LA ASCENCION DEL HOMBRE
(Parte 2)
El progreso
del alma del chela continúa, prescindiendo de que su reencarnación sea normal o
anormal; y según ya se ha visto, llega el momento en que el hombre “está dispuesto a recibir la iniciación”. Por esta puerta de la
iniciación entra en el Sendero propiamente dicho, como chela ya definitivamente
aceptado.
El
Sendero está constituido por cuatro etapas o grados distintos, y la entrada de
cada una está velada por una iniciación.
Cada iniciación va acompañada de una expansión de la conciencia
individual y da así la “clave del saber”, pertenece al grado
correspondiente. Al mismo tiempo da
también la clave del poder, porque en todos los reinos de la naturaleza saber y
poder marchan a la par.
Una vez en el
Sendero, el chela viene a ser el hombre
sin hogar, porque considera la tierra como su morada. No tiene tampoco residencia especial, y su
única patria es el sitio donde pueda servir a su Maestro. Mientras franquea
este primer grado del Sendero debe
evitar tres obstáculos llamados técnicamente
“trabas” o “ligaduras”, pues como ahora se dirige a grandes pasos
hacia la perfección, trata de eliminar radicalmente los defectos de carácter,
llevando hasta el extremo las tareas que se ha impuesto.
Las tres trabas de
que debe librarse el discípulo antes de ser admitido a la segunda iniciación,
son:
-la ilusión del
“yo” personal,
-la duda y
-la
superstición.
El yo personal debe conscientemente sentirse como una
ilusión perdiendo para siempre la facultad de imponerse al alma como
realidad. El discípulo debe sentirse uno
con los demás; todos los seres deben vivir y alentar en él como él vive y
alienta en ellos.
La duda debe desaparecer de su corazón,
desvanecida por el conocimiento y no por ciega repulsión. Debe conocer la reencarnación, el Karma y la
existencia de los Maestros como hechos no sólo intelectualmente necesarios,
sino como realidades de la naturaleza, comprobadas por él mismo, de suerte que
en estos puntos no pueda en adelante turbar su espíritu duda alguna.
La superstición, por último, se desvanece por sí misma a
medida que el hombre progresa en el conocimiento de las realidades y a medida
que comprende el papel desempeñado en la economía de la naturaleza por los
ritos y las ceremonias. También aprenden
entonces a utilizar estos diversos medios sin que ninguno le ligue.
Quebrantadas estas
tres ligaduras
–tarea que necesita a veces una labor de muchas
encarnaciones, pero que puede reducirse para algunos a los límites de una sola
vida– ve el chela abrirse ante él la segunda
iniciación con nueva “clave del saber” y más amplios horizontes. Ve disminuir rápidamente el período de
existencia obligatoria que aún le espera sobre la tierra; porque al llegar a
este punto franqueará la tercera y la cuarta iniciación en su encarnación
actual o en la inmediata (El chela en el
segundo grado del Sendero es para el indo el Kutichaka: El hombre que construye
una cabaña y alcanza un lugar de paz. El
budista lo denomina Sakridâgamin: el que sólo renacerá una vez más.)
En este grado el
discípulo debe desarrollar y hacer más activas las facultades internas,
aquellas que pertenecen a los cuerpos sutiles, porque en adelante necesitará de
ellas para su servicio en las regiones más elevadas del universo. Si las hubiese desenvuelto anteriormente,
este estado podrá ser entonces brevísimo.
No obstante, el alma puede verse obligada a franquear una vez más las
puertas de la muerte antes de pasar al siguiente grado.
La tercera
iniciación hace del discípulo el “Cisne”, el ser que remonta su vuelo al
Empíreo, la maravillosa Ave de Vida, sobre la que existen tantas leyendas (En términos indos, el Hamsa, el que
concibe el “yo soy aquel”. Para los
budistas el Anâgâmin: el que ya no renacerá más.)
En este tercer
grado del Sendero el hombre debe quebrantar aún dos trabas, la cuarta y la
quinta: el deseo y la aversión. Ve en
todos el Yo único, y no puede cegarle el velo externo, por agradable que sea. Ve del mismo modo todos los seres, y el
germen precioso de la tolerancia, ya cultivado en el Sendero probatorio, se
desparrama ahora en amor universal, cuya ternura irradia sobre todo lo
existente. Es el “amigo de todas las criaturas”, y “ama todo cuanto tiene vida” en un mundo donde todo vive.
Encarnación viva
del amor divino, franquea en seguida la puerta de la cuarta iniciación que le
admite al cuarto grado del Sendero.
Entonces es el Santo, el Venerable, el que está “más allá de la individualidad” (Paramahamsa
en indo: el que está más allá del Yo. El
budista lo llama Arhat: venerable.) En este grado el discípulo permanece, tanto tiempo como
desee, limando los últimos eslabones que le atan aún a las regiones inferiores
y le interceptan con su red sutilísima el camino de la liberación final. Rechaza toda sujeción hacia la existencia “formal”, y toda sujeción hacia la vida “sin forma”. Por sutiles que puedan parecer, estas
sujeciones constituyen graves obstáculos, y el hombre debe ser enteramente
libre. Debe moverse a través de los tres
mundos sin que nada pueda detenerle. Los
esplendores del “mundo sin forma”
deben ser tan impotentes para seducirle como las bellezas concretas de los
mundos de la forma.
Después el Arhat
rechaza –la tarea más difícil de todas—el último lazo de la separatividad, la facultad
que crea el “Yo” (Ahamkara, más generalmente Mana, orgullo, porque el orgullo es
al más sutil manifestación del Yo individual como distinto de los demás), tendencia perteneciente a la naturaleza del alma individual, y
por la que el individuo se considera instintivamente como un ser aparte y
distinto de los demás. Deben desaparecer
las últimas sombras de esta tendencia, porque, en adelante, la conciencia del
hombre reside siempre, aun en el estado de vigilia, en el plano búdico, donde
siente y conoce como Uno el Yo de todos.
Esta tendencia (Ahamkara),
nacida con el alma, es la esencia misma de la individualidad, y persiste hasta
el día en que es absorbido por la Mónada todo lo que en el alma individual
tiene algún valor. En el umbral de la
liberación debe abandonarse la separatividad, dejando a la Mónada su resultado
inestimable, aquel sentimiento de identidad individual tan puro y sutil, que ya
no más oculta en el Ser la conciencia de la Unidad. Entonces desaparecen fácilmente todos los
elementos susceptibles de responder a los contactos irritantes del exterior, y
el chela queda revestido del glorioso vestido de inmutable paz que nada puede
conturbar. En fin, la completa
destrucción de la separatividad ha barrido del campo de la visión espiritual
las últimas sombras capaces de velar su penetrante intuición, y al contemplar
la Unidad, desaparece por siempre la ignorancia (Avidya,
el primer Nidâna, la primera y última de las ilusiones por que aparecen
separados los mundos. Se desvanece al
conseguir la liberación) o sea la limitación que da origen a la
separatividad. El hombre es perfecto; ha
conquistado la libertad.
Entonces llega al fin del Sendero, al dintel del Nirvana. Ya durante la última etapa del Sendero había
logrado el chela pasar a este maravilloso estado de conciencia normal, porque
el Nirvana es la morada del ser liberado
(Jivanmukta, “vida libertada” de los indos; el Asekha: “El que
nada tiene que aprender” de los budistas). Ha terminado la
ascensión humana y toca el límite de la humanidad. Sobre él se extienden las cohortes de
poderosos seres sobrehumanos. Ha
concluido la crucifixión en la carne, ha sonado la hora de la liberación, y el
triunfante grito: “¡Todo se ha consumado!” resuena en los labios del vencedor.
¡Ved!. Ha franqueado el umbral, ha
desaparecido en el resplandor de la luz nirvánica. No sabemos qué misterios vela esa luz;
vagamente sentimos que allí se halla el Yo supremo y que el amador es uno con
el Amado. Concluyó el prolongado anhelo,
se apagó para siempre la sed del corazón, y el hombre se sumió en la alegría de
su Señor.
Pero ¿ha perdido la tierra su criatura? ¿La humanidad queda privada de su hijo
triunfante? No. Vedle que surge del seno de su divino
resplandor. Reaparece en el umbral del
Nirvana como encarnación viviente de la suprema luz, vestido de gloria
indecible, Hijo de Dios manifiesto. Pero
Su rostro está vuelto hacia la tierra, Sus ojos irradian compasión infinita
sobre los hijos de los hombres, Sus hermanos en la carne. No puede dejarles sin consuelo, dispersos
como ovejas sin pastor. Revestido de la
majestad de renunciación sublime, glorioso con la fuerza de la perfecta
sabiduría y el “poder de vida eterna”, vuelve a la tierra a bendecir y guiar a
la humanidad como Maestro de Sabiduría, Instructor real y Hombre divino.
Vuelto
a la tierra, el Maestro se consagra al servicio de la humanidad con mayores fuerzas
disponibles que cuando erraba por el Sendero de la iniciación. Se dedica al auxilio de los hombres, y emplea
todas sus potencias en activar la evolución del mundo. Satisface con los que se aproximan al Sendero
la deuda contraída en el discipulado, guiándolos, confortándolos e
instruyéndolos como a Él le guiaron, confortaron e instruyeron.
Tales
son las etapas, los peldaños de la ascensión humana. Desde el ínfimo de los salvajes hasta el
Hombre Divino se extiende la escala y llega la meta a que propende la raza
toda, hasta la gloria sin límites que todos alcanzaremos algún día.
(Tomado
del libro: La Sabiduría Antigua)
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