EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)
CAPITULO TERCERO
FENÓMENOS OCULTOS
A mis relaciones de amistad con Madame Blavatsky y la
Sociedad Teosófica debo, haber presenciado fenómenos de ocultismo, que me
impulsan a escribir y publicar este libro. En su principio y como primer
problema, tuve que resolver la duda aclarando la cuestión, si como de público
se decía, Madame Blavatsky tenía verdaderamente poderes, y poseía la ciencia
para producir fenómenos anormales.
Tal vez, podrá imaginarse que nada más fácil sería
para mí resolver este caso, honrándome como me honraba, con la amistad y
conocimiento de Madame Blavatsky, y obtener así de ella satisfactoria prueba.
Pero nada más lejos de esto, las manifestaciones de que
yo hablo, se hallan rodeadas de tantas dificultades, que son muchos los
impacientes que acaban por abandonar sus pretensiones, olvidando su deseo y
prefiriendo vivir en la ignorancia toda su vida.
Después de nuestro mutuo conocimiento, Madame
Blavatsky vino a visitar a mi esposa en Simla, donde habitábamos temporalmente,
siendo durante seis semanas nuestra huésped (El original dice fué en Allalabad pero debió sufrir un
error, pues Madame Biavatsky al escribir a su familia fecha las cartas y habla
de ello desde Simla). A pesar de haber estado todo ese tiempo con
nosotros, no fue posible obtener una gran cosa a pesar de mis pertinentes
instancias y preguntas sobre ocultismo y acerca de los Hermanos, y no obstante la
buena voluntad mostrada por Madame Blavatsky y de mi gran curiosidad, no pude
conseguir todas las pruebas que la investigación de la verdad me exigía a causa
de dificultades insuperables; pues los Hermanos como ya hemos dicho, guardaran
una extrema repugnancia en mostrar a los profanos los poderes ocultos de que
están en posesión; ya sean impelidos por un ardiente anhelo por conocer la
verdad, o ya sea también, por una frívola y estéril curiosidad.
Los Hermanos (A los que después se les ha llamado y se les llama los
Maestros, se les llamaba años atrás y, en un principio los Hermanos.) no tienen
necesidad de atraerse candidatos a la iniciación por medio de la exposición de
prodigios.
Todas las religiones basadas en los milagros, han
sacado partido de sus efectos para atraer prosélitos a su iglesia. Pero no se
entra impunemente en el ocultismo empujado simplemente por el entusiasmo,
después de haber sido testigo de un desarrollo de poderes extraordinarios.
No hay ninguna regla, especial que prohíba la manifestación
de estos poderes ante un profano, pero esta manifestación de poderes ocultos
sería desaprobada sin ningún género de duda por las autoridades superiores de
ocultismo, y ninguno de la Hermandad hará nada, contrario a la voluntad de los
demás, y que éstos desaprueben.
Durante la estancia en nuestra casa, no le fue
concedido a Madame Blavatsky producir sino pequeños fenómenos; pero sí le fue
permitido enseñar que los golpes señalados por los espiritistas, como
producido por agentes espirituales, podían producirse a voluntad y por su sólo
mandato.
Algo conseguimos con esto, y en tanto no obtuviéramos
hechos mayores, dedicamos nuestro tiempo a estudiar dichos golpes.
Los espiritistas saben, que si varias personas
sentadas alrededor de una mesa ponen sus manos en ella, siempre que haya un
medium entre los concurrentes, se oyen por lo general pequeños golpes en
contestación inteligente a preguntas hechas, dando mensajes completos letra
tras letra.
La mayoría de las personas que no creen en el
espiritismo, se ven obligados a imaginar que los millones de personas que lo
creen, son cándidos alucinados, y apurados para explicar la extensión que pueda
tener esta candidez, prefieren inventar cualquier teoría, antes que admitir que
los espíritus de los muertos puedan comunicarse de esa manera, aun que bajo el
punto de vista científico, un efecto físico por pequeño que sea pueda
producirse sin una causa física también. La teoría de la ilusión colectiva
empleada como explicación de los fenómenos y de los golpes dados, es
poco socorrida, para todo el que no sea un incrédulo infatuado de sí mismo. Así
espero, que mis apreciaciones serán bien recibidas, pues trato de demostrar que
hay medio de explicar los fenómenos atestiguados por los espiritistas; teniendo
siempre en cuenta la repulsión que nos impide admitir la hipótesis de agentes
espirituales.
En cuanto a lo que a
Madame Blavatsky se refiere, pronto observé que los golpes se producían siempre
en la mesa en que se sentaba con la intención de producirlos, y toda idea de
fraude, fue por mí rechazada, cuando comprobé los diversos resultados así
obtenidos.
Desde luego, no era
del todo preciso que ocupara un lugar junto a la mesa donde se hallaban otras
personas, Producíanse los fenómenos golpeadores en una mesa cualquiera, en
variadas condiciones, y hasta sin mesa también. Cualquier objeto servía para el
caso; un cuadro de cristal, el frontis de una pared, de una puerta, en una
palabra, todo lo que era susceptible por su naturaleza, de emitir resonancia y
dar un sonido por golpes.
Desde el principio,
encontramos que una puerta vidriera entreabierta, era un instrumento muy a
propósito; pues era entonces fácil ponerse frente a Madame. Blavatsky, ver sus
dos manos o una sola despojada del guante y sin anillos, inmóvil sobre el
cristal, y oír al mismo tiempo los golpecitos con toda claridad. Semejaba el
ruido que produciría la punta de un lápiz, ó los chasquidos que producen las
chispas de un botón a otro, en un aparato eléctrico.
El procedimiento que algunas veces empleábamos por la
noche, consistía en colocar sobre la alfombra, la campana de cristal que cubría
un reloj; Madame Blavatsky se sentaba cerca, de modo que sus vestidos no
rozasen al cristal y colocaba las manos encima después de quitarse todas las
sortijas. Nosotros, colocábamos una lámpara encendida y en frente y nos
sentábamos en la alfombra en una posición que permitía a cada cual ver sobre el
vidrio de la campana, la palma de las manos de Madame Blavatsky; y, en estas
condiciones plenamente satisfactorias, los golpes se manifestaban siempre
distintos y claros, sobre la sonora superficie del cristal.
No alcanzaba el poder de Madame Blavatsky, o no
quería, darnos una explicación exacta del modo cómo, se producían los golpes,
sin duda porque todo empleo de fuerza oculta, debe guardar un secreto.
El fenómeno físico de los golpes, aunque de un
efecto poco considerable, seguían siendo siempre una acción resultante de la
voluntad, igual para todos, fueran grandes o pequeños, siendo el procedimiento
para su producción bastante uniforme, para que las leyes ocultas permitieran a
las personas profanas, recibir explicaciones claras sobre estos hechos. Los
golpes obedecían a la voluntad, esto era probado de varios modos; para éstos
nos servíamos indistintamente, de un cuadro de vidrio o de la campana de
cristal del reloj. Yo, por ejemplo, deseaba que se me transmitiese una palabra
cualquiera para lo cual recitaba el alfabeto; pues bien, al llegar a la letra
correspondiente, se oían los golpes.
Si deseaba un
número determinado de golpes, éstos se producían siempre.
Si exigía una serie
de ruidos según un cierto ritmo que indicaba, los ruidos tenían lugar.
No era esto todo;
Madame Blavatsky ponía sus dos manos o bien una sola, en la cabeza de alguno de
los presentes, y escuchando con atención, se oían los golpes distintos y claros
sobre aquella cabeza, mientras que la persona tocada sentía a cada golpe, un
pequeño chasquido en todo semejante como ya hemos dicho otra vez, al que se
produciría si se extrajeran chispas de una máquina eléctrica.
En un período
posterior a mis investigaciones, obtuve golpes en condiciones aún mejores; por
ejemplo, sin contacto alguno entre el objeto y las manos de Madame Blavatsky.
Fue en Simla, el
verano pasado (1880); cuando en presencia de un grupo de investigadores, Madame
Blavatsky producía golpes en una mesita que nadie tocaba; después de colocar
sobre ella las manos, durante algunos instantes, como para cargarla de fluido,
ponía una de sus manos á distancia de un pie aproximadamente y daba pases
magnéticos que eran siempre acompañados cada vez de un ruido ordinario.
Estas experiencias
no dieron sólo resultado en mi casa con las mesas, sino también en casa de
otros amigos, si Madame Blavatsky nos acompañaba.
Su fama tomó un
desarrollo tal respecto a los fenómenos, que varias personas pudieron sentir todas
a un tiempo los golpes o ya simultáneamente, para lo cual colocaban las mimos
unas sobre las otras en la mesa, y Madame Blavatsky colocaba las suyas sobre
las demás y hacía pasar a través de todas las manos lo que yo llamaría una
corriente que todos sentían al mismo tiempo, y que iba a producir un golpe
sobre la parte así cubierta de la mesa.
Todos los que
tomábamos parte en la junta de manos, comprendíamos cuán absurdas eran las pretendidas
explicaciones de esta clase de golpes publicadas en los periódicos indianos
pues escépticos y mal intencionados afirmaban tontamente, que los ruidos eran
debidos al frotamiento de las uñas ó al chasquido de alguna articulación de Madame
Blavatsky!
Resumiré los hechos
citando el de una carta que recibí y antes de abrirla, «Madame Blavatsky pone
las manos sobre la mesa y enseguida se oyen golpes. Algunos desconfiados
insinúan que puede servirse de las uñas de los pulgares; entonces se quita una
mano, los golpes continúan.
¿Es que oculta alguna cosa en su mano? Pues retira completamente
la mano de la mesa y teniéndola simplemente suspendida encima, los golpes
siguen siempre produciéndose.
¿Es que hay algún artificio en la mesa? Madame
Blavatsky coloca la mano en el cristal de una vidriera, después en un cuadro,
en una docena de objetos y en sitios diferentes dentro de la habitación y
siempre se producen los golpes misteriosos.
¿Es que tiene rodeada la casa de amigos y los tiene
ocultos entre dobles paredes ó techos? Madame Blavatsky va a otras varias casas y
siempre consigue el mismo resultado, produciéndose los golpes. ¿Es que los golpes se producen en otro sitio del que
parecen salir?
¿Es un efecto de ventriloquia? Pues coloca su
mano sobre nuestra cabeza y de sus dedos inmóviles siéntese salir algo,
produciéndose los golpes que oye la persona, que se halla sentada á nuestro lado.
Cuando uno ha visto
estos fenómenos con toda la frecuencia que los he visto yo, figuraos el efecto
que le producen palabras como estas: «No hay más que prestidigitación;
Maskelyne y Cooke (PRESTIDIGITADORES que daban sus funciones en L'Egyptien Hall, de
Londres.) pueden hacer otro tanto a diez libras esterlinas por
sesión». Maskelyne y Cooke no harían tanto, ni por diez libras ni por diez
millones, en las circunstancias que he descrito.
A partir de la primera visita de Madame Blavatsky, los
golpes tales como se manifestaron en Allahabad, sirvieron para convencernos por
completo de la anomalía y grandeza de algunas de sus facultades. Esto me hizo
dar crédito a uno o dos fenómenos de otro género que antes presencié, los
cuales no puedo referir aquí, por parecerme que les falta comprobación.
Hubiésemos querido adquirir una certidumbre absoluta,
en las cuestiones que más nos interesaban cuales eran si existían hombres que
poseyeran realmente, los poderes que se atribuyen á los adeptos, y si las
criaturas humanas, podían recibir enseñanzas precisas, sobre su propia naturaleza
espiritual.
Madame Blavatsky no predicaba ninguna doctrina
particular sobre este punto. Lo que ella nos enseñó
sobre los adeptos, y sobre su iniciación, fue obligada por nuestras preguntas.
La Teosofía, que ella recomendaba a todos sus amigos,
no proclama ninguna creencia especial. Enseña simplemente que es preciso
considerar la humanidad como una fraternidad universal, en la que cada uno debe
estudiar las verdades espirituales, aparte de todo dogma religioso. No obstante, aunque la actitud de Madame Blavatsky no
la colocaba en la obligación moral de probarnos la realidad del ocultismo, su
conversación y la lectura de su libro «Isis sin Velo, nos abrían horizontes
que, naturalmente, deseábamos explorar. Fue para nosotros el suplicio de
Tántalo ver que ella podía y sin embargo no podía para nosotros, dar las
pruebas concluyentes tan deseadas cuando nos demostraba que su educación oculta
la había investido de poderes sobre la materia, tales que si se reconociese su
existencia, se reducirían a la nada los primordiales fundamentos de la filosofía
materialista, y sin embargo, no podía proporcionarnos esas pruebas tan
ardientemente deseadas.
De lo que si nos
convencimos, fue de una cosa: de su buena fe. Es, desagradable reconocer que ha
podido ser atacada en ese sentido; pero en la India, se ha hecho tan
infundadamente y con tanta crueldad por gentes cuya actitud es hostil a la idea
que representa, que pasado en silencio pudiera parecer hecho de intento, Sería
prestar demasiada atención a bajos y burdos ataques, ocuparme aquí en hacer una
defensa de Madame Blavatsky, en cuya intimidad he podido apreciar su perfecta
honradez. Varias veces ha sido mi huésped durante un lapso de tiempo no menor
de tres meses, durante dos años, poco más ó menos, En estas circunstancias,
todo espíritu imparcial reconocerá que yo puedo formar más exacta opinión sobre
su carácter, que las personas que la han visto tan solo una ó dos veces, las
cuales no pueden haber hecho observaciones suficientes.
No pretendo,
naturalmente, probar de una manera científica, por esta especie de testimonia,
los fenómenos anormales cuya producción atribuyo a Madame Blavatsky. Cuando se
trata de una cuestión tan importante como ligar la creencia con las teorías
fundamentales de la Física moderna, no se puede proceder más que por
investigación científica. En todas las experiencias en que me he encontrado, he
procurado excluir en, absoluto, no tan solo la probabilidad, sino hasta la
posibilidad de un engaño. Cuando no he podido asegurar estas rigurosas
condiciones, a los resultados de la experiencia, no los he hecho entrar en la
suma de mis conclusiones finales.
Cuando se han inferido ofensas de
un modo tan infame a una mujer de espíritu elevado y de una perfecta
honorabilidad, es justo deshacer el entuerto ocasionado por la injuria y la
calumnia. He ahí porque declaro aquí, que Madame Blavatsky es una naturaleza
recta, que ha sacrificado no solo su posición y su fortuna, sino su bienestar y
sus propias comodidades, para entregarse a los estudios ocultos, y más tarde
para emprender la tarea que se ha marcado, como iniciada, aunque relativamente
humilde miembro de la gran Fraternidad, en tomar, la dirección de la Sociedad Teosófica.
Aparte de las producciones por golpes, nos fue dado
observar otro fenómeno durante la primera visita de Madame Blavatsky. Estábamos
alojados en Benarés, para pasar algunos días; y vivíamos juntos, en una casa
que nos había prestado el Maharadjah de Vizianagram, un caserón enorme,
estropeado, sin confort, en comparación con las casas europeas.
Una noche, después
de cenar, estábamos sentados en la gran sala central, cuando de repente cayeron
entre nosotros tres ó cuatro flores, recién cortadas, cómo a veces ocurre, en
la obscuridad en las sesiones espiritistas. Pero en el caso actual, había
varias lámparas y bujías encendidas en la sala. El techo de la sala se componía
simplemente de tablas, y cálceos lisos, pintados y al descubierto, que soportaba
el tejado plano de cemento. Nosotros no dimos gran importancia al fenómeno como
que Madame Blavatsky estaba en un sofá leyendo, perdió para nosotros parte de
su efecto. Si alguien nos hubiera dicho un momento antes «Ustedes van a ver
caer flores» y al mirar para arriba las hubiésemos visto aparecer sobre
nuestras cabezas, entonces el efecto producido, por ser fenómeno tan distinto
de lo corriente, hubiera sido inmenso. No obstante ocurrió de tal modo que los
testigos del fenómeno lo consideraron como uno de los que obligan a creer en la
existencia de poderes ocultos. Las personas que Únicamente lo oigan contar, no darán
ciertamente, gran crédito a este fenómeno; por el contrario, harán una porción
de preguntas sobre la construcción de la habitación, sobre los habitantes de la
casa, etc., y aunque se contestase a todas las preguntas de un modo que no
diese lugar a duda sobre la posibilidad de un artefacto mecánico que explicase
la caída de las flores, quedaría siempre una ligera sospecha en el espíritu del
indagador, que le haría creer que la explicación dada era insuficiente. No
hubiera citado este fenómeno, si no hubiese sido para demostrar que los que se
producen en presencia de Madame Blavatsky no siempre ella empleaba el concurso
de su voluntad.
Ya tendremos tiempo para relatar hechos relacionados
con el ocultismo, más importantes que los referidos, en cuanto se refieren a
efectos físicos.
Es bien cierto que el «Hermano» (Nombre familiar que suele darse a los Maestros en
ocultismo.) ha venido a Benarés para darnos una pequeña sorpresa
de que hemos hablado. Pudiera estar en el Tíbet, en el Sur de la India o en
otra parte, y sin embargo, hacer caer rosas cual si estuviera en nuestra misma
habitación.
Si he hablado de la facultad que posee el adepto para
presentarse donde su voluntad quiera, por medio de su cuerpo astral como se
dice entre ocultistas, es porque aun en esta forma, puede ejercer poderes
psicológicos, con la misma facilidad que los efectuaría con su cuerpo físico en
donde estuviere.
No pretendemos explicar, ni saber, el medio de que se
valen para alcanzar uno u otro resultado; no hacemos más que referir las
diversas manifestaciones hechas en nuestra presencia, por medios ocultos.
De todos modos, estamos convencidos hace tiempo, que
Madame Blavatsky hallase asistida por los Hermanos, y que en los fenómenos que a
su alrededor se producen, no toma ella parte.
Sin que por eso neguemos, sirva de algo su influencia.
Dar enseñanzas precisas sobre esto, es contrario a las
leyes del ocultismo.
No pretendemos
conocer el mundo de la realidad; aquí sólo tratamos de buscar el camino para
ello. El que quiera hallarla, que no se canse y la persiga, y no se crea estar
en posición de un juez ante el cual el ocultismo trata de probar su propia
existencia; inútil es por tanto, entablar discusión sobre las observaciones que
decimos haber hecho, so pretexto de que no son tan buenas como fuera de desear.
La cuestión, es
saber si proporcionan una base sólida, en que cimentar un juicio.
Con este objeto, voy a entrar en otras consideraciones
respecto a observaciones más lejanas que he podido hacer; es decir, sobre
aquellos hechos que serían milagrosos, sin la intervención del ocultismo.
Si hay alguna persona que pretenda decir que mis
experimentos carecen de validez, porque los fenómenos tienen alguna semejanza
superficial con los juegos de prestidigitación, debemos decir que esto
proviene, de que los juegos de prestidigitación quieren, siempre tener alguna
semejanza, con los fenómenos ocultos.
Que
cada lector, cualquiera que sea su opinión sobre este asunto, admita por un
instante que al concebir la existencia de una Fraternidad oculta poseedora de
poderes extraños sobre las fuerzas de la naturaleza, poderes desconocidos hasta
ahora del resto de la humanidad, ya que se halla esta Fraternidad ligada por
reglas que restringen la manifestación de estos poderes, sin prohibirlos en
absoluto y entonces, proponga algunas pruebas poco considerables, aunque sean
científicas, y con ellas le será puesta de manifiesto la realidad de alguno de
esos poderes.
Seguramente le será imposible elegir una prueba que no
se parezca en algo a un juego de prestidigitación, pero esto no quitará su
valor para los que quieran ver el fondo de la cuestión.
¡Existe un abismo! no existe comparación, entre los
fenómenos ocultos naturales y aquellos otros, que se podría imitar o producir
con el auxilio de la prestidigitación!
Porque las condiciones, son enteramente distintas en
los dos casos.
El prestidigitador trabaja en un escenario, o local
preparado de antemano; los fenómenos más notables que yo he obtenido de Madame
Blavatsky, han tenido lugar en el bosque, en medio de montañas, en los lugares
elegidos de la manera más fortuita.
El prestidigitador, está ayudado por un cierto número
de compañeros invisibles.
Madame Blavatsky no conocía a nadie; cuando llega a
Simla, se aloja en la casa que mi familia ocupaba, y permanece sometida a
nuestra observación todo el tiempo que nos acompañó.
Al prestidigitador le pagan por aparentar tal o cual
ilusión; Madame Blavatsky
como he demostrado, es una dama de un carácter honorable que no trata más que
de satisfacer el vivo deseo de sus amigos, manifestando algunos de sus poderes
de lo que nada sale ganando y que, por el contrario, ha adquirido a costa de
todo lo que es más querido en el mundo; a costa de las ventajas de una posición,
muy superior a la que pudiera envidiar el más hábil de los prestidigitadores.
En los primeros días del mes de Septiembre de 1880,
Madame Blavatsky, como ya he dicho y repito, vino a vivir con nosotros en
Simla.
En las seis semanas que siguieron a su llegada, se
produjeron diversos fenómenos que fueron durante algún tiempo, objeto
preferente de conversación para todos los Angloindianos, y que tuvieron el don,
de soliviantar a pesar mío a unas cuantas personas inclinadas a considerar los
fenómenos como el resultado de una impostura.
Desde luego nos apercibimos de que las trabas, para
nosotros desconocidas, que impidieran el invierno anterior en Allahabad, el
ejercicio de algunos poderes de nuestra huésped, no tenían tanta fuerza
coercitiva.
Pronto fuimos
testigos de un fenómeno nuevo; modificando de cierta manera la fuerza de que se
servía para producir los golpes espontáneos, pudo hacerlos oír en el aire, sin
la intervención de objeto material alguno; pudo oírse el ruido de una
campanilla, de un cascabel y hasta el de varias campanitas, en diferentes tonos
sucesivos y á la vez.
Habíamos oído
hablar de dichas campanitas, pero aún no habíamos podido comprobar el hecho.
Una tarde, después
de comer, el fenómeno se produjo varias veces de modo distinto en varios sitios
de la habitación; oímos la campanilla sobre nuestras cabezas, y una vez en
lugar de campanilla, oímos el cascabel de que hablo.
Más tarde, lo hemos
oído mil y mil veces, en diferentes lugares, al aire libre, y en las casas a
que Madame Blavatsky tenía costumbre concurrir.
Lo mismo que los fenómenos de los golpes, toda
hipótesis fundada en una impostura, tuvo que ser desechada ante el considerable
número de veces que se repitió el fenómeno en todos los tonos y en
circunstancias de mil modos diferentes.
Además, el sonido de golpe
dado, puede obtenerse de mil modos haciendo chocar un objeto con otro,
pero el sonido de una campanilla no puede obtenerse más que con una campanilla;
así pues, estando en una sala bien alumbrada y atento a todo lo que se hace,
percibir el sonido de una campanilla encima mismo de nuestra cabeza, donde no
cabe duda de que no existe tal campanilla, no hay modo de atribuido al fraude. ¿Es que el sonido
lo produce algún objeto ó algún aparato colocado en otra habitación?
Ninguna persona
razonable, puede emitir semejante teoría, si ha oído el sonido de referencia
del modo que lo hemos referido.
Es un sonido sin
vibración, pero siempre claro y distinto.
Si se golpea
ligeramente con un cuchillo el borde de un vaso de cristal de Bohemia, se
obtiene un sonido tan claro, que no puede confundirse con el que se reproducirá
en otra habitación de cualquier modo que, sea. Pues bien, el sonido oculto de
que hablo, es una cosa parecida, pero su timbre es más claro, más puro, sin
ninguna falsa resonancia.
Por lo demás, ya lo
hemos repetido, ese argentino sonido, lo hemos oído al aire libre, con la atmósfera
clara y silenciosa de una hermosa tarde. En el interior de las habitaciones, no
siempre vibraba sobre nuestras cabezas o en el techo, sino también junto a
nuestros pies y cerca del suelo. En una ocasión, después de haberse repetido
varias veces el sonido en el salón, alguno de los concurrentes fue al comedor,
distante dos habitaciones más allá, con objeto de reproducir un sonido
semejante, golpeando un vaso de cristal. Pues bien, al quedarme solo en el
corredor, pude oír bien claro y a mi lado, el inimitable sonido de la
campanilla. Esto a pesar de que Madame Blavatsky permanecía en el salón.
Este ejemplo aleja toda idea de que Madame Blavatsky
llevase consigo, como algunos pretenden, un aparato sonoro.
En cuanto a la posibilidad de un compadrazgo, cae por
su base al considerar el timbre de las voces que luego he oído y el ruido de
las campanitas alrededor del djampane (Nombre indio de una
especie de palanquín.) de Madame
Blavatsky, así como también cuando cerca de mí, solo estaban los djampanis, que
la conducían.
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