domingo, 17 de mayo de 2015

TIPOS BÁSICOS DE LA PERSONALIDAD

TIPOS BÁSICOS DE LA PERSONALIDAD

La verdadera enseñanza básica de la Teosofía es la eternidad de todo lo que vive.   La Sociedad Teosófica no mantiene credo alguno al cual sus miembros han de suscribirse, como tampoco tiene dogmas.   Pero sí declara su principal objeto, el primer objeto de su existencia es:
Formar un núcleo de la Fraternidad Universal de la Humanidad sin distinción de
raza, credo, sexo, casta o color

Puesto que cada individuo es una unidad de conciencia, un mundo de conciencia. La fraternidad humana no es mera teoría sino un hecho en la Naturaleza; y los estudios de Teosofía, al reconocer este hecho, tratan de vivir de acuerdo con él.
Se dan cuenta de que toda unidad de conciencia, todo ser humano, es un alma en proceso de crecimiento y se esfuerzan en vivir de manera que no entorpezcan el crecimiento de otra persona, dando a todos perfecta y completa libertad de crecer a su manera y de acuerdo con su propio modelo.
La Teosofía no tiene mandamientos ni exigencias, pero nos inspira y fomenta en nosotros la aspiración.

Enseña que toda unidad de conciencia es un alma que utiliza el cuerpo humano para lograr experiencias vida tras vida para que pueda crecer en sabiduría, poder y compasión; y enseña que todos avanzamos juntos en nuestro progreso impulsados por la vida divina que todo lo anima. De este modo, estrechamente ligados, como estamos, parece importante que comprendamos a nuestro prójimo hasta donde podamos, y que lo guiemos —si es que hemos de juzgarlo— sobre una base eterna, más bien que sobre la base de nuestros pequeños prejuicio y preferencias.

Es evidente que no todos nos encontramos en la mis etapa de crecimiento y progreso; o sea que nuestras almas no tienen la misma edad, para decirlo de otra manera.
Los aborígenes australianos y los pigmeos sudamericanos, con una inteligencia tan escasa en el arte de la vida que ni siquiera les permite recordar que el invierno sigue al verano en sucesión regular, son probablemente las almas más jóvenes en nuestro planeta.
Los grandes benefactores de la raza humana son proba­blemente las almas más viejas y las que están más cerca de su meta de perfección en el carácter y en la acción.
Entre estos dos extremos se encuentran todas las posibles gradaciones de inteligencia y de naturaleza moral: la gran masa de la Huma­nidad.

Y aquí surge naturalmente la pregunta: ¿Nos encami­namos todos exactamente hacia la misma meta? La perfección que nos señaló el Cristo al decir "sed perfectos",
¿significa que terminaremos siendo todos iguales?
¿Significa que hay un solo patrón para toda la Humanidad?
Categóricamente, no. Uno de los perpetuos misterios y milagros de la Naturaleza es su infinita variedad. Se aplica lo mismo a las personas que a los copos de nieve. Y sin embargo, hay en toda la Naturaleza ciertas categorías básicas dentro de las cuales caen los millones de unidades de individuos. Y esto es cierto en cuanto a los humanos al igual que a toda otra forma de vida.

El conocimiento de este hecho es de gran utilidad para ayudarnos a comprender a aquellos que son diferentes de nos­otros. Es cierto que nosotros nos inclinamos a admirar a quien hace las cosas de la forma que a nosotros nos gusta que se ha­gan, y que miramos con ojeriza a la persona cuyos métodos y objetivos son enteramente distintos de los nuestros! Frecuen­temente decimos "No puedo comprender como fulano puede ser así", dando a entender que de algún modo nos sentimos con­trariados cada vez que alguien deja de ajustarse a nuestro pa­trón particular.

El estudio de los tipos básicos que se encuentran en el Rei­no Humano —de los cuales hay siete— es algo profundo y se­rio, un estudio fascinante. Solo puede darse una idea muy su­perficial de dicho estudio en una exposición tan breve como ésta; pero si ella despierta vuestro anhelo de mayor conocimien­to sobre la materia, os sugerimos que hay muy buen material en la literatura teosófica, concerniente a los llamados Siete Ra­yos, o siete tipos de personalidad.
Veamos lo que son estos sie­te tipos o rayos.

El primero, es el de las personas que a través de muchas vidas sobre la Tierra van desarrollando las características del líder, ya sea como ejecutivos, como grandes generales o como gobernantes.

El segundo tipo o rayo, incluye a los que crecen y evolucio­nan siguiendo la línea de la enseñanza, para convertirse en una vida futura, en líderes en el campo de la educación, o en grandes dirigentes o jefes religiosos. Todos los fundadores de las reli­giones del mundo se han formado a través del segundo Rayo.

El tercer tipo evoluciona hacia la meta del filósofo. Las personas de este tipo llegarán a ser, en vidas futuras, los grandes estudiantes y exponentes de la filosofía, los propiciadores de la comprensión por los hombres de las verdades .internas. Estos tres tipos representan las cualidades subjetivas de la vo­luntad, el amor y la sabiduría.

Pasando por alto el cuarto tipo por el momento, hablare­mos del otro grupo de tres tipos —entre los siete— que repre­sentan las cualidades objetivas designadas por Platón como "bondad, verdad y belleza".

El quinto tipo, o Rayo, representa la verdad, porque es el camino del científico, que busca la verdad y exacto conocimien­to acerca de su mundo en todas sus fases materiales, desde el átomo a las galaxias astronómicas. La persona de este Rayo evoluciona hasta convertirse a su debido tiempo en un gran propiciador del conocimiento humano en lo concerniente a las cosas externas.

El sexto tipo, o Rayo, representa la bondad. Es el camino del devoto, el que se dedica por entero a un gran líder espiri­tual, un gran ideal, o un gran movimiento para realzar a la hu­manidad. La mayoría de los santos de la Edad Media fueron de­votos, o sea personas del sexto Rayo dedicadas por completo al Maestro Jesús y al ideal cristiano.

El séptimo tipo, o Rayo, representa la belleza porque es el camino del método, del orden y del ejemplo. La persona del séptimo Rayo evoluciona hacia la perfección en todas las for­mas de la acción, y puede ser, por un lado, un amante del ritual, o por otro lado, puede apegarse a cualquier grupo de actividad sistemática, ya sea el de ejercicio militar, el despliegue atlético o la cooperación en masa de la industria. Con el tiempo llegará a ser un experto en la acción que pueda traer el orden, el mé­todo y la belleza en los menos prometedores y caóticos campos de la vida.

Ahora bien, vistos los tres tipos a los cuales llamamos, el primero, segundo y tercer Rayos a través de los cuales la hu­manidad expresa el lado interno de la vida, y los otros tres lla­mados quinto, sexto y séptimo Rayos a través de los cuales los hombres expresan el lado externo de la vida, podremos com­prender mejor el cuarto Rayo que pasamos por alto hace un momento.

El cuarto tipo, o Rayo, es el Rayo que armoniza. La per­sona que evoluciona siguiendo esta dirección busca la armonía entre la vida externa y la interna, entre lo objetivo y lo subjetivo. Es algunas veces el artista que expresa las aspiraciones in­ternas del hombre por medio de la forma externa de la Pintura, la Escultura, el Drama, o la Música; otras veces es el armonizador entre las personas, alejándolas de sus diferencias externas hacia el conocimiento de la unidad interna.

Resumiendo diremos que lo antedicho ha sido grandemente simplificado en interés de la brevedad. Puede parecer una cosa muy sencilla el descubrir nuestro propio tipo básico o el de cual­quiera otra persona.
Pero lo cierto es que aunque uno —al igual que cualquiera otra persona— haya pertenecido a su propio Ra­yo desde el mismo nacimiento de su alma, hace muchas, mu­chas vidas, también ha estado sometido a las fuertes influencias de los otros Rayos en sus variadas circunstancias externas.

Aun­que a su debido tiempo cada cual habrá de especializarse en una de estas siete características, también tendrá que poseer un só­lido y vigoroso carácter y ser una persona bien equilibrada.

Por ejemplo, Albert Einstein a quien todo el mundo conoce como uno de los más grandes científicos,-era también un excelente violinista y un grande y ardiente humanista.  Es fácil, sin embargo, reconocerlo como una persona perteneciente al quin­to Rayo; el tipo científico.

Pero nuestro vecino más cercano puede también ser una persona del quinto Rayo, pero con me­nor desarrollo, y lo único que consigue es molestarlo a usted, tratando siempre de hacer cosas sin resultados, por lo cual se torna irritable e impaciente al sentirse frustrado por no encon­trar las soluciones. La persona —digamos— del primero o del sexto Rayo puede haberse sentido tentada a decir, "No puedo comprender qué es lo que hace que fulano o zutano sea de esa manera".

Pero este conocimiento de que todo hombre y mujer en la tierra crece a su manera para llegar a la perfección de su propio tipo, ayuda a hacer realizable nuestra fraternidad humana.

Las diferencias dejan de parecer tan formidables. En verdad, lle­gamos a ver las diferencias como un factor que enriquece la suma total de experiencias. La variedad se convierte, en verdad, en la sal de la vida.
Usted y yo —su gente y la mía— todos pro­gresamos juntos hacia nuestras metas, pero no de la misma ma­nera, y podemos ver ahora que nuestras diferencias son precio­sas.
Un lema para la tolerancia y la apreciación podría muy bien ser el siguiente: "Unidos en la diversidad".
Y en cuanto a la fraternidad humana también podríamos decir: "Unidos en la diversidad".


La verdadera enseñanza básica de la Teosofía es la eternidad de todo lo que vive.   La Sociedad Teosófica no mantiene credo alguno al cual sus miembros han de suscribirse, como tampoco tiene dogmas.   Pero sí declara su principal objeto, el primer objeto de su existencia es:
Formar un núcleo de la Fraternidad Universal de la Humanidad sin distinción de
raza, credo, sexo, casta o color

Puesto que cada individuo es una unidad de conciencia, un mundo de conciencia. La fraternidad humana no es mera teoría sino un hecho en la Naturaleza; y los estudios de Teosofía, al reconocer este hecho, tratan de vivir de acuerdo con él.
Se dan cuenta de que toda unidad de conciencia, todo ser humano, es un alma en proceso de crecimiento y se esfuerzan en vivir de manera que no entorpezcan el crecimiento de otra persona, dando a todos perfecta y completa libertad de crecer a su manera y de acuerdo con su propio modelo.
La Teosofía no tiene mandamientos ni exigencias, pero nos inspira y fomenta en nosotros la aspiración.

Enseña que toda unidad de conciencia es un alma que utiliza el cuerpo humano para lograr experiencias vida tras vida para que pueda crecer en sabiduría, poder y compasión; y enseña que todos avanzamos juntos en nuestro progreso impulsados por la vida divina que todo lo anima. De este modo, estrechamente ligados, como estamos, parece importante que comprendamos a nuestro prójimo hasta donde podamos, y que lo guiemos —si es que hemos de juzgarlo— sobre una base eterna, más bien que sobre la base de nuestros pequeños prejuicio y preferencias.

Es evidente que no todos nos encontramos en la mis etapa de crecimiento y progreso; o sea que nuestras almas no tienen la misma edad, para decirlo de otra manera.
Los aborígenes australianos y los pigmeos sudamericanos, con una inteligencia tan escasa en el arte de la vida que ni siquiera les permite recordar que el invierno sigue al verano en sucesión regular, son probablemente las almas más jóvenes en nuestro planeta.
Los grandes benefactores de la raza humana son proba­blemente las almas más viejas y las que están más cerca de su meta de perfección en el carácter y en la acción.
Entre estos dos extremos se encuentran todas las posibles gradaciones de inteligencia y de naturaleza moral: la gran masa de la Huma­nidad.

Y aquí surge naturalmente la pregunta: ¿Nos encami­namos todos exactamente hacia la misma meta? La perfección que nos señaló el Cristo al decir "sed perfectos",
¿significa que terminaremos siendo todos iguales?
¿Significa que hay un solo patrón para toda la Humanidad?
Categóricamente, no. Uno de los perpetuos misterios y milagros de la Naturaleza es su infinita variedad. Se aplica lo mismo a las personas que a los copos de nieve. Y sin embargo, hay en toda la Naturaleza ciertas categorías básicas dentro de las cuales caen los millones de unidades de individuos. Y esto es cierto en cuanto a los humanos al igual que a toda otra forma de vida.

El conocimiento de este hecho es de gran utilidad para ayudarnos a comprender a aquellos que son diferentes de nos­otros. Es cierto que nosotros nos inclinamos a admirar a quien hace las cosas de la forma que a nosotros nos gusta que se ha­gan, y que miramos con ojeriza a la persona cuyos métodos y objetivos son enteramente distintos de los nuestros! Frecuen­temente decimos "No puedo comprender como fulano puede ser así", dando a entender que de algún modo nos sentimos con­trariados cada vez que alguien deja de ajustarse a nuestro pa­trón particular.

El estudio de los tipos básicos que se encuentran en el Rei­no Humano —de los cuales hay siete— es algo profundo y se­rio, un estudio fascinante. Solo puede darse una idea muy su­perficial de dicho estudio en una exposición tan breve como ésta; pero si ella despierta vuestro anhelo de mayor conocimien­to sobre la materia, os sugerimos que hay muy buen material en la literatura teosófica, concerniente a los llamados Siete Ra­yos, o siete tipos de personalidad.
Veamos lo que son estos sie­te tipos o rayos.

El primero, es el de las personas que a través de muchas vidas sobre la Tierra van desarrollando las características del líder, ya sea como ejecutivos, como grandes generales o como gobernantes.

El segundo tipo o rayo, incluye a los que crecen y evolucio­nan siguiendo la línea de la enseñanza, para convertirse en una vida futura, en líderes en el campo de la educación, o en grandes dirigentes o jefes religiosos. Todos los fundadores de las reli­giones del mundo se han formado a través del segundo Rayo.

El tercer tipo evoluciona hacia la meta del filósofo. Las personas de este tipo llegarán a ser, en vidas futuras, los grandes estudiantes y exponentes de la filosofía, los propiciadores de la comprensión por los hombres de las verdades .internas. Estos tres tipos representan las cualidades subjetivas de la vo­luntad, el amor y la sabiduría.

Pasando por alto el cuarto tipo por el momento, hablare­mos del otro grupo de tres tipos —entre los siete— que repre­sentan las cualidades objetivas designadas por Platón como "bondad, verdad y belleza".

El quinto tipo, o Rayo, representa la verdad, porque es el camino del científico, que busca la verdad y exacto conocimien­to acerca de su mundo en todas sus fases materiales, desde el átomo a las galaxias astronómicas. La persona de este Rayo evoluciona hasta convertirse a su debido tiempo en un gran propiciador del conocimiento humano en lo concerniente a las cosas externas.

El sexto tipo, o Rayo, representa la bondad. Es el camino del devoto, el que se dedica por entero a un gran líder espiri­tual, un gran ideal, o un gran movimiento para realzar a la hu­manidad. La mayoría de los santos de la Edad Media fueron de­votos, o sea personas del sexto Rayo dedicadas por completo al Maestro Jesús y al ideal cristiano.

El séptimo tipo, o Rayo, representa la belleza porque es el camino del método, del orden y del ejemplo. La persona del séptimo Rayo evoluciona hacia la perfección en todas las for­mas de la acción, y puede ser, por un lado, un amante del ritual, o por otro lado, puede apegarse a cualquier grupo de actividad sistemática, ya sea el de ejercicio militar, el despliegue atlético o la cooperación en masa de la industria. Con el tiempo llegará a ser un experto en la acción que pueda traer el orden, el mé­todo y la belleza en los menos prometedores y caóticos campos de la vida.

Ahora bien, vistos los tres tipos a los cuales llamamos, el primero, segundo y tercer Rayos a través de los cuales la hu­manidad expresa el lado interno de la vida, y los otros tres lla­mados quinto, sexto y séptimo Rayos a través de los cuales los hombres expresan el lado externo de la vida, podremos com­prender mejor el cuarto Rayo que pasamos por alto hace un momento.

El cuarto tipo, o Rayo, es el Rayo que armoniza. La per­sona que evoluciona siguiendo esta dirección busca la armonía entre la vida externa y la interna, entre lo objetivo y lo subjetivo. Es algunas veces el artista que expresa las aspiraciones in­ternas del hombre por medio de la forma externa de la Pintura, la Escultura, el Drama, o la Música; otras veces es el armonizador entre las personas, alejándolas de sus diferencias externas hacia el conocimiento de la unidad interna.

Resumiendo diremos que lo antedicho ha sido grandemente simplificado en interés de la brevedad. Puede parecer una cosa muy sencilla el descubrir nuestro propio tipo básico o el de cual­quiera otra persona.
Pero lo cierto es que aunque uno —al igual que cualquiera otra persona— haya pertenecido a su propio Ra­yo desde el mismo nacimiento de su alma, hace muchas, mu­chas vidas, también ha estado sometido a las fuertes influencias de los otros Rayos en sus variadas circunstancias externas.

Aun­que a su debido tiempo cada cual habrá de especializarse en una de estas siete características, también tendrá que poseer un só­lido y vigoroso carácter y ser una persona bien equilibrada.

Por ejemplo, Albert Einstein a quien todo el mundo conoce como uno de los más grandes científicos,-era también un excelente violinista y un grande y ardiente humanista.  Es fácil, sin embargo, reconocerlo como una persona perteneciente al quin­to Rayo; el tipo científico.

Pero nuestro vecino más cercano puede también ser una persona del quinto Rayo, pero con me­nor desarrollo, y lo único que consigue es molestarlo a usted, tratando siempre de hacer cosas sin resultados, por lo cual se torna irritable e impaciente al sentirse frustrado por no encon­trar las soluciones. La persona —digamos— del primero o del sexto Rayo puede haberse sentido tentada a decir, "No puedo comprender qué es lo que hace que fulano o zutano sea de esa manera".

Pero este conocimiento de que todo hombre y mujer en la tierra crece a su manera para llegar a la perfección de su propio tipo, ayuda a hacer realizable nuestra fraternidad humana.

Las diferencias dejan de parecer tan formidables. En verdad, lle­gamos a ver las diferencias como un factor que enriquece la suma total de experiencias. La variedad se convierte, en verdad, en la sal de la vida.
Usted y yo —su gente y la mía— todos pro­gresamos juntos hacia nuestras metas, pero no de la misma ma­nera, y podemos ver ahora que nuestras diferencias son precio­sas.
Un lema para la tolerancia y la apreciación podría muy bien ser el siguiente: "Unidos en la diversidad".
Y en cuanto a la fraternidad humana también podríamos decir: "Unidos en la diversidad".


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