UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
6 (Parte 1)
DESPUES DE LA MUERTE
La muerte es la
dejación del cuerpo físico; pero no hay en ella más diferencia para el ego, que
para el hombre físico la dejación de un gabán, porque una vez despojado de su
cuerpo físico, el ego continúa viviendo en su cuerpo astral hasta consumir la
energía generada por las emociones y pasiones en que consintió durante la vida
terrena, pues entonces sobreviene la segunda
muerte y también se desintegra el cuerpo astral, de modo que el ego
continúa viviendo en su cuerpo mental y en el mundo mental inferior. En esta
condición permanece hasta que se extinguen las energías mentales generadas
durante sus últimas vidas astral y física, cuando a su vez abandona el cuerpo
mental y vuelve a ser un ego en su propio mundo,
actuando en cuerpo causal.
Por lo tanto, no es la muerte lo que de ordinario se entiende
por tal, sino una sucesión de etapas de vida continua, que se pasan una tras
otra en los tres mundos físico, astral y mental. La proporción del tiempo que
el hombre pasa en cada uno de dichos mundos depende de su grado de adelanto. El
salvaje vive casi exclusivamente en el mundo físico y al fin de cada vida
terrena permanece sólo unos cuantos años en el mundo astral. Según evoluciona,
es más duradera su vida astral y cuando educe el entendimiento y es capaz de
pensar, pasa también algún tiempo en el mundo mental. El hombre ordinario de
los pueblos civilizados permanece más tiempo en el mundo mental que en los
físico y astral y cuanto más adelantado está el hombre en su evolución más larga es
su vida en el mundo mental y más corta en el astral.
La vida astral
es el resultado de todos los sentimientos que entrañan el elemento egoísta. Si
han sido concretamente egoístas, colocan al hombre en muy desagradables
condiciones en el mundo astral. Si aun que teñidos de egoísmo han sido buenos
y amables, les proporcionan una relativamente placentera, pero todavía
limitada vida astral.
Si los pensamientos
y emociones fueron del todo inegoístas, le conducirán a la vida en el mundo
mental, que por lo tanto no podrá menos de ser dichosa.
La vida astral
que el hombre hizo de por sí desdichada o relativamente gozosa, corresponde a
lo que los católicos llaman purgatorio. La vida en el mundo mental inferior,
que siempre es enteramente feliz, corresponde a lo que se llama cielo. El hombre determina por sí mismo su purgatorio o su cielo, que
no son lugares, sino estados de conciencia. El infierno no existe.
Sólo es una ficción de la fantasía teológica; pero quien insensatamente viva
puede forjarse un muy desagradable y duradero purgatorio. Ni el purgatorio
ni el cielo son eternos, porque una causa finita no puede producir infinitos
resultados. Las variaciones de su duración son tan amplias que inducirían a
error cuantas cifras se fijasen. Si consideramos un hombre ordinario de la
ínfima clase media, como un modesto comerciante o un dependiente de mostrador,
podrá computarse en cuarenta años el término de su vida astral y en unos
doscientos el de su vida en el mundo mental. Por otra parte, el hombre de
espiritualidad y cultura, podrá tener veinte años de vida astral y mil de vida
celeste. Quien esté bastante evolucionado reducirá la vida astral a unos
cuantos días u horas y permanecerá 1.500 años en el cielo. No solamente varía
muchísimo la duración de estos períodos sino que también difieren grandemente
las condiciones en ambos mundos. La materia
constituyente de los citados cuerpos es materia viva, no muerta y conviene
tener muy en cuenta esta circunstancia. El cuerpo físico está
constituido por células, cada una de las cuales es una tenue vida unitaria
animada por la segunda efusión dimanante del segundo Aspecto de la Deidad.
Dichas células son de varias clases y desempeñan diversas funciones, lo cual
se ha de tomar muy en consideración para comprender la obra del cuerpo físico y
vivir en él saludablemente. El mismo principio rige en los cuerpos astral y
mental. En la vida de las células que los constituyen no hay todavía
inteligencia, pero sí un poderoso instinto que siempre las impele en dirección
de su desenvolvimiento. La vida que anima la materia componente de dichos cuerpos se
dirige en sentido descendente, de modo que para ellos progresar significa
descender a más densas formas de materia y manifestarse por medio de ellas. Pero el progreso
para el hombre significa precisamente lo contrario, porque ya se ha sumido del
todo en la materia y de ella asciende hacia su origen. Por lo tanto hay un constante conflicto de intereses entre el
hombre interior y la vida que anima la materia de sus vehículos cuya tendencia
la impele a descender mientras la del hombre lo impele al ascenso.
La materia del
cuerpo astral, o más bien la vida que anima sus moléculas desea para su
evolución tantas y tan varias y tan groseras vibraciones como le sea posible
recibir. La siguiente etapa de su evolución será animar materia física y
recibir sus todavía más lentas vibraciones, por lo que se predispone a ello deseando
las más groseras vibraciones astrales y aunque carece de inteligencia para
forjar un plan con que lograrlo, su instinto le ayuda a descubrir el medio de
recibir más fácilmente dichas vibraciones y gozarse a su sabor en ellas. Las
moléculas del cuerpo astral están cambiando incesantemente como las del cuerpo
físico; pero la vida de las moléculas astrales tiene un muy vago sentimiento
de sí misma en conjunto, como una especie de temporánea entidad. No sabe que
forma parte del cuerpo astral de un hombre, porque es completamente incapaz de
comprender lo que es un hombre, pero conjetura de una manera ciega que en sus
actuales circunstancias recibe muchas más vibraciones y más intensas que
recibiría si flotara con toda libertad en la atmósfera. Entonces recogería
eventualmente a distancia la radiación de las pasiones y emociones del hombre;
pero tal como se halla, en el centro de ellas, no pierde ninguna y con toda su
violencia las recibe. Por lo tanto, se ve en favorable situación y se esfuerza
en mantenerla. Está en contacto con algo más sutil, con la materia del cuerpo
mental del hombre y le parece que si logra entremezclar sus vibraciones con
aquel algo más sutil, se intensificarán y ampliarán considerablemente. Puesto
que la materia astral es el vehículo del deseo y la materia mental
lo es del pensamiento, el instinto a que nos
hemos referido significa en lenguaje corriente que si el cuerpo astral nos
induce a pensar que nosotros necesitamos lo que él necesita, le será más fácil
lograrlo. Así ejerce el cuerpo astral una lenta y firme presión sobre el
hombre, una presión que para el cuerpo astral es una especie de hombre y para
el hombre una inclinación a lo solaz y grosero. Si el hombre es de apasionado
temperamento, la presión se ejerce suave pero incesantemente en el sentido de
la iracundia. Si el hombre es sensual, sentirá una constante inclinación a la
lujuria. Quien todo esto no comprende, incurre generalmente en uno de
ambos errores: o lo achaca a un repentino impulso de su propia naturaleza y la
considera esencialmente maligna, o bien se figura que el impulso procede del
exterior como tentación de un imaginario demonio. La verdad está entre ambos
errores.
El impulso no es
propio del hombre sino del vehículo de que se sirve y para el cual el deseo es
natural y justo, aunque dañoso para el hombre, quien debe resistirlo. Si lo
resiste y no cede al incitado deseo, las partículas de su cuerpo astral
necesitadas de las vibraciones pasionales se debilitarán por falta de nutrición
y acabarán por atrofiarse y desprenderse, substituidas por otras partículas
cuya natural tónica vibratoria esté en mayor armonía con la que el hombre
habitualmente permita en su cuerpo astral.
Esto explica lo que durante la vida se llama impulsos
repentinos de la naturaleza inferior. Si el hombre cede a tales impulsos,
serán cada vez más violentos hasta que por último le parezca que no puede
resistirlos y se identifique con ellos, lo cual es precisamente el propósito de
la vaga vida del cuerpo astral. A la muerte del cuerpo físico se despierta esta
vaga conciencia astral y al percatarse de que su existencia como entidad está
amenazada, toma instintivamente las medidas a propósito para defenderse y subsistir
tanto tiempo como sea posible. La materia del cuerpo astral es mucho más fluida
que la del físico y su conciencia obra en las partículas astrales y las dispone
para resistir cualquier intrusión. Coloca las más densas y groseras en la
periferia, como una especie de costra y ordena las demás en capas concéntricas
de modo que el conjunto del cuerpo astral resista al roce tanto como su
constitución consienta y pueda en consecuencia retener su forma el mayor tiempo
posible. Todo esto produce en el hombre varios efectos desagradables, porque
la fisiología del cuerpo astral es totalmente distinta de la del físico, el
cual recibe las sensaciones del exterior por medio de órganos a propósito,
instrumentos de sus sentidos, mientras que el cuerpo astral no tiene sentidos
especializados según por tales entendemos. En el cuerpo astral corresponde al
órgano de la visión, la propiedad que tienen sus moléculas de responder a los
contactos del exterior que recibe por medio de análogas moléculas.
Como el cuerpo
astral está constituido por materias de todas las subdivisiones del mundo
astral, es capaz de ver todos los objetos construidos con materia de cualquiera
de dichas subdivisiones. Suponiendo que un objeto astral esté constituido por la
entremezcla de materia perteneciente a las segunda y tercera subdivisiones, el
hombre que viva en el mundo astral sólo podrá percibir dicho objeto si en la
periferia de su cuerpo astral hay partículas de las segunda y tercera
subdivisiones del mundo astral, capaces de recibir y responder a las
vibraciones emitidas por tal objeto. Quien a causa del ordenamiento de su cuerpo astral por la vaga
conciencia a que nos hemos referido sólo tenga en la periferia de dicho cuerpo
partículas pertenecientes a la no tan sutil materia de la inferior subdivisión
del mundo astral, no podrá percibir el objeto mencionado, como tampoco somos
capaces de percibir visualmente por medio del cuerpo los gases atmosféricos o
los objetos constituidos exclusivamente por materia etérea. Durante la vida física la materia del cuerpo
astral está en constante movimiento y sus partículas pasan unas por entre
otras, como sucede en el agua hirviente.
Por lo tanto,
cabe asegurar que en cualquier momento habrá partículas de toda variedad en la
periferia del cuerpo astral, y en consecuencia será el hombre capaz de ver
durante el sueño cualquier objeto astral de su cercanía. Si como por ignorancia hacen las gentes vulgares, permite la
instintiva ordenación de su cuerpo astral, será muy distinta en este respecto
la condición del hombre pues por tener en la periferia las partículas más
densas e inferiores, sólo podrá percibir impresiones análogas partículas de la
masa circundante y en vez de ver todo el mundo astral, únicamente verá una
séptima parte y aun la más impura y grosera, cuyas vibraciones sólo pueden
expresar siniestros sentimientos y emociones y provenir de las más toscas
entidades astrales, resultando de ello que el hombre en tal condición no verá
más que los repulsivos habitantes del mundo astral y sólo recibirá las más
ingratas y vulgares influencias. Estará rodeado de otros hombres cuyos cuerpos astrales sean
probablemente de mediana índole; pero como sólo puede percibir lo que en ellos
hay de vil y grosero, le parecerán monstruos de vicio sin ninguna
característica virtuosa. Aun sus mismos
parientes y amigos le parecerán distintos de lo que eran, porque será incapaz
de apreciar sus buenas cualidades. En semejantes circunstancias no es extraño
que considere el mundo astral como un infierno; y sin embargo, no está la
culpa en el mundo astral sino en el mismo hombre por haber consentido en su
cuerpo astral tanta cantidad de materia grosera y permitir que la vaga
conciencia astral le haya dominado y dispuesto su cuerpo de tan siniestra
manera. Quien estudie estos asuntos repugnará en absoluto ceder durante la
vida a los impulsos pasionales y no consentirá la instintiva disposición de su
cuerpo astral después de la muerte, pudiendo en consecuencia ver todo el mundo
astral y no tan sólo su parte baja y grosera. Muchos puntos de semejanza con el
mundo físico tiene el astral, pues como el físico, ofrece distintos aspectos a
diversas gentes y aun a un mismo individuo en los varios períodos de su
existencia. Es la morada de las emociones y de los ruines pensamientos y las
emociones son todavía mucho más violentas que en el mundo físico, pues en éste,
gran parte de la emoción de un individuo se emplea en poner en movimiento la
densa materia física del cerebro y no es posible percibir toda la violencia de
la emoción. Así es que si vemos que un hombre manifiesta en el mundo físico
tal o cual afecto, no percibimos la totalidad de su afecto, sino tan sólo la
porción restante después de realizada la obra en la materia física. Por lo
tanto, las emociones son más intensas en la vida astral que en la física; pero
si se dominan no excluyen los pensamientos elevados y así el hombre puede
entregarse en el mundo astral como en el físico al estudio y al auxilio del
prójimo o perder el tiempo en vagabunda ociosidad. El mundo astral
se dilata hasta la distancia media de la órbita de la Luna; pero aunque todo él
está abierto para los de entre sus habitantes que no consintieron en la
instintiva disposición de su cuerpo astral, la gran mayoría permanecen muy
cercanos a la superficie de la Tierra. La materia de las siete
subdivisiones del mundo astral se interpenetra libremente, aunque la más densa
propende a aglomerarse en el centro de la masa. Sucede en esto algo muy
parecido a lo que se observa en un cubo de agua que contenga en suspensión
partículas de materia de diferente grado de densidad, pues aunque estén
difundidas por toda la masa del agua, las más densas se acumulan cerca del
fondo del cubo. Por lo tanto, si, bien no hemos de creer que las varias subdivisiones del mundo
astral estén sobrepuestas como las capas de una cebolla, resulta su colocación
algún tanto semejante a este ordenamiento.
La materia
astral interpenetra la materia física en todo su conjunto, pero, cada
subdivisión de la materia física atrae predilectamente a la correlativa
subdivisión de la astral. De aquí que todo
cuerpo físico tenga su contraparte astral.
Si colocamos un vaso de agua sobre una mesa, el vaso y la mesa,
que son de materia física sólida, estarán interpenetrados por materia astral
de la subdivisión inferior; pero el agua del vaso, por ser de materia física
líquida estará interpenetrada por materia astral de la sexta subdivisión que
corresponde al estado líquido, mientras que el aire circundante, de condición
gaseosa, estará interpenetrado por materia astral de la quinta subdivisión,
correspondiente al estado gaseoso. Pero así como el aire, el agua, el vaso y la
mesa están igualmente interpenetrados por la sutil materia física a que hemos
llamado etérea, así también las respectivas contrapartes astrales del aire, el
agua, el vaso y la mesa están interpenetradas por las superiores subdivisiones
de materia astral correspondientes al estado etéreo. Sin embargo, la materia
astral correlativa al estado sólido es más sutil que el éter atómico físico.
Quien después de la muerte pase al mundo astral sin haber
consentido en el instintivo ordenamiento de su cuerpo astral, apenas notará
diferencia de la vida física. Puede moverse a
voluntad en todas direcciones, aunque por lo general permanece junto a los
lugares donde vivió físicamente y ve su casa, su habitación, sus muebles, a sus
parientes y amigos. El viviente en el mundo físico, que ignora la existencia de los
mundos superiores, se figura haber perdido a quienes de los suyos dejaron el
cuerpo físico; pero los muertos no experimentan
ni por un instante la sensación de haber perdido a los vivos. Desde el mundo
astral no pueden ver los muertos el cuerpo físico de los vivos; pero les ven el
cuerpo astral, que como tiene exactamente la misma configuración del físico,
identifican la presencia de sus parientes y amigos, a quienes ven rodeados de una débil y
luminosa aureola ovoide y si son observadores notarán otros leves cambios en
su derredor. Mas por lo que a sí mismos atañe, están plenamente convencidos de
que no han ido a un lejano cielo o infierno, sino que aún permanecen en
contacto con el mundo físico aunque lo vean desde distinto punto de vista. Los muertos
perciben el cuerpo astral de sus parientes y amigos con tanta claridad que no
pueden pensar haberlos perdido; pero cuando el viviente está en conciencia
vigílica, el muerto no puede impresionarle en modo alguno; porque la conciencia
del viviente actúa entonces en el mundo físico y su cuerpo astral sólo le sirve
a la sazón de puente. Por lo tanto, el muerto no puede comunicarse con el vivo
ni leer sus elevados pensamientos; pero colegirá del cambio de color del
cuerpo astral las emociones del viviente y con un poco de práctica en la
observación acabará por leer los pensamientos entremezclados con el egoísmo o
el deseo. Cuando el viviente está dormido, cambia la situación, pues
entonces ambos son conscientes en el mundo astral y puede comunicarse en todo y
por todo con tanta libertad como se comunicaban en la vida física. Las
emociones del viviente reaccionan con mucha intensidad en el muerto amado
quien no puede menos de sufrir hondamente si aquél manifiesta desconsuelo. De casi infinita variedad son las condiciones de vida después de
la muerte física; pero fácilmente puede computarlas quien comprenda lo que es
el mundo astral y considere el carácter de la persona a quien se refiera,
porque la muerte no altera en lo más mínimo el carácter personal y las
emociones y deseos son exactamente igual que antes. Es en todos
respectos el mismo hombre excepto en el cuerpo físico y su felicidad o su desdicha
dependen del grado en que le afecta la pérdida del cuerpo físico. Si sus ansias
han sido de índole para cuya satisfacción es necesario el cuerpo físico, está
expuesto a sufrir considerablemente, pues las ansias se manifiestan en una
vibración del cuerpo astral y mientras el hombre está en el mundo terreno, la
mayor parte de la energía emocional se consume en poner en movimiento las
densas partículas físicas. Por lo tanto, el deseo pasional es mucho más
violento en la vida astral que en la física y si el hombre no ha logrado
dominarlo y en su nueva vida no puede satisfacerlo, le ocasionará muchísimo
desasosiego, con grave y prolongada tribulación.
Pongamos por
ejemplo el caso extremo de un beodo o de un lujurioso y tendremos una
concupiscencia que en la vida física fue lo bastante para sobreponerse a la
razón, al sentido común, al decoro personal y a los afectos de familia. Después
de la muerte, el hombre experimenta en el mundo astral la misma concupiscencia,
pero cien veces más intensa y le es imposible satisfacerla porque ha perdido su
cuerpo físico. Semejante vida es un verdadera infierno, el único infierno
posible; y sin embargo, nadie castiga al hombre, sino que cosecha el
perfectamente natural resultado de sus acciones. Según pasa el tiempo, se va
consumiendo poco a poco la energía pasional, pero a costa de terribles sufrimientos,
porque cada día le parecen al hombre mil años; pues no tiene la noción del
tiempo como la tenemos en el mundo físico y sólo puede medir el tiempo por sus
sensaciones.
Del falseamiento
de esta verdad derivó la blasfema idea de la eterna condenación. Muchos otros
casos no tan extremos darían idea de cuán tormentosa es un ansia imposible de
satisfacer. Caso más frecuente es el del hombre que no tiene determinados
vicios como el de la embriaguez o la lujuria, pero que estuvo enteramente apegado
a los intereses mundanos, a la vida de los negocios o frivolidades sociales.
Para él es fatigosa la vida astral, porque no puede satisfacer lo único que
ansía, ya que en el mundo astral no hay materiales negocios en que ocuparse y
aunque pueda tener tantos compañeros como desee, le resultan muy distintas las
relaciones sociales, porque en el mundo astral no existen las ficciones y
convencionalismos en que se funda el trato social del mundo físico. Sin embargo, los
casos a que nos hemos referido son los menos y para la mayoría de las gentes el
estado posterior a la muerte física es mucho más dichoso que el de la vida
terrena. La primera impresión que experimenta el desencarnado es el de una
admirable y deleitosa libertad. Nada le molesta ni le importuna y no tiene que
cumplir otros deberes que los que por su propia iniciativa contraiga. Excepto una
exigua minoría, pasan los hombres haciendo en la vida física lo que no
quisieran hacer pero que han de hacerla para mantenerse y mantener a su
familia. En el mundo astral no hay necesidad de alimento porque no se siente
hambre ni sed, ni de abrigo porque cada cual
se reviste con el pensamiento de lo que desee y por vez primera desde su
infancia es el hombre enteramente libre de hacer lo que guste. Se acrecienta grandemente su capacidad para toda clase de goces
con tal que su satisfacción no requerirá por instrumento el cuerpo físico. Si
gusta de las bellezas de la naturaleza, podrá viajar rápida y cómodamente por
el mundo entero para contemplar sus más amenos parajes y explorar sus más
escondidos repuestos. Si se goza en el arte, estarán a su disposición las obras
maestras del mundo entero. Si es aficionado a la música, libre será de oírla
doquiera y tendrá para él mayor significado que antes, pues aunque ya no pueda
escuchar los sonidos físicos, percibirá el efecto esencial de la música en
mucho mayor medida que en este bajo mundo. Si amante es de la ciencia, no sólo
podrá visitar a los más eminentes investigadores científicos sino tomar de
ellos cuantos conceptos e ideas estén al alcance de su comprensión e investigar
por sí mismo la ciencia del mundo astral en términos muchos más dilatados de
los que le fueron posibles en la vida física, y lo mejor de todo será que si su
predominante gozo en la tierra fue auxiliar al prójimo, hallará vastísimo campo
donde realizar sus filantrópicos esfuerzos.
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