martes, 28 de abril de 2015

EL MUNDO OCULTO, CAPITULO TERCERO

EL MUNDO OCULTO
(SINNETT)

CAPITULO TERCERO
FENÓMENOS OCULTOS

A mis relaciones de amistad con Madame Blavatsky y la Sociedad Teosófica debo, haber presenciado fenómenos de ocultismo, que me impulsan a escribir y publicar este libro. En su principio y como primer problema, tuve que resolver la duda aclarando la cuestión, si como de público se decía, Madame Blavatsky tenía verdaderamente poderes, y poseía la ciencia para producir fenómenos anormales.

Tal vez, podrá imaginarse que nada más fácil sería para mí resolver este caso, honrándome como me honraba, con la amistad y conocimiento de Madame Blavatsky, y obtener así de ella satisfactoria prueba.
Pero nada más lejos de esto, las manifestaciones de que yo hablo, se hallan rodeadas de tantas dificultades, que son muchos los impacientes que acaban por abandonar sus pretensiones, olvidando su deseo y prefiriendo vivir en la ignorancia toda su vida.
Después de nuestro mutuo conocimiento, Madame Blavatsky vino a visitar a mi esposa en Simla, donde habitábamos temporalmente, siendo durante seis semanas nuestra huésped (El original dice fué en Allalabad pero debió sufrir un error, pues Madame Biavatsky al escribir a su familia fecha las cartas y habla de ello desde Simla). A pesar de haber estado todo ese tiempo con nosotros, no fue posible obtener una gran cosa a pesar de mis pertinentes instancias y preguntas sobre ocultismo y acerca de los Hermanos, y no obstante la buena voluntad mostrada por Madame Blavatsky y de mi gran curiosidad, no pude conseguir todas las pruebas que la investigación de la verdad me exigía a causa de dificultades insuperables; pues los Hermanos como ya hemos dicho, guardaran una extrema repugnancia en mostrar a los profanos los poderes ocultos de que están en posesión; ya sean impelidos por un ardiente anhelo por conocer la verdad, o ya sea también, por una frívola y estéril curiosidad.
Los Hermanos (A los que después se les ha llamado y se les llama los Maestros, se les llamaba años atrás y, en un principio los Hermanos.) no tienen necesidad de atraerse candidatos a la iniciación por medio de la exposición de prodigios.
Todas las religiones basadas en los milagros, han sacado partido de sus efectos para atraer prosélitos a su iglesia. Pero no se entra impunemente en el ocultismo empujado simplemente por el entusiasmo, después de haber sido testigo de un desarrollo de poderes extraordinarios.
No hay ninguna regla, especial que prohíba la manifestación de estos poderes ante un profano, pero esta manifestación de poderes ocultos sería desaprobada sin ningún género de duda por las autoridades superiores de ocultismo, y ninguno de la Hermandad hará nada, contrario a la voluntad de los demás, y que éstos desaprueben.
Durante la estancia en nuestra casa, no le fue concedido a Madame Blavatsky producir sino pequeños fenómenos; pero sí le fue permitido enseñar que los golpes señalados por los espiritistas, como producido por agentes espirituales, podían producirse a voluntad y por su sólo mandato.
Algo conseguimos con esto, y en tanto no obtuviéramos hechos mayores, dedicamos nuestro tiempo a estudiar dichos golpes.
Los espiritistas saben, que si varias personas sentadas alrededor de una mesa ponen sus manos en ella, siempre que haya un medium entre los concurrentes, se oyen por lo general pequeños golpes en contestación inteligente a preguntas hechas, dando mensajes completos letra tras letra.
La mayoría de las personas que no creen en el espiritismo, se ven obligados a imaginar que los millones de personas que lo creen, son cándidos alucinados, y apurados para explicar la extensión que pueda tener esta candidez, prefieren inventar cualquier teoría, antes que admitir que los espíritus de los muertos puedan comunicarse de esa manera, aun que bajo el punto de vista científico, un efecto físico por pequeño que sea pueda producirse sin una causa física también. La teoría de la ilusión colectiva empleada como explicación de los fenómenos y de los golpes dados, es poco socorrida, para todo el que no sea un incrédulo infatuado de sí mismo. Así espero, que mis apreciaciones serán bien recibidas, pues trato de demostrar que hay medio de explicar los fenómenos atestiguados por los espiritistas; teniendo siempre en cuenta la repulsión que nos impide admitir la hipótesis de agentes espirituales.

En cuanto a lo que a Madame Blavatsky se refiere, pronto observé que los golpes se producían siempre en la mesa en que se sentaba con la intención de producirlos, y toda idea de fraude, fue por mí rechazada, cuando comprobé los diversos resultados así obtenidos.
Desde luego, no era del todo preciso que ocupara un lugar junto a la mesa donde se hallaban otras personas, Producíanse los fenómenos golpeadores en una mesa cualquiera, en variadas condiciones, y hasta sin mesa también. Cualquier objeto servía para el caso; un cuadro de cristal, el frontis de una pared, de una puerta, en una palabra, todo lo que era susceptible por su naturaleza, de emitir resonancia y dar un sonido por golpes.
Desde el principio, encontramos que una puerta vidriera entreabierta, era un instrumento muy a propósito; pues era entonces fácil ponerse frente a Madame. Blavatsky, ver sus dos manos o una sola despojada del guante y sin anillos, inmóvil sobre el cristal, y oír al mismo tiempo los golpecitos con toda claridad. Semejaba el ruido que produciría la punta de un lápiz, ó los chasquidos que producen las chispas de un botón a otro, en un aparato eléctrico.

El procedimiento que algunas veces empleábamos por la noche, consistía en colocar sobre la alfombra, la campana de cristal que cubría un reloj; Madame Blavatsky se sentaba cerca, de modo que sus vestidos no rozasen al cristal y colocaba las manos encima después de quitarse todas las sortijas. Nosotros, colocábamos una lámpara encendida y en frente y nos sentábamos en la alfombra en una posición que permitía a cada cual ver sobre el vidrio de la campana, la palma de las manos de Madame Blavatsky; y, en estas condiciones plenamente satisfactorias, los golpes se manifestaban siempre distintos y claros, sobre la sonora superficie del cristal.
No alcanzaba el poder de Madame Blavatsky, o no quería, darnos una explicación exacta del modo cómo, se producían los golpes, sin duda porque todo empleo de fuerza oculta, debe guardar un secreto.
El fenómeno físico de los golpes, aunque de un efecto poco considerable, seguían siendo siempre una acción resultante de la voluntad, igual para todos, fueran grandes o pequeños, siendo el procedimiento para su producción bastante uniforme, para que las leyes ocultas permitieran a las personas profanas, recibir explicaciones claras sobre estos hechos. Los golpes obedecían a la voluntad, esto era probado de varios modos; para éstos nos servíamos indistintamente, de un cuadro de vidrio o de la campana de cristal del reloj. Yo, por ejemplo, deseaba que se me transmitiese una palabra cualquiera para lo cual recitaba el alfabeto; pues bien, al llegar a la letra correspondiente, se oían los golpes.
Si deseaba un número determinado de golpes, éstos se producían siempre.
Si exigía una serie de ruidos según un cierto ritmo que indicaba, los ruidos tenían lugar.
No era esto todo; Madame Blavatsky ponía sus dos manos o bien una sola, en la cabeza de alguno de los presentes, y escuchando con atención, se oían los golpes distintos y claros sobre aquella cabeza, mientras que la persona tocada sentía a cada golpe, un pequeño chasquido en todo semejante como ya hemos dicho otra vez, al que se produciría si se extrajeran chispas de una máquina eléctrica.

En un período posterior a mis investigaciones, obtuve golpes en condiciones aún mejores; por ejemplo, sin contacto alguno entre el objeto y las manos de Madame Blavatsky.
Fue en Simla, el verano pasado (1880); cuando en presencia de un grupo de investigadores, Madame Blavatsky producía golpes en una mesita que nadie tocaba; después de colocar sobre ella las manos, durante algunos instantes, como para cargarla de fluido, ponía una de sus manos á distancia de un pie aproximadamente y daba pases magnéticos que eran siempre acompañados cada vez de un ruido ordinario.
Estas experiencias no dieron sólo resultado en mi casa con las mesas, sino también en casa de otros amigos, si Madame Blavatsky nos acompañaba.
Su fama tomó un desarrollo tal respecto a los fenómenos, que varias personas pudieron sentir todas a un tiempo los golpes o ya simultáneamente, para lo cual colocaban las mimos unas sobre las otras en la mesa, y Madame Blavatsky colocaba las suyas sobre las demás y hacía pasar a través de todas las manos lo que yo llamaría una corriente que todos sentían al mismo tiempo, y que iba a producir un golpe sobre la parte así cubierta de la mesa.
Todos los que tomábamos parte en la junta de manos, comprendíamos cuán absurdas eran las pretendidas explicaciones de esta clase de golpes publicadas en los periódicos indianos pues escépticos y mal intencionados afirmaban tontamente, que los ruidos eran debidos al frotamiento de las uñas ó al chasquido de alguna articulación de Madame Blavatsky!
Resumiré los hechos citando el de una carta que recibí y antes de abrirla, «Madame Blavatsky pone las manos sobre la mesa y enseguida se oyen golpes. Algunos desconfiados insinúan que puede servirse de las uñas de los pulgares; entonces se quita una mano, los golpes continúan.
¿Es que oculta alguna cosa en su mano? Pues retira completamente la mano de la mesa y teniéndola simplemente suspendida encima, los golpes siguen siempre produciéndose.
¿Es que hay algún artificio en la mesa? Madame Blavatsky coloca la mano en el cristal de una vidriera, después en un cuadro, en una docena de objetos y en sitios diferentes dentro de la habitación y siempre se producen los golpes misteriosos.
¿Es que tiene rodeada la casa de amigos y los tiene ocultos entre dobles paredes ó techos? Madame Blavatsky va a otras varias casas y siempre consigue el mismo resultado, produciéndose los golpes. ¿Es que los golpes se producen en otro sitio del que parecen salir?
¿Es un efecto de ventriloquia? Pues coloca su mano sobre nuestra cabeza y de sus dedos inmóviles siéntese salir algo, produciéndose los golpes que oye la persona, que se halla sentada á nuestro lado.
Cuando uno ha visto estos fenómenos con toda la frecuencia que los he visto yo, figuraos el efecto que le producen palabras como estas: «No hay más que prestidigitación; Maskelyne y Cooke          (PRESTIDIGITADORES que daban sus funciones en L'Egyptien Hall, de Londres.) pueden hacer otro tanto a diez libras esterlinas por sesión». Maskelyne y Cooke no harían tanto, ni por diez libras ni por diez millones, en las circunstancias que he descrito.

A partir de la primera visita de Madame Blavatsky, los golpes tales como se manifestaron en Allahabad, sirvieron para convencernos por completo de la anomalía y grandeza de algunas de sus facultades. Esto me hizo dar crédito a uno o dos fenómenos de otro género que antes presencié, los cuales no puedo referir aquí, por parecerme que les falta comprobación.
Hubiésemos querido adquirir una certidumbre absoluta, en las cuestiones que más nos interesaban cuales eran si existían hombres que poseyeran realmente, los poderes que se atribuyen á los adeptos, y si las criaturas humanas, podían recibir enseñanzas precisas, sobre su propia naturaleza espiritual.

Madame Blavatsky no predicaba ninguna doctrina particular sobre este punto. Lo que ella nos enseñó sobre los adeptos, y sobre su iniciación, fue obligada por nuestras preguntas.
La Teosofía, que ella recomendaba a todos sus amigos, no proclama ninguna creencia especial. Enseña simplemente que es preciso considerar la humanidad como una fraternidad universal, en la que cada uno debe estudiar las verdades espirituales, aparte de todo dogma religioso. No obstante, aunque la actitud de Madame Blavatsky no la colocaba en la obligación moral de probarnos la realidad del ocultismo, su conversación y la lectura de su libro «Isis sin Velo, nos abrían horizontes que, naturalmente, deseábamos explorar. Fue para nosotros el suplicio de Tántalo ver que ella podía y sin embargo no podía para nosotros, dar las pruebas concluyentes tan deseadas cuando nos demostraba que su educación oculta la había investido de poderes sobre la materia, tales que si se reconociese su existencia, se reducirían a la nada los primordiales fundamentos de la filosofía materialista, y sin embargo, no podía proporcionarnos esas pruebas tan ardientemente deseadas.

De lo que si nos convencimos, fue de una cosa: de su buena fe. Es, desagradable reconocer que ha podido ser atacada en ese sentido; pero en la India, se ha hecho tan infundadamente y con tanta crueldad por gentes cuya actitud es hostil a la idea que representa, que pasado en silencio pudiera parecer hecho de intento, Sería prestar demasiada atención a bajos y burdos ataques, ocuparme aquí en hacer una defensa de Madame Blavatsky, en cuya intimidad he podido apreciar su perfecta honradez. Varias veces ha sido mi huésped durante un lapso de tiempo no menor de tres meses, durante dos años, poco más ó menos, En estas circunstancias, todo espíritu imparcial reconocerá que yo puedo formar más exacta opinión sobre su carácter, que las personas que la han visto tan solo una ó dos veces, las cuales no pueden haber hecho observaciones suficientes.

No pretendo, naturalmente, probar de una manera científica, por esta especie de testimonia, los fenómenos anormales cuya producción atribuyo a Madame Blavatsky. Cuando se trata de una cuestión tan importante como ligar la creencia con las teorías fundamentales de la Física moderna, no se puede proceder más que por investigación científica. En todas las experiencias en que me he encontrado, he procurado excluir en, absoluto, no tan solo la probabilidad, sino hasta la posibilidad de un engaño. Cuando no he podido asegurar estas rigurosas condiciones, a los resultados de la experiencia, no los he hecho entrar en la suma de mis conclusiones finales.

Cuando se han inferido ofensas de un modo tan infame a una mujer de espíritu elevado y de una perfecta honorabilidad, es justo deshacer el entuerto ocasionado por la injuria y la calumnia. He ahí porque declaro aquí, que Madame Blavatsky es una naturaleza recta, que ha sacrificado no solo su posición y su fortuna, sino su bienestar y sus propias comodidades, para entregarse a los estudios ocultos, y más tarde para emprender la tarea que se ha marcado, como iniciada, aunque relativamente humilde miembro de la gran Fraternidad, en tomar, la dirección de la Sociedad  Teosófica.
Aparte de las producciones por golpes, nos fue dado observar otro fenómeno durante la primera visita de Madame Blavatsky. Estábamos alojados en Benarés, para pasar algunos días; y vivíamos juntos, en una casa que nos había prestado el Maharadjah de Vizianagram, un caserón enorme, estropeado, sin confort, en comparación con las casas europeas.

Una noche, después de cenar, estábamos sentados en la gran sala central, cuando de repente cayeron entre nosotros tres ó cuatro flores, recién cortadas, cómo a veces ocurre, en la obscuridad en las sesiones espiritistas. Pero en el caso actual, había varias lámparas y bujías encendidas en la sala. El techo de la sala se componía simplemente de tablas, y cálceos lisos, pintados y al descubierto, que soportaba el tejado plano de cemento. Nosotros no dimos gran importancia al fenómeno como que Madame Blavatsky estaba en un sofá leyendo, perdió para nosotros parte de su efecto. Si alguien nos hubiera dicho un momento antes «Ustedes van a ver caer flores» y al mirar para arriba las hubiésemos visto aparecer sobre nuestras cabezas, entonces el efecto producido, por ser fenómeno tan distinto de lo corriente, hubiera sido inmenso. No obstante ocurrió de tal modo que los testigos del fenómeno lo consideraron como uno de los que obligan a creer en la existencia de poderes ocultos. Las personas que Únicamente lo oigan contar, no darán ciertamente, gran crédito a este fenómeno; por el contrario, harán una porción de preguntas sobre la construcción de la habitación, sobre los habitantes de la casa, etc., y aunque se contestase a todas las preguntas de un modo que no diese lugar a duda sobre la posibilidad de un artefacto mecánico que explicase la caída de las flores, quedaría siempre una ligera sospecha en el espíritu del indagador, que le haría creer que la explicación dada era insuficiente. No hubiera citado este fenómeno, si no hubiese sido para demostrar que los que se producen en presencia de Madame Blavatsky no siempre ella empleaba el concurso de su voluntad.

Ya tendremos tiempo para relatar hechos relacionados con el ocultismo, más importantes que los referidos, en cuanto se refieren a efectos físicos.
Es bien cierto que el «Hermano» (Nombre familiar que suele darse a los Maestros en ocultismo.) ha venido a Benarés para darnos una pequeña sorpresa de que hemos hablado. Pudiera estar en el Tíbet, en el Sur de la India o en otra parte, y sin embargo, hacer caer rosas cual si estuviera en nuestra misma habitación.

Si he hablado de la facultad que posee el adepto para presentarse donde su voluntad quiera, por medio de su cuerpo astral como se dice entre ocultistas, es porque aun en esta forma, puede ejercer poderes psicológicos, con la misma facilidad que los efectuaría con su cuerpo físico en donde estuviere.

No pretendemos explicar, ni saber, el medio de que se valen para alcanzar uno u otro resultado; no hacemos más que referir las diversas manifestaciones hechas en nuestra presencia, por medios ocultos.
De todos modos, estamos convencidos hace tiempo, que Madame Blavatsky hallase asistida por los Hermanos, y que en los fenómenos que a su alrededor se producen, no toma ella parte.
Sin que por eso neguemos, sirva de algo su influencia.
Dar enseñanzas precisas sobre esto, es contrario a las leyes del ocultismo.

No pretendemos conocer el mundo de la realidad; aquí sólo tratamos de buscar el camino para ello. El que quiera hallarla, que no se canse y la persiga, y no se crea estar en posición de un juez ante el cual el ocultismo trata de probar su propia existencia; inútil es por tanto, entablar discusión sobre las observaciones que decimos haber hecho, so pretexto de que no son tan buenas como fuera de desear.

La cuestión, es saber si proporcionan una base sólida, en que cimentar un juicio.
Con este objeto, voy a entrar en otras consideraciones respecto a observaciones más lejanas que he podido hacer; es decir, sobre aquellos hechos que serían milagrosos, sin la intervención del ocultismo.
Si hay alguna persona que pretenda decir que mis experimentos carecen de validez, porque los fenómenos tienen alguna semejanza superficial con los juegos de prestidigitación, debemos decir que esto proviene, de que los juegos de prestidigitación quieren, siempre tener alguna semejanza, con los fenómenos ocultos.

Que cada lector, cualquiera que sea su opinión sobre este asunto, admita por un instante que al concebir la existencia de una Fraternidad oculta poseedora de poderes extraños sobre las fuerzas de la naturaleza, poderes desconocidos hasta ahora del resto de la humanidad, ya que se halla esta Fraternidad ligada por reglas que restringen la manifestación de estos poderes, sin prohibirlos en absoluto y entonces, proponga algunas pruebas poco considerables, aunque sean científicas, y con ellas le será puesta de manifiesto la realidad de alguno de esos poderes.

Seguramente le será imposible elegir una prueba que no se parezca en algo a un juego de prestidigitación, pero esto no quitará su valor para los que quieran ver el fondo de la cuestión.
¡Existe un abismo! no existe comparación, entre los fenómenos ocultos naturales y aquellos otros, que se podría imitar o producir con el auxilio de la prestidigitación!

Porque las condiciones, son enteramente distintas en los dos casos.
El prestidigitador trabaja en un escenario, o local preparado de antemano; los fenómenos más notables que yo he obtenido de Madame Blavatsky, han tenido lugar en el bosque, en medio de montañas, en los lugares elegidos de la manera más fortuita.
El prestidigitador, está ayudado por un cierto número de compañeros invisibles.
Madame Blavatsky no conocía a nadie; cuando llega a Simla, se aloja en la casa que mi familia ocupaba, y permanece sometida a nuestra observación todo el tiempo que nos acompañó.
Al prestidigitador le pagan por aparentar tal o cual ilusión; Madame Blavatsky como he demostrado, es una dama de un carácter honorable que no trata más que de satisfacer el vivo deseo de sus amigos, manifestando algunos de sus poderes de lo que nada sale ganando y que, por el contrario, ha adquirido a costa de todo lo que es más querido en el mundo; a costa de las ventajas de una posición, muy superior a la que pudiera envidiar el más hábil de los prestidigitadores.

En los primeros días del mes de Septiembre de 1880, Madame Blavatsky, como ya he dicho y repito, vino a vivir con nosotros en Simla.
En las seis semanas que siguieron a su llegada, se produjeron diversos fenómenos que fueron durante algún tiempo, objeto preferente de conversación para todos los Angloindianos, y que tuvieron el don, de soliviantar a pesar mío a unas cuantas personas inclinadas a considerar los fenómenos como el resultado de una impostura.
Desde luego nos apercibimos de que las trabas, para nosotros desconocidas, que impidieran el invierno anterior en Allahabad, el ejercicio de algunos poderes de nuestra huésped, no tenían tanta fuerza coercitiva.
Pronto fuimos testigos de un fenómeno nuevo; modificando de cierta manera la fuerza de que se servía para producir los golpes espontáneos, pudo hacerlos oír en el aire, sin la intervención de objeto material alguno; pudo oírse el ruido de una campanilla, de un cascabel y hasta el de varias campanitas, en diferentes tonos sucesivos y á la vez.
Habíamos oído hablar de dichas campanitas, pero aún no habíamos podido comprobar el hecho.
Una tarde, después de comer, el fenómeno se produjo varias veces de modo distinto en varios sitios de la habitación; oímos la campanilla sobre nuestras cabezas, y una vez en lugar de campanilla, oímos el cascabel de que hablo.
Más tarde, lo hemos oído mil y mil veces, en diferentes lugares, al aire libre, y en las casas a que Madame Blavatsky tenía costumbre concurrir.

Lo mismo que los fenómenos de los golpes, toda hipótesis fundada en una impostura, tuvo que ser desechada ante el considerable número de veces que se repitió el fenómeno en todos los tonos y en circunstancias de mil modos diferentes.
Además, el sonido de golpe dado, puede obtenerse de mil modos haciendo chocar un objeto con otro, pero el sonido de una campanilla no puede obtenerse más que con una campanilla; así pues, estando en una sala bien alumbrada y atento a todo lo que se hace, percibir el sonido de una campanilla encima mismo de nuestra cabeza, donde no cabe duda de que no existe tal campanilla, no hay modo de atribuido al fraude. ¿Es que el sonido lo produce algún objeto ó algún aparato colocado en otra habitación?
Ninguna persona razonable, puede emitir semejante teoría, si ha oído el sonido de referencia del modo que lo hemos referido.
Es un sonido sin vibración, pero siempre claro y distinto.
Si se golpea ligeramente con un cuchillo el borde de un vaso de cristal de Bohemia, se obtiene un sonido tan claro, que no puede confundirse con el que se reproducirá en otra habitación de cualquier modo que, sea. Pues bien, el sonido oculto de que hablo, es una cosa parecida, pero su timbre es más claro, más puro, sin ninguna falsa resonancia.

Por lo demás, ya lo hemos repetido, ese argentino sonido, lo hemos oído al aire libre, con la atmósfera clara y silenciosa de una hermosa tarde. En el interior de las habitaciones, no siempre vibraba sobre nuestras cabezas o en el techo, sino también junto a nuestros pies y cerca del suelo. En una ocasión, después de haberse repetido varias veces el sonido en el salón, alguno de los concurrentes fue al comedor, distante dos habitaciones más allá, con objeto de reproducir un sonido semejante, golpeando un vaso de cristal. Pues bien, al quedarme solo en el corredor, pude oír bien claro y a mi lado, el inimitable sonido de la campanilla. Esto a pesar de que Madame Blavatsky permanecía en el salón.

Este ejemplo aleja toda idea de que Madame Blavatsky llevase consigo, como algunos pretenden, un aparato sonoro.
En cuanto a la posibilidad de un compadrazgo, cae por su base al considerar el timbre de las voces que luego he oído y el ruido de las campanitas alrededor del djampane (Nombre indio de una especie de palanquín.) de Madame Blavatsky, así como también cuando cerca de mí, solo estaban los djampanis, que la conducían.


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