sábado, 13 de diciembre de 2014

AVANZANDO POR EL SENDERO, Parte 2

LA ASCENCION DEL HOMBRE

(Parte 2)


El progreso del alma del chela continúa, prescindiendo de que su reencarnación sea normal o anormal; y según ya se ha visto, llega el momento en que el hombre “está dispuesto a recibir la iniciación”Por esta puerta de la iniciación entra en el Sendero propiamente dicho, como chela ya definitivamente aceptado.

El Sendero está constituido por cuatro etapas o grados distintos, y la entrada de cada una está velada por una iniciación.  Cada iniciación va acompañada de una expansión de la conciencia individual y da así la “clave del saber”, pertenece al grado correspondiente.  Al mismo tiempo da también la clave del poder, porque en todos los reinos de la naturaleza saber y poder marchan a la par.

Una vez en el Sendero, el chela viene a ser el hombre sin hogar, porque considera la tierra como su morada.  No tiene tampoco residencia especial, y su única patria es el sitio donde pueda servir a su Maestro. Mientras franquea este primer grado del Sendero debe evitar tres obstáculos llamados técnicamente  “trabas” o “ligaduras”, pues como ahora se dirige a grandes pasos hacia la perfección, trata de eliminar radicalmente los defectos de carácter, llevando hasta el extremo las tareas que se ha impuesto.

Las tres trabas de que debe librarse el discípulo antes de ser admitido a la segunda iniciación, son:
-la ilusión del “yo” personal,
-la duda y
-la superstición. 

El yo personal debe conscientemente sentirse como una ilusión perdiendo para siempre la facultad de imponerse al alma como realidad.  El discípulo debe sentirse uno con los demás; todos los seres deben vivir y alentar en él como él vive y alienta en ellos
La duda debe desaparecer de su corazón, desvanecida por el conocimiento y no por ciega repulsión.  Debe conocer la reencarnación, el Karma y la existencia de los Maestros como hechos no sólo intelectualmente necesarios, sino como realidades de la naturaleza, comprobadas por él mismo, de suerte que en estos puntos no pueda en adelante turbar su espíritu duda alguna. 
La superstición, por último, se desvanece por sí misma a medida que el hombre progresa en el conocimiento de las realidades y a medida que comprende el papel desempeñado en la economía de la naturaleza por los ritos y las ceremonias.  También aprenden entonces a utilizar estos diversos medios sin que ninguno le ligue.

Quebrantadas estas tres ligaduras –tarea que necesita a veces una labor de muchas encarnaciones, pero que puede reducirse para algunos a los límites de una sola vida– ve el chela abrirse ante él la segunda iniciación con nueva “clave del saber” y más amplios horizontes.  Ve disminuir rápidamente el período de existencia obligatoria que aún le espera sobre la tierra; porque al llegar a este punto franqueará la tercera y la cuarta iniciación en su encarnación actual o en la inmediata (El chela en el segundo grado del Sendero es para el indo el Kutichaka: El hombre que construye una cabaña y alcanza un lugar de paz.  El budista lo denomina Sakridâgamin: el que sólo renacerá una vez más.)

En este grado el discípulo debe desarrollar y hacer más activas las facultades internas, aquellas que pertenecen a los cuerpos sutiles, porque en adelante necesitará de ellas para su servicio en las regiones más elevadas del universo.  Si las hubiese desenvuelto anteriormente, este estado podrá ser entonces brevísimo.  No obstante, el alma puede verse obligada a franquear una vez más las puertas de la muerte antes de pasar al siguiente grado.

La tercera iniciación hace del discípulo el “Cisne”, el ser que remonta su vuelo al Empíreo, la maravillosa Ave de Vida, sobre la que existen tantas leyendas (En términos indos, el Hamsa, el que concibe el “yo soy aquel”.  Para los budistas el Anâgâmin: el que ya no renacerá más.)
En este tercer grado del Sendero el hombre debe quebrantar aún dos trabas, la cuarta y la quinta: el deseo y la aversión.  Ve en todos el Yo único, y no puede cegarle el velo externo, por agradable que sea.  Ve del mismo modo todos los seres, y el germen precioso de la tolerancia, ya cultivado en el Sendero probatorio, se desparrama ahora en amor universal, cuya ternura irradia sobre todo lo existente.  Es el “amigo de todas las criaturas”, y “ama todo cuanto tiene vida” en un mundo donde todo vive.

Encarnación viva del amor divino, franquea en seguida la puerta de la cuarta iniciación que le admite al cuarto grado del Sendero.  Entonces es el Santo, el Venerable, el que está “más allá de la individualidad” (Paramahamsa en indo: el que está más allá del Yo.  El budista lo llama Arhat: venerable.)  En este grado el discípulo permanece, tanto tiempo como desee, limando los últimos eslabones que le atan aún a las regiones inferiores y le interceptan con su red sutilísima el camino de la liberación final.  Rechaza toda sujeción hacia la existencia “formal”, y toda sujeción hacia la vida “sin forma”.  Por sutiles que puedan parecer, estas sujeciones constituyen graves obstáculos, y el hombre debe ser enteramente libre.  Debe moverse a través de los tres mundos sin que nada pueda detenerle.  Los esplendores del “mundo sin forma” deben ser tan impotentes para seducirle como las bellezas concretas de los mundos de la forma.

Después el Arhat rechaza –la tarea más difícil de todas—el último lazo de la separatividad, la facultad que crea el “Yo” (Ahamkara, más generalmente Mana, orgullo, porque el orgullo es al más sutil manifestación del Yo individual como distinto de los demás), tendencia perteneciente a la naturaleza del alma individual, y por la que el individuo se considera instintivamente como un ser aparte y distinto de los demás.  Deben desaparecer las últimas sombras de esta tendencia, porque, en adelante, la conciencia del hombre reside siempre, aun en el estado de vigilia, en el plano búdico, donde siente y conoce como Uno el Yo de todos.  Esta tendencia (Ahamkara), nacida con el alma, es la esencia misma de la individualidad, y persiste hasta el día en que es absorbido por la Mónada todo lo que en el alma individual tiene algún valor.  En el umbral de la liberación debe abandonarse la separatividad, dejando a la Mónada su resultado inestimable, aquel sentimiento de identidad individual tan puro y sutil, que ya no más oculta en el Ser la conciencia de la Unidad.  Entonces desaparecen fácilmente todos los elementos susceptibles de responder a los contactos irritantes del exterior, y el chela queda revestido del glorioso vestido de inmutable paz que nada puede conturbar.  En fin, la completa destrucción de la separatividad ha barrido del campo de la visión espiritual las últimas sombras capaces de velar su penetrante intuición, y al contemplar la Unidad, desaparece por siempre la ignorancia (Avidya, el primer Nidâna, la primera y última de las ilusiones por que aparecen separados los mundos.  Se desvanece al conseguir la liberación)  o sea la limitación que da origen a la separatividad.  El hombre es perfecto; ha conquistado la libertad.

Entonces llega al fin del Sendero, al dintel del Nirvana.  Ya durante la última etapa del Sendero había logrado el chela pasar a este maravilloso estado de conciencia normal, porque el Nirvana es la morada del ser liberado (Jivanmukta, “vida libertada” de los indos; el Asekha: “El que nada tiene que aprender” de los budistas)Ha terminado la ascensión humana y toca el límite de la humanidad.  Sobre él se extienden las cohortes de poderosos seres sobrehumanos.  Ha concluido la crucifixión en la carne, ha sonado la hora de la liberación, y el triunfante grito: “¡Todo se ha consumado!” resuena en los labios del vencedor. ¡Ved!.  Ha franqueado el umbral, ha desaparecido en el resplandor de la luz nirvánica.  No sabemos qué misterios vela esa luz; vagamente sentimos que allí se halla el Yo supremo y que el amador es uno con el Amado.  Concluyó el prolongado anhelo, se apagó para siempre la sed del corazón, y el hombre se sumió en la alegría de su Señor.

Pero ¿ha perdido la tierra su criatura?  ¿La humanidad queda privada de su hijo triunfante?  No.  Vedle que surge del seno de su divino resplandor.  Reaparece en el umbral del Nirvana como encarnación viviente de la suprema luz, vestido de gloria indecible, Hijo de Dios manifiesto.  Pero Su rostro está vuelto hacia la tierra, Sus ojos irradian compasión infinita sobre los hijos de los hombres, Sus hermanos en la carne.  No puede dejarles sin consuelo, dispersos como ovejas sin pastor.  Revestido de la majestad de renunciación sublime, glorioso con la fuerza de la perfecta sabiduría y el “poder de vida eterna”, vuelve a la tierra a bendecir y guiar a la humanidad como Maestro de Sabiduría, Instructor real y Hombre divino.

Vuelto a la tierra, el Maestro se consagra al servicio de la humanidad con mayores fuerzas disponibles que cuando erraba por el Sendero de la iniciación.  Se dedica al auxilio de los hombres, y emplea todas sus potencias en activar la evolución del mundo.  Satisface con los que se aproximan al Sendero la deuda contraída en el discipulado, guiándolos, confortándolos e instruyéndolos como a Él le guiaron, confortaron e instruyeron.
Tales son las etapas, los peldaños de la ascensión humana.  Desde el ínfimo de los salvajes hasta el Hombre Divino se extiende la escala y llega la meta a que propende la raza toda, hasta la gloria sin límites que todos alcanzaremos algún día.



(Tomado del libro: La Sabiduría Antigua)













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