sábado, 11 de abril de 2015

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS. CARTA N°. 1

LAS CARTAS DE LOS MAHATMAS.
CARTA N°. 1
Carta del Mahatma K.H. a A. P. Sinnett.


Simla, hacia el 15 de octubre de 1880.

Precisamente porque la prueba del periódico de Londres cerraría la boca a los escépticos, no se debe pensar en ello. Se mire como se mire, el mundo está en su primera etapa de emancipación, si no de desarrollo y, por lo tanto, no está preparado.

Es muy cierto que nosotros trabajamos utilizando medios y leyes naturales y no sobrenaturales.

Pero dado que, por una parte, la Ciencia (en su estado actual) se encontraría incapaz de explicar las maravillas presentadas en su nombre y, por otra parte, todavía se dejaría que las masas ignorantes consideraran el fenómeno bajo el aspecto de milagro, ello equivaldría a un desequilibrio para todos aquellos que fueran testigos de ese fenómeno y las consecuencias serían desastrosas. Créame, sería así, especialmente para usted que fue el iniciador de la idea, y para la leal mujer que tan imprudentemente se precipita hacia la ancha puerta abierta que lleva a la notoriedad. Esta puerta, aunque sea abierta por una mano tan amistosa como la de usted, muy pronto se convertiría en una trampa —y una trampa realmente fatal para ella. ¿Y seguramente eso no es lo que usted pretende?

¡Qué locos son aquellos que, especulando sólo con el presente, cierran voluntariamente sus ojos al pasado cuando, naturalmente, ya son ciegos respecto al futuro! Estoy muy lejos de considerarle entre estos últimos y por lo tanto me esforzaré en explicárselo.
Si consintiéramos en acceder a sus deseos,
¿sabe usted, realmente, cuáles serían las consecuencias que se seguirían al ir tras el éxito?
La sombra inexorable que acompaña a toda innovación humana no se detiene, pero son pocos todavía los que alguna vez son conscientes de su proximidad y de los peligros que encierra.

¿Qué podrían, pues, esperar aquellos que ofrecieran al mundo una innovación que, si fuera creída, sería atribuida seguramente —a causa de la ignorancia humana— a aquellos poderes de las tinieblas en los que aún creen y a los que todavía temen las dos terceras partes de la humanidad?

Usted dice que la mitad de Londres se convertiría si pudiera entregárseles un ejemplar del Pioneer el mismo día que se publica. Permítame decirle que si la gente llegara a creer que el fenómeno era real, le asesinarían a usted antes de que pudiera dar la vuelta a Hyde Park; si no lo creyeran, lo mínimo que podría suceder sería la pérdida de su reputación y de su buen nombre por propagar esas ideas.

El éxito de un intento de la clase que usted propone tiene que calcularse y tiene que apoyarse en un perfecto conocimiento de las personas que le rodean.
Depende por completo de las condiciones sociales y morales de la gente y de su disposición hacia las cuestiones más profundas y misteriosas que puedan incitar a la mente humana: los poderes divinos en el hombre y las posibilidades contenidas en la naturaleza.

¿Cuántos habrá, incluso entre sus mejores amigos, entre aquellos que le rodean, que se interesen, algo más que superficialmente, por estos problemas abstrusos? Podría contarlos con los dedos de su mano derecha.
Su raza se vanagloria de haber liberado en su siglo al genio tanto tiempo aprisionado en el estrecho molde del dogmatismo y de la intolerancia —el genio del conocimiento, de la sabiduría y del librepensamiento. Su raza dice también que, a su vez, el prejuicio de la ignorancia y del fanatismo religioso, embotellados como el perverso Jin de antaño y encerrados herméticamente por los Salomones de la ciencia, descansan en el fondo del océano y nunca más podrán huir y salir de nuevo a la superficie para reinar sobre el mundo como lo hicieron en el pasado; en resumen, que la opinión pública es totalmente libre y está dispuesta a aceptar cualquier verdad demostrada.
¡Ay!, pero ¿es realmente así, mi respetado amigo?
El conocimiento experimental no data precisamente de 1662, fecha en que Bacon, Robert Boyle y el Obispo de Rochester transformaron por decreto real su "Colegio Invisible" en una Sociedad para el fomento de la ciencia experimental. Siglos antes de que la Real Sociedad llegara a convertirse en una realidad según el plan del "Esquema Profetice", el anhelo innato por lo oculto, el amor apasionado por la naturaleza y por el estudio de la misma, ya había conducido a los hombres de cada generación a tratar de investigar y sondear sus secretos cada vez más profundamente de lo que lo habían hecho sus antecesores.

Roma ante Romulum fuit —es un axioma que se nos enseñó en sus escuelas inglesas. Las investigaciones abstractas de los problemas más intrincados no nacieron espontáneamente en el cerebro de Arquímedes como un tema inédito y no tratado hasta entonces, sino más bien como un reflejo de anteriores investigaciones realizadas en la misma dirección por hombres alejados de su época por un período tan largo o mucho más, del que le separa a usted del gran período siracusiano.

El vril de la "Raza Futura" ( Novela de Bulwer-Lytton. N.T.)  era de propiedad común de razas ahora extintas. Y, al igual que la misma existencia de esos gigantescos antepasados nuestros es ahora cuestionada, — aunque en los Himavats, en el mismo territorio que les pertenece a ustedes, tenemos una caverna llena de esqueletos de esos gigantes y cuando se encuentran sus enormes estructuras óseas se consideran, invariablemente, como caprichos aislados de la naturaleza, asimismo el vril o Akas —como nosotros lo llamamos— se considera una imposibilidad, un mito.

¿Y cómo puede esperar la Ciencia explicar semejantes fenómenos sin el conocimiento a fondo del Akas, de sus combinaciones y sus propiedades?
 No dudamos de que sus científicos estén abiertos a la convicción; sin embargo, ante todo, tienen que ver los hechos, tienen que llegar a identificarse con los hechos, éstos tienen que demostrar que son adaptables a sus métodos de investigación, antes de que ustedes los encuentren listos para admitirlos como hechos.
Con sólo que usted lea el Prefacio de la "Micrografía", hallará en las sugerencias de Hooke que las íntimas relaciones entre los objetos tenía ante sus ojos menos importancia que su acción externa sobre los sentidos, y los admirables descubrimientos de Newton encontraron en él su mayor adversario. Los Hookes modernos son muchos. Igual que ese hombre de antaño, erudito pero ignorante, los científicos modernos están menos interesados en sugerir una relación física entre los hechos, lo cual podría revelarles muchas de las fuerzas ocultas de la naturaleza, que en proporcionar una "clasificación de experimentos científicos" adecuada; de modo que, en su opinión, la cualidad más esencial de una hipótesis no es la de que debe ser verdadera, sino la de que sea solamente plausible.

Esto, en cuanto a la ciencia, por lo que de ella sabemos. Por lo que se refiere a la naturaleza humana en general, es la misma ahora que era hace un millón de años: prejuicios basados en el egoísmo; mala disposición en general para renunciar al orden establecido de las cosas en favor de nuevos modos de vida y de pensamiento —y el estudio oculto exige todo esto y mucho más— el orgullo y la obstinada resistencia a la Verdad, si ésta trastorna sus conceptos establecidos de las cosas —ésas son las características de su época, especialmente de la clase media y de la clase humilde.
¿Cuál sería, pues, el resultado de los más asombrosos fenómenos, suponiendo que consintiéramos que se produjeran?
Por mucho éxito que tuviesen, el peligro aumentaría en proporción al éxito conseguido. Pronto no quedaría más que seguir adelante, siempre “ín crescendo”, o entregarse a esta incesante lucha contra el prejuicio y la ignorancia, y ser muertos con vuestras propias armas. Se exigirían, y tendrían que facilitarse, una prueba tras otra; se esperaría que cada fenómeno fuese más maravilloso que el anterior.
Su observación constante es que no puede esperarse que uno crea, a menos que no lo haya visto con sus propios ojos.
¿Bastaría todo el curso de la vida de un hombre para satisfacer la curiosidad de todos los escépticos del mundo?
Puede que resulte fácil aumentar el número inicial de creyentes en Simla hasta llegar a centenares y a miles.
Pero ¿qué pasaría con los centenares de millones que no podrían ser testigos oculares?
Los ignorantes —incapaces de comprender la labor de los operadores invisibles —algún día    podrían descargar su ira contra los representantes activos visibles; en cuanto a las clases elevadas e instruidas seguirían dudando y negando como siempre, desacreditándolos a ustedes como antes. Haciendo causa común con la mayoría, usted nos reprocha nuestra excesiva reserva.
Pero nosotros conocemos un poco la naturaleza humana porque nos lo ha enseñado la experiencia de muchos siglos — incluso de milenios—.
Y sabemos que mientras la ciencia tenga algo que aprender, y mientras anide en el corazón de las multitudes una sombra de dogmatismo religioso, los prejuicios del mundo tiene que ser vencidos paso a paso y no de golpe. Así como en el remoto pasado hubo más de un Sócrates, el opaco Futuro dará nacimiento a más de un mártir.

La ciencia, emancipada, volvió desdeñosamente la espalda a la opinión de Copérnico que restablecía las teorías de Aristarco de Samos —el cual afirmaba que "la Tierra se mueve en círculo alrededor de su propio centro", años antes de que la Iglesia tratara de sacrificar a Galileo en holocausto a la Biblia. El matemático más competente de la Corte de Eduardo VI, Robert Recordé, fue dejado morir de hambre en la prisión por sus colegas que se burlaron de su Castle of Knowledge, declarando que sus descubrimientos eran "vanas fantasías". William Gilbert de Colchester, médico de la reina Isabel, murió envenenado, ¡únicamente porque este auténtico fundador de la ciencia experimental en Inglaterra había tenido la osadía de anticiparse a Galileo; de señalar el error de Copérnico en cuanto al "tercer movimiento" que era seriamente sustentado para explicar el paralelismo del eje de rotación de la tierra! La gran erudición de los Paracelsos, los Agrippas y los Dee, siempre se puso en duda. Fue la ciencia la que puso su mano sacrilega sobre la gran obra "De Magnete", sobre "La Virgen Blanca Celestial", (el Akas) y otras obras. Y fue el ilustre "Canciller de Inglaterra y de la Naturaleza" —Lord Verulam-Bacon— el que, después de ganarse el nombre de Padre de la Filosofía Inductiva, se permitió adjetivar a hombres como los arriba mencionados, de "Alquimistas de la Filosofía Fantástica".

Todo esto, pensará usted, es historia pasada. Es cierto; pero las crónicas de nuestra época no difieren, en esencia, de sus predecesoras. No tenemos más que recordar las recientes persecuciones de médiums en Inglaterra, la muerte en la hoguera de supuestas brujas y hechiceras en América del Sur, en Rusia y en los confines de España —para convencernos de que la única salvación de los auténticos expertos en las ciencias ocultas se encuentra en el escepticismo del público; los charlatanes y los prestidigitadores son el escudo protector natural de los "adeptos". La seguridad pública está únicamente garantizada manteniendo en secreto, por nuestra parte, las terribles armas que, de no ser así, podrían ser empleadas contra esa seguridad y las cuales, como ya se le ha dicho, se convertirían en armas mortales en manos de los malvados y los egoístas.

Termino recordándole que fenómenos parecidos a los que usted tan ardientemente desea han estado siempre reservados como recompensa para aquellos que han dedicado sus vidas a servir a la diosa Saraswati —nuestra Isis aria. Si estos fenómenos se dieran a los profanos,
¿qué quedaría para nuestros fieles?
Muchas de sus sugerencias son sumamente razonables y se tendrán en cuenta. Escuché con atención la conversación que tuvo lugar en casa del señor Hume. Sus argumentos son perfectos desde el punto de vista de la sabiduría exotérica. Sin embargo, cuando llegue el momento y se le permita tener un vislumbre completo del mundo del esoterismo, con sus leyes basadas en cálculos matemáticamente correctos del futuro — resultados inevitables de las causas que siempre somos libres de crear y modelar a voluntad, pero cuyas consecuencias escapan a nuestro control y se convierten así en nuestros dueños— y sólo entonces, usted y él comprenderán por qué a los ojos de los no iniciados, nuestros actos deben parecer, a menudo, carentes de sentido si no realmente absurdos.

No podré dar una respuesta completa a su próxima carta sin pedir consejo a aquellos que, generalmente, están versados en los místicos europeos. Además, la presente carta tiene que satisfacerle en muchos de los puntos que usted define muy bien en la suya última; pero no cabe duda de que, al mismo tiempo, le causará una decepción. Por lo que se refiere a la producción de fenómenos de nuevo cuño y aún más asombrosos, exigidos a ella (se refiere a Blavatsky) con nuestra ayuda, usted, como hombre familiarizado con la estrategia, debe quedar satisfecho con la reflexión de que resulta poco útil conseguir nuevas posiciones hasta que aquellas que ya han sido alcanzadas no están consolidadas y seguras, y hasta que sus enemigos se hayan dado cuenta por completo del derecho de usted a su posesión.
En otras palabras, usted consiguió para usted y sus amigos una mayor variedad de fenómenos de los que un neófito corriente ha visto en muchos años. Para empezar, ponga en conocimiento del público la producción de la nota escrita, de la taza y los distintos experimentos con el papel de cigarrillos, y deje que digieran eso. Que se esfuercen para encontrar una explicación. Y como, excepto que nos hagan una acusación directa y absurda de engaño, nunca podrán explicar ninguno de ellos,  mientras los escépticos se sientan plenamente satisfechos con su actual hipótesis sobre la producción del broche —habrá usted hecho un verdadero bien a la causa de la verdad y de la justicia, en favor de la mujer a la que hacen sufrir con todo esto.
Si me perdona usted que le dé mi parecer, el caso citado en el Pioneer, por aislado que sea, antes que insignificante — resulta francamente perjudicial para todos ustedes— para usted como Editor del periódico, lo mismo que para cualquier otro. No es justo, ni para usted ni para ella, que el testimonio de usted y de su esposa no se tengan en cuenta porque el número de testigos oculares no parece suficiente para justificar la atención del público. Al reunirse varios casos para fortalecer su posición como testimonio verídico e inteligente de los fenómenos, cada uno de éstos le proporciona un derecho suplementario para afirmar lo que usted sabe. Ello le impone el sagrado deber de instruir al público y de prepararlo para futuras eventualidades, abriéndole gradualmente sus ojos a la verdad. Al tener usted menos confianza que Sir Donald Stewart en su derecho individual de afirmación, no debe dejar perder la ocasión. Un testigo de reconocida reputación pesa más que las pruebas facilitadas por diez desconocidos; y si hay alguien en la India que sea respetado por su fiabilidad, es el editor del Pioneer.
Recuerde que no fue más que una mujer histérica la que preten- día haber estado presente en la supuesta ascensión, y que el fenómeno nunca ha sido corroborado con una repetición del hecho. Sin embargo, durante casi 2.000 años, una ingente cantidad de personas han depositado su fe en el testimonio de esa única mujer y ella no era demasiado fiable.


INTÉNTELO —y trabaje primero con el material que usted tiene y entonces seremos los primeros en ayudarle a conseguir más pruebas. Hasta entonces, créame siempre su sincero amigo,

KOOT´ HOOMI LAL SINGH.



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