EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)
CAPITULO CUARTO
SONIDOS PRODUCIDOS
SIN CAUSAS RECONOCIDAS.
MENSAJES A
DISTANCIA.
OTROS FENOMENOS
SINGULARES DE ACUSTICA.
Los sonidos de campanillas, no son solo una preciosa
demostración de las corrientes que sirven para producirlos; los ocultistas los
emplean con aplicación práctica, como llamada telegráfica.
Parece que algunos
ocultistas competentes pueden, á distancia, hacer oír ruidos de campanilla, en
las proximidades del sitio en que se encuentra un hermano, al que desean llamar
la atención por un motivo cualquiera; siempre que exista entre aquellos y este,
ese misterioso enlace magnético, que permite la comunicación de sus ideas.
Yo he oído algunas veces llamar a madame Blavatsky de
esta manera, estando nosotros en petit-comité ocupados tranquilamente
leyendo.
Un ligero tintineo hería nuestros oídos;
inmediatamente Madame Blavatsky se levantaba e iba a su habitación, para
enterarse cuál era el asunto oculto para que se la llamaba.
Nosotros tuvimos una tarde, un ejemplo precioso, del
sonido que producen á distancia los hermanos iniciados, fue así:
Una señora que
vivía en un hotel en Simla, había sido invitada y comía con nosotros, cuando a
eso de las once, recibió un mensaje del señor de su casa, esto es, una carta,
que deseaba fuera enviada por Madame Blavatsky a cierto miembro de la gran
Fraternidad, a quien él y yo habíamos escrito otras veces (Más adelante daré
detalles de esta correspondencia.)
Estábamos ansiosos
por saber si la carta podría ser enviada y recibida la respuesta antes de la
partida de dicha señora, con objeto de que ella misma llevase la contestación á
su marido; pero Mad. Blavatsky declaró, que por su propio poder, era incapaz de
hacer lo que deseábamos.
La preguntamos si
cierto hermano, cuyos poderes estaban casi desarrollados y que vivía en los alrededores
de Simla, podría ayudarla; Madame Blavatsky contestó: trataré de encontrarle; y cogiendo la carta
salió á la verandáh (Galería.) donde la seguimos
todos.
Apoyada en la
balaustrada y mirando al valle de Simla que se desarrollaba a nuestra vista, permaneció
algunos minutos, inmóvil y silenciosa; como asimismo nosotros. La noche estaba
bastante avanzada para que los ruidos del campo se oyeran distintamente, de
suerte que la calma era completa.
De repente, sonó en
el aire, ante nosotros, la nota argentina y clara de la campanilla oculta.
«Todo va bien, dijo
Madame Blavatsky, la va a llevar» y
la carta fue, efectivamente, tomada poco después.
Pero el fenómeno de la transmisión, será explicado más
adelante, con otros casos.
* * *
Para un espíritu científico, la producción de sonidos
por una fuerza que no conoce la ciencia constituiría una prueba de tanto valor
en pro de la existencia de poderes ocultos, como el transporte de objetos materiales,
por la misma fuerza.
El sonido no puede hacerse perceptible a nuestros
oídos más que por la vibración del aire, y para una inteligencia mediana,
admitir que el pensamiento sea capaz de
producir en el aire la menor ondulación, ha de ser un absurdo tan
enorme, como pretender que sea capaz de arrancar de cuajo un árbol.
Por tanto, existen grados en lo maravilloso que el
sentimiento reconoce, si es que no lo hace la razón.
El primero de los
incidentes de que hago mención, no probará gran cosa para el que no los haya presenciado;
aquí lo refiero únicamente para los lectores que ya por el conocimiento del
espiritismo o de otro modo, se encuentren preparados para admitir la
posibilidad de semejantes fenómenos, y se interesen más por las experiencias
que esclarezcan su origen, que por la acumulación de pruebas.
El hecho que nos ocupa constituiría una prueba
magnífica si se hubiese verificado con menos preparación.
Pero Madame
Blavatsky, abandonada a sí misma en estas materias, es la peor organizadora de
pruebas que conozco.
No siéndole
simpáticos los temperamentos positivos e incrédulos, y habiendo pasado su vida
entre los místicos del Asia, cultivando las facultades imaginativas, más que
sus facultades críticas, no puede seguir en toda su complicación, las suspicacias
con que el observador europeo, recibe lo maravilloso, aun en sus formas más
elementales.
Como durante gran
número de años, su alimento cotidiano ha sido lo maravilloso bajo unos aspectos
tan sorprendentes que desafían á la imaginación vulgar, no es de extrañar que
le parezca más estúpida y fastidiosa que la misma tonta credulidad, esa celosa
desconfianza con que ordinariamente se recibe la menor manifestación de poder
oculto, y que trata de encontrar una rendija por donde quizá, se hubiera podido
introducir el fraude.
Una tarde del mes de septiembre después de comer, mi
mujer fue a pasear con Madame Blavatsky por la cumbre de un montículo de los
alrededores, acompañándolas otra persona, pues yo no iba con ellas.
Una vez allí, Madame
Blavatsky preguntó para agradar a mi mujer cuál sería su deseo en aquel momento.
Esta respondió espontáneamente,
que en aquel instante su mayor placer sería tener una palabra escrita por uno
de los Hermanos.
Madame Blavatsky
sacó de su bolsillo un trozo de papel rosa, sin escritura arrancándolo de una
carta recibida en aquel día: le hizo varios dobleces y, colocándolo en alto en
la palma de su mano durante algunos momentos, murmuró diciendo que ya había
partido.
Después de
comunicar mentalmente y a distancia con el Hermano, según el método oculto, preguntó
a mi mujer dónde quería que fuese enviada la carta: de momento contestó mi
mujer que la quería ver caer sobre su falda, mas luego, discurriendo cual fuese
la mejor manera de obtenerla, se convino que se encontraría en un árbol.
Por de pronto, Madame
Blavatsky pareció equivocarse en la elección del árbol en que el Hermano iba a
colocar la carta, pues mi mujer se esforzó en vano en alcanzar la rama inferior
de un tronco unido y desprovisto de hojas, sin encontrar nada en él.
Madame Blavatsky,
después de comunicar de nuevo con el Hermano en cuestión, reconoció su error.
Mi mujer se dirigió
entonces hacia otro árbol, al que nadie se había acercado; se encaramó un poco
y miró entre las ramas que la rodeaban; al primer golpe de vista, nada vio, mas
volviendo la cabeza en la misma posición, apercibió un momento después, un
papel rosa, sobre una rama que tenía enfrente de sus ojos, en un sitio en que
momentos antes solo había hojas.
Estaba el papel
sujeto a la varita de una hoja recién cortada, cuyo tallo aún estaba verde y.
húmedo.
La esquela,
contenía estas palabras:
«Se me ha rogado
depositar una nota en este lugar, ¿qué puedo hacer por V.?»
Algunos caracteres
tibetanos, constituían la firma.
El papel rosa que
contenía la escritura, parecía ser el mismo, que momentos antes había sacado Madame
Blavatsky en blanco de su bolsillo.
¿Cómo pudo ser transmitido el papel al Hermano, para
que El pudiera escribir algo?
¿Cómo pudo ser llevado al montículo, sin hablar de su
extraña colocación en el árbol del modo que hemos descrito?
Las suposiciones que acerca de este objeto haga, las
referiré cuando sea ocasión y tiempo, y después de acumular mayor número de
sucesos.
Es inútil explicar como son y en qué forma, las alas
del pez volador a personas que no creen en su existencia o no aceptan más, que
los fenómenos garantizados por la ortodoxia, como son el de las ruedas del
carro de Faraón.
Voy a narrar ahora los incidentes de un día
verdaderamente notable, refiriendo antes la expedición que hicimos la víspera,
y que fue en suma un fracaso, y sin los contratiempos que nos ocurrieron, esta
expedición también hubiera sido fructífera en resultados interesantes, como lo fue
en la siguiente.
Nos habíamos
perdido, buscando un lugar cuya descripción se nos había dado de un modo
imperfecto o que había sido quizás mal comprendido por Madame Blavatsky,
durante una conversación reservada con un Hermano que pasó por Simla.
Si hubiéramos
tomado el camino verdadero, hubiésemos encontrado probablemente al Hermano;
pues que según parece, se había detenido una noche en un bungalow, en uno de
esos vetustos templos tibetanos así llamados, que sirven de asilo a los
viajeros y que tan a menudo se encuentran en el Himalaya, a los cuales la ciega
inconsciencia de los ingleses, no concede generalmente interés e importancia
alguna.
Madame Blavatsky no
conocía mucho, Simla; así es que la descripción que nos dejó del sitio donde
queda ir, lo confundimos con la de otro lugar.
Ya en marcha y
durante algún tiempo, Madame Blavatsky declaró que sentía ciertas corrientes
indicadoras de que íbamos por el buen camino; más tarde nos convencimos de que
el camino, seguido aquél día se confundía con el verdadero, en un buen trozo,
al principio; pero al cabo de un rato, sufrimos una ligera desviación que nos
separó y nos enfrascó en senderos imposibles a través de la montaña.
Madame Blavatsky
acabó por perder la pista por completo, volvimos sobre nuestros pasos, los que
conocíamos Simla, discutíamos sobre la topografía, extrañándonos el camino que
nos hacía tomar, y que considerábamos muy extraviado.
Toda reflexión era
inútil: tuvimos que dejarnos arrastrar por una pendiente abajo, por la que Madame
Blavatsky nos aseguro encontraría de nuevo las corrientes perdidas; pero las
corrientes ocultas podían sin duda circular por sitios, donde los viajeros no pueden
dar un solo paso.
Cuando intentamos
este descenso, yo vi bien claro que el
caso era desesperado en efecto, de allí a poco renunciábamos a la expedición, y
regresábamos harto mohínos a nuestra casa.
Alguien preguntará, ¿por qué el Hermano
omnisciente, no se apercibió que Madame Blavatsky se equivocaba, y no nos
condujo al verdadero camino?
Preveo esta pregunta, porque sé por experiencia que
las personas extrañas a estos asuntos no tienen idea de las relaciones de los
Hermanos con los simples investigadores como nosotros: en este caso, por
ejemplo, ¿creen que el Hermano estaba
impaciente por demostrar su existencia, a un jurado de ingleses inteligentes?
Sabemos tan poca cosa sobre la vida diaria de un
adepto en ocultismo, a no ser que estemos iniciados, que apenas si podemos
indicar cuáles son los objetos que atraen realmente su atención.
Sólo podemos decir que prestan tanto interés a las
cosas de su trabajo que éste tiene muy poco que ver, con la curiosidad de las
personas que no están seriamente interesadas en el estudio de las fuerzas
ocultas.
Muy al contrario, fuera de circunstancias
excepcionales, está prohibido hacer concesiones de ninguna clase a esta curiosidad.
He aquí, lo
sucedido. Madame Blavatsky que había percibido con ayuda de sus facultades
ocultas la presencia en la localidad de uno de sus ilustres amigos y deseando
agradarnos, dijo le pediría se dejase ver.
Este, quiso hacer
la visita como la haría un astrónomo de la Real academia a quien un amigo pidiese
permiso para llevar un grupo de señoras, para mirar por su telescopio.
No es difícil
creer, dijera algo a Madame Blavatsky su hermana, a quien para no disgustarla
contestó: «bien, traedlos si gustáis; yo estoy en tal o cual sitio».
Entonces continuó
su trabajo, y más tarde, al recordar que no había recibido la visita anunciada,
empleó sus facultades para saber en qué había consistido. Pero fuere lo que
fuere, la visita no tuvo efecto.
Organizamos otra gira para el día siguiente, no ya con
la esperanza de ver al Hermano, sino con el anhelo de obtener algún resultado.
A la hora fijada, estábamos todos dispuestos, mas la
partida que se había organizado para seis personas, se aumentó hasta siete, en
el momento de marchar.
Emprendimos la marcha por supuesto, por camino
distinto de aquel en que nos habíamos extraviado la otra vez.
Reunidos todos, empezamos a bajar la montaña, cuya
bajada duró algunas horas.
Llegamos al sitio
que nos pareció a propósito en un bosque, cerca de una cascada, para tomar ahí
el desayuno; las cestas se abrieron y según costumbre en los almuerzos indios,
los criados hicieron fuego distante pocos pasos, para hacer el café y el té.
No tardaron en
salir a relucir bromas a propósito de la taza y plato que tenía que faltar
seguramente, por haberse aumentado la caravana con otra persona más, la que
vino a hacer el número siete, y no faltó quien entre broma y risas, pidiese a
Madame Blavatsky que creara otra taza con su plato, para que todos tuvieran la
suya.
La proposición no
tenía nada de serio, mas nuestra atención se puso en juego al oír, que Madame
Blavatsky nos decía que a pesar de la dificultad de la cosa, iba a ensayar lo
que deseábamos.
Siguiendo su
costumbre, conversó mentalmente con alguno de los Hermanos, y después se alejó
un poco, paseándose algunos momentos en un radio que no pasaría de una docena
de yardas del lugar que ocupábamos; yo la seguía de cerca, esperando a1gún
acontecimiento. Ella indicó de pronto un lugar en el suelo y llamó, para que escavasen
con un cuchillo.
El sitio elegido,
era al borde de un pequeño talud cubierto de hierba, césped y diversos grupos
de arbustos.
El Sr. X***
(llamémosle así, pues tendré que hablar de él) comenzó por arrancar las
plantas, no sin dificultad, pues las raíces eran duras y entrelazadas; cavó
después el suelo con su cuchillo de monte y al retirar la tierra removida con
las manos, tocó una cosa blanda, que presentaba un reborde; extraída, resultó
ser la taza pedida. El platillo se encontró después, al ahondar más en el hoyo.
Los dos objetos
salieron rodeados de raíces comprimidas y tierra, como si hubieran estado allí,
desde hacía mucho tiempo.
La taza y el plato,
eran del mismo modelo que las que llevábamos en nuestra cesta; sumadas todas,
formaban siete tazas iguales, con sus platos.
He de hacer aquí la
observación, de que al regresar a nuestra casa, mi esposa preguntó al Kidmedgar (1) encargado de
la vajilla en el comedor, cuántas eran las tazas y platillos de aquel modelo
que poseíamos.
El servicio era
antiguo, y algunas piezas se habían roto con el tiempo; no obstante, el
encargado respondió sin vacilar, que quedaban nueve: contadas aparte, sin la
desenterrada, estaban las nueve justas; con ella había diez, Se habían comprado
en Londres hacía bastante tiempo y eran de modelo algo especial como
seguramente no se encontrarían otras en Simla.
Si se dijese que hay seres Humanos que pueden crear
objetos materiales por el sólo influjo psicológico de su voluntad... ¿lo rechazaría con la misma razón que los que jamás
han abordado esta clase de problemas?
La Proposición no se haría mucho más aceptable
diciendo que, en el caso actual, la taza y su plato parecen haber sido desdoblados,
más que creados.
El desdoblamiento de objetos, no parece ser otra cosa
que un modo diferente de creación; creación según un tipo dado.
De todos modos, los incidentes de aquella mañana
fueron tal y, como los refiero y de los que doy los menores detalles, con toda
la veracidad posible.
Si el fenómeno, no es la maravillosa manifestación de
una fuerza completamente desconocida en el mundo científico moderno, no puede
ser más que un fraude, laboriosamente preparado.
Esta última suposición pierde todo su valor, al pensar
en la imposibilidad moral, absoluta, de la participación de Madame Blavatsky en
tal impostura.
Es lo cierto, que la taza y su plato, fueron
desenterrados de la manera que he descrito.
Dejando aparte ahora, todas las hipótesis que pudieran
hacerse de superchería más o menos absurda, preguntamos:
-¿Quién pudo enterrar la taza y platillo y en qué
momento pudo verificarse la operación?
Madame Blavatsky permaneció en mi casa durante la
noche que precedió a la gira, hasta la mañana siguiente a la hora de la partida.
Su único criado particular, un muchachuelo de Bombay
que no conocía Simla, permaneció constantemente en la casa o sus dependencias
la víspera, así como la mañana, de la partida: Hasta habló con mi portero a
media noche; pues yo llamé a un criado para que cerrara la puerta de un granero
cuyos golpes me molestaban, y Madame Blavatsky despertada por el ruido, había
enviado también a su sirviente a preguntar la causa de los golpes.
El Coronel Olcott, presidente de la Sociedad
Teosófica, que era nuestro huésped hacía poco, había pasado la tarde con
nosotros al regresar de la anterior desgraciada expedición referida, y estaba
también presente cuando la partida.
¡No sería poco extravagante,
imaginar que había pasado la noche en andar cinco ó seis millas bajando un
escarpado peligroso, a través de senderos difíciles, en el bosque, todo para ir
a enterrar en un sitio al que probablemente no iríamos, una taza de té de un
servicio que tal vez no llevaríamos y sólo con el objeto incierto de ayudar a una
mistificación!..
Otra advertencia: para ir al
lugar destinado la víspera, teníamos dos caminos; los dos como ramas de una
misma herradura, que rodea los montículos en que está situado Simla.
Teníamos libertad de elegir uno u
otro, y ni Madame Blavatsky ni el coronel Olcott, dieron indicación alguna
respecto a la ruta que seguimos.
Si hubiésemos tomado el otro
camino, nos hubiésemos desayunado en un lugar muy diferente de aquel, en que
ocurrió el hecho referido.
En este asunto, invocar un fraude
de cualquier clase, es desafiar el buen sentido.
Más no he terminado todavía, con los incidentes
ocurridos la mañana, en que apareció la taza de té.
El señor X*** había estado con nosotros durante la
semana transcurrida, desde la llegada de Madame Blavatsky.
Como a la mayor parte de nuestros amigos, le habían
impresionado hondamente todas las cosas que ocurrían en su presencia, y había
deducido la consecuencia de que la sociedad, de que era aquélla propagandista,
debía ejercer sobre sus miembros, cierta buena influencia. En varias ocasiones,
había expresado esta idea en mi presencia con palabras entusiastas, y hasta
había manifestado su intención de unirse a la Sociedad cual sé yo que lo había
dicho.
El descubrimiento de la taza y el plato, hizo gran
efecto en la mayor parte de los testigos, entre ello, el señor X***; y en la
conversación que tuvo lugar sobre este punto en aquel momento, se le propuso
ingresar como miembro en la Sociedad.
Yo no hubiera adelantado esta idea (pues creo partió
de mí) si él, antes de los hechos y seriamente, no me hubiese manifestado su
intención de formar parte de la citada Sociedad.
No crean ustedes por esto que esa resolución lleve
consigo alguna responsabilidad (Sí la lleva, como
todo compromiso adquirido libremente); denota simplemente,
que simpatiza con el estudio de la ciencia oculta, y que se adhiere uno á los
principios generales de filantropía, que recomiendan los sentimientos de
fraternidad hacia toda la humanidad, sin distinción de razas, ni credo.
He tenido que dar esta explicación, a causa de los
pequeños disgustos qué luego ocurrieron.
El señor X*** participó por completo de nuestra
opinión, y se decidió que se le recibiría inmediatamente como miembro de la
Sociedad Teosófica, siguiendo las formalidades prescritas.
Más, nos faltan algunos requisitos, sobre todo el
diploma especial que se da al nuevo miembro, después de iniciarle en ciertos
signos masónicos aceptados por la Sociedad como medios de reconocimiento.
¿Cómo obtener el diploma? Naturalmente esta dificultad nos pareció nueva
ocasión para que Madame Blavatsky ejerciera otra vez sus poderes.
¿Podría hacernos enviar un diploma de una manera mágica?
Después de
conversar por la vía oculta con el Hermano que se interesaba en nuestras
investigaciones, nos dijo que el diploma llegaría.
Y nos hizo de
antemano su descripción. Sería un rollo de papel, rodeado por una cantidad de
bramante y envuelto en hojas de una planta trepadora.
Debía encontrarse
en el bosque donde nos hallábamos, pudiendo todos buscarle, aunque sólo el señor
X*** era el destinado a encontrarlo.
Así sucedió: todos
buscamos entre las malezas, enredaderas y árboles de los alrededor, y por fin,
X*** encontró el rollo tal y como se había descrito.
Después de esto,
nos desayunamos y X***, siguiendo las formalidades, fue iniciado miembro de la Sociedad Teosófica, por el Coronel
Olcott.
Poco después, marchamos por el bosque hasta un pequeño
templo Tibetano que servía de asilo a los viajeros, y en el que, según Madame
Blavatsky, se había detenido la noche anterior el Hermano que había pasado por
Simla.
Nos distrajimos, examinando el interior y exterior del
edificio «bañándonos en el buen magnetismo», según expresión de Madame
Btavatsky y luego nos sentamos sobre la yerba.
Recordamos
entonces, que aun nos faltaba tomar el café: se dijo a los domésticos que lo
prepararan, pero entonces se notó que la provisión de agua, se había agotado.
El agua que se
encuentra cerca de Simla, no es buena para beber, y en las expediciones,
siempre se lleva filtrada en botellas. Las de nuestras cestas estaban ya
vacías, como pudo verse.
No había otro
remedio que enviar por agua a la casa más próxima, una cervecería, que distaba
una milla de nuestro campamento.
Escribí unas
palabras con lápiz en un papel, y un Cooli,
partió con las botellas vacías; para un rato después regresar
diciéndonos, que no traía agua.
No había en la
cervecería ningún europeo para recibir la nota escrita, por ser domingo, y el Cooli desandó estúpidamente el camino
con sus botellas vacías, sin enseñar el escrito a cualquiera que pudiera darle
el agua pedida.
En este momento,
nuestra reunión se hallaba diseminada: X*** se paseaba con otro señor; nadie de
los presentes esperaba nuevos fenómenos, cuando Madame Blavatsky se levantó,
corrió hacia las cestas, que estaban 10 ó 12 yardas más allá, cogió una botella
creo yo que fue una de las que el Cooli
había traido vacías-y volvió entre nosotros ocultándola en los pliegues
de su vestido; entonces la sacó riendo, estaba llena de agua.
Como en un juego de manos, dirá cualquiera; en efecto,
lo mismo, pero ¿y las circunstancias?
Un prestidigitador prepara antes lo que va á hacer,
En nuestro caso no se podía prever la falta de agua,
como tampoco lo de la taza.
Si la cervecería no hubiese estado cerrada y el Cooli
enviado no hubiese sido extraordinariamente estúpido, aun para ser Cooli,
viniendo sin agua por no haber encontrado ningún europeo a quien dar el
papel, la ocasión para obtener el agua de un modo oculto, no se hubiera
presentado.
Todas estas eventualidades, por lo demás, fueron una
coincidencia; porque nuestros criados solían ir siempre suficientemente
aprovisionados.
Nadie puede suponer que se quedase olvidada y llena
una botella en la cesta, pues al notar la falta, reñimos a los sirvientes por
no haber traído agua suficiente e hicimos vaciar las cestas, no aceptando la
situación hasta estar convencidos de que no había otro remedio que ir por agua.
Además, yo probé la obtenida por Madame Blavatsky y no
era la misma que traíamos nosotros, ni la que proporciona la moderna Simla.
Tenía un ligero sabor de tierra, siendo también
diferente del agua mala e impotable que corre en aquellos bosques.
¿Cómo fue proporcionada?
En todos estos fenómenos, el por qué es el gran
misterio que soy incapaz de explicar, a no ser en términos muy vagos.
No comprender el modo como los adeptos manipulan la
materia, es una cosa; pero negar que se sirven de ella de un modo que parecería
milagroso a la ignorancia occidental, es otra muy distinta.
Existiendo el hecho, nosotros podremos ó no
explicarlo.
El dicho vulgar you cannot argue the hind leg of
a cow, encierra una enseñanza sincera, sobre la que debieran
reflexionar nuestros prudentes escépticos.
No se puede volver del revés un hecho, sosteniendo
que, según las luces de nuestra inteligencia, debía ser diferente.
Aun menos puede cualquiera volver del revés un
conjunto de hechos como los que relato, construyendo sobre cada uno de ellos
una serie de hipótesis absurdas contra y contradictorias.
El incrédulo obstinado, olvida que si el escepticismo
llevado hasta cierto límite denota sutileza de espíritu, cuando persiste ante
la evidencia, demuestra falta de inteligencia.
Recuerdo que cuando se inventó el fonógrafo, un sabio
oficial del servicio del gobierno indiano, me envió un artículo, que escribió
sobre las primeras noticias llegadas hasta allí sobre dicho instrumento: en su
escrito deducía la consecuencia, de que era una mixtificación, pues él decía,
el instrumento era científicamente imposible de realizar.
Hacía diferentes cálculos sobre el número y duración
de las irradiaciones necesarias para reproducir el sonido y deducir sus
consecuencias de una manera hábil.
Pero, cuando más tarde, se importaron fonógrafos a la
India, cambió de actitud y continuó sosteniendo que debía haber un hombre
encerrado en la máquina, hasta que al verla se convenció de que no había en
ella sitio para ello.
Esta es la historia de las personas que no dudan de sí
mismas y zanjan la dificultad de la explicación de los fenómenos ocultos o espiritistas
negándolos siempre, contra la afirmación de millones de testigos, y a pesar de
los hechos acumulados en los libros que no se toman el trabajo de leer.
Debo añadir aquí, que X*** cambió en lo sucesivo sobre
la operación de la taza de té; pretendiendo que carecía de las garantías
científicas deseables y que la taza y su plato pudieron ser introducidos por un
túnel o conducto abierto, en la parte inferior del talud.
Ya hemos examinado tal hipótesis: el cambio de opinión
de X*** no afecta en nada a los acontecimientos referidos.
Lo menciono solamente porque si algunos de nuestros
lectores oyeran o leyeren en otra parte la historia de lo ocurrido en Simla,
podrían creer que yo, de intento, me había dejado el detalle en el tintero.
Aparte de todo, mi convicción está basada sobre
reiteradas experiencias que todavía no he descrito, pero sentiría no decir la
parte que a cada una de ellas corresponde, en la formación de mi opinión sobre
los poderes ocultos.
Es la siguiente:
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