lunes, 27 de abril de 2015

EL MUNDO OCULTO, CAPITULO CUARTO

EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)

CAPITULO CUARTO
SONIDOS PRODUCIDOS SIN CAUSAS RECONOCIDAS.
MENSAJES A DISTANCIA.
OTROS FENOMENOS SINGULARES DE ACUSTICA.

Los sonidos de campanillas, no son solo una preciosa demostración de las corrientes que sirven para producirlos; los ocultistas los emplean con aplicación práctica, como llamada telegráfica.
Parece que algunos ocultistas competentes pueden, á distancia, hacer oír ruidos de campanilla, en las proximidades del sitio en que se encuentra un hermano, al que desean llamar la atención por un motivo cualquiera; siempre que exista entre aquellos y este, ese misterioso enlace magnético, que permite la comunicación de sus ideas.

Yo he oído algunas veces llamar a madame Blavatsky de esta manera, estando nosotros en petit-comité ocupados tranquilamente leyendo.
Un ligero tintineo hería nuestros oídos; inmediatamente Madame Blavatsky se levantaba e iba a su habitación, para enterarse cuál era el asunto oculto para que se la llamaba.

Nosotros tuvimos una tarde, un ejemplo precioso, del sonido que producen á distancia los hermanos iniciados, fue así:
Una señora que vivía en un hotel en Simla, había sido invitada y comía con nosotros, cuando a eso de las once, recibió un mensaje del señor de su casa, esto es, una carta, que deseaba fuera enviada por Madame Blavatsky a cierto miembro de la gran Fraternidad, a quien él y yo habíamos escrito otras veces (Más adelante daré detalles de esta correspondencia.)
Estábamos ansiosos por saber si la carta podría ser enviada y recibida la respuesta antes de la partida de dicha señora, con objeto de que ella misma llevase la contestación á su marido; pero Mad. Blavatsky declaró, que por su propio poder, era incapaz de hacer lo que deseábamos.
La preguntamos si cierto hermano, cuyos poderes estaban casi desarrollados y que vivía en los alrededores de Simla, podría ayudarla; Madame Blavatsky contestó: trataré de encontrarle; y cogiendo la carta salió á la verandáh (Galería.) donde la seguimos todos.
Apoyada en la balaustrada y mirando al valle de Simla que se desarrollaba a nuestra vista, permaneció algunos minutos, inmóvil y silenciosa; como asimismo nosotros. La noche estaba bastante avanzada para que los ruidos del campo se oyeran distintamente, de suerte que la calma era completa.
De repente, sonó en el aire, ante nosotros, la nota argentina y clara de la campanilla oculta.
«Todo va bien, dijo Madame Blavatsky, la va a llevar» y la carta fue, efectivamente, tomada poco después.
Pero el fenómeno de la transmisión, será explicado más adelante, con otros casos.
* * *
Para un espíritu científico, la producción de sonidos por una fuerza que no conoce la ciencia constituiría una prueba de tanto valor en pro de la existencia de poderes ocultos, como el transporte de objetos materiales, por la misma fuerza.
El sonido no puede hacerse perceptible a nuestros oídos más que por la vibración del aire, y para una inteligencia mediana, admitir que el pensamiento sea capaz de producir en el aire la menor ondulación, ha de ser un absurdo tan enorme, como pretender que sea capaz de arrancar de cuajo un árbol.

Por tanto, existen grados en lo maravilloso que el sentimiento reconoce, si es que no lo hace la razón.
El primero de los incidentes de que hago mención, no probará gran cosa para el que no los haya presenciado; aquí lo refiero únicamente para los lectores que ya por el conocimiento del espiritismo o de otro modo, se encuentren preparados para admitir la posibilidad de semejantes fenómenos, y se interesen más por las experiencias que esclarezcan su origen, que por la acumulación de pruebas.

El hecho que nos ocupa constituiría una prueba magnífica si se hubiese verificado con menos preparación.
Pero Madame Blavatsky, abandonada a sí misma en estas materias, es la peor organizadora de pruebas que conozco.
No siéndole simpáticos los temperamentos positivos e incrédulos, y habiendo pasado su vida entre los místicos del Asia, cultivando las facultades imaginativas, más que sus facultades críticas, no puede seguir en toda su complicación, las suspicacias con que el observador europeo, recibe lo maravilloso, aun en sus formas más elementales.
Como durante gran número de años, su alimento cotidiano ha sido lo maravilloso bajo unos aspectos tan sorprendentes que desafían á la imaginación vulgar, no es de extrañar que le parezca más estúpida y fastidiosa que la misma tonta credulidad, esa celosa desconfianza con que ordinariamente se recibe la menor manifestación de poder oculto, y que trata de encontrar una rendija por donde quizá, se hubiera podido introducir el fraude.

Una tarde del mes de septiembre después de comer, mi mujer fue a pasear con Madame Blavatsky por la cumbre de un montículo de los alrededores, acompañándolas otra persona, pues yo no iba con ellas.
Una vez allí, Madame Blavatsky preguntó para agradar a mi mujer cuál sería su deseo en aquel momento.
Esta respondió espontáneamente, que en aquel instante su mayor placer sería tener una palabra escrita por uno de los Hermanos.
Madame Blavatsky sacó de su bolsillo un trozo de papel rosa, sin escritura arrancándolo de una carta recibida en aquel día: le hizo varios dobleces y, colocándolo en alto en la palma de su mano durante algunos momentos, murmuró diciendo que ya había partido.
Después de comunicar mentalmente y a distancia con el Hermano, según el método oculto, preguntó a mi mujer dónde quería que fuese enviada la carta: de momento contestó mi mujer que la quería ver caer sobre su falda, mas luego, discurriendo cual fuese la mejor manera de obtenerla, se convino que se encontraría en un árbol.
Por de pronto, Madame Blavatsky pareció equivocarse en la elección del árbol en que el Hermano iba a colocar la carta, pues mi mujer se esforzó en vano en alcanzar la rama inferior de un tronco unido y desprovisto de hojas, sin encontrar nada en él.
Madame Blavatsky, después de comunicar de nuevo con el Hermano en cuestión, reconoció su error.
Mi mujer se dirigió entonces hacia otro árbol, al que nadie se había acercado; se encaramó un poco y miró entre las ramas que la rodeaban; al primer golpe de vista, nada vio, mas volviendo la cabeza en la misma posición, apercibió un momento después, un papel rosa, sobre una rama que tenía enfrente de sus ojos, en un sitio en que momentos antes solo había hojas.
Estaba el papel sujeto a la varita de una hoja recién cortada, cuyo tallo aún estaba verde y. húmedo.
La esquela, contenía estas palabras:
«Se me ha rogado depositar una nota en este lugar, ¿qué puedo hacer por V.?»
Algunos caracteres tibetanos, constituían la firma.
El papel rosa que contenía la escritura, parecía ser el mismo, que momentos antes había sacado Madame Blavatsky en blanco de su bolsillo.

¿Cómo pudo ser transmitido el papel al Hermano, para que El pudiera escribir algo?
¿Cómo pudo ser llevado al montículo, sin hablar de su extraña colocación en el árbol del modo que hemos descrito?

Las suposiciones que acerca de este objeto haga, las referiré cuando sea ocasión y tiempo, y después de acumular mayor número de sucesos.

Es inútil explicar como son y en qué forma, las alas del pez volador a personas que no creen en su existencia o no aceptan más, que los fenómenos garantizados por la ortodoxia, como son el de las ruedas del carro de Faraón.
Voy a narrar ahora los incidentes de un día verdaderamente notable, refiriendo antes la expedición que hicimos la víspera, y que fue en suma un fracaso, y sin los contratiempos que nos ocurrieron, esta expedición también hubiera sido fructífera en resultados interesantes, como lo fue en la siguiente.

Nos habíamos perdido, buscando un lugar cuya descripción se nos había dado de un modo imperfecto o que había sido quizás mal comprendido por Madame Blavatsky, durante una conversación reservada con un Hermano que pasó por Simla.
Si hubiéramos tomado el camino verdadero, hubiésemos encontrado probablemente al Hermano; pues que según parece, se había detenido una noche en un bungalow, en uno de esos vetustos templos tibetanos así llamados, que sirven de asilo a los viajeros y que tan a menudo se encuentran en el Himalaya, a los cuales la ciega inconsciencia de los ingleses, no concede generalmente interés e importancia alguna.
Madame Blavatsky no conocía mucho, Simla; así es que la descripción que nos dejó del sitio donde queda ir, lo confundimos con la de otro lugar.
Ya en marcha y durante algún tiempo, Madame Blavatsky declaró que sentía ciertas corrientes indicadoras de que íbamos por el buen camino; más tarde nos convencimos de que el camino, seguido aquél día se confundía con el verdadero, en un buen trozo, al principio; pero al cabo de un rato, sufrimos una ligera desviación que nos separó y nos enfrascó en senderos imposibles a través de la montaña.
Madame Blavatsky acabó por perder la pista por completo, volvimos sobre nuestros pasos, los que conocíamos Simla, discutíamos sobre la topografía, extrañándonos el camino que nos hacía tomar, y que considerábamos muy extraviado.
Toda reflexión era inútil: tuvimos que dejarnos arrastrar por una pendiente abajo, por la que Madame Blavatsky nos aseguro encontraría de nuevo las corrientes perdidas; pero las corrientes ocultas podían sin duda circular por sitios, donde los viajeros no pueden dar un solo paso.
Cuando intentamos este  descenso, yo vi bien claro que el caso era desesperado en efecto, de allí a poco renunciábamos a la expedición, y regresábamos harto mohínos a nuestra casa.

Alguien preguntará, ¿por qué el Hermano omnisciente, no se apercibió que Madame Blavatsky se equivocaba, y no nos condujo al verdadero camino?
Preveo esta pregunta, porque sé por experiencia que las personas extrañas a estos asuntos no tienen idea de las relaciones de los Hermanos con los simples investigadores como nosotros: en este caso, por ejemplo, ¿creen que el Hermano estaba impaciente por demostrar su existencia, a un jurado de ingleses inteligentes?

Sabemos tan poca cosa sobre la vida diaria de un adepto en ocultismo, a no ser que estemos iniciados, que apenas si podemos indicar cuáles son los objetos que atraen realmente su atención.
Sólo podemos decir que prestan tanto interés a las cosas de su trabajo que éste tiene muy poco que ver, con la curiosidad de las personas que no están seriamente interesadas en el estudio de las fuerzas ocultas.
Muy al contrario, fuera de circunstancias excepcionales, está prohibido hacer concesiones de ninguna clase a esta curiosidad.

He aquí, lo sucedido. Madame Blavatsky que había percibido con ayuda de sus facultades ocultas la presencia en la localidad de uno de sus ilustres amigos y deseando agradarnos, dijo le pediría se dejase ver.
Este, quiso hacer la visita como la haría un astrónomo de la Real academia a quien un amigo pidiese permiso para llevar un grupo de señoras, para mirar por su telescopio.
No es difícil creer, dijera algo a Madame Blavatsky su hermana, a quien para no disgustarla contestó: «bien, traedlos si gustáis; yo estoy en tal o cual sitio».
Entonces continuó su trabajo, y más tarde, al recordar que no había recibido la visita anunciada, empleó sus facultades para saber en qué había consistido. Pero fuere lo que fuere, la visita no tuvo efecto.

Organizamos otra gira para el día siguiente, no ya con la esperanza de ver al Hermano, sino con el anhelo de obtener algún resultado.
A la hora fijada, estábamos todos dispuestos, mas la partida que se había organizado para seis personas, se aumentó hasta siete, en el momento de marchar.
Emprendimos la marcha por supuesto, por camino distinto de aquel en que nos habíamos extraviado la otra vez.
Reunidos todos, empezamos a bajar la montaña, cuya bajada duró algunas horas.
Llegamos al sitio que nos pareció a propósito en un bosque, cerca de una cascada, para tomar ahí el desayuno; las cestas se abrieron y según costumbre en los almuerzos indios, los criados hicieron fuego distante pocos pasos, para hacer el café y el té.
No tardaron en salir a relucir bromas a propósito de la taza y plato que tenía que faltar seguramente, por haberse aumentado la caravana con otra persona más, la que vino a hacer el número siete, y no faltó quien entre broma y risas, pidiese a Madame Blavatsky que creara otra taza con su plato, para que todos tuvieran la suya.
La proposición no tenía nada de serio, mas nuestra atención se puso en juego al oír, que Madame Blavatsky nos decía que a pesar de la dificultad de la cosa, iba a ensayar lo que deseábamos.
Siguiendo su costumbre, conversó mentalmente con alguno de los Hermanos, y después se alejó un poco, paseándose algunos momentos en un radio que no pasaría de una docena de yardas del lugar que ocupábamos; yo la seguía de cerca, esperando a1gún acontecimiento. Ella indicó de pronto un lugar en el suelo y llamó, para que escavasen con un cuchillo.
El sitio elegido, era al borde de un pequeño talud cubierto de hierba, césped y diversos grupos de arbustos.
El Sr. X*** (llamémosle así, pues tendré que hablar de él) comenzó por arrancar las plantas, no sin dificultad, pues las raíces eran duras y entrelazadas; cavó después el suelo con su cuchillo de monte y al retirar la tierra removida con las manos, tocó una cosa blanda, que presentaba un reborde; extraída, resultó ser la taza pedida. El platillo se encontró después, al ahondar más en el hoyo.
Los dos objetos salieron rodeados de raíces comprimidas y tierra, como si hubieran estado allí, desde hacía mucho tiempo.
La taza y el plato, eran del mismo modelo que las que llevábamos en nuestra cesta; sumadas todas, formaban siete tazas iguales, con sus platos.
He de hacer aquí la observación, de que al regresar a nuestra casa, mi esposa preguntó al Kidmedgar (1) encargado de la vajilla en el comedor, cuántas eran las tazas y platillos de aquel modelo que poseíamos.
El servicio era antiguo, y algunas piezas se habían roto con el tiempo; no obstante, el encargado respondió sin vacilar, que quedaban nueve: contadas aparte, sin la desenterrada, estaban las nueve justas; con ella había diez, Se habían comprado en Londres hacía bastante tiempo y eran de modelo algo especial como seguramente no se encontrarían otras en Simla.

Si se dijese que hay seres Humanos que pueden crear objetos materiales por el sólo influjo psicológico de su voluntad... ¿lo rechazaría con la misma razón que los que jamás han abordado esta clase de problemas?
La Proposición no se haría mucho más aceptable diciendo que, en el caso actual, la taza y su plato parecen haber sido desdoblados, más que creados.
                 

El desdoblamiento de objetos, no parece ser otra cosa que un modo diferente de creación; creación según un tipo dado.
De todos modos, los incidentes de aquella mañana fueron tal y, como los refiero y de los que doy los menores detalles, con toda la veracidad posible.
Si el fenómeno, no es la maravillosa manifestación de una fuerza completamente desconocida en el mundo científico moderno, no puede ser más que un fraude, laboriosamente preparado.
Esta última suposición pierde todo su valor, al pensar en la imposibilidad moral, absoluta, de la participación de Madame Blavatsky en tal impostura.
Es lo cierto, que la taza y su plato, fueron desenterrados de la manera que he descrito.
Dejando aparte ahora, todas las hipótesis que pudieran hacerse de superchería más o menos absurda, preguntamos:
-¿Quién pudo enterrar la taza y platillo y en qué momento pudo verificarse la operación?
Madame Blavatsky permaneció en mi casa durante la noche que precedió a la gira, hasta la mañana siguiente a la hora de la partida.
Su único criado particular, un muchachuelo de Bombay que no conocía Simla, permaneció constantemente en la casa o sus dependencias la víspera, así como la mañana, de la partida: Hasta habló con mi portero a media noche; pues yo llamé a un criado para que cerrara la puerta de un granero cuyos golpes me molestaban, y Madame Blavatsky despertada por el ruido, había enviado también a su sirviente a preguntar la causa de los golpes.
El Coronel Olcott, presidente de la Sociedad Teosófica, que era nuestro huésped hacía poco, había pasado la tarde con nosotros al regresar de la anterior desgraciada expedición referida, y estaba también presente cuando la partida.

¡No sería poco extravagante, imaginar que había pasado la noche en andar cinco ó seis millas bajando un escarpado peligroso, a través de senderos difíciles, en el bosque, todo para ir a enterrar en un sitio al que probablemente no iríamos, una taza de té de un servicio que tal vez no llevaríamos y sólo con el objeto incierto de ayudar a una mistificación!..
Otra advertencia: para ir al lugar destinado la víspera, teníamos dos caminos; los dos como ramas de una misma herradura, que rodea los montículos en que está situado Simla.
Teníamos libertad de elegir uno u otro, y ni Madame Blavatsky ni el coronel Olcott, dieron indicación alguna respecto a la ruta que seguimos.
Si hubiésemos tomado el otro camino, nos hubiésemos desayunado en un lugar muy diferente de aquel, en que ocurrió el hecho referido.
En este asunto, invocar un fraude de cualquier clase, es desafiar el buen sentido.

Más no he terminado todavía, con los incidentes ocurridos la mañana, en que apareció la taza de té.
El señor X*** había estado con nosotros durante la semana transcurrida, desde la llegada de Madame Blavatsky.
Como a la mayor parte de nuestros amigos, le habían impresionado hondamente todas las cosas que ocurrían en su presencia, y había deducido la consecuencia de que la sociedad, de que era aquélla propagandista, debía ejercer sobre sus miembros, cierta buena influencia. En varias ocasiones, había expresado esta idea en mi presencia con palabras entusiastas, y hasta había manifestado su intención de unirse a la Sociedad cual sé yo que lo había dicho.
El descubrimiento de la taza y el plato, hizo gran efecto en la mayor parte de los testigos, entre ello, el señor X***; y en la conversación que tuvo lugar sobre este punto en aquel momento, se le propuso ingresar como miembro en la Sociedad.
Yo no hubiera adelantado esta idea (pues creo partió de mí) si él, antes de los hechos y seriamente, no me hubiese manifestado su intención de formar parte de la citada Sociedad.
No crean ustedes por esto que esa resolución lleve consigo alguna responsabilidad (Sí la lleva, como todo compromiso adquirido libremente); denota simplemente, que simpatiza con el estudio de la ciencia oculta, y que se adhiere uno á los principios generales de filantropía, que recomiendan los sentimientos de fraternidad hacia toda la humanidad, sin distinción de razas, ni credo.
He tenido que dar esta explicación, a causa de los pequeños disgustos qué luego ocurrieron.
El señor X*** participó por completo de nuestra opinión, y se decidió que se le recibiría inmediatamente como miembro de la Sociedad Teosófica, siguiendo las formalidades prescritas.
Más, nos faltan algunos requisitos, sobre todo el diploma especial que se da al nuevo miembro, después de iniciarle en ciertos signos masónicos aceptados por la Sociedad como medios de reconocimiento.
¿Cómo obtener el diploma? Naturalmente esta dificultad nos pareció nueva ocasión para que Madame Blavatsky ejerciera otra vez sus poderes.
¿Podría hacernos enviar un diploma de una manera mágica?
Después de conversar por la vía oculta con el Hermano que se interesaba en nuestras investigaciones, nos dijo que el diploma llegaría.
Y nos hizo de antemano su descripción. Sería un rollo de papel, rodeado por una cantidad de bramante y envuelto en hojas de una planta trepadora.
Debía encontrarse en el bosque donde nos hallábamos, pudiendo todos buscarle, aunque sólo el señor X*** era el destinado a encontrarlo.
Así sucedió: todos buscamos entre las malezas, enredaderas y árboles de los alrededor, y por fin, X*** encontró el rollo tal y como se había descrito.
Después de esto, nos desayunamos y X***, siguiendo las formalidades, fue iniciado miembro de la Sociedad Teosófica, por el Coronel Olcott.

Poco después, marchamos por el bosque hasta un pequeño templo Tibetano que servía de asilo a los viajeros, y en el que, según Madame Blavatsky, se había detenido la noche anterior el Hermano que había pasado por Simla.
Nos distrajimos, examinando el interior y exterior del edificio «bañándonos en el buen magnetismo», según expresión de Madame Btavatsky y luego nos sentamos sobre la yerba.

Recordamos entonces, que aun nos faltaba tomar el café: se dijo a los domésticos que lo prepararan, pero entonces se notó que la provisión de agua, se había agotado.
El agua que se encuentra cerca de Simla, no es buena para beber, y en las expediciones, siempre se lleva filtrada en botellas. Las de nuestras cestas estaban ya vacías, como pudo verse.
No había otro remedio que enviar por agua a la casa más próxima, una cervecería, que distaba una milla de nuestro campamento.
Escribí unas palabras con lápiz en un papel, y un Cooli, partió con las botellas vacías; para un rato después regresar diciéndonos, que no traía agua.
No había en la cervecería ningún europeo para recibir la nota escrita, por ser domingo, y el Cooli desandó estúpidamente el camino con sus botellas vacías, sin enseñar el escrito a cualquiera que pudiera darle el agua pedida.
En este momento, nuestra reunión se hallaba diseminada: X*** se paseaba con otro señor; nadie de los presentes esperaba nuevos fenómenos, cuando Madame Blavatsky se levantó, corrió hacia las cestas, que estaban 10 ó 12 yardas más allá, cogió una botella creo yo que fue una de las que el Cooli había traido vacías-y volvió entre nosotros ocultándola en los pliegues de su vestido; entonces la sacó riendo, estaba llena de agua.

Como en un juego de manos, dirá cualquiera; en efecto, lo mismo, pero ¿y las circunstancias?
Un prestidigitador prepara antes lo que va á hacer,
En nuestro caso no se podía prever la falta de agua, como tampoco lo de la taza.

Si la cervecería no hubiese estado cerrada y el Cooli enviado no hubiese sido extraordinariamente estúpido, aun para ser Cooli, viniendo sin agua por no haber encontrado ningún europeo a quien dar el papel, la ocasión para obtener el agua de un modo oculto, no se hubiera presentado.
Todas estas eventualidades, por lo demás, fueron una coincidencia; porque nuestros criados solían ir siempre suficientemente aprovisionados.
Nadie puede suponer que se quedase olvidada y llena una botella en la cesta, pues al notar la falta, reñimos a los sirvientes por no haber traído agua suficiente e hicimos vaciar las cestas, no aceptando la situación hasta estar convencidos de que no había otro remedio que ir por agua.
Además, yo probé la obtenida por Madame Blavatsky y no era la misma que traíamos nosotros, ni la que proporciona la moderna Simla.
Tenía un ligero sabor de tierra, siendo también diferente del agua mala e impotable que corre en aquellos bosques.
¿Cómo fue proporcionada?
En todos estos fenómenos, el por qué es el gran misterio que soy incapaz de explicar, a no ser en términos muy vagos.

No comprender el modo como los adeptos manipulan la materia, es una cosa; pero negar que se sirven de ella de un modo que parecería milagroso a la ignorancia occidental, es otra muy distinta.
Existiendo el hecho, nosotros podremos ó no explicarlo.

El dicho vulgar you cannot argue the hind leg of a cow, encierra una enseñanza sincera, sobre la que debieran reflexionar nuestros prudentes escépticos.
No se puede volver del revés un hecho, sosteniendo que, según las luces de nuestra inteligencia, debía ser diferente.
Aun menos puede cualquiera volver del revés un conjunto de hechos como los que relato, construyendo sobre cada uno de ellos una serie de hipótesis absurdas contra y contradictorias.
El incrédulo obstinado, olvida que si el escepticismo llevado hasta cierto límite denota sutileza de espíritu, cuando persiste ante la evidencia, demuestra falta de inteligencia.

Recuerdo que cuando se inventó el fonógrafo, un sabio oficial del servicio del gobierno indiano, me envió un artículo, que escribió sobre las primeras noticias llegadas hasta allí sobre dicho instrumento: en su escrito deducía la consecuencia, de que era una mixtificación, pues él decía, el instrumento era científicamente imposible de realizar.
Hacía diferentes cálculos sobre el número y duración de las irradiaciones necesarias para reproducir el sonido y deducir sus consecuencias de una manera hábil.
Pero, cuando más tarde, se importaron fonógrafos a la India, cambió de actitud y continuó sosteniendo que debía haber un hombre encerrado en la máquina, hasta que al verla se convenció de que no había en ella sitio para ello.

Esta es la historia de las personas que no dudan de sí mismas y zanjan la dificultad de la explicación de los fenómenos ocultos o espiritistas negándolos siempre, contra la afirmación de millones de testigos, y a pesar de los hechos acumulados en los libros que no se toman el trabajo de leer.
Debo añadir aquí, que X*** cambió en lo sucesivo sobre la operación de la taza de té; pretendiendo que carecía de las garantías científicas deseables y que la taza y su plato pudieron ser introducidos por un túnel o conducto abierto, en la parte inferior del talud.
Ya hemos examinado tal hipótesis: el cambio de opinión de X*** no afecta en nada a los acontecimientos referidos.
Lo menciono solamente porque si algunos de nuestros lectores oyeran o leyeren en otra parte la historia de lo ocurrido en Simla, podrían creer que yo, de intento, me había dejado el detalle en el tintero.
Aparte de todo, mi convicción está basada sobre reiteradas experiencias que todavía no he descrito, pero sentiría no decir la parte que a cada una de ellas corresponde, en la formación de mi opinión sobre los poderes ocultos.

Es la siguiente: 

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