sábado, 23 de mayo de 2015

CLARIVIDENCIA (Parte 1)

CLARIVIDENCIA
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(Parte 1)

Clarividencia, literalmente, no significa otra cosa que «ver con claridad», siendo una palabra que ha sido muy mal aplicada y degradada, hasta el punto de empleársela para describir las tretas de un saltimbanqui en un espectáculo de feria. Aun en un sentido más restringido abarca una gran variedad de fenómenos que difieren tanto en carácter, que no es fácil dar una definición de la palabra que a la vez sea exacta y sucinta.

Ha sido llamada «visión espiritual», pero no hay interpretación más errónea que ésta, pues en la mayor parte de los casos no existe facultad alguna relacionada con ella, que tenga el menor derecho a honrarse con nombre tan elevado.

Al objeto de este trabajo pondríamos quizá definirla como el poder de ver lo que se halla oculto a la mirada física ordinaria.
Conviene igualmente exponer desde luego que con mucha frecuencia (aunque de ningún modo siempre) está acompañada de lo que se llama la clariaudiencia o el poder de oír lo que es imperceptible para el oído físico ordinario; por lo que, para nuestro objeto, consideraremos el título de nuestro libro como comprensión también de esta facultad, a fin de evitar lo pesado de usar constantemente dos palabras largas cuando basta con una.

Los fenómenos de la clarividencia difieren tanto, así en carácter como en grado, que no es muy fácil decidir el modo más satisfactorio de clasificarlos.
-Pudiéramos, por ejemplo, ordenarlos con arreglo a la clase de vista empleada, esto es, ya sea devachánica, astral o meramente etérica.
-Pudiéramos divididos con arreglo a la capacidad del clarividente, tomando en consideración si había sido o no educado; si su visión era regular y estaba bajo su dominio, o espasmódica e independiente de su voluntad, si la podía ejercitar solamente bajo la influencia magnética, o si esta ayuda no le era necesaria; si podía usar su facultad en estado de vigilia en el cuerpo físico, o si sólo se manifestaba cuando estuviese temporalmente fuera del cuerpo dormido o en trance.

Todas estas distinciones son de importancia, y tendremos que tomarlas en consideración a medida que avancemos; pero quizá después de todo, la clasificación más útil sea una semejante a la que adoptó Sinnett (Alfred Percy Sinnett (1840-1921), teósofo y periodista inglés.)  en su Rationals of Mesmerism, libro que, dicho sea de paso, deberían leer todos los estudiantes de clarividencia.

Cuando lleguemos, pues, a tratar de los fenómenos, los ordenaremos más bien con arreglo a la dirección de la visión empleada que al plano en que se ejercite, de manera que podremos agrupar los ejemplos de clarividencia bajo denominaciones como las siguientes:
1. Clarividencia simple: esto es una mera facultad de ver, que permite a su poseedor distinguir las entidades astrales o etéricas que se hallen a su alrededor, pero que no comprende el poder de observar, ya sea sitios distantes o escenas pertenecientes a otro tiempo que al presente.
2. Clarividencia en el espacio: la facultad de ver escenas o sucesos a distancia del vidente, y aún demasiado alejados para la observación ordinaria, u ocultos por objetos intermedios.
3. Clarividencia en el tiempo: esto es la facultad de ver objetos o sucesos alejados del vidente por el tiempo, o en otras palabras, el poder de ver en el pasado o en el porvenir.

Antes, sin embargo, de emprender útilmente una más detallada explicación, es necesario que dediquemos un poco de tiempo a algunas consideraciones preliminares, a fin de que tengamos bien presente algunos hechos generales respecto de los diferentes planos en que puede ejercitarse la visión clarividente, y las condiciones que hacen posible su ejercicio.

Se nos asegura constantemente en la literatura teosófica, que todas estas elevadas facultados serán muy pronto la herencia de la humanidad en general, que la facultad de la clarividencia, por ejemplo, existe latente en todos, y que aquellos en quienes se manifiesta ya, se encuentran sencillamente, en lo que a este punto se refiere, un poco delante de los demás.
Ahora bien: esta afirmación es verdadera, y sin embargo parece muy vaga y muy poco real a la mayor parte de la gente, sólo porque consideran semejante facultad como algo absolutamente distinto de todo lo que hasta ahora han experimentado, y se sienten bien seguros de que, por lo menos ellos, no se encuentran a una distancia de posible apreciación de su desarrollo.

Puede ayudar a desvanecer este sentimiento de falta de realidad, el tratar de comprender que la clarividencia, como otras tantas cosas de la naturaleza, es principalmente cuestión de vibraciones; y que después de todo, no es más que una extensión mayor de los poderes que todos estamos usando en nuestra vida diaria.

Vivimos rodeados de un vasto océano de aire y éter mezclados, este último compenetrando al primero como lo hace con toda la materia física; y principalmente por medio de las vibraciones en este vasto mar de materia es cómo llegan a nosotros desde afuera las impresiones. Esto lo sabemos todos; pero es posible que a muchos de nosotros no se nos haya ocurrido que el número de estas vibraciones, a las cuales podemos responder, es en realidad casi infinitesimal.
Entre las extremadamente rápidas vibraciones que afectan el éter, hay cierta pequeña sección-pero muy pequeña- a la que puede responder la retina del ojo humano; y. estas vibraciones particulares producen en nosotros la sensación que llamamos luz, esto es, podemos ver únicamente aquellos objetos de los cuales emana o es reflejada una luz de esta clase particular.

Exactamente del mismo modo el tímpano del oído humano es capaz de responder a una limitadísima esfera de vibraciones relativamente lentas -lo bastante lentas para afectar el aire que nos rodea-, por lo que los únicos sonidos que podemos oír, son los producidos por objetos que pueden vibrar de algún modo dentro de esa esfera especial.

En ambos casos, es cosa bien sabida de la ciencia que hay un gran número de vibraciones, así por encima como por debajo de estas dos secciones, y que, por tanto, hay mucha luz que no podemos ver, y muchos sonidos que nuestros oídos no perciben. En el caso de la luz, la acción de estas vibraciones más altas y más bajas que las perceptibles es fácil de distinguir en los efectos producidos por los rayos actínicos en un extremo del espectro y los rayos calóricos en el otro.

Es un hecho positivo que existen vibraciones de todos los grados de rapidez que sea posible imaginar, que llenan todo el vasto espacio que media entre las ondas lentas y las rápidas; ni es esto todo: pues indudablemente hay vibraciones más lentas que las del sonido, y toda una infinidad de ellas que son más rápidas que las que conocemos como luz. Así hemos principiado a comprender que los grados de vibración por medio de los cuales vemos y oímos, son tan sólo como dos diminutos grupos de unas pocas cuerdas escogidas de un arpa colosal, de extensión prácticamente infinita, y cuando pensamos en lo mucho que hemos podido aprender e inferir con el uso de estos dos diminutos fragmentos, entrevemos vagamente qué posibilidades pueden existir ante nosotros si pudiéramos utilizar el vasto y maravilloso todo.
Otro hecho que hay que considerar en este punto, es que seres humanos diferentes varían de una manera considerable, aunque dentro de límites relativamente reducidos, en su poder de responder aun a las escasísimas vibraciones que se hallan al alcance de nuestros sentidos físicos. No me refiero con esto a la agudeza de la vista o el oído, que permite a un hombre distinguir un objeto o percibir un sonido que otro no ve ni oye; no se trata en modo alguno de fuerza de visión, sino de extensión de susceptibilidad.

Por ejemplo, tómese un buen prisma de bisulfito de carbono, y por su medio fíjese un espectro claro en una hoja de papel blanco; y luego que un número de personas marque en el papel los límites extremos del espectro que cada una perciba, y con seguridad se verá que su poder de visión difiere de un modo apreciable. Algunos verán que el violeta se extiende mucho más allá que lo que la mayoría percibe; otros quizá verán bastante menos que la mayor parte, al paso que ganan una extensión correspondiente de visión en el extremo rojo. Unos pocos habrá, quizá, que puedan ver más allá de lo ordinario en ambos extremos, y éstos serán, casi seguramente, los que llamamos sensitivos, sensibles, en una palabra, a una escala más vasta de vibraciones que la mayor parte de la gente de hoy día.
Respecto del oído puede comprobarse la misma diferencia, escogiendo un sonido que no sea todo lo bastante alto para ser perceptible -por decido así, en el límite preciso de la perceptibilidad-, y descubrir cuántos, entre un determinado número de personas, pueden oído. El plañido de un murciélago es un ejemplo familiar de un sonido semejante, y la experiencia demostrará que en una noche de verano, cuando todo el aire está lleno de sus gritos sutiles, mucha gente no se da cuenta de ello y no pueden oír absolutamente nada.
Ahora bien, estos ejemplos demuestran seguramente que no se puede fijar un límite al poder del hombre para responder a las vibraciones etéricas y aéreas, sino que hay algunos que tienen esta facultad mucho más desarrollada que otros; y hasta pudiera observarse que este poder en el mismo hombre varía en diferentes ocasiones. No hay, pues, dificultad en suponer la posibilidad de que un hombre desarrolle esta facultad y aprenda con el tiempo a ver y oír mucho que es invisible e inaudible para los demás; pues sabemos muy bien que existen efectivamente un número enorme de estas vibraciones adicionales, que, por decido así, están aguardando a ser reconocidas.

Los experimentos con rayos X (o Roentgen) nos presentan un ejemplo de los sorprendentes resultados que se producen cuando unas pocas de estas vibraciones adicionales son traídas dentro de la esfera del conocimiento humano; y la transparencia, por medio de estos rayos, de muchas sustancias consideradas hasta entonces como opacas, nos muestra desde luego, por lo menos, un modo de poder explicar la clarividencia elemental, que implica la lectura de una carta dentro de una caja cerrada, o el describir las personas que se hallan en una habitación próxima. El aprender a ver por medio de los rayos Roentgen, además de los que se emplean generalmente, sería lo bastante para que cualquiera pudiese ejecutar una proeza de magia de este orden.

Hasta aquí sólo hemos tratado de un desarrollo de los sentidos puramente físicos del hombre; y cuando recordamos que el cuerpo etérico del hombre, sólo es en realidad la parte más fina de la forma física, y que, por tanto, todos los órganos de los sentidos contienen una gran cantidad de materia etérica de varios grados de densidad, cuyas facultades están todavía prácticamente latentes en la mayor parte de nosotros, veremos que aún limitándonos sólo a esta clase de desarrollo, hay grandes posibilidades de todas clases, que empiezan ya a mostrarse ante nosotros.

Pero además, y más allá de todo esto, sabemos que el hombre posee un cuerpo astral y un cuerpo mental, cada uno de los cuales pueda ser puesto en actividad con el tiempo, y que responderán a su vez a las vibraciones de la materia de su respectivo plano, abriendo así, ante el Ego, a medida que aprende a funcionar por su medio, dos mundos completamente nuevos, mucho más vastos en conocimiento y en poder. Ahora bien, estos mundos nuevos, aunque nos rodean y se compenetran libremente, no hay que suponerlos distintos y sin conexión alguna en su sustancia, sino más bien fundidos uno en otro, formando lo astral inferior una serie directa con lo más elevado de lo físico, así como lo inferior mental forma a su vez una serie directa con lo superior astral. No se nos pide que nos imaginemos alguna nueva y rara clase de materia, sino simplemente considerar la clase física ordinaria como subdividida mucho más sutilmente, y vibrando con tanta mayor rapidez que nos conduce a lo que prácticamente son estados y cualidades por completo nuevos.

De este modo, pues, no nos es difícil comprender la posibilidad de un desarrollo constante y progresivo de nuestros sentidos; de manera que lo mismo con la vista que con el oído podamos apreciar vibraciones mucho más altas y más bajas que las reconocidas ordinariamente. Una gran parte de estas vibraciones pertenecen aún al plano físico, y solamente nos permitirán obtener impresiones de la parte etérica de este plano, que en la actualidad es un libro cerrado para nosotros. Tales impresiones pueden todavía recibirse con la retina del ojo; por supuesto que afectarán más bien la materia etérica que la sólida; pero sin embargo podemos considerarlas como afectando tan sólo a un órgano apropiado para recibirlas, y no a toda la superficie del cuerpo etérico.

Hay, sin embargo, algunos casos anormales, en los cuales otras partes del cuerpo etérico responden a estas vibraciones adicionales, tan prontamente y hasta con mayor prontitud que los ojos. Semejantes excepciones se explican de varios modos, pero principalmente como efectos de algún desarrollo parcial astral; pues se verá que las partes sensitivas del cuerpo corresponden casi invariablemente a uno u otro de los chakras o centros de vitalidad en el cuerpo astral. y aun cuando, si la conciencia astral no está desarrollada, estos centros que para nada sirven en su plano propio, son, sin embargo, lo bastante poderosos para estimular a una actividad más sutil la materia etérica que compenetran.

Cuando se trata de los sentidos astrales mismos, los métodos de funcionamiento son muy distintos. El cuerpo astral no tiene órganos de sensación especiales, sino que si en alguna parte de él choca una vibración dentro de los límites de su fuerza de cognición, responde a tal vibración, y el resultado será el ver o el oír, según sea el caso. De manera que una persona, al usar la visión astral, no tiene necesidad de volverse y de mirar un objeto, sino que lo puede ver igualmente por detrás o de costado; al paso que si usa la vista etérica está en la misma situación, en lo que a este punto se refiere, que un hombre que viese físicamente del modo ordinario.

Por otra parte, la visión del plano devachánico o mental es totalmente diferente, pues en este caso ya no se puede hablar de sentidos separados, tales como la vista y el oído, sino más bien de un sentido general que responde tan perfectamente a las vibraciones que a él llegan, que cuando cualquier objeto se pone al alcance de su conocimiento, lo comprende en el acto por completo; pues, por decido así, lo ve, lo oye, lo siente y sabe cuánto hay que saber respecto de él por una sola e instantánea operación. Sin embargo, hasta esta maravillosa facultad difiere tan sólo en grado y no en especie de las que actualmente disponemos, pues en el plano mental, lo mismo que en el físico, las impresiones se perciben por medio de vibraciones que, partiendo del objeto, se dirigen al vidente.


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