CLARIVIDENCIA
Leadbeater
(Parte 2)
En el plano búdico nos encontramos
por primera vez con una nueva facultad que no tiene nada de común con aquellas
de que nos hemos ocupado, pues allí el
hombre conoce los objetos de un modo completamente distinto, en el cual no
toman parte las vibraciones externas. El
objeto se convierte en una parte de sí mismo, y lo estudia desde dentro en
lugar de desde fuera. Pero con este poder no está relacionada la
clarividencia ordinaria.
El desarrollo, ya sea completo o parcial de cualquiera
de estas facultades, se halla bajo nuestra definición de la clarividencia -el
poder de ver lo que está oculto a la vista física ordinaria-. Pero esta
facultad puede desenvolverse de varios modos, y convendría decir algunas
palabras acerca de ellos.
Presumimos que si fuera posible
que un hombre viviese aislado, durante su evolución, de todo lo que no fuera
las influencias externas más apacibles, y que se desenvolviese desde un
principio de un modo perfectamente regular y normal, desarrollaría también sus
sentidos con regularidad. Sus ojos físicos extenderían gradualmente su campo de
acción hasta llegar a responder a todas las vibraciones físicas, tanto de la
materia densa como de la etérica; después, en serie ordenada, vendría la
sensibilidad de la parte más grosera del plano astral, a la que pronto
sucedería la más fina, hasta que a su debido tiempo la facultad devachánica se
presentaría a su vez.
En la vida real,
sin embargo, apenas se conoce semejante desarrollo regular, y muchos hombres tienen
a veces vislumbres de la conciencia astral, sin haber poseído jamás la visión
etérica. y esta irregularidad en el desarrollo es una de las causas principales
de la extraordinaria propensión al error en asuntos de clarividencia;
propensión que no hay medio de evadir sino por un largo curso de cuidadosos ejercicios
bajo la dirección de un maestro experto.
Los estudiantes de
la literatura teosófica saben muy bien que existen tales maestros; que aun en
este materialista siglo es todavía verdad el antiguo dicho de que «cuando el
discípulo está pronto, el Maestro lo está también», y que «en el templo del
saber, cuando sea capaz de entrar en él, el discípulo encontrará siempre a su
Maestro». También saben que sólo con un guía así puede un hombre desarrollar
sus poderes latentes sin peligro y con seguridad, pues saben cuán fatalmente
fácil es que el clarividente inexperto se engañe respecto del sentido y valor
de lo que ve, o que desnaturalice por completo su visión al transportarla a la
conciencia física.
No se sigue de esto que el discípulo que recibe una
instrucción regular en el uso de los poderes ocultos, vea éstos desenvolverse
exactamente del modo ordenado que antes hemos indicado como ideal probable. Su progreso anterior puede que no haya sido
de naturaleza tal que sea esta senda la más fácil o deseable para él; pero en
todo caso se halla entre las manos de alguien perfectamente competente para
guiarle en su desenvolvimiento espiritual, y se apoya en la firme seguridad de
que el camino por donde le llevan debe ser el que más le conviene.
Otra gran ventaja que
adquiere, es que dominará definidamente cualquiera facultad que obtenga, la
cual podrá usar por completo y constantemente siempre que la necesite para su
obra teosófica; al paso que si se
trata de un hombre inexperto, semejantes poderes sólo se manifiestan de un modo
muy parcial y espasmódico; y van y vienen aparentemente según quieren.
Puede objetarse,
con razón, que si la clarividencia es, como se ha dicho, parte del desarrollo
oculto de un hombre, y por tanto una señal de cierto progreso en esta senda,
parece extraño que sea a menudo propiedad de gentes primitivas o de personas
ignorantes e incultas entre nosotros, que evidentemente son muy poco
desarrolladas desde cualquier punto de vista que se las considere. No hay duda
que esto es sorprendente a primera vista; pero el hecho es que la sensibilidad
del hombre primitivo, vulgar ignorante, no es, en realidad, lo mismo que la
facultad del individuo debidamente educado, ni tampoco la ha adquirido del
mismo modo.
Una explicación
exacta y detallada de esta diferencia nos conduciría a tecnicismos más bien
recónditos, pero quizá pueda obtenerse una idea general de la distinción entre
ambos, con un ejemplo tomado del plano más ínfimo de la clarividencia en muy
próximo contacto con el físico denso. El doble etérico
del hombre está en estrechísima relación con su sistema nervioso; y cualquier
clase de acción en uno de ellos, reacciona inmediatamente en el otro. Ahora bien: en la aparición esporádica de la vida
etérica en el hombre primitivo, ya sea del África Central o de la Europa
Occidental, se ha observado que la alteración nerviosa correspondiente se halla
casi por completo en el sistema simpático, y que todo el asunto está fuera del
dominio del individuo; es, en una palabra, una especie de sensación maciza que
pertenece vagamente a todo el cuerpo etérico, más bien que una percepción
definida y exacta de los sentidos comunicada por un órgano especial.
Como en las razas ulteriores y en un desarrollo más
elevado, las energías del hombre toman una parte cada vez mayor en la evolución
de las facultades mentales, esta sensibilidad vaga desaparece generalmente;
pero más tarde aún, cuando el hombre espiritual principia a desenvolverse,
vuelve a obtener su poder de clarividencia. Esta vez, sin
embargo, la facultad es precisa y exacta, bajo el dominio de la voluntad del
hombre, y ejercida por medio de un órgano definido; siendo de notar que
cualquiera acción nerviosa en simpatía con él, se encuentra ahora casi
exclusivamente en el sistema cerebroespinal.
Algunas veces suele
suceder que le sobrevienen al hombre de elevada cultura y de mente espiritual,
ráfagas de clarividencia, aun cuando no haya oído jamás cosa alguna acerca de
la posibilidad de ejercitar semejante facultad. En este caso, tales ráfagas
significan generalmente que se está aproximando a ese estado de su evolución en
que estos poderes empiezan a manifestarse naturalmente, y su aparición debe
servir como un estimulo más para esforzarse en sostenerse en la senda elevada
de la pureza moral y equilibrio mental, sin los cuales la clarividencia es más
bien una maldición que no una dicha para su poseedor. .
Entre los que son
completamente insensibles y los que se hallan en posesión del poder
clarividente, hay muchos grados intermedios. Entre ellos merece alguna atención ese grado en que el
individuo, aunque carece de la facultad de la clarividencia en la vida
ordinaria, la exhibe, sin embargo, más o menos completa, bajo la influencia del
magnetismo. Este es un caso en el cual la naturaleza psíquica es ya sensible, pero en
el que la conciencia no es todavía capaz de funcionar en ella en medio de las
múltiples distracciones de la vida física. Necesita ponerse en libertad
por la impresión temporal de los sentidos externos en el sueño magnético, antes
de que pueda usar las facultades más divinas que precisamente principien a
alborear en ella. Por supuesto, aun en el sueño magnético hay innumerables
grados de lucidez, desde el sujeto ordinario sin inteligencia alguna, hasta el
hombre cuyo poder de visión se halla por completo bajo el dominio del operador,
quien puede dirigirlo adonde quiere, o hasta el grado todavía más avanzado en
el cual, cuando la conciencia está libre, se escapa por completo del poder del
magnetizador y se eleva a campos de visión exaltada en donde se halla
completamente fuera de su alcance.
Otro paso en la misma senda es aquel en que no es
necesaria una supresión tan perfecta de lo físico, como la que tiene lugar en
el sueño hipnótico, sino que la facultad de la vista
supranormal, aunque no se manifiesta
durante el estado de vigilia, se hace posible cuando el cuerpo se encuentra
entregado al sueño ordinario. En este estado de desarrollo estaban muchos
de los profetas y videntes de quienes leemos que fueron «avisados por Dios en
un sueño», o que se comunicaban con seres mucho más elevados que ellos en las
silenciosas vigilias de la noche.
La gente más culta de las razas evolucionadas, posee
hasta cierto punto este desarrollo, esto es, los sentidos del cuerpo astral se
hallan en completa actividad y son perfectamente capaces de recibir impresiones
de objetos y entidades de su propio plano.
Mas para que este hecho les sea de algún modo útil
aquí abajo en el cuerpo físico, son necesarios, generalmente, dos cambios:
primero, que el ego sea despertado a las realidades de aquel
plano e inducido a salir de la crisálida formada por sus propios pensamientos
del estado de vigilia, y mire a su alrededor para observar y aprender; y
segundo, que la conciencia se conserve de tal modo a la
vuelta del ego al cuerpo físico, que pueda imprimir en su cerebro físico el
recuerdo de lo que ha visto o aprendido.
Si ha tenido lugar el primero de estos cambios,
entonces el segundo tiene poca importancia, toda vez que el ego, el hombre
verdadero, podrá aprovecharse de lo que aprenda en aquel plano, aun cuando no
tenga la satisfacción de aportar a la vida física ningún recuerdo de ello.
Los estudiantes preguntan a menudo cómo empezará a
manifestarse en ellos por primera vez esta facultad de la clarividencia; cómo
pueden conocer cuándo han alcanzado el estado en el cual principien a ser
visibles las primeras vagas manifestaciones. Los casos difieren de tal modo,
que es imposible dar a esta pregunta una respuesta que sea universalmente
aplicable.
-Algunos principian, por decirlo así, por una
zambullida, y bajo un estímulo anormal pueden en aquel preciso momento ver
alguna visión sorprendente; y muy a menudo, en este caso, dado que la
experiencia no se repite, el vidente llega con el tiempo a creer que ha debido
ser víctima de una alucinación.
- Otros principian por tornarse conscientes, pero con
intermitencias, de los brillantes colores y vibraciones del aura humana; otros
se aperciben de que con frecuencia cada vez mayor ven y oyen algo para lo que
están ciegos y sordos los demás;
-otros, también, ven caras, paisajes o nubes de colores
flotando en la oscuridad antes de dormirse, al paso qué quizá la experiencia
más común de todas, es aquella de los que principien a recordar con más y más
claridad lo que han visto y oído en otros planos durante el sueño.
Habiendo, hasta
cierto punto, despejado las nebulosidades del asunto, podemos pasar a
considerar los diversos fenómenos de la clarividencia bajo las tres
denominaciones que hemos mencionado.
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