Sensaciones del cuerpo
Tomado de: Sadhana, un camino de oración.
De Anthony de Mello, sacerdote jesuita
Sitúate en una posición que te resulte cómoda y
relajante. Cierra los ojos.
Voy a pedirte que te hagas consciente de determinadas
sensaciones corporales que sientes en estos
momentos, pero de las que no te das cuenta de manera refleja...
-Cae en la cuenta
del roce de tu ropa en tus hombros...
-Ahora del contacto
que se produce entre tu ropa y tu espalda, del contacto de tu espalda con el respaldo
de la silla en la que estás sentado...
-Percibe la sensación
de tus manos cuan do se juntan o reposan en tu regazo...
-Hazte consciente
de la presión que tus muslos y nalgas ejercen sobre la silla...
-Cae en la cuenta
de la sensación de tus pies al tocar los zapatos...
-Ahora hazte consciente
reflejamente de la postura en la que estás sentado...
-De nuevo: tus hombros...
tu espalda... tu mano derecha... tu mano izquierda... tus mus los... tus
pies... la posición en que estás sentado...
-Otra vez:
hombros... espalda... mano derecha... mano izquierda... muslo derecho... muslo izquierdo...
pie derecho... pie izquierdo... tu posición en la silla...
-Continúa girando
en tomo a ti mismo, pasando de una parte de tu cuerpo a otra. Procura no detenerte
en cada parte durante más de dos minutos, hombros, espalda, muslos, etc. Pasa continuamente
de uno a otro...
Puedes concentrarte en las partes del cuerpo que yo he
mencionado o en aquellas otras que tú desees:
cabeza, cuello, brazos, tórax, estómago...
Lo verdaderamente importante es que llegues a captar
el sentir, la sensación de cada parte; que la sientas durante uno o dos
segundos y que pases a otra parte del cuerpo...
Cuando hayan pasado cinco minutos, te invitaré a que
abras los ojos despacio y pondremos fin al ejercicio.
Este ejercicio sencillo produce en la mayoría de las
personas una sensación inmediata de relajación. En bastantes grupos, cuando
propuse por primera vez este ejercicio, algunas personas se relajaron de tal
manera que cayeron en un sueño profundo.
Uno de los enemigos
más poderosos de la oración es la tensión nerviosa. Este ejercicio trata de ayudarte a dominarla.
La fórmula es muy
sencilla: te relajas cuando llegas a tus
sentidos; cuando tomas conciencia lo más plenamente posible de las sensaciones
de tu cuerpo, de los sonidos o ruidos que te rodean, de tu respiración, del
sabor de lo que tienes en la boca.
La inmensa mayoría de las
personas viven excesivamente en sus cabezas: tienen en cuenta los pensamientos
y fantasías que emergen en ella pero son muy poco conscientes de la actividad
de sus sentidos. Por esta forma de proceder, rara vez viven en el momento
presente. Se sitúan casi siempre en el pasado o en el futuro. En el pasado
lamentando viejos errores, sintiéndose culpables de antiguos pecados, complaciéndose
morosamente en triunfos pasados, recordando injurias que alguna persona les
causó. O en el futuro temiendo posibles calamidades y desgracias, anticipando futuras
alegrías o soñando con acontecimientos venideros.
Recordar el pasado para aprovechar sus lecciones o
para gozamos de nuevo, anticipar el futuro para planificar de forma realista,
es válido a condición de que no nos mantenga alejados del presente durante
demasiado tiempo.
Para tener éxito en
la vida de oración es decisivo desarrollar la capacidad de entrar en contacto
con el presente y de permanecer en él. Y el mejor método que yo conozco para
permanecer anclado en el presente es abandonar la cabeza y volver a los
sentidos.
Siente el calor o el frío de la atmósfera que nos
rodea.
Percibe la brisa que acaricia tu cuerpo.
El calor cuando el sol entra en contacto con tu piel.
El tejido y temperatura del objeto que tocas... y nota
la diferencia.
Observa cómo retornas a la vida a medida que te
insertas en el presente.
Cuando hayas dominado esta técnica de tener en cuenta
los sentidos, te sorprenderás de los cambios que se producen en ti si eres de
las personas que sienten frecuentemente tristeza frente al futuro o culpabilidad
frente al pasado.
Una palabra sobre el «salir de la cabeza»: la
cabeza no es buen lugar para hacer oración...
Pero no es un mal
sitio para comenzarla. Si tu oración permanece durante demasiado tiempo en la
cabeza y no pasa al corazón, se tomará árida y se convertirá en algo tedioso y
desalentador.
Debes aprender a salir del campo del pensamiento y de
la locución y emigrar a los dominios de los sentimientos, de las sensaciones,
del amor, de la intuición. Ese es el lugar donde la contemplación nace y donde
la oración se convierte en poder transformante y en fuente inagotable de
felicidad y de paz.
Es muy posible que algunas
personas -muy pocas- sientan, como resultado de este ejercicio, no relajamiento
y paz, sino aumento de tensión. Si te sucede esto, conciencia tu tensión
nerviosa.
Observa cuál de las partes de tu
cuerpo se halla en tensión. Percibe con exactitud las características de la
misma. Hazte consciente de que eres tú quien produce la tensión en ti mismo y
observa cuidadosamente cómo lo haces.
Cuando empleo la palabra observar no me refiero a la
reflexión, sino a las sensaciones y a los sentimientos. No puedo repetir en cada línea que en este ejercicio se trata de
sentir, no de pensar.
Existen personas que, cuando se les dice que sientan
sus brazos o sus piernas o sus manos, no las sienten realmente. Se limitan a
reproducir mentalmente alguno de esos miembros. Conocen dónde están situados y
se limitan a tomar nota de ese conocimiento. Pero no llegan a sentir realmente
los miembros. Mientras que otras personas son capaces de sentir, éstas no. A lo
sumo, logran una reproducción mental.
El medio más adecuado para superar este defecto (y
para asegurar que no tomas una reproducción mental por la experiencia de un
sentimiento) es tratar de captar el mayor número posible de sensaciones en cada
uno de estos miembros: hombros, espalda, muslos, manos, pies. Esto te ayudará,
además, a sintonizar con personas que no sienten sus miembros.
Descubrirás probablemente que sólo una parte mínima de
la superficie de tus miembros produce sensaciones al principio. No percibirás
sensación alguna en áreas amplias de tu cuerpo. Esto se debe a que tu sensibilidad
ha quedado adormecida por vivir demasiado en tu cabeza. La superficie de tu
piel está cubierta con trillones de reacciones bioquímicas a las que llamamos
sensaciones y, mira por dónde, a ti te cuesta trabajo encontrar unas pocas. Has
endurecido tu capacidad para sentir, quizás como consecuencia de algún daño
emocional o de un conflicto que has olvidado hace mucho tiempo. Y tu percepción,
tu consciencia, tu poder de concentración y de atención están sin cultivar, subdesarrollados.
En otro lugar expondré la relación que existe entre
este ejercicio y la oración. Indicaré también cómo, para muchas personas, este
ejercicio en sí mismo es una forma de contemplación.
Por el momento, bástenos recordar que es una
preparación para la oración y contemplación, un medio para relajamos y
conseguir la quietud, condiciones imprescindibles para orar.
Cierra de nuevo los ojos. Entra en contacto con las
sensaciones que se producen en diversas partes de tu cuerpo.
Lo ideal sería que no pensases en las diversas partes
de tu cuerpo concibiéndolas como manos, piernas o espalda, sino que pasases de
una sensación a otra sin etiquetar ni nombrar los miembros u órganos que
sientes.
Si adviertes un
impulso a moverte o a cambiar de posición, no consientas. Limítate a tener en cuenta
esa incitación y la molestia corporal que origina, quizás, ese impulso.
Realiza este
ejercicio durante algunos minutos.
Sentirás crecer la
calma en tu cuerpo.
No te solaces en
esa tranquilidad.
Continúa en tu
ejercicio y deja que la calma se cuide de sí misma.
Si te distraes en
un momento determinado, vuelve a la percepción de las sensaciones del cuerpo, pasando
de una a otra, hasta que tu cuerpo recobre de nuevo la calma, tu mente
participe de la calma de tu cuerpo y seas capaz de sentir esa tranquilidad que
reporta paz y sabor anticipado de la contemplación y de Dios. En cualquier
caso, vuelvo a repetido, no acampes de manera refleja en la tranquilidad.
¿Por qué no conviene detenerse en la calma que
sentirás, probablemente, durante este ejercicio? Pararse en ella puede ser relajante e incluso
placentero, pero si consientes en detenerte en ella corres el peligro de
provocar un estado hipnótico leve o un vacío mental y permanecer en ese trance
que no conduce en modo alguno a la contemplación. Esta situación se asemejaría
de alguna manera a una autohipnosis, que nada tiene que ver con la
profundización de la consciencia o de la contemplación.
Por consiguiente, es importante que no busques
deliberadamente producir la calma o el silencio dentro de ti ni te detengas en
ellos cuando se produzcan.
Deberás buscar que se agudice tu consciencia, no el
adormecimiento de ella, resultado de un trance aunque sea leve. Así, en vez de
la calma y dentro de ella, debes esforzarte en ejercitar tu percepción y dejar
que la calma se cuide de sí misma.
Habrá momentos en
los que la calma o el vacío sean tan intensos que te impidan totalmente realizar
cualquier ejercicio o esfuerzo. En tales momentos no eres tú quien busca la
tranquilidad; la calma toma posesión de ti y te inunda.
Cuando se produzca una situación de este tipo, será conveniente
y saludable que abandones todo esfuerzo, (que, por otra parte, sería imposible), que te rindas a la calma
abrumadora que anida dentro de ti.
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