domingo, 12 de abril de 2015

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 2

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 2
Carta del Mahatma K.H. a A. P. Sinnett.


Simla, hacia el 19 de octubre de 1880.


No llegaremos a entendernos en nuestra correspondencia hasta que no haya quedado plenamente establecido que la ciencia oculta tiene sus propios métodos de investigación, tan fijos y arbitrarios como, a su vez, lo son los de su antítesis, la ciencia física.
Si esta última tiene sus leyes, también las tiene la primera; y aquel que pretenda cruzar la frontera del mundo invisible no puede decir por anticipado como lo hará, más de lo que un viajero que tratara de penetrar en los recintos subterráneos internos de L'Hassa —la bendita  (Se refiere a Blavatsky), podría mostrar el camino a su guía. Los misterios nunca fueron y nunca pueden ser puestos al alcance del público en general, no al menos hasta el día tan anhelado en que nuestra filosofía religiosa se haya convertido en universal. En toda época no hubo más que una minoría apenas apreciable de personas que poseyeran los secretos de la naturaleza, aunque las multitudes hayan sido testigos de su evidencia práctica y de la posibilidad de su posesión.

El adepto es la rara eflorescencia de una generación de investigadores; y para llegar a serlo, tiene que obedecer al impulso interno de su alma, prescindiendo de toda consideración prudencial de la ciencia o de la sagacidad del mundo.

El deseo de usted es que se le ponga en comunicación directa con uno de nosotros, sin la intervención de Madame B. ni de ningún médium. Su idea, tal como yo la entiendo, sería la de conseguir esas comunicaciones, bien a través de cartas — como la presente— o bien por medio de palabras audibles, para ser guiado así por uno de nosotros en la dirección y principalmente en la instrucción de la Sociedad. Usted busca todo esto y, sin embargo, como usted mismo dice, hasta el momento no ha encontrado "razones suficientes" ni siquiera para prescindir de su "modo de vida" francamente hostil a esta clase de comunicaciones. Esto no es muy razonable. Aquel que quiera hacer ondear en lo alto la bandera del misticismo y proclamar la proximidad de su reino, debe dar ejemplo a los demás.

Debe ser el primero en cambiar s« manera de vivir, y considerando el estudio de los misterios ocultos como un grado superior en la escala del Conocimiento, debe proclamarlo en voz alta, a pesar de la ciencia exacta y de la actitud hostil de la sociedad. "El Reino de los Cielos se gana por la fuerza", dicen los místicos cristianos. Es sólo a mano armada y presto a conquistar o a perecer, que el místico moderno puede esperar alcanzar su objetivo.

Mi primera respuesta yo pensé que abarcaba la mayor parte del contenido de su segunda, e incluso de su tercera carta. Al haber expresado entonces mi opinión de que el mundo, en general, no estaba maduro para una prueba demasiado sorprendente de los poderes ocultos, no queda más que tratar de ellos por separado con los individuos que, como usted mismo, buscan atravesar el velo de la materia y penetrar en el mundo de las causas primarias; es decir, ahora sólo necesitamos dedicarnos a los casos de usted y del señor Hume. Este caballero me ha hecho, además, el gran honor de dirigirse a mí personalmente exponiéndome unas cuantas preguntas e indicando las condiciones bajo las cuales se prestaría gustoso a trabajar seriamente para nosotros. Pero, siendo los motivos y las aspiraciones de ustedes dos de características diametralmente opuestas y, por lo tanto, conducentes a resultados diferentes, tengo que contestar a cada uno de ustedes por separado.

La primera y principal consideración al decidir aceptar o no su ofrecimiento, radica en el motivo interno que les impulsa a ustedes a solicitar nuestras instrucciones y, en cierto modo, nuestra orientación. Esto último, en todo caso, con reservas, según entiendo, y por lo tanto, dejándolo aparte de todo lo demás.
Ahora bien, ¿cuáles son sus motivos?
Trataré de clarificarlos en su aspecto general, dejando los detalles para una ulterior consideración.

Estos motivos son:
(1) El deseo de recibir pruebas convincentes y absolutas de que realmente existen fuerzas en la naturaleza de las cuales la ciencia no sabe nada;
(2) La esperanza de apropiarse de ellas algún día —cuanto antes mejor, porque a ustedes no les gusta esperar— y porque de este modo ustedes podrían:
(a) demostrar su existencia a unas cuantas mentes occidentales escogidas;
(b) contemplar la vida futura como una realidad objetiva, edificada sobre la roca del Conocimiento y no de la fe; y, finalmente
(c) —el más importante entre todos sus motivos, aunque tal vez el más oculto y el mejor guardado— aprender toda la verdad sobre nuestras Logias y sobre nosotros; en resumen, conseguir la certidumbre de que los "Hermanos" —de los cuales todo el mundo oye hablar tanto y se ven tan poco— son entidades reales y no imaginaciones de un cerebro trastornado y alucinado. Considerados en su mejor aspecto, éstos son, tal como los vemos nosotros, sus "motivos" para dirigirse a mí. Y con el mismo espíritu les contesto, confiando que mi sinceridad no será mal interpretada ni atribuida a nada que se parezca a un sentimiento hostil.

A nuestro parecer, esos motivos, sinceros y dignos de una seria consideración desde el punto de vista del mundo, parecen —egoístas. (Usted me perdonará lo que podrá parecer un lenguaje rudo, si su deseo es realmente el que usted manifiesta —aprender la verdad y recibir instrucción de nosotros— que pertenecemos a un mundo completamente diferente a aquel en el que usted se mueve).

Sus motivos son egoístas, porque usted tiene que darse cuenta de que el objetivo principal de la Sociedad Teosófica no es tanto satisfacer aspiraciones individuales como servir a nuestros semejantes; y el valor real de este término "egoísta", que puede sonar mal a su oído, tiene un significado especial para nosotros, que puede que no tenga para usted; por consiguiente, y para empezar, no debe usted tomarlo de otra manera que en el sentido anterior.

Tal vez apreciará mejor lo que queremos decir, al indicarle que, según nuestro punto de vista, las aspiraciones más elevadas en pro del bienestar de la humanidad, van teñidas de egoísmo si en la mente del filántropo se oculta la más mínima sombra de deseo por el beneficio personal, o bien una inclinación a ser injusto, aún cuando todo ello exista inconscientemente para él.

Sin embargo, usted ha discutido siempre, para rebatirla, la idea de una Fraternidad Universal, desconfiando de su utilidad y aconsejando reformar la Sociedad Teosófica sobre la base de una escuela para el estudio especial del ocultismo. Esto, mi respetado y estimado amigo y Hermano — ¡no se hará nunca!

Habiendo determinado ya los "motivos personales", vamos a examinar sus "condiciones" para colaborar en nuestra obra de ayudar al mundo.
En términos generales, estas condiciones son —
primero: que por medio de su bondadosa intervención se cree una Sociedad Teosófica Anglo-India independiente, en cuya dirección no figure ninguno de nuestros representantes actuales; y
segundo: que uno de nosotros tome ese nuevo grupo "bajo su tutela", estando "en libre y directa comunicación con sus líderes", y les facilite "la prueba directa de que posee realmente ese conocimiento superior de las fuerzas de la naturaleza y los atributos del alma humana, lo cual les inspirará la debida confianza en su liderazgo". He copiado sus propias palabras para evitar cualquier inexactitud al exponer su posición.

Desde su punto de vista, pues, estas condiciones pueden parecer tan razonables que no podrían provocar ninguna discrepancia; y desde luego, la mayoría de sus conciudadanos —si no de los europeos— podría compartir esa opinión.

Usted dirá, ¿qué puede haber más razonable que pedir que ese maestro, ansioso de expandir su conocimiento, y el discípulo que se ofrece para recibirlo, se vieran cara a cara y el uno le proporcionara al otro las pruebas experimentales de que sus instrucciones eran correctas?
Como hombre de mundo, que vive en él y en total afinidad con el mismo, usted tiene razón, indudablemente.
Pero los hombres de este otro mundo nuestro, poco versados en su modo de pensar, que a veces encuentran muy difícil de comprender y apreciar, difícilmente pueden ser acusados de no responder con tanto entusiasmo a sus sugerencias como en su opinión se merecerían. La primera y más importante de nuestras objeciones se encuentra en nuestras Reglas.
En verdad tenemos nuestras escuelas y nuestros instructores, nuestros neófitos y nuestros shaberons (adeptos superiores) y la puerta siempre está abierta para el hombre justo que llama a ella. Y nosotros, invariablemente, damos la bienvenida al recién llegado; sólo que, en lugar de ir nosotros hacia él, él tiene que venir hacia nosotros.
Más que eso: a menos que haya alcanzado aquel punto en el sendero del ocultismo desde el cual el retorno resulta imposible por haberse comprometido irrevocablemente con nuestra asociación, nosotros nunca le visitamos, ni siquiera cruzamos el umbral de su puerta apareciéndonos visiblemente —excepto en casos de excepcional importancia.

¿Hay alguno de ustedes tan ansioso de conocimiento y de los poderes benéficos que éste confiere, que esté dispuesto a abandonar su mundo y a venir al nuestro?
Si es así, que venga; mas no debe pensar en regresar hasta que el sello de los misterios haya cerrado sus labios, incluso contra la eventualidad de su propia debilidad o indiscreción. Que venga, por supuesto, como el discípulo que viene al maestro, y sin condiciones; o que espere, como lo hacen tantos otros, y se contente con aquellas migajas de conocimiento que puedan caer en su camino.

Y suponiendo que ustedes llegasen de ese modo —tal como ya llegaron dos de sus compatriotas— como lo hizo Madame Blavatsky. y como lo hará el señor Olcott.;
-suponiendo que ustedes lo abandonaran todo por la verdad;
-que se afanaran denodadamente durante años ascendiendo por el arduo y escarpado camino sin dejarse amilanar por los obstáculos,
-firmes ante toda tentación;
-si guardaran fielmente dentro de su corazón los secretos que se les hubiera confiado como   
-prueba; si hubieran trabajado con toda su energía y entrega para difundir la verdad y hacer que los hombres piensen y vivan con rectitud —
¿pensaría usted que sería justo que, después de todos los esfuerzos de ustedes, nosotros concediéramos a Madame Blavatsky o al señor Olcott como "no afiliados", las condiciones que ahora piden para ustedes mismos?
De estas dos personas, una ya nos ha hecho entrega de las tres cuartas partes de su existencia; y el otro, seis años de lo mejor de su vida, y los dos seguirán trabajando así hasta el fin de sus días. Aunque siempre trabajan con derecho a una merecida recompensa, sin embargo nunca la piden, ni jamás se quejan cuando se sienten decepcionados. Aunque cada uno de ellos, respectivamente, hiciera mucho menos de lo que hace, ¿no sería acaso una palpable injusticia prescindir de ellos en el importante campo del esfuerzo teosófico, tal como se ha insinuado?
La ingratitud no es uno de nuestros defectos, ni tampoco imaginamos que usted desearía aconsejárnosla..

Ninguno de ellos siente la más mínima inclinación a intervenir en la dirección de la proyectada Rama Anglo-India, ni a imponerse a sus dirigentes. Pero si llega a constituirse la nueva Sociedad, (aunque llevara un nombre distintivo propio), en realidad tendrá que ser absolutamente una Rama de la Sociedad Madre, como lo es la Sociedad Teosófica Británica en Londres, y deberá contribuir a su vitalidad y a su utilidad, estimulando su idea dominante de una Fraternidad Universal, y ayudándola en otros menesteres prácticos.

Por mala que haya sido la presentación de los fenómenos, sin embargo —como usted mismo admite— ha habido algunos de ellos que han sido irrecusables. Los "golpecitos en la mesa cuando nadie la toca" y "el sonido de campanillas en el aire", como usted dice, "siempre han sido considerados satisfactorios", etc. etc.
De esto, usted deduce que los "fenómenos bien comprobados" podrían ser fácilmente multiplicados ad infinitum. Podrían serlo, efectivamente, en cualquier lugar donde se presentaran constantemente nuestras condiciones magnéticas y demás; y donde no tuviéramos que actuar por medio de un debilitado cuerpo femenino, en el cual, se podría decir que durante la mayor parte del tiempo se desencadena un ciclón vital. Por muy imperfecto que pueda ser nuestro agente visible —y ella es, a menudo, de lo más insatisfactoria e imperfecta (se refiere a Blavatsky) — sin embargo, es lo mejor que tenemos actualmente y sus fenómenos han asombrado y desconcertado durante casi medio siglo a las mentes más preclaras de la época.

Aunque seamos ignorantes de la "etiqueta periodística" y de las formalidades de la ciencia física, sin embargo, tenemos la intuición de los efectos de las causas. Puesto que usted no ha escrito nada sobre los mismos fenómenos que usted considera completamente convincentes, tenemos razones para suponer que podrían desperdiciarse poderes muy preciosos sin mayores resultados. En sí, la cuestión del "broche" —ante los ojos del mundo— es completamente inútil y el tiempo me dará la razón. Su buena intención ha fracasado por completo.

Y para terminar: estamos dispuestos a continuar esta correspondencia si los puntos de vista sobre el estudio del Ocultismo que han sido expuestos le sirven. Cada uno de nosotros, independientemente de su raza o de su país, ha pasado a través de las pruebas descritas.

Mientras tanto, y esperando lo mejor, suyo fielmente como siempre,

KOOT´ HOOMI LAL SINGH.


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