UN LIBRO DE TEXTO DE TEOSOFIA
CAPITULO
3
LA
CONSTRUCCIÓN DE UN SISTEMA SOLAR
El principio del universo (si acaso lo tuvo) escapa a nuestra
comprensión. En los más
primitivos puntos de la historia a que podemos alcanzar, ya estaban en plena
actividad los dos capitales opuestos de espíritu y materia, de vida y de forma.
Notemos que es necesario revisar el ordinario concepto de
materia, porque lo que comúnmente llamamos fuerza y materia son en realidad
dos modalidades del Espíritu en diferentes etapas de evolución y la verdadera
materia o esencia de cada cosa está en su inapercibida intimidad.
Un científico
francés ha dicho recientemente: "No
hay materia. No hay más que agujeros en el éter". Esta afirmación coincide con la famosa teoría del profesor Osborne
Reynolds y la investigación ocultista demuestra la exactitud de este concepto y
así se explica lo que los sagrados libros de oriente dan a entender cuando
dicen que la materia es una ilusión. La ultérrima raíz de la materia según
la vemos en nuestro nivel es lo que los cientistas llaman el éter del espacio (Descrito en Química Oculta con el nombre de koilon.).
A los sentidos físicos les parece vacío el espacio ocupado por
el éter, que sin embargo es más denso que cuanto nos quepa concebir y el
profesor Reynolds dice que es diez mil veces más denso que el agua, con una
presión media de 50.000 toneladas por pulgada cuadrada (Equivalentes a ochenta millones de toneladas por metro cuadrado
o sean aproximadamente unas 7.738,440 atmósferas de presión. (N. del T.).
Tan sólo pueden percibir esta substancia los dotados de muy
aguda facultad clarividente. Cabe conjeturar que un tiempo llenaba dicha
substancia todo el espacio, aunque carecemos de conocimiento directo sobre
este punto.
También cabe
suponer que algún excelso Ser (no la Deidad de un sistema solar sino otro Ser
infinitamente superior) alteró esta condición de quietismo infundiendo Su
espíritu o energía en una porción de dicha materia, del tamaño de todo un
universo. El efecto de la
infusión de dicha energía puede compararse al soplo de un poderoso aliento que
forma en el éter un número incalculable de tenues burbujas esféricas (De estas burbujas se dice en La Doctrina Secreta que son los
agujeros abiertos por Fohat en el espacio.) que son los ultérrimos átomos constituyentes de lo que llamamos
materia. No son los átomos químicos ni tampoco los átomos ultérrimos del mundo
físico. Están en un nivel muy superior y sus agregaciones, según
veremos más adelante, forman los que de ordinario llamamos átomos.
Cuando la Deidad
solar inicia la construcción de Su sistema halla a mano este material de
infinita masa de tenues burbujas de que pueden constituirse las diversas
especies de materia tal como las conocemos.
Empieza por
trazar los límites de su campo de actividad; que es una vasta esfera cuyo
círculo máximo es muchísimo mayor que la órbita del más lejano de Sus futuros
planetas.
Dentro de los
límites de esta esfera establece una especie de vórtice gigantesco cuyo movimiento
congrega las burbujas en una ingente masa central, que ha de constituir la
futura nebulosa. En este vasto torbellino esférico infunde sucesivos impulsos
de energía para formar con las burbujas cada vez más complejas agregaciones, de
que resultan siete gigantescos mundos de materia que se interpenetran
concentricamente en diferentes grados de densidad y en el mismo espacio.
Actuando en Su
Tercer Aspecto infunde el Logos en esta estupenda esfera el primer impulso y
establece en el interior un gran número de tenues vórtices cada uno de los
cuales atrae cuarenta y nueve burbujas y las ordena en determinada
configuración. Estos pequeños grupos de burbujas así formadas son los átomos
del segundo de los siete interpenetrados mundos. Sin embargo, no se aprovechan
para ello todas las burbujas, sino que se dejan disociadas suficiente número de
ellas para actuar como átomos del primero y superior mundo.
A su debido
tiempo sobreviene el segundo impulso que actúa en casi todos los cuarenta y
nueve átomos-burbujas (dejando los bastantes para proporcionar átomos al
segundo mundo) los atrae a sí y después vuelve a emitirlos, estableciendo entre
ellos vórtices cada uno de los cuales contiene 492 = 2401 burbujas,
que forman los átomos del tercer mundo. Después de otro intervalo sobreviene el
tercer impulso que influye en casi todas las 2401 burbujas restituyéndoles su
originaria forma y emitiéndolas de nuevo como átomos del cuarto mundo cuyo
número de burbujas es de 493 en cada átomo. Se repite este proceso
hasta que el sexto impulso ha construido el átomo del inferior y séptimo
mundo, que contiene 496 burbujas. Este
átomo del séptimo mundo es el átomo ultérrimo del mundo físico, no el átomo
químico, sino cada uno de los electrones o protilos de que dicho átomo se
compone.
Hemos llegado al punto en que la vasta esfera turbinal contiene
siete tipos de materia de diferente densidad, pero todos ellos esencialmente
idénticos, porque todos están constituidos por las mismas burbujas. Están estos
tipos de materia extensamente entremezclados, de modo que tomando al azar una
porción de cualquier parte de la esfera hallaríamos en ella materia de todos
los tipos, aunque los átomos más pesados gravitan mayormente hacia el centro.
El séptimo
impulso emitido por el Tercer Aspecto de la Deidad solar no restituye los
átomos físicos últimamente formados a su primitiva condición de burbujas
disociadas, sino que desde luego los cohesiona en determinadas agregaciones que
constituyen los protoelementos, de cuya combinación resultan los llamados por
la ciencia elementos químicos. La formación de estos últimos se efectúa en un larguísimo
período de tiempo, por virtud de diversas fuerzas que les dan determinada
ordenación, como acertadamente insinúa sir Guillermo Crookes en su artículo
sobre La Génesis de los Elementos. En realidad, no ha terminado todavía su
proceso de formación. El uranio es el último y más pesado elemento químico que
hasta ahora conocemos; pero quizás se constituyan en el porvenir otros más
complicados. Según pasó el tiempo, fue
aumentando la condensación, hasta llegar al estado de una vasta y ardiente
nebulosa giratoria, que al enfriarse tomó la forma de un enorme disco y
gradualmente se quebró en anillos alrededor de un núcleo central, por el estilo
de lo que hoy día observamos en Saturno, aunque en muchísima mayor proporción. Al
acercarse el tiempo en que los planetas habían de ser necesarios para los fines
de la evolución, la Deidad estableció en un punto del espesor de cada anillo un
vórtice subalterno en el cual se concentró gradualmente gran parte de la materia
del anillo. El entrechoque
de los congregados fragmentos reavivó el calor y el planeta resultante fue por
algún tiempo una masa de gases incandescentes. Poco a poco se fue de nuevo
enfriando hasta que estuvo en disposición de ser teatro de una Índole de vida
como la nuestra. Así se formaron todos los planetas de nuestro sistema solar. Casi toda la materia de los interpenetrados tipos a que nos
hemos referido estaba por entonces concentrada en los recién formados
planetas, y cada uno de ellos se componía y se compone de los siete diferentes
tipos de materia. La Tierra en que ahora
vivimos no es tan sólo una esfera de materia física constituida por átomos del
tipo inferior, sino que también tiene materia de los otros seis tipos. Saben
los estudiantes científicos que ni en la más densa y compacta substancia se
tocan unos a otros sus átomos. Los espacios interatómicos son enormemente
mayores que el tamaño de los átomos y por lo tanto queda lugar para que los
átomos de materia de los otros seis tipos o mundos no sólo ocupen aquellos
espacios, sino que se muevan libremente en ellos y alrededor de los físicos. En consecuencia, la Tierra que habitamos no es un solo mundo,
sino siete interpenetrados mundos que ocupan el mismo espacio, con la salvedad
de que los tipos de materia sutil se extienden más allá del punto de
concentración de la materia densa. Hemos dado nombre a estos interpenetrados
mundos para convenientemente designarlos.
El primero no
necesita denominación porque el hombre no está relacionado con él; pero cuando
sea preciso mencionarlo lo llamaremos mundo divino.
Al segundo mundo
se le designa con el nombre de monádico porque en él residen las chispas de la
Vida divina a que llamamos mónadas humanas. Pero ninguno de estos dos mundos ha
podido ser investigado ni aun por los más poderosos clarividentes.
El tercer mundo,
cuyos átomos contienen 2401 burbujas, se llama mundo espiritual, porque en él
actúa el superior espíritu del hombre tal como ahora está constituido.
El
cuarto es el mundo intuicional (En otro tiempo se le llamaba plano búdico) porque de allí descienden las más altas intuiciones.
El
quinto es el mundo mental porque de su materia está formada la mente del
hombre.
El sexto se llama emocional o astral, porque las emociones del
hombre ponen en vibración su materia (Le dieron los alquimistas el
nombre de astral, porque su materia es brillante como los astros comparada con
la del mundo físico).
El séptimo es el mundo físico, constituido
por la materia que vemos en nuestro alrededor.
Todos estos interpenetrados mundos están esencialmente
constituidos por la misma materia, pero de diferente grado de densidad y en
distinta ordenación. Por lo tanto, también difieren entre sí el tono e
intensidad de sus respectivas vibraciones.
Pueden compararse los
siete mundos a una vasta escala o gama de vibraciones con muchas octavas. La
materia física vibra en una tesitura que abarca cierto número de octavas
inferiores; la materia astral vibra en otra tesitura superior; la mental en
otra aún más alta y así sucesivamente. Cada uno de estos mundos tiene además
de su tipo de materia sus peculiares combinaciones o substancias de esta
materia. En cada mundo coordinamos estas substancias en siete grupos según la
tónica vibratoria de sus moléculas.
Por
lo general, aunque no siempre, cuanto más lenta es una ondulación mayor es el
átomo, que entonces está constituido por un especial ordenamiento de átomos de
la materia inmediatamente superior. El calórico aumenta el volumen de las
moléculas y apresura y amplifica su vibración, de modo que la substancia se
dilata hasta el punto en que se debilita la cohesión de los átomos, que pasan a
la condición inmediata superior.
En
el mundo físico, las siete subdivisiones están representadas por otros tantos
grados de densidad de la materia, que de mayor a menor son las siguientes:
sólido, líquido, gaseoso, etéreo, superetéreo, subatómico y atómico.
En la subdivisión
atómica, todas las formas están construidas por el ordenamiento de los átomos
físicos en determinadas configuraciones sin cohesionarlas previamente en
moléculas. Si comparamos el átomo físico a un ladrillo, cualquier forma de la
subdivisión atómica estará construida por el ordenamiento de varios ladrillos
en determinada configuración. A fin de construir materia de la subdivisión
inmediata inferior, es necesario reunir antes varios ladrillos (átomos) y
cementarlos en bloques de cuatro, cinco, seis o siete ladrillos cada uno y
después utilizar estos bloques como piedras de edificación.
Para formar materia de
la siguiente subdivisión o sea de la superetérea, será preciso cementar varios
bloques de la superatómica, dándoles determinada forma y empleándolos como
piedras de edificación. Así se procede sucesivamente hasta llegar a la materia
sólida.
Convertir una
substancia sólida en líquida equivale a aumentar la vibración de sus moléculas
componentes hasta que se disocian en las menos complejas moléculas que las
componen. En todos los casos puede repetirse este proceso sucesivamente hasta
que toda substancia física se reduzca a los átomos ultérrimos del mundo físico.
Cada
uno de los siete mundos tiene sus habitantes con sentidos capaces tan sólo de
percibir las vibraciones de la materia de su respectivo mundo. El habitante del
mundo físico ve, oye y siente por medio de vibraciones de la materia física que
le rodea; pero también está igualmente rodeado por las materias de los otros
seis mundos, interpenetrados con la del suyo, aunque en circunstancias
ordinarias no las percibe, porque sus vibraciones no le hieren los sentidos, de
la propia suerte que nuestros ojos físicos no pueden percibir las vibraciones
de la luz ultraviolada, aunque la experimentación científica demuestra su
existencia y hay quienes la ven por medio de órganos sensorios diferentemente
construidos. Un ser viviente en el mundo astral
podría ocupar el mismo espacio que otro viviente en el físico y sin embargo ni
uno ni otro advertirían su simultánea presencia ni se impedirían en modo alguno
los movimientos. Lo mismo ocurre en los demás mundos. En este momento estamos
rodeados por los mundos de materia, sutil, tan cercanamente como el mundo que
vemos y sus habitantes están a nuestro alrededor, nos circundan por todas
partes y pasan por nuestro lado y a través nuestro sin que lo advirtamos. Puesto que nuestra
evolución está actualmente centralizada en el globo llamado Tierra, tan sólo diremos
de los mundos superiores lo que se relacione con ella. Por consiguiente, cuando
en adelante digamos "mundo astral" se entenderá únicamente la parte
astral de nuestro globo y no todo el mundo astral del sistema.
También
es un globo la parte astral de nuestra Tierra, pero de materia astral y ocupa
el mismo espacio que ocupa el globo físico; pero como su materia es mucho más
ligera, se extiende por todos lados muy allá de la atmósfera de la Tierra,
hasta un poco menos de la distancia de la Luna, de modo que aunque los dos
globos físicos Tierra y Luna estén a 384.000 kilómetros de distancia, los
cuerpos astrales de ambos astros se tocan cuando la Luna está en el perigeo,
pero no cuando en el apogeo.
Llamaré
"mundo mental" al todavía mayor globo de materia mental en cuyo medio
existe el terrestre. Al considerar globos de materia más sutil, tenemos que
son de radio lo bastante largo para tocar las correspondientes esferas de otros
planetas del sistema, aunque su materia está en la superficie del globo físico
tan cerca de nosotros como los demás tipos de materia. Todos los globos de materia sutil giran alrededor del sol
interpenetrados con el físico o planeta Tierra. El estudiante de Teosofía hará
muy bien en acostumbrarse a considerar la Tierra como el conjunto de dicha
masa de interpenetrados mundos o tipos de materia y no sólo como el núcleo
físico que ocupa el centro de la masa.
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