larga, la vida causal en proporción de la existencia
en los mundos inferiores. A medida que el ego progresa no sólo es capaz de
recibir sino también de dar.
Entonces se acerca a su
triunfo, porque aprende la lección del Cristo, el glorioso coronamiento del
sacrificio, la suprema delicia de entregar su vida entera en beneficio de los
hombres sus hermanos, la devoción del Yo a todos los seres, el célico
esfuerzo en servicio de la humanidad y el empleo de las espléndidas fuerzas
celestes en auxilio de los militantes hijos de la tierra. Tal es la vida que
nos aguarda. Tales son los peldaños que aun quienes estamos al pie de la áurea
escala podemos ver y representar a los que todavía no los han visto, a fin de
que también abran los ojos ante el inimaginable esplendor que los circuye aun
ahora mismo en esta sombría vida cotidiana.
Tal es una parte
del Evangelio de la Teosofía: la certidumbre de este
sublime porvenir para todos los seres. Es seguro porque ya está a nuestro
alcance y para lograrlo no hemos de hacer más que predisponernos al logro.
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