LAS CARTAS DE LOS
MAHATMAS.
CARTA N°. 10
Carta del Mahatma
K.H. a A. P. Sinnett.
ANOTACIONES HECHAS
POR K.H. SOBRE UN "CAPÍTULO PRELIMINAR" TITULADO "DIOS",
POR HUME, COMO PRÓLOGO A UNA EXPOSICIÓN DE LA FILOSOFÍA OCULTA. (RESUMIDO)
Recibida en Simla,
en septiembre de 1882.
Ni nuestra
filosofía ni nosotros mismos creemos en Dios y menos que nada en uno cuyo pronombre necesita de
una "E" (Inicial
de El ) mayúscula.
Nuestra filosofía…
es, preeminentemente, la ciencia de los efectos por medio de sus causas y la
ciencia de las causas por medio de sus efectos; y puesto que es también la
ciencia de las cosas derivadas del primer principio, tal como Bacon lo
define, antes
de admitir un principio así, debemos conocerlo y no tenemos ningún derecho ni
siquiera a aceptar su posibilidad. Toda la explicación de usted se basa en un
reconocimiento aislado hecho simplemente para esclarecer el tema en octubre
pasado. Se le dijo a usted que nuestro
conocimiento se limitaba a este sistema solar nuestro; por tanto, como
filósofos que deseaban seguir mereciendo el nombre de tales, nosotros no podíamos
ni negar, ni afirmar la existencia de lo que usted denominó un ser supremo,
omnipotente, inteligente, de una categoría más allá de los límites de este
sistema solar. Pero
si semejante ser no es en absoluto imposible, sin embargo, a menos que la uniformidad
de la ley de la naturaleza se quebrante en esos límites, nosotros sostenemos
que ésto es altamente improbable.
Sin embargo, negamos
rotundamente la posición del agnosticismo en este sentido y por lo que respecta
al sistema solar.
Nuestra
doctrina no admite compromisos.
Ella
afirma o niega, porque nunca enseña más que aquello que sabe que es la verdad.
Por
lo tanto, nosotros negamos a Dios como filósofos y como buddhistas.
Sabemos
que hay vidas planetarias y otras vidas espirituales y sabemos que en nuestro
sistema no existe tal cosa como Dios, ni personal ni impersonal.
Parabrahm
no es un Dios sino la ley inmutable y absoluta e Iswar es la consecuencia de
Avidya y Maya, la ignorancia basada en la gran ilusión.
La
palabra "Dios" se inventó para designar la causa desconocida de esas consecuencias
que el hombre lo mismo ha admirado que ha temido, sin comprenderlas; y puesto que
nosotros proclamamos y somos capaces de demostrar lo que proclamamos, es decir,
el conocimiento de esa causa o de esas causas, estamos en situación de sostener
que no existe ningún Dios o Dioses detrás de ellas.
La
idea de Dios no es una idea innata sino una idea adquirida,
y
nosotros sólo tenemos una cosa en común con las teologías:
revelamos
el infinito. Pero, mientras que nosotros atribuímos a todos los fenómenos que proceden
del espacio infinito e ilimitado, duración y movimiento, y unas causas
materiales, naturales, sensibles y conocidas (al menos para nosotros), los
teístas les atribuyen causas espirituales, sobrenaturales e ininteligibles y
desconocidas.
El Dios de los teólogos es simplemente un poder
imaginario, un loup
garou (En francés, duende, fantasma) tal como Holbach lo
expresó, un poder que nunca se ha manifestado todavía. Nuestro objetivo
principal es liberar a la humanidad de esta pesadilla, enseñar al hombre a
practicar la virtud por la virtud misma y a caminar por la vida contando con él
mismo en lugar de apoyarse en una muleta teológica que, durante incontables
edades, fue la causa directa de casi todo el sufrimiento humano.
Se nos
puede llamar panteístas, pero agnósticos JAMAS.
Si la gente está
dispuesta a aceptar y a considerar como Dios a
nuestra VIDA UNA, inmutable e inconsciente en su eternidad, puede hacerlo así y
quedarse entonces con un término inapropiado más inmenso. Pero entonces
tendrán que decir, como Spinoza, que no existe y que no podemos concebir
ninguna otra substancia más que Dios; o, como dice este famoso y desventurado
filósofo en su decimocuarta proposición, "praeter Deum neque dari neque
concipi potest substantía",
y convertirse así en panteístas ...
¡Quién sino un
teólogo criado en el misterio y en el más absurdo supernaturalismo puede imaginar
un ser que existe por sí mismo, necesariamente infinito y omnipresente, aparte
del universo manifestado e ilimitado'.
La palabra infinito
no es más que una palabra que excluye la idea de límites. Es evidente que un
ser independiente y omnipresente no puede estar limitado por algo que esté
aparte de él; que no puede existir nada externo a él, ni siquiera el vacío; en
consecuencia, ¿dónde
situamos la materia para ese universo manifestado, aunque éste sea limitado?
Si
preguntamos a los teístas si su Dios es el vacío, el espacio o la materia, ellos
contestarán que no. Y sin embargo, sostienen que su Dios penetra la materia
aunque no es materia en sí. Cuando nosotros hablamos de nuestra Vida Una
también decimos que ella penetra, más aún, que ella es la esencia de cada átomo
de materia y que, por consiguiente, no sólo tiene correspondencia con la
materia, sino que posee también todas sus cualidades, etcétera; de ahí que sea
material, que sea la materia en sí. ¿Cómo
puede la inteligencia proceder o emanar de la no-inteligencia?, me preguntaba
usted constantemente el año pasado.
¿Cómo podría una
humanidad superiormente inteligente, el hombre, la cumbre de la razón, haber
surgido de una ley o de una fuerza ciega sin inteligencia?
Pero, puestos a
razonar en este sentido, yo puedo preguntar a mi vez: ¿cómo los idiotas
de nacimiento, los animales irracionales y el resto de la "creación"
podrían haber sido creados por la Sabiduría absoluta, o cómo se han desarrollado
de ella, si esta última es un ser inteligente que piensa, autor y gobernante del Universo? ¿De qué manera?
Dice el doctor
Clarke en su análisis de las pruebas de la existencia de la Divinidad: "Dios, que ha
creado la visión, ¿no verá acaso? Dios, que hizo el oído, ¿no oirá?" Según
este razonamiento, tendría que admitirse
que por el hecho de crear un idiota. Dios es un idiota también; que aquel que
creó tantos seres irracionales, tantos monstruos físicos y morales, debe ser un
ser irracional....
... No somos
Advaitas, pero nuestra enseñanza respecto de la Vida Una es idéntica a la del Advaita
en relación a Parabrahm. Y ningún Advaita verdaderamente docto en filosofía se llamará
nunca agnóstico a sí mismo, porque sabe que él es Parabrahm e idéntico, en
todos los conceptos, con la vida y el alma universal —el macrocosmo es el
microcosmo; y él sabe que no existe ningún Dios, ningún creador, ninguna
existencia separada de él mismo. Habiendo encontrado la Gnosis, no podemos
darle la espalda y convertirnos en agnósticos.
... Si tuviéramos
que admitir que incluso los más elevados Dhyan Chohans están sujetos al error
de la ilusión, entonces no existiría verdaderamente ninguna realidad para
nosotros y las ciencias ocultas serían una quimera tan grande como ese Dios. Si
resulta absurdo negar aquello que no conocemos, más disparatado resulta el
atribuirle unas leyes desconocidas.
Según la lógica, la
"nada" es aquello de lo cual todo puede negarse realmente y nada
puede afirmarse realmente. Por
lo tanto, el concepto de una nada finita o infinita es una contradicción de
términos. Y sin
embargo, según
los teólogos, "Dios, el ser
existente por sí mismo, es el ser más simple, inmutable, incorruptible; sin
partes ni apariencias, movimiento, divisibilidad o cualquier otra propiedad por
el estilo de las que encontramos en la materia. Porque todas esas cosas
implican también, evidentemente y necesariamente, limitación en el mismo
concepto, y son totalmente incongruentes con la infinitud completa".
Por lo tanto, el Dios
que aquí se ofrece a la adoración del siglo XIX carece de toda cualidad sobre
la cual la mente del hombre pueda establecer cualquier juicio. ¿Qué es éste, en
realidad, sino un ser del que no se puede afirmar nada que no se vea refutado
al momento?
La misma Biblia, su
Revelación, destruye todas las perfecciones morales que se acumulan en El, a
menos que llamen perfecciones a aquellas cualidades que la razón de todo hombre
y el sentido común llaman imperfecciones, vicios odiosos y bajezas brutales.
Más
aún, aquel que lee nuestras escrituras buddhistas redactadas para las masas
supersticiosas, no encontrará en ellas un demon tan vengativo e injusto, tan
cruel y tan necio como el tirano celestial sobre el cual los cristianos
despilfarran pródigamente su adoración servil y al cual sus teólogos colman de
esas perfecciones que se contradicen en cada página de su Biblia. Realmente y
ciertamente, vuestra teología ha creado su Dios sólo para destruirlo pedazo a
pedazo. Vuestra iglesia es el fabuloso Saturno que engendra hijos sólo para devorarlos.
(La Mente
Universal). Cada nueva idea debería apoyarse en unas cuantas reflexiones y argumentaciones;
por ejemplo, nosotros estamos seguros de que se nos va a censurar por las siguientes
contradicciones aparentes.
(1) Negamos la
existencia de un Dios consciente y pensante, basándonos en que tal Dios o bien
debe estar condicionado, limitado y sujeto a cambio, y por lo tanto no
infinito, o bien
(2) si nos lo
presentan como un ser eterno, inmutable e independiente, sin ninguna partícula
de materia en él, entonces contestamos que eso no es un ser sino un principio
inmutable y ciego, una ley. Y sin embargo, ellos dirán que nosotros creemos en
Dhyans o Planetarios ("espíritus" también) y les dotamos de una mente
universal, y ésto debe ser explicado.
Nuestras
razones pueden resumirse brevemente como sigue:
(1) Negamos la
absurda proposición de que pueda haber, incluso en un universo ilimitado y eterno,
dos existencias infinitas, eternas y omnipresentes.
(2) Sabemos que la
materia es eterna, es decir, que no ha tenido principio,
(a) porque la materia
es la Naturaleza en sí,
(b) porque lo que
no se puede aniquilar y es indestructible, existe necesariamente —y por lo
tanto, no podría empezar a ser, ni puede dejar de ser;
(c) porque las
experiencias acumuladas de incontables edades y las de la ciencia exacta, nos demuestran
que la materia (o la naturaleza) actúa en virtud de su propia energía peculiar,
de la cual ni un solo átomo está nunca en estado de reposo absoluto, y por lo
tanto, tiene que haber existido siempre, es decir, sus componentes deben haber
cambiado constantemente de forma, de combinaciones y de cualidades, pero sus
principios o sus elementos son absolutamente indestructibles.
(3) En cuanto a
Dios —ya que nadie, nunca ni en ninguna época, le ha visto o lo ha visto jamás—
a menos que sea la misma esencia y naturaleza de esta materia ilimitada y
eterna, su energía y su movimiento, nosotros no podemos considerarlo ni eterno
ni infinito, y ni siquiera existente por sí mismo.
Nos negamos a
admitir un ser o una existencia de la que no sabemos absolutamente nada; porque
(a) no hay lugar para él en presencia de esa materia cuyas propiedades y
cualidades innegables nos son perfectamente conocidas;
(b) porque de ser
El, o Ello, tan sólo una parte de esa materia es ridículo sostener que mueve y
dirige aquello de lo cual no es más que una parte dependiente; y
(c) porque si se
nos dice que Dios es un espíritu puro, existente por sí mismo, independiente de
la materia —una deidad extracósmica, nosotros contestamos que, incluso
admitiendo la posibilidad de tal imposibilidad, es decir, su existencia, aún
sostenemos que un espíritu puramente inmaterial no puede ser un gobernador inteligente
y consciente, ni puede poseer ninguno de los atributos que le han sido
conferidos por la teología, y por lo tanto, ese Dios se convierte de nuevo en
una fuerza ciega.
La inteligencia,
tal como se encuentra en nuestros Dhyan Chohans, es una facultad que sólo puede
pertenecer a un ser organizado o animado —por imponderables,
o más bien por invisibles que sean los
componentes de la materia de sus organismos. Inteligencia
implica necesidad de pensar; para pensar hay que tener ideas; las ideas suponen
sentidos que son materiales y físicos; y
¿cómo puede algo
material pertenecer al espíritu puro?
Si se
nos objetara que el pensamiento no puede ser una característica de la materia,
nosotros preguntaríamos la razón del por qué. Hemos de tener una prueba
irrefutable de esta hipótesis antes de poder aceptarla. Al teólogo le preguntaríamos qué era lo que impedía a su Dios (puesto
que se supone que es el creador de todo),
dotar a la materia de la facultad de pensar; y cuando contestara que, evidentemente
Su voluntad era que ello fuera así, y que es un misterio, al mismo tiempo que
una imposibilidad, nosotros insistiríamos
para que se nos explicara por qué es más imposible que la materia produzca
espíritu y pensamiento, que no que el espíritu o el pensamiento de Dios
produzca y cree la materia.
Nosotros
no nos conformamos con la confusión ante el misterio de la mente —porque lo hemos
resuelto hace siglos.
Desechando con
desdén la teoría teísta rechazamos igualmente la teoría del automatismo, que enseña
que los estados de conciencia son producidos por el orden en que están las
moléculas del cerebro; y sentimos el mismo poco respeto por aquella otra hipótesis
—la de la producción del movimiento molecular por medio de la conciencia.
Entonces, ¿en qué creemos
realmente?
Pues creemos en el
tan ridiculizado flogisto y en lo que algunos filósofos congénitos llamarían nisus,
el movimiento o esfuerzo incesante, aunque perfectamente imperceptible (para
los sentidos ordinarios) que un cuerpo ejerce sobre otro — las pulsaciones de
la materia inerte— su vida. Los cuerpos de los espíritus Planetarios están formados
de aquello a lo que Priestiey y otros llamaron flogisto y para lo cual nosotros
tenemos otro nombre —esta esencia en su séptimo estado más elevado forma
aquella materia de la cual se componen los organismos de los más puros y
elevados Dhyans, y en su forma más inferior o más densa (tan impalpable sin
embargo que la ciencia lo llama energía y fuerza) sirviendo como protección a
los Planetarios de primer grado o grado inferior. En otras palabras, nosotros creemos sólo en la MATERIA, en la materia
como naturaleza visible y en la invisibilidad de la materia como el Proteo invisible, omnipresente y
omnipotente, con su incesante movimiento, que es su vida, y que la naturaleza
saca de sí misma, puesto que ella es el gran todo fuera del cual nada puede
existir.
Porque, tal como
afirma exactamente Bilfinger, "el movimiento
es una manera de existencia que fluye necesariamente de la esencia de la materia;
que la materia se mueve por sus propias energías peculiares; que su movimiento
se debe a la fuerza que es inherente a ella misma; que la variedad de
movimiento y los fenómenos resultantes proceden de la diversidad de las
propiedades, de las cualidades y de las combinaciones que se encuentran
originalmente en la materia primitiva", de la cual, la naturaleza es el conjunto y de la que
la ciencia de ustedes sabe menos de lo que uno de nuestros conductores de yaks
tibetanos sabe de la metafísica de Kant.
La existencia de la
materia es, pues, una realidad; la existencia del movimiento es otra realidad;
su existencia por sí misma y su eternidad o indestructibilidad es una tercera
realidad.
Y la
idea del espíritu puro como un Ser o una Existencia, désele el nombre que se
quiera, es una quimera, un enorme absurdo.
Nuestras ideas sobre el Mal. El mal no tiene
existencia per
se; no
es más que la ausencia del bien y existe sólo para aquel que se transforma en
su víctima. Procede de dos causas y, como el bien, no es una causa
independiente en la Naturaleza. La Naturaleza
carece de bondad o de maldad; ella sigue solamente leyes inmutables, tanto
cuando prodiga vida y alegría como cuando envía sufrimiento y muerte y destruye
lo que ha creado. La Naturaleza tiene un antídoto para cada veneno y sus leyes,
una recompensa para cada sufrimiento. La mariposa devorada por un pájaro se
convierte en ese pájaro, y el pajarillo muerto por un animal entra en una forma
superior. Es la ley ciega de la necesidad y de la adaptación eterna de las
cosas, y por eso no puede llamarse Mal en la Naturaleza.
El verdadero mal procede del intelecto humano y su
origen recae enteramente en el hombre racional que se separa a sí mismo de la Naturaleza.
Sólo la humanidad, pues, es la verdadera fuente del
mal.
El mal es la exageración del bien, la progenie de la
codicia y del egoísmo humano.
Piense profundamente y descubrirá que, excepto la
muerte, que no es ningún mal sino una ley necesaria, y excepto los accidentes, que
siempre encontrarán su retribución en una vida futura, el origen de todo mal,
tanto pequeño como grande, está en la acción humana, en el hombre cuya inteligencia
hace de él la única entidad libre en la Naturaleza.
No es la naturaleza la que crea las enfermedades, sino
el hombre.
La misión y el
destino de este último en la economía de la naturaleza es morir de muerte
natural y alcanzar la vejez; exceptuando los accidentes, ni un hombre salvaje,
ni un animal salvaje (en libertad) mueren de enfermedad. La alimentación, las
relaciones sexuales, beber, todo son necesidades naturales de la vida; sin
embargo, el exceso de ellas conduce a la
enfermedad, la miseria, el sufrimiento mental y físico, y todo ello es
transmitido como los mayores azotes a las generaciones venideras, la progenie
de los culpables.
La
ambición, el deseo de asegurar la felicidad y el bienestar de los que amamos,
consiguiendo honores y riquezas, son sentimientos naturales muy loables; pero
cuando éstos transforman al hombre en un ególatra egoísta, ambicioso, cruel y
miserable acarrean indecible sufrimiento a los que le rodean; a las naciones,
así como a los individuos.
Todo
esto, pues, la alimentación, la riqueza, la ambición y otras mil cosas
imposibles de enumerar, se convierten en el origen y en la causa del mal, tanto
por exceso como por defecto.
Conviértase en un
glotón, en un libertino, en un tirano, y se convertirá en iniciador de enfermedades,
de sufrimiento y de miseria humanos.
A falta de todo esto, si usted
pasa apuros se le despreciará como un don nadie, y la mayoría de la gente, sus
semejantes, le harán sentirse desdichado toda su vida. Por lo tanto, no hay que
culpar ni a una deidad imaginaria ni a la naturaleza, sino a la condición
humana envilecida por el egoísmo.
Piense bien en
estas pocas palabras; desentrañe cada causa de mal que usted pueda imaginar y
sígala hasta su origen y habrá resuelto una tercera parte del problema del mal.
Y ahora, hecha la debida concesión a los males
naturales e inevitables —y son tan pocos que desafío a toda la hueste de
metafísicos occidentales a que los llamen males o a seguirlos directamente
hasta descubrir una causa independiente— señalaré el mayor de todos ellos, la causa
principal de casi los dos tercios de los males que afligen a la humanidad desde
que esa causa se convirtió en un poder.
Se
trata de la religión, bajo cualquier forma y en cualquier nación. Es la casta sacerdotal,
el clero y las iglesias. Es en esas ilusiones que el hombre tiene por sagradas,
donde debe buscarse el origen de esta cantidad de males que son el gran azote de
la humanidad y que amenaza con aplastarla. La ignorancia creó a los Dioses y la
astucia se aprovechó de la oportunidad. Mire la India y mire la Cristiandad y
el Islam, el Judaísmo y el Fetichismo. Es la impostura de los sacerdotes lo que
hizo a estos Dioses tan terribles para el hombre; es la religión la que hace de
él un santurrón egoísta, un fanático que odia a toda la humanidad, aparte de su
propia secta, sin que por ello se vuelva ni mejor ni más moral.
Es la creencia en
Dios y en los Dioses lo que convierte a dos terceras partes de la humanidad en esclavos
del puñado de aquellos que la engañan bajo el falso pretexto de salvarla..¿No es el hombre,
que siempre está dispuesto a cometer cualquier clase de crímenes si se le dice
que su Dios o sus Dioses se lo piden, la víctima propiciatoria de un Dios
ilusorio, el vil esclavo de sus taimados sacerdotes?
El
campesino irlandés, el italiano o el eslavo pasará necesidades y verá a su
familia hambrienta y desnuda, para poder ofrecer alimento y vestido a su
sacerdote y a su Papa.
Durante
dos mil años, la India ha soportado el peso de las castas, mientras que sólo los
brahmines vivían en la opulencia; actualmente, los seguidores de Cristo y los
de Mahoma se degüellan mutuamente en nombre y para mayor gloria de sus mitos
respectivos.
Recordemos que toda la miseria humana jamás disminuirá
hasta el día en que la mejor parte de la humanidad destruya, en nombre de la
Verdad, de la moralidad y de la caridad universal, los altares de sus falsos
dioses.
Si se
nos objetara que también nosotros tenemos templos, y que también tenemos
sacerdotes, y que nuestros lamas también viven de la caridad. . . que sepan que
todo lo que acabamos de citar no tiene en común con sus equivalentes
occidentales más que el nombre. En nuestros templos no se adora ni a un dios,
ni a dioses en general, sino sólo la memoria tres veces sagrada del hombre más
grande y más santo que haya vivido jamás.
Si
nuestros lamas, para honrar la fraternidad de los Bhikkhus establecida por
nuestro venerado maestro en persona, salen para ser alimentados por los laicos,
estos últimos, y a menudo hasta en número de 5 a 25.000, son alimentados y
atendidos por la Samgha (la
fraternidad de los monjes lamaicos);la lamasería atiende las necesidades de los
pobres, de los enfermos, de los afligidos. Nuestros lamas aceptan alimento,
nunca dinero, y es en esos templos donde se predica el origen del mal y se
inculca en la mente del pueblo. Allí se les enseñan las cuatro nobles verdades,
ariya sacca; y la cadena de
causación (los 12 nidhanas) les da la solución del problema del origen y de la
destrucción del sufrimiento.
Lea
el Mahavagga y trate
de comprender, no con la mente occidental llena de prejuicios, sino con el
espíritu de intuición y de verdad, lo que el Plenamente Iluminado dice en el
primer Khand-haka.
Permítame traducírselo:
"Cuando el
Santo Buddha estaba en Uruvela, a orillas del río Neranjara, mientras
descansaba bajo el árbol Bodhi de la sabiduría, después de haberse convertido
en Sambuddha, al final del séptimo día, teniendo su mente fija en la cadena de
causación, él habló así:
'de la Ignorancia nacen
los samkharas de triple naturaleza —productos del cuerpo, de la palabra y del pensamiento.
De los samkharas
nace la conciencia, de la conciencia salen el nombre y la forma; de éstos salen
las seis regiones (los seis sentidos; el séptimo sólo pertenece a los Iluminados);
de éstos emana el contacto; de éste la sensación; de ésta surge el ansia(o el deseo,
kama, tanha), del ansia, el apego, la existencia, el nacimiento, la vejez y la
muerte, la aflicción, la lamentación, el sufrimiento, la tristeza y la
desesperación. Mas con la destrucción de la ignorancia se destruyen los
Samkharas y su conciencia, el nombre y la forma, las seis regiones, el
contacto, la sensación, el ansia, el apego (egoísmo), la existencia, el
nacimiento, la vejez, la muerte, la aflicción, la lamentación, el sufrimiento,
la tristeza y la desesperación. Esa es la cesación de toda esta cantidad de
sufrimiento."
Sabiendo
ésto el Bendito pronunció estas solemnes palabras:
"Cuando la
verdadera naturaleza de las cosas se aclara para el Bhikshu en meditación, entonces
todas sus dudas se desvanecen, porque él ha aprendido qué es esa naturaleza y
cuáles su causa. De la ignorancia nacen todos los males. Del conocimiento se
deriva la cesación de esta cantidad de sufrimiento y entonces el Brahmana que
medita se endereza dispersando las huestes de Mará como el sol que ilumina el
espacio".
Meditación aquí
significa las cualidades superhumanas (no sobrenaturales) o el estado de arhat,
en lo más elevado de sus poderes espirituales.
Copiado en Simla,
28 de septiembre de 1882.
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