UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
5
CONSTITUCION DEL HOMBRE
El hombre es en
esencia una chispa del Fuego divino, perteneciente al mundo monádico. A esta
chispa, que reside continuamente en el mundo monádico, le llamamos mónada. Para los fines
de la evolución humana, la mónada se manifiesta en los mundos inferiores.
La señora Annie
Besant, presidente de la Sociedad Teosófica, ha expuesto una nueva nomenclatura en que se denominan mundos los que antes se llamaban planos, cuyos nombres han cambiado también según vemos en los
siguientes cuadros comparativos. “Las nuevas denominaciones substituyen a las
que se dieron en el volumen 2 de La Vida Interna”.
Nuevas denominaciones Antiguas
denominaciones
1. Mundo divino. 1. Plano Adico.
2. Monadico. 2. Anupadaka.
3. Espiritual. 3. Atmico o nirvánico.
4. Intuicional. 4. Búdico.
5. Mental. 5. Mental.
6. Emocional. 6. Astral.
7. Físico. 7. Físico.
Cuando del mundo
monádico desciende al espiritual, se manifiesta como trino espíritu, con tres aspectos,
análogamente a los Tres Aspectos de la Deidad en mundos infinitamente
superiores.
Uno de los tres
aspectos de la mónada permanece siempre en el mundo espiritual y le llamamos
espíritu humano.
El segundo
aspecto se manifiesta en el mundo intuicional y le llamamos intuición. El tercer
aspecto se manifiesta en el mundo mental Superior y se le da el nombre de inteligencia.
Estos tres aspectos constituyen conjuntamente el ego que anima
el fragmento del alma grupal.
Así tenemos que
si bien el hombre es en realidad una mónada residente en el mundo monádico, se
manifiesta como ego en el mundo mental superior, con los tres aspectos de
espíritu, intuición e inteligencia, por medio del vehículo de materia mental
superior a que llamamos cuerpo causal.
El ego es el verdadero individuo durante todo el transcurso de
la evolución humana, e ideológicamente es lo que más se aproxima al ordinario
concepto anticientífico de alma. Salvo en lo que atañe a su adelanto
permanente inmutable desde él momento de la individualización hasta que
trascendida la humanidad se sumerge en la divinidad.
No le afectan lo que llamamos nacimiento y muerte; y lo que
comúnmente se considera como su vida sólo es un día de su verdadera vida.
El cuerpo que
vemos y que nace y muere es una vestidura que asume para cumplir una parte de
su evolución.
Pero este cuerpo no es el único de que se reviste, porque antes,
mientras está en el mundo mental superior, debe establecer un enlace con el
mundo físico por medio de los mundos mental inferior y astral Cuando el ego ha
de descender se reviste de un velo de materia mental inferior, a que llamamos
cuerpo mental y es el instrumento de que se vale para expresar concretamente
sus pensamientos, pues los abstractos son propios del ego en el mundo mental
superior. Después se reviste de un velo de materia astral a que llamamos cuerpo
astral y es el instrumento de sus pasiones y emociones, así como en conjunción
con la parte inferior del cuerpo mental lo es también de todo pensamiento
entreverado de egoístas y personales sentimientos. Tan sólo después de haberse
revestido de dichos dos cuerpos mental y astral está en disposición de asumir
un infantil cuerpo humano y nacer en el mundo que todos conocemos. Durante su
vida terrena educe y vigoriza ciertas cualidades como resultado de sus
experiencias.
Al término de
esta vida, cuando ya está gastado el cuerpo físico, invierte el ego el
procedimiento que empleó al descender y va dejando uno tras otro los
temporáneos vehículos que fue asumiendo en el descenso. Primero se despoja del
cuerpo físico y continúa viviendo en el mundo astral con su cuerpo astral. La
permanencia del ego en el mundo astral depende de la cantidad de pasiones y
emociones que alimentó en su vida terrena. Si fueron muchas y vehementes, el
cuerpo astral será muy robusto y durará largo tiempo; pero si fueron pocas,
tendrá el cuerpo astral menos vitalidad, y el ego podrá desecharlo más pronto.
Una vez desechado, continúa viviendo el ego en su cuerpo mental cuya
consistencia depende de la Índole de pensamientos que le fueron habituales
durante la vida terrena y por lo general es muy larga su permanencia en este
mundo. Por fin desecha también el cuerpo mental y vuelve a ser una vez más el
ego en su propio mundo.
A causa de su
escaso desenvolvimiento no es del todo consciente en este mundo, cuya materia
vibra demasiado rápidamente para afectarlo, de la propia suerte que las
vibraciones de la luz ultraviolada son demasiado rápidas para impresionar
nuestra retina. Tras un período de descanso en el mundo mental superior,
experimenta el ego nuevos deseos de descender a un nivel cuyas vibraciones
pueda percibir y se reconozca plenamente vivo, por lo que repite el procedimiento
de descenso a la materia densa y vuelve a tomar cuerpo mental, astral y físico. Como quiera que
los cuerpos o vehículos de la otra vez se fueron desintegrando sucesivamente,
los que ahora asume le resultan enteramente distintos y así es que durante la
vida física no recuerda las otras análogas que la precedieron. Cuando el ego
actúa en el mundo físico, la memoria funciona por medio del cuerpo mental
inferior; pero como este cuerpo es nuevo y distinto en cada nacimiento no
puede recordar anteriores nacimientos en que para nada intervino. El ego recuerda todas sus vidas pasadas cuando se halla en su
propio mundo; y a veces se filtran reminiscencias o influencias de ellas a
través de los vehículos inferiores.
Aunque de
ordinario no recuerde el ego durante la vida física las experiencias pasadas en
las anteriores, manifiesta las cualidades que dichas experiencias le edujeron
y vigorizaron. Por lo tanto, cada cual es lo que él mismo se hizo en las vidas
pasadas. Si fomentó buenas cualidades, también serán buenas las que manifieste;
pero si descuidó su mejoramiento y se puso en débil y mala disposición, se
encontrará precisamente en siniestras condiciones. Las buenas o malas
cualidades con que nace son las que él mismo estableció. Todo este proceso
de materialización tiene por finalidad el adelanto del ego, quien se reviste de
los expresados velos de materia porque por medio de ellos es capaz de recibir
vibraciones a las cuales pueda responder de modo que eduzcan y desenvuelvan
sus latentes cualidades. Aunque el ego
descienda de un mundo superior a los inferiores, únicamente por medio de este
descenso le es posible conocer plenamente los mundos superiores. La plena conciencia en un mundo entraña la
capacidad de responder a todas las vibraciones de tal mundo; y por lo tanto, el
hombre ordinario no tiene plena conciencia en ningún mundo, ni siquiera en el
físico, que se figura conocer. Sin embargo, le es posible desarrollar su poder
de percepción en todos los mundos y por medio del desenvolvimiento de la
conciencia hemos observado los fenómenos que estamos describiendo. El cuerpo
causal es el vehículo permanente del ego, cuyo propio plano es el mundo mental
superior. Está constituido por materia de la primera, segunda y tercera
subdivisiones del mundo mental. En las gentes vulgares sólo está en actividad la materia
correspondiente a la tercera subdivisión y según va educiendo el ego sus
latentes potencias en el transcurso de la evolución, la materia de las otras
dos subdivisiones se va vivificando, aunque únicamente en el hombre perfecto a
que llamamos adepto, está el cuerpo causal en plena actividad. Todo esto puede
observarse por clarividencia, pero sólo por un vidente que sepa usar la visión
del ego. Difícil es describir acabadamente el
cuerpo causal, porque los sentidos correspondientes a su mundo son por completo
distintos y muy superiores a los del cuerpo físico. Sin embargo, el recuerdo de la configuración del cuerpo causal según
lo vio el clarividente, lo representa como un ovoide que circunda el cuerpo
físico, en un espesor de medio metro. En el salvaje aparece como una
burbuja hueca, porque aunque en realidad está llena de materia mental
superior, es incolora y diáfana por no haberse puesto todavía en actividad. A
medida que adelanta la evolución, el cuerpo, causal se va vivificando por
efecto de las vibraciones que le llegan de los cuerpos inferiores. Pero esta
vivificación es muy lenta, porque las actividades del salvaje no son a
propósito para obtener expresión en una materia tan sutil como la del cuerpo
causal; pero cuando el hombre llega a la etapa en que es capaz de pensamientos
abstractos y de inegoístas emociones se despierta en el cuerpo causal la
posibilidad de respuesta. Entonces se matiza, y
en vez de ser una incolora burbuja se convierte en una esfera de variados y
hermosísimos colores más allá de cuanto cabe imaginar. Las vibraciones del
amor puro son de color de rosa pálido; las de la intelectualidad, amarillas;
las de la simpatía, verdes; las de la devoción, azules; y las de muy alta
espiritualidad, de azul lila. Los mismos colores ostentan los cuerpos mental inferior y
astral; pero al acercarnos al físico va gradativamente disminuyendo la
delicadeza e intensidad de los colores. En el transcurso de la evolución introduce
a veces el hombre siniestros elementos que como el orgullo, la ira y la lujuria
son incompatibles con su vida como ego. Estos elementos se manifiestan asimismo
en vibraciones, pero provienen de las inferiores subdivisiones de sus
respectivos mundos y por lo tanto no pueden en
modo alguno repercutir en el cuerpo causal, compuesto de materia de las
tres subdivisiones superiores del mundo mental. Cada subdivisión del cuerpo
astral influye enérgicamente en la correlativa subdivisión del cuerpo mental
sin que pueda influir en las demás; y así es que al cuerpo causal sólo le
afectan las vibraciones provenientes de las tres subdivisiones superiores del
cuerpo mental que siempre manifiestan buenas cualidades. La consecuencia
práctica de este hecho es que el hombre sólo puede infundir buenas cualidades
en su ego o verdadero ser. Las malas cualidades que alimenta en su naturaleza
inferior son transitorias y las ha de eliminar según adelante en su evolución
porque ya no poseerá materia capaz de expresarlas. La diferencia entre el cuerpo causal del salvaje y el del santo
consiste en que el del primero es incoloro y está inactivo, mientras que el del
segundo está en plena actividad y lleno de vivos y constantes colores.
Cuando el hombre transciende la santidad y llega a ser una gran potencia
espiritual, aumenta de tamaño su cuerpo causal porque aumenta también el número
de sus expresiones y ha de irradiar en todos sentidos poderosos rayos de vívida
luz. El cuerpo causal del adepto es de enormes dimensiones. El cuerpo mental
está constituido por materia de las cuatro subdivisiones inferiores del mundo
mental y sirve para expresar los pensamientos concretos. También en el cuerpo
mental observamos la misma policromía que en el causal, aunque menos viva y con
alguna que otra adición, como por ejemplo el
color anaranjado que manifiesta orgullo, el escarlata que denota ira, el
moreno brillante de la avaricia, el gris oscuro del egoísmo y el gris verdoso
de la falsía. Suele observarse además en el cuerpo mental una entremezcla o
combinación de colores. El amor, la
inteligencia y la devoción pueden estar teñidos de egoísmo cuyo gris moreno da
a la mezcla impuro y fangoso aspecto. Aunque las partículas del cuerpo
mental están siempre en rápido e intenso movimiento unas entre otras, tiene una
especie de indeterminada organización y su tamaño y forma dependen de los del
cuerpo causal. Se notan en su masa ciertas estrías que más o menos
irregularmente lo dividen en segmentos correspondientes a un área distinta del
cerebro físico, de modo que cada tipo de pensamiento se expresa por medio del
área cerebral a que corresponde. En el
hombre ordinario está el cuerpo mental todavía tan poco desarrollado, que hay
muchos individuos en quienes no se han puesto en actividad todos los segmentos
y el conato de pensamiento perteneciente a ellos ha de dar la vuelta en busca
de un conducto expedito que por lo inadecuado, resulta confuso e incomprensible
el pensamiento. Tal es el motivo de que unos sobresalgan en las matemáticas y
otros no puedan con ellas y al paso que algunos tienen extraordinaria aptitud
para la música, otros no aciertan a distinguir la diferencia entre dos tonos.
Toda la materia del cuerpo mental ha de circular libremente; pero
cuando fija tenazmente su pensamiento en algún objeto o asunto, entonces se
entorpece la circulación y se forma una especie de callosidad o verruga en el
cuerpo mental, cuya manifestación en el mundo físico son los prejuicios, de
modo que hasta que se deshace la verruga no le es posible al hombre pensar
rectamente ni ver claro en los asuntos, temas u objetos relacionados con aquel
segmento de cuerpo mental, pues la congestión de la materia impide el libre
paso de las vibraciones. Cuando el hombre usa una parte de su cuerpo mental no sólo
vibra entonces más rápidamente, sino que también se abulta entretanto y aumenta
de tamaño. Si el pensamiento es muy insistente, persiste el aumento de tamaño
y de aquí que pueda el hombre acrecentar en buen o mal sentido el tamaño de su
cuerpo mental.
Los buenos pensamientos
producen vibraciones de la finísima materia del cuerpo mental, los cuales por
su ligereza específica propenden a flotar en la parte superior del ovoide,
mientras que los malos pensamientos, como los de egoísmo y avaricia, son
vibraciones de la materia mental densa, que gravitan hacia la parte inferior
del ovoide.
Por lo tanto, el
hombre vulgar que se entrega con bastante frecuencia a malos pensamientos de
diversa índole, suele manchar la parte inferior de su cuerpo mental que toma la
tosca apariencia de un huevo con el extremo ancho hacia abajo. Pero el que ha
dominado estos viles pensamientos y se goza en los nobles y superiores,
ensancha la parte superior de su cuerpo mental que en consecuencia ofrece el
aspecto de un huevo con la punta hacia abajo. Del estudio de
las estrías y colores del cuerpo mental de un individuo infiere el clarividente
su carácter y lo que haya adelantado en la vida presente, así como observando
el cuerpo causal puede conocer los progresos realizados por el ego desde el punto
en que salió del reino animal cuando el hombre piensa en un objeto concreto,
como una casa, un libro, un paisaje, etc., plasma en la materia de su cuerpo
mental una tenue imagen de aquel objeto, que flota en la parte superior de
dicho cuerpo, generalmente a la altura y frente a los ojos, donde permanece
mientras sostiene el pensamiento y algún tiempo después, cuya duración depende
de la intensidad y nitidez de la contemplación mental del objeto. Tal imagen es
realmente objetiva y puede verla todo el que haya agudizado su vista mental.
Cuando una persona piensa en otra, forja un tenue retrato de
ella por el mismo procedimiento. Si el pensamiento es puramente contemplativo
sin sentimientos de amor ni odio ni deseo de ver físicamente a la persona, el
pensamiento no la afecta; pero si el pensamiento va unido a una emoción, como
por ejemplo la de amor, toma forma concreta, construida con materia del cuerpo
mental del pensante y por estar mezclado
el pensamiento con la emoción, también hay en la forma materia astral.
De ello resulta una forma astromental que brota del cuerpo en
que se engendró y se mueve por el espacio hacia la persona en quien
emotivamente se pensó. Si el pensamiento es muy vehemente salva todas las
distancias; pero el de las gentes vulgares es débil e inconsistente y no
tiene eficacia allende muy limitada área. Al llegar la forma astromental a la
persona a quien va dirigida descarga su energía en los cuerpos astral y mental
de aquélla y le comunica su misma tónica vibratoria.
Dicho esto de otra
manera, tendremos que un pensamiento de amor dirigido a otra persona entraña la
efectiva transmisión de una cantidad de materia y energía del que lo dirige y
levanta en quien recibe el pensamiento una emoción de afecto, al par que leve
pero permanentemente le acrecienta la capacidad de amar. El mismo efecto
produce en el pensante y por lo tanto es igualmente beneficioso para ambos. Todo pensamiento construye una forma.
Si va dirigido a otra persona, se mueve hacia ella. Si es señaladamente
egoísta permanece en la inmediata vecindad de quien lo emite. Si no es de una
ni de otra índole, flota durante algún tiempo en el espacio y después se
desvanece lentamente. Así es que toda persona deja tras sí por doquiera va una
estela de formas de pensamiento. Al pasar por la calle, andamos entre un mar de
pensamientos ajenos. Si alguien deja su mente ociosa por algún tiempo, la
afectan dichos pensamientos residuales de los demás, aunque por de pronto no se
dé cuenta de ello; pero uno u otro acabará por estimular su atención y apoderándose
la mente de él, lo vigorizará con su propia fuerza, lanzándolo enseguida para
que afecte a otros. Por lo tanto, un hombre no es responsable de los
pensamientos que cruzan por su mente, porque pueden ser ajenos; pero sí es responsable
de consentir en ellos, de apropiárselos, vigorizarlos y expedirlos.
Los pensamientos fijos e insistentes, de cualquier clase que
sean, cercan al pensante y la mayoría de las gentes circuyen su cuerpo mental
de una costra o concha de tales pensamientos que entenebrece la visión mental
y facilita la formación de prejuicios. Toda forma de pensamiento es una
temporánea entidad semejante a una cargada batería eléctrica en espera de
ocasión para descargar. Propende siempre a reproducir su tónica vibratoria en
el cuerpo mental a que se aferra y levantar en él un pensamiento análogo.
Si la persona a
quien va dirigida está atareada o ya ocupa en algún objeto su pensamiento, las
partículas de su cuerpo mental están ya habituadas a vibrar en determinada
tonalidad y no pueden de momento quedar afectadas desde el exterior. En este
caso, la forma mental espera la ocasión y permanece cerca de la persona hasta
que cuando ya está desocupada penetra en ella, descarga su energía y al
instante se desvanece. El pensamiento fijo obra exactamente de la misma manera
respecto de quien lo engendra y descarga en él su energía en cuanto se le
depara coyuntura. Si el pensamiento es siniestro, el que lo ha emitido lo cree
tentación del demonio, cuando en verdad él es su propio tentador.
Generalmente,
cada pensamiento definido crea una nueva forma; pero si otra forma está ya
rondando al pensante, otro pensamiento análogo o sobre el mismo asunto, en vez
de crear una nueva forma se entrefunde con la primera y la intensifica, de modo
que si el hombre piensa y cavila persistentemente sobre una misma cosa o
persona puede crear una fuerza mental de enorme fortaleza. Si el pensamiento es
siniestro, esta poderosa forma llega a tener maligna influencia que dura muchos
años con todas las circunstancias y toda la energía de una realmente viva
entidad.
Todo cuanto queda
descrito se refiere a los impremeditados pensamientos del hombre; pero es posible
crear deliberadamente una forma mental y dirigida hacia otra persona con
intención de favorecerla y auxiliarla. Tales una de las líneas de actividad que
siguen quienes desean servir al género humano. Una firme y vigorosa corriente
mental dirigida acertadamente a otra persona puede valerle de eficacísimo
auxilio. Una potente forma de pensamiento actuará como ángel custodio que a su
protegido libre de la impureza, de la ira o del temor.
Muy interesante modalidad de estos estudios es la observación de
los diferentes colores y matices que según su índole toman las formas mentales.
Los colores indican la calidad del pensamiento y están en correlación con los
que ya describimos en los cuerpos. La configuración de las formas varía hasta
lo infinito, pero cada clase de pensamiento asume un contorno típico. Todo
pensamiento de carácter definido, como los de amor o de odio, de devoción o
recelo, de cólera o temor, de orgullo o envidia, no sólo crea una forma, sin
que establece una corriente mental.
La circunstancia
de que cada uno de dichos pensamientos asuma determinado color indica que el
pensamiento se manifiesta en una vibración de la materia de cierta parte del
cuerpo mental, cuya tonalidad se transmite a la materia mental circundante, de
la propia suerte que la vibración de una campana se transmite al aire que la
rodea. Las vibraciones del pensamiento se difunden en todos sentidos y cuando
chocan con otro cuerpo mental que se halla en condición pasiva o receptora, le
comunica su tonalidad vibratoria. De esta suerte no se transmite una idea
definida como sucede con la forma mental, pero propende a levantar un
pensamiento de la misma índole.
Por ejemplo, sí
el pensamiento es devocional, sus vibraciones excitarán la devoción, pero el
objeto de devoción será distinto en cada persona en cuyo cuerpo mental percutan
las vibraciones del devoto pensamiento. Por el contrario, la forma mental sólo
influye en la persona a quien va dirigida, esto es en la persona objeto del
pensamiento y no sólo si este pensamiento es devoto despertará en ella el
general sentimiento de devoción sino también le representará la imagen del Ser
en quien ha de concentrar su devoción.
Quien habitualmente tiene buenos, puros, nobles y vigorosos
pensamientos, utiliza para ello la parte superior de su cuerpo mental, que no
está todavía desarrollada en el hombre vulgar.
Por lo tanto, el
que así piensa es una potencia benéfica en el mundo, muy útil para cuantos
receptivos le rodean, porque las vibraciones que emite propenden a despertar
una nueva y superior porción del cuerpo mental de los que las reciben y abren
ante ellos nuevos y más dilatados campos de pensamiento. Puede no levantar en
ellos exactamente el mismo pensamiento, pero será de la misma índole. Las vibraciones
de quien habitualmente piensa en Teosofía, no comunicarán precisamente ideas
teosóficas a quienes le rodeen; pero despertarán en ellos pensamientos mucho
más nobles, generosos y elevados que los que hasta entonces les eran
habituales. Por otra parte, las formas de pensamientos engendradas en
semejantes circunstancias, aunque de acción más restricta que la de las vibraciones
es mucho más precisa. Sólo afectan a quienes en algún modo se abren a ellas y
les comunican ideas teosóficas.
Los colores del
cuerpo astral tienen el mismo significado que los de los vehículos superiores,
pero de intensidad algunas octavas más baja y mucho más parecidos a los que
vemos en el mundo físico. Es el cuerpo astral
el vehículo de las pasiones y emociones, por lo que puede tener colores
expresivos de ruines y viles sentimientos incompatibles con los mundos superiores.
Así por ejemplo el color
cárdeno moreno-rojizo indica sensualidad y el negro en forma de nubes denota
malicia y odio. Un extraño gris lívido señala temor y el gris muy oscuro
dispuesto en densos anillos en rededor del ovoide manifiesta abatimiento y
depresión. La ira está expresada por un número de vedijas escarlata en el
cuerpo astral, cada una de las cuales representa un leve impulso colérico. La
envidia tiene por indicio un peculiar gris oscuro, generalmente entroncado con
las vedijas escarlata.
La configuración
y tamaño del cuerpo astral coinciden con los de los ya descritos y en el
hombre ordinario su contorno está generalmente muy bien señalado; pero en el
salvaje es por todo extremo irregular y parece una nube globulosa de repulsivos
colores: Cuando el cuerpo astral está relativamente sosegado (pues nunca está
del todo quieto) sus colores indican las habituales emociones del individuo y
cuando éste experimenta un violento arrebato emocional, la tonalidad vibratoria
correspondiente a la emoción sentida, domina durante algún tiempo en todo el
cuerpo astral. Si por ejemplo es un
arrebato de devoción, todo el cuerpo astral se tiñe de azul y mientras dura
este sentimiento, los normales colores apenas modifican el azul o aparecen
débilmente a su través y reaparecen cuando cesa la vehemencia de la emoción.
Sin embargo, el espasmo emocional determina el aumento de tamaño de la parte de
cuerpo astral normalmente azul, por lo que cuando el hombre experimenta con
frecuencia devocionales impulsos, no tarda en tener una extensa área de azul en
su cuerpo astral. Generalmente el acceso, espasmo, arrebato o impulso del
sentimiento devocional va acompañado de pensamientos de devoción, que aunque
engendrados en el cuerpo mental atraen a su alrededor buena porción de materia
astral, de modo que actúan en ambos mundos y por ambos circula la corriente
vibratoria a que hemos aludido. Así se convierte el individuo en un centro de
devoción que hará partícipes a otros de sus pensamientos y emociones. Lo mismo ocurre
en los casos de amor, simpatía, odio, cólera, abatimiento y cualquiera otra
emoción. El impulso emotivo no afecta de por sí gran cosa al cuerpo mental
aunque puede interrumpir durante algún tiempo la expresión física de sus
actividades, no porque esté alterado, sino porque el cuerpo astral que es el
medio de su enlace con el físico vibra en tal tonalidad que no puede transmitir
ninguna otra índole de vibraciones. Los
colores permanentes del cuerpo astral reaccionan en el mental y producen sus
análogos de intensidad algunas octavas más alta, de la propia suerte que una
nota musical produce sobretonos. A su vez el cuerpo mental reacciona de la
misma manera sobre el causal y así va el ego asimilándose poco a poco todas las
buenas cualidades manifestadas en los vehículos inferiores. En cambio, no
ocurre así con las malas cualidades, porque su tonalidad vibratoria no puede
repercutir en la superior materia mental de que está compuesto el cuerpo
causal. Hasta aquí hemos descrito vehículos que sirven de manifestación al ego
en sus respectivos mundos y que él mismo se proporciona; pero el vehículo
físico se lo proporciona la naturaleza con arreglo a leyes que explicaremos
más adelante y aunque en cierto modo es dicho vehículo expresión del ego no es
en modo alguno su perfecta manifestación. En la vida
ordinaria sólo vemos una pequeña parte del cuerpo físico, la que está
constituida por las subdivisiones sólida y líquida de materia física; pero el
cuerpo físico contiene materia de las siete subdivisiones y todas desempeñan su
función y tienen igual importancia en la vida física.
Generalmente se da el nombre de "doble etéreo" a la
parte invisible del cuerpo físico.
"Doble" porque reproduce exactamente el tamaño y configuración de la
parte visible; y "etéreo" porque está constituido por aquella materia
sutil cuya vibración determina en la retina las sensaciones luminosas (No se ha de confundir el éter físico con el éter del espacio
cuya negación es la materia.).
La parte
invisible del cuerpo físico es de grandísima importancia, puesto que sirve de
vehículo a las corrientes vitales que mantienen vivo el cuerpo y de puente a
las vibraciones mentales y astrales que pasan a la parte densa, de modo que si
faltase no podría utilizar el ego las células cerebrales.
La vida del
cuerpo físico cambia incesantemente y para mantenerla ha de recibir alimento de
tres distintas fuentes:
-manjares que
digerir,
-aire que
respirar y
-vitalidad que
absorber.
La vitalidad es
esencialmente una fuerza pero cuando infundida en la materia se manifiesta como
un definido elemento existente en todos los mundos a que nos hemos referido y
en el momento actual en que con él estamos relacionados, lo hallamos en la
superior subdivisión del mundo físico. Así como la sangre circula por arterias y venas, así la vitalidad
circula por los nervios; y de la propia suerte que cualquier anormalidad en el
flujo de la sangre afecta al cuerpo físico, así también la más leve
perturbación del flujo vital afecta a la parte superior del cuerpo físico.
La energía vital procede originalmente del sol. Un ultérrimo
átomo físico cargado de ella atrae a su alrededor otros seis y constituye un
átomo etéreo. En este caso la originaria energía vital se distribuye entre los
siete y cada uno lleva su parte de carga. El átomo etéreo así constituido se
asimila al cuerpo humano por medio de la parte etérea del bazo, donde se divide
en sus partes componentes a fin de que cada una de ellas vaya a su respectivo
destino. El bazo es uno de los siete centros dinámicos de la parte etérea del
cuerpo físico. En cada uno de nuestros vehículos ha de haber en actividad
siete centros dinámicos y cuando están activos los ve el clarividente como
superficiales vórtices por donde la energía de los cuerpos superiores penetra
en el inferior.
En el cuerpo físico los centros dinámicos están situados:
1° En la base de
la columna vertebral
2° En el plexo
solar
3° En el bazo
4° Sobre el
corazón
5° En la
garganta
6° Entre ceja y
ceja
7° En la
coronilla
Hay otros centros inactivos cuya actualización es perjudicial.
Los cuerpos
superiores se ofrecen al clarividente en configuración ovoide; pero la materia
que los constituye no está uniformemente repartida por toda su masa. En el
centro de dicho ovoide se halla el cuerpo físico que atrae intensamente materia
astral y ésta a su vez atrae con la misma violencia materia mental. Así es que
la mayor parte de la materia del cuerpo astral penetra en el interior del
físico y lo mismo sucede respecto del cuerpo mental.
Cuando vemos el cuerpo astral de un hombre en su propio mundo,
esto es despojado del cuerpo físico, todavía conserva la configuración de este
último, aunque como la materia es más sutil, aparece como un cuerpo físico de
densa neblina en medio de un ovoide de materia todavía más sutil. Lo mismo cabe
decir del cuerpo mental visto en su propio plano. Por lo tanto, si en los
mundos astral o mental encontramos a una entidad a quien conocimos en el
físico, la reconoceremos instantáneamente por su aspecto lo mismo que en el
mundo físico. Tal es la verdadera constitución del hombre.
En primer lugar es una mónada o chispa divina, de la que el ego
es parcial expresión a fin de que pueda evolucionar y vuelva después
gozosamente a la mónada, llevando consigo su cosecha en forma de cualidades
educidas y afirmadas a copia de experiencias. El ego a su vez pone parte de sí
mismo en los mundos inferiores, con el mismo propósito y a esta parte le
llamamos personalidad (palabra derivada de la latina persona que significa
máscara) porque es la máscara de que se reviste el ego para manifestarse en
mundos inferiores al suyo propio. Así como el ego es una pequeña parte e
imperfecta expresión de la mónada, así también la personalidad es una pequeña
parte e imperfecta expresión del ego, de suerte que lo que ordinariamente
llamamos hombre no es más que el fragmento de un fragmento del hombre
verdadero.
La personalidad tiene por vestiduras los tres cuerpos mental,
astral y físico. Mientras el
hombre está lo que llamamos vivo y consciente en el mundo terreno, se halla
limitado por el cuerpo físico, con el que sólo utiliza los astral y mental como
puentes de paso o medios de enlace. Una de las limitaciones del cuerpo físico
es que pronto se fatiga y necesita periódico descanso. Cada noche lo entrega el
hombre al sueño y se retrae en su cuerpo astral que no se fatiga y por lo tanto
no necesita dormir. Durante el sueño del cuerpo físico, el hombre puede
moverse libremente en el mundo astral, aunque la amplitud de este movimiento
depende del grado de adelanto en su evolución. El salvaje no
va más allá de unos cuantos kilómetros del punto en que duerme su cuerpo físico
y a veces apenas se mueve, porque todavía es sumamente vaga su conciencia.
El hombre culto es generalmente capaz de trasladarse en
vehículo astral a donde quiera y tiene mucha más conciencia en aquel mundo,
aunque aún no puede recordar al volver al mundo físico lo que hizo y en dónde
estuvo durante su permanencia en el astral. Sin embargo, a veces recuerda algún
incidente o experiencia de que ha sido actor o testigo, y le llama sueño
vivido. Mucho más a menudo, sus recuerdos están deplorablemente entremezclados
con vagas memorias de la vida física e impresiones recibidas del exterior en la
parte etérea del cerebro, lo cual origina los absurdos y desvariados sueños de
la vida ordinaria.
El hombre
evolucionado es tan consciente en el mundo astral como en el físico y en estado
vigílico recuerda perfectamente cuanto hizo en el mundo astral, o sea que
durante las veinticuatro horas del día tiene plena conciencia de sí mismo y la
sigue teniendo aún después de la muerte física.
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