martes, 28 de abril de 2015

EL MUNDO OCULTO, CAPITULO TERCERO

EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)

CAPITULO TERCERO
FENÓMENOS OCULTOS

A mis relaciones de amistad con Madame Blavatsky y la Sociedad Teosófica debo, haber presenciado fenómenos de ocultismo, que me impulsan a escribir y publicar este libro. En su principio y como primer problema, tuve que resolver la duda aclarando la cuestión, si como de público se decía, Madame Blavatsky tenía verdaderamente poderes, y poseía la ciencia para producir fenómenos anormales.

Tal vez, podrá imaginarse que nada más fácil sería para mí resolver este caso, honrándome como me honraba, con la amistad y conocimiento de Madame Blavatsky, y obtener así de ella satisfactoria prueba.
Pero nada más lejos de esto, las manifestaciones de que yo hablo, se hallan rodeadas de tantas dificultades, que son muchos los impacientes que acaban por abandonar sus pretensiones, olvidando su deseo y prefiriendo vivir en la ignorancia toda su vida.
Después de nuestro mutuo conocimiento, Madame Blavatsky vino a visitar a mi esposa en Simla, donde habitábamos temporalmente, siendo durante seis semanas nuestra huésped (El original dice fué en Allalabad pero debió sufrir un error, pues Madame Biavatsky al escribir a su familia fecha las cartas y habla de ello desde Simla). A pesar de haber estado todo ese tiempo con nosotros, no fue posible obtener una gran cosa a pesar de mis pertinentes instancias y preguntas sobre ocultismo y acerca de los Hermanos, y no obstante la buena voluntad mostrada por Madame Blavatsky y de mi gran curiosidad, no pude conseguir todas las pruebas que la investigación de la verdad me exigía a causa de dificultades insuperables; pues los Hermanos como ya hemos dicho, guardaran una extrema repugnancia en mostrar a los profanos los poderes ocultos de que están en posesión; ya sean impelidos por un ardiente anhelo por conocer la verdad, o ya sea también, por una frívola y estéril curiosidad.
Los Hermanos (A los que después se les ha llamado y se les llama los Maestros, se les llamaba años atrás y, en un principio los Hermanos.) no tienen necesidad de atraerse candidatos a la iniciación por medio de la exposición de prodigios.
Todas las religiones basadas en los milagros, han sacado partido de sus efectos para atraer prosélitos a su iglesia. Pero no se entra impunemente en el ocultismo empujado simplemente por el entusiasmo, después de haber sido testigo de un desarrollo de poderes extraordinarios.
No hay ninguna regla, especial que prohíba la manifestación de estos poderes ante un profano, pero esta manifestación de poderes ocultos sería desaprobada sin ningún género de duda por las autoridades superiores de ocultismo, y ninguno de la Hermandad hará nada, contrario a la voluntad de los demás, y que éstos desaprueben.
Durante la estancia en nuestra casa, no le fue concedido a Madame Blavatsky producir sino pequeños fenómenos; pero sí le fue permitido enseñar que los golpes señalados por los espiritistas, como producido por agentes espirituales, podían producirse a voluntad y por su sólo mandato.
Algo conseguimos con esto, y en tanto no obtuviéramos hechos mayores, dedicamos nuestro tiempo a estudiar dichos golpes.
Los espiritistas saben, que si varias personas sentadas alrededor de una mesa ponen sus manos en ella, siempre que haya un medium entre los concurrentes, se oyen por lo general pequeños golpes en contestación inteligente a preguntas hechas, dando mensajes completos letra tras letra.
La mayoría de las personas que no creen en el espiritismo, se ven obligados a imaginar que los millones de personas que lo creen, son cándidos alucinados, y apurados para explicar la extensión que pueda tener esta candidez, prefieren inventar cualquier teoría, antes que admitir que los espíritus de los muertos puedan comunicarse de esa manera, aun que bajo el punto de vista científico, un efecto físico por pequeño que sea pueda producirse sin una causa física también. La teoría de la ilusión colectiva empleada como explicación de los fenómenos y de los golpes dados, es poco socorrida, para todo el que no sea un incrédulo infatuado de sí mismo. Así espero, que mis apreciaciones serán bien recibidas, pues trato de demostrar que hay medio de explicar los fenómenos atestiguados por los espiritistas; teniendo siempre en cuenta la repulsión que nos impide admitir la hipótesis de agentes espirituales.

En cuanto a lo que a Madame Blavatsky se refiere, pronto observé que los golpes se producían siempre en la mesa en que se sentaba con la intención de producirlos, y toda idea de fraude, fue por mí rechazada, cuando comprobé los diversos resultados así obtenidos.
Desde luego, no era del todo preciso que ocupara un lugar junto a la mesa donde se hallaban otras personas, Producíanse los fenómenos golpeadores en una mesa cualquiera, en variadas condiciones, y hasta sin mesa también. Cualquier objeto servía para el caso; un cuadro de cristal, el frontis de una pared, de una puerta, en una palabra, todo lo que era susceptible por su naturaleza, de emitir resonancia y dar un sonido por golpes.
Desde el principio, encontramos que una puerta vidriera entreabierta, era un instrumento muy a propósito; pues era entonces fácil ponerse frente a Madame. Blavatsky, ver sus dos manos o una sola despojada del guante y sin anillos, inmóvil sobre el cristal, y oír al mismo tiempo los golpecitos con toda claridad. Semejaba el ruido que produciría la punta de un lápiz, ó los chasquidos que producen las chispas de un botón a otro, en un aparato eléctrico.

El procedimiento que algunas veces empleábamos por la noche, consistía en colocar sobre la alfombra, la campana de cristal que cubría un reloj; Madame Blavatsky se sentaba cerca, de modo que sus vestidos no rozasen al cristal y colocaba las manos encima después de quitarse todas las sortijas. Nosotros, colocábamos una lámpara encendida y en frente y nos sentábamos en la alfombra en una posición que permitía a cada cual ver sobre el vidrio de la campana, la palma de las manos de Madame Blavatsky; y, en estas condiciones plenamente satisfactorias, los golpes se manifestaban siempre distintos y claros, sobre la sonora superficie del cristal.
No alcanzaba el poder de Madame Blavatsky, o no quería, darnos una explicación exacta del modo cómo, se producían los golpes, sin duda porque todo empleo de fuerza oculta, debe guardar un secreto.
El fenómeno físico de los golpes, aunque de un efecto poco considerable, seguían siendo siempre una acción resultante de la voluntad, igual para todos, fueran grandes o pequeños, siendo el procedimiento para su producción bastante uniforme, para que las leyes ocultas permitieran a las personas profanas, recibir explicaciones claras sobre estos hechos. Los golpes obedecían a la voluntad, esto era probado de varios modos; para éstos nos servíamos indistintamente, de un cuadro de vidrio o de la campana de cristal del reloj. Yo, por ejemplo, deseaba que se me transmitiese una palabra cualquiera para lo cual recitaba el alfabeto; pues bien, al llegar a la letra correspondiente, se oían los golpes.
Si deseaba un número determinado de golpes, éstos se producían siempre.
Si exigía una serie de ruidos según un cierto ritmo que indicaba, los ruidos tenían lugar.
No era esto todo; Madame Blavatsky ponía sus dos manos o bien una sola, en la cabeza de alguno de los presentes, y escuchando con atención, se oían los golpes distintos y claros sobre aquella cabeza, mientras que la persona tocada sentía a cada golpe, un pequeño chasquido en todo semejante como ya hemos dicho otra vez, al que se produciría si se extrajeran chispas de una máquina eléctrica.

En un período posterior a mis investigaciones, obtuve golpes en condiciones aún mejores; por ejemplo, sin contacto alguno entre el objeto y las manos de Madame Blavatsky.
Fue en Simla, el verano pasado (1880); cuando en presencia de un grupo de investigadores, Madame Blavatsky producía golpes en una mesita que nadie tocaba; después de colocar sobre ella las manos, durante algunos instantes, como para cargarla de fluido, ponía una de sus manos á distancia de un pie aproximadamente y daba pases magnéticos que eran siempre acompañados cada vez de un ruido ordinario.
Estas experiencias no dieron sólo resultado en mi casa con las mesas, sino también en casa de otros amigos, si Madame Blavatsky nos acompañaba.
Su fama tomó un desarrollo tal respecto a los fenómenos, que varias personas pudieron sentir todas a un tiempo los golpes o ya simultáneamente, para lo cual colocaban las mimos unas sobre las otras en la mesa, y Madame Blavatsky colocaba las suyas sobre las demás y hacía pasar a través de todas las manos lo que yo llamaría una corriente que todos sentían al mismo tiempo, y que iba a producir un golpe sobre la parte así cubierta de la mesa.
Todos los que tomábamos parte en la junta de manos, comprendíamos cuán absurdas eran las pretendidas explicaciones de esta clase de golpes publicadas en los periódicos indianos pues escépticos y mal intencionados afirmaban tontamente, que los ruidos eran debidos al frotamiento de las uñas ó al chasquido de alguna articulación de Madame Blavatsky!
Resumiré los hechos citando el de una carta que recibí y antes de abrirla, «Madame Blavatsky pone las manos sobre la mesa y enseguida se oyen golpes. Algunos desconfiados insinúan que puede servirse de las uñas de los pulgares; entonces se quita una mano, los golpes continúan.
¿Es que oculta alguna cosa en su mano? Pues retira completamente la mano de la mesa y teniéndola simplemente suspendida encima, los golpes siguen siempre produciéndose.
¿Es que hay algún artificio en la mesa? Madame Blavatsky coloca la mano en el cristal de una vidriera, después en un cuadro, en una docena de objetos y en sitios diferentes dentro de la habitación y siempre se producen los golpes misteriosos.
¿Es que tiene rodeada la casa de amigos y los tiene ocultos entre dobles paredes ó techos? Madame Blavatsky va a otras varias casas y siempre consigue el mismo resultado, produciéndose los golpes. ¿Es que los golpes se producen en otro sitio del que parecen salir?
¿Es un efecto de ventriloquia? Pues coloca su mano sobre nuestra cabeza y de sus dedos inmóviles siéntese salir algo, produciéndose los golpes que oye la persona, que se halla sentada á nuestro lado.
Cuando uno ha visto estos fenómenos con toda la frecuencia que los he visto yo, figuraos el efecto que le producen palabras como estas: «No hay más que prestidigitación; Maskelyne y Cooke          (PRESTIDIGITADORES que daban sus funciones en L'Egyptien Hall, de Londres.) pueden hacer otro tanto a diez libras esterlinas por sesión». Maskelyne y Cooke no harían tanto, ni por diez libras ni por diez millones, en las circunstancias que he descrito.

A partir de la primera visita de Madame Blavatsky, los golpes tales como se manifestaron en Allahabad, sirvieron para convencernos por completo de la anomalía y grandeza de algunas de sus facultades. Esto me hizo dar crédito a uno o dos fenómenos de otro género que antes presencié, los cuales no puedo referir aquí, por parecerme que les falta comprobación.
Hubiésemos querido adquirir una certidumbre absoluta, en las cuestiones que más nos interesaban cuales eran si existían hombres que poseyeran realmente, los poderes que se atribuyen á los adeptos, y si las criaturas humanas, podían recibir enseñanzas precisas, sobre su propia naturaleza espiritual.

Madame Blavatsky no predicaba ninguna doctrina particular sobre este punto. Lo que ella nos enseñó sobre los adeptos, y sobre su iniciación, fue obligada por nuestras preguntas.
La Teosofía, que ella recomendaba a todos sus amigos, no proclama ninguna creencia especial. Enseña simplemente que es preciso considerar la humanidad como una fraternidad universal, en la que cada uno debe estudiar las verdades espirituales, aparte de todo dogma religioso. No obstante, aunque la actitud de Madame Blavatsky no la colocaba en la obligación moral de probarnos la realidad del ocultismo, su conversación y la lectura de su libro «Isis sin Velo, nos abrían horizontes que, naturalmente, deseábamos explorar. Fue para nosotros el suplicio de Tántalo ver que ella podía y sin embargo no podía para nosotros, dar las pruebas concluyentes tan deseadas cuando nos demostraba que su educación oculta la había investido de poderes sobre la materia, tales que si se reconociese su existencia, se reducirían a la nada los primordiales fundamentos de la filosofía materialista, y sin embargo, no podía proporcionarnos esas pruebas tan ardientemente deseadas.

De lo que si nos convencimos, fue de una cosa: de su buena fe. Es, desagradable reconocer que ha podido ser atacada en ese sentido; pero en la India, se ha hecho tan infundadamente y con tanta crueldad por gentes cuya actitud es hostil a la idea que representa, que pasado en silencio pudiera parecer hecho de intento, Sería prestar demasiada atención a bajos y burdos ataques, ocuparme aquí en hacer una defensa de Madame Blavatsky, en cuya intimidad he podido apreciar su perfecta honradez. Varias veces ha sido mi huésped durante un lapso de tiempo no menor de tres meses, durante dos años, poco más ó menos, En estas circunstancias, todo espíritu imparcial reconocerá que yo puedo formar más exacta opinión sobre su carácter, que las personas que la han visto tan solo una ó dos veces, las cuales no pueden haber hecho observaciones suficientes.

No pretendo, naturalmente, probar de una manera científica, por esta especie de testimonia, los fenómenos anormales cuya producción atribuyo a Madame Blavatsky. Cuando se trata de una cuestión tan importante como ligar la creencia con las teorías fundamentales de la Física moderna, no se puede proceder más que por investigación científica. En todas las experiencias en que me he encontrado, he procurado excluir en, absoluto, no tan solo la probabilidad, sino hasta la posibilidad de un engaño. Cuando no he podido asegurar estas rigurosas condiciones, a los resultados de la experiencia, no los he hecho entrar en la suma de mis conclusiones finales.

Cuando se han inferido ofensas de un modo tan infame a una mujer de espíritu elevado y de una perfecta honorabilidad, es justo deshacer el entuerto ocasionado por la injuria y la calumnia. He ahí porque declaro aquí, que Madame Blavatsky es una naturaleza recta, que ha sacrificado no solo su posición y su fortuna, sino su bienestar y sus propias comodidades, para entregarse a los estudios ocultos, y más tarde para emprender la tarea que se ha marcado, como iniciada, aunque relativamente humilde miembro de la gran Fraternidad, en tomar, la dirección de la Sociedad  Teosófica.
Aparte de las producciones por golpes, nos fue dado observar otro fenómeno durante la primera visita de Madame Blavatsky. Estábamos alojados en Benarés, para pasar algunos días; y vivíamos juntos, en una casa que nos había prestado el Maharadjah de Vizianagram, un caserón enorme, estropeado, sin confort, en comparación con las casas europeas.

Una noche, después de cenar, estábamos sentados en la gran sala central, cuando de repente cayeron entre nosotros tres ó cuatro flores, recién cortadas, cómo a veces ocurre, en la obscuridad en las sesiones espiritistas. Pero en el caso actual, había varias lámparas y bujías encendidas en la sala. El techo de la sala se componía simplemente de tablas, y cálceos lisos, pintados y al descubierto, que soportaba el tejado plano de cemento. Nosotros no dimos gran importancia al fenómeno como que Madame Blavatsky estaba en un sofá leyendo, perdió para nosotros parte de su efecto. Si alguien nos hubiera dicho un momento antes «Ustedes van a ver caer flores» y al mirar para arriba las hubiésemos visto aparecer sobre nuestras cabezas, entonces el efecto producido, por ser fenómeno tan distinto de lo corriente, hubiera sido inmenso. No obstante ocurrió de tal modo que los testigos del fenómeno lo consideraron como uno de los que obligan a creer en la existencia de poderes ocultos. Las personas que Únicamente lo oigan contar, no darán ciertamente, gran crédito a este fenómeno; por el contrario, harán una porción de preguntas sobre la construcción de la habitación, sobre los habitantes de la casa, etc., y aunque se contestase a todas las preguntas de un modo que no diese lugar a duda sobre la posibilidad de un artefacto mecánico que explicase la caída de las flores, quedaría siempre una ligera sospecha en el espíritu del indagador, que le haría creer que la explicación dada era insuficiente. No hubiera citado este fenómeno, si no hubiese sido para demostrar que los que se producen en presencia de Madame Blavatsky no siempre ella empleaba el concurso de su voluntad.

Ya tendremos tiempo para relatar hechos relacionados con el ocultismo, más importantes que los referidos, en cuanto se refieren a efectos físicos.
Es bien cierto que el «Hermano» (Nombre familiar que suele darse a los Maestros en ocultismo.) ha venido a Benarés para darnos una pequeña sorpresa de que hemos hablado. Pudiera estar en el Tíbet, en el Sur de la India o en otra parte, y sin embargo, hacer caer rosas cual si estuviera en nuestra misma habitación.

Si he hablado de la facultad que posee el adepto para presentarse donde su voluntad quiera, por medio de su cuerpo astral como se dice entre ocultistas, es porque aun en esta forma, puede ejercer poderes psicológicos, con la misma facilidad que los efectuaría con su cuerpo físico en donde estuviere.

No pretendemos explicar, ni saber, el medio de que se valen para alcanzar uno u otro resultado; no hacemos más que referir las diversas manifestaciones hechas en nuestra presencia, por medios ocultos.
De todos modos, estamos convencidos hace tiempo, que Madame Blavatsky hallase asistida por los Hermanos, y que en los fenómenos que a su alrededor se producen, no toma ella parte.
Sin que por eso neguemos, sirva de algo su influencia.
Dar enseñanzas precisas sobre esto, es contrario a las leyes del ocultismo.

No pretendemos conocer el mundo de la realidad; aquí sólo tratamos de buscar el camino para ello. El que quiera hallarla, que no se canse y la persiga, y no se crea estar en posición de un juez ante el cual el ocultismo trata de probar su propia existencia; inútil es por tanto, entablar discusión sobre las observaciones que decimos haber hecho, so pretexto de que no son tan buenas como fuera de desear.

La cuestión, es saber si proporcionan una base sólida, en que cimentar un juicio.
Con este objeto, voy a entrar en otras consideraciones respecto a observaciones más lejanas que he podido hacer; es decir, sobre aquellos hechos que serían milagrosos, sin la intervención del ocultismo.
Si hay alguna persona que pretenda decir que mis experimentos carecen de validez, porque los fenómenos tienen alguna semejanza superficial con los juegos de prestidigitación, debemos decir que esto proviene, de que los juegos de prestidigitación quieren, siempre tener alguna semejanza, con los fenómenos ocultos.

Que cada lector, cualquiera que sea su opinión sobre este asunto, admita por un instante que al concebir la existencia de una Fraternidad oculta poseedora de poderes extraños sobre las fuerzas de la naturaleza, poderes desconocidos hasta ahora del resto de la humanidad, ya que se halla esta Fraternidad ligada por reglas que restringen la manifestación de estos poderes, sin prohibirlos en absoluto y entonces, proponga algunas pruebas poco considerables, aunque sean científicas, y con ellas le será puesta de manifiesto la realidad de alguno de esos poderes.

Seguramente le será imposible elegir una prueba que no se parezca en algo a un juego de prestidigitación, pero esto no quitará su valor para los que quieran ver el fondo de la cuestión.
¡Existe un abismo! no existe comparación, entre los fenómenos ocultos naturales y aquellos otros, que se podría imitar o producir con el auxilio de la prestidigitación!

Porque las condiciones, son enteramente distintas en los dos casos.
El prestidigitador trabaja en un escenario, o local preparado de antemano; los fenómenos más notables que yo he obtenido de Madame Blavatsky, han tenido lugar en el bosque, en medio de montañas, en los lugares elegidos de la manera más fortuita.
El prestidigitador, está ayudado por un cierto número de compañeros invisibles.
Madame Blavatsky no conocía a nadie; cuando llega a Simla, se aloja en la casa que mi familia ocupaba, y permanece sometida a nuestra observación todo el tiempo que nos acompañó.
Al prestidigitador le pagan por aparentar tal o cual ilusión; Madame Blavatsky como he demostrado, es una dama de un carácter honorable que no trata más que de satisfacer el vivo deseo de sus amigos, manifestando algunos de sus poderes de lo que nada sale ganando y que, por el contrario, ha adquirido a costa de todo lo que es más querido en el mundo; a costa de las ventajas de una posición, muy superior a la que pudiera envidiar el más hábil de los prestidigitadores.

En los primeros días del mes de Septiembre de 1880, Madame Blavatsky, como ya he dicho y repito, vino a vivir con nosotros en Simla.
En las seis semanas que siguieron a su llegada, se produjeron diversos fenómenos que fueron durante algún tiempo, objeto preferente de conversación para todos los Angloindianos, y que tuvieron el don, de soliviantar a pesar mío a unas cuantas personas inclinadas a considerar los fenómenos como el resultado de una impostura.
Desde luego nos apercibimos de que las trabas, para nosotros desconocidas, que impidieran el invierno anterior en Allahabad, el ejercicio de algunos poderes de nuestra huésped, no tenían tanta fuerza coercitiva.
Pronto fuimos testigos de un fenómeno nuevo; modificando de cierta manera la fuerza de que se servía para producir los golpes espontáneos, pudo hacerlos oír en el aire, sin la intervención de objeto material alguno; pudo oírse el ruido de una campanilla, de un cascabel y hasta el de varias campanitas, en diferentes tonos sucesivos y á la vez.
Habíamos oído hablar de dichas campanitas, pero aún no habíamos podido comprobar el hecho.
Una tarde, después de comer, el fenómeno se produjo varias veces de modo distinto en varios sitios de la habitación; oímos la campanilla sobre nuestras cabezas, y una vez en lugar de campanilla, oímos el cascabel de que hablo.
Más tarde, lo hemos oído mil y mil veces, en diferentes lugares, al aire libre, y en las casas a que Madame Blavatsky tenía costumbre concurrir.

Lo mismo que los fenómenos de los golpes, toda hipótesis fundada en una impostura, tuvo que ser desechada ante el considerable número de veces que se repitió el fenómeno en todos los tonos y en circunstancias de mil modos diferentes.
Además, el sonido de golpe dado, puede obtenerse de mil modos haciendo chocar un objeto con otro, pero el sonido de una campanilla no puede obtenerse más que con una campanilla; así pues, estando en una sala bien alumbrada y atento a todo lo que se hace, percibir el sonido de una campanilla encima mismo de nuestra cabeza, donde no cabe duda de que no existe tal campanilla, no hay modo de atribuido al fraude. ¿Es que el sonido lo produce algún objeto ó algún aparato colocado en otra habitación?
Ninguna persona razonable, puede emitir semejante teoría, si ha oído el sonido de referencia del modo que lo hemos referido.
Es un sonido sin vibración, pero siempre claro y distinto.
Si se golpea ligeramente con un cuchillo el borde de un vaso de cristal de Bohemia, se obtiene un sonido tan claro, que no puede confundirse con el que se reproducirá en otra habitación de cualquier modo que, sea. Pues bien, el sonido oculto de que hablo, es una cosa parecida, pero su timbre es más claro, más puro, sin ninguna falsa resonancia.

Por lo demás, ya lo hemos repetido, ese argentino sonido, lo hemos oído al aire libre, con la atmósfera clara y silenciosa de una hermosa tarde. En el interior de las habitaciones, no siempre vibraba sobre nuestras cabezas o en el techo, sino también junto a nuestros pies y cerca del suelo. En una ocasión, después de haberse repetido varias veces el sonido en el salón, alguno de los concurrentes fue al comedor, distante dos habitaciones más allá, con objeto de reproducir un sonido semejante, golpeando un vaso de cristal. Pues bien, al quedarme solo en el corredor, pude oír bien claro y a mi lado, el inimitable sonido de la campanilla. Esto a pesar de que Madame Blavatsky permanecía en el salón.

Este ejemplo aleja toda idea de que Madame Blavatsky llevase consigo, como algunos pretenden, un aparato sonoro.
En cuanto a la posibilidad de un compadrazgo, cae por su base al considerar el timbre de las voces que luego he oído y el ruido de las campanitas alrededor del djampane (Nombre indio de una especie de palanquín.) de Madame Blavatsky, así como también cuando cerca de mí, solo estaban los djampanis, que la conducían.


lunes, 27 de abril de 2015

EL MUNDO OCULTO, CAPITULO CUARTO

EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)

CAPITULO CUARTO
SONIDOS PRODUCIDOS SIN CAUSAS RECONOCIDAS.
MENSAJES A DISTANCIA.
OTROS FENOMENOS SINGULARES DE ACUSTICA.

Los sonidos de campanillas, no son solo una preciosa demostración de las corrientes que sirven para producirlos; los ocultistas los emplean con aplicación práctica, como llamada telegráfica.
Parece que algunos ocultistas competentes pueden, á distancia, hacer oír ruidos de campanilla, en las proximidades del sitio en que se encuentra un hermano, al que desean llamar la atención por un motivo cualquiera; siempre que exista entre aquellos y este, ese misterioso enlace magnético, que permite la comunicación de sus ideas.

Yo he oído algunas veces llamar a madame Blavatsky de esta manera, estando nosotros en petit-comité ocupados tranquilamente leyendo.
Un ligero tintineo hería nuestros oídos; inmediatamente Madame Blavatsky se levantaba e iba a su habitación, para enterarse cuál era el asunto oculto para que se la llamaba.

Nosotros tuvimos una tarde, un ejemplo precioso, del sonido que producen á distancia los hermanos iniciados, fue así:
Una señora que vivía en un hotel en Simla, había sido invitada y comía con nosotros, cuando a eso de las once, recibió un mensaje del señor de su casa, esto es, una carta, que deseaba fuera enviada por Madame Blavatsky a cierto miembro de la gran Fraternidad, a quien él y yo habíamos escrito otras veces (Más adelante daré detalles de esta correspondencia.)
Estábamos ansiosos por saber si la carta podría ser enviada y recibida la respuesta antes de la partida de dicha señora, con objeto de que ella misma llevase la contestación á su marido; pero Mad. Blavatsky declaró, que por su propio poder, era incapaz de hacer lo que deseábamos.
La preguntamos si cierto hermano, cuyos poderes estaban casi desarrollados y que vivía en los alrededores de Simla, podría ayudarla; Madame Blavatsky contestó: trataré de encontrarle; y cogiendo la carta salió á la verandáh (Galería.) donde la seguimos todos.
Apoyada en la balaustrada y mirando al valle de Simla que se desarrollaba a nuestra vista, permaneció algunos minutos, inmóvil y silenciosa; como asimismo nosotros. La noche estaba bastante avanzada para que los ruidos del campo se oyeran distintamente, de suerte que la calma era completa.
De repente, sonó en el aire, ante nosotros, la nota argentina y clara de la campanilla oculta.
«Todo va bien, dijo Madame Blavatsky, la va a llevar» y la carta fue, efectivamente, tomada poco después.
Pero el fenómeno de la transmisión, será explicado más adelante, con otros casos.
* * *
Para un espíritu científico, la producción de sonidos por una fuerza que no conoce la ciencia constituiría una prueba de tanto valor en pro de la existencia de poderes ocultos, como el transporte de objetos materiales, por la misma fuerza.
El sonido no puede hacerse perceptible a nuestros oídos más que por la vibración del aire, y para una inteligencia mediana, admitir que el pensamiento sea capaz de producir en el aire la menor ondulación, ha de ser un absurdo tan enorme, como pretender que sea capaz de arrancar de cuajo un árbol.

Por tanto, existen grados en lo maravilloso que el sentimiento reconoce, si es que no lo hace la razón.
El primero de los incidentes de que hago mención, no probará gran cosa para el que no los haya presenciado; aquí lo refiero únicamente para los lectores que ya por el conocimiento del espiritismo o de otro modo, se encuentren preparados para admitir la posibilidad de semejantes fenómenos, y se interesen más por las experiencias que esclarezcan su origen, que por la acumulación de pruebas.

El hecho que nos ocupa constituiría una prueba magnífica si se hubiese verificado con menos preparación.
Pero Madame Blavatsky, abandonada a sí misma en estas materias, es la peor organizadora de pruebas que conozco.
No siéndole simpáticos los temperamentos positivos e incrédulos, y habiendo pasado su vida entre los místicos del Asia, cultivando las facultades imaginativas, más que sus facultades críticas, no puede seguir en toda su complicación, las suspicacias con que el observador europeo, recibe lo maravilloso, aun en sus formas más elementales.
Como durante gran número de años, su alimento cotidiano ha sido lo maravilloso bajo unos aspectos tan sorprendentes que desafían á la imaginación vulgar, no es de extrañar que le parezca más estúpida y fastidiosa que la misma tonta credulidad, esa celosa desconfianza con que ordinariamente se recibe la menor manifestación de poder oculto, y que trata de encontrar una rendija por donde quizá, se hubiera podido introducir el fraude.

Una tarde del mes de septiembre después de comer, mi mujer fue a pasear con Madame Blavatsky por la cumbre de un montículo de los alrededores, acompañándolas otra persona, pues yo no iba con ellas.
Una vez allí, Madame Blavatsky preguntó para agradar a mi mujer cuál sería su deseo en aquel momento.
Esta respondió espontáneamente, que en aquel instante su mayor placer sería tener una palabra escrita por uno de los Hermanos.
Madame Blavatsky sacó de su bolsillo un trozo de papel rosa, sin escritura arrancándolo de una carta recibida en aquel día: le hizo varios dobleces y, colocándolo en alto en la palma de su mano durante algunos momentos, murmuró diciendo que ya había partido.
Después de comunicar mentalmente y a distancia con el Hermano, según el método oculto, preguntó a mi mujer dónde quería que fuese enviada la carta: de momento contestó mi mujer que la quería ver caer sobre su falda, mas luego, discurriendo cual fuese la mejor manera de obtenerla, se convino que se encontraría en un árbol.
Por de pronto, Madame Blavatsky pareció equivocarse en la elección del árbol en que el Hermano iba a colocar la carta, pues mi mujer se esforzó en vano en alcanzar la rama inferior de un tronco unido y desprovisto de hojas, sin encontrar nada en él.
Madame Blavatsky, después de comunicar de nuevo con el Hermano en cuestión, reconoció su error.
Mi mujer se dirigió entonces hacia otro árbol, al que nadie se había acercado; se encaramó un poco y miró entre las ramas que la rodeaban; al primer golpe de vista, nada vio, mas volviendo la cabeza en la misma posición, apercibió un momento después, un papel rosa, sobre una rama que tenía enfrente de sus ojos, en un sitio en que momentos antes solo había hojas.
Estaba el papel sujeto a la varita de una hoja recién cortada, cuyo tallo aún estaba verde y. húmedo.
La esquela, contenía estas palabras:
«Se me ha rogado depositar una nota en este lugar, ¿qué puedo hacer por V.?»
Algunos caracteres tibetanos, constituían la firma.
El papel rosa que contenía la escritura, parecía ser el mismo, que momentos antes había sacado Madame Blavatsky en blanco de su bolsillo.

¿Cómo pudo ser transmitido el papel al Hermano, para que El pudiera escribir algo?
¿Cómo pudo ser llevado al montículo, sin hablar de su extraña colocación en el árbol del modo que hemos descrito?

Las suposiciones que acerca de este objeto haga, las referiré cuando sea ocasión y tiempo, y después de acumular mayor número de sucesos.

Es inútil explicar como son y en qué forma, las alas del pez volador a personas que no creen en su existencia o no aceptan más, que los fenómenos garantizados por la ortodoxia, como son el de las ruedas del carro de Faraón.
Voy a narrar ahora los incidentes de un día verdaderamente notable, refiriendo antes la expedición que hicimos la víspera, y que fue en suma un fracaso, y sin los contratiempos que nos ocurrieron, esta expedición también hubiera sido fructífera en resultados interesantes, como lo fue en la siguiente.

Nos habíamos perdido, buscando un lugar cuya descripción se nos había dado de un modo imperfecto o que había sido quizás mal comprendido por Madame Blavatsky, durante una conversación reservada con un Hermano que pasó por Simla.
Si hubiéramos tomado el camino verdadero, hubiésemos encontrado probablemente al Hermano; pues que según parece, se había detenido una noche en un bungalow, en uno de esos vetustos templos tibetanos así llamados, que sirven de asilo a los viajeros y que tan a menudo se encuentran en el Himalaya, a los cuales la ciega inconsciencia de los ingleses, no concede generalmente interés e importancia alguna.
Madame Blavatsky no conocía mucho, Simla; así es que la descripción que nos dejó del sitio donde queda ir, lo confundimos con la de otro lugar.
Ya en marcha y durante algún tiempo, Madame Blavatsky declaró que sentía ciertas corrientes indicadoras de que íbamos por el buen camino; más tarde nos convencimos de que el camino, seguido aquél día se confundía con el verdadero, en un buen trozo, al principio; pero al cabo de un rato, sufrimos una ligera desviación que nos separó y nos enfrascó en senderos imposibles a través de la montaña.
Madame Blavatsky acabó por perder la pista por completo, volvimos sobre nuestros pasos, los que conocíamos Simla, discutíamos sobre la topografía, extrañándonos el camino que nos hacía tomar, y que considerábamos muy extraviado.
Toda reflexión era inútil: tuvimos que dejarnos arrastrar por una pendiente abajo, por la que Madame Blavatsky nos aseguro encontraría de nuevo las corrientes perdidas; pero las corrientes ocultas podían sin duda circular por sitios, donde los viajeros no pueden dar un solo paso.
Cuando intentamos este  descenso, yo vi bien claro que el caso era desesperado en efecto, de allí a poco renunciábamos a la expedición, y regresábamos harto mohínos a nuestra casa.

Alguien preguntará, ¿por qué el Hermano omnisciente, no se apercibió que Madame Blavatsky se equivocaba, y no nos condujo al verdadero camino?
Preveo esta pregunta, porque sé por experiencia que las personas extrañas a estos asuntos no tienen idea de las relaciones de los Hermanos con los simples investigadores como nosotros: en este caso, por ejemplo, ¿creen que el Hermano estaba impaciente por demostrar su existencia, a un jurado de ingleses inteligentes?

Sabemos tan poca cosa sobre la vida diaria de un adepto en ocultismo, a no ser que estemos iniciados, que apenas si podemos indicar cuáles son los objetos que atraen realmente su atención.
Sólo podemos decir que prestan tanto interés a las cosas de su trabajo que éste tiene muy poco que ver, con la curiosidad de las personas que no están seriamente interesadas en el estudio de las fuerzas ocultas.
Muy al contrario, fuera de circunstancias excepcionales, está prohibido hacer concesiones de ninguna clase a esta curiosidad.

He aquí, lo sucedido. Madame Blavatsky que había percibido con ayuda de sus facultades ocultas la presencia en la localidad de uno de sus ilustres amigos y deseando agradarnos, dijo le pediría se dejase ver.
Este, quiso hacer la visita como la haría un astrónomo de la Real academia a quien un amigo pidiese permiso para llevar un grupo de señoras, para mirar por su telescopio.
No es difícil creer, dijera algo a Madame Blavatsky su hermana, a quien para no disgustarla contestó: «bien, traedlos si gustáis; yo estoy en tal o cual sitio».
Entonces continuó su trabajo, y más tarde, al recordar que no había recibido la visita anunciada, empleó sus facultades para saber en qué había consistido. Pero fuere lo que fuere, la visita no tuvo efecto.

Organizamos otra gira para el día siguiente, no ya con la esperanza de ver al Hermano, sino con el anhelo de obtener algún resultado.
A la hora fijada, estábamos todos dispuestos, mas la partida que se había organizado para seis personas, se aumentó hasta siete, en el momento de marchar.
Emprendimos la marcha por supuesto, por camino distinto de aquel en que nos habíamos extraviado la otra vez.
Reunidos todos, empezamos a bajar la montaña, cuya bajada duró algunas horas.
Llegamos al sitio que nos pareció a propósito en un bosque, cerca de una cascada, para tomar ahí el desayuno; las cestas se abrieron y según costumbre en los almuerzos indios, los criados hicieron fuego distante pocos pasos, para hacer el café y el té.
No tardaron en salir a relucir bromas a propósito de la taza y plato que tenía que faltar seguramente, por haberse aumentado la caravana con otra persona más, la que vino a hacer el número siete, y no faltó quien entre broma y risas, pidiese a Madame Blavatsky que creara otra taza con su plato, para que todos tuvieran la suya.
La proposición no tenía nada de serio, mas nuestra atención se puso en juego al oír, que Madame Blavatsky nos decía que a pesar de la dificultad de la cosa, iba a ensayar lo que deseábamos.
Siguiendo su costumbre, conversó mentalmente con alguno de los Hermanos, y después se alejó un poco, paseándose algunos momentos en un radio que no pasaría de una docena de yardas del lugar que ocupábamos; yo la seguía de cerca, esperando a1gún acontecimiento. Ella indicó de pronto un lugar en el suelo y llamó, para que escavasen con un cuchillo.
El sitio elegido, era al borde de un pequeño talud cubierto de hierba, césped y diversos grupos de arbustos.
El Sr. X*** (llamémosle así, pues tendré que hablar de él) comenzó por arrancar las plantas, no sin dificultad, pues las raíces eran duras y entrelazadas; cavó después el suelo con su cuchillo de monte y al retirar la tierra removida con las manos, tocó una cosa blanda, que presentaba un reborde; extraída, resultó ser la taza pedida. El platillo se encontró después, al ahondar más en el hoyo.
Los dos objetos salieron rodeados de raíces comprimidas y tierra, como si hubieran estado allí, desde hacía mucho tiempo.
La taza y el plato, eran del mismo modelo que las que llevábamos en nuestra cesta; sumadas todas, formaban siete tazas iguales, con sus platos.
He de hacer aquí la observación, de que al regresar a nuestra casa, mi esposa preguntó al Kidmedgar (1) encargado de la vajilla en el comedor, cuántas eran las tazas y platillos de aquel modelo que poseíamos.
El servicio era antiguo, y algunas piezas se habían roto con el tiempo; no obstante, el encargado respondió sin vacilar, que quedaban nueve: contadas aparte, sin la desenterrada, estaban las nueve justas; con ella había diez, Se habían comprado en Londres hacía bastante tiempo y eran de modelo algo especial como seguramente no se encontrarían otras en Simla.

Si se dijese que hay seres Humanos que pueden crear objetos materiales por el sólo influjo psicológico de su voluntad... ¿lo rechazaría con la misma razón que los que jamás han abordado esta clase de problemas?
La Proposición no se haría mucho más aceptable diciendo que, en el caso actual, la taza y su plato parecen haber sido desdoblados, más que creados.
                 

El desdoblamiento de objetos, no parece ser otra cosa que un modo diferente de creación; creación según un tipo dado.
De todos modos, los incidentes de aquella mañana fueron tal y, como los refiero y de los que doy los menores detalles, con toda la veracidad posible.
Si el fenómeno, no es la maravillosa manifestación de una fuerza completamente desconocida en el mundo científico moderno, no puede ser más que un fraude, laboriosamente preparado.
Esta última suposición pierde todo su valor, al pensar en la imposibilidad moral, absoluta, de la participación de Madame Blavatsky en tal impostura.
Es lo cierto, que la taza y su plato, fueron desenterrados de la manera que he descrito.
Dejando aparte ahora, todas las hipótesis que pudieran hacerse de superchería más o menos absurda, preguntamos:
-¿Quién pudo enterrar la taza y platillo y en qué momento pudo verificarse la operación?
Madame Blavatsky permaneció en mi casa durante la noche que precedió a la gira, hasta la mañana siguiente a la hora de la partida.
Su único criado particular, un muchachuelo de Bombay que no conocía Simla, permaneció constantemente en la casa o sus dependencias la víspera, así como la mañana, de la partida: Hasta habló con mi portero a media noche; pues yo llamé a un criado para que cerrara la puerta de un granero cuyos golpes me molestaban, y Madame Blavatsky despertada por el ruido, había enviado también a su sirviente a preguntar la causa de los golpes.
El Coronel Olcott, presidente de la Sociedad Teosófica, que era nuestro huésped hacía poco, había pasado la tarde con nosotros al regresar de la anterior desgraciada expedición referida, y estaba también presente cuando la partida.

¡No sería poco extravagante, imaginar que había pasado la noche en andar cinco ó seis millas bajando un escarpado peligroso, a través de senderos difíciles, en el bosque, todo para ir a enterrar en un sitio al que probablemente no iríamos, una taza de té de un servicio que tal vez no llevaríamos y sólo con el objeto incierto de ayudar a una mistificación!..
Otra advertencia: para ir al lugar destinado la víspera, teníamos dos caminos; los dos como ramas de una misma herradura, que rodea los montículos en que está situado Simla.
Teníamos libertad de elegir uno u otro, y ni Madame Blavatsky ni el coronel Olcott, dieron indicación alguna respecto a la ruta que seguimos.
Si hubiésemos tomado el otro camino, nos hubiésemos desayunado en un lugar muy diferente de aquel, en que ocurrió el hecho referido.
En este asunto, invocar un fraude de cualquier clase, es desafiar el buen sentido.

Más no he terminado todavía, con los incidentes ocurridos la mañana, en que apareció la taza de té.
El señor X*** había estado con nosotros durante la semana transcurrida, desde la llegada de Madame Blavatsky.
Como a la mayor parte de nuestros amigos, le habían impresionado hondamente todas las cosas que ocurrían en su presencia, y había deducido la consecuencia de que la sociedad, de que era aquélla propagandista, debía ejercer sobre sus miembros, cierta buena influencia. En varias ocasiones, había expresado esta idea en mi presencia con palabras entusiastas, y hasta había manifestado su intención de unirse a la Sociedad cual sé yo que lo había dicho.
El descubrimiento de la taza y el plato, hizo gran efecto en la mayor parte de los testigos, entre ello, el señor X***; y en la conversación que tuvo lugar sobre este punto en aquel momento, se le propuso ingresar como miembro en la Sociedad.
Yo no hubiera adelantado esta idea (pues creo partió de mí) si él, antes de los hechos y seriamente, no me hubiese manifestado su intención de formar parte de la citada Sociedad.
No crean ustedes por esto que esa resolución lleve consigo alguna responsabilidad (Sí la lleva, como todo compromiso adquirido libremente); denota simplemente, que simpatiza con el estudio de la ciencia oculta, y que se adhiere uno á los principios generales de filantropía, que recomiendan los sentimientos de fraternidad hacia toda la humanidad, sin distinción de razas, ni credo.
He tenido que dar esta explicación, a causa de los pequeños disgustos qué luego ocurrieron.
El señor X*** participó por completo de nuestra opinión, y se decidió que se le recibiría inmediatamente como miembro de la Sociedad Teosófica, siguiendo las formalidades prescritas.
Más, nos faltan algunos requisitos, sobre todo el diploma especial que se da al nuevo miembro, después de iniciarle en ciertos signos masónicos aceptados por la Sociedad como medios de reconocimiento.
¿Cómo obtener el diploma? Naturalmente esta dificultad nos pareció nueva ocasión para que Madame Blavatsky ejerciera otra vez sus poderes.
¿Podría hacernos enviar un diploma de una manera mágica?
Después de conversar por la vía oculta con el Hermano que se interesaba en nuestras investigaciones, nos dijo que el diploma llegaría.
Y nos hizo de antemano su descripción. Sería un rollo de papel, rodeado por una cantidad de bramante y envuelto en hojas de una planta trepadora.
Debía encontrarse en el bosque donde nos hallábamos, pudiendo todos buscarle, aunque sólo el señor X*** era el destinado a encontrarlo.
Así sucedió: todos buscamos entre las malezas, enredaderas y árboles de los alrededor, y por fin, X*** encontró el rollo tal y como se había descrito.
Después de esto, nos desayunamos y X***, siguiendo las formalidades, fue iniciado miembro de la Sociedad Teosófica, por el Coronel Olcott.

Poco después, marchamos por el bosque hasta un pequeño templo Tibetano que servía de asilo a los viajeros, y en el que, según Madame Blavatsky, se había detenido la noche anterior el Hermano que había pasado por Simla.
Nos distrajimos, examinando el interior y exterior del edificio «bañándonos en el buen magnetismo», según expresión de Madame Btavatsky y luego nos sentamos sobre la yerba.

Recordamos entonces, que aun nos faltaba tomar el café: se dijo a los domésticos que lo prepararan, pero entonces se notó que la provisión de agua, se había agotado.
El agua que se encuentra cerca de Simla, no es buena para beber, y en las expediciones, siempre se lleva filtrada en botellas. Las de nuestras cestas estaban ya vacías, como pudo verse.
No había otro remedio que enviar por agua a la casa más próxima, una cervecería, que distaba una milla de nuestro campamento.
Escribí unas palabras con lápiz en un papel, y un Cooli, partió con las botellas vacías; para un rato después regresar diciéndonos, que no traía agua.
No había en la cervecería ningún europeo para recibir la nota escrita, por ser domingo, y el Cooli desandó estúpidamente el camino con sus botellas vacías, sin enseñar el escrito a cualquiera que pudiera darle el agua pedida.
En este momento, nuestra reunión se hallaba diseminada: X*** se paseaba con otro señor; nadie de los presentes esperaba nuevos fenómenos, cuando Madame Blavatsky se levantó, corrió hacia las cestas, que estaban 10 ó 12 yardas más allá, cogió una botella creo yo que fue una de las que el Cooli había traido vacías-y volvió entre nosotros ocultándola en los pliegues de su vestido; entonces la sacó riendo, estaba llena de agua.

Como en un juego de manos, dirá cualquiera; en efecto, lo mismo, pero ¿y las circunstancias?
Un prestidigitador prepara antes lo que va á hacer,
En nuestro caso no se podía prever la falta de agua, como tampoco lo de la taza.

Si la cervecería no hubiese estado cerrada y el Cooli enviado no hubiese sido extraordinariamente estúpido, aun para ser Cooli, viniendo sin agua por no haber encontrado ningún europeo a quien dar el papel, la ocasión para obtener el agua de un modo oculto, no se hubiera presentado.
Todas estas eventualidades, por lo demás, fueron una coincidencia; porque nuestros criados solían ir siempre suficientemente aprovisionados.
Nadie puede suponer que se quedase olvidada y llena una botella en la cesta, pues al notar la falta, reñimos a los sirvientes por no haber traído agua suficiente e hicimos vaciar las cestas, no aceptando la situación hasta estar convencidos de que no había otro remedio que ir por agua.
Además, yo probé la obtenida por Madame Blavatsky y no era la misma que traíamos nosotros, ni la que proporciona la moderna Simla.
Tenía un ligero sabor de tierra, siendo también diferente del agua mala e impotable que corre en aquellos bosques.
¿Cómo fue proporcionada?
En todos estos fenómenos, el por qué es el gran misterio que soy incapaz de explicar, a no ser en términos muy vagos.

No comprender el modo como los adeptos manipulan la materia, es una cosa; pero negar que se sirven de ella de un modo que parecería milagroso a la ignorancia occidental, es otra muy distinta.
Existiendo el hecho, nosotros podremos ó no explicarlo.

El dicho vulgar you cannot argue the hind leg of a cow, encierra una enseñanza sincera, sobre la que debieran reflexionar nuestros prudentes escépticos.
No se puede volver del revés un hecho, sosteniendo que, según las luces de nuestra inteligencia, debía ser diferente.
Aun menos puede cualquiera volver del revés un conjunto de hechos como los que relato, construyendo sobre cada uno de ellos una serie de hipótesis absurdas contra y contradictorias.
El incrédulo obstinado, olvida que si el escepticismo llevado hasta cierto límite denota sutileza de espíritu, cuando persiste ante la evidencia, demuestra falta de inteligencia.

Recuerdo que cuando se inventó el fonógrafo, un sabio oficial del servicio del gobierno indiano, me envió un artículo, que escribió sobre las primeras noticias llegadas hasta allí sobre dicho instrumento: en su escrito deducía la consecuencia, de que era una mixtificación, pues él decía, el instrumento era científicamente imposible de realizar.
Hacía diferentes cálculos sobre el número y duración de las irradiaciones necesarias para reproducir el sonido y deducir sus consecuencias de una manera hábil.
Pero, cuando más tarde, se importaron fonógrafos a la India, cambió de actitud y continuó sosteniendo que debía haber un hombre encerrado en la máquina, hasta que al verla se convenció de que no había en ella sitio para ello.

Esta es la historia de las personas que no dudan de sí mismas y zanjan la dificultad de la explicación de los fenómenos ocultos o espiritistas negándolos siempre, contra la afirmación de millones de testigos, y a pesar de los hechos acumulados en los libros que no se toman el trabajo de leer.
Debo añadir aquí, que X*** cambió en lo sucesivo sobre la operación de la taza de té; pretendiendo que carecía de las garantías científicas deseables y que la taza y su plato pudieron ser introducidos por un túnel o conducto abierto, en la parte inferior del talud.
Ya hemos examinado tal hipótesis: el cambio de opinión de X*** no afecta en nada a los acontecimientos referidos.
Lo menciono solamente porque si algunos de nuestros lectores oyeran o leyeren en otra parte la historia de lo ocurrido en Simla, podrían creer que yo, de intento, me había dejado el detalle en el tintero.
Aparte de todo, mi convicción está basada sobre reiteradas experiencias que todavía no he descrito, pero sentiría no decir la parte que a cada una de ellas corresponde, en la formación de mi opinión sobre los poderes ocultos.

Es la siguiente: