sábado, 23 de mayo de 2015

CLARIVIDENCIA (Parte 4)

CLARIVIDENCIA
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(Parte 4)

Se verá desde luego por esto, que aun para el estudio de la materia inorgánica, la adquisición de esta visión concede ventajas inmensas. No solamente se ve la parte astral del objeto que se mira, la cual se hallaba antes absolutamente oculta; no sólo se percibe muchísimo más que antes, acerca de su constitución física, sino que hasta lo que antes era visible, se ve entonces mucho más clara y fielmente. Un momento de consideración demostrará que esta nueva visión se aproxima mucho más a la verdadera percepción que la vista física. Por ejemplo, si se mira astralmente un cubo de cristal, sus lados se verán iguales, como sabemos que realmente son, al paso que en lo físico se ve el lado más lejano en perspectiva, esto es, parece más pequeño que el lado más próximo, lo cual es, por supuesto, una mera ilusión debida a las limitaciones físicas.

Cuando consideramos las demás facilidades que ofrece en la observación de los objetos animados, vemos aún más claramente las ventajas de la visión astral. Ella exhibe al clarividente el aura de las plantas y los animales, y por tanto, en lo que se refiere a estos últimos sus deseos y emociones, y cualquier pensamiento que tengan, se presenta claro a sus ojos.
Pero tratándose de seres humanos es cuando podrá apreciar mejor el valor de esta facultad, pues muchas veces podrá ayudarlos mucho más eficazmente, guiándose por lo que por su medio aprende.
Podrá ver su aura hasta el cuerpo astral, y aunque las partes superiores de la misma sigan ocultas para él, sin embargo, le será posible, por medio de atenta observación, llegar a conocer mucho acerca de la parte superior por el estudio de la que está a su alcance. Su facultad de poder examinar el doble etérico le concede ventajas considerables para poder localizar y clasificar cualquier defecto o enfermedad del sistema nervioso, al paso que por la apariencia del cuerpo astral conocerá en seguida todas las emociones, pasiones, deseos y tendencias del hombre que tenga delante y aun de muchos que tenga en pensamiento.

Al mirar una persona, la verá rodeada por la niebla luminosa del aura astral, brillando con toda suerte de colores, y cambiando constantemente de matices y de brillo a cada variación de los pensamientos y sentimientos de la persona.
Verá esta aura inundada del
hermoso color rosado de los afectos puros,
el rico azul del sentimiento de devoción,
el pardo oscuro del egoísmo,
el escarlata profundo de la cólera,
el horrible rojo cárdeno de la sensualidad,
el gris lívido del temor,
las nubes negras del odio y la maldad,
o cualquiera de las innumerables indicaciones tan fáciles de leer en ella por el ojo práctico; y así le sería imposible a cualquier persona el ocultarle el verdadero estado de sus sentimientos sobre cualquier asunto.
Estas diversas indicaciones del aura constituyen en sí un estado del más profundo interés, pero no dispongo aquí del espacio suficiente para ocuparme de ellas. En mi estudio El aura, se puede ver un relato algo más completo, y también hay otra obra más extensa sobre el asunto (El primero puede verse en El aura y los anales akáshicos, y la segunda se refiere al El hombre visible e invisible, en nuestra colección Dragón).

No solamente demuestra el aura astral el resultado temporal de las emociones que pasan por ella en aquel momento, sino que también presenta, por la coordinación y proporción de sus colores, cuando se halla en estado de reposo relativo, la clave de la disposición general y carácter del individuo; pues el cuerpo astral es la expresión de cuanto el hombre manifiesta en ese plano, de modo que por lo que se ve en él, puede inferirse mucho más, perteneciente a planos superiores, con bastante certeza.

En este juicio del carácter, el clarividente es muy ayudado por todos los pensamientos de la persona que se manifiestan en el plano astral, y que, por consiguiente, caen bajo su percepción. La verdadera morada del pensamiento es el plano mental devachánico, y todo pensamiento se manifiesta, en primer término, allí como una vibración del cuerpo mental. Pero si de algún modo es un pensamiento egoísta o está relacionado de alguna manera con emociones o deseos, desciende inmediatamente al plano astral y se reviste de una forma visible de materia astral.

En la mayor parte de los hombres casi todos los pensamientos pertenecen a una de estas clases, de suerte que prácticamente toda su personalidad se presentará con claridad a la vista del vidente astral, puesto que sus cuerpos astrales y las formas de pensamientos que de los mismos radian constantemente, serían para él como un libro abierto, en el que estarían escritas sus cualidades características con tanto relieve, que hasta corriendo podrían leerse. Cualquiera que desee tener una idea del cómo se presentan las formas de pensamiento a la visión del clarividente, puede, hasta cierto punto, satisfacerse examinando las ilustraciones que acompañan a Formas de pensamiento, la obra que sobre el asunto publicó Annie Besant con mi colaboración.

Hemos visto algo de la alteración en la apariencia de los objetos, tanto animados como inanimados, cuando se les contempla con la visión astral completa, en lo que a este plano se refiere; consideremos ahora qué objetos absolutamente nuevos se ven. El clarividente estará consciente de un lleno mucho mayor en la naturaleza en todas direcciones, pero lo que principalmente llamará su atención son los habitantes de este nuevo mundo. No podemos intentar, en el espacio de que disponemos, un relato detallado de ellos; para esto puede el lector dirigirse las obras El plano astral o El Devachán. Aquí no podemos hacer más que enumerar sólo unas pocas clases de las vastas huestes de los habitantes astrales.
Le impresionarán las formas proteas de la incesante marea de esencia elemental, siempre girando a su alrededor, a menudo amenazadoras, pero, sin embargo, retirándose siempre ante un esfuerzo determinado de la voluntad; se quedará maravillado ante el enorme ejército de entidades, traídas temporalmente a la existencia por los pensamientos y deseos, ya buenos o malos, de los hombres. Observará las múltiples tribus de espíritus de la naturaleza, ya trabajando, ya jugando; algunas veces podrá estudiar con placer siempre creciente la magnífica evolución de algunos de los órdenes inferiores del glorioso reino de los Devas, que corresponden aproximadamente a la hueste angélica de la terminología cristiana.

Pero quizá será para él de interés aun más palpitante que todo esto, los habitantes humanos del mundo astral, y los cuales encontrará que se dividen en dos grandes clase: los que llamamos vivientes, y aquellos otros, en su mayor parte infinitamente más vivos, a quienes tan neciamente damos el nombre erróneo de muertos. Entre los primeros, verá aquí y allí alguno por completo despierto y consciente, enviado, quizás, a llevarle algún mensaje, o bien examinándole atentamente para ver qué progresos está haciendo; al paso que la mayor parte de sus vecinos, cuando están fuera del cuerpo físico durante el sueño, flotan vagamente, tan envueltos en sus propios pensamientos, que prácticamente están inconscientes de todo lo que pasa a su alrededor.

Entre la gran hueste de los muertos recientemente, verá todos los grados de conciencia e inteligencia, todos los matices de carácter, pues la muerte, que a nuestra visión limitada parece un cambio tan grande, en realidad no altera nada del hombre en sí.

Al día siguiente de su muerte es exactamente el mismo hombre que el día antes de ella, con la misma disposición, las mismas cualidades, las mismas virtudes y vicios, con sólo la diferencia de que no posee un cuerpo físico; pero la pérdida de éste no hace de él, en modo alguno, un hombre distinto, porque es como si se hubiera quitado el gabán. Así pues, entre los muertos, nuestro estudiante verá hombres inteligentes y estúpidos, de corazón bondadoso o de genio áspero, serio y frívolo, de mente espiritual y de mente sensual, exactamente lo mismo que entre los vivos.

Puesto que no sólo puede ver los muertos, sino también hablarles, puede muchas veces serles muy útil, informándoles y guiándoles, lo cual es para ellos de capital importancia. Muchos de ellos se encuentran en un estado de profunda sorpresa y perplejidad, y algunas veces presa de gran desesperación, porque encuentran los hechos del otro mundo tan diferentes de las leyendas infantiles, que es todo lo que la religión popular en Occidente tiene que ofrecerles; y por tanto, el hombre que comprende estos hechos y puede explicárselos es indudablemente un amigo necesario.

De muchas otras maneras puede el hombre que posee por completo esta facultad ser útil a los vivos así como a los muertos; pero sobre este aspecto de la cuestión ya he escrito en Protectores invisibles. Además de las entidades astrales, verá cadáveres astrales -sombras y cascarones en todos los estados de decadencia-; pero esto basta con mencionarlo, porque el lector que desee un relato más detallado puede encontrarlo en el libro antes citado.
Otro resultado maravilloso que el completo goce de la visión astral proporciona al hombre, es que ya no sufre ninguna interrupción de conciencia. Cuando duerme, deja al cuerpo físico en el reposo que necesita, y mientras tanto marcha a sus asuntos en el mucho más cómodo vehículo astral. Al despertar, vuelve y penetra de nuevo en su cuerpo físico, pero sin ninguna pérdida de conciencia ni de memoria entre los dos estados, pudiendo así vivir, como si dijéramos, una vida doble, la cual, sin embargo, es una, y estar útilmente ocupado durante toda su existencia en lugar de perder la tercera parte de ella en la inconsciencia.

Otro extraño poder de que será poseedor (aun cuando su completo dominio pertenece más bien a la facultad devachánica, aún más elevada) es el de ver aumentada a voluntad la partícula física o astral más diminuta hasta el tamaño que quiera, como si empleara un microscopio, aunque no existe microscopio ni probablemente existirá jamás, que tenga ni siquiera la milésima parte de este poder psíquico aumentador. Por su medio se convierten en realidades visibles y vivientes para el estudiante ocultista la molécula y el átomo hipotéticos presupuestos por la ciencia, y por este examen más profundo encuentra que son mucho más complejos en su estructura que lo qué el hombre científico ha podido hasta ahora suponer. También le permite seguir con minuciosa atención y el mayor interés todas las acciones eléctricas, magnéticas y otras asimismo etéricas; y cuando alguno de los especialistas en estos ramos de la ciencia pueda desarrollar el poder de ver estas cosas sobre las que se escribe tan fácilmente, podrán esperarse algunas revelaciones maravillosas y preciosas.
Este es uno de los siddhis o poderes que los libros orientales asignan al hombre que se dedica al desarrollo espiritual, aunque el nombre con que se le menciona no sea desde luego reconocible. Se le llama «el poder de hacerse uno grande o pequeño a voluntad», y la causa de una descripción que de un modo tan raro parece presentar los hechos al revés, es que en realidad la manera de ejecutar la proeza, es precisamente la indicada en estos antiguos libros.

Usando un aparato visual temporal de una pequeñez inconcebible, es como el mundo de lo infinitamente se ve con claridad; y del mismo modo (o más bien de la manera contraria), aumentando temporalmente de un modo enorme el tamaño del aparato que se usa, es cómo se hace factible el aumentar el campo de nuestra vista -en el sentido físico, como en el moral- mucho más allá de lo que la ciencia ha podido jamás soñar como posible para el hombre. De modo que la alteración del tamaño reside en realidad en el vehículo de la conciencia del estudiante y no fuera de él; y el antiguo libro oriental, después de todo, ha expuesto el caso con más exactitud que nosotros.

La psicometría y la segunda vista in excelsis, serían también facultades de que podría disponer el clarividente; pero de éstas se tratará con más propiedad bajo otra denominación, puesto que en casi todas sus manifestaciones comprenden la clarividencia así en el espacio como en el tiempo.

He indicado ya, aunque muy a grosso modo, lo que un estudiante ejercitado que poseyese la completa visión astral vería en el mundo inmensamente más extenso en el que esta visión le introduciría; pero no he dicho nada del cambio estupendo que en su actitud mental sucedería con la certeza adquirida por experiencia propia, de la existencia del alma, de su supervivencia después de la muerte, de la acción de la ley del karma y de otros puntos de importancia capital. La diferencia hasta entre la convicción intelectual más profunda y el conocimiento preciso que se obtiene por la experiencia personal directa, hay que sentirla para poderla apreciar.
Las experiencias de los clarividentes no ejercitados -y téngase presente que esta clase comprende todos los clarividentes europeos, excepto unos pocos- se quedan, por regla general, muy atrás de lo que he dicho; se quedan muy atrás de muchos modos diferentes, en grado, en variedad, en permanencia y, sobre todo, en precisión.
Algunas veces, por ejemplo, la clarividencia de una persona será permanente, pero muy parcial, extendiéndose tan sólo a una o dos clases de los fenómenos observables; se encontrará dotado de una parte solamente de visión superior, sin poseer aparentemente otros poderes de vista que debieran de un modo normal acompañarla o precederla. Por ejemplo, uno de mis más queridos amigos ha tenido toda su vida el poder de ver el éter atómico y la materia astral atómica, y de reconocer su estructura, tanto en la luz, como en la oscuridad, como compenetrando todo lo demás; sin embargo, sólo rarísimas veces ha visto entidades cuyos cuerpos están compuestos de éter inferior o de materia astral más densa, mucho más perceptibles, y en todo caso no puede verlos siempre. Sencillamente, se encuentra en posesión de esta facultad especial, sin ninguna razón aparente que lo explique, o relación alguna conocida con cualquier otra cosa; y fuera de probarle la existencia de estos planos atómicos y demostrarle su arreglo, es difícil comprender para qué cosa especial le sirve en la actualidad. Sea como quiera, tal es el hecho, y es una garantía de cosas más grandes futuras, de otros poderes que aún esperan desarrollo.
Hay muchos casos parecidos, quiero decir, no en la posesión de esta forma particular de vista (que es única en mi experiencia), sino en que demuestran el desarrollo de una pequeña parte especial de la visión completa y clara del plano astral y etérico. De diez casos, sin embargo, de esta clarividencia parcial, en nueve habrá también falta de precisión, esto es, habrá mucha parte de impresión vaga y de inferencia en lugar de la definición concreta y clara y de la certeza del hombre ejercitado. Ejemplos de esta clase se ven constantemente con especialidad entre aquellos que se anuncian como «clarividentes probados para negocios».

Luego hay también los que son sólo clarividentes temporales, bajo ciertas condiciones especiales. Entre éstos hay varias subdivisiones:
algunos pueden reproducir el estado de clarividencia a voluntad colocándose en las mismas condiciones,
mientras que a otros les ocurre esporádicamente, sin relación alguna observable con las circunstancias;
y a otros suele suceder que la facultad sólo se muestra una o dos veces en el curso de toda su vida.

A la primera de estas subdivisiones pertenecen los que son clarividentes sólo en el sueño magnético, fuera del cual son incapaces de oír ni de ver nada anormal. Éstos pueden a veces alcanzar grandes alturas de conocimiento; pero cuando esto sucede, es porque están pasando por un curso de educación regular, aunque por alguna razón no pueden aún libertarse sin ayuda del peso abrumador de la vida terrestre.
En la misma clase podemos colocar aquellos -en su mayor parte orientales- que adquieren alguna vista temporal sólo bajo la influencia de ciertas drogas, o por medio de la ejecución de ciertas ceremonias. Estos últimos se hipnotizan algunas veces por la repetición de las ceremonias, y en este estado se hacen clarividentes hasta cierto punto, pero lo más común es simplemente quedar reducidos a un estado pasivo, en el cual alguna otra entidad puede obsesionarle y hablar por su medio. Algunas veces sus ceremonias no tienen por objeto afectarlo a él mismo, sino el invocar alguna entidad astral que le da la información deseada; pero, por supuesto, éste es un caso de magia y no de clarividencia. Tanto las drogas como las ceremonias son métodos que a todo trance deben evitarse por todo el que desee llegar a la clarividencia en su aspecto superior. El sanador del África Central o médico-brujo y los siameses tártaros son buenos ejemplos de este tipo.

Los que sólo ocasionalmente han poseído cierto poder clarividente sin intervención de su propio deseo, han sido muchas veces personas histéricas o sumamente nerviosas, en quienes esta facultad viene a ser en gran parte uno de los síntomas de la enfermedad. Su aparición demuestra que el vehículo físico se ha debilitado hasta tal punto, que ya no ofrece obstáculo alguno a la manifestación de un poder de visión etérica o astral. Un ejemplo extremo de esta clase es el hombre que se alcoholiza hasta el delirium tremens, y en este estado de absoluta ruina física y de excitación psíquica impura, ocasionada por los estragos de esta horrible enfermedad, puede ver por el momento algún asqueroso elemental y otras entidades, las cuales ha atraído a su alrededor por el abuso de su vicio degradante y bestial. Hay también otros casos en que este poder de visión ha aparecido y desaparecido sin relación alguna aparente con el estado de la salud física; pero parece probable que aun en éstos, si hubiesen podido observarse con toda minuciosidad, se hubiera visto alguna alteración en el estado del doble etérico.

Aquellos que sólo pueden contar un solo ejemplo de clarividencia en toda su vida, son difíciles de clasificar en todas sus diferencias, a causa de la gran variedad de las circunstancias que han contribuido a ello.
-Hay muchos entre ellos que han pasado por tal experiencia en algún momento supremo de la vida, cuando es comprensible que haya podido haber una exaltación temporal de las facultades, lo cual sería suficiente para explicar el fenómeno.
-Otros hay, dentro de esta misma clase, para quienes el caso único ha consistido en ver una aparición, siendo lo más común que ésta haya sido la de un amigo o un pariente en el momento de la muerte. Dos interpretaciones se presentan ante nosotros en este caso, y en ambas es la fuerza impulsora un fuerte deseo del difunto. Esta fuerza puede haberle permitido materializarse por un instante, en cuyo caso, por supuesto, no hay necesidad de clarividencia; o lo que es más probable, puede haber obrado magnéticamente sobre el vidente, entorpeciendo por el momento su sensibilidad física y estimulando las superiores. En ambos casos la visión es el resultado de un incidente, y no se repite por la sencilla razón de que las condiciones necesarias tampoco se repiten.

Queda, sin embargo, en esta clase un resto irresoluble de casos en los cuales sólo ocurre un único ejemplo de indudable clarividencia en circunstancias que nos parecen por completo triviales y sin interés.
Acerca de estos casos sólo podemos formar hipótesis; las condiciones directas no están, evidentemente, en el plano físico, y antes de poder emitir una opinión cierta, sería necesaria la investigación de cada caso. En algunos de ellos ha resultado que una entidad astral ha estado intentando comunicarse, no habiendo conseguido más que transmitir algún detalle sin importancia de un asunto, sin que lo más útil del mismo haya podido penetrar en la conciencia del sujeto.

En la investigación de los fenómenos de la clarividencia se encontrarán todos estos diversos tipos y muchos otros, y seguramente se presentarán también cierto número de casos de meras alucinaciones, los cuales deben eliminarse con cuidado de la lista de ejemplos. El que se dedica al estudio de este asunto necesita una dosis inextinguible de paciencia y de firme perseverancia; pero si continua el tiempo necesario principiará a distinguir confusamente el orden tras del caos, hasta que de un modo gradual adquiere alguna idea de la gran ley bajo la cual marcha toda la evolución.

Le ayudará mucho en sus esfuerzos el adoptar el orden que nosotros acabamos de seguir aquí, esto es, tomarse primeramente el trabajo de familiarizarse, en cuanto le sea posible, con los hechos efectivos concernientes a los planos en los cuales se manifiesta la clarividencia ordinaria. Si quiere aprender lo que realmente hay que ver con la vista etérica y astral, y cuáles son sus limitaciones respectivas, tendrá entonces una regla para medir los casos que observe. Dado que todos los ejemplos de vista parcial tienen necesariamente que encontrar su sitio apropiado en este cuadro, si tiene el bosquejo de todo el esquema en su cabeza encontrará relativamente fácil, con un poco de práctica, el clasificar los ejemplos que se le presenten.

No hemos dicho nada todavía acerca de las posibilidades aún más maravillosas de la clarividencia en el plano devachánico, ni en verdad es necesario decir mucho de ello, toda vez que es sumamente improbable que el investigador encuentre jamás ejemplo alguno de tal facultad, a no ser entre discípulos debidamente ejercitados en las escuelas más elevadas de ocultismo. Para éstos se abre otro mundo mucho más vasto que todos los inferiores -un mundo en el cual todo lo que podamos imaginar de más glorioso y esplendente es lo más común de la existencia-. En El plano astral y El Devachán hemos expuesto algo acerca de esta maravillosa facultad, su dicha inefable, sus magníficas oportunidades para aprender y trabajar, y a ellos remitimos al estudiante.

Todo lo que tiene que dar -por lo menos todo lo que de él puede asimilarse- está al alcance del discípulo ejercitado; pero para el clarividente no ejercitado sólo el tocarlo es poco menos que una imposibilidad. Se ha conseguido en el sueño magnético, pero el caso es extremadamente raro, pues se necesitan cualidades casi sobrehumanas en lo que se refiere a elevadas aspiraciones espirituales y pobreza absoluta de pensamiento y de intención, tanto de parte del sujeto como de la del operador.

A semejante tipo de clarividencia, y todavía mucho más a la que pertenece al plano superior siguiente, puede aplicarse con mucha razón el nombre de visión espiritual; y puesto que el mundo celestial que presenta a nuestros ojos nos rodea por todas partes aquí y ahora, creemos oportuno colocar la referencia que de pasada hacemos, en la denominación de clarividencia simple, aunque sea necesario volver hacer alusión a ella cuando tratemos de la clarividencia en el espacio.


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