LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 8
Carta del Mahatma
K.H. a A. P. Sinnett.
Recibida a través
de Madame Blavatsky, hacia el 20 de febrero de 1881.
Mi querido amigo,
ciertamente, usted se encuentra en el buen camino; en la vía de los hechos y
los actos, y no en la de las simples palabras — ¡ojalá viva largos años y
persevere!... Espero que esto no será considerado por usted como un estímulo
por mi parte para que se convierta en un "santurrón" —una expresión
muy acertada que me hizo reir— pero desde luego, llega usted como una especie
de Kalki Avatar disipando las sombras del "Kali-Yug", la noche oscura
de la moribunda Sociedad Teosófica, y apartando de su camino la fata morgana, de sus
Reglamentos.
Tengo
que hacer que la palabra fecit aparezca
después de su nombre, en caracteres invisibles pero indelebles, en la lista del
Consejo General, ya que algún día puede que esta palabra llegue a ser una
puerta escondida secreta hacia el corazón del más estricto de los Khobilgans....
Aunque estoy
ocupado —como lo estoy siempre, ¡pobre de mí!— tengo que ingeniármelas para
enviarle una carta de despedida algo extensa, antes de que emprenda usted un
viaje que puede tener resultados muy importantes —y no sólo para nuestra causa.
. . . Usted comprende, ¿no es así?, que no es culpa mía si no puedo reunirme
con usted como quisiera. Ni tampoco es culpa suya, sino más bien del ambiente
de toda la vida que le rodea y de una tarea especialmente delicada que me fue
confiada después de conocerle a usted. ¡No me culpe, pues, si no me muestro en
una forma más tangible, como no sólo usted, sino yo mismo también desearía! Cuando
no se me permite que lo haga por Olcott —que ha trabajado denodadamente por
nosotros estos últimos cinco años— ¿cómo podría ser de otra manera para otros
que, hasta ahora, no han pasado por el mismo entrenamiento que él? Esto sirve igualmente
para el caso de Lord Crawford y Balcarres, un excelente caballero prisionero
del mundo. La suya es una naturaleza sincera y noble, aunque tal vez demasiado
reprimida.
¿Él pregunta qué
esperanzas puede abrigar?
Yo digo: todas.
Porque tiene en su
interior aquello que sólo muy pocas personas poseen: una fuente inagotable de
fluido magnético, la cual, con sólo que dispusiera de tiempo, podría hacer
brotar a torrentes, y no necesitaría otro maestro más que él mismo. Sus propios
poderes harían el trabajo y su gran experiencia personal sería para él una guía
segura. Pero tendría que estar alerta y evitar toda influencia extraña especialmente
aquellas que son contrarias al más noble estudio del HOMBRE como un íntegro
Brahm, como el microcosmo libre y totalmente independiente tanto de la ayuda
como del control de las influencias invisibles a las que la "nueva
dispensación" (¡rimbombante palabra!) llama "Espíritus".
Su Señoría
comprenderá sin mayores explicaciones lo que quiero decir:
si lo prefiere,
puede leer ésto, si es que la opinión de un oscuro hindú le interesa. Si él
fuera un hombre de clase humilde, hubiera podido llegar a ser un Dupotet
inglés, siendo, además, un gran erudito en ciencias exactas. Pero, ¡qué
lástima!, lo que la nobleza inglesa ha ganado, lo ha perdido la psicología....
Y sin embargo, no es demasiado tarde. Pero fíjese cómo, incluso después de
haber dominado la ciencia del magnetismo y de haber dedicado su poderosa mente al
estudio de las ramas más nobles de la ciencia exacta, ha fracasado y sólo ha
conseguido levantar una pequeña punta del velo del misterio.
¡Ay, este mundo en
constante ebullición, ostentoso, rutilante, lleno de ambiciones insaciables, donde
entre la familia y el Estado se disputan la naturaleza más noble del hombre
—como dos tigres se disputan el cadáver de un animal— y lo dejan sin luz ni
esperanza! ¡Cuántos reclutas podríamos alistar si ésto no exigiera sacrificios!
La carta de Su
Señoría para usted respira una influencia de sinceridad teñida de pesar. Es un
hombre de buen corazón, con capacidades latentes para convertirse en una
persona mucho mejor y más feliz. Si no hubiera sido moldeado como lo ha sido, y
si su
potencial intelectual se hubiera decantado hacia el cultivo del Alma, habría
alcanzado mucho más de lo que nunca soñó. De esta materia se formaron los
Adeptos en los gloriosos días de la raza aria. Pero no debo
insistir más en este caso; y solicito el perdón de Su Señoría si, en la amargura
de mis sentimientos, me he excedido en algo de los límites de la corrección en
esta franca "descripción psicométrica de carácter", como dirían los
médiums americanos... "sólo la medida
completa limita el exceso", pero no me atrevo a seguir. ¡Ah, mi
demasiado sensato y también impaciente amigo, con sólo que usted tuviera
latentes esas capacidades!
La
"comunicación directa" conmigo a la cual se refiere usted en su nota
suplementaria, y las "enormes ventajas" que ello reportaría
"para el libro en sí, si es que esto pudiera ser autorizado", le
sería concedido en seguida si sólo dependiera de mí. Aunque muy a menudo no
resulta oportuno repetirse uno mismo, sin embargo estoy tan ansioso de que
usted se dé cuenta de lo improcedente de ese arreglo en este momento —incluso
aunque nuestros Superiores lo autorizaran— que me complaceré en hacer un breve
resumen retrospectivo de los principios ya expuestos.
Podríamos
dejar fuera de discusión el punto más importante —algo que tal vez usted
dudaría en creer— y es que esta negativa tiene tanto que ver con su propia
salvación (desde el punto de vista de sus consideraciones materiales mundanas)
como con mi obligada obediencia a nuestras Reglas, sancionadas por el tiempo. Podría citar otra
vez el caso de Olcott y su destino hasta hoy (que, de no habérsele permitido
comunicarse con nosotros cara a cara —y sin ningún intermediario— podría haber
demostrado consecuentemente menos interés y devoción, pero más discreción).
Pero, indudablemente, la comparación le parecerá forzada.
Olcott, dirá usted,
es un místico entusiasta, pertinaz e irreflexivo, que avanza temerariamente, ofuscado,
y que no se permite a sí mismo mirar hacia adelante con sus propios ojos.
Mientras que usted es un hombre de mundo, práctico y sensato, hijo de su
generación de fríos pensadores; manteniendo siempre frenada la imaginación y
diciéndole al entusiasmo: "Hasta aquí llegarás, pero no más".. . .
Tal vez tenga usted razón, o tal vez no.
"Ningún Lama sabe dónde
le lastimará el berchhen hasta que se lo pone", dice un proverbio
tibetano.
Sin embargo, dejemos
esto porque ahora tengo que decirle que para la apertura de una "comunicación
directa" los únicos medios posibles serían:
(1) Que ambos nos
reunamos en nuestros propios cuerpos físicos. Encontrándome donde me encuentro,
y usted en sus propios lares, para mi existe un impedimento material.
(2) Reunimos los
dos en nuestra forma astral—para lo cual sería necesario que usted
"abandonara su cuerpo físico", y que yo dejara el mío. El impedimento espiritual para esto, es por
parte suya. (3) Hacerle oir mi voz, tanto que sea en su interior como junto a
usted, como se hace con la "vieja dama".
Esto sería factible
en cualquiera de estas dos circunstancias:
(a) si mis Jefes me
dieran el permiso para establecer las condiciones necesarias —y por el momento
no lo aceptan; y
(b) que usted oyera
mi voz, es decir mi voz natural sin emplear ningún tamasha psicofisiológico por
mi parte (como una y otra vez hacemos a menudo entre nosotros).
Pero, entonces,
para hacer esto, los sentidos espirituales de uno no sólo tienen que estar
anormalmente despiertos, sino que tiene que haberse dominado el gran secreto
—todavía no descubierto por la ciencia— de anular, por así decirlo, todos los
impedimentos del espacio; de neutralizar, por lo pronto, el obstáculo natural de
las partículas intermedias de aire, y de obligar a las ondas sonoras a chocar
contra su oído como el reflejo de un sonido o eco. De esto último sin embargo,
sabe usted sólo lo suficiente para considerarlo un absurdo no científico.
Sus científicos,
que hasta hace muy poco no dominaban la acústica en este aspecto más que para
adquirir un conocimiento perfecto (?) de la vibración de los cuerpos sonoros y
de las resonancias a través de tubos, puede que pregunten irónicamente:
"¿Dónde están sus
cuerpos con sonoridad indefinidamente continua, capaces de conducir las vibraciones
de la voz a través del espacio?"
Nosotros
contestamos que nuestros tubos, aunque invisibles, son indestructibles y mucho
más perfectos que los de los físicos modernos, para los cuales la velocidad de
transmisión de la fuerza mecánica del sonido a través del aire es de 1.100 pies
por segundo y no más —si no me equivoco. Pero, entonces, ¿acaso no puede
haber personas que han descubierto medios de transmisión más perfectos y rápidos,
por estar más familiarizados con los poderes ocultos del aire (Akas), y que
disponen de un criterio más ilustrado sobre los sonidos? Pero de ésto
hablaremos más tarde.
Existe todavía un
inconveniente más serio; un obstáculo casi insuperable —por ahora— y con el
cual yo mismo sigo luchando incluso aún cuando sólo se trate de escribirle a
usted, una cosa sencilla que cualquier otro mortal podría hacer. Se
trata de mi total falta de habilidad para hacerle comprender a usted lo que
quiero decir con mis explicaciones, incluso con las que tratan de los fenómenos
físicos, y no hablemos de las que tratan de los fenómenos espirituales.
No es la primera
vez que menciono esto. Es como si un niño me pidiera que le explicase los problemas
más difíciles de Euclides antes de haber empezado siquiera a estudiarlas reglas
elementales de la aritmética. Sólo con el progreso que se
realiza en el estudio del conocimiento Arcano, a partir de sus elementos más
sencillos, es como, gradualmente, se llega a comprender lo que queremos decir.
Sólo así, y no de otro modo, se van fortaleciendo y afinando esos lazos
misteriosos de comprensión entre los hombres inteligentes —los fragmentos temporalmente
aislados del Alma universal y de la misma Alma cósmica— conduciéndoles a una
armonía total.
Una
vez esto establecido, y sólo entonces, esta comprensión avivada servirá, en
verdad, para conectar al HOMBRE con lo que (por no disponer de una palabra científica
europea más adecuada para expresar la idea) me siento nuevamente inclinado a
describir como aquella cadena de energía que une el Kosmos Material con el
Inmaterial —el pasado, el presente y el futuro— y que reaviva sus percepciones
de modo que pueda comprender con claridad no sólo todas las cosas de la materia,
sino las del Espíritu también.
Me
siento hasta irritado por tener que utilizar estas tres inadecuadas palabras:
¡pasado, presente y futuro! Pobres
conceptos de las fases objetivas del Todo subjetivo, que se adaptan tan mal
para este propósito como un hacha para cincelar. ¡Oh, mi pobre y desilusionado
amigo! Ojalá estuviera usted tan adelantado en EL SENDERO que esta simple
transmisión de ideas no se viera obstaculizada por las condiciones de la
materia, y la unión de su mente con la nuestra no se viera impedida a causa de
la incapacidad inducida de la misma.
Esa es, desgraciadamente,
la torpeza heredada y adquirida por sí misma de la mente occidental; y la mera
fraseología que expresa el pensamiento moderno ha ido desarrollándose durante
tan largo tiempo siguiendo la línea del materialismo práctico que, ahora mismo
es tan imposible para ellos comprender, como lo es para nosotros expresar en su
propio lenguaje cualquier cosa de ese mecanismo ideal, al parecer tan delicado,
del Kosmos Oculto.
Esa facultad de la
comprensión puede ser adquirida por los europeos, hasta cierto punto, por medio
del estudio y de la meditación; pero eso es todo. Y esa es la barrera que hasta
ahora ha impedido que el convencimiento de las verdades teosóficas consiguiera
una audiencia más numerosa en las naciones occidentales, y ha sido la causa de
que el estudio de la Teosofía fuera rechazado por inútil y fantástico por parte
de los filósofos occidentales.
¿De qué manera le enseñaré
a leer y a escribir, ni siquiera a comprender un lenguaje para el cual no se ha
inventado todavía ningún alfabeto palpable, ni ninguna palabra audible para
usted? ¿Cómo podrían ser explicados los fenómenos de nuestra moderna ciencia de
la electricidad, por ejemplo, a un
filósofo griego del tiempo de Ptolomeo si de repente volviera a la vida, con un
vacío tal, respecto a los descubrimientos que han ocurrido entre su época y la
nuestra? Los mismos
términos técnicos para designarlos,
¿no le resultarían
una jerga tan ininteligible como un abracadabra de sonidos incomprensibles, y
los mismos aparatos e instrumentos utilizados, no le parecerían unas
monstruosidades "milagrosas"? Suponga, por un
momento, que yo fuera a describirle los matices del colorido de los rayos que
se encuentran más allá de lo que se denomina el "espectro visible"
—aquellos rayos invisibles para todos, excepto para muy pocos, aún entre nosotros;
suponga que tratamos de explicarle de qué manera podemos fijar en el espacio
cualquiera de los colores pretendidamente subjetivos o accidentales —y en un sentido
matemático— suponga que fijamos además los complementos de cualquier otro color
determinado de un cuerpo dicromático, (lo cual, por sí solo, ya suena absurdo),
¿cree
usted que podría comprender su efecto óptico o ni siquiera lo que quiero decir? Y puesto que usted
no ve esos rayos, no puede conocerlos, ni tiene ningún nombre para denominarlos
ahora científicamente, si tuviera que decirle: "Mi buen amigo Sinnett, le ruego que, sin moverse de su escritorio,
trate de buscar y producir ante sus ojos todo el espectro solar descompuesto en
catorce colores del prisma (siete son complementarios), tal como es, puesto que
es sólo con la ayuda de esa luz oculta que usted puede verme en la distancia
como yo le veo a usted" . . .
¿Cuál cree usted
que sería su respuesta? ¿Qué tendría usted que decir? No sería extraño
que me replicara diciéndome con sus maneras educadas y tranquilas que, como
nunca existieron más que siete colores
primarios (ahora son tres), los cuales,
además, todavía no se ha visto nunca que por medio de un proceso físico
conocido se descompusieran más que en las siete tonalidades del prisma, mi
insinuación era tan "acientífica" como "absurda". Si
añadimos que mi petición de ir tras un "complemento" solar imaginario
no sería ningún cumplido para su conocimiento de la ciencia física, por mi
parte tal vez haría mejor en ir a buscar al Tibet mis míticas
"parejas" "dicromáticas" solares, porque hasta ahora la
ciencia moderna ha sido incapaz de traducir en teoría ni siquiera un fenómeno
tan sencillo como el de los colores y todos esos cuerpos dicromáticos. Y sin
embargo, en verdad, ¡estos colores son suficientemente objetivos!
Así pues, para uno
que se encuentra en su situación ya ve usted las insuperables dificultades que
existen en el camino de la consecución, no sólo del conocimiento Absoluto, sino
incluso del conocimiento primario de la Ciencia Oculta.
¿Cómo podría usted
hacerse entender —y de hecho dirigir esas fuerzas semi-inteligentes, cuyos
medios de comunicación con nosotros no es a través de la palabra hablada, sino
a través de los sonidos y colores en correlaciones entre las vibraciones de ambos?
Porque el sonido,
la luz y los colores son los factores principales que entran en la formación de
estas categorías de Inteligencias de estos seres de cuya misma existencia usted
no tiene ninguna idea y en los que no se le permite creer —ateos y cristianos, materialistas
y espiritistas, todos esgrimiendo sus respectivos argumentos contra semejante creencia—
y con la Ciencia poniendo todavía mayores objeciones que cualquiera de ellos, contra
¡una "superstición tan degradante!"
Y así, por el hecho
de que ellos no pueden alcanzar el pináculo de la Eternidad saltando los límites
de los impedimentos; y porque nosotros no podemos tomar un salvaje de África Central y
hacerle comprender en el acto los "Principia" de Newton o la
"Sociología" de Herbert Spencer; o hacer que un niño pequeño, sin
escolarizar, escriba una nueva Ilíada en griego arcaico; o bien, que un pintor
corriente represente escenas de Saturno o bocetos de los habitantes de Arcturus
—¡por todo eso se niega nuestra misma
existencia! Sí;
por esta razón, a los que creen en nosotros se les llama locos e impostores, y
esta misma ciencia, que avanza hacia la meta más alta del conocimiento más
superior, hacia el verdadero conocimiento del Árbol de la Vida y de la
Sabiduría, ¡es rechazada como una extravagante fantasía de la Imaginación!
Le ruego
encarecidamente que no se tome lo que acabo de escribir como una simple expansión
de sentimientos personales. Mi tiempo es precioso y no puedo perder ni un momento.
Y mucho menos aún debería usted considerar esto como un esfuerzo para fastidiarle
o para disuadirle de proseguir con la noble tarea que acaba de emprender. Nada de
eso; porque lo que digo ahora puede ser suficientemente beneficioso, ni más ni
menos; pero —vera pro gratis—le
PONGO SOBRE AVISO y no diré más, aparte de recordarle, en términos generales,
que la tarea que usted está llevando a cabo con tanta valentía, esa Míssío in partibus infidelium, ¡es
la más ingrata, tal vez, de todas las tareas! Pero, si usted cree en mi
amistad, si valora la palabra de honor de uno que jamás, en toda su vida,
manchó sus labios con una mentira, no olvide, entonces, las palabras que ya le
escribí una vez, (vea mi última carta) sobre aquellos que se entregan a las
ciencias ocultas; que aquel que lo hace "debe llegar a la meta o perecer.
Una vez que se ha emprendido definitivamente el camino hacia el gran
Conocimiento, dudar es correr el riesgo de volverse loco; detenerse es caer; retroceder
es precipitarse hacia atrás de cabeza al abismo". No tema, —si usted
es sincero, y eso lo es— ahora. ¿Está
tan seguro de sí mismo por lo que se refiere al futuro?
Pero creo que ya es
hora de que volvamos a cuestiones menos trascendentes, y que usted llamaría
menos desalentadoras y más mundanas. Aquí, sin duda, usted se sentirá mucho más
a gusto. Su experiencia, su educación, su intelecto, su conocimiento del mundo
externo, en resumen, todo se combina para ayudarle en el cumplimiento de la
tarea que ha emprendido.
Porque todo esto le
sitúa a usted en un nivel infinitamente superior al mío por lo que se refiere a
escribir un libro de acuerdo con el "propio espíritu" de vuestra
Sociedad. Aunque el interés que yo me
tomo en esto pueda sorprender a algunos que, probablemente, van a esgrimir contra
mí y contra mis colegas, nuestros propios argumentos, y van a hacer resaltar
que nuestra "alardeada superioridad sobre el común de la plebe"
(palabras de nuestro amigo el señor Hume), —por encima de los intereses y
pasiones de la gente ordinaria, tiene que oponerse al hecho de que tengamos
alguna idea sobre las cosas ordinarias de la vida— confieso, sin embargo, que
yo tengo un interés tan grande en este libro y en su éxito, como lo tengo en el
éxito en la vida de su autor en ciernes.
Espero que usted,
por lo menos, comprenderá que nosotros (o la mayoría de nosotros) estamos lejos
de ser las insensibles momias, moralmente fosilizadas, que algunos puede que se
imaginen que somos. "Mejnour"
está muy bien donde está —personaje ideal para una historia emocionante y, en
muchos aspectos, verídica (Se
trata de la novela de Bulwer-Lytton, titulada Zanoní.). Sin embargo,
créame, pocos de nosotros tendrían interés por representar en la vida el papel
de una flor de pensamiento, disecada entre las páginas de un libro de poesía
seria.
Puede
que no seamos enteramente unos "muchachos", —citando la irreverente expresión
de Olcott cuando habla de nosotros— pero nadie que esté a nuestro nivel se parece
al austero héroe de la novela de Bulwer. Si bien la facilidad de observación
conseguida por algunos de nosotros por nuestra condición proporciona,
ciertamente, una mayor amplitud de miras, una visión más noble e imparcial, así
como un sentido de humanidad más amplio —en respuesta a Addison tendríamos precisamente
que sostener que es "cuestión de magia" humanizar nuestras naturalezas
con la compasión hacia toda la humanidad, igual que hacia todos los seres vivientes,
en lugar de concentrar y limitar nuestros afectos en una raza predilecta— y sin
embargo, pocos de nosotros (excepto los que han logrado la negación final de
Moksha) podemos liberamos de la influencia de nuestra relación con la tierra y
no podemos dejar de ser sensibles, en grados diversos, a las emociones y
satisfacciones superiores y a los intereses de la marcha común de la Humanidad.
Hasta
que la liberación final no reabsorba al Ego, éste tiene que ser consciente de
las armonías más puras suscitadas por los efectos estéticos del arte superior
al responder sus cuerdas más sensibles a la llamada de los afectos humanos más
santos y más nobles.
Desde luego que a
mayor progreso hacia la liberación, menos necesidad habrá de todo eso, hasta
que, para coronarlo todo, los sentimientos humanos y puramente personales e individuales
—los lazos de la sangre y de la amistad, el patriotismo y la predilección por
una raza determinada— desaparecerán todos para fundirse en un sentimiento
universal, el único sentimiento verdadero y santo, el único desinteresado y
Eterno: ¡el Amor, un inmenso Amor por la Humanidad—como un Todo!
¡Porque es "la
Humanidad" la gran Huérfana,
la única
desheredada de esta tierra, amigo mío!
Y es deber de cada
hombre capaz de un impulso generoso hacer algo, por poco que sea, para su
bienestar. ¡Pobre, pobre humanidad! Me recuerda la antigua fábula de la guerra
entre el cuerpo y sus miembros: aquí también cada miembro de esta gigantesca
"huérfana" —huérfana de padre y madre— egoístamente, sólo se preocupa
de sí mismo. El cuerpo, abandonado, desamparado, sufre eternamente, tanto que
los miembros estén en paz como en guerra. Su sufrimiento y su aflicción no
cesan jamás.... Y quién puede reprocharle —como lo hacen vuestros filósofos
materialistas— si en este permanente aislamiento y abandono, esta humanidad ha
creado dioses ¡a los cuales "ella siempre implora, pero jamás es
escuchada!"
Así que:
"Puesto que
sólo en el hombre hay esperanza para el hombre
¡No dejaré que
llore aquel a quien yo pueda salvar!..."
Confieso, sin
embargo, que yo, personalmente, no estoy todavía libre de algunos afectos terrenales.
Aún me siento más
atraído hacia algunas personas que hacia otras, y la filantropía, tal como la
predicó nuestro Gran Protector —"El Salvador del Mundo — el Instructor que
enseñó el Nirvana y la Ley", no anuló nunca en mí ni las preferencias
individuales de la amistad, ni el amor hacia mis parientes más próximos, ni el
ardiente sentimiento patriótico por el país en el cual fui individualizado
materialmente en último lugar. Y a este respecto, puede que algún día, espontáneamente,
le ofrezca un pequeño consejo a mi amigo el señor Sinnett, para que lo susurre
secretamente al oído del editor del PIONEER. En attendant, — ¿Puedo pedir al
primero que informe al Dr. Wyld, Presidente de la Sociedad Teosófica Británica,
de algunas verdades relativas a nosotros, tal como se han mencionado más
arriba?
¿Sería usted tan
amable de persuadir a este excelente caballero que ni una sola de las humildes
"gotas de rocío" que, con diversos pretextos y asumiendo la forma de
vapor, han desaparecido en el espacio en diferentes períodos, para quedarse
congeladas en las blancas nubes himaláyicas, ha tratado nunca de deslizarse de
nuevo en el radiante Mar del Nirvana, a través del arriesgado proceso de
colgarse por los pies, ni de confeccionarse otro "abrigo de piel" con
los excrementos de la "vaca tres veces sagrada"? El Presidente
británico es víctima de las ideas más originales sobre nosotros, e insiste en
llamarnos "Yoguis", sin tener en cuenta la enorme diferencia que
existe entre el "Hatha Yog" y el "Raj Yog". La culpa de este error debe achacarse a la
señora Blavatsky —la competente editora de The Theosophist, que llena sus publicaciones
con las prácticas de diferentes Sannyasis y otros "santos" de las
llanuras, sin tomarse jamás la molestia de añadir unas líneas aclaratorias.
Y ahora, pasemos a
cuestiones aún más importantes. El tiempo es precioso y el material (me refiero
al material para escribir) lo es todavía más. Y en lo que a usted se refiere,
al no estar autorizada la "precipitación" y no pudiendo ser
sustituida por "Tamasha", a falta de tinta y papel, y encontrándome
muy lejos de casa y en un lugar donde una papelería es menos necesaria que el
aire para respirar, nuestra correspondencia corre el riesgo de verse
interrumpida bruscamente, a menos que yo controle juiciosamente las existencias
del material de que dispongo. Un amigo
promete facilitarme, en caso de gran necesidad, unas cuantas hojas sueltas,
reliquia recordatoria de un antiguo testamento de su abuelo, en el que éste lo desheredó,
e hizo así su "fortuna". Pero como, según se dice, él nunca
escribió una sola línea en los últimos once años, excepto una vez sobre aquel
"double
superfin glacé"
hecho en el Tibet, que usted podría confundir irrespetuosamente con un papel
secante sin usar, ya que el testamento está escrito en un material parecido,
haríamos bien en dirigir nuestra atención a su libro en seguida. Ya que me
honra pidiéndome mi opinión puedo decirle que la idea es excelente. La Teosofía
necesita esa ayuda, y los resultados en Inglaterra también serán los que usted
espera. Además, puede que ésto ayude de forma general a nuestros amigos de
Europa.
No impongo ninguna
restricción para que usted haga uso de cualquier cosa que yo haya podido
escribirle a usted o al señor Hume, puesto que tengo absoluta confianza en su
buen juicio y en su discreción sobre lo que puede ser publicado y sobre la
manera de hacerlo. Sólo tengo que pedirle, por razones que debo mantener en
silencio, (y estoy seguro de que usted respetará ese silencio) que no utilice
ni una sola palabra o párrafo de la última carta que le envié —la que le
escribí después de mi largo silencio, sin fecha, y la primera remitida a usted por
nuestra "vieja dama"...
Puede que tenga que
abrirlo después que haya pasado algún tiempo. En cuanto al resto de la correspondencia lo cedo al diente triturador
de la crítica. Tampoco quisiera inmiscuirme en el plan que usted ha pergeñado a
grandes rasgos en su mente. Pero le recomendaría muchísimo que al llevarlo a
cabo se esfuerce el máximo en resaltar las más mínimas circunstancias — (¿podría
facilitarme alguna fórmula para hacer tinta azul?), que tiendan a demostrar la imposibilidad
de fraude o conspiración. Reflexione bien cuan imprudente es respaldar, como si
fuera obra de los adeptos, fenómenos que los espiritistas ya han estampillado
como pruebas de mediumnidad, y los escépticos los han tildado de trucos de
prestidigitación.
No omitirá usted ni
una tilde ni una coma de las pruebas accesorias que apoyen su posición, algo
que usted descuidó hacer en su carta "A" publicada en el Pioneer. Por
ejemplo, mi amigo me dice que se trataba de la decimotercera taza y que el
modelo era único, por lo menos en Simla. ( Eso, al menos, es
lo que dice la señora S.; por mi parte, yo no busqué en las tiendas de loza;
así también, la botella que yo mismo había llenado con agua era una de las
cuatro que los sirvientes tenían en los canastos, y esas cuatro botellas habían
sido devueltas vacías por esos sirvientes después de una infructuosa búsqueda
para encontrar agua, cuando usted los envió a la pequeña cervecería con una
nota. Esperando ser excusado por la intromisión y con mis más respetuosos
saludos a la señora. Suyo, etc.,... EL "DESHEREDADO" * (Apodo de
Djual Khool.)) El cojín
fue elegido por usted mismo —y sin embargo, sucede que en la nota que le envié,
la palabra "cojín", igual que la palabra "árbol" o
cualquier otra, hubiera sido sustituida si usted hubiera escogido otro depositario
en lugar del cojín. Descubrirá que todos esos pequeños detalles son para usted
el escudo más poderoso contra el ridículo y las burlas. Evidentemente, después
su objetivo será demostrar que esta Teosofía no es un nuevo aspirante a atraer
la atención del mundo, sino que sólo se trata de la confirmación de principios
que han quedado afirmados desde la primera infancia de la humanidad. Debería seguirse,
sucintamente pero gráficamente, la consecuencia histórica a través de las
sucesivas evoluciones de las escuelas filosóficas e ilustrar esto con explicaciones
de las demostraciones experimentales del poder oculto atribuido a diferentes
taumaturgos. La
aparición y desaparición, alternativamente, de los fenómenos místicos, así como
sus desplazamientos de un núcleo a otro de población, muestran el papel
conflictivo entre las fuerzas opuestas de la espiritualidad y de la animalidad.
Y por último, se comprobará que la
ola actual de fenómenos con sus diferentes efectos sobre los pensamientos y los
sentimientos humanos, hacen que el resurgir de la investigación teosófica sea
una necesidad indispensable. El
único problema a resolver es el problema práctico de cómo promover, de la
manera más óptima, el estudio necesario y cómo proporcionar al movimiento espiritista
el impulso que necesita hacia lo superior. Es un buen principio hacer que se
comprendan mejor las potencialidades inherentes al hombre interno viviente. Establecer el
teorema científico de que, puesto que akarsha (atracción) y Prshu (repulsión) son las
leyes de la naturaleza, no puede existir ninguna relación o comunicación entre
Almas limpias y almas contaminadas — encarnadas o desencarnadas; y por tanto,
el noventa y nueve por ciento de las supuestas comunicaciones espiritistas son prima facie falsas.
He aquí un hecho
tan importante a tratar como pueda imaginarse, y ésto puede no resultar fácil.
De manera que, por más que se hubiera podido hacer una mejor selección para el
Theosophist a modo de anécdotas ilustrativas, como por ejemplo los casos históricos
auténticamente comprobados, sin embargo, la teoría de hacer variar de rumbo la
mentalidad de los amantes del fenómeno hacia canales más sugerentes y útiles
alejados del mero dogmatismo mediumnístico, era la correcta.
Lo que quise decir
con "Empresa Desesperada" era que, cuando se considera la magnitud de
la tarea que deben llevar a cabo nuestros teósofos voluntarios y especialmente
los numerosos medios puestos, o dispuestos, para enfrentarse con ellos, muy
bien podemos compararlo a aquellos esfuerzos desesperados contra acciones
arrolladoras a las que el verdadero soldado tiene a gala enfrentarse.
Hizo usted bien al
tener en cuenta "el gran propósito" en los modestos principios de la
Sociedad Teosófica. Desde luego que si nosotros nos hubiéramos encargado de fundarla y dirigirla
en propia persona, es muy probable que se hubiera trabajado más y se hubieran cometido
menos errores, pero nosotros no podíamos hacer esto, ni ese era el plan; el
trabajo se puso en manos de nuestros dos representantes —y tal como usted ahora
sabe— se les dejó en libertad de que actuaran lo mejor que pudieran según las
circunstancias.
Y ya se ha hecho mucho.
Bajo la superficie del espiritismo circula una corriente que está socavando un
amplio lecho. Cuando esta corriente reaparezca en la superficie, sus efectos
serán visibles. Muchas mentes como la suya ya están reflexionando sobre la cuestión
de la ley oculta, al sentirse estimulada la mente del público por estas inquietudes.
Igual que usted, ellos no están satisfechos
con lo que hasta ahora se ha conseguido y piden algo más. ¡Que esto le dé
ánimo! No es totalmente exacto que por el hecho de tenerlas en la Sociedad
estas mentes estarán "en condiciones más favorables" para ser
observadas por nosotros. Diga más bien que por el hecho de unirse a otros
simpatizantes en esta organización se han sentido estimulados al esfuerzo y
unos y otros se animan para investigar. La unión hace la
fuerza; y puesto que el Ocultismo de nuestros días se parece a una
"empresa desesperada", la unión y la cooperación son indispensables.
La unión, en realidad, implica una concentración de fuerza magnética y vital,
contrarrestando las corrientes hostiles del prejuicio y del fanatismo.
Escribí unas
palabras en la carta del joven Maratha sólo para demostrarle a usted que él estaba
obedeciendo órdenes al exponerle sus puntos de vista. Aparte de la idea
exagerada que él tiene sobre cuotas elevadas en cierto modo, su carta merece
tenerse en cuenta. Porque Damodar es hindú y conoce la mentalidad de sus
compatriotas de Bombay; aunque los hindúes de Bombay forman el grupo menos
espiritual que pueda encontrarse en toda la India.
Pero él, como el
joven devoto y entusiasta que es, se adelantó con la forma confusa de sus propias
ideas, incluso antes de que yo pudiera encauzarlas correctamente. Es muy
difícil hacer mella en todos los pensadores de mente ágil —pues con la rapidez
del relámpago se lanzan "a toda marcha" antes de que comprendan la
mitad de aquello sobre lo que uno quiere hacerles pensar. Este es nuestro
problema, tanto con Madame Blavatsky como con Olcott. Los
frecuentes fracasos de este último al plasmar las sugerencias que alguna vez
recibe, aún cuando sean por escrito, se debe casi totalmente a su propia
mentalidad tan activa, lo cual le impide distinguir nuestras impresiones de sus
propias ideas. Y la dificultad con Madame Blavatsky (aparte de sus achaques físicos) es que ella,
a veces, oye dos o más de nuestras voces a la vez; por ejemplo, esta mañana, mientras
el "Desheredado", a quien he dejado espacio para que escriba una nota
al pie de la página, estaba hablando con ella de un asunto importante, ella
prestaba atención a uno de los nuestros que pasaba por Bombay y venía de
Chipre, en su camino hacia el Tibet, y así consiguió que se organizara una
inextricable confusión entre ambos. Las mujeres carecen realmente del poder de concentración.
Y ahora, mi buen
amigo y colaborador —la irremediable falta de papel me obliga a poner punto
final. Adiós, hasta su regreso, a menos que usted se conforme con que nuestra correspondencia
pase a través del canal de costumbre, como hasta ahora. Ninguno de nosotros dos
preferiría eso. Pero hasta que no se autorice el cambio, esto debe seguir así.
Si ella se muriera hoy —y está realmente enferma— usted no recibiría más que
dos, o como máximo tres cartas mías más (a través de Damodar, de Olcott o por
medio de intermediarios ya previstos para casos de urgencia) y luego, al
agotarse esa reserva de fuerza, nuestra despedida sería la ÚLTIMA. Pero no me
anticiparé; los acontecimientos podrían reunirnos en algún lugar de Europa. Sin
embargo, tanto que nos encontremos como no, tenga la seguridad de que mis
buenos deseos personales le acompañarán durante su viaje. Si, de vez en
cuando, necesitara usted realmente la ayuda de un buen pensamiento a medida que
su trabajo progrese, es muy probable que pueda ser introducido en su cabeza por
osmosis —si
el jerez no obstaculiza el camino, como ya ha ocurrido en Allahabad.
Que el "Mar
profundo" se porte gentilmente con usted y con su familia.
Siempre suyo,
K.H.
P.D.— El "amigo"
de quien habla Lord Lindsay en la carta que le envió a usted, siento tener que
decirle que es una verdadera mofeta hedionda que se las arregló para perfumarse
con esencia aromática ante él, durante los prósperos días de su amistad, y de
este modo evitó que se le detectara por su hedor natural. Se trata de Home —el
médium, un converso del catolicismo romano, después del protestantismo y,
finalmente, de la Iglesia griega. Es el más encarnizado y más cruel de los
enemigos que tienen Olcott y Blavatsky,
aunque nunca se ha encontrado con ninguno de los dos. Durante cierto tiempo
logró envenenar la mente del Lord y le predispuso contra ellos. No me gusta
nada hablar a espaldas de una persona porque parece que se está murmurando. Sin
embargo, en previsión de futuros acontecimientos, me siento en el deber de
advertírselo, porque esta persona es un hombre excepcionalmente malo, tan
detestado por los espiritistas y los médiums como despreciado por aquellos que
han aprendido a conocerlo. El trabajo de usted es un trabajo de tal naturaleza
que choca directamente con el suyo. Aunque es un pobre enfermo tullido, un
infeliz paralítico, sus facultades mentales son tan vigorosas y tan vivas como
siempre para el mal. No es hombre que se detenga ante una acusación
difamatoria, aunque se trate de una mentira y de una falsedad. De modo que
—tenga cuidado.
K.H.
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