viernes, 17 de abril de 2015

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 8

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 8
Carta del Mahatma K.H. a A. P. Sinnett.



Recibida a través de Madame Blavatsky, hacia el 20 de febrero de 1881.
Mi querido amigo, ciertamente, usted se encuentra en el buen camino; en la vía de los hechos y los actos, y no en la de las simples palabras — ¡ojalá viva largos años y persevere!... Espero que esto no será considerado por usted como un estímulo por mi parte para que se convierta en un "santurrón" —una expresión muy acertada que me hizo reir— pero desde luego, llega usted como una especie de Kalki Avatar disipando las sombras del "Kali-Yug", la noche oscura de la moribunda Sociedad Teosófica, y apartando de su camino la fata morgana, de sus Reglamentos.

Tengo que hacer que la palabra fecit aparezca después de su nombre, en caracteres invisibles pero indelebles, en la lista del Consejo General, ya que algún día puede que esta palabra llegue a ser una puerta escondida secreta hacia el corazón del más estricto de los Khobilgans....

Aunque estoy ocupado —como lo estoy siempre, ¡pobre de mí!— tengo que ingeniármelas para enviarle una carta de despedida algo extensa, antes de que emprenda usted un viaje que puede tener resultados muy importantes —y no sólo para nuestra causa. . . . Usted comprende, ¿no es así?, que no es culpa mía si no puedo reunirme con usted como quisiera. Ni tampoco es culpa suya, sino más bien del ambiente de toda la vida que le rodea y de una tarea especialmente delicada que me fue confiada después de conocerle a usted. ¡No me culpe, pues, si no me muestro en una forma más tangible, como no sólo usted, sino yo mismo también desearía! Cuando no se me permite que lo haga por Olcott —que ha trabajado denodadamente por nosotros estos últimos cinco años— ¿cómo podría ser de otra manera para otros que, hasta ahora, no han pasado por el mismo entrenamiento que él? Esto sirve igualmente para el caso de Lord Crawford y Balcarres, un excelente caballero prisionero del mundo. La suya es una naturaleza sincera y noble, aunque tal vez demasiado reprimida.

¿Él pregunta qué esperanzas puede abrigar?
Yo digo: todas.
Porque tiene en su interior aquello que sólo muy pocas personas poseen: una fuente inagotable de fluido magnético, la cual, con sólo que dispusiera de tiempo, podría hacer brotar a torrentes, y no necesitaría otro maestro más que él mismo. Sus propios poderes harían el trabajo y su gran experiencia personal sería para él una guía segura. Pero tendría que estar alerta y evitar toda influencia extraña especialmente aquellas que son contrarias al más noble estudio del HOMBRE como un íntegro Brahm, como el microcosmo libre y totalmente independiente tanto de la ayuda como del control de las influencias invisibles a las que la "nueva dispensación" (¡rimbombante palabra!) llama "Espíritus".

Su Señoría comprenderá sin mayores explicaciones lo que quiero decir:
si lo prefiere, puede leer ésto, si es que la opinión de un oscuro hindú le interesa. Si él fuera un hombre de clase humilde, hubiera podido llegar a ser un Dupotet inglés, siendo, además, un gran erudito en ciencias exactas. Pero, ¡qué lástima!, lo que la nobleza inglesa ha ganado, lo ha perdido la psicología.... Y sin embargo, no es demasiado tarde. Pero fíjese cómo, incluso después de haber dominado la ciencia del magnetismo y de haber dedicado su poderosa mente al estudio de las ramas más nobles de la ciencia exacta, ha fracasado y sólo ha conseguido levantar una pequeña punta del velo del misterio.
¡Ay, este mundo en constante ebullición, ostentoso, rutilante, lleno de ambiciones insaciables, donde entre la familia y el Estado se disputan la naturaleza más noble del hombre —como dos tigres se disputan el cadáver de un animal— y lo dejan sin luz ni esperanza! ¡Cuántos reclutas podríamos alistar si ésto no exigiera sacrificios!
La carta de Su Señoría para usted respira una influencia de sinceridad teñida de pesar. Es un hombre de buen corazón, con capacidades latentes para convertirse en una persona mucho mejor y más feliz. Si no hubiera sido moldeado como lo ha sido, y si su potencial intelectual se hubiera decantado hacia el cultivo del Alma, habría alcanzado mucho más de lo que nunca soñó. De esta materia se formaron los Adeptos en los gloriosos días de la raza aria. Pero no debo insistir más en este caso; y solicito el perdón de Su Señoría si, en la amargura de mis sentimientos, me he excedido en algo de los límites de la corrección en esta franca "descripción psicométrica de carácter", como dirían los médiums americanos... "sólo la medida completa limita el exceso", pero no me atrevo a seguir. ¡Ah, mi demasiado sensato y también impaciente amigo, con sólo que usted tuviera latentes esas capacidades!

La "comunicación directa" conmigo a la cual se refiere usted en su nota suplementaria, y las "enormes ventajas" que ello reportaría "para el libro en sí, si es que esto pudiera ser autorizado", le sería concedido en seguida si sólo dependiera de mí. Aunque muy a menudo no resulta oportuno repetirse uno mismo, sin embargo estoy tan ansioso de que usted se dé cuenta de lo improcedente de ese arreglo en este momento —incluso aunque nuestros Superiores lo autorizaran— que me complaceré en hacer un breve resumen retrospectivo de los principios ya expuestos.

Podríamos dejar fuera de discusión el punto más importante —algo que tal vez usted dudaría en creer— y es que esta negativa tiene tanto que ver con su propia salvación (desde el punto de vista de sus consideraciones materiales mundanas) como con mi obligada obediencia a nuestras Reglas, sancionadas por el tiempo. Podría citar otra vez el caso de Olcott y su destino hasta hoy (que, de no habérsele permitido comunicarse con nosotros cara a cara —y sin ningún intermediario— podría haber demostrado consecuentemente menos interés y devoción, pero más discreción). Pero, indudablemente, la comparación le parecerá forzada.

Olcott, dirá usted, es un místico entusiasta, pertinaz e irreflexivo, que avanza temerariamente, ofuscado, y que no se permite a sí mismo mirar hacia adelante con sus propios ojos. Mientras que usted es un hombre de mundo, práctico y sensato, hijo de su generación de fríos pensadores; manteniendo siempre frenada la imaginación y diciéndole al entusiasmo: "Hasta aquí llegarás, pero no más".. . . Tal vez tenga usted razón, o tal vez no.
"Ningún Lama sabe dónde le lastimará el berchhen hasta que se lo pone", dice un proverbio tibetano.
Sin embargo, dejemos esto porque ahora tengo que decirle que para la apertura de una "comunicación directa" los únicos medios posibles serían:
(1) Que ambos nos reunamos en nuestros propios cuerpos físicos. Encontrándome donde me encuentro, y usted en sus propios lares, para mi existe un impedimento material.
(2) Reunimos los dos en nuestra forma astral—para lo cual sería necesario que usted "abandonara su cuerpo físico", y que yo dejara el mío. El  impedimento espiritual para esto, es por parte suya. (3) Hacerle oir mi voz, tanto que sea en su interior como junto a usted, como se hace con la "vieja dama".
Esto sería factible en cualquiera de estas dos circunstancias:
(a) si mis Jefes me dieran el permiso para establecer las condiciones necesarias —y por el momento no lo aceptan; y
(b) que usted oyera mi voz, es decir mi voz natural sin emplear ningún tamasha psicofisiológico por mi parte (como una y otra vez hacemos a menudo entre nosotros).

Pero, entonces, para hacer esto, los sentidos espirituales de uno no sólo tienen que estar anormalmente despiertos, sino que tiene que haberse dominado el gran secreto —todavía no descubierto por la ciencia— de anular, por así decirlo, todos los impedimentos del espacio; de neutralizar, por lo pronto, el obstáculo natural de las partículas intermedias de aire, y de obligar a las ondas sonoras a chocar contra su oído como el reflejo de un sonido o eco. De esto último sin embargo, sabe usted sólo lo suficiente para considerarlo un absurdo no científico.

Sus científicos, que hasta hace muy poco no dominaban la acústica en este aspecto más que para adquirir un conocimiento perfecto (?) de la vibración de los cuerpos sonoros y de las resonancias a través de tubos, puede que pregunten irónicamente:
"¿Dónde están sus cuerpos con sonoridad indefinidamente continua, capaces de conducir las vibraciones de la voz a través del espacio?"
Nosotros contestamos que nuestros tubos, aunque invisibles, son indestructibles y mucho más perfectos que los de los físicos modernos, para los cuales la velocidad de transmisión de la fuerza mecánica del sonido a través del aire es de 1.100 pies por segundo y no más —si no me equivoco. Pero, entonces, ¿acaso no puede haber personas que han descubierto medios de transmisión más perfectos y rápidos, por estar más familiarizados con los poderes ocultos del aire (Akas), y que disponen de un criterio más ilustrado sobre los sonidos? Pero de ésto hablaremos más tarde.

Existe todavía un inconveniente más serio; un obstáculo casi insuperable —por ahora— y con el cual yo mismo sigo luchando incluso aún cuando sólo se trate de escribirle a usted, una cosa sencilla que cualquier otro mortal podría hacer. Se trata de mi total falta de habilidad para hacerle comprender a usted lo que quiero decir con mis explicaciones, incluso con las que tratan de los fenómenos físicos, y no hablemos de las que tratan de los fenómenos espirituales.
No es la primera vez que menciono esto. Es como si un niño me pidiera que le explicase los problemas más difíciles de Euclides antes de haber empezado siquiera a estudiarlas reglas elementales de la aritmética. Sólo con el progreso que se realiza en el estudio del conocimiento Arcano, a partir de sus elementos más sencillos, es como, gradualmente, se llega a comprender lo que queremos decir. Sólo así, y no de otro modo, se van fortaleciendo y afinando esos lazos misteriosos de comprensión entre los hombres inteligentes —los fragmentos temporalmente aislados del Alma universal y de la misma Alma cósmica— conduciéndoles a una armonía total.
Una vez esto establecido, y sólo entonces, esta comprensión avivada servirá, en verdad, para conectar al HOMBRE con lo que (por no disponer de una palabra científica europea más adecuada para expresar la idea) me siento nuevamente inclinado a describir como aquella cadena de energía que une el Kosmos Material con el Inmaterial —el pasado, el presente y el futuro— y que reaviva sus percepciones de modo que pueda comprender con claridad no sólo todas las cosas de la materia, sino las del Espíritu también.
Me siento hasta irritado por tener que utilizar estas tres inadecuadas palabras: ¡pasado, presente y futuro! Pobres conceptos de las fases objetivas del Todo subjetivo, que se adaptan tan mal para este propósito como un hacha para cincelar. ¡Oh, mi pobre y desilusionado amigo! Ojalá estuviera usted tan adelantado en EL SENDERO que esta simple transmisión de ideas no se viera obstaculizada por las condiciones de la materia, y la unión de su mente con la nuestra no se viera impedida a causa de la incapacidad inducida de la misma.
Esa es, desgraciadamente, la torpeza heredada y adquirida por sí misma de la mente occidental; y la mera fraseología que expresa el pensamiento moderno ha ido desarrollándose durante tan largo tiempo siguiendo la línea del materialismo práctico que, ahora mismo es tan imposible para ellos comprender, como lo es para nosotros expresar en su propio lenguaje cualquier cosa de ese mecanismo ideal, al parecer tan delicado, del Kosmos Oculto.
Esa facultad de la comprensión puede ser adquirida por los europeos, hasta cierto punto, por medio del estudio y de la meditación; pero eso es todo. Y esa es la barrera que hasta ahora ha impedido que el convencimiento de las verdades teosóficas consiguiera una audiencia más numerosa en las naciones occidentales, y ha sido la causa de que el estudio de la Teosofía fuera rechazado por inútil y fantástico por parte de los filósofos occidentales.
¿De qué manera le enseñaré a leer y a escribir, ni siquiera a comprender un lenguaje para el cual no se ha inventado todavía ningún alfabeto palpable, ni ninguna palabra audible para usted? ¿Cómo podrían ser explicados los fenómenos de nuestra moderna ciencia de la electricidad, por  ejemplo, a un filósofo griego del tiempo de Ptolomeo si de repente volviera a la vida, con un vacío tal, respecto a los descubrimientos que han ocurrido entre su época y la nuestra? Los mismos términos técnicos para designarlos,
¿no le resultarían una jerga tan ininteligible como un abracadabra de sonidos incomprensibles, y los mismos aparatos e instrumentos utilizados, no le parecerían unas monstruosidades "milagrosas"? Suponga, por un momento, que yo fuera a describirle los matices del colorido de los rayos que se encuentran más allá de lo que se denomina el "espectro visible" —aquellos rayos invisibles para todos, excepto para muy pocos, aún entre nosotros; suponga que tratamos de explicarle de qué manera podemos fijar en el espacio cualquiera de los colores pretendidamente subjetivos o accidentales —y en un sentido matemático— suponga que fijamos además los complementos de cualquier otro color determinado de un cuerpo dicromático, (lo cual, por sí solo, ya suena absurdo), ¿cree usted que podría comprender su efecto óptico o ni siquiera lo que quiero decir? Y puesto que usted no ve esos rayos, no puede conocerlos, ni tiene ningún nombre para denominarlos ahora científicamente, si tuviera que decirle: "Mi buen amigo Sinnett, le ruego que, sin moverse de su escritorio, trate de buscar y producir ante sus ojos todo el espectro solar descompuesto en catorce colores del prisma (siete son complementarios), tal como es, puesto que es sólo con la ayuda de esa luz oculta que usted puede verme en la distancia como yo le veo a usted" . . .
¿Cuál cree usted que sería su respuesta? ¿Qué tendría usted que decir? No sería extraño que me replicara diciéndome con sus maneras educadas y tranquilas que, como nunca existieron más que siete colores primarios (ahora son tres), los cuales, además, todavía no se ha visto nunca que por medio de un proceso físico conocido se descompusieran más que en las siete tonalidades del prisma, mi insinuación era tan "acientífica" como "absurda". Si añadimos que mi petición de ir tras un "complemento" solar imaginario no sería ningún cumplido para su conocimiento de la ciencia física, por mi parte tal vez haría mejor en ir a buscar al Tibet mis míticas "parejas" "dicromáticas" solares, porque hasta ahora la ciencia moderna ha sido incapaz de traducir en teoría ni siquiera un fenómeno tan sencillo como el de los colores y todos esos cuerpos dicromáticos. Y sin embargo, en verdad, ¡estos colores son suficientemente objetivos!

Así pues, para uno que se encuentra en su situación ya ve usted las insuperables dificultades que existen en el camino de la consecución, no sólo del conocimiento Absoluto, sino incluso del conocimiento primario de la Ciencia Oculta.
¿Cómo podría usted hacerse entender —y de hecho dirigir esas fuerzas semi-inteligentes, cuyos medios de comunicación con nosotros no es a través de la palabra hablada, sino a través de los sonidos y colores en correlaciones entre las vibraciones de ambos?
Porque el sonido, la luz y los colores son los factores principales que entran en la formación de estas categorías de Inteligencias de estos seres de cuya misma existencia usted no tiene ninguna idea y en los que no se le permite creer —ateos y cristianos, materialistas y espiritistas, todos esgrimiendo sus respectivos argumentos contra semejante creencia— y con la Ciencia poniendo todavía mayores objeciones que cualquiera de ellos, contra ¡una "superstición tan degradante!"

Y así, por el hecho de que ellos no pueden alcanzar el pináculo de la Eternidad saltando los límites de los impedimentos; y porque nosotros no podemos tomar un salvaje de África Central y hacerle comprender en el acto los "Principia" de Newton o la "Sociología" de Herbert Spencer; o hacer que un niño pequeño, sin escolarizar, escriba una nueva Ilíada en griego arcaico; o bien, que un pintor corriente represente escenas de Saturno o bocetos de los habitantes de Arcturus —¡por todo eso se niega nuestra misma existencia! Sí; por esta razón, a los que creen en nosotros se les llama locos e impostores, y esta misma ciencia, que avanza hacia la meta más alta del conocimiento más superior, hacia el verdadero conocimiento del Árbol de la Vida y de la Sabiduría, ¡es rechazada como una extravagante fantasía de la Imaginación!

Le ruego encarecidamente que no se tome lo que acabo de escribir como una simple expansión de sentimientos personales. Mi tiempo es precioso y no puedo perder ni un momento. Y mucho menos aún debería usted considerar esto como un esfuerzo para fastidiarle o para disuadirle de proseguir con la noble tarea que acaba de emprender. Nada de eso; porque lo que digo ahora puede ser suficientemente beneficioso, ni más ni menos; pero —vera pro gratis—le PONGO SOBRE AVISO y no diré más, aparte de recordarle, en términos generales, que la tarea que usted está llevando a cabo con tanta valentía, esa Míssío in partibus infidelium, ¡es la más ingrata, tal vez, de todas las tareas! Pero, si usted cree en mi amistad, si valora la palabra de honor de uno que jamás, en toda su vida, manchó sus labios con una mentira, no olvide, entonces, las palabras que ya le escribí una vez, (vea mi última carta) sobre aquellos que se entregan a las ciencias ocultas; que aquel que lo hace "debe llegar a la meta o perecer. Una vez que se ha emprendido definitivamente el camino hacia el gran Conocimiento, dudar es correr el riesgo de volverse loco; detenerse es caer; retroceder es precipitarse hacia atrás de cabeza al abismo". No tema, —si usted es sincero, y eso lo es— ahora. ¿Está tan seguro de sí mismo por lo que se refiere al futuro?
Pero creo que ya es hora de que volvamos a cuestiones menos trascendentes, y que usted llamaría menos desalentadoras y más mundanas. Aquí, sin duda, usted se sentirá mucho más a gusto. Su experiencia, su educación, su intelecto, su conocimiento del mundo externo, en resumen, todo se combina para ayudarle en el cumplimiento de la tarea que ha emprendido.
Porque todo esto le sitúa a usted en un nivel infinitamente superior al mío por lo que se refiere a escribir un libro de acuerdo con el "propio espíritu" de vuestra Sociedad. Aunque el interés que yo me tomo en esto pueda sorprender a algunos que, probablemente, van a esgrimir contra mí y contra mis colegas, nuestros propios argumentos, y van a hacer resaltar que nuestra "alardeada superioridad sobre el común de la plebe" (palabras de nuestro amigo el señor Hume), —por encima de los intereses y pasiones de la gente ordinaria, tiene que oponerse al hecho de que tengamos alguna idea sobre las cosas ordinarias de la vida— confieso, sin embargo, que yo tengo un interés tan grande en este libro y en su éxito, como lo tengo en el éxito en la vida de su autor en ciernes.
Espero que usted, por lo menos, comprenderá que nosotros (o la mayoría de nosotros) estamos lejos de ser las insensibles momias, moralmente fosilizadas, que algunos puede que se imaginen que somos. "Mejnour" está muy bien donde está —personaje ideal para una historia emocionante y, en muchos aspectos, verídica (Se trata de la novela de Bulwer-Lytton, titulada Zanoní.). Sin embargo, créame, pocos de nosotros tendrían interés por representar en la vida el papel de una flor de pensamiento, disecada entre las páginas de un libro de poesía seria.
Puede que no seamos enteramente unos "muchachos", —citando la irreverente expresión de Olcott cuando habla de nosotros— pero nadie que esté a nuestro nivel se parece al austero héroe de la novela de Bulwer. Si bien la facilidad de observación conseguida por algunos de nosotros por nuestra condición proporciona, ciertamente, una mayor amplitud de miras, una visión más noble e imparcial, así como un sentido de humanidad más amplio —en respuesta a Addison tendríamos precisamente que sostener que es "cuestión de magia" humanizar nuestras naturalezas con la compasión hacia toda la humanidad, igual que hacia todos los seres vivientes, en lugar de concentrar y limitar nuestros afectos en una raza predilecta— y sin embargo, pocos de nosotros (excepto los que han logrado la negación final de Moksha) podemos liberamos de la influencia de nuestra relación con la tierra y no podemos dejar de ser sensibles, en grados diversos, a las emociones y satisfacciones superiores y a los intereses de la marcha común de la Humanidad.

Hasta que la liberación final no reabsorba al Ego, éste tiene que ser consciente de las armonías más puras suscitadas por los efectos estéticos del arte superior al responder sus cuerdas más sensibles a la llamada de los afectos humanos más santos y más nobles.

Desde luego que a mayor progreso hacia la liberación, menos necesidad habrá de todo eso, hasta que, para coronarlo todo, los sentimientos humanos y puramente personales e individuales —los lazos de la sangre y de la amistad, el patriotismo y la predilección por una raza determinada— desaparecerán todos para fundirse en un sentimiento universal, el único sentimiento verdadero y santo, el único desinteresado y Eterno: ¡el Amor, un inmenso Amor por la Humanidad—como un Todo!

¡Porque es "la Humanidad" la gran Huérfana,
la única desheredada de esta tierra, amigo mío!

Y es deber de cada hombre capaz de un impulso generoso hacer algo, por poco que sea, para su bienestar. ¡Pobre, pobre humanidad! Me recuerda la antigua fábula de la guerra entre el cuerpo y sus miembros: aquí también cada miembro de esta gigantesca "huérfana" —huérfana de padre y madre— egoístamente, sólo se preocupa de sí mismo. El cuerpo, abandonado, desamparado, sufre eternamente, tanto que los miembros estén en paz como en guerra. Su sufrimiento y su aflicción no cesan jamás.... Y quién puede reprocharle —como lo hacen vuestros filósofos materialistas— si en este permanente aislamiento y abandono, esta humanidad ha creado dioses ¡a los cuales "ella siempre implora, pero jamás es escuchada!"
Así que:
"Puesto que sólo en el hombre hay esperanza para el hombre
¡No dejaré que llore aquel a quien yo pueda salvar!..."
Confieso, sin embargo, que yo, personalmente, no estoy todavía libre de algunos afectos terrenales.

Aún me siento más atraído hacia algunas personas que hacia otras, y la filantropía, tal como la predicó nuestro Gran Protector —"El Salvador del Mundo — el Instructor que enseñó el Nirvana y la Ley", no anuló nunca en mí ni las preferencias individuales de la amistad, ni el amor hacia mis parientes más próximos, ni el ardiente sentimiento patriótico por el país en el cual fui individualizado materialmente en último lugar. Y a este respecto, puede que algún día, espontáneamente, le ofrezca un pequeño consejo a mi amigo el señor Sinnett, para que lo susurre secretamente al oído del editor del PIONEER. En attendant, — ¿Puedo pedir al primero que informe al Dr. Wyld, Presidente de la Sociedad Teosófica Británica, de algunas verdades relativas a nosotros, tal como se han mencionado más arriba?
¿Sería usted tan amable de persuadir a este excelente caballero que ni una sola de las humildes "gotas de rocío" que, con diversos pretextos y asumiendo la forma de vapor, han desaparecido en el espacio en diferentes períodos, para quedarse congeladas en las blancas nubes himaláyicas, ha tratado nunca de deslizarse de nuevo en el radiante Mar del Nirvana, a través del arriesgado proceso de colgarse por los pies, ni de confeccionarse otro "abrigo de piel" con los excrementos de la "vaca tres veces sagrada"? El Presidente británico es víctima de las ideas más originales sobre nosotros, e insiste en llamarnos "Yoguis", sin tener en cuenta la enorme diferencia que existe entre el "Hatha Yog" y el "Raj Yog". La culpa de este error debe achacarse a la señora Blavatsky —la competente editora de The Theosophist, que llena sus publicaciones con las prácticas de diferentes Sannyasis y otros "santos" de las llanuras, sin tomarse jamás la molestia de añadir unas líneas aclaratorias.

Y ahora, pasemos a cuestiones aún más importantes. El tiempo es precioso y el material (me refiero al material para escribir) lo es todavía más. Y en lo que a usted se refiere, al no estar autorizada la "precipitación" y no pudiendo ser sustituida por "Tamasha", a falta de tinta y papel, y encontrándome muy lejos de casa y en un lugar donde una papelería es menos necesaria que el aire para respirar, nuestra correspondencia corre el riesgo de verse interrumpida bruscamente, a menos que yo controle juiciosamente las existencias del material de que dispongo. Un amigo promete facilitarme, en caso de gran necesidad, unas cuantas hojas sueltas, reliquia recordatoria de un antiguo testamento de su abuelo, en el que éste lo desheredó, e hizo así su "fortuna". Pero como, según se dice, él nunca escribió una sola línea en los últimos once años, excepto una vez sobre aquel "double superfin glacé" hecho en el Tibet, que usted podría confundir irrespetuosamente con un papel secante sin usar, ya que el testamento está escrito en un material parecido, haríamos bien en dirigir nuestra atención a su libro en seguida. Ya que me honra pidiéndome mi opinión puedo decirle que la idea es excelente. La Teosofía necesita esa ayuda, y los resultados en Inglaterra también serán los que usted espera. Además, puede que ésto ayude de forma general a nuestros amigos de Europa.
No impongo ninguna restricción para que usted haga uso de cualquier cosa que yo haya podido escribirle a usted o al señor Hume, puesto que tengo absoluta confianza en su buen juicio y en su discreción sobre lo que puede ser publicado y sobre la manera de hacerlo. Sólo tengo que pedirle, por razones que debo mantener en silencio, (y estoy seguro de que usted respetará ese silencio) que no utilice ni una sola palabra o párrafo de la última carta que le envié —la que le escribí después de mi largo silencio, sin fecha, y la primera remitida a usted por nuestra "vieja dama"...
Puede que tenga que abrirlo después que haya pasado algún tiempo. En cuanto al resto de la correspondencia lo cedo al diente triturador de la crítica. Tampoco quisiera inmiscuirme en el plan que usted ha pergeñado a grandes rasgos en su mente. Pero le recomendaría muchísimo que al llevarlo a cabo se esfuerce el máximo en resaltar las más mínimas circunstancias — (¿podría facilitarme alguna fórmula para hacer tinta azul?), que tiendan a demostrar la imposibilidad de fraude o conspiración. Reflexione bien cuan imprudente es respaldar, como si fuera obra de los adeptos, fenómenos que los espiritistas ya han estampillado como pruebas de mediumnidad, y los escépticos los han tildado de trucos de prestidigitación.
No omitirá usted ni una tilde ni una coma de las pruebas accesorias que apoyen su posición, algo que usted descuidó hacer en su carta "A" publicada en el Pioneer. Por ejemplo, mi amigo me dice que se trataba de la decimotercera taza y que el modelo era único, por lo menos en Simla.  ( Eso, al menos, es lo que dice la señora S.; por mi parte, yo no busqué en las tiendas de loza; así también, la botella que yo mismo había llenado con agua era una de las cuatro que los sirvientes tenían en los canastos, y esas cuatro botellas habían sido devueltas vacías por esos sirvientes después de una infructuosa búsqueda para encontrar agua, cuando usted los envió a la pequeña cervecería con una nota. Esperando ser excusado por la intromisión y con mis más respetuosos saludos a la señora. Suyo, etc.,... EL "DESHEREDADO" * (Apodo de Djual Khool.)) El cojín fue elegido por usted mismo —y sin embargo, sucede que en la nota que le envié, la palabra "cojín", igual que la palabra "árbol" o cualquier otra, hubiera sido sustituida si usted hubiera escogido otro depositario en lugar del cojín. Descubrirá que todos esos pequeños detalles son para usted el escudo más poderoso contra el ridículo y las burlas. Evidentemente, después su objetivo será demostrar que esta Teosofía no es un nuevo aspirante a atraer la atención del mundo, sino que sólo se trata de la confirmación de principios que han quedado afirmados desde la primera infancia de la humanidad. Debería seguirse, sucintamente pero gráficamente, la consecuencia histórica a través de las sucesivas evoluciones de las escuelas filosóficas e ilustrar esto con explicaciones de las demostraciones experimentales del poder oculto atribuido a diferentes taumaturgos. La aparición y desaparición, alternativamente, de los fenómenos místicos, así como sus desplazamientos de un núcleo a otro de población, muestran el papel conflictivo entre las fuerzas opuestas de la espiritualidad y de la animalidad.
Y por último, se comprobará que la ola actual de fenómenos con sus diferentes efectos sobre los pensamientos y los sentimientos humanos, hacen que el resurgir de la investigación teosófica sea una necesidad indispensable. El único problema a resolver es el problema práctico de cómo promover, de la manera más óptima, el estudio necesario y cómo proporcionar al movimiento espiritista el impulso que necesita hacia lo superior. Es un buen principio hacer que se comprendan mejor las potencialidades inherentes al hombre interno viviente. Establecer el teorema científico de que, puesto que akarsha (atracción) y Prshu (repulsión) son las leyes de la naturaleza, no puede existir ninguna relación o comunicación entre Almas limpias y almas contaminadas — encarnadas o desencarnadas; y por tanto, el noventa y nueve por ciento de las supuestas comunicaciones espiritistas son prima facie falsas.
He aquí un hecho tan importante a tratar como pueda imaginarse, y ésto puede no resultar fácil. De manera que, por más que se hubiera podido hacer una mejor selección para el Theosophist a modo de anécdotas ilustrativas, como por ejemplo los casos históricos auténticamente comprobados, sin embargo, la teoría de hacer variar de rumbo la mentalidad de los amantes del fenómeno hacia canales más sugerentes y útiles alejados del mero dogmatismo mediumnístico, era la correcta.
Lo que quise decir con "Empresa Desesperada" era que, cuando se considera la magnitud de la tarea que deben llevar a cabo nuestros teósofos voluntarios y especialmente los numerosos medios puestos, o dispuestos, para enfrentarse con ellos, muy bien podemos compararlo a aquellos esfuerzos desesperados contra acciones arrolladoras a las que el verdadero soldado tiene a gala enfrentarse.

Hizo usted bien al tener en cuenta "el gran propósito" en los modestos principios de la Sociedad Teosófica. Desde luego que si nosotros nos hubiéramos encargado de fundarla y dirigirla en propia persona, es muy probable que se hubiera trabajado más y se hubieran cometido menos errores, pero nosotros no podíamos hacer esto, ni ese era el plan; el trabajo se puso en manos de nuestros dos representantes —y tal como usted ahora sabe— se les dejó en libertad de que actuaran lo mejor que pudieran según las circunstancias.
Y ya se ha hecho mucho. Bajo la superficie del espiritismo circula una corriente que está socavando un amplio lecho. Cuando esta corriente reaparezca en la superficie, sus efectos serán visibles. Muchas mentes como la suya ya están reflexionando sobre la cuestión de la ley oculta, al sentirse estimulada la mente del público por estas inquietudes. Igual que usted, ellos no están satisfechos con lo que hasta ahora se ha conseguido y piden algo más. ¡Que esto le dé ánimo! No es totalmente exacto que por el hecho de tenerlas en la Sociedad estas mentes estarán "en condiciones más favorables" para ser observadas por nosotros. Diga más bien que por el hecho de unirse a otros simpatizantes en esta organización se han sentido estimulados al esfuerzo y unos y otros se animan para investigar. La unión hace la fuerza; y puesto que el Ocultismo de nuestros días se parece a una "empresa desesperada", la unión y la cooperación son indispensables. La unión, en realidad, implica una concentración de fuerza magnética y vital, contrarrestando las corrientes hostiles del prejuicio y del fanatismo.
Escribí unas palabras en la carta del joven Maratha sólo para demostrarle a usted que él estaba obedeciendo órdenes al exponerle sus puntos de vista. Aparte de la idea exagerada que él tiene sobre cuotas elevadas en cierto modo, su carta merece tenerse en cuenta. Porque Damodar es hindú y conoce la mentalidad de sus compatriotas de Bombay; aunque los hindúes de Bombay forman el grupo menos espiritual que pueda encontrarse en toda la India.
Pero él, como el joven devoto y entusiasta que es, se adelantó con la forma confusa de sus propias ideas, incluso antes de que yo pudiera encauzarlas correctamente. Es muy difícil hacer mella en todos los pensadores de mente ágil —pues con la rapidez del relámpago se lanzan "a toda marcha" antes de que comprendan la mitad de aquello sobre lo que uno quiere hacerles pensar. Este es nuestro problema, tanto con Madame Blavatsky como con Olcott. Los frecuentes fracasos de este último al plasmar las sugerencias que alguna vez recibe, aún cuando sean por escrito, se debe casi totalmente a su propia mentalidad tan activa, lo cual le impide distinguir nuestras impresiones de sus propias ideas. Y la dificultad con Madame Blavatsky  (aparte de sus achaques físicos) es que ella, a veces, oye dos o más de nuestras voces a la vez; por ejemplo, esta mañana, mientras el "Desheredado", a quien he dejado espacio para que escriba una nota al pie de la página, estaba hablando con ella de un asunto importante, ella prestaba atención a uno de los nuestros que pasaba por Bombay y venía de Chipre, en su camino hacia el Tibet, y así consiguió que se organizara una inextricable confusión entre ambos. Las mujeres carecen realmente del poder de concentración.
Y ahora, mi buen amigo y colaborador —la irremediable falta de papel me obliga a poner punto final. Adiós, hasta su regreso, a menos que usted se conforme con que nuestra correspondencia pase a través del canal de costumbre, como hasta ahora. Ninguno de nosotros dos preferiría eso. Pero hasta que no se autorice el cambio, esto debe seguir así. Si ella se muriera hoy —y está realmente enferma— usted no recibiría más que dos, o como máximo tres cartas mías más (a través de Damodar, de Olcott o por medio de intermediarios ya previstos para casos de urgencia) y luego, al agotarse esa reserva de fuerza, nuestra despedida sería la ÚLTIMA. Pero no me anticiparé; los acontecimientos podrían reunirnos en algún lugar de Europa. Sin embargo, tanto que nos encontremos como no, tenga la seguridad de que mis buenos deseos personales le acompañarán durante su viaje. Si, de vez en cuando, necesitara usted realmente la ayuda de un buen pensamiento a medida que su trabajo progrese, es muy probable que pueda ser introducido en su cabeza por osmosis —si el jerez no obstaculiza el camino, como ya ha ocurrido en Allahabad.

Que el "Mar profundo" se porte gentilmente con usted y con su familia.
Siempre suyo,
K.H.


P.D.— El "amigo" de quien habla Lord Lindsay en la carta que le envió a usted, siento tener que decirle que es una verdadera mofeta hedionda que se las arregló para perfumarse con esencia aromática ante él, durante los prósperos días de su amistad, y de este modo evitó que se le detectara por su hedor natural. Se trata de Home —el médium, un converso del catolicismo romano, después del protestantismo y, finalmente, de la Iglesia griega. Es el más encarnizado y más cruel de los enemigos que tienen Olcott  y Blavatsky, aunque nunca se ha encontrado con ninguno de los dos. Durante cierto tiempo logró envenenar la mente del Lord y le predispuso contra ellos. No me gusta nada hablar a espaldas de una persona porque parece que se está murmurando. Sin embargo, en previsión de futuros acontecimientos, me siento en el deber de advertírselo, porque esta persona es un hombre excepcionalmente malo, tan detestado por los espiritistas y los médiums como despreciado por aquellos que han aprendido a conocerlo. El trabajo de usted es un trabajo de tal naturaleza que choca directamente con el suyo. Aunque es un pobre enfermo tullido, un infeliz paralítico, sus facultades mentales son tan vigorosas y tan vivas como siempre para el mal. No es hombre que se detenga ante una acusación difamatoria, aunque se trate de una mentira y de una falsedad. De modo que —tenga cuidado.

K.H.

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