CLARIVIDENCIA
Leadbeater
(Parte 1)
Clarividencia,
literalmente, no significa otra cosa que «ver con claridad», siendo una palabra que ha sido muy mal aplicada y
degradada, hasta el punto de empleársela para describir las tretas de un
saltimbanqui en un espectáculo de feria. Aun
en un sentido más restringido abarca una gran variedad de fenómenos que
difieren tanto en carácter, que no es fácil dar una definición de la palabra
que a la vez sea exacta y sucinta.
Ha sido llamada «visión espiritual», pero no hay
interpretación más errónea que ésta, pues en la mayor parte de los casos no
existe facultad alguna relacionada con ella, que tenga el menor derecho a
honrarse con nombre tan elevado.
Al objeto de este
trabajo pondríamos quizá definirla como el poder de ver lo que se halla oculto
a la mirada física ordinaria.
Conviene igualmente
exponer desde luego que con mucha frecuencia (aunque de ningún modo siempre)
está acompañada de lo que se llama la clariaudiencia o el poder de oír
lo que es imperceptible para el oído físico ordinario; por lo que, para nuestro objeto, consideraremos el título de nuestro
libro como comprensión también de esta facultad, a fin de evitar lo pesado de
usar constantemente dos palabras largas cuando basta con una.
Los fenómenos de la clarividencia difieren tanto, así
en carácter como en grado, que no es muy fácil decidir el modo más
satisfactorio de clasificarlos.
-Pudiéramos, por ejemplo, ordenarlos con arreglo a la
clase de vista empleada, esto es, ya sea devachánica, astral o meramente
etérica.
-Pudiéramos divididos con arreglo a la capacidad del
clarividente, tomando en consideración si había sido o no educado; si su visión
era regular y estaba bajo su dominio, o espasmódica e independiente de su
voluntad, si la podía ejercitar solamente bajo la influencia magnética, o si
esta ayuda no le era necesaria; si podía usar su facultad en estado de vigilia
en el cuerpo físico, o si sólo se manifestaba cuando estuviese temporalmente
fuera del cuerpo dormido o en trance.
Todas estas distinciones son de importancia, y
tendremos que tomarlas en consideración a medida que avancemos; pero quizá
después de todo, la clasificación más útil sea una semejante a la que adoptó
Sinnett (Alfred Percy Sinnett
(1840-1921), teósofo y periodista inglés.) en su Rationals
of Mesmerism, libro que, dicho sea de paso, deberían leer todos los
estudiantes de clarividencia.
Cuando lleguemos,
pues, a tratar de los fenómenos, los ordenaremos más bien con arreglo a la dirección
de la visión empleada que al plano en que se ejercite, de manera que podremos
agrupar los ejemplos de clarividencia bajo denominaciones como las siguientes:
1. Clarividencia
simple: esto es una mera facultad de ver, que permite a su poseedor distinguir
las entidades astrales o etéricas que se hallen a su alrededor, pero que no
comprende el poder de observar, ya sea sitios distantes o escenas
pertenecientes a otro tiempo que al presente.
2. Clarividencia en el
espacio: la facultad de ver escenas o sucesos a distancia del vidente, y aún demasiado
alejados para la observación ordinaria, u ocultos por objetos intermedios.
3. Clarividencia en el
tiempo: esto es la facultad de ver objetos o sucesos alejados del vidente por
el tiempo, o en otras palabras, el poder de ver en el pasado o en el porvenir.
Antes, sin embargo, de emprender útilmente una más
detallada explicación, es necesario que dediquemos un poco de tiempo a algunas
consideraciones preliminares, a fin de que tengamos bien presente algunos
hechos generales respecto de los diferentes planos en que puede ejercitarse la
visión clarividente, y las condiciones que hacen posible su ejercicio.
Se nos asegura
constantemente en la literatura teosófica, que todas estas elevadas facultados
serán muy pronto la herencia de la humanidad en general, que la facultad de la
clarividencia, por ejemplo, existe latente en todos, y que aquellos en quienes
se manifiesta ya, se encuentran sencillamente, en lo que a este punto se
refiere, un poco delante de los demás.
Ahora bien: esta afirmación es verdadera, y sin
embargo parece muy vaga y muy poco real a la mayor parte de la gente, sólo
porque consideran semejante facultad como algo absolutamente distinto de todo
lo que hasta ahora han experimentado, y se sienten bien seguros de que, por lo
menos ellos, no se encuentran a una distancia de posible apreciación de su
desarrollo.
Puede ayudar a
desvanecer este sentimiento de falta de realidad, el tratar de comprender que
la clarividencia, como otras tantas cosas de la naturaleza, es principalmente
cuestión de vibraciones; y que después de todo, no es más que una extensión
mayor de los poderes que todos estamos usando en nuestra vida diaria.
Vivimos rodeados de
un vasto océano de aire y éter mezclados, este último compenetrando al primero
como lo hace con toda la materia física; y principalmente por medio de las
vibraciones en este vasto mar de materia es cómo llegan a nosotros desde afuera
las impresiones. Esto lo sabemos todos; pero es posible que a muchos de
nosotros no se nos haya ocurrido que el número de estas vibraciones, a las
cuales podemos responder, es en realidad casi infinitesimal.
Entre las
extremadamente rápidas vibraciones que afectan el éter, hay cierta pequeña
sección-pero muy pequeña- a la que puede responder la retina del ojo humano; y.
estas vibraciones particulares producen en nosotros la sensación que llamamos
luz, esto es, podemos ver únicamente aquellos objetos de los cuales emana o es
reflejada una luz de esta clase particular.
Exactamente del mismo modo el tímpano del oído humano
es capaz de responder a una limitadísima esfera de vibraciones relativamente
lentas -lo bastante lentas para afectar el aire que nos rodea-, por lo que los
únicos sonidos que podemos oír, son los producidos por objetos que pueden vibrar
de algún modo dentro de esa esfera especial.
En ambos casos, es
cosa bien sabida de la ciencia que hay un gran número de vibraciones, así por
encima como por debajo de estas dos secciones, y que, por tanto, hay mucha luz
que no podemos ver, y muchos sonidos que nuestros oídos no perciben. En el caso
de la luz, la acción de estas vibraciones más altas y más bajas que las
perceptibles es fácil de distinguir en los efectos producidos por los rayos
actínicos en un extremo del espectro y los rayos calóricos en el otro.
Es un hecho positivo que existen vibraciones de todos
los grados de rapidez que sea posible imaginar, que llenan todo el vasto
espacio que media entre las ondas lentas y las rápidas; ni es esto todo: pues
indudablemente hay vibraciones más lentas que las del sonido, y toda una
infinidad de ellas que son más rápidas que las que conocemos como luz. Así
hemos principiado a comprender que los grados de vibración por medio de los
cuales vemos y oímos, son tan sólo como dos diminutos grupos de unas pocas
cuerdas escogidas de un arpa colosal, de extensión prácticamente infinita, y
cuando pensamos en lo mucho que hemos podido aprender e inferir con el uso de
estos dos diminutos fragmentos, entrevemos vagamente qué posibilidades pueden
existir ante nosotros si pudiéramos utilizar el vasto y maravilloso todo.
Otro hecho que hay que considerar en este punto, es
que seres humanos diferentes varían de una manera considerable, aunque dentro
de límites relativamente reducidos, en su poder de responder aun a las
escasísimas vibraciones que se hallan al alcance de nuestros sentidos físicos.
No me refiero con esto a la agudeza de la vista o el oído, que permite a un
hombre distinguir un objeto o percibir un sonido que otro no ve ni oye; no se
trata en modo alguno de fuerza de visión, sino de extensión de susceptibilidad.
Por ejemplo, tómese un buen prisma de bisulfito de
carbono, y por su medio fíjese un espectro claro en una hoja de papel blanco; y
luego que un número de personas marque en el papel los límites extremos del
espectro que cada una perciba, y con seguridad se verá que su poder de visión
difiere de un modo apreciable. Algunos verán que el violeta se extiende mucho
más allá que lo que la mayoría percibe; otros quizá verán bastante menos que la
mayor parte, al paso que ganan una extensión correspondiente de visión en el
extremo rojo. Unos pocos habrá, quizá, que puedan ver más allá de lo ordinario
en ambos extremos, y éstos serán, casi seguramente, los que llamamos sensitivos,
sensibles, en una palabra, a una escala más vasta de vibraciones que la mayor
parte de la gente de hoy día.
Respecto del oído puede comprobarse la misma
diferencia, escogiendo un sonido que no sea todo lo bastante alto para ser
perceptible -por decido así, en el límite preciso de la perceptibilidad-, y
descubrir cuántos, entre un determinado número de personas, pueden oído. El
plañido de un murciélago es un ejemplo familiar de un sonido semejante, y la
experiencia demostrará que en una noche de verano, cuando todo el aire está
lleno de sus gritos sutiles, mucha gente no se da cuenta de ello y no pueden
oír absolutamente nada.
Ahora bien, estos ejemplos demuestran seguramente que
no se puede fijar un límite al poder del hombre para responder a las
vibraciones etéricas y aéreas, sino que hay algunos que tienen esta facultad
mucho más desarrollada que otros; y hasta pudiera observarse que este poder en
el mismo hombre varía en diferentes ocasiones. No hay, pues, dificultad en
suponer la posibilidad de que un hombre desarrolle esta facultad y aprenda con
el tiempo a ver y oír mucho que es invisible e inaudible para los demás; pues
sabemos muy bien que existen efectivamente un número enorme de estas
vibraciones adicionales, que, por decido así, están aguardando a ser
reconocidas.
Los experimentos con rayos X (o Roentgen) nos
presentan un ejemplo de los sorprendentes resultados que se producen cuando
unas pocas de estas vibraciones adicionales son traídas dentro de la esfera del
conocimiento humano; y la transparencia, por medio de estos rayos, de muchas
sustancias consideradas hasta entonces como opacas, nos muestra desde luego,
por lo menos, un modo de poder explicar la clarividencia elemental, que implica
la lectura de una carta dentro de una caja cerrada, o el describir las personas
que se hallan en una habitación próxima. El aprender a ver por medio de los
rayos Roentgen, además de los que se emplean generalmente, sería lo bastante
para que cualquiera pudiese ejecutar una proeza de magia de este orden.
Hasta aquí sólo hemos tratado de un desarrollo de los
sentidos puramente físicos del hombre; y cuando recordamos que el cuerpo etérico del hombre, sólo es en
realidad la parte más fina de la forma física, y que, por tanto, todos los
órganos de los sentidos contienen una gran cantidad de materia etérica de
varios grados de densidad, cuyas facultades están todavía prácticamente latentes
en la mayor parte de nosotros, veremos que aún limitándonos sólo a esta clase
de desarrollo, hay grandes posibilidades de todas clases, que empiezan ya a
mostrarse ante nosotros.
Pero además, y más
allá de todo esto, sabemos que el hombre posee un cuerpo astral y un cuerpo
mental, cada uno de los cuales pueda ser puesto en actividad con el tiempo, y
que responderán a su vez a las vibraciones de la materia de su respectivo
plano, abriendo así, ante el Ego, a medida que aprende a funcionar por su
medio, dos mundos completamente nuevos, mucho más vastos en conocimiento y en
poder. Ahora bien, estos mundos nuevos,
aunque nos rodean y se compenetran libremente, no hay que suponerlos distintos
y sin conexión alguna en su sustancia, sino más bien fundidos uno en otro,
formando lo astral inferior una serie directa con lo más elevado de lo físico,
así como lo inferior mental forma a su vez una serie directa con lo superior
astral. No se nos pide que nos imaginemos
alguna nueva y rara clase de materia, sino simplemente considerar la clase
física ordinaria como subdividida mucho más sutilmente, y vibrando con tanta
mayor rapidez que nos conduce a lo que prácticamente son estados y cualidades por
completo nuevos.
De este modo, pues, no nos es difícil comprender la
posibilidad de un desarrollo constante y progresivo de nuestros sentidos; de
manera que lo mismo con la vista que con el oído podamos apreciar vibraciones
mucho más altas y más bajas que las reconocidas ordinariamente. Una gran parte de estas vibraciones pertenecen
aún al plano físico, y solamente nos permitirán obtener impresiones de la parte
etérica de este plano, que en la actualidad es un libro cerrado para nosotros.
Tales impresiones pueden todavía
recibirse con la retina del ojo; por supuesto que afectarán más bien la materia
etérica que la sólida; pero sin embargo podemos considerarlas como afectando
tan sólo a un órgano apropiado para recibirlas, y no a toda la superficie del cuerpo
etérico.
Hay, sin embargo, algunos
casos anormales, en los cuales otras partes del cuerpo etérico responden a
estas vibraciones adicionales, tan prontamente y hasta con mayor prontitud que
los ojos. Semejantes excepciones se explican de varios modos, pero
principalmente como efectos de algún desarrollo parcial astral; pues se verá
que las partes sensitivas del cuerpo corresponden casi invariablemente a uno u
otro de los chakras o centros de vitalidad en el cuerpo astral. y aun cuando,
si la conciencia astral no está desarrollada, estos centros que para nada
sirven en su plano propio, son, sin embargo, lo bastante poderosos para
estimular a una actividad más sutil la materia etérica que compenetran.
Cuando se trata de los sentidos astrales mismos, los
métodos de funcionamiento son muy distintos. El
cuerpo astral no tiene órganos de sensación especiales, sino que si en alguna
parte de él choca una vibración dentro de los límites de su fuerza de
cognición, responde a tal vibración, y el resultado será el ver o el oír, según
sea el caso. De manera que una
persona, al usar la visión astral, no tiene necesidad de volverse y de mirar un
objeto, sino que lo puede ver igualmente por detrás o de costado; al paso que
si usa la vista etérica está en la misma situación, en lo que a este punto se
refiere, que un hombre que viese físicamente del modo ordinario.
Por otra parte, la
visión del plano devachánico o mental es totalmente
diferente, pues en este caso ya no se puede
hablar de sentidos separados, tales como la vista y el oído, sino más bien
de un sentido general que responde tan perfectamente a las vibraciones que a él
llegan, que cuando cualquier objeto se pone al alcance de su conocimiento, lo
comprende en el acto por completo; pues, por decido así, lo ve, lo oye, lo
siente y sabe cuánto hay que saber respecto de él por una sola e instantánea
operación. Sin embargo, hasta esta
maravillosa facultad difiere tan sólo en grado y no en especie de las que
actualmente disponemos, pues en el plano mental, lo mismo que en el físico, las
impresiones se perciben por medio de vibraciones que, partiendo del objeto, se
dirigen al vidente.
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